domingo, 27 de diciembre de 2009

Volvé, Dickens

La vidriera era oscura. Tan oscura era, negro de hollín, negro de noche, que si no fuera por la cartulina amarilla que decía "Manos: cinco pesos" hubiera seguido de largo. Pasé de largo treinta veces, cincuenta, cien, no sé cuántas, pero un día me detuve.
Manos: cinco pesos. Alcé la vista y unas letras que supieron ser luminosas decían JOANNA, peluquería . No decían eso, el nombre era otro. No me interesa ser realista al extremo de perjudicar a la gente buena. eso se los dejó a muchos de mis colegas. La mezcla del periodismo y la literatura es un monstruo de dos cabezas que siempre me fue ajeno.
JOANNA, peluquería. Toqué la puerta. Un mujer joven, delgada y menuda, peinada con una sencilla cola de caballo, abrió la puerta, trabada por una cadena.
-¿Sí? inquirió. Tenía esa cara de pocos amigos que da el cansancio.
Le señalé el cartel.
El interior era alumbrado por una luz de cuadro de Van Gogh que se obtiene fácilmente con una lampara de 25, esa luz amarilla de los bares donde se emborrachan sus personajes. El espejo estaba rajado, el tapizado de la butaca, roto, con la gomaespuma asomando.
Lo único que brillaba era un televisor.
Me ofreció una silla. El televisor era en blanco y negro y estaban dando una telenovela. Joanna, supongamos que es su nombre, no le podía sacar los ojos de encima. Puso una mesita a regañadientes y encima de ella una toalla sucia. Luego empezó a limarme la uñas. Cada diez segundos se daba vuelta a mirar la pantalla: una joven actriz ( después reconocí a Emilia Attias) resistía con heroísmo el acoso de un vulgar malandrín. Su nobleza era maravillosa. Así lo vi, porque estaba viéndolo con Joanna. Si lo hubiera visto en mi casa o en cualquier otro lado, hubiera pensado que eran dos actores patéticos con un guión de cuarta pensado para idiotas. Pero no era así, entendí , ella era noble y bella y él un vulgar malandra. Ella jamás venderá un milímetro de su piel. Ella es como Joanna, imagino. Entonces viene el corte y me pone una mano de calcio. Sacudiéndose la aventura de la mirada, me pregunta si quiero un par de medias por dos pesos.
Veo un diploma colgado en la pared, con manchas verdes. Veo que Joanna se recibió de peluquera en una academia en 1990. Tal vez tenga mi edad, pero parece más joven. Su corazón puro y sin mácula la mantuvo así.
Me llevo las medias, las manos esmaltadas y la absoluta conciencia de que el peor actor del mundo tiene una misión que cumplir y que la peor de las ficciones es mejor que lo real.
Ya lo sabía. Lo sabía cuando leía Los tres mosqueteros en el fondo de mi casa de Villa Urquiza. Lo supe siempre pero lo había olvidado. Ahora yo escribo ficciones y me preocupan demasiado los engranajes, tuercas y tornillos.
Esto pasó hace dos meses. Ahora camino por esa calle todos los días y busco la peluquería de Joanna, con sus vidrios de hollín. Y no la encuentro. Se esfumó, como un fantasma que vivió demasiado tiempo a la sombra de la gran avenida y se fue, en busca de refugio, con su televisor y sus heroínas de corazón puro. Como ella misma.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

La leyenda del capitán Maldito

LA LEYENDA DEL CAPITÁN MALDITO

¿Conocen la historia del Capitán Maldito? ¿No?
Ignorantes.
El Capitán Maldito era conocido por ese nombre tanto en Maracaibo como en Lima y Tierra del Fuego. Con solo oír su nombre, los hombres temblaban como Gudurix y las mujeres gritaban como la rubia de King Kong. A la noche, cuando los niños no se querían tomar la sopa, se les decía: vendrá el Capitán Maldito y te llevará. Su fama era peor que la de Satanás, que tiene bastante mala fama. Su final fue tan triste que de solo recordarlo me pongo a llorar. A su muerte los hábitos monjiles quedaron de luto y en las islas británicas hubo un desmayo masivo de cinco minutos a las cinco de la tarde por parte de las ladys, en señal de duelo.
Se conserva un retrato de él en el Convento de las Carmelitas de Bogotá. En él vemos al Capitán Maldito posar con aire siniestro. Tracemos su retrato.
El Capitán Maldito llevaba con apostura un parche en el ojo izquierdo y el derecho era de vidrio. Ustedes dirán que no veía un carajo, sí, les digo yo, pero por eso era tanto más temible. Es famoso que, blandiendo el sable de aquí para allá le cortó la cabeza a su propio lugarteniente. También se cuenta que una vez mandó a ahorcar al gobernador de Santa Guadalupe de los Arenales y en lugar de eso sus hombres ahorcaron al cocinero. Todo lo que dijo el Capitán Maldito esa noche fue que la comida era mucho mejor. Es que parece que el gobernador de Santa Guadalupe de los Arenales cocinaba unos platos de primera.
Prosigamos. De su brazo derecho pende un temible garfio de hierro retorcido y oxidado, que más de una herida mortal, más de un hueso roto, a él se deben. En cuanto al brazo izquierdo, era ortopédico. Esto a nadie debe asombrar. Simple maravilla de la medicina incaica.
Se cuenta qué, así como Byron se ponía hosco cundo se hacía notar su cojera, el Capitán Maldito se ponía de igual modo cuando algún desprevenido se ofrecía a estrechar su mano. Es famoso lo sucedido durante el encuentro entre el Capitán Maldito y Lord Julian Wade. Lord Julian, enviado por el rey Jacobo, tenía la misión de ofrecer al Capitán Maldito el gobierno de Jamaica. La derrota del elegante inglés fue total y esto por un incidente, que nos apresuramos a relatar.
Frente a sendas botellas de ron, el Capitán trazaba frente a un admirado Sir Julian las líneas de su plan de gobierno. Su más cara medida era incentivar peregrinaciones de monjas desde el continente. Tal piadosa intención, llegó a lo más profundo del corazón de Sir Julian. Conmovido, pronunció la frase fatal:
—Capitán, estrechemos nuestras manos.
¡Frase cortés, digna en todo del elegante británico! Frase sencilla, sí, pero no para el Capitán Maldito, a quien la sola palabra manos sublevaba la sangre. Frase imbécil pronunciada por un Sir Julian alcoholizado con ron de mala calidad, dicen algunos. Haciéndola corta: el Capitán Maldito enrojeció y cuál lo haría una doncella ruborosa, ofendida en el íntimo pudor, desenvainó el sable y seccionó de un solo golpe, las dos manos del imbécil de Sir Julian.
Es que Sir Julian era un imbécil y nuestro capitán era sensible como una poeta mexicana.
El capitán, anécdotas aparte, en su estampa retratada adelantaba con hidalguía una pata de palo, labrada en una magnífica muestra del arte caribeño. Poseía, además, en finas incrustaciones, topacios, rubíes y esmeraldas de gran valor. Como se ve, no era ningún tacaño y además, sabía muy bien la parte del botín que le correspondía: las tres cuartas partes y el resto lo repartía con generosidad y justicia.
Semejante pinta coronaba una peligrosa pero breve carrera. Tal vez a eso se deba el penetrante aroma de su recuerdo, que satura el ambiente monástico y a las pálidas solteronas por elección en largas jornadas de té y canasta.
Fue un fin triste y peor aún, desconsiderado e irrespetuoso por parte del Señor el que acabó con la espada más temible de la isla de la Tortuga.

