martes, 11 de diciembre de 2018

Jeanette

Ella había nacido en París en el siglo XIX y cuando apareció el corte ala garcon, solía decir que jamás se cortaría el pelo, acto temerario idéntico a perder el honor. Su prima, mi abuela de origen belga se reía: con su corte a la garcon, estrenaba un novio fundamental en mi génesis. Esas riñas tan vintage, propias de niñas anticuadas, serían parte importante del paisaje de mi infancia, donde mi abuela Tina vivía en mi casa y Jeanette venía a visitarla, trayendo siempre algo para mí.
Una vez fue un abanico de plumas pintadas en oro, que tenía, aseguró, más de cien años. Otra vez fueron unas mantillas de encaje y unas medias de seda negras bordadas. En la fiebre adolescente, mis amigas se fascinaban con esas prendas antiguas y bellas y las combinaban con prendas punk en la previa del baile.
No necesito decir que sólo me queda lo macizo: un cofre alajero de plata labrada.
También me daba lecciones de francés, un francés anticuado que me costaba muchísimo entender.
Y me enseñó a maquillarme. Sólo que mis ojos eran velados por una sutil materia negra que venía en una caja de cartón, circular, en polvo y era el rimmel que se usaba antes de la aparición del cepillo aplicador, ese que creemos que nació con el mundo y que fiel a su mundo propio, Jeanette no usó jamás.
Un día vino a casa, se sentó frente a mí y me entregó un par de tomos editados por Garnier París: el título que llevaban era Margarita a los veinte años.
Me hizo prometer que los leería, es más, que se los narraría luego. Satisfecha con mi afirmación, se fue.
Sucedía que para mí leer era divertido. Leer era Emilio Salgari, era Louisa M Alcott, era Alejandro Dumas.
Margarita a los veinte años resultó un libro soporífero.
Una vez al mes Jeanette venía de visita y me interrogaba sobre el libro en un aparte. Yo sufría la noche anterior leyendo desesperada entre bostezos la vida de la Margarita esa que tanto amaba Jeanette. El resumen sería que Margarita se enamoró de un capitán de barco, naufragaron juntos, él murió, ella sobrevivió. Hasta ahí, 40 páginas. Las 270 páginas sobrantes son el amor por Dios de Margarita, que a los veinte años se hace monja.
Jeanette me premió con un delicado polvo de arroz para el rostro, un antiguo iluminador, cuya envoltura era una caja de cartón circular, con unas rosas pintadas.
-Se coloca con un cisne- me dijo y se fue.
La vi pocas veces después de eso. Había pasado su mensaje a la niña Paula, que ella llamaba Paulette. Y tal vez estaba satisfecha en cuánto a mí y mis esperables naufragios.
Olvidé decir que Jeanette era no vidente, pero es un olvido intencionado.
Jeanne Daleas perdió la vista por una enfermedad a los veinte años. Y fue profesora de francés, consiguiendo en su combate con las instituciones ser la primer docente no vidente de la Argentina.

domingo, 2 de diciembre de 2018

Con la Muerte en la biblioteca

En la biblioteca familiar había desde Jean Paul Sartre a Agatha Crhistie, pasando por variados filósofos y filósofas, más libros y publicaciones varias de política internacional y geopolítica (la especialidad de mi padre) y de ciencias de la educación (la especialidad de mi madre). Mis hermanos y yo logramos que se colaran varios títulos de aventuras y yo en particular, de mitología griega y latina.
Mis hermanos y yo éramos niños tal vez demasiado estimulados, y de pequeños en cuadernos de tapa dura escribíamos nuestros propios relatos y los firmábamos con grandes mayúsculas, así como dibujamos selvas de colores en rollos de télex sin uso que nuestro padre a veces traía del diario.
Así fue en síntesis mi infancia en el hogar familiar. Cuando llegó la adolescencia, empecé a reparar en títulos de la biblioteca que por tener tapas tan poco atractivas y carecer de ilustraciones, hasta entonces no había leído.
Mi padre me recomendó "El largo adiós" de Chandler. Luego siguió la estremecedora "Cita en la oscuridad", de William Irish, cuyo nombre real es Cornell Woolrich. Siguió toda la saga Woolrich, desde La novia vestía de luto al Angel negro. Woolrich en distintas colecciones y ediciones: destaco la serie naranja de Hachette, porque las traducciones de Woolrich en especial solían ser de Rodolfo Walsh.
Ese dúo, Woolrich y Walsh, hizo más por mi vocación de escribir que todas las palabras, incluso de mis padres, que para bien y para mal recibí en todos mis años de cuadernos de tapa dura y espiralados, en pupitres, plazas, bares y mi misma habitación.
Me ayudaron a soportar los gritos de mi jefa bibliotecaria en mi escritorio de la Biblioteca Nacional, cuando la censora encubierta de guardiana de la cultura me encontraba con mi cuaderno-pecado.
Me acompañaron en cada ocasión, buena o mala, en que los precise.  Hasta estuvieron junto a mí, con una mano en cada hombro, cuando respondía a un miembro de la Rae que conoce más insultos para una mujer de los que tiene el diccionario.
Así escribí y publiqué El jardín de las delicias y La mujer prohibida.
Ni Woolrich ni Walsh figuran en los agradecimientos.
Pero lo bueno es que habitan, así lo siento, en las dos novelas.







viernes, 23 de noviembre de 2018

Gracias a ustedes

Ayer, ingresé como todos los días a éste espacio, y me encontré con esa cifra tan deseada por mí, 100.000 páginas vistas. Significa en crudo 100.000 clics, en las muchas y diferentes páginas escritas que ofrece este blog, más de diez años de trabajo placentero, dando lugar a las musas y a los amigos y amigas, los de siempre, los nuevos que me dio este espacio propio que comparto, con sus alegrías y melancolías.
Es posible que la melancolía esté más presente en este momento del blog, que es también un pequeño habitante del Naufragio de la Historia. Somos pequeñas narraciones y relatos dentro de esa Gran Narración, que es como siempre llamé a la Historia, incluso cuando trabajo en archivos y ediciones historiográficas. Me tienta menos el traje académico, con sus congresos y comunidades, que el fogón y sus alrededores, y que el contar historias en bares, en la vereda, en los trenes, y detectar, sonriendo levemente, que me oyen con interés desde el asiento o la mesa de atrás.
Este año publiqué con gran satisfacción una novela, La mujer prohibida. Fue un año satisfactorio y difícil. No elegí el camino más breve para el éxito, porque como decirlo, ni el éxito es mi objetivo, ni tengo un objetivo.
Narro para vivir.
Y agradezco enormemente que ustedes me acompañen y visiten y comenten.
Un abrazo simbólico pero no menos fuerte a cada amiga y amigo que me visita.
Seguimos, por supuesto.

viernes, 2 de noviembre de 2018

Olga dormida

OLGA DORMIDA
Un cuento de Villa Paraíso
Paula Ruggeri

Olga está dormida. Cuatro AM.
Un párpado empieza a abrir.
No hay un rayo de luz. Se oye la respiración pausada de Nico y los primeros movimientos del bebe. Su mama de 16 años, duerme profundamente. Su hija. Su nieto. Y Nico el chiquito. Esa es su familia. Y por ellos abre los dos ojos seis días a la semana, a las 4 AM.
El despertador irrumpe la noche.
Entonces Olga, que está dormida, se despierta.
Tiene los dedos agarrrotados de frío. Duerme con una sola frazada, los chicos, con dos, el nieto, bien abrigado con sus enteritos de friza y sus pañales sequitos.
Olga se despierta, se envuelve en ese saco de lana que está a los pies de la cama y sacude a su hija por los hombros.
-Vamos.Las madres no son vagas-le dice.
-Mamá-se queja la chica y sonríe al bebe.
Olga va a la cama de Nico, su hijo de ocho años y le pone su propia frazada sobre las otras.
Camina hacia la cocina, chica, despintada y calienta agua para un par de mates. Un par. No más.
Mate y lima de uñas. Sus uñas deben estar perfectas. Sobre la mesa hay unos veinte esmaltes de colores.
Elige uno azul noche. Está de moda.
Son esmaltes baratos, pero como dijo su profesora en el curso que hizo para trabajar en esta profesión: “No importa si no es lindo, importa que se vea lindo”.
Con ese arte que sólo una manicura tiene se lima y pinta las uñas.
Se pone una blusa y un pantalón gastado. No le alcanza para comprarse ropa. Pero en la peluquería le dan una chaqueta blanca y con logo…..Y el pantalón…bueno, nunca le dijeron nada.
Mira las pequeñas camas una vez más antes de cerrar la puerta.

