miércoles, 29 de octubre de 2014

OJOS VERDES



                        OJOS VERDES
Paula Ruggeri

            La señora Dora regaba las plantas en su balcón.  Era difícil precisar en qué estaba pensando, sus pensamientos no eran nunca exactos, claros ni organizados, usualmente pensaba en veinte cosas a la vez. Había sido muy bonito lo que le dijo el padre Mario cuando ella compró el remedio para aquella señora. El padre Mario sabía que ella no tenía rentas ni nada que se le pareciese, ese era un sacrificio por un prójimo. Sería bueno que eso fuera valorado. El padre Mario tenía unos ojos muy bonitos. Ojos verdes, como Lucilla. Tenía que llevarle un té a Lucilla, eso la haría sentir mejor. A veces pensaba que era demasiado lo que hacía por ella, pero no podía dejarla. Todos tenemos que ser queridos por alguien. No sabía quien había dicho eso. Lucilla no tenía a nadie. Estaba casi ciega, de que sirve tener ojos verdes si no ven. Ella tenía ojos pardos, comunes, pero veían. Y podía caminar y servirse por sí misma, podía ocuparse de otros. En la casa tenía que hacer todo, Lucilla no sabe ni como se agarra la escoba.. La única vez que cocinó hubo que darle la comida a los perros. Pero ella la quería. Era buena, aunque no se valía por sí misma. Miraba con esos ojos que no veían y le partía el alma. Pobre Lucilla.
            Todavía pensó en el clima y pensó en los gatitos de la señora de enfrente que había que llevar a vacunar. Tenía que estar en todo. La gente tiene gatos y no se ocupa. Cuando la gata tuvo los gatitos, fue con un canasto a buscarlos para ahogarlos. Pero la señora se enojó y no se los quiso dar.
Pero estaba claro que esa señora no tiene para alimentar gatos, si el marido no trabaja y ella está embarazada. Embarazada a esa edad. Veinte años, como mucho. Usa esas minifaldas, con la panza. Meneó la cabeza, perpleja. ¿Qué iban a hacer con ese hijo? Y ella, cómo se maquilla. Todavía no se dio cuenta de que es un señora. A los gatitos hay que vacunarlos, o van a enfermar a los demás. Ella tenía que estar en todo.
            En ese momento sonó el timbre. Un timbrazo agudo, insistente y firme. Timbrazo de cartero.  Tenía clasificados todos los timbrazos, timbrazo de cartero, timbrazo de vendedor, timbrazo de afilador.
Asomó la cabeza para ver quién era.
Era un hombre joven, pero no era el cartero. ¿Quién podía ser? Vendedor no parecía. Llevaba libros abajo del brazo.
Bajó. No iba a abrir la puerta sin preguntar quién es. Eso hizo, con una voz un poco demasiado interesada.
-Buenas tardes. ¿Lucilla Girado?
La puerta se abrió.
-¿A quién busca?- preguntó un poco asombrada. Sería un pariente. En buena hora se acordaban de ella. Asumió una expresión ligeramente crispada, como la que correspondía a un nieto que en diez años no pensó en su abuela, de la que ella se había ocupado perdiendo tiempo y dinero.
-¿Es pariente de ella?
-No, no soy pariente. ¿Vive con usted?
Algo la impulsó a decir no, sólo la conozco. Algo, no sabía qué.
-No, sólo la conozco.
-¿No sabe dónde vive?
-Mire, va tener que decirme quién es y para qué la busca. En estos tiempos, compréndame, hay que ser precavida.
-No hay problema. Me llamo Diego Castro y soy docente de Letras, en la Universidad de Buenos Aires. Mis alumnos están realizando un trabajo monográfico sobre la obra de Lucilla Girado y surgió la curiosidad sobre algunos aspectos de su vida que son desconocidos. En 1985  dejó de publicar y no se supo más de ella. Hace tres meses la Secretaría de Cultura le dio una mención honorífica. Nadie sabía como ubicarla. Dieron el premio y no se presentó. El premio es dinero, así que quisiera que entere. ¿Sabe dónde vive?
 La señora Dora se quedó petrificada. Tardó varios minutos en contestar .
El joven sonrió un poco.
-¿No sabía que su amiga es una gran poeta?
Al fin Dora fue capaz de decir algo.
-No sé dónde vive.
-Me dijeron que vivía en esta casa. Me habrán dado mal la información.
-¿Quién le dijo que vivía conmigo?
-Vivió quince días en un hogar de Caritas. La gente de Caritas me dijo que ahora vivía en esta dirección. Encontrarla es muy importante. Ella merece el reconocimiento y debe necesitar el dinero. Me dijeron que está con cataratas. Con este dinero se puede operar. Y a mí me gustaría entrevistarla.
“Ojos verdes”. Ojos verdes, sin niebla. Verdes como un árbol.
-Si sabe dónde encontrarla, por favor llámeme- Le alcanzó una tarjeta con un número escrito a mano –Si no estoy puede dejar un mensaje. Yo le voy a agradecer, pero su amiga le va agradecer más.
Cerró la puerta. El pasillo estaba oscuro. Había muebles con fundas blancas. La casa impecable. Lucilla Girado, poetisa. Mención honorífica. Sin cataratas. 

