domingo, 30 de mayo de 2010

Esto ocurria en Ciudad Gótica....

El Doctor Ferdinand Papirus se clavó los anteojos en la nariz para mirar mejor a su aplicada alumna de Historia, la señorita Pamela Johannesburgo. Pensó amargamente que le había contado la escabrosa historia de Barbazul sin lograr excitarla, verdad es que tampoco se había excitado con el amorío de Carlos II de Inglaterra y la opulenta Duquesa de Cleveland. Ni siquiera se había dado cuenta de que no había sido en la Edad Media. "Por cierto", se dijo amargado, "este punto del programa, el medioevo tardío de Ciudad Gótica, tampoco la va a excitar. Tal vez deba agarrarla de los pelos, romperle la camisa, mirarla los ojos y decirle...

"Miss Pamela, sólo el Marqués de Sade le daría a usted clase de historia, ya que contarle las cruzadas a usted es verdademente sádico".

Pero jamás lo haría. Tenía setenta años, era un doctor de Oxford y debía resignarse a...

—¿Profesor? —Miss Pamela lo miró fijo con dos grandes ojos interrogantes.

Se resignó completamente.

—En el Medioevo tardío, Ciudad Gótica era un caos. El robo y el pillaje eran moneda corrientes, bajo una tiranía despótica que hambreaba a la población. Los pobres comían lo que podían, que no era mucho, pero ellos sí lo eran... muchisimos. Las estudiantes rubias estaban famélicas y los profesores no se veían mucho mejor. El Rey Fernando I predicaba la austeridad a través de sus heraldos, que lograban pedir un gesto patriótico a la población antes de que se los comieran en las plazas. Este rey era austero: sólo hacía cuatro festines por semana, una vez al mes una orgía romana y cada tanto bebía perlas en vinagre; tenía, eso sí, dos hijos disipados, disolutos y por completo imbéciles, en cuyo criterio confiaba plenamente. Los señores feudales de Ciudad Gótica no lo destituían por imbécil sólo para que no asumieran sus dos hijos, más imbéciles que él. El rey Fernando, siguiendo el buen ejemplo de Calígula, que nombró senador a su caballo, nombró a un caballo de su establo ministro plenipotenciario. Decían que era un caballo brillante, le cepillaban el pelo cien veces por día, razón por la cual lo perdió muy pronto. Caballo decidió que el problema de Ciudad Gótica era la pobreza y resolvió eliminar a todos los pobres. Para esto tomó un paquete de medidas... —se interrumpió, indeciso y desconcertado, al ver a su alumna haciéndose sensuales masajes en el cuello. Se quitó los anteojos, se restregó los ojos y volvió a colocárselos. ¿Estaba soñando?
—Miss Pamela ¿le gusta esta historia?
—Oh, yes —suspiró ella, inequívoca—. El período de Ciudad Gótica a. B. (antes de Batman), me parece fascinante.
—¿Quiere cenar conmigo? —el anciano profesor la miró ardientemente con sus ojos miopes, agrandados por la lujuria. Era demasiado bueno para ser verdad.
—Tal vez si me sigue contando esa fascinante y excitante historia gótica, pero antes me pondré algo cómodo, si quieres, sírvete algo de beber.
Los gustos de las estudiantes de Historia inglesas son inexplicables.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Paulette, Ernestina, Jeanette y Zulema

