viernes, 18 de noviembre de 2016

Mi escritorio

Recuerdo que en sus escritos de humor Borges y su amigo Bioy Casares parodiaban con mucho estilo a un escritor tan vanidoso, que describía obsesivamente el mueble que le servía de escritorio, desde el pisapapeles hasta los ángulos del mueble. Yo no haré otro tanto, pero si me gusta compartir con ustedes, cómo es el lugar desde dónde les escribo. Al fin, cada posteo pasó de ser el mensaje en la botella que era hace unos años, a ser una carta de la que, más o menos, conozco a los destinatarios.
Mi escritorio es un entrepiso de madera en una casa añeja y sus paredes reflejan un caos ordenado de gustos e intereses.
El hermoso rostro de Dickens mira un ángulo secreto del cuarto, y junto a él otra fotografía, original y con firma autógrafa, muestra al eterno joven Alexandre Dumas trabajando.
A la izquierda, dos láminas enmarcadas muestran el avance austríaco sobre Italia.
Abajo un retrato realizado por mi hija Daniela Ruggeri me muestra amamantando. Recuerdo que la amamantaba en clases de filosofía, a mis 19 años. Ahora ella es profesora universitaria y me explica cosas y se explaya sobre temas, con una enorme claridad, desconocidos para mí.
¿Hablar de trabajo no es hablar de la vida? En mi caso ,sí. Sería fatuo decir que vivo de contar historias, por qué no es cierto, sólo respiro el contar historias. Sólo soy la historiadora de mi propia vida, y luego, de las vidas que pasan, como ráfagas, junto a mí.
Tengo una gran plancha de corcho: allí en notas apuradas están las escenas faltantes de esa novela, o las fechas históricas que aún no revisé de tal publicación vieja.
También e-mails de amigos que me han emocionado.
A la derecha, un hermoso dibujo de Roberto Fontanarrosa, llegado a mí por extraños senderos. Mi best seller favorito me lo obsequió en 1998..."Que no se entere Roberto", me pidió. Roberto ya no se va a enterar. El cuadro se llama La Guitarra", y es singularmente bello.
La notebook en que tecleo es negra, veloz, y está apoyada en una mesa de estilo inglés, de patas finas pero firmes, y con dos pequeños cajones dónde guardo documentos. Un cubertero antiguo oficia de mesita para la impresora.
Una lámpara de pie da una luz amarilla cuando cae el sol, como ahora.
Por último, desde una lámina traída de La Habana en uno de esos hermosos golpes de suerte, Eunice le declara su amor a un emotivo Petronio,
 Para recordarme, si hiciera falta, que es lo que realmente importa.