sábado, 3 de marzo de 2012

La alumna Pamela, el profesor eminente y los peligros de revisar la Historia



El Doctor Ferdinand Papirus se clavó los anteojos en la nariz para mirar mejor a su aplicada alumna de Historia, la señorita Pamela Johannesburgo. Pensó amargamente que le había contado la escabrosa historia de Barbazul sin lograr excitarla, verdad es que tampoco se había excitado con el amorío de Carlos II de Inglaterra y la opulenta Duquesa de Cleveland. Ni siquiera se había dado cuenta de que no había sido en la Edad Media. "Por cierto", se dijo amargado, "este punto del programa, el medioevo tardío de Ciudad Gótica, tampoco la va a excitar. Tal vez deba agarrarla de los pelos, romperle la camisa, mirarla los ojos y decirle...

"Miss Pamela, sólo el Marqués de Sade le daría a usted clase de historia, ya que contarle las cruzadas a usted es verdademente sádico".

Pero jamás lo haría. Tenía setenta años, era un doctor de Oxford y debía resignarse a...

—¿Profesor? —Miss Pamela lo miró fijo con dos grandes ojos interrogantes.

Se resignó completamente.

—En el Medioevo tardío, Ciudad Gótica era un caos. El robo y el pillaje eran moneda corrientes, bajo una tiranía despótica que hambreaba a la población. Los pobres comían lo que podían, que no era mucho, pero ellos sí lo eran... muchisimos. Las estudiantes rubias estaban famélicas y los profesores no se veían mucho mejor. El Rey Fernando I predicaba la austeridad a través de sus heraldos, que lograban pedir un gesto patriótico a la población antes de que se los comieran en las plazas. Este rey era austero: sólo hacía cuatro festines por semana, una vez al mes una orgía romana y cada tanto bebía perlas en vinagre; tenía, eso sí, dos hijos disipados, disolutos y por completo imbéciles, en cuyo criterio confiaba plenamente. Los señores feudales de Ciudad Gótica no lo destituían por imbécil sólo para que no asumieran sus dos hijos, más imbéciles que él. El rey Fernando, siguiendo el buen ejemplo de Calígula, que nombró senador a su caballo, nombró a un caballo de su establo ministro plenipotenciario. Decían que era un caballo brillante, le cepillaban el pelo cien veces por día, razón por la cual lo perdió muy pronto. Caballo decidió que el problema de Ciudad Gótica era la pobreza y resolvió eliminar a todos los pobres. Para esto tomó un paquete de medidas... —se interrumpió, indeciso y desconcertado, al ver a su alumna haciéndose sensuales masajes en el cuello. Se quitó los anteojos, se restregó los ojos y volvió a colocárselos. ¿Estaba soñando?
—Miss Pamela ¿le gusta esta historia?
—Oh, yes —suspiró ella, inequívoca—. El período de Ciudad Gótica a. B. (antes de Batman), me parece fascinante.
—¿Quiere cenar conmigo? —el anciano profesor la miró ardientemente con sus ojos miopes, agrandados por la lujuria. Era demasiado bueno para ser verdad.
—Tal vez si me sigue contando esa fascinante y excitante historia gótica, pero antes me pondré algo cómodo, si quieres, sírvete algo de beber.
Los gustos de las estudiantes de Historia inglesas son inexplicables.

Tardes y mañanas. Horas y horas… Luego de desparramar su pecho abundante sobre el exhausto pero feliz profesor Papirus, Pamela suspiraba y jadeaba un poco.
—Cuéntame algo más de esa fascinante Ciudad Gótica a. de B.
Y apenas el profesor balbuceaba algún nuevo detalle histórico del Caballo ministro y del Rey Fernando... Pamela comenzaba suavemente a jadear de nuevo.
Un día, el profesor Papirus, que era el hombre más feliz de Oxford, decidió investigar un poco más sobre ese período de Ciudad Gótica, sobre el que, a decir verdad, no sabía tanto. Y fue a la biblioteca.
No había mucha información. El rey Fernando, con la población hambreada, había nombrado ministro a su caballo. Hasta el advenimiento de Batman, eso era todo. Hasta que leyó, en una gruesa enciclopedia, una anotación en lápiz “Cavallo metió a todo el pueblo en un corralito bancario”
Eso excitó su viejo instinto de historiador. Algo olía raro. La historia no podía ser tan simple. Llamó a su viejo colega el profesor Girlon, de Cambridge. Le respondió levemente furioso.
—Mira —le dijo—. La historia de Ciudad Gótica necesita una buena patada revisionista y no hablo del revisionismo que revisa los saldos de las librerías de viajes de Notting Hill. No había ningún caballo, salvo los de la policía montada que reprimían a los manifestantes. En Ciudad Gótica fue un simple hombre ministro de economía, llamado Domingo Cavallo el que realizó una incautación en gran escala de los ahorros y el dinero del pueblo que llamaron corralito. También redujo salarios, pagó jubilaciones de miseria, hizo despidos masivos y hundió a Ciudad Gótica en la ruina.
—¿No era un caballo?
—No —se impacientó Girlon—. Mira, mejor lee… —y a continuación le dio una bibliografía completa que Papirus anotó en su libreta.
Dos días después, con la vista cansada, se presentó en el aula. El aula no era la vieja aula, a esas alturas del siglo XXV, nadie estudiaba historia, así que ahora el profesor tenía una cama plegable, un televisor de plasma, aire acondicionado, un espejo en el techo y Miss Pamela estaba sentada en un silloncito rojo. Lo único que quedaba de la vieja aula era el pizarrón y la costumbre de Pamela de traer un cuaderno para disimular.
Papirus olió excitación. Comenzó la clase con voz ronca.
—Como sabes, preciosa Pamela, hay una corriente historiográfica llamada revisionismo, bueno, la conoces. Suele decir que lo escrito es mentira y escribir una mentira mejor. Pues según el revisionismo, y esto te va encantar, sabemos más de Ciudad Gótica antes de Batman…
—Soy toda oídos —dijo Pamela con un leve jadeo. Se desabrochó un botón.
—El caballo, en primer término…
—Ah —dijo Pamela y se desabrochó dos botones.
—No era un caballo —dijo feliz Papirus— sino un hombre, un ministro de economía, llamado Domingo Cavallo, que hizo tan horrendos ajustes económicos en los salarios… Pamela ¿qué le pasa? —dijo Papirus desconcertado.
Pamela se estaba abrochando la blusa y colocándose los anteojos. Se levantó y tomó su cuaderno. Miro fríamente al profesor a los ojos.
—No era un caballo —dijo, helada como el hielo.
—No… pero sabes, eso lo dicen los revisionistas.
—No me importa —dijo ella—. No era un caballo. Adiós. Ya no hay hombres —dijo amargada y dejó el aula.
Papirus se dejó caer en su silla de profesor. No entendía nada. ¡Qué importaba Ciudad Gótica antes de Batman! ¿Debería haberle hablado de Batman? ¿Traer un álbum de fotos de equitación?
Definitivamente, ya no entendía a las mujeres.
Se sentía viejo. Anotó mentalmente cada insulto que le iba a decir al doctor Gilmor. Por los problemas académicos que le había causado su revisionismo, por supuesto.