miércoles, 28 de enero de 2009

¿Estás buscando un millonario?

Recuerdo haber visto hace muchos años una película llamada “Cómo casar un millonario” o algo así. Trabajaban Lauren Bacall, Marilyn Monroe y Betty Grable. La vi cuando tenía quince años y una notable experiencia de la vida. Para decirlo con pocas palabras: la vida ya me hacía callos a tan tierna edad y sabía perfectamente donde estaba lleno, literalmente lleno, de millonarios generosos y tal vez casaderos.
Así que miré la película con una mezcla de suficiencia y compasión por las peripecias de las protagonistas, ignorantes de que lo único que tenían que hacer para atraer millonarios era sentarse a leer en el Jardín Botánico.
La primera vez tenía catorce años y trataba de leer una biografía de Schubert. Ningún lugar mejor que el Botánico: oasis rumoroso, umbrío, celestial y lleno de gatos en medio de la selva de cemento. Me senté en un banco y a los dos minutos se sentó un viejo. Nada en su aspecto denotaba al millonario, pero la excentricidad en el vestuario de esos raros seres es conocida y los más reconocidos expertos en la materia aseguran haber visto millonarios vestidos como mendigos en King Cross sólo para tener las fuertes sensaciones que les niega el insano tedio de estar llenos de plata.
Éste del que les hablo era un hombre de entre setenta y cinco y ochenta años, con sombrero y bastón. Rápidamente me saludó, me preguntó qué leía y, sin esperar respuesta, me contó que tenía una refinería de petróleo, un convenio con la Shell, una casa de diecisiete habitaciones y que necesitaba cariño.
"¡Pobre hombre!”, pensé y le dediqué una compasiva sonrisa. Luego traté de seguir leyendo.
Pero era inútil. Los millonarios son muy extraños, les encanta enumerar tristemente sus riquezas sin comprender que la compasión de los pobres es limitada. Siguió enumerando sus posesiones y su falta de cariño. Tal vez piensen que yo era ingenua, pero no: si todo eso lo hubiera acompañado con un gestito de idea, yo hubiera considerado que era un viejo cínico, pero no hubo ningún gestito de idea, sólo una mirada de Leopardi degollado que partía el corazón. Mientras hablaba de sus acciones en distintas compañías, mencionaba como quien lamenta hacerlo su falta de amor, su necesidad desesperada de una mujer desinteresada que quisiera vivir en una de sus diecisiete habitaciones, hasta que la piedad que sentía fue tan insoportable que me levanté y me fui a otro banco.
Pero es inútil: leer en el Botánico es imposible. El fino gusto de los millonarios los atrae irresistiblemente allí y son incapaces de callarse la bocota. Así como los gatos van a buscar la comida de las viejas del barrio y los mendigos piden monedas en el centro, el Botánico es el lugar donde los millonarios mendigan AMOR. A una no le queda más que establecer su escala de prioridades y elegir una tabla de valores para su escasa compasión: primero los mendigos, después los gatos y por último los millonarios. Y desde que dejé mi etapa borderline, a los dieciocho años, nunca más fui a leer al Botánico. Me busqué un bar de Puente Pacífico lo suficientemente ruinoso y sucio para garantizar que la nariz delicada de los millonarios no se asomaran por ahí.
Pero una nunca está a salvo de ellos. Mi último encuentro con un millonario fue en noviembre pasado y en un lugar sorprendente.
Barrio del Once.
Colectivo 26, repleto. Gente transpirada. Un viejo estaba sentado, me mira con expresión tan lasciva que pienso que está en coma. Se levanta y me da el asiento (¿no estaba en coma?).
Había varias viejas decrépitas colgadas de los caños, pero no, me lo da a mí. Ya conozco la situación: si le cedo el asiento que él me da, de puro langa, a una vieja, me va a matar. Así que me siento, pero le pregunté si iba a bajar.
Me dijo que se bajaba pero no se bajó, y al fin, veinte minutos después, me da una tarjeta y me dice: Te llamo.
Mi apreciación de que era un viejo langa estaba firmemente errada.
La tarjeta dice "Magoya Company" y tiene un nombre: Joseph Magoya, President y un número y un teléfono adónde él me va a llamar y no me va a encontrar.
Guardé la tarjeta. Medio colectivo 26 me miró con reprobación.
Pero no me importa. De ahora en más, no volveré a tirar la tarjeta de un millonario, puede que me contrate Forbes. Mi olfato para los millonarios es único. Siempre supe dónde encontrar millonarios, siempre. Me pregunto si Forbes sabrá cuántos millonarios poderosos toman el 26. Mientras, me dicen vanidosa. ¿Pero qué quieren que haga? Me echaron a perder, no es mi culpa.

