AVE FÉNIX
Muere entre llamas, pero quinientos
años más tarde, renace de sus mismas cenizas. Este milagro de la vida parece un
águila enorme, más esbelta, de plumaje dorado y rojo. Se alimentaba de aire y
rocío. Sus lagrimas curaban las heridas y aliviaban la congoja.
El Fénix tiene su origen en el Antiguo Egipto,
donde el ave llamada Bennu fue, cuenta la leyenda, la primera que se posó en la
colina primigenia que se había originado del cieno. Éste ave personificaba al
Sol. Los antiguos griegos la llamaron Phoinix o Fénix y la veneraban, creyendo
en su aparición cada quinientos años. El fénix se nutre de rocío, y su pureza
es ajena a los trabajos y las penurias de la tierra. Así lo explica una leyenda
judía, que la señala como el único ave que no fue tentado por Eva a comer el
fruto prohibido. Esa tentación no la resistieron los demás animales, por eso el
fénix, llamado Milchan en la tradición hebrea, recibió la bendición de no
morir, y una ciudad fortificada donde permanecer durante mil años sin ser
molestado, renovándose cada milenio transcurrido.
“Solo viene a Egipto
cada quinientos años, a saber cuando fallece su padre-nos cuenta Herodoto- Si
en su tamaño y conformación es tal como nos la describen, su mole y figura son
como las del águila y sus plumas en parte doradas, en parte rojas. Son tales
los prodigios que de ella se cuentan, que aunque no les dé fe, no omitiré su
narración. Para trasladar el cadáver de su padre desde Arabia hasta el Templo
del Sol, se vale de la siguiente maniobra: Forma ante todo un huevo sólido de
mirra, tan grande como puedan cargar sus fuerzas, probando su peso mientras lo forma para ver
si es con ellas compatible, va después vaciándolo hasta abrir un hueco donde
pueda encerrar el cadáver de su progenitor, el que yacerá con una porción de
mirra adecuada al hueco, hasta que el peso del huevo preñado con el cadáver
iguale al que tenía, cierra la abertura después, carga con su huevo y lo lleva
al Templo del Sol en Egipto.”
El método con el cual el Fénix se
regenera, para ejemplificar la eternidad y el ciclo de la vida, sufrió
modificaciones según quien lo relatara, para Herodoto, lo hace mediante un
huevo, para Plinio, nace de un gusano, pero el poeta Claudiano escribió el
poema que le daría su definición para siempre: El fénix renace de sus propias
cenizas. La fuerza poética de esa imagen, el bello pájaro feneciendo y naciendo
nuevamente de sus cenizas, es tal vez la que lo convirtió en uno de los
símbolos más poderosos, incluso en el día de hoy, donde todavía es corriente
leer “renació como un fénix”.
Una versión de la muerte y la
resurrección del Fénix es la que lo lleva a morir en una alta montaña de
Arabia, donde construye un nido de sándalo y otras maderas aromáticas. Se echa
sobre él, abre sus magníficas alas y entonces la luz del sol lo consume junto
con su nido, mientras canta su más bella canción. Pero de entre los restos de
su nido nace un huevo, que el calor del sol empolla y así nace nuevamente el
Fénix, alimentado por los rayos solares. El pájaro de luz recoge las cenizas de
su padre y vuela hacia Egipto, donde las esparce sobre el templo de Osiris.
Sobre la duración de sus ciclos hubo quien
habló hasta de doce mil años. La creencia común entre los latinos era que
renacía cada quinientos años.
Durante el reinado del emperador romano
Claudio se difundió la captura de un fénix en Egipto, que fue trasladado a Roma
y que Claudio mandó exponer, pero nadie lo tomó demasiado en serio.
Heine lo recrea como mensajero de amor:
“Pasó un ave volando
hacia el ocaso
volando hacia el
Oriente, volando hacia los límites remotos...
...Al pie del mástil
del velero buque
inmóvil sobre el
puente
escuchaba feliz el
canto del peregrino fénix”
LA MUJER QUE BUSCABA
EL FÉNIX
Era una choza humilde, y en un lecho yacía un
hombre. El hombre era anciano y deliraba por la fiebre. Junto al lecho estaba
su hija. Se llamaba Amra y había comprendido que solo una cosa quedaba por
hacer.
-Resiste-murmuró al
oído de su padre.
Y se marchó.
Caminando
llegó muy lejos, tan lejos, pero no lo suficientemente lejos. Entonces contó su
historia a un labrador. El labrador se conmovió y le dio un caballo. Con el
caballo llegó lejos, muy lejos, pero no lo suficiente. Cabalgó hasta un río y a
orillas del río el caballo se cayó, echando espuma por la boca. Entonces la
mujer contó su historia al barquero. El barquero se conmovió y le prestó un
bote. Con el bote llegó muy lejos remontando el río. Buscaba la montaña.
-La montaña está tras
el bosque y tras el desierto- Le dijo un viajero. Ella le contó su historia y
el viajero la acompañó por el bosque oscuro, partiendo su pan con ella.
Llegó al desierto
donde el viajero se despidió. Era lejos, pero no lo suficientemente lejos.
Caminó por las arenas hasta que creyó morir. Entonces vio una polvareda
levantarse en el horizonte. Era una caravana de mercaderes que pronto llegó
hasta ella.
Los mercaderes
escucharon la historia de sus labios secos. Era hombres rudos, pero el jefe de
ellos se conmovió. Le cedieron un camello y una parte de su agua.
Así la mujer cruzó el
desierto.
Tras el desierto se levantaba la montaña.
Cuando Amra la vio, sus ojos estaban secos. Venía en búsqueda de lágrimas. Las
lágrimas del ave dorada, hija del sol, que podrían curar a su padre.
Al pie de la montaña, la mujer dijo su
oración, antigua como el mundo.
“Te he conocido, te
he visto de lejos. Ave que vuelas sobre el cielo y que traes luz en la tierra.
Hija del Sol.
“La noche te guarda y el día eres tú.
“Te elevas sobre el polvo, porque
conoces los más íntimos secretos de la tierra, manantial de vida. Renaces
porque eres el germen de toda vida. Dame tus lágrimas para mi padre.”
El anciano dormía y
gemía. Despertó y llamó a su hija. Pero ella no le contestó. Se creyó
abandonado.
“Dame tus lágrimas,
hijo del sol. Con ellas curaré mi padre”-susurraba la mujer al pie de la
montaña. Aguardó horas bajo el sol y horas bajo la luna hasta que vio una
claridad anaranjada. Las alas del ave Fénix que llegaba. Dejó caer la lluvia
dorada sobre ella, que la recogió en un cuenco de barro. Pronto se vio cubierto
el cuenco de las lágrimas que tanto habían costado.
El Fénix extendió su
cuello iridiscente, su pico de oro y fuego apresó los harapos de la mujer. Con
ella se elevó en el aire y como una exhalación cruzaron el desierto y el bosque
y vieron el río desde el cielo. Como un viento llegaron al pueblo.
En el lecho el
anciano ya no se quejaba. Dormía ese sueño que precede a la muerte. Una luz
naranja entró en la cabaña y dibujó luces en su rostro dormido y cansado. Una
sombra conocida se acercó y se inclinó sobre él. Entonces las lágrimas frescas
y doradas cayeron sobre su frente y sus labios secos, y la voz de su hija le
dio la bienvenida nuevamente a la vida. El hombre despertó y se sintió fuerte y
sano. Y llegó a ver al ave Fénix desplegar sus alas y volar hacia el Sol.
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