jueves, 26 de enero de 2012

RUBIA DE ALMA

Como Huckleberry Finn decìa que su amigo el negro Jim era “blanco de alma”, yo creí, alentada por la humanidad desde muy chica, que a pesar de ser morena e inteligente, atributos de intelectual en los castings hollywoodenses, yo era rubia y tonta de alma. Es así. Sé que no soy rubia, pero merezco ser rubia. Sé que las rubias no son tontas, pero, ahora, partiendo de que soy rubia; nos merecemos ser tontas. Nos merecemos la piedad de una visión tonta de la vida. Pensaría menos pensamientos sin reconocimiento y mal pagos. Nos merecemos que nos crean, también las rubias, que de verdad estudiamos geopolítica y por eso publicamos nuestro análisis de la batalla de la Vuelta de Obligado, y que de verdad somos poetas líricas pero como no nos dan, no me dan ese reconocimiento, aquí estoy, ejerciendo a veces de humorista. Nunca me esforcé en aprender técnicas para ser humorista, aprendí a serlo atendiendo el teléfono. Para atender a Pérez-Reverte o al Doctor Troncoso Rodríguez hay que entender de absurdos. Uno me conocía, el otro no. Pero los dos me confirmaron lo que ya sabía: accidentalmente era morena e inteligente. pero idealmente, en mi esencia platónica, era rubia y era tonta.
Hablemos sólo de Troncoso Rodríguez.
Pasé todo el verano del 2005 despertando cada mañana de mis pocas horas de sueño atendiendo adormilada el teléfono, escuchando temerosa una voz estridente que gritaba ¿DOÑA PAUUULA RUUUUGERI? Habla el doctor Troncoso desde Londres.
Londres. El Doctor Troncoso presidía la SOCIEDAD PLANETARIA DE AMIGOS DEL ESCRITOR CLÁSICO y se comunicó conmigo por el trabajo que yo había realizado, en la Biblioteca Nacional, con la colección perdida del reconocido y fallecido autor Jorge Luis Lugones. No quiero más problemas, así que casi todos los nombres de la narración son ficticios y lo que relato también. En principio, se realizó en Londres en el 2004 una subasta de libros y objetos de Jorge Luis, de los cuales, se decía, unos pertenecían a la Biblioteca Nacional. Mi primer llamado del doctor Troncoso lo recibí para pedirme que fuera perito en el proceso judicial iniciado al librero que vendía uno de los libros.
Me confundió mucho. En la Biblioteca Nacional no habían querido ingresar los libros anotados por Jorge Luis porque la investigación la había hecho yo y yo era rubia y tonta. ¿Este hombre pensaba sin verme que era morena e inteligente?
Bueno, era genial. Viajaba a Londres, en el viaje un brebaje de la azafata me volvía inteligente, periciaba el libro rodeada de expertos y con lupa (me imaginaba las miradas lujuriosas de los expertos cuando me inclinaba sobre el libro, otro fruto de mi mente rubia y tonta) y justo, justo esa semana, ¡tocaba Paul en Londres! Pero me tuve que negar. Yo no conocía el ejemplar en cuestión y hubiera sido irresponsable mi actuación en el caso. Punto…pero no final. El doctor Troncoso se aficionó a llamarme.
—La Sociedad compró una casa, antigua, al lado del monasterio donde vivieron Chopin y George Sand…
—Una casa donde vivió Antonio Machado…
—Y donde se alojó Jorge Luis de joven…
—En un lugar llamado Valdemosa…
Cada mañana de ese verano me habló de la casa. Ya me había hablado de la subasta durante la primavera y me había enviado el catálogo de Bloomsbury por correo. Ahora me mandó un ramo de rosas amarillas con una cinta roja. Troncoso era español.
—Y queremos hacer una biblioteca, mucha gente importante está poniendo dinero…
Ya estábamos casi a fin de enero.
—Y yo quisiera que usted venga a vivir a Valdemosa con sus hijos y forme la biblioteca. ¿Me escucha bien Doña Pauuula?
Si. Lo había escuchado, yo estaba sin trabajo, por rubia y tonta… De golpe todo me parecía increíble y cruel. ¿Y mis afectos? ¿Y mi pareja?
Me mandó fotos de la casa y de Valdemosa a mi e-mail.
Y ya no mandaba rosas. Raudo, me mandó una tarjeta de crédito a mi nombre.
Empecé a despertarme. Busqué información sobre Valdemosa.
¿Qué tiene que ver el estudio de Jorge Luis Lugones con supongamos, el tráfico de personas? No lo sé, ni lo quise averiguar. Mientras, decidí que todo eso estaba algo podrido y mandé a Troncoso a conseguirse cocaína de mejor calidad.
Hace poco, en mayo pasado, me fracturé una pierna. Le dije a mi marido que pusiera en venta el catálogo de Bloomsbury dedicado por Troncoso en Mercado Libre y un libro repetido de Reverte con una dedicatoria apurada, “a la novia de Artagnan”. No mezclo a los dos personajes. Uno es un canalla (Troncoso) y otro un escritor que admiré en demasía y del que me distancié. Sigo guardando sus libros dedicados a Paula. Pero pensé que la venta, ya que no podía trabajar por el accidente sufrido, me podía servir.
Puse en venta las dos cosas. Con el catálogo me compré una bata lila (le especifiquè claramente a mi marido que la quería lila, que combina mejor con mi alma rubia) y el dvd original de Legalmente Rubia. Con el libro de Reverte mi marido me compró una buclera (¿qué hace una rubia sin bucles?) y el dvd original de Legalmente Rubia 2.
Mientras, la Biblioteca Nacional expuso la colección Borges iniciada por mí. Pero además de rubia y tonta, tenía la pierna en una bota Walker y sólo me movía por la casa, con muletas, con una bata lila y bucles imaginariamente rubios…