Empuja. Empuja-Empuja más. La espalda del hombre se curva y Olga pisa el suelo del vagón. Otro empujón, esta vez sobre la espalda de ella. Casi lo agradece. Por fin está dentro de ese vagón atestado dónde la gente, como una masa informe que respira al unísono, apretujada hasta límites del nazismo, va a trabajar.
Se tambalea y no hay donde caerse. No hay un centímetro de piso libre. Pasan las estaciones y la gente pega patadas al tren, por no poder subir.
Olga cierra los ojos y dormita un rato.
Pronto le toca el colectivo. Y como va a Recoleta, dónde no trabaja tanta gente, a veces se sienta.
 El colectivo ruge, la bocina suena, el chofer grita….Olga está sentada.
Respira aliviada

Entra apresurada, murmurando saludos: llegó a horario. Abre una puerta, hay varios guardapolvos colgados, entre ellos está el suyo, que lavó la semana pasada. Mira con ojo crítico: está para un lavado. Busca uno de los tantos que hay sin nombre bordado, y estruja el suyo hasta hacerlo un bollo y esconderlo. A la noche se lo llevará.
Diez de la mañana
-Quiero dorado-dijo la mujer. Era rubia, era alta, era vieja y era arrogante- Con un semicírculo negro en la base de la uña.
-Se usa mucho-repuso Olga.
-Ah, no, yo quiero ser original-dijo la rubia.
-Dorado y negro es muy original-repuso Olga- Si quiere poner esta mano aquí.
-¿Redondas o cuadradas?
-Redondas no se usan, cuadradas.

Dos de la tarde.
-¿Quiere elegir un esmalte? Ofreció y abrió el estante de su mesita donde guardaba colores por docenas.
-¿De qué marca son?
-Hay de distintas marcas. Todas son buenas. ¿Qué color?
-Un rojo sangre. Bien sangre. ¿Tenés?
Olga sonrió. Tenía cinco frascos, era el color más solicitado.

Nueve de la noche. El dolor de cabeza la estaba destrozando. Dejó el guardapolvo, tomó el bollo de tela para lavar, ese que tenía su nombre bordado, y lo metió en la cartera.
Pasó por caja.
-Te estoy liquidando-dijo el dueño. Le pagaba el 30% de que lo había trabajado en el día.-Olga-dijo al pagarle-Una cliente se quejó. Dice que tenés un temblor en las manos y le hiciste mal el trabajo. Por favor atendé eso porque a una manicura no le pueden temblar las manos.
Se sintió muda….
-¿Escuchaste?-dijo el dueño.



Olga está dormida. Sabe su sueño que el despertador va a sonar. 9, 8, 7….
Olga sueña que está en el tren y no puede bajar. Sus piernas no se mueven.
6, 5, 4….
Mis piernas….grita.
Sus piernas están rígidas. No se mueven.
Ay, mis piernas-gime.
Mamá-dice Nico desperezándose. Tiene ocho años-¿Qué te pasa?
Se oye un llanto ahogado-Dormí nene,  mamá está bien.
-Despertaste al bebe-reprocha Lucía -¿Qué te pasa?
Nada- ya se me está pasando-Pero su corazón sabe que algo no anda bien y se colma de angustia.
Pasa un rato hasta que por fin puede mover las piernas……
Empujar en el tren, respirar el aire respirado por decenas de personas, sentir que se ahoga y bajarse del tren semi ahogada. El colectivo no le guardó asiento. El tren y el colectivo son para ella cosas animadas, con voluntad.

Entra. Saluda. Va a buscar el guardapolvo.

-Un esmalte de Chanel-sonríe Olga.
-Ah, sí. Todo lo que elijo en esmaltes, en Chanel. Tienen colores únicos. Me doy el gusto-sonrió la mujer, de unos cincuenta años muy elegantes y pelo rubio tan, pero tan planchado….
-¿Cuadradas?
-Ay, no mi amor. Siempre las llevé redondas y no voy a cambiar ahora.
-Es más elegante. Por favor, ponga esta mano acá.
Tomó el esmalte rojo bordó….y su mano empezó a moverse sola incontrolable, el temblor era en las dos manos, pero una tenía el Chanel…ahora roto en el piso.

-Te estoy liquidando un resto del mes-dijo el dueño- Agarrá tu plata, tus cosas, y te vas.-
El fajo de billetes era muy pequeño.
-Hacete ver. Cuidá la salud.
Olga caminó hasta la salida y no quiso saludar a nadie.

Olga está dormida. Sueña que no puede correr el colectivo. Son las cuatro de la madrugada. A las seis dan cincuenta números en el Hospital.
Es como respirar en el tren pero respirando además el llanto de los niños y las quejas de los enfermos….
-¿Cuánta espera? ¿Es un chiste?-dijo la enfermera, gorda  y de piernas gruesas y siguió su camino pegando codazos.
-Preparate madre, le dijo una voz de mujer detrás de ella- De acá salís al mediodía con suerte.
Miró la hora en su celular. Las ocho
Llantos de niños. Quejas. Gemidos. Charlas insípidas.
Las horas pasaban caminando.

-Nombre, edad, dónde vive.
El médico garabateó algo en una planilla.
-Siéntese y cuénteme.
Olga contó. Rauda, casi feroz, sus síntomas.
-Perdí mi trabajo.
-¿De qué trabajaba?
-Soy manicura- Dijo Soy. En tiempo presente.
-Mal empleo para una enferma de Parkinson. Garabateó unos rectángulos de papel y selló y selló  y selló.
-Se hace estos exámenes y vuelve cuánto antes.

4 am- Olga está dormida. Tiene una mano caída de la cama y un ojo semiabierto.
Tiene miedo. Sus piernas. Ay-llora. Y sigue durmiendo.

-Bueno-Dijo el médico al fin- sacó una caja de un armario y varios blisters y  muestras de medicamentos. Anotó como siempre, apurado- Va a tomar esto según estas indicaciones. Vamos a tratar de aliviar esa rigidez. Y vuelva en dos meses.
-¿Voy a volver a trabajar?
-Vaya al Servicio Social. Subsuelo.
-Y escribió otra orden.
Olga caminó por el hospital con el manojo de papeles en las manos.
-Guarde eso madre que lo va a perder- rezongó una enfermera.

6 am- Olga duerme. Duerme más. Hoy no suena el despertador.
Hoy no hay tren ni colectivo, ni médico, ni nada.
Siente un llanto suave. Es su nieto.
Lucía ya se está moviendo.
Olga se levanta,  se pone el batón y susurra a su hija: seguí durmiendo, yo me ocupo.
Alzo al nieto. Se sentó con él y lo acunó.
Los primeros rayos de sol entraban por las rendijas….
Olga miraba a los ojos del bebé de seis meses…
El bebe la miraba a ella.
Pensó ¿cómo nunca me di cuenta de lo hermoso que es mi nieto?