      Pasaron dos días. Esos dos días Dora estuvo más callada y más irritable de lo corriente. Tanto, que Lucilla le preguntó que le pasaba
Callate-gritó Dora- ¡Que te crees que porque escribiste unos versitos..!.No me hablés. Te tengo que limpiar, mirá tu pelo. Te tengo que bañar. Te tengo que dar de comer en la boca. Te tuve que dar mi ropa porque no tenías nada ¿qué te crees, que me podés hablar?¿Qué tenés en esa valija!
Cuando Lucilla salió del hogar, tenía una bolsa con una muda de ropa, un peine y una toalla. La ropa estaba sucia, Dora la tiró a la basura. Ni con bencina se podía limpiar. La valija tenía papeles. La dejó que la pusiera debajo de la cama. Esa cama era de algarrobo, la podía haber vendido. No la vendió para durmiera ella. Ella no se levantaba nunca de la cama.
Pero ahora Lucilla levantó. Se agachó, torpe, junto la cama.
Aferró la valija. Se abrazó a la valija.
-¿Qué tenés ahí?
La ciega no contestaba.
Entonces Dora tomó el velador y la golpeó en la espalda. Con un quejido la anciana Lucilla se derrumbó en el piso. Llorando.
La señora Dora se llevó la valija.

Se preparó un té en la cocina. Abrió la valija en el piso. Telarañas tenía. Ácaros. Todo eso tenía que ir a la basura. Gérmenes de la calle. Había diez libros. Leyó “El jardín de Armida”, “La pasión según María Magdalena”, premio Municipal. Recortes de diarios. “La poeta que vino del frío. Lucilla Girado, poetisa patagónica...” Papeles escritos en tinta de todos colores.
Hojas sucias.
“Sed de amante lluvia que derrita la máscara
Que me despoje de escudo y me desarme de lanza
Y quede desnuda la rosa encarnada
Que se esconde en noche junto a alta ventana”
Ser envuelta en ámbar”

Volvió a guardar todo en la valija después de tomar el té. Pero la dejó en el patio. Lucilla no podía tener eso debajo de la cama, lleno de ácaros. Con razón tose todas las noches. 

A la mañana sonó el timbre. Este era un timbre discreto, casi tímido. La señora Dora estaba en el balcón, esta vez, haciendo un injerto. Cuando asomó la cabeza vio que era el padre Mario. Bajó la escaleras casi excitada, atravesó el pasillo mirando los costados, que estuviera todo en orden. Se acordó de las fundas en los muebles, corrió a quitarlas. El timbre sonó de nuevo. Escondió las fundas bajo los sillones. Pasó por el baño a verse en el espejo. Con su mejor cara abrió la puerta.
Los ojos verdes del padre Mario también sonrieron.
-Dora. Pensé que no estaba.
-Estaba...
-Ocupada. Discúlpeme. Venía a preguntar por Lucilla.
Lucilla. ¿La primera vez que venía a su casa y a preguntar por ella?
-Me enteré de que es una escritora. No lo sabía. La están buscando, le van a dar un premio. Con ese premio ya no tendrá que depender de usted.- Miró hacia dentro. _Permiso.
Apenas atinó a dejarlo entrar.
-Vino gente de la Universidad. Yo les di su dirección. Pero dicen que vinieron y una señora les dijo que  Lucilla no vivía aquí. Les di de nuevo la dirección. Supongo que se equivocaron. También llamaron de la Secretaría de Cultura y pidieron su teléfono. Pero no tiene ¿no?
-No tengo teléfono-balbuceó.
-Claro. Creo que van a venir acá. Quiero verla, para contarle la novedad.
-Pero...pero está enferma. No la puede ver.
-¿Por qué? ¿Qué tiene?
-Es que está sucia porque ella es sucia y no tengo tiempo de lavarla. Si viera lo sucia que es.
-Mi lugar está con los enfermos y los sucios. ¿Es por acá?
      La mirada del padre Mario ya no era agradable. Siempre era agradable con ella. Pero por culpa de Lucilla, ahora el padre Mario pensaba mal de ella. A disgusto lo guió a la habitación de Lucilla, pero no quiso oír la entrevista. Bajó al comedor y fue hasta el patio. Se sentó ahí y lloró.

