lunes, 27 de noviembre de 2017

Trescientos cinco entradas

Trescientos cinco entradas.Noventa y cinco borradores. Diez años cuenta este blog. Cuarenta y siete cuenta esta autora.
Me acuerdo que cuando lo iniciamos con mi hija Daniela, tratábamos inútilmente de pegar una foto de una manzana, la naturaleza muerta de un título quedó quedó tan atrás. Pero siempre se pegaba una foto mía con mi vestido de boda. Y la dejamos. Y comenzó eso tan extraño pero satisfactorio de acompañar los textos con retratos autorales. De escribir y contratar fotógrafos para me capturaran con un smoking improvisado o con la espalda desnuda. Sentada en un parque, con las piernas cruzadas indolentemente en Puerto Madero. Seria y sonriendo.
Era coherente. Me refiero a que hice un relato en retazos de mi vida y me traté a mí misma como un personaje. Al principio lo llamaba Paulette, como siempre me dijeron en mi infancia y adolescencia.Escribí sobre mí, sobre mi maternidad temprana, sobre los sitios donde trabajé, sobre gente con la que me crucé, muchas veces fugazmente.
Este es casi el único sitio dónde publiqué mis textos de humor y mis poemas eróticos.
La foto preferida es esa en que estoy de espaldas, con toda la fragilidad y me gustaría también, la poesía. Ya que me expuse mucho en éste blog, pero más me expuse en mi vida.
La vida es poesía, la vida es aventura y camino. Por eso celebro el camino de éste blog, con sus trescientos cinco entradas y sus noventa y cinco borradores.
Gracias por acompañarme estos diez años.

sábado, 18 de noviembre de 2017

¿Dónde estás, Bob Fosse?

Éste pequeño texto, que he publicado anteriormente y sin duda mis amigos lectores más fieles conocen, para mí siempre es un ejemplo del misterio de la inspiración en materia de letras, humor y personajes. Cuando lo escribí  tenía un amigo (hace mucho tiempo de esto), que era un novelista de éxito internacional y al que se le daba por llamarme a mi humilde departamento de Villa Lugano (que adoro, aunque ya no vivo allí), desde sitios para mis 27 años completamente exóticos: Melilla o San Francisco o Milán. Yo le contestaba con cartas y ésta es una de esas cartas.
Sucedió que una noche, horas después de una llamada internacional, yo me senté en la cocina, miré mi pila de platos personal y decidí escribir una carta a éste maduro señor como si yo estuviera en África. Así al poco tiempo surgí como antropóloga intrépida y luego...
A la mañana, antes de cruzarme al correo a despachar la carta, la releí preocupada...y decidí fotocopiarla. Trabajándola un poco, se convirtió en este texto.
¿DÓNDE ESTÁS, BOB FOSSE?, años más tarde, fue un texto crucial para el crecimiento del blog. Empezaron los comentarios de desconocidos, pronto lectores amigos y la curva de visitas se empezó a elevar. Varios años después de haberlo escrito, lo sigo disfrutando. Acá lo tienen.

¿DÓNDE ESTÁS, BOB FOSSE?

Ah, cuando yo era joven. Vivía en Siberia, era feliz, no tenía sífilis, no había conocido a Bob.
Fue aquí, en África. Podía elegir a cualquiera, pero tuvo que ser él.
Me abandonó. Y aquí, en el corazón de África, planeo mi siniestra venganza, con el latir de los tambores del siniestro brujo de la tribu, quien gusta de la buena música cuando se prepara esos estofados de antropólogo australiano como sólo él lo sabe hacer.
—Diablos —se dijo la escritora y arregló la cinta de la máquina de escribir—. Cómo conmover a la platea, ésa era la cosa. —Qué difícil. Qué dura es la vida del artista. Y cómo están los mosquitos. Me gasto el sueldo en espirales y repelentes que no sirven para nada. Y el calor no se aguanta más: la remera se me pega al cuerpo pero si me la saco me van a ver los vecinos porque mi cuñado no viene a ponerme la cortina.
Es una noche calenturienta en África Ecuatorial y pican los mosquitos. Aquí en África la vida es dura, pero además es corta. Maldición, cada aforismo que digo me recuerda a Bob. No siempre la vida fue tan dura, después de todo. En realidad. En fin, que en África no hay dinero para mosquiteros,  el sueldo se te va solamente en la quinina, y apenas hay que conformarse con cortinas de bambú. Pero soy una mujer curtida y un mosquito de más o de menos no es nada para mí. Si sólo tuviera a mi Bob.

Suena el teléfono. La escritora arroja al suelo un sombrero inexistente y lo patea. Es su cuñado, para decirle que no puede poner la cortina hoy y que mañana Camila baila jazz en la escuela y si no sabe cómo se vestían las bailarinas de jazz. Cómo habrán notado, el lema de la literatura de este prodigio de escritora es que nada se pierde y todo se transforma.

Decía que era una noche calenturienta y pican los mosquitos. ¿Ya les hable de Bumba Catunga? Lloro solitaria pero no estoy sola. Conmigo está Bumba Catunga, el fiel sirviente negro, que ronca panza arriba. Si en un rato no lo despiertan los mosquitos, lo sacudiré para que tome su quinina. Hace tanto calor que lloro y no se nota porque las lágrimas se evaporan haciendo señales de humo que dicen “¿dónde estás, Bob Fosse?”, “Te cavaste la fosa, Bob Fosse”, “te arrancaré los ojos Bob", etc...
Bob etc... salió a comprar cigarrillos hace veinte años y aún no ha regresado. Ahora debe estar mucho más viejo, prefiero al negro, pero se duerme. Es lógico, de día lo hago trabajar. Pero no es como mi Bob Fosse. Él cocinaba, lavaba, planchaba. ¿Dónde estás, Bob Fosse?
Las hienas ríen como mi destino. ¿Estarán digiriendo a mi Bob, etc...? Era tan pesado que podrían digerirlo veinte años. Era indigesto.

Bah, esto es una porquería, se dijo la escritora. El problema es que el negro está dormido, por eso es aburrido. Si estuviera despierto sería más emocionante. Lo voy a despertar.Tomé el látigo y le acaricié con él la espalda.
—Despierta, Bumba Catunga —que quiere decir “hombre con rulos”—. Necesito pasión ardiente. Si no me sirves, arrancaré el tótem del poblado otra vez y después te tocará lavarlo.
—No, por favor —en su voz temblaba la súplica—. Médico brujo hará mucho mal. Dice que ser arpía chiflada.
—Si, soy arpía y me gusta serlo y me gustó mucho ese totem la semana pasada, me gusta más que vos, pero no quiero problemas con la tribu y si no me satisfaces, te azotaré.
—Entonces azótame, me duele menos.
—Ah, mond dieu. Maldito seas, Bumba Catunga. No quiero lastimarte. Sólo bésame.
—Ama, es que si sólo te lavaras los dientes a la mañana...
—Imbécil, una aventurera como yo no se lava los dientes jamás. Bésame.
—Con la boca cerrada sí, ama.
—Maldita sea, quién dijo en la boca. ¿También querés que te haga un mapa?
—Dice médico brujo que francesa ser malvada.
—Ahí si me lavo, te lo juro.
—Eso dijo la semana pasada y no era verdad
—Me puse perfume.
—No insistas, amita, me duele la cabeza.
—Maldición, Bumba Catunga, empiezo a creer que eres un impotente, como dicen en el poblado. Dime que no es verdad.
—Es verdad. ¿Me venderás nuevamente?
—No, Bumba Catunga. Tu conversación me agrada y encuentro que ese totem me gusta mucho.
—¡No, ama! ¡El totem sagrado no! Médico brujo enojar. Quemar esta casa. Yo me voy.
Sale corriendo.
Me quedo sola. Las hienas ríen.
—¡Oh, Bob Fosse! —Mis ojos se llenan de lágrimas—. ¿Dónde estás, Bob Fosse?

—¡Bien! —se dijo la escritora satisfecha y en eso el viento le rompió dos ventanas y le arrojó las macetas al piso, sin que ella se percate en su ensueño de gloria—. El éxito... —suspiró—. Función a sala llena... —volvió a suspirar—. Con Cecilia Roth como la aventurera intrépida, y Ricardo Darín como Bumba Catunga. ¿O Denzel Washington estaría mejor?
Y llena de confianza en el futuro, distraídamente aplastó un mosquito
.

lunes, 6 de noviembre de 2017

Estación en curva

Estoy en el metro de Madrid, con esa cercanía humana que te imponen los metros en todas partes del mundo y casi choco con una adolescente que se dejaba transportar soñando y aferrada materialmente a un caño del vagón.
Observo que se parece un poco a mí a los 17, pálida, de largo pelo oscuro y de cuerpo que las abuelas calificaban con simpatía de "rellenito". Lleva un short de jean (el uniforme), una camiseta blanca, sandalias y una conmovedora cadenita en el cuello con su nombre. "Carolina".
Carolina.
Es bella y aún no lo sabe, hermosa paradoja de juventud que admiraba Stendhal. Es una mujer niña, como se puede ser también, una mujer cisne. Se guarda la belleza en el bolsillo del short y sigue viajando en el metro.
"ESTACIÓN EN CURVA", dice una voz repetida por los parlantes.
¿Oíste , Carolina? Estación en curva.
Buena suerte.