Y la luz rosada del amanecer iluminó su sonrisa….

sábado, 29 de septiembre de 2018

El regalo de Navidad



EL REGALO DE NAVIDAD
Un cuento de Villa Paraíso
Paula Ruggeri


Llegó al bar en su camioneta vieja. Roja, despintada, era buena, fuerte y útil. A veces le hacían bromas, a veces le gritaban cosas desagradables. Cuando estaba en su viejo barrio, no pasaba nada. Era un barrio de plomeros, albañiles y electricistas. La vida transcurría al sol, de noche se dormía.
Nunca tocaba en su viejo barrio. Tocaba en barrios donde no se dormía. Y esta noche, menos aún. Habría fuegos de artificio, gritos, botellas rotas. El Niño Dios ha nacido--decía la voz plañidera de su abuelo cuando él era un niño. ¿Y dónde está el Niño Dios?¿ Adónde se llevó a su hija?
Esa noche de felicidad obligatoria, Ezequiel estaba desoladoramente triste y tenía que cantar, tocar su electroacústica y moverse. Los hombres son valientes, los hombres no lloran. ¿Cuánto coraje se le puede pedir a un hombre?
Baja las dos consolas, tres rollos de cables prolijamente separados, y lanza un chiflido a la gente del bar. Su Nochebuena ya empezó.

Se llevan las consolas y los cables. La Vela, se llama el bar. Al tomar su guitarra (electroacústica), ve los dos rollos de papel de regalo, la cinta scotch y la liviana bolsa floreada. No me tengo que olvidar del regalo-se prometió.
Los tomó junto con la guitarra.
Mientras acomodaba todo (la noche va ser una fiesta), prometió al dueño del bar, se volteó un momento para decirle a una camarera que lo miraba curiosa.
--Me hacés un favor--
--¿Qué?-- dijo desconfiada. Esa noche había planchado su cabellera azabache y se había escotado un poco. Ezequiel no reparó en nada de eso, contra la idea de la chica.
--¿Me podés dar una mano con el regalo de mi señora? Yo no sé envolverlo y…
--¡Pero claro!-dijo la camarera aliviada-- Démelo ¿que és?-- dijo curiosa.
--Un chal.
--Ay, ¡pero que hermoso es!.¡¡¡ Qué suerte tiene su mujer!!!! Ya se lo envuelvo.
Mientras la chica se empeñaba con los dos rollos, la cinta y el hermoso chal, Ezequiel empezaba a conectar los cables y luego, a probar su electroacústica.
--¿Todo bien, jefe?- dijo el dueño del bar, con amable desconfianza. Después de todo, no conocía a ese cantante de pelo aleonado y de nombre difícil-- Ezequiel Alfredo--al que pagaba para que animase la nochebuena en su pequeño bar.
--Todo muy bien. Conecto los cables y estoy listo--dijo desde el suelo, ocupado en llevar y traer cables . La guitarra estaba apoyada sobre una silla, vigilada de cerca por el ojo atento de Ezequiel Alfredo.
Es que su desgracia no le había anulado el profesionalismo. Ni la necesidad.
A los veinte minutos todo estaba conectado. Ezequiel pidió permiso para cambiarse en el baño. Una camisa azul brillante. Barata, pero brillaba. Los mismos jeans negros con los que llegó. Gel en el pelo, echado hacia atrás y un poco largo.
El propio Sandro no tendría objeciones a su aspecto.

--Hola…Hola…-Ezequiel Alfredo probó el micrófono. --Buenas Noches, --expresó con oficio--noche feliz, Nochebuena. Damas y Caballeros. Con ustedes…un servidor.
Y su potente voz de barítono cantó, en un falso susurro…
”Por ese palpitar/Que tiene tu mirar / Yo puedo presentir…”
Suenan aplausos aislados y ahora sí, empuña la guitarra.
“Yo puedo presentir…/Que tú debes sufrir…/Igual que sufro yo./”
--¡Sandro!, gritó un hombre con sorna.
--Gracias, contestó Ezequiel, impertérrito.
--Igual que sufro yo--corearon un par de señoras.
--Te amo--. Y las cuerdas vocales de Ezequiel se relajaron y temblaron en un hermoso vibrato. Se oyeron aplausos.

Unas tres horas después, cansado, Ezequiel comenzó a enrollar cables y guardar la guitarra en su funda. Las consolas ¡qué pesadas eran a esa hora, el día de Navidad!
--Mil doscientos-- dijo el dueño del bar, contando dos veces los billetes de cien. --Sacá pronto todo de acá y que te vaya bien. Tenés talento.
Ezequiel guardó el dinero en el bolsillo. Tenía todavía la camisa azul brillante toda sudada. No le habían dado tiempo de cambiarse.
Comprobó que tenía el regalo antes de intentar arrancar el auto.
Tenía un problema. El auto amagaba con arrancar y no arrancaba. Su coche, un Renault Pickup de los 90, daba tirones y rugía de pura impotencia.
--Vinimos hasta acá-dijo calmo Ezequiel-- Vamos a regresar a casa. Es Navidad.
En el asiento del acompañante estaba el paquete envuelto con esmero con papel brillante como su camisa azul.
El motor respiraba fuerte, asmático y volvía a rugir.
--Vamos a casa, no me falles.
Oyendo el ruego, la Renault arrancó.
Sentía el tirón fuerte en el volante y que el neumático de la derecha, emparchado, se iba rápidamente al desgaste.
--Dios-murmuró Ezequiel-- El regalo estaba ahí, en el asiento del acompañante. Pero hacía rato que su mujer no se subía al coche.
Daba igual. Tenía que estar con ella.
--¡Dios!-- dijo Ezequiel una vez más, asombrado.-- El auto se había quedado con la goma desinflada, en la entrada para coches de una gomería.
Y estaba abierta. El dueño celebraba la Navidad con su familia en el playón. Había armado una parrilla y toda la familia celebraba la Navidad con un asado.
--¿Qué se le ofrece jefe? ¿nos quedamos?-- dijo el dueño de la gomería, sonriente, con una remera roja, bermudas, y un gorro rojo festoneado de blanco.
Para Ezequiel era, efectivamente, Santa Klaus en persona.
--Necesito reemparchar este neumático.
--Imposible-dijo el hombre con voz experta--Ya lo emparchaste mucho. Es un riesgo, sabés.
--¿Qué se puede hacer?--dijo Ezequiel con voz desesperada.
--Te puedo ofrecer una emparchada--dijo el hombre, práctico-- Por 1200 pesos te pongo una goma segura y te vas tranquilo.

Se sentó en una silla que le ofrecieron. Cabeza gacha, manos entrelazadas.
Cuando el problema estuvo resuelto, entregó los recién ganados 1200 pesos y subió al Renault.
El auto rugía, respiraba asmáticamente, tironeaba y por fin arrancó.
¡Feliz Navidad! Oyó que lo saludaban a sus espaldas.
Sí. Una feliz navidad.