La suave, lisa y dulce lady Fairling cortaba rosas de su jardín, sin notar que su rubio cabello estaba sucio y desarreglado. Tampoco le preocupaba que su aérea falda blanca estaba agujereada y que sus finos y delicados pies se hallaban calzados por apenas una media roja y otra naranja. Esas nimiedades parecían desmentir la delicadeza de su talle y de hecho lo hacían. Porque la suave, dulce y lisa lady Fairling era el bruto John el Tuerto, por eso era lisa y su disfraz se lo había procurado Bill el ciruja, por eso no era tan elegante como el de una auténtica Lady británica. Pero John el Tuerto no se preocupaba por eso, porque, como ya hemos dicho, el Capitán Maldito no veía un carajo.
Corrió rápidamente por la isla de la Tortuga la voz de que una suave y dulce, aunque lisa, lady inglesa había llegado a la isla a cortar rosas y estudiar a los pájaros. Rápidamente se enteró el Capitán Maldito, que jugaba una partida de truco con Lady Ashton y Lady Dursdey, las dos últimas ladys que habían llegado a la isla con el pretexto de estudiar pajarracos y sin engañar a nadie, salvo tal vez a Lord Ashton y Lord Dursdey.
—¿Así que tenemos otra, eh?—murmuró el capitán —Señoras—dijo dejando las cartas sobre la mesa—Disculpadme.
Lady Ashton se desmayó. Lady Dursdey se rascó la oreja y levantó las cartas del Capitán para ver que tenía. Luego lanzó una puteada, porque hubiera ganado esa mano.
El cuarto jugador era Bill el ciruja. Sonrió enigmático.
El Capitán Maldito salió de la taberna.
Se equivocó diez veces el camino y trastabillando llegó hasta la suave, dulce y lisa Lady Fairling.
Lady Fairling, o sea, John el Tuerto, inclinado sobre un macizo de flores, giró la cabeza al oír la rotunda pata de palo del Capitán Maldito.
—¿Lady Fairling? —dijo el Capitán.
—Oh, yes—dijo el Tuerto, imitando a una lady como mejor sabía mientras buscaba el puñal entre las enaguas.
—Lady Fairling, tengo muchos compromisos. Ya hay demasiadas como usted en la isla. Por lo tanto va a tener que irse.
—Oh, no—murmuró el tuerto. Bill el ciruja había cosido un bolsillo a la enagua para guardar el puñal, así que el tuerto trataba de descoserlo.
—Está bien—dijo el capitán.
El Tuerto encontró el puñal.
—Tendré que hacerlo—dijo el Capitán, irritado.
Y cuando el tuerto tuvo el puñal bien aferrado, y comenzaba a girar, tenso, con un mohín de coquetería dirigido a la nublosa mirada del confiado capitán, este, que tenía bien ganada su fama de maldito, le cercenó el cuello de un sablazo.
—Me tienen harto las mujeres— suspiró. Tomó una aceituna de un platito que había en una mesa. Pues sí, había una mesa y un platito con aceitunas, aunque no lo hubiera dicho antes. Se sirvió tres más de un saque...y se atragantó con los carozos.
Así murió el más terrible de todos los piratas.
Les advertí que era un final desconsiderado. Pero yo no hago la historia.
Sólo la escribo.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Las puertas de La Alhambra

Sueño el perfume de la Alhambra
En el arco de tu pecho
Tu boca es una puerta,
Tu aliento, un jardín perfumado
Bailan violetas en un lecho borracho
Estrellas mareadas, mirá, es la luna loca
Que tambalea en un cielo hecho de topacios
Tu pecho, el arco de la Alhambra
Y todas sus puertas son bocas tibias
Rosadas, dulces. Me besan como esclavas
Cada flor de cristal me muerde los labios
Polvo de violetas baña tu espalda
Que abrazan mis piernas en medio del agua
Tan dulce es el beso de la espada
Que nadie creyera que al fin matara
Me besa furiosa y me deja exhausta
Y si no tuvieras furia y yo no desmayara
Pálida sobre el lecho, de mí misma raptada
Si en un sueño, dulce dueño
Me vieras rosada y exánime
Y un dulce de mieles de vos se adueñara
Fuera de mí mi espíritu
Vagando difuso
En las danzas más locas
En tu sueño confuso
Por jardines te llevaba
A yacer entre flores y hiedra
Te llevaba embriagada del beso divino
Besándote en el arco tenso de tu pecho
Soñando con puertas de plata
Con lechos de hiedra
Con jazmines y ámbar
Con la piel blanca de la luna
Reflejada en un lago de nácar