      Cuando se fue el padre Mario, le repitió que iba llegar gente de la secretaria de Cultura. Probablemente mañana.

Esa noche prendió fuego en el patio. Hizo un pira con todos los libros, los recortes de diarios, los poemas. Los vio a arder hasta que sólo quedaron cenizas.

     

lunes, 20 de octubre de 2014

La Ninfa




Su pequeña fuente para ella es un lago. No importa que el ruido de las avenidas cercanas perturben las ondas de las aguas: ella está ahì, por voluntad de un escultor, como un último chiste de artista lanzado a la gran ciudad, antes de que se convierta en eso, una gran ciudad. Ahì, en ese Jardín Botánico que es una paradoja viva, verde, verde, y piedra, un retiro para paseantes, para lectores y para enamorados.
Los escultores y los paisajistas trabajaron en común: el jardín esconde varios secretos y uno de ellos es que una pequeña escultura es completada por la curva de una planta colocada artísticamente detrás.
Cualquiera que haya plantado un árbol sabe que es una forma de poesía ¿còmo no iba ser maravilloso el trabajo de escultores y botánicos juntos?

De niña, paseaba mucho con mi madre por este gran jardín. La tierra de los senderos es roja (tierra traída, según mi madre, de la provincia de Misiones, dónde está el Iguazú y su catarata)
Ella sabe de paisajismo: así como Carlos Thays diseñó el Botánico de Buenos Aires, su bisabuelo el belga Gislain Espagne diseñó los parques de la ciudad de La Plata, capital de la Provincia de Buenos Aires, y una usina cultural, científica y artística como hay pocas. Contratado durante la época de su fundación, Gislain se ocupó de hacer traer bulbos y semillas de todas partes del mundo, trasladadas en condiciones severamente indicadas por él, distintas según el bulbo, para hacer de los parques de La Plata una reserva de plantas y árboles que representara cada rincón del planeta.
Mi abuela me contó que a Gislain un señor le encargò un parque para su esposa. Bajo la ventana de ella había un terreno yermo. Gislain trabajó en silencio con ocho jardineros toda la noche. La señora durmió normalmente.
Cuando despertó, abrió la ventana para ver un hermoso parque…
Volviendo a ella, la ninfa del Jardìn Botánico; ella está ahí para recibirte. No importa cuán gris pongan los autos y colectivos el color celeste del día. Te olvidas las palabra histeria, desamor, pulsión, sentido, displacer. Olvidas a Flaubert, a Merimee , a Freud y a Eva Sunnz.
Mirala, se mueve. Da la vuelta alrededor de la fuente, ella te mira, no te mira, te busca con un movimiento de la mano, te habla de amor, te susurra, te dice que la mujer tuvo siempre un cuerpo fuerte, y que su seducción y la debilidad no tienen nada que hacer juntas.
Ella está acá, con su gracia, con su movimiento juguetón impreso en la piedra por un escultor para que nunca olvides que el amor es sólo un juego.

jueves, 16 de octubre de 2014

El largo Viaje de Europa



EL LARGO VIAJE DE EUROPA

Una noche. Una noche densa como un manto negro, con millones de pequeñas luces centelleantes. El mar. Un mar denso como un manto negro con surcos rumorosos desatándose al llegar a la orilla.
            La tempestad. La tempestad estaba por llegar.
            La tempestad era yo. Y era él.
            Lloraba en la orilla. Iba a hundirme para siempre en ese mar, haciéndolo mi amante y mi sepulcro. Yo era muy joven. Quien es joven sabe lo que es eso. Mil noches crees morir. Mil noches sobrevivís. Yo era muy joven.
            La juventud es algo muy viejo. Sobre mí el acantilado, una piedra negra señalando el mar, como una afilada mano que dijera: vé. El acantilado que me vio nacer. Ahora me vería morir.
            Entonces llegó el trueno. Primero fue el trueno. Luego una mancha blanca en el horizonte. Se hizo cada vez más grande y galopaba en un bramido, en la inmensidad negra. Sus cascos eran fuego. Su fuerza era blanca. Sus ojos eran dos piedras negras.
            Era él. Nunca había creído esa vieja historia. “Vendrá el Toro Blanco. Es un dios poderoso. Debes amarlo y temerlo. Te raptará y te llevará y nunca volverás. A vos. Sólo a vos.” Y la temblorosa anciana clavaba sus ojos negros en la tierra y sus manos desmenuzaban el maíz y se hacía el silencio. Y yo salía corriendo y me acostaba a reírme en la tierra.
            Pero él era, el Toro Blanco, y juntos fuimos la tempestad. Cayó el manto negro del cielo y las estrellas se hicieron lluvia y la lluvia cayó sobre nosotros. Cabalgamos el mar. El mar se abría a nuestro paso y sus cascos de fuego.
            Llegamos a una isla. Entonces, yo me llamaba Europa.
            Pasaron las mil noches de su hermoso fulgor.
            —Te dejaré —dijo él—, sabes que así es. Así es la vida. Tu vientre crecerá. Pesará mucho. Y caminarás sola con tu carga, toda la eternidad. Viajarás a otras islas y a otros mares. El día nacerá y la noche morirá y el día morirá y la noche nacerá y habrá muertos y desastres y guerras crueles. Y cosechas y fiestas y alegrías. Y tú las caminarás con el peso de tu vientre, sola. Esta será tu isla, Europa, y nacerán y morirán ciudades y reyes y será Roma y nacerán pastores y césares y morirán. Y nacerán pastores y morirán dioses y yo moriré. Y nacerán pastores y morirán hijos de dioses y pastores y tu seguirás. Y cruzarás otros mares y llegarás a otras islas y no te detendrás. Se te cansarán los pies y los senos de alimentar y llevar a tus hijos, pero mirarás el cielo, la Gran Vía que marca el amor materno de una antigua mujer como tú. Un día verás otras vías hechas de cruces, pero estas también se caerán.
            “Pero la vía del cielo, el Gran Río, ése no morirá. Y tú seguirás.”
            Y se fue, en un bramido, galopando la inmensidad y la noche.
            Quedé nuevamente a orillas del mar, deseando morir, sola bajo las estrellas, frías, lejanas y crueles conmigo como el cielo, el mar y el blanco dolor del Toro Blanco. El dolor me volvió blanca a mí también y a mi viejo nombre, Europa.
            Pero sabía que los héroes que matan minotauros y capturan vellocinos, sólo dan muerte, que los héroes que se hacen matar, sólo reciben muerte.
            Y nada difícil hay en la muerte, lo difícil es dar la vida y recibir la vida. Junté fuerzas y partí, buscando el calor, buscando raíces y frutos y amparo.
            Mi vientre crecía. Las estaciones pasaron y cayó la fruta madura y cayeron héroes en las guerras y cayeron dioses y nacieron otros. Y vi alzarse cruces y las vi caer, vi destruir y construir iglesias y mientras yo caminaba Roma nacía y moría y nacía, el mismo nombre para mil tiempos y vidas. Y la crucé y seguí caminando y volvieron guerras y armas más poderosas, pero el hambre siempre era hambre y los muertos eran siempre muertos. Y después llegó el combate al cielo y las bombas destruían igual las casas de madera que los palacios de piedra.
            Y seguí caminando y mi vientre madurando y mis entrañas doliendo y mis labios en silencio.
            Una noche, escuché un bramido que venía del mar. Venía a buscarme y a llevarme. Los grandes buques llevaban odios y amores y soledades más allá del océano.
            Partí otra vez, otro mar, otras islas, tras el Atlántico inmenso, donde alumbrar caminos desconocidos y buscar sombras bajo otros árboles.
            Crucé y desembarqué en un puerto de miles de gentes y de voces y caminé días y noches, sin saber que me detendría nuevamente en una orilla, para otra vez gritar y enmudecer de dolor, amor y soledad.
            Sentí el beso de la brisa, que nunca me abandonó, y el llanto pequeño y su calor. Me abracé a mi hijo, a mi amor, y alcé los ojos.
            Sobre mí, la vieja y eterna piedra negra, la gigantesca mano señalando el mar. La misma orilla, todas las orillas y el cielo de mi juventud, eterna y vieja, de donde una vez, un toro blanco bramó y me raptó... de mi misma... y me dio el mundo.

domingo, 5 de octubre de 2014

Buen vuelo, Tarik

Tarik escribía. Para escribir hay que tener un corazón que vuela.
Tarik escribía. Para escribir hay que saber ser ruiseñor sublime, paloma vulgar y cuervo siniestro.
Tarik se sentó un día enfrente de mí, en una mesa de bar empezó, con suave sonrisa, a desgranar consejos. De escritor experimentado a joven escritora que sólo él entre pocos, se tomaba en serio.
Tarik Carson Da Silva escribió, entre otros libros, El corazón reversible, Ganadores, El hombre olvidado.
Tarik, el hombre no olvidado....tomó la mano de la muerte, y se fue....
Cómo ruiseñor, como paloma, como cuervo.....
Todas las aves habitaron su corazón, porque era grande, y porque así se es escritor....
Buen Vuelo, Tarik...


Paula.