Entró en su casa procurando hacer silencio.
Llevaba el regalo en la mano.
--Sarah-- susurró.
--Sarah no está--dijo una voz grave de mujer, un poco vacilante.
--Feliz Navidad, Sarah-- besó su boca, con aliento a ginebra. El vaso y la botella estaban sobre la mesa. También una foto de la hija muerta en un portarretrato color rosa.
Pero ¿cuánto valor se puede pedir a una mujer?
--Sarah, mi amor, te traje un regalo.
Ezequiel abrió el paquete, cerrado con tanto esmero por una desconocida “qué suerte tiene su mujer”, recordó Ezequiel. Suerte.
Le colocó el chal, una maravilla de seda gris y plata, que contrastaba con los cabellos rubios de Sarah.
--Y ahora, la nena va a dormir, Sarah.
Y suavemente giró el portarretrato, mientras Sarah lloraba despacio.



domingo, 2 de septiembre de 2018

El camino a Ezeiza

Tenía un vestido negro, ligero. Un bolso con muchos folletines. Dos hijos, un novio y 25 años.
Tal vez algún que otro buitre rondando, algún que otro lobo mostrando el colmillo. Sellaba libros en dos bibliotecas y me ganaba el pan.
Una tarde, en una librería del Patio Bullrich, conocí al Escritor.
Hablábamos, (de Alejandro Dumas , la piratería, de si el escritor mentía como decía él o inventaba como decía yo). A mí me encantaba la conversación y el Escritor no parecía disgustado.
- Me tengo que ir-dijo- Al Aeropuerto.
-¿Ezeiza?- le dije, y agregué, con la inconsciencia por las distancias que me caracteriza- Yo vivo cerca. Te acompaño y charlamos en el camino.
Y así fue. No entendí cómo aparecieron varios hombres más (mis Editores, dijo el Escritor) y dos autos muy brillantes y lustrosos.
Y quedé sentada entre el Escritor y un Editor.
(Las mayúsculas pertenecen amis sensaciones de ese momento. Trato normalmente con editores y escritores desde hace años y sé que la minúscula está más que bien)
En la autopista se hizo de noche. Hablaba un Editor conmigo de la mágica Violeta Parra y me permití cantar un par de versos (el canto, mi otra afición). El otro Editor se afanaba en enumerar las notas periodísticas que se habían arreglado en distintos medios.
("Miren como gestionan, los secretarios, las páginas amables, de cada diario), cantó una vez Violeta, cuyo espíritu musical y brutalmente honesto se dibujaba en las sombras de la noche.
Se fue haciendo silencio, mientras Dumas y los piratas volvían a mi bolso.
Había descubierto El Otro Lado de Ser Escritor.
Ese que no me interesa y por eso no crucé.
Sólo me dejé envolver por las sombras y la brisa nocturna en una parada de colectivo.
Mi casa nunca estuvo cerca de Ezeiza.

miércoles, 29 de agosto de 2018

TROYANA

SOY TROYANA

Caerás una noche, voluble y errante
Marinero en tierra, yo no soy tu amante
Yo soy una Furia que viene a visitarte
Yo tengo una espada a la que nada puede
La que de ti pende. Yo llevo una daga
Yo llevo una lanza de punta envenenada
Yo llevo palabras que son cuchilladas
Yo llevo el aliento cuyo aroma desprende
El llanto del cielo que un infierno promete
Yo llevo una espada de nervios hirientes
Palabras que te abren, te desnudan
Te despojan de tu armadura
Yo te invito a entrar en el terreno
Donde la lucha se libra con mayor denuedo
¡qué podrán tus manos, por fuertes que sean!
¡qué podrá en mi boca tu viril inteligencia!
Tú eres hombre, tu poder
Es fuerza vana
Yo, mujer, tengo palabras
Yo soy troyana.

Ayer lloré en los muros
De mi ciudad derribada

Cadenas de esclava en mis pies llagados
Sombría y muda me ataste a tu carro

En tu tienda sollocé desnuda
Para vencerme no usaste armadura

Hoy yo te he vencido
Escribo los versos que son tu castigo

Caerás una noche, voluble y errante
Te matarán mis labios como ayer me mataste
La estrella que te lleva te traerá mañana
Y aunque huyas, tu pecho llevará mi espada

Caerás en mis brazos, serás prisionero
De la eterna rosa que es tu eterno sueño



miércoles, 22 de agosto de 2018

Fragmentos

"Volvió otra vez su rostro hacia la ventana, su mano acariciando su cabello rubio, como lo haría con el cuello de una amante. Sí, esas ideas se te ocurren cuando ves a Rebeca y sentís su perfume, uno de sus besos ardientes es una bocanada de hachís en el alma y entonces..."

"Y entonces lo vi. Tenía el pelo muy corto, a lo marino.Su traje era de un corte impecable, azul. Tenía cincuenta años o más, y se lo veía fuerte, alto, varonil. Ella reía y tambaleaba un poco sobre los finos tacos.
Y él la tomó del brazo con fuerza.
No fue un simple llamado de atención, ni un gesto protector.La tomó como se manipula a una muñeca.
La rompió como a una muñeca."

"Siento, no sé...con Rebeca no se sabe lo que una siente. El corazón que da un vuelco, no sé. Era ella y venía por mí. " "Sonrió y sentí que se paraba ese reloj que llamamos corazón."

"No entiendes- dijo Rebeca- Al menos Diana pudo matar a Acteón. Yo vivo con él. ¿Te imaginas? Cada noche, cada mañana, cada noche que a él se le antoja..."

Fragmentos sin orden de La Mujer prohibida, Paula Ruggeri, Textos Intrusos Editorial, 2018

sábado, 18 de agosto de 2018

Y Safo cantó

La poesía es poderosa. Su lenguaje hecho con la palabra del autora ( mezclada en una pócima de la que sólo ella conoce el nombre ) con su propia voz, melodiosa y bestial, puede traspasar los siglos, sobrevivir al mármol y llegar a esta humilde novelista. La poeta griega Safo de Lesbos es el mayor agradecimiento de mi novela y no lo puse.
No era necesario. Espero que mis lectoras y lectores reconozcan su voz, entre otras voces, en las dos mujeres protagonistas de mi novela, la hermosa y elegante Rebeca y su tierna y feroz enamorada, la camarera Mariela.
Otra inspiración de mi novela La Mujer Prohibida es el genialmente ejecutado cuento Dos mujeres, de Fogwill. Un cuento cuidadosamente pergeñado para jugar, no con los lectores, sino con sus prejuicios.
Tuve la suerte de tratar a este autor en vida, y es otro agradecimiento que no puse en mi novela.Tras el viaje de escribirla, me olvidé de Fogwill y su cuento. Lo leí en mi viejo escritorio de la oficina de Publicaciones de la Biblioteca Nacional, en una edición preciosa de las que realizábamos en esos tiempos, un libro del tamaño de un paquete de cigarrillos, guardado en una pequeña caja.
Ya no trabajo allí. Pero recordé ese cuento cuando escribí los primeros párrafos de mi Mujer Prohibida.
Yo no soy mis personajes, pero ellos son, de algún modo, parte de mí.Escribir una novela lleva un trabajo de interpretación y juego, en un equilibrio complejo entre mi vida real y la verosimilitud de los personajes.
 Ya no voy a decir más.
Los invito a leerla, publicada por Textos Intrusos. Y a venir, los que puedan y quieran, a la presentación, con Mariana Anzorena, y la autora.
La cita es el sábado 25 de agosto,a las 21hs, en En Terapia Bar Restó Cultural, Hipólito Yrigoyen 3235, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Son bienvenidos.

sábado, 11 de agosto de 2018

Como no derretir entre las hojas

No sé, hombre o dios
Como no perderme entre tus brazos
Como no derretir entre las hojas
La abierta corola de la Rosa

domingo, 15 de julio de 2018

La novela

Es una novela.
Es la historia más erótica que escribí en mi vida.
Es la historia más violenta que escribí en mi vida.
Es el único relato que escribí en que dos mujeres juegan ser fatales entrecruzando sus piernas.
Es el único relato que escribí dónde aparece una pieza cincelada por Benvenuto Cellini.
Esta historia pronto entrará en imprenta.
Espero que mi nueva novela llegue a manos de ustedes.

