viernes, 23 de noviembre de 2018

Gracias a ustedes

Ayer, ingresé como todos los días a éste espacio, y me encontré con esa cifra tan deseada por mí, 100.000 páginas vistas. Significa en crudo 100.000 clics, en las muchas y diferentes páginas escritas que ofrece este blog, más de diez años de trabajo placentero, dando lugar a las musas y a los amigos y amigas, los de siempre, los nuevos que me dio este espacio propio que comparto, con sus alegrías y melancolías.
Es posible que la melancolía esté más presente en este momento del blog, que es también un pequeño habitante del Naufragio de la Historia. Somos pequeñas narraciones y relatos dentro de esa Gran Narración, que es como siempre llamé a la Historia, incluso cuando trabajo en archivos y ediciones historiográficas. Me tienta menos el traje académico, con sus congresos y comunidades, que el fogón y sus alrededores, y que el contar historias en bares, en la vereda, en los trenes, y detectar, sonriendo levemente, que me oyen con interés desde el asiento o la mesa de atrás.
Este año publiqué con gran satisfacción una novela, La mujer prohibida. Fue un año satisfactorio y difícil. No elegí el camino más breve para el éxito, porque como decirlo, ni el éxito es mi objetivo, ni tengo un objetivo.
Narro para vivir.
Y agradezco enormemente que ustedes me acompañen y visiten y comenten.
Un abrazo simbólico pero no menos fuerte a cada amiga y amigo que me visita.
Seguimos, por supuesto.

viernes, 2 de noviembre de 2018

Olga dormida

OLGA DORMIDA
Un cuento de Villa Paraíso
Paula Ruggeri

Olga está dormida. Cuatro AM.
Un párpado empieza a abrir.
No hay un rayo de luz. Se oye la respiración pausada de Nico y los primeros movimientos del bebe. Su mama de 16 años, duerme profundamente. Su hija. Su nieto. Y Nico el chiquito. Esa es su familia. Y por ellos abre los dos ojos seis días a la semana, a las 4 AM.
El despertador irrumpe la noche.
Entonces Olga, que está dormida, se despierta.
Tiene los dedos agarrrotados de frío. Duerme con una sola frazada, los chicos, con dos, el nieto, bien abrigado con sus enteritos de friza y sus pañales sequitos.
Olga se despierta, se envuelve en ese saco de lana que está a los pies de la cama y sacude a su hija por los hombros.
-Vamos.Las madres no son vagas-le dice.
-Mamá-se queja la chica y sonríe al bebe.
Olga va a la cama de Nico, su hijo de ocho años y le pone su propia frazada sobre las otras.
Camina hacia la cocina, chica, despintada y calienta agua para un par de mates. Un par. No más.
Mate y lima de uñas. Sus uñas deben estar perfectas. Sobre la mesa hay unos veinte esmaltes de colores.
Elige uno azul noche. Está de moda.
Son esmaltes baratos, pero como dijo su profesora en el curso que hizo para trabajar en esta profesión: “No importa si no es lindo, importa que se vea lindo”.
Con ese arte que sólo una manicura tiene se lima y pinta las uñas.
Se pone una blusa y un pantalón gastado. No le alcanza para comprarse ropa. Pero en la peluquería le dan una chaqueta blanca y con logo…..Y el pantalón…bueno, nunca le dijeron nada.
Mira las pequeñas camas una vez más antes de cerrar la puerta.

Empuja. Empuja-Empuja más. La espalda del hombre se curva y Olga pisa el suelo del vagón. Otro empujón, esta vez sobre la espalda de ella. Casi lo agradece. Por fin está dentro de ese vagón atestado dónde la gente, como una masa informe que respira al unísono, apretujada hasta límites del nazismo, va a trabajar.
Se tambalea y no hay donde caerse. No hay un centímetro de piso libre. Pasan las estaciones y la gente pega patadas al tren, por no poder subir.
Olga cierra los ojos y dormita un rato.
Pronto le toca el colectivo. Y como va a Recoleta, dónde no trabaja tanta gente, a veces se sienta.
 El colectivo ruge, la bocina suena, el chofer grita….Olga está sentada.
Respira aliviada

Entra apresurada, murmurando saludos: llegó a horario. Abre una puerta, hay varios guardapolvos colgados, entre ellos está el suyo, que lavó la semana pasada. Mira con ojo crítico: está para un lavado. Busca uno de los tantos que hay sin nombre bordado, y estruja el suyo hasta hacerlo un bollo y esconderlo. A la noche se lo llevará.
Diez de la mañana
-Quiero dorado-dijo la mujer. Era rubia, era alta, era vieja y era arrogante- Con un semicírculo negro en la base de la uña.
-Se usa mucho-repuso Olga.
-Ah, no, yo quiero ser original-dijo la rubia.
-Dorado y negro es muy original-repuso Olga- Si quiere poner esta mano aquí.
-¿Redondas o cuadradas?
-Redondas no se usan, cuadradas.

Dos de la tarde.
-¿Quiere elegir un esmalte? Ofreció y abrió el estante de su mesita donde guardaba colores por docenas.
-¿De qué marca son?
-Hay de distintas marcas. Todas son buenas. ¿Qué color?
-Un rojo sangre. Bien sangre. ¿Tenés?
Olga sonrió. Tenía cinco frascos, era el color más solicitado.

