sábado, 22 de junio de 2013

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Esta entrada es especial.
Significa que la autora creció con el blog, que ustedes y nosotros (nosotros: los personajes en busca de autor que me hallaron a mí, y ustedes), nos hemos encontrado aquí, en estas aguas que también son costas...
Como naúfragos de un mismo barco, hace tiempo dispersos por el mundo, pero siempre hermanos...
Quiero festejarlo con ustedes, y para eso voy a rescatar a mi vieja amiga, la antropóloga intrépida...Nadie como ella para narrar la maravillosa alquimia que puede suceder en cualquier sitio y momento, cuando le permitimos la magia a esa hoja de papel que tenemos enfrente...
Como la magia de que estés aquí, habitante de Luxemburgo, Barcelona, Mountain View, Santo Domingo, Cali, Paris, Caracas, Moscú, Debrecen, Bologna, Alicante, Palo Alto, Myanmar, Rosario, mi ciudad de Buenos Aires y de tantos sitios, remotos o no, que participan de la maravilla de este encuentro.

                                          ¿DÓNDE ESTÁS, BOB FOSSE?

Ah, cuando yo era joven. Vivía en Siberia, era feliz, no tenía sífilis, no había conocido a Bob.
Fue aquí, en África. Podía elegir a cualquiera, pero tuvo que ser él.
Me abandonó. Y aquí, en el corazón de África, planeo mi siniestra venganza, con el latir de los tambores del siniestro brujo de la tribu, quien gusta de la buena música cuando se prepara esos estofados de antropólogo australiano como sólo él lo sabe hacer.
—Diablos —se dijo la escritora y arregló la cinta de la máquina de escribir—. Cómo conmover a la platea, ésa era la cosa. —Qué difícil. Qué dura es la vida del artista. Y cómo están los mosquitos. Me gasto el sueldo en espirales y repelentes que no sirven para nada. Y el calor no se aguanta más: la remera se me pega al cuerpo pero si me la saco me van a ver los vecinos porque mi cuñado no viene a ponerme la cortina.
Es una noche calenturienta en África Ecuatorial y pican los mosquitos. Aquí en África la vida es dura, pero además es corta. Maldición, cada aforismo que digo me recuerda a Bob. No siempre la vida fue tan dura, después de todo. En realidad. En fin, que en África no hay dinero para mosquiteros, el sueldo se te va solamente en la quinina, y apenas hay que conformarse con cortinas de bambú. Pero soy una mujer curtida y un mosquito de más o de menos no es nada para mí. Si sólo tuviera a mi Bob.

Suena el teléfono. La escritora arroja al suelo un sombrero inexistente y lo patea. Es su cuñado, para decirle que no puede poner la cortina hoy y que mañana Camila baila jazz en la escuela y si no sabe cómo se vestían las bailarinas de jazz. Cómo habrán notado, el lema de la literatura de este prodigio de escritora es que nada se pierde y todo se transforma.

Decía que era una noche calenturienta y pican los mosquitos. ¿Ya les hable de Bumba Catunga? Lloro solitaria pero no estoy sola. Conmigo está Bumba Catunga, el fiel sirviente negro, que ronca panza arriba. Si en un rato no lo despiertan los mosquitos, lo sacudiré para que tome su quinina. Hace tanto calor que lloro y no se nota porque las lágrimas se evaporan haciendo señales de humo que dicen “¿dónde estás, Bob Fosse?”, “Te cavaste la fosa, Bob Fosse”, “te arrancaré los ojos Bob", etc...
Bob etc... salió a comprar cigarrillos hace veinte años y aún no ha regresado. Ahora debe estar mucho más viejo, prefiero al negro, pero se duerme. Es lógico, de día lo hago trabajar. Pero no es como mi Bob Fosse. Él cocinaba, lavaba, planchaba. ¿Dónde estás, Bob Fosse?
Las hienas ríen como mi destino. ¿Estarán digiriendo a mi Bob, etc...? Era tan pesado que podrían digerirlo veinte años. Era indigesto.

Bah, esto es una porquería, se dijo la escritora. El problema es que el negro está dormido, por eso es aburrido. Si estuviera despierto sería más emocionante. Lo voy a despertar.

