domingo, 2 de septiembre de 2018

El camino a Ezeiza

Tenía un vestido negro, ligero. Un bolso con muchos folletines. Dos hijos, un novio y 25 años.
Tal vez algún que otro buitre rondando, algún que otro lobo mostrando el colmillo. Sellaba libros en dos bibliotecas y me ganaba el pan.
Una tarde, en una librería del Patio Bullrich, conocí al Escritor.
Hablábamos, (de Alejandro Dumas , la piratería, de si el escritor mentía como decía él o inventaba como decía yo). A mí me encantaba la conversación y el Escritor no parecía disgustado.
- Me tengo que ir-dijo- Al Aeropuerto.
-¿Ezeiza?- le dije, y agregué, con la inconsciencia por las distancias que me caracteriza- Yo vivo cerca. Te acompaño y charlamos en el camino.
Y así fue. No entendí cómo aparecieron varios hombres más (mis Editores, dijo el Escritor) y dos autos muy brillantes y lustrosos.
Y quedé sentada entre el Escritor y un Editor.
(Las mayúsculas pertenecen amis sensaciones de ese momento. Trato normalmente con editores y escritores desde hace años y sé que la minúscula está más que bien)
En la autopista se hizo de noche. Hablaba un Editor conmigo de la mágica Violeta Parra y me permití cantar un par de versos (el canto, mi otra afición). El otro Editor se afanaba en enumerar las notas periodísticas que se habían arreglado en distintos medios.
("Miren como gestionan, los secretarios, las páginas amables, de cada diario), cantó una vez Violeta, cuyo espíritu musical y brutalmente honesto se dibujaba en las sombras de la noche.
Se fue haciendo silencio, mientras Dumas y los piratas volvían a mi bolso.
Había descubierto El Otro Lado de Ser Escritor.
Ese que no me interesa y por eso no crucé.
Sólo me dejé envolver por las sombras y la brisa nocturna en una parada de colectivo.
Mi casa nunca estuvo cerca de Ezeiza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario