domingo, 2 de octubre de 2016

La tormenta pasa




La tormenta pasa. A veces crees que no pasará nunca. A veces, un solo segundo, pensarás que te matara. Puede ser cuando balearon tu calle y acostaste a tus hijos en el piso y vos encima de ellos, porque estás en el primer piso, las recortadas disparan plomo hacia arriba y esos ventanales que tanto amaste ahora son el enemigo…¿importa cuándo? ¿hay que vivir en un lugar muy raro o exótico para que ocurra? No, la tormenta pasa por todos los sitios. Por los que ocupan un rincón en el diario, tan chico que parece una noticia sobre un zoológico lejano, hasta los que ocupan toda la pantalla de los canales de tu país, y ni hace falta, ni podés verlas, porque para eso hay que cruzar...el salón con ventanal dónde está el televisor y llueven las balas. Y pasó. Esa tormenta que creía que me mataría. Y que mató a otros. Por eso una vez escribí que la ficción está, tiene que estar, para recordar entre los vivos la memoria de los que se fueron.
Pasan las tormentas. Nací en primavera, en 1970, bajo el signo del Escorpión. Es el signo de todos. Todos tenemos nuestro veneno, en la dulzura, o el otro, el letal. Hay quienes matan con un beso, decía Wilde. Y por él pasó la tormenta, la tormenta de un beso.
Pasa la tormenta. Ahora tenés 23 años y tus hijos son niños, muy niños. La amiga dejó de serlo y te echó del departamento que ya no podías pagar, con la ayuda de diez hombres y en diez minutos. Tu trabajo de promotora y modelo se esfuma, la amiga que dejó de serlo se quedó con tu ropa y tu agenda y tus manuscritos. Estás bajo la lluvia de mayo, en la vereda de Julián Alvárez al 900, y mientras tus pertenencias se mojan, tu cabeza no piensa en la tormenta, sino en dónde pasar la noche. Y viene una señora con un termo de café con leche y otra con medias para tus chicos y otra que te dice Cuando Dios te cierra un puerta, te abre una ventana, y por un segundo tu cabeza escapa a la tormenta y se ríe de esos militantes teóricos y fervorosos amigos tuyos que prefieren discutir a Lenin durante horas y piensan que la simple caridad o la más digna solidaridad son "métodos del sistema para mantenerse". Tal vez la señora del termo fuera leninista. No lo sé. No es imposible. Tal vez fuera católica, es más, del Opus Dei. Para mí, siempre será la señora del termo y quisiera para ella la corona del Reina de Inglaterra, el tejado del Taj Mahal y un arco iris sin lluvia cada atardecer.
Esa tormenta también pasó. La amiga que ya no era amiga se borró de mi mente. No la reconocería. Tengo más presente a la señora del termo. Si no fuera así, la tormenta hubiera quedado en el pecho para siempre...
Ahora es de noche y estoy durmiendo. Viajo hacia atrás, todavía más. El piso es enorme, en Recoleta. Era mi barrio de infancia y entonces no valía nada. Había una juguetería a la que ya no podía ir porque la policía había montado una ratonera y habían matado al hijo adolescente del juguetero. Era el año 1976. La tormenta estaba pasando y yo tenía cinco años. Tenía un camisón celeste y me despertaron rasguidos y ruidos extraños. Me levanté. Caminé por el enorme pasillo. Un piso en Recoleta, dirán. No sé qué hora de la noche era. Vi a mi madre con una amiga suya rompiendo cosas. Discos. Hacían un ruido seco, metálico, casi un disparo y ya había oído disparos. Libros. Tardaban más en romper los libros. Los fragmentos iban a bolsas y las bolsas al incinerador del edificio. Cuando me vieron me enviaron a dormir.
Libros. Pasaron dos años y no vivía en un piso en Recoleta. Éramos cuidadores de un techo sin herederos en Villa Urquiza. Un techo para un matrimonio sin ingresos con cuatro hijos. Si pasó la tormenta por ahí no me di cuenta. Leía Los tres mosqueteros en esa casa soleada y me reía de como Artagnan lleva a sus tres amigos y a los cuatro lacayos a tomar chocolate a lo de un cura gascón que lo invitó a merendar...los mosqueteros, mis amigos, no tenían comida ¡y eran los héroes! Y mientras pasaba páginas, absorta, mi madre me sacudía los hombros y me daba una taza de harina mezclada con agua. Mi almuerzo.
Hoy hay tormenta en Buenos Aires. Llueve mucho. Todo está húmedo, pero ya casi no siento la fractura de mi pierna. La tormenta pasa siempre. Creo que puedo decir que se puede vivir confiando en que pase, como dice Edmundo Dantés al final del Conde de Montecristo, "ESPERAR Y CONFIAR". Aunque creas, por un segundo, que te puede matar. Lo único errado es creer, estés donde estés, que por tu casa, tu pueblo, tu país, no va a pasar la tormenta.



No hay comentarios:

Publicar un comentario