De niña me llamaban Paulette. En mi familia había una abuela francesa, con muy buen humor y una vida interesante, lo que según algunos es una maldición, una prima abuela tambien francesa, ciega, con una visión de la vida más cercana al martirologio cristiano, y mi abuela tenía una hermana, la llamaremos Zule (se llamaba Zulema, no se crean que miento), que era escritora. Zule era la suma de la respetabilidad: entre mi abuela francesa y su público amorio con el Presidente Ortiz, que ahora nadie se acuerda quién es pero cuando era Presidente todos sabían quién era, y la severa Jeanette con sus historias monjiles y sus recatadas perlas, Zule, la escritora, era mi modelo. Ella escribía desde Córdoba, donde vivía su erudita vida, cartas llenas de humor maravilloso, invenciones y chistes. Así, cada cumpleaños, me llegaban postales con sonetos en broma, cartas con relatos inverosímiles que siempre firmaba como auténticos. La idea que yo tenía del escritor en la infancia estaba muy lejos de las fotos de los suplementos culturales: una no podía estar con Zule sin reir. Era imposible imaginarla con el dedo en el mentón, mirando a una cámara seria y diciendo cosas graves o filosóficas: Zule ejercía el humor como un arma de guerra.
La historia permitió escribir a las mujeres bajo ciertos hábitos, manteniendo ciertas conductas, la forma de hacer visible la inteligencia era tapar las piernas y el escote, además del humor. Olvidándose de que somos mujeres, nos pueden ver inteligentes. Asi sor Juana Inés de la Cruz escribió enfundada en el hábito de monja. Los hábitos varían, el ocultamiento del cuerpo, el disfraz de la sexualidad, el “no soy yo, son mis personajes” en caso de duda, la postura de la escritora, son tranquilizadoras. Algún día ese “no soy yo, son mis personajes” causará asombro. ¿Por qué esa disculpa pública? ¿Por qué ese pedido de gracia? ¿Y si soy yo? ¿Y si somos todos? El pensamiento y el placer tienen que estar disociados, entre los hábitos como el de Sor Juana y la disociación injusta y aberrante del cuerpo y el pensamiento hay una relación obvia, pero que sea obvia no quiere decir que todos la vean.
Pero volvamos a Zule.y a su trichera entre las sierras, desde donde disparaba chistes. Había nacido en 1909. Yo no conocía su juventud, pero algo de indecible libertad se veía en ella. Zule, tal vez por estar más lejos, llegó a mi infancia con un soplo fuertísimo a través de sus cartas y me insufló el deseo de ser escritora. Aclaramos: yo era una niña muy poco seria. Leía a Moliere y las revistas del Pato Donald sin discriminar una lectura de la otra. Todo lo que me hiciera reir era genial. Zule me hacía reir. Ser escritora debía ser genial.
Crecí. El nombre Paulette quedó en mi infancia, con Margarita a los veinte años, la novela de la joven que se hace monja en dos tomos de Garnier Hermanos que Jeanette, la severa Jeanette, me obligó a leer, y la risa de mi abuela, la que bailaba con un presidente. Ahora las tres son fantasmas amigos y están presentes, tal vez a mi lado, cuando escribo estas líneas.
Escribi mucho pero al hacerme mujer algo pasó. Zule tenia razon: ¡¡¡ser escritora es muy divertido!!!! Podés escribir muchos años sin que nadie crea que sos una escritora, es más fácil conseguir trabajo en un cabaret y, claro, de los cabarets vienen las mejores historias. Fue cuando Zule murió, en 1994, cuando una amiga de la familia me contó que Zulema, de joven, habia sido bailarina de cabaret. Me entusiasmé más y más, había que escribir, si, es maravillloso, las historias vienen solas, y por mi misma ya sabía, a los 23 años, que los proxenetas están en los taxis, en los estudios de abogados, en los bares de estudiantes… ¡Cuando se tiene veinte años se escriben poemas malditos tan fácilmente en una ciudad donde la de proxeneta es la noble vocación de tantos hombres soñadores e idealistas que aparecen en los lugares menos pensados!
Ademas, yo no usaba anteojos. Zule tampoco. Y eso es fundamental. Ahora, mientras escribo estas líneas, tengo puestos anteojos encargados especialmente con la convicción de que este blog será indefectiblemente aceptado sin rechistar por cualquier editora o editor que se precie de tal. Incluso, tengo un traje. Si. Y ya no escribo a mano. Y tengo casi cuarenta años. Los proxenetas me miran pasar, con un poco de nostalgia. Siguiendo el ejemplo de mi tia Zule, se empieza en la literatura siendo gozosamente acosada (o no), