miércoles, 18 de diciembre de 2019

El cuaderno

En mi casa hay un altillo, un pequeño cuarto en altura , atiborrado de cosas. Eso no es nada raro, en muchas casas hay un altillo, aunque la palabra está en desuso.
Cada tanto tiempo, subo esa escalera empinada, en busca de algún libro. No sólo hay libros, hay cuadros, retratos, una cómoda antigua, y una campana de un viejo buque. Esto último perteneció a los viejos dueños, que eran una pareja de buzos. Gente singular.
La cuestión es que aunque es común para mí subir esa escalera empinada y enfrentar el desorden amable del altillo, hace pocos días ocurrió un pequeño suceso que para mí fue extraordinario.
Lo que ocurrió fue que algún otro miembro de la familia movió una manta de alpaca y la cambió de lugar. Pequeño gesto, todo un descubrimiento.Y cuando yo realicé hace unos siete días mi normal visita al altillo, me sucedió algo...
Lo primero que vi fue un cuaderno dónde estaba la manta de alpaca, tapas claras, lomo de tela verde, un cuaderno Rivadavia de 200 hojas.Un cuaderno que no abría desde veinte años atrás, pero al que dormí abrazada más de una vez
La tinta está perfecta. Los poemas y cuentos y borradores de cartas ocupan las 200 hojas completas, incluidos los márgenes y contratapas.Era ella, la Paula a la que todavía podía su padre llamarla Paulette, la que alguien llamó La Novia de Artagnan, la que sellaba libros todo el día con sus jeans gastados y su cabello larguísimo, la que abrió un día un libro para poner el sello de la última página y encontró un manuscrito de Borges.
Pero también la que no toleraba bien eso de ser llamada musa, y no buscaba trascender por el nombre del otro.Estaba descubriendo el mundo, tenía 25 años, un novio y dos hijos, que poblaron el cuaderno con sus dibujos y poemas.
Todos somos Conrad cuando maduramos.
Permitanme mirar mi cuaderno con una sonrisa, vaso en mano y compartirlo con ustedes.

lunes, 9 de diciembre de 2019

Carta al Navegante


Carta al navegante que partió


Me hiciste una pregunta y te contesto con esta carta. Te escribo la respuesta en verso, las palabras desnudas son tan pobres. Hablaste del misterio de la mujer, de mi secreto insondable: es tan sencillo, hombre, conocer el misterio cuando se quiere saber. Pero si sólo quieres irte lejos, retornar al mar, en soledad, la mujer seguirá guardando su misterio, porque es todo lo que le dejas.
 Pero yo tengo otro secreto. Tal vez hay rencor en mis versos, o simplemente sí, hay rencor, pero tengo una disculpa: un hombre, para una mujer solitaria, es sólo un sueño del que nunca es dueño. Por eso no sabes, mientras navegas por los mares allá lejos, qué consistencia tuvo el sueño que fuiste, cómo se proyectaba, gigante, tu forma en los bosques de mi imaginación. ¿Y si ese es el misterio que te inquietaba y que tal vez una sirena lejana te revele, cantando para ti? La imaginación te hizo más héroe de lo que eras en realidad, tan sólo un Ulises cansado, un Ulises hambriento de una tabla de salvación por una noche, de un refugio de calor por una noche, de un puerto donde amarrar por una noche, por una sola noche.
Y por la mañana te fuiste, dejando el bosque umbrío, más solitario, más inerme en su desnudez.
 Y así te escribí estos versos, desde mi desnudez, contestándote como puedo tus preguntas inquietas, como deben ser las preguntas que se dicen por única vez y sin esperar respuesta, porque una respuesta así, marinero, puede demorarte años en el puerto...O tal vez, preguntas, marino, una y otra vez, a distintas mujeres puerto en costas lejanas y extrañas para mí. Te escribí esta respuesta y disculpa, tal vez nunca te llegue.

Saber qué quisieras
Hombre que aciertas
Navegar la Vida
Y dejarla muerta
Tan tibias aguas
Heladas se vuelven
Al ser navegadas
Por marinos crueles
Por decirte tan sólo
Hombre, que tan duro eres
Que labios tan dulces
Se vuelven crueles
Que parir puede un alma
Rencores inmensos
Y que no sólo el dolor
Nos vuelve mujeres
Por decirte tanto
Mi voz ronca se vuelve
Y dolor mis ojos
Y violentas mis sienes
Y yo me vuelvo loba
Y sólo tú no te vuelves
Mientras tu espalda se aleja
Te vas preguntando
Qué oscuro misterio
Que son las mujeres
Nunca llegas tan profundo
Cuando amas
Como cuando amando hieres
Así abres la puerta de la oscura cripta
Sangre que piedra helada
Volvieron los siglos
Ocultas esmeraldas
Brillantes amatistas
Tesoro del odio
Y del desprecio
Otro pagará
Lo que tú has hecho

La mujer



domingo, 1 de diciembre de 2019

El perro de Manuel


En realidad, Manuel no se llama así, pero prefiero proteger su nombre. Manuel fue mi vecino durante treinta años, pero en esos treinta años estuvo varios años preso, por lo que no fueron tanto.
En ausencia tanto como en su presencia su madre decía “Cuando venga Manuel va a solucionar éste y éste otro problema". "Cuando venga Manuel". Cuando venga.
Vino Manuel y encontró a la madre ya muy anciana. Él la cuidó como muchos hijos probos y sin entradas carcelarias no cuidan a sus madres. Junto con su hermano, Lorenzo, se turnaban para ocuparse de esa mujer que les había dado la vida y tanto había sufrido.
La madre partió, a algún país allende los cielos. Los dos hermanos, viejos asiduos de la cárcel, la lloraron copiosamente en un eterno abrazo, como son los abrazos de los hermanos.
La última vez que vi a Manuel fue hace pocos días. Paseaba un perrito, un cachorro blanco, alegre y vivaz. El cachorro quiso jugar conmigo y pregunté a Manuel su nombre.
Vaciló.
Al fin me dijo gravemente: se llama Noteolvidaré.