lunes, 18 de junio de 2018

BUENOS MODALES


                  
Buenos modales
Nadie debería escribir libros que la Reina de Inglaterra no pueda leer, o comentar afablemente con el Arzobispo de Canterbury. Con esto me refiero puntualmente a la frase inicial de una novela un célebre autor. Cito, ruborizada, el fatal primer párrafo de este libro.
“El Charolito sólo se fiaba de su propia polla...”, dice. Ese comienzo es terrible, sobre todo por la desconfianza que expresa... Y continúa “...porque era la única que no podía darle por el culo”. Más allá del vocabulario soez, expresa cierta paranoia, pero yo no indago en cuestiones psicológicas, y me ciño estrictamente a la cuestión de los modales.  Todo se puede decir con ingenio y sutileza de manera tal que en el Palacio de Buckingham se pueda contar entre taza y taza de té.
Demos una demostración práctica de cómo se puede escribir lo mismo sin decir palabrotas.
Para empezar, el nombre del personaje, el Charolito, es de muy baja estofa. Charol sería mejor, pero tampoco. Charold está bien. Incluso Lord Charold está mucho mejor. El resto de la frase plantea un problema difícil para una dama como yo, pero hay que enseñarle a la gente a escribir con decencia y así lo haré. Comencemos.

Lord Charold olía despreocupado una rosa, que su tía la Duquesa de York le enviara gratuitamente de su desarreglado jardín.
—Sabes, James.
—¿Señor?- —inquirió respetuosamente James, mientras acomodaba los tiestos flojos del jardín de invierno donde su señor fumaba en pipa.
—Hace diez años que estás a mi servicio y no puedo darte la espalda. Me preocupa—.dijo con displicencia.
—Señor, creo que debía confiar en mí. Hace diez años que estoy a su servicio—redundó James acalambrándose en su pose respetuosa.
—James, creo que comprenderás. Yo sólo puedo confiar en esta—dijo Lord Charold, bajándose los pantalones confeccionados por el mejor sastre de Trafalgar Square y los calzoncillos largos tejidos por su tía, la Duquesa de York-Por más que lo intente, lo cierto es que no puedo darle la espalda.
—Si me permite, Lord Charold—repuso James—yo no me incomodaría por darle la espalda. Hay que disfrutar de la vida. Como dijera San Patrick “Ninguna fruta es prohibida si sabe bien”
—¿Eso dijo San Patrick, James? Me admira.
—Creo que no lo dijo, señor, pero seguramente lo pensó.
—Es igual, es una bella frase. Como sea, no creo que haya nada igual a esta. Es una pena que no pueda darme la espalda— suspiró  Lord Charold—Apostaría que tu no tienes nada que se le parezca.
—Señor—se irguió James —Tal vez no sea mucho, pero seguramente algo se parece
—Disculpa, James. Aunque hace diez años que estás mi servicio, no te creo.
—Se lo juro, señor.
—¿Por qué juras, James? No te creeré si no lo veo.
            James se apresuró a bajarse los pantalones.
—Humm. Lo siento, James, no se parece. Hey, se ha volcado un tiesto a tu espalda.
—No veo ningún tiesto caído, señor.
—Mira bien.
—No hay ningún tesito en el piso, señor-dijo James respetuosamente.
—Entonces arroja uno.
—¿Cuál señor?
—Cualquiera.
James arrojó la maceta. Luego se inclinó a recoger los pedazos.
—James—dijo Lord Charold, emocionado—Te aumento el sueldo diez libras.
—Oh, señor—exclamó el mayordomo.
—Diez libras y un chelín.
—¡Oh Señor!
—Dí “Ay, señor” y te aumentaré diez libras y cinco chelines.
—Ay señor
—Llámame John y cierra la puerta.


jueves, 31 de mayo de 2018

La tormenta


LA TORMENTA PASA

La tormenta pasa. A veces crees que no pasará nunca. A veces, un solo segundo, pensarás que te matara. Puede ser cuando balearon tu calle y acostaste a tus hijos en el piso y vos encima de ellos, porque estás en el primer piso, las recortadas disparan plomo hacia arriba y esos ventanales que tanto amaste ahora son el enemigo…¿importa cuándo? ¿hay que vivir en un lugar muy raro o exótico para que ocurra? No, la tormenta pasa por todos los sitios. Por los que ocupan un rincón en el diario, tan chico que parece una noticia sobre un zoológico lejano, hasta los que ocupan toda la pantalla de los canales de tu país, y ni hace falta, ni podés verlas, porque para eso hay que cruzar...el salón con ventanal dónde está el televisor y llueven las balas. Y pasó. Esa tormenta que creía que me mataría. Y que mató a otros. Por eso una vez escribí que la ficción está, tiene que estar, para recordar entre los vivos la memoria de los que se fueron.
Pasan las tormentas. Nací en primavera, en 1970, bajo el signo del Escorpión. Es el signo de todos. Todos tenemos nuestro veneno, en la dulzura, o el otro, el letal. Hay quienes matan con un beso, decía Wilde. Y por él pasó la tormenta, la tormenta de un beso.
Pasa la tormenta. Ahora tenés 23 años y tus hijos son niños, muy niños. La amiga dejó de serlo y te echó del departamento que ya no podías pagar, con la ayuda de diez hombres y en diez minutos. Tu trabajo de promotora y modelo se esfuma, la amiga que dejó de serlo se quedó con tu ropa y tu agenda y tus manuscritos. Estás bajo la lluvia de mayo, en la vereda de Julián Alvárez al 900, y mientras tus pertenencias se mojan, tu cabeza no piensa en la tormenta, sino en dónde pasar la noche. Y viene una señora con un termo de café con leche y otra con medias para tus chicos y otra que te dice Cuando Dios te cierra un puerta, te abre una ventana, y por un segundo tu cabeza escapa a la tormenta y se ríe de esos militantes teóricos y fervorosos amigos tuyos que prefieren discutir a Lenin durante horas y piensan que la simple caridad o la más digna solidaridad son "métodos del sistema para mantenerse". Tal vez la señora del termo fuera leninista. No lo sé. No es imposible. Tal vez fuera católica, es más, del Opus Dei. Para mí, siempre será la señora del termo y quisiera para ella la corona del Reina de Inglaterra, el tejado del Taj Mahal y un arco iris sin lluvia cada atardecer.
Esa tormenta también pasó. La amiga que ya no era amiga se borró de mi mente. No la reconocería. Tengo más presente a la señora del termo. Si no fuera así, la tormenta hubiera quedado en el pecho para siempre...
Ahora es de noche y estoy durmiendo. Viajo hacia atrás, todavía más. El piso es enorme, en Recoleta. Era mi barrio de infancia y entonces no valía nada. Había una juguetería a la que ya no podía ir porque la policía había montado una ratonera y habían matado al hijo adolescente del juguetero. Era el año 1976. La tormenta estaba pasando y yo tenía cinco años. Tenía un camisón celeste y me despertaron rasguidos y ruidos extraños. Me levanté. Caminé por el enorme pasillo. Un piso en Recoleta, dirán. No sé qué hora de la noche era. Vi a mi madre con una amiga suya rompiendo cosas. Discos. Hacían un ruido seco, metálico, casi un disparo y ya había oído disparos. Libros. Tardaban más en romper los libros. Los fragmentos iban a bolsas y las bolsas al incinerador del edificio. Cuando me vieron me enviaron a dormir.
Libros. Pasaron dos años y no vivía en un piso en Recoleta. Éramos cuidadores de un techo sin herederos en Villa Urquiza. Un techo para un matrimonio sin ingresos con cuatro hijos. Si pasó la tormenta por ahí no me di cuenta. Leía Los tres mosqueteros en esa casa soleada y me reía de como Artagnan lleva a sus tres amigos y a los cuatro lacayos a tomar chocolate a lo de un cura gascón que lo invitó a merendar...los mosqueteros, mis amigos, no tenían comida ¡y eran los héroes! Y mientras pasaba páginas, absorta, mi madre me sacudía los hombros y me daba una taza de harina mezclada con agua. Mi almuerzo.
Hoy hay tormenta en Buenos Aires. Llueve mucho. Todo está húmedo, pero ya casi no siento la fractura de mi pierna. La tormenta pasa siempre. Creo que puedo decir que se puede vivir confiando en que pase, como dice Edmundo Dantés al final del Conde de Montecristo, "ESPERAR Y CONFIAR". Aunque creas, por un segundo, que te puede matar. Lo único errado es creer, estés donde estés, que por tu casa, tu pueblo, tu país, no va a pasar la tormenta.


