viernes, 29 de marzo de 2019

Quince esqueletos y el cofre y la botella de ron



Estoy en las últimas páginas de un nuevo libro y aunque una parte de mí está acostumbrada, en un rincón de mi persona todavía hay una pequeña niña que mira azorada. Esa que leía como si las letras de molde fueran aire que respiraba, esa que maldecía (y usaba la palabra “maldecir”), en idioma mosqueteril, esa que leía a Shakespeare con sus ocho años y su perro favorito a los pies, ignorando quien era Shakespeare, para su fortuna y por eso, dejándose capturar por esas líneas de diálogo que expandían luz.
La niña que cantaba con sus hermanos, también ávidos lectores, la canción de la Isla del Tesoro. “Quince esqueletos en el cofre del muerto y una botella de ron”
La niña que soñaba con ser escritora, como quien sueña escalar una montaña.
Todavía me mira, desde un ángulo que aún no es sepia, y me pregunta, y me cuestiona, y a veces, para mi alegría, me lee en silencio.


jueves, 21 de marzo de 2019

El Dragón que devora los Caminos

La campera negra, los vaqueros en los hombres y las calzas ajustadas como medias en las mujeres. Bolsos, mochilas, carteras las menos. Rostros agotados. De los ancianos a los adolescentes, todos tienen ojeras marcadas de dormir menos de lo que necesitan, y una mirada de no mirar nada.
Se acomodan como pueden, pero no hay comodidades. Son pocos los asientos para la cantidad de personas que el chófer hace subir al colectivo.
 A veces la gente tapa las puertas. A veces quedas casi encima del chófer y ese volante que frágil dirime tu destino y el de los demás, accidentales compañeros de ruta.
Todos llevan los auriculares puestos. Muchos viajan mirando sus teléfonos celulares. Se aíslan, apretujados por la multitud y a veces el interlocutor etéreo que de la nada les habla, les arranca una carcajada.
No están en las películas. Las ficciones se ocupan poco de ellos.
Son una multitud. Son muchas personas, de una en una, librando su batalla personal.
A veces alguien canta en voz alta. 
Hoy en un colectivo 25 atestado de gente, un hombre que vivía su locura personal de forma pública, cantaba desafiando unos versos propios que se repetían una y otra vez:
"Hoy es un bello día."
Es que no era un loco. Y ese no era un colectivo 25. Y esos no eran madrugadores yendo al trabajo.


"Es un bello día"_ Canta el juglar, y las damas y los caballeros, valientes y compuestos, miran sus celulares mientras el Dragón que devora los caminos los lleva a la Batalla.