jueves, 5 de enero de 2012

MI PEQUEÑA ALDEA GALA

Camino desde la gran avenida, que en realidad es una avenida de barrio, con comercios atendidos por sus dueños, muchas veces amables, otras quejosos, humanos que no necesitan que los humanicen. Prefiero que se quejen del calor, de los impuestos, del gato de la vecina o que me elogien el azul de la remera, el color de ojos, la cartera vieja, a que me digan como el vendedor trajeado dela inmensa empresa de medicina que visité ayer: Un hijo te cuesta ..y con la calculadora me dice...y luego otro hijo te cuesta...y vos decís que con estas personas quién quiere androides. Como decía, comercios de barrio, y yo caminé esta mañana las cinco cuadras que me separan del gran shoping pueblerino con el ambicioso objeto de hacerme con una cortina para la ducha. Todo son gracias y felíz año y camino contestando saludos. Tomo la calle soleada que me devolverá a mi casa. Veo la rotisería de siempre y aunque es difícil que me anime a comprarles con el olor a aceite quemado que se siente a lo lejos, igual me gusta mirarla. Es la casa de comidas fantasma. Comida hay, sino no habría olor a aceite. Pero en las mesas de fórmica, con manteles de papel y sillas de caño laqueado gastadas, nunca , nunca en cinco años vi a nadie comiendo. Pero ellos siempre, siempre cocinan,y pienso en esos comensales que tal vez espían desde la esquina, esperando que yo me aleje, para entrar. En la otra esquina en diagonal, veo que la zapateria del Mago del Calzado está cerrada. Durante un tiempo, el Mago del Calzado, un señor paraguayo muy culto, y yo, hicimos un canje benficioso para los dos: él me arreglaba zapatos, yo le pagaba con libros. Entre otros le pagué los tacos de unas botas con El crimen de la guerra de Juan Bautista Alberdi, el manifiesto del prócer argentino contra la criminal guerra del Paraguay en que intervino como invasor la Argentina además de Brasil. Una guerra de la que aún la tradición oral de las madres paraguayas cuenta historias terribles. Pero a mí se me terminaron los zapatos por arreglar y los libros que a Elvio podían interesarle y hace tiempo que no lo veo.

En esa esquina hay una avenida rápida y peligrosa, que autos y colectivos cruzan a gran velocidad y el humor del semáforo es cambiante.
Entonces me encuentro con mi primera ancianita

Es tan baja que casi no sobrepasa mi cintura. Es flaquita, parece muy anciana y muy viva. Me dice que se anima a cruzar cuando lo haga yo y me limito a darle el brazo. Mientras cruzamos me cuenta que fue a buscar chocolate, pero por el calor no había, que se quedó sin chocolate y que es hija de vascos-Por eso soy terca-concluye y concluye el peligroso paso por la temida avenida inquietante para mi, para ella un monstruo como un río con cocodrilos. "Muchas gracias..."y me alejo porque camino más rápido.

Entonces veo a la persona más deliciosa del barrio.

Tiene casi noventa años, alta y flaca. La primera vez que la vi tenía una bata acolchada verde. Era otoño y la calle estaba cubierta de hojas de árbol marrones. Señora, me llamó desde detrás de una reja. Estaba descalza y trepada a la ultima rendija de la reja, tenia el cabello largo y blanco suelto y lo sacudía el viento.-Señora-me gritó con voz en la que temblaba la indignación. "¿cuando va venir el intendente a sacar las hojas?" No me acuerdo que le dije. Gracias, recuerdo, me dijo compungida. "Las hojas ensucian todo".


Hoy estaba con un largo camisón blanco bordado tal vez hace décadas, con los pies descalzos doblados sobre la reja, las manos abrazando los barrotes y el pelo largo y blanco de siempre.
Señorita, gritó alborozada- qué lindo sombrerito.
Gracias, le dije. Llevo un sombrero de rafia porque el sol de Buenos Aires se ensaña con quienes pisan sus baldosas. "Es hermoss...", la oigo gritar a lo lejos...
Dos cuadras. Paso sin sobresaltos por el instituto de música,donde oigo tronar una bateria, por un taller mecánico, por una vidriería donde un hombre me pregunta ociosamente si tengo calor y por fin llegó a mi lugar favorito.
La esquina de casa.


En la pizzería Chaplin, Beto, que dejó la amargura con que lo retraté hace tiempo por un buen ánimo creciente desde que vende helado con la pizza, me sirve un vaso de agua fría. La cocinera está sentada en la calle tomando mate.
Y ahora entro en mi casa.Abro la bolsa de la cortina de baño. Es chica. No me sirve ¿pero me tiene que importar?
Fue otra mañana apacible en mi pueblecito galo particular.