sábado, 5 de mayo de 2018

La crítica del Dr. Jonson

Hoy fue una mañana fría y lluviosa, poco apropiada para la poesía, pero tenía una deuda, con ustedes y con el Dr. Jonson, al que le debía una botella de ginebra. Así que escribí un poema horrible, cosa que nunca lleva esfuerzo así que no me agradezcan. Simplemente se trataba de ver cómo funciona la mejor cabeza crítica de la Argentina.
No es un catedrático. No fue nunca a Filosofía y Letras. Simplemente es un pediatra jubilado, rezongón y borracho, con un hígado a prueba de bulones.
Sin embargo, es el mejor cerebro de la crítica contemporánea.
Su intuición es mágica, sólo con la ayuda de una ginebra, su cerebro puede diseñar un autor a medida del poema que se presente. Así cumplió el viejo anhelo de la crítica, lo llevo más lejos que nadie: Prescindir de los autores.
Escribi un poema por la mañana, y a las cinco de la tarde, me presenté en el bar de Lugano donde él cumple religiosamente horario.
Estaba sentado, cabizbajo. Sus dedos tocaban una taza de café frío. Todavía no cobró la jubilación, así que llego en el momento indicado. Hago una seña al mozo, que no necesita que le indique lo que quiero: una botella de ginebra marca Cañón.
Sirvo el vaso. Jonson se enciende. Parece un autómata cuyo mecanismo se acaba de accionar. Mira la hoja de papel. Toma un sorbo.
Lean el poema y así podrán valorar la magnífica crítica...

Oda terrible


Aciago día el de la ola terrible
que me tumbó abatiendo mis narices
con la ocre sal que rememora el nosocomio.

Micébiles estaban los borloros
y miserables estuvieron los bañeros
que confundieron mareo con ahogo.

Oh Artemisa casi perezco
Oh San Sulpicio, qué martirio
renacer entre la espuma cual Venus
debería ser más divertido.

Si al menos conociera a la griega
mitología el dorado bañero
si al menos hubiese sido Apolo,
¡conformista, le bastaba parecerlo!

No atreviéndose a ser piedra,
ni río ni lluvia de oro
no atreviéndose a ser hombre:
menos aún a convertirse en toro.

Estáis a punto de decirme
¡lo sé! que tal hubiera hecho Zeus
mas se trataba de Apolo.

Es igual confesad que es triste
el destino de una poeta
que fue salvada de las olas...

...sin consuelo sometida
a los azares de la enfermería
y presintiendo el Olimpo
confinada a la camilla.

Jonson leyó esto mismo que ustedes acaban de leer. ¿Tiene este poema algo especial? Es un poco ridiculo, pero nada más. Digno de esta mañana sin sol. Sin embargo él toma de su vaso, alza la vista y abre la boca para bostezar.Me da tiempo de alistar el grabador. Y declama con voz monocorde, clara y sin titubeos
“ Ah, ¡es una obra de juventud de la querida Ema Berdier! (1905-1999) Ema Berdier, la que fuera amante de Juan Fernandez, del servicio de patología del hospital Muñiz. Buen patólogo, bastante bueno, lástima que tomara tanto. Este poema habla claramente de una época de soledad de Ema, confinada en cama por un severo problema de laringe. En él hallamos la frustración, el lúgubre infierno de la insatisfacción, la situación social de la mujer, y la tortura hedónica del deseo, oposición dialéctica ésta que se simula en la aparente dulzura femenina. La dulzura femenina, acaso el único defecto de este poema, ha arruinado brillantes carreras literarias, de poetas que no hallaron nunca en diccionario alguno un sinónimo de la palabra ‘lánguida’. Nótese que Ema Berdier no la utiliza en ninguno de sus poemas, su dulzura es sólo simulada: bajo la apariencia de suavidad de los versos, late un corazón de valkiria, de hurí del paraíso de Mahoma ansiosa de formar un movimieento social, de filósofa que intenta liberarse de las cadenas de su belleza, de mujer sensual que no ignora que su destino final es el sacrificio y arremete con la fuerza de la rima, cuando lo que se rima son improperios.”
Dijo todo esto sin respirar, tomó el útimo trago del vaso y dejó caer la prodigiosa cabeza . Sirvo otro vaso. Levanta la cabeza, lleva el vaso a los labios y después de un prolongado y extático brindis consigo mismo y su portentoso cerebro, prosigue así:
“Analicemos el poema. A punto de ahogarse, la rescata un bañero ¿de qué la salva? La salva del mar, es decir, de la libertad. ¿Y qué es un bañero sino un hombre? Es decir que el bañero no la ha salvado, sino que le ha quitado la libertad. ¡Oh Artemisa! exclama la poeta, refiriéndose seguramente a aquella cazadora intrépida y virgen, tal vez la única feminista de todo el Olimpo. Y luego “Oh San Sulpicio”, en un distinto tono, demostrando cómo la burbuja hedónica del deseo siempre se deshace al aparecer la rigidez eclesiástica del internado de señorita donde vivió sus primeros años.
El brillante Apolo se esfuma y aparece en su lugar un vulgar bañero. Se desvanece el hechizo y viene el amargo reproche. “No atreviéndose a ser piedra, ni río ni lluvia de oro...”. Aquí la lírica helenística se nos muestra en todo su esplendor.
Ema A. Berdier es una de las tantas poetas que han sufrido el oprobio de la sociedad masculina. Lo digo porque conocí bien a Juan Fernandez, era buen patólogo, pero todo lo que tomaba era un oprobio. Por eso Ema empezó una larga relación con Victoria Sackville West. La conoció en ocasión de un viaje a Inglaterra. Ema quería ser como Rimbaud en su segunda etapa, cuando se dedicó al comercio, por eso quiso importar de Londres sales para damas, fue una incursión en el capitalismo demasiado poética. Ya por esa época las damas no se desmayaban, salvo las hipotensas y lo remediaban con sal de mesa. Conoció a Vicky Sackwille West, ella se desmayaba a menudo y Ema le daba sales, hasta que practicando otros métodos de reanimación, empezó un ardoroso amor, que termino cuando Virginia Woolf e lo tomó a mal. Sin embargo y como siempre ocurre, no sabemos si el amor se concretó o fue simplemente platónico, ejemplificando Vita, o Vicky, simplemente a la Artemisa del poema. En cambio lo del patótogo del Muñiz lo sé de posta, si hasta les presté la llave de mi departamento un montón de veces.
Ema Berdier fue una gran escritora que llegó a todo demasiado temprano o demasiado tarde, nunca a tiempo. Pudo ser un amor imposible de Borges, pero tomaba otro tranvía, pudo suicidarse el mismo año que Lugones, Alfonsina Storni y Horacio Quiroga, pero no tenía ganas, pudo hacer muchas cosas que no hizo. Los últimos años, (como Rimbaud en su segunda etapa), fue comerciante: atendía un lavadero en Villa Crespo. Hoy nos encargamos de darla a conocer, ya que su destino fue tal vez el más triste para una poeta. Aún hoy se sostiene que nunca escribió ella, sino Juan Fernandez.Ese a duras penas escribìa los informes de patología. Un caso entre los muchos de opresión machista en el mundo de las letras.”
Deslumbrante. Llevaba sombrero para la ocasión, me lo quité con respeto. Comprobé que mi grabador había cumplido resguardando sus grandes palabras, gracias a las cuales tenemos otra fascinante historia para la página literaria argentina, una nueva poeta maldita para nuestro panteón. Sólo costó una ginebra. Todavía quedaba para dos vasos, pero no tenía más poemas.
Pagué la cuenta y dejé a Jonson bebiendo con expresión de beatitud.