Nueve de la noche. El dolor de cabeza la estaba destrozando. Dejó el guardapolvo, tomó el bollo de tela para lavar, ese que tenía su nombre bordado, y lo metió en la cartera.
Pasó por caja.
-Te estoy liquidando-dijo el dueño. Le pagaba el 30% de que lo había trabajado en el día.-Olga-dijo al pagarle-Una cliente se quejó. Dice que tenés un temblor en las manos y le hiciste mal el trabajo. Por favor atendé eso porque a una manicura no le pueden temblar las manos.
Se sintió muda….
-¿Escuchaste?-dijo el dueño.



Olga está dormida. Sabe su sueño que el despertador va a sonar. 9, 8, 7….
Olga sueña que está en el tren y no puede bajar. Sus piernas no se mueven.
6, 5, 4….
Mis piernas….grita.
Sus piernas están rígidas. No se mueven.
Ay, mis piernas-gime.
Mamá-dice Nico desperezándose. Tiene ocho años-¿Qué te pasa?
Se oye un llanto ahogado-Dormí nene,  mamá está bien.
-Despertaste al bebe-reprocha Lucía -¿Qué te pasa?
Nada- ya se me está pasando-Pero su corazón sabe que algo no anda bien y se colma de angustia.
Pasa un rato hasta que por fin puede mover las piernas……
Empujar en el tren, respirar el aire respirado por decenas de personas, sentir que se ahoga y bajarse del tren semi ahogada. El colectivo no le guardó asiento. El tren y el colectivo son para ella cosas animadas, con voluntad.

Entra. Saluda. Va a buscar el guardapolvo.

-Un esmalte de Chanel-sonríe Olga.
-Ah, sí. Todo lo que elijo en esmaltes, en Chanel. Tienen colores únicos. Me doy el gusto-sonrió la mujer, de unos cincuenta años muy elegantes y pelo rubio tan, pero tan planchado….
-¿Cuadradas?
-Ay, no mi amor. Siempre las llevé redondas y no voy a cambiar ahora.
-Es más elegante. Por favor, ponga esta mano acá.
Tomó el esmalte rojo bordó….y su mano empezó a moverse sola incontrolable, el temblor era en las dos manos, pero una tenía el Chanel…ahora roto en el piso.

-Te estoy liquidando un resto del mes-dijo el dueño- Agarrá tu plata, tus cosas, y te vas.-
El fajo de billetes era muy pequeño.
-Hacete ver. Cuidá la salud.
Olga caminó hasta la salida y no quiso saludar a nadie.

Olga está dormida. Sueña que no puede correr el colectivo. Son las cuatro de la madrugada. A las seis dan cincuenta números en el Hospital.
Es como respirar en el tren pero respirando además el llanto de los niños y las quejas de los enfermos….
-¿Cuánta espera? ¿Es un chiste?-dijo la enfermera, gorda  y de piernas gruesas y siguió su camino pegando codazos.
-Preparate madre, le dijo una voz de mujer detrás de ella- De acá salís al mediodía con suerte.
Miró la hora en su celular. Las ocho
Llantos de niños. Quejas. Gemidos. Charlas insípidas.
Las horas pasaban caminando.

-Nombre, edad, dónde vive.
El médico garabateó algo en una planilla.
-Siéntese y cuénteme.
Olga contó. Rauda, casi feroz, sus síntomas.
-Perdí mi trabajo.
-¿De qué trabajaba?
-Soy manicura- Dijo Soy. En tiempo presente.
-Mal empleo para una enferma de Parkinson. Garabateó unos rectángulos de papel y selló y selló  y selló.
-Se hace estos exámenes y vuelve cuánto antes.

4 am- Olga está dormida. Tiene una mano caída de la cama y un ojo semiabierto.
Tiene miedo. Sus piernas. Ay-llora. Y sigue durmiendo.

-Bueno-Dijo el médico al fin- sacó una caja de un armario y varios blisters y  muestras de medicamentos. Anotó como siempre, apurado- Va a tomar esto según estas indicaciones. Vamos a tratar de aliviar esa rigidez. Y vuelva en dos meses.
-¿Voy a volver a trabajar?
-Vaya al Servicio Social. Subsuelo.
-Y escribió otra orden.
Olga caminó por el hospital con el manojo de papeles en las manos.
-Guarde eso madre que lo va a perder- rezongó una enfermera.

6 am- Olga duerme. Duerme más. Hoy no suena el despertador.
Hoy no hay tren ni colectivo, ni médico, ni nada.
Siente un llanto suave. Es su nieto.
Lucía ya se está moviendo.
Olga se levanta,  se pone el batón y susurra a su hija: seguí durmiendo, yo me ocupo.
Alzo al nieto. Se sentó con él y lo acunó.
Los primeros rayos de sol entraban por las rendijas….
Olga miraba a los ojos del bebé de seis meses…
El bebe la miraba a ella.
Pensó ¿cómo nunca me di cuenta de lo hermoso que es mi nieto?


Y la luz rosada del amanecer iluminó su sonrisa….