El perfume de tu beso me llevó embriagada
A las puertas de la Alhambra

martes, 1 de diciembre de 2009

La Sorbona y yo



La Sorbona y yo


Como buena escritora maldita, que no piensa en su éxito sino en el de sus futuros nietos, hace años que junto basura. Es decir, guardo todos mis manuscritos. Cuando era joven los guardaba para esos seres brillantes de la Sorbona que iban a comprender y analizar cada borroneado de mis textos. Ya un poco mayorcita, conocí algunos tipos y tipas de la Sorbona y me volví práctica: los guardaba para esos atorrantes y vagos de la Sorbona que viven de becas y subsidios. De todas formas, a mí como a Napoleón, me interesa el aspecto, para unos pasado de moda, de la gloria.
La gloria póstuma es redituable de dos maneras. Una es la burguesa, y consiste en que los nietos se enriquecen vendiendo nuestra basura y en los suplementos un montón de gente cobra por discutir la inmoralidad de publicar lo que nosotros en vida decidimos dejar inédito( ja, ja, ja) O sea, el aspecto burgués es el de alimentar a muchos vagos, además de nuestros nietos. El otro aspecto no es burgués, es sacramente egipcio. En nuestra época no podemos aspirar a pirámides, pero nuestras sombras lastimosas estarán más satisfechas de una tumba en la Chacarita llena de latas de cerveza, paquetes de cigarrillos y pintadas en aerosol, más quejas de los parientes de nuestros vecinos por todos los que nos visitan en nuestra última morada, que de mirar nuestras tumbas para encontrar tres margaritas resecas de nuestros parientes y nada más.
En fin, de todas formas mi temperamento es más burgués que egipcio, y aunque me agrade la idea de latas de cerveza en mi tumba, me agrada más pensar en mis nietos con la calculadora en la mano vendiendo en Sotherbys las boludeces que guardo ahora en los cajones.
Como las cosas hay que hacerlas bien (y sugiero a todos los autores malditos que sigan mi ejemplo) cuando tengo un rato libre busco los poemas (horrendas imitaciones de Byron que escribía en 1995) y escribo frases de genio torturado en los márgenes (siempre cuido tachar una o dos palabras). Piense que mucha gente de letras se dedica a los estudios genéticos y tachar es necesario para ayudar a su trabajo. Un poeta que no tacha y no hace muchas versiones no colabora con los cupos de becas, algo así como que cierra puestos de trabajo de licenciados en Letras¿me explico?. Bueno, escribo una frase genial, un sábado a la tarde sin mucho que hacer, y tacho un poco.
Por ejemplo:
"Estoy poseída, poseída, poseída. Un demonio me persigue día y noche. Mi madre dice que es el portero que viene a cobrar las expensas, pero para mí es una musa que me empuja a escribir más y más, cada vez que toca el timbre escribo con tanta fuerza que el lápiz se rompe"(aquí una mancha negra que atestigua que rompí otro lápiz) "Escribo y escribo(anoto en el margen):las expensas aumentarán igual. Chopin y George Sand nunca las pagaban, tampoco Lautremont"
Guardo cuidadosamente, por supuesto, el lápiz que rompí en ocasión de escribir esto.
Bueno, ya lo saben. Hagan la fortuna de su descendencia, los estudios genéticos están en su apogeo y los genetistas de letras son cada vez más. Y la expensas van a seguir aumentando.Escriban cada papel que se les ponga en frente, tachen, hagan dibujitos, etc... Una puede ser maldita ahora porque no se imagina a Lautremont pagando las expensas ni a Chopin en la panadería.
Pero no hay que dejar a los nietos sin nada.¿O NO?