martes, 17 de abril de 2018

La muchacha y el cuervo

Fue en 1989. Yo, la muchacha del cuervo, tenía 19 años. Y un avanzado estado de gestación.
Trabajaba durante el día. Consejo del Menor y la Familia. Era difícil subir los dos pisos por escalera hasta la oficina, y abrir los pesados cajones de los antiguos ficheros.Era difícil cargar las pilas de legajos , o incluso subir hasta el quinto piso cuando me enviaban a buscar algún papel.
Era difícil.
Cuando llegaba a mi casa, después de un largo viaje en colectivo, ponía en un muy viejo tocadiscos a Tchaikovski. Y se me caían lágrimas, lágrimas buenas, de esas que curan.
Porque me había visitado el cuervo. Y su pico es hiriente y certero y frío como un bisturí.
Un cuervo sabe dónde herir con precisión, y puede hacerlo sólo con su codiciosa mirada.
Cuando te mira un cuervo, tu brillo se cubre de niebla, envolvente como el mirar del cuervo.
El Cuervo me dijo: Tu hija va estar mejor con un rico matrimonio que pueda darle todo.
Los Cuervos no entienden de Poesía. No entienden el Amor. No entienden la Vida. Todo para ellos debe ser dinero.
El Cuervo me mira con su impermeable gris.
Yo tengo las Cartas de Blaise Pascal en mi mochila de estudiante. Y mis ocho meses de gestación.
Me di media vuelta y estiré el brazo. Un colectivo 114, el Dragón justiciero de esta historia, frenó a mi lado. Subí, me senté y abrí el libro de Pascal.

martes, 10 de abril de 2018

Sueño en el palacio


Sueño en el palacio

Sueño el perfume de La Alhambra
En el arco de tu pecho
Tu boca es una puerta,
Tu aliento, un jardín perfumado
Bailan violetas en un lecho borracho
Estrellas mareadas, mirá, es la luna loca
Que tambalea en un cielo hecho de topacios
Tu pecho, el arco de La Alhambra
Y todas sus puertas son bocas tibias
Rosadas, dulces. Me besan como esclavas
Cada flor de cristal me  muerde los labios
Polvo de violetas baña tu espalda
Que abrazan mis piernas en medio del agua

Tan dulce es el beso de la espada
Que nadie creyera que al fin matara
Me besa furiosa y me deja exhausta

Y si no tuvieras furia y yo no desmayara
Pálida sobre el lecho, de mí misma raptada
Si en un sueño, vos mi dueño
Me vieras rosada y exánime
Y un dulce de mieles de vos se adueñara
Fuera de mí mi espíritu
Vagando difuso
En la danzas más  locas
En tu sueño confuso
Por jardines te llevara
A yacer entre flores y hiedra
No era sueño:
Te llevaba embriagada del beso divino
Besándote en el arco tenso de tu pecho
Cruzamos  puertas de plata 
Nos abrazamos en lechos de hiedra
Con jazmines y ámbar
Con la piel blanca de la luna
Reflejada en un lago de nácar

El perfume de tu beso me llevó embriagada
A las puertas de la Alhambra

viernes, 23 de marzo de 2018

Claudia De Bella, la escritora, la traductora, la mujer y la amiga

Querida Claudia, te fuiste esta madrugada.
Te recuerdo, siempre tan valiente (su sello era una valentía visible pero muy, muy discreta), en las oficinas de una editorial que no vale la pena recordar. Con esa valentía visible y discreta, hiciste frente a esos editores perfectamente míseros en sus almas. Claudia, un alma fuerte.
Escribías, y hacías de la traducción otro estilo de tu escritura. Eras entre tantos talentos, profesora de inglés y hasta te animabas a la artesanía. Acá junto a mi escritorio tengo un porta lápices que me regalaste, hecho con tus manos y tu ingenio, con piezas de deshecho de computación. Hace ya varios años, y lo tengo aquí, a mi lado.
Luchadora, y con tu valor discreto, me hablabas desde el hospital cuando te hicieron tu trasplante de riñón, que esperaste tanto tiempo. La larga lucha de Claudia por su salud es una novela que seguramente contiene sentimientos complejos que, por su brevisima seriedad al hablar del tema, yo no conozco y no puedo escribir.
Ella me hizo el honor de traducir al inglés un cuento de mi autoria, La amada inmóvil.
Pero más bien me hizo con el honor de su amistad, de su respeto y consideración por mi persona. Me hizo un bien, repito, porque ella era especial, muy especial, y te evaluaba con calma antes de decidir si ibas a entrar en su vida.
Te extraño, Claudia.

viernes, 2 de marzo de 2018

SUEÑO


SUEÑO DEL ALBA

Acuérdate de esas noches
Amor que he tenido
Y perdido en el alba
Las sombras de nuestras voces
Del llanto y del goce
Por él amadas
Por este mi caro sueño
Yo me uní contigo
En la tierra y las aguas
Tú sabes que yo no miento
Si digo que soñé esa noche
Que un sueño me amara
Tus manos que me han dejado
La marca del hombre
Que ayer me dejara
Mi llanto que ayer muriera
Cuando entre tus brazos
Se iba mi alma
Acuérdate que esa noche
Yo cante este sueño
Que perdí en el alba
Únete a mí en el sueño
Pues a tu vida toda yo la soñara
Deja que muera el sueño
Que yo haré entre mis versos
La prisión del hombre
Que yo soñara

Si es que él lleva tu nombre
Tú no puedes saberlo pues eres sueño
Que ayer soñara


miércoles, 17 de enero de 2018

Esos libreros

Ahora las rejas llevaron al último sueño ese pequeño negocio que hubo cumplido décadas. Ahora los carteles (geométricamente cortados y prolijamente escritos) que rezan CIERRE DEFINITIVO,  me dejan el amargo sabor que surge de la constatación de que todo pasa. Aunque últimamente, hay que decirlo, en Buenos Aires las persianas cerradas de los negocios empiezan a ser normales.
Los libreros, los llamábamos en el barrio, pero no vendían libros, sino papeles. Cantidades y cantidades de papeles y cartones de los colores del arco iris y varios más. Lápices de punta afilada y gomas de borrar. Cuadernos de todos los tamaños, como uno rosa en el que todavía tomo notas. Y estampas y estampitas.
Sí, eran muy católicos. Imprimían todo tipo de estampas,y recuerdos de bautismo y tenían oraciones en cartón pintadas sobre fondos de atardeceres por todos los rincones de la librería.
El señor era encuadernador de oficio. Sólo a él confiaba yo mis libros de historia para hacer fotocopiar, porque sabía que cuidaría delicadamente los lomos vetustos.
La señora era seria, con pequeños anteojos y pelo corto, caminaba discretamente por la librería resolviendo situaciones pequeñas que se solían presentar. La fotocopia de un documento roto. La selección que un niño hace de un color para sus carpetas. Un timbre insistente.
Ella era una señora encantadora.
Ahora no están o están escondidos, afilando lápices y pintando sus paredes de todos colores, los del arco iris y algunos más.