Tomé el látigo y le acaricié con él la espalda.
—Despierta, Bumba Catunga —que quiere decir “hombre con rulos”—. Necesito pasión ardiente. Si no me sirves, arrancaré el tótem del poblado otra vez y después te tocará lavarlo.
—No, por favor —en su voz temblaba la súplica—. Médico brujo hará mucho mal. Dice que ser arpía chiflada.
—Si, soy arpía y me gusta serlo y me gustó mucho ese totem la semana pasada, me gusta más que vos, pero no quiero problemas con la tribu y si no me satisfaces, te azotaré.
—Entonces azótame, me duele menos.
—Ah, mond dieu. Maldito seas, Bumba Catunga. No quiero lastimarte. Sólo bésame.
—Ama, es que si sólo te lavaras los dientes a la mañana...
—Imbécil, una aventurera como yo no se lava los dientes jamás. Bésame.
—Con la boca cerrada sí, ama.
—Maldita sea, quién dijo en la boca. ¿También querés que te haga un mapa?
—Dice médico brujo que francesa ser malvada.
—Ahí si me lavo, te lo juro.
—Eso dijo la semana pasada y no era verdad
—Me puse perfume.
—No insistas, amita, me duele la cabeza.
—Maldición, Bumba Catunga, empiezo a creer que eres un impotente, como dicen en el poblado. Dime que no es verdad.
—Es verdad. ¿Me venderás nuevamente?
—No, Bumba Catunga. Tu conversación me agrada y encuentro que ese totem me gusta mucho.
—¡No, ama! ¡El totem sagrado no! Médico brujo enojar. Quemar esta casa. Yo me voy.
Sale corriendo.
Me quedo sola. Las hienas ríen.
—¡Oh, Bob Fosse! —Mis ojos se llenan de lágrimas—. ¿Dónde estás, Bob Fosse?

—¡Bien! —se dijo la escritora satisfecha y en eso el viento le rompió dos ventanas y le arrojó las macetas al piso, sin que ella se percate en su ensueño de gloria—. El éxito... —suspiró—. Función a sala llena... —volvió a suspirar—. Con Cecilia Roth como la aventurera intrépida, y Ricardo Darín como Bumba Catunga. ¿O Denzel Washington estaría mejor?
Y llena de confianza en el futuro, distraídamente aplastó un mosquito
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domingo, 9 de junio de 2013

Un día en el prostíbulo

Prosigo, porque quiero pasar este tramo del prostíbulo rápidamente. Aunque les parezca mentira, ser prostituta no tiene mucho de emocionante. Los portaligas molestan en verano, la profesión está injustamente vilipendiada y los epistemólogos son barbudos. Esto último puede parecer irrelevante y tal vez piensan que el hecho de que los epistemólogos lleven barba no guarda relación con la prostitución. pero esperen y verán.
Antes de que vean, les diré algo más asombroso: en la prostitución hay poco sexo. Como lo leen. Hay poco sexo y eso es una porquería.
Un tarde cualquiera yo me pasaba por el prostíbulo y le preguntaba a Bárbara (la rubia que no era rubia de la caja) si había alguien para mí. Bárbara, además de manejar la caja, distribuía los clientes según las profesiones entre las especialistas.
A mi me tocaban los epistemólogos. Por eso dije que en la prostitución hay poco sexo. Tenía compañeras afortunadas a las que le tocaban abogados, mafiosos rusos, médicos cirujanos, narcos colombianos, arquitectos, piratas del asfalto. Cada una tenía una especialidad y un rubro.
Mi jefe, ese editor devenido en proxeneta, había conservado la vieja manía de los estudios de tendencias y se le había ocurrido la prostitución temática: prostitutas profesionales para profesionales, era el lema del aburrido cabaret. Si te tocaban abogados, había que estudiar leyes, si te tocaban arquitectos, te conocías de memoria los edificios históricos y sus correspondientes historias. La que tenía suerte era especialista en narcos y veía elefantes rosas.
Yo no tenía suerte. Tenía que leer a Mario Bunge. Famoso epistemólogo argentino. Sí. Maldito sea.
Así que sigamos con que en una tarde cualquiera pregunto a Bárbara.
—¿Hay algo para mí?
—Nada todavía.
Un maldito día común, pero ya llevaba dos semanas sin sexo. Y sin ver un mango.
—¿No tenés un abogado para pasarme?
—Vos sabés que no hay abogados para vos. No sabés nada de derecho. Ahí tenés los dos últimos libros de Mario Bunge. Los dejó el jefe para que te actualizes.
—¿Y dónde están todos los epistemólogos?
Bárbara agarró el diario y me dijo mientras lo hojeaba con expresión aburrida.
—Hay un Congreso en Berlín. Mañana vuelven todos. Mejor que leas los libros. Es un congreso de Causalidad.
—Maldito Bunge —dije yo, y de pronto vi la luz. La puerta estaba abierta y en el dintel se perfiló, envuelto en rayos dorados, un barbudo. Enclenque. Con anteojos. Con pantalones arrugados.
Un epistemólogo sin plata para ir a Berlín. ¡Sexo!
Se acercó a la barra nervioso. Yo me pinté los labios furtivamente. Una buena prostituta tiene que manchar las camisas, si no es poco profesional.
—Necesito los últimos libros de Mario Bunge —dijo el cretino.
—¿Qué? —dije.
—Un librero de Corrientes me dijo que acá los tenían.
—Señor —dijo Bárbara con dignidad—. Esto es un prostíbulo, no una biblioteca pública. Si quiere los libros, los va a tener que pagar.
—Vamos —dijo el tipo, despectivo—. No me vas a decir que la loca ésta de los labios pintados puede entender los libros. ¿Para qué los quieren acá?
Ahora me tocó a mí indignarme.
—Escuche —le dije—. Sé todo sobre la causalidad. Sé que Mario Bunge no está seguro acerca de si la relación causal es gnoseológica u ontólogica. Y le puedo citar cada uno de los quinientos libros sobre la metodología de las ciencias sociales. Es más, para que vea cuanto sé, le diré entre nosotros que el psicoanálisis no es una ciencia.
Inútil discutir. Se llevó los libros y no lo vi más.
—Los pagó —dijo Bárbara y se encogió de hombros, volviendo a su crucigrama.
—Mejor —dije yo. Los epistemólogos son terribles a la hora del sexo explícito, porque son muy poco explícitos. Me explico, se creen que las etimologías se pueden inventar y que los guiones se colocan en cualquier lado.
Dicen: "Sac-ate esto". "Hac-eme esto o-tro". Y hay que preguntarles por las dudas: "¿quiere que le haga esto o-tro o esto Otro?". Porque no es lo mismo "o-tro" que "Otro".
En fin.
La prostitución temática era una idea genial que como muchas ideas geniales, fracasó. Los clientes empezaron a pedir que les escribiéramos las ponencias, que les hiciéramos monografías y resúmenes y y eso hizo huir a los mafiosos rusos, los piratas del asfalto y los narcos colombianos. Único para captar las tendencias, el jefe puso una fotocopiadora, después puso una mesa de libros de saldos y al fin alquiló un local a la vuelta de Filosofía y Letras. O sea cambió de rubro.
Y me quedé sin trabajo