sábado, 10 de enero de 2009

Quiero ser del montón

Quiero ser del montón que escribe blogs para buscar novio. Así que voy a contar como hago yo para buscar novio, pero siguiendo las enseñanzas de la Tía María, porque a pesar de que quiero ser del montón, del montón de esta ciudad de depravados sexuales que compran los libros de Rampolla para que ella les explique la verdad de la cosa ( a su edad, por favor, atragantándose con el latex), yo siempre prefiero a la Tía María y sus sabios consejos, transmitidos valientemente a través de las generaciones gracias a un libro de Garnier Hermanos, París, 1908, "Margarita a los 20 años".
Siguiendo los pasos de la casquivana Margarita, fui ayer mismo a la noche al puerto a buscar un novio, como todas las blogers que han triunfado en la vida y que no tienen novio. Pero con un toque de elegancia. Este es mi primer relato de como salí a buscar novio y fracasé. No sé si lograré fracasar durante 365 días, así que no sé si van publicar este blog, pero creo que con los consejos de las ediciones de Garnier ( la versión de Alejandra Rampolla de 1908), lo voy a conseguir. Acá va.
Puerto de Buenos Aires, doce de la noche.Yo misma.
Calor, pero viento.¿Anuncio de la pasión que me esperaba? ¿En una cantina, un velero británico, un contenedor de granos del puerto?Yo sólo sé que en la cartera aferraba las tapas rojas de Margarita, mi libro salvador, el que me enseñó a comportarme con los hombres. El viento ululaba una canción de tristeza infinita. Asomaba la cabeza en todas las tabernas, buscando un hombre ¡un novio!¿no lo aclaré suficientemente?¿Qué clase de blog fracasado es este, que nunca les dije que no consigo novio? .
Sigo.Yo caminaba, pateando latas, cuando de una taberna salen cinco hombres. Caminan erguidos, por lo cual yo adopto la táctica infalible, la misma que usa Margarita en la edición de Garnier y se levanta al mismísimo capitan del barco, así que tiene que servir. Mis ojos velados, de gacela, lanzan una rápida mirada de reojo (a), luego me sonrojo (b), luego sonrío brevemente y avergonzada (c), luego dejo escapar una risita (d), y por último me alzo la falda y corro (e).
Corrí hasta la esquina y me detuve jadeante (f), mientras dirigía miradas aterrorizadas a los cinco hombres que se me acercaban (g). Cuando estuvieron a mi altura me persigné (h) y cerré los ojos (i), mientras mi pecho subía y bajaba bajo la blusa (j).
Luego abrí los ojos y noté con horror que habían seguido de largo. Maldije en hebreo y en genovés. Se me había aguado la fiesta. Yo era demasiado fina para esos brutos. Por supuesto, también podía bailar la danza del vientre en una esquina o hacer de predicadora sobre la mesa de una taberna, con mi Ananga-ranga de bolsillo que llevo en la cartera junto a "Margarita", al Libro de Mormón y a la Revista Atalaya. Pero yo soy sutil y refinada.
Les prometo que voy a seguir intentando conseguir novio y que voy a poner esmero en fracasar adecuadamente.
Si tienen algún consejo, será bienvenido. Pero recuerden que tiene que ser digno de una edición de Garnier.Me tiene que ir siempre mal, sí o sí o no publicaran nunca este blog. La culpa es de Nabokov, que dijo que odiaba los finales felices y los editores consultan a Nabokov para todo. Se los digo de posta. Reciben un manuscrito y lo primero que hacen es consultar las Leccciones de literatura del autor de Lolita. Aplican el test Nabokov a todo.
Test Nabokov
1¿Se puede hacer un mapa con esto?
2¿Se le pueden agregar comas y puntos?
3 Despliegan el mapa de Dublín. Si no les sirve para un carajo, entonces el autor no se parece a Joyce y no lo publican.
Palabra de indio.

lunes, 5 de enero de 2009

Rafael, mi amigo y la guitarra de George

Escucho a Harrison, esta noche de reyes, a su guitarra que llora tan dulcemente, mientras no sabe por qué... Y busco algo para ustedes, algo para compartir. La voz de Harrison es dulce como la de un pájaro herido por una flecha amante. Busco, reviso archivos. Y encuentro esta carta. Esta carta que escribí hace dos años y un día exactos, unos días después de la partida de mi amigo Rafael. Recuerdo que pensaba las palabras, caminando bajo la lluvia, perdida. El viento me golpeaba el rostro, tormenta de verano, y Rafael no estaba, como si esa tormenta lo hubiera arrebatado. Yo quería escribir sobre él y no podía. Pero lo hice. Lo que escribí no es un retrato. Es un relámpago que apenas muestra su rostro, el que yo conocí. Y esto es lo que quiero compartir con ustedes, la voz potente de Rafael que oi entre ráfagas de viento patagónico, mientras lloro suavemente, como la guitarra de George que me acompaña esta noche de enero.

RAFAEL PINEDO, mi amigo

Oscar Wilde decía que desde el punto de vista del sentimiento, el modelo de todas las artes era la profesión de actor. No dijo nada tan hermoso del oficio de escritor, seguramente porque su cortesía le impedía poner como modelo el arte que él mismo practicaba. Rafael Pinedo podía ser un artista desde el punto de vista del sentimiento, y ser escritor. A todo esto le sumaba una pasión y un talento para la ciencia exacta poco usuales. Son tres logros increíbles para una sola persona, y los tres reflejan una voluntad indoblegable, una inteligencia poco usual y una sensibilidad exquisita.
El sentido del humor de Rafael deslumbraba. Una podía estar sentada en uno de esos eventos imposibles a los que hay que ir , como buena escritora, tal vez un poco cansada o amargada (preséntenme al escritor que cree estar donde debe estar), y escuchar, potente como una ráfaga de viento, la voz de Rafael haciendo una broma. Su capacidad para cambiar el ánimo de los otros con una simple broma o una apreciación sincera era únicamente suya, no he conocido ninguna otra persona con ese raro don. Tenía ese humor que es privilegio del inteligente y del sensible.
Sus libros expresaban una visión del género humano descarnada y dura. Su luz personal la desmentía completamente. Esa es una contradicción maravillosa. Tenía esa visión descarnada, porque su vista iba lejos y profundo, y su sensibilidad era mucha. Su rara lucidez no le restaba nada a su ser cálido y cariñoso.
Era un caballero. Nuestra estupidez social vació de sentido esa palabra, pero todas las mujeres inteligentes saben de qué les hablo. No esa caballerosidad falsa hecha de gestos establecidos y sin sentido, que suelen usar los hipócritas, sino una caballerosidad auténtica, hecha de gestos lindos y cariño sencillo sin más fin que sí mismo.
Tenía un humor muy lúdico, y una rara clase de histrionismo: la que no proviene de la egolatría sino de la generosidad. Él nos brindaba sus bromas y sus actuaciones espontáneos.
Se ponía muy serio cuando hablaba de “Mi Chica” La mirada elocuente de sus ojos pardos se bañaba de una ternura que conmovía. No tuve la suerte de conocer a la Chica de Rafael. Una mujer de la que se enamore alguien como él debe ser, sin dudas, maravillosa.
Tengo razones muy personales para estar admirada del valor con el que Rafael enfrentó la enfermedad que lo llevó joven a la muerte, razones que si puedo, algún día contaré a la Chica. Sepan tan sólo que los gestos valientes no deben sorprender de alguien que puede desarrollarse en dos artes y una ciencia. Es algo propio de un hombre extraordinario.
Yo no tengo miedo de decir que mientras escribo esto mis ojos se llenan de lágrimas. Cualquiera que lo conociera y no fuera un imbécil sabe que es un raro privilegio haberlo tratado. Yo tuve esa suerte. Intenté, con pocas palabras, compartir ese privilegio con ustedes.