miércoles, 10 de enero de 2018

El Fénix

AVE FÉNIX

         Muere entre llamas, pero quinientos años más tarde, renace de sus mismas cenizas. Este milagro de la vida parece un águila enorme, más esbelta, de plumaje dorado y rojo. Se alimentaba de aire y rocío. Sus lagrimas curaban las heridas y aliviaban la congoja.
 El Fénix tiene su origen en el Antiguo Egipto, donde el ave llamada Bennu fue, cuenta la leyenda, la primera que se posó en la colina primigenia que se había originado del cieno. Éste ave personificaba al Sol. Los antiguos griegos la llamaron Phoinix o Fénix y la veneraban, creyendo en su aparición cada quinientos años. El fénix se nutre de rocío, y su pureza es ajena a los trabajos y las penurias de la tierra. Así lo explica una leyenda judía, que la señala como el único ave que no fue tentado por Eva a comer el fruto prohibido. Esa tentación no la resistieron los demás animales, por eso el fénix, llamado Milchan en la tradición hebrea, recibió la bendición de no morir, y una ciudad fortificada donde permanecer durante mil años sin ser molestado, renovándose cada milenio transcurrido.
“Solo viene a Egipto cada quinientos años, a saber cuando fallece su padre-nos cuenta Herodoto- Si en su tamaño y conformación es tal como nos la describen, su mole y figura son como las del águila y sus plumas en parte doradas, en parte rojas. Son tales los prodigios que de ella se cuentan, que aunque no les dé fe, no omitiré su narración. Para trasladar el cadáver de su padre desde Arabia hasta el Templo del Sol, se vale de la siguiente maniobra: Forma ante todo un huevo sólido de mirra, tan grande como puedan cargar sus fuerzas,  probando su peso mientras lo forma para ver si es con ellas compatible, va después vaciándolo hasta abrir un hueco donde pueda encerrar el cadáver de su progenitor, el que yacerá con una porción de mirra adecuada al hueco, hasta que el peso del huevo preñado con el cadáver iguale al que tenía, cierra la abertura después, carga con su huevo y lo lleva al Templo del Sol en Egipto.”
         El método con el cual el Fénix se regenera, para ejemplificar la eternidad y el ciclo de la vida, sufrió modificaciones según quien lo relatara, para Herodoto, lo hace mediante un huevo, para Plinio, nace de un gusano, pero el poeta Claudiano escribió el poema que le daría su definición para siempre: El fénix renace de sus propias cenizas. La fuerza poética de esa imagen, el bello pájaro feneciendo y naciendo nuevamente de sus cenizas, es tal vez la que lo convirtió en uno de los símbolos más poderosos, incluso en el día de hoy, donde todavía es corriente leer “renació como un fénix”.
         Una versión de la muerte y la resurrección del Fénix es la que lo lleva a morir en una alta montaña de Arabia, donde construye un nido de sándalo y otras maderas aromáticas. Se echa sobre él, abre sus magníficas alas y entonces la luz del sol lo consume junto con su nido, mientras canta su más bella canción. Pero de entre los restos de su nido nace un huevo, que el calor del sol empolla y así nace nuevamente el Fénix, alimentado por los rayos solares. El pájaro de luz recoge las cenizas de su padre y vuela hacia Egipto, donde las esparce sobre el templo de Osiris.
          Sobre la duración de sus ciclos hubo quien habló hasta de doce mil años. La creencia común entre los latinos era que renacía cada quinientos años.
         Durante el reinado del emperador romano Claudio se difundió la captura de un fénix en Egipto, que fue trasladado a Roma y que Claudio mandó exponer, pero nadie lo tomó demasiado en serio.

 Heine lo recrea como mensajero de amor:
“Pasó un ave volando hacia el ocaso
volando hacia el Oriente, volando hacia los límites remotos...
...Al pie del mástil del velero buque
inmóvil sobre el puente
escuchaba feliz el canto del peregrino fénix”

LA MUJER QUE BUSCABA EL FÉNIX

 Era una choza humilde, y en un lecho yacía un hombre. El hombre era anciano y deliraba por la fiebre. Junto al lecho estaba su hija. Se llamaba Amra y había comprendido que solo una cosa quedaba por hacer.
-Resiste-murmuró al oído de su padre.
Y se marchó.

Caminando llegó muy lejos, tan lejos, pero no lo suficientemente lejos. Entonces contó su historia a un labrador. El labrador se conmovió y le dio un caballo. Con el caballo llegó lejos, muy lejos, pero no lo suficiente. Cabalgó hasta un río y a orillas del río el caballo se cayó, echando espuma por la boca. Entonces la mujer contó su historia al barquero. El barquero se conmovió y le prestó un bote. Con el bote llegó muy lejos remontando el río. Buscaba la montaña.
-La montaña está tras el bosque y tras el desierto- Le dijo un viajero. Ella le contó su historia y el viajero la acompañó por el bosque oscuro, partiendo su pan con ella.
Llegó al desierto donde el viajero se despidió. Era lejos, pero no lo suficientemente lejos. Caminó por las arenas hasta que creyó morir. Entonces vio una polvareda levantarse en el horizonte. Era una caravana de mercaderes que pronto llegó hasta ella.
Los mercaderes escucharon la historia de sus labios secos. Era hombres rudos, pero el jefe de ellos se conmovió. Le cedieron un camello y una parte de su agua.
Así la mujer cruzó el desierto.
 Tras el desierto se levantaba la montaña. Cuando Amra la vio, sus ojos estaban secos. Venía en búsqueda de lágrimas. Las lágrimas del ave dorada, hija del sol, que podrían curar a su padre.
 Al pie de la montaña, la mujer dijo su oración, antigua como el mundo.
“Te he conocido, te he visto de lejos. Ave que vuelas sobre el cielo y que traes luz en la tierra. Hija del Sol.
         “La noche te guarda y el día eres tú.
         “Te elevas sobre el polvo, porque conoces los más íntimos secretos de la tierra, manantial de vida. Renaces porque eres el germen de toda vida. Dame tus lágrimas para mi padre.”

El anciano dormía y gemía. Despertó y llamó a su hija. Pero ella no le contestó. Se creyó abandonado.

“Dame tus lágrimas, hijo del sol. Con ellas curaré mi padre”-susurraba la mujer al pie de la montaña. Aguardó horas bajo el sol y horas bajo la luna hasta que vio una claridad anaranjada. Las alas del ave Fénix que llegaba. Dejó caer la lluvia dorada sobre ella, que la recogió en un cuenco de barro. Pronto se vio cubierto el cuenco de las lágrimas que tanto habían costado.
El Fénix extendió su cuello iridiscente, su pico de oro y fuego apresó los harapos de la mujer. Con ella se elevó en el aire y como una exhalación cruzaron el desierto y el bosque y vieron el río desde el cielo. Como un viento llegaron al pueblo.

En el lecho el anciano ya no se quejaba. Dormía ese sueño que precede a la muerte. Una luz naranja entró en la cabaña y dibujó luces en su rostro dormido y cansado. Una sombra conocida se acercó y se inclinó sobre él. Entonces las lágrimas frescas y doradas cayeron sobre su frente y sus labios secos, y la voz de su hija le dio la bienvenida nuevamente a la vida. El hombre despertó y se sintió fuerte y sano. Y llegó a ver al ave Fénix desplegar sus alas y volar hacia el Sol.