domingo, 2 de junio de 2013

MI primer aventura prostibularia. (viene del post anterior)

Creo que el gesto de poner en el pañuelo ropa interior de encaje rojo me predestinó. Como sea, ni bien nació mi hija la dejé con una monja, dándole precisas instrucciones de que la dejara hacer todo lo que se le diera la gana, para que el día de mañana fuera una persona de provecho a la sociedad. Luego me fui a una humilde pensión de mala muerte a escribir una novela, cosa que hice en cinco días: un récord. Con el manuscrito en la mano, me presenté en una editorial.
El galante editor me atendió de inmediato.
—Humm —dijo—, la literatura femenina se va a poner de moda dentro de diez años, pero veremos qué podemos hacer. Para que podamos vender tu libro (cosa que, como sabés, es muy difícil) hay que elaborar una estrategia publicitaria. ¿Qué tal si vas a una guerra, como tu amigo Reverte y volvés como una heroína?
—No soy amiga de Reverte —repuse—. Faltan siete años para que lo conozca.
—Humm, qué lástima. Podríamos haber puesto una faja en el libro que dijera: "¡ Y es amiga de Reverte!". Bueno, otro. ¿No conocés a Stephen King?
—Tampoco —dije desolada.
—¿A Danielle Steel por lo menos?
—Soy la ahijada de la Momia de Titanes en el Ring —dije tratando de ayudar.
—Eso no sirve para nada. Bueno, cuando vuelvas de la guerra podemos poner en la tapa del libro una foto de vos desnuda con fondo de Vietnam. Esas cosas siempre ayudan.
—¿Y si muero en la guerra?
—Tenés razon. Vamos a sacar la foto antes.
—Prefiero no ir a ninguna guerra, gracias.
—Bueno, entonces vamos a tomar medidas drásticas. Vas a ser prostituta y llamaremos a tu libro. "Memorias de una vulgar prostituta". Así nos adelantamos a una tendencia mundial.
—¿Por qué vulgar? —protesté
—Perdón, te veo el bretel del corpiño y es rojo —justificó el editor.
—Bueno. Supongo que es todo de mentira ¿no? No tengo que prostituirme de verdad.
—Perdón otra vez. Esta no es una fábrica de best-sellers. Acá editamos obras literarias de calidad. No le mentimos al público. Si en la solapa dice que sos prostituta, es porque lo sos. Lo tomás o lo dejás —dijo sirviendo dos vasos de whisky.
—Lo tomo —dije decidida y bebí de mi vaso. Un auténtico whisky escocés "La Ruina de los Campbell"—. ¿Cómo me prostituyo? —pregunté.
—Bueno —dijo el tipo y sacó un habano—. Primero vas a tener que mostrarme lo que sabés hacer. Tus habilidades, bah. Lo que hacés con tu marido.
—No tengo marido —repuse acordándome del rayo de luz y el cascote en la cabeza.
—No importa —prosiguió él—. No hace falta estar casada para esto. Después de mostrarme tu talento, vas a esta dirección —me dio una tarjeta— y hablas con Bárbara, que es la rubia que está en la caja. Con ella arreglás tu horario —se aflojó la corbata y aclaró—. El 80 % de todo lo que ganes es para la caja y no podés tener arreglos personales con los clientes—. Y se abrió el cuello de la camisa, tomando un trago.
—¿Y mi novela? —pregunté.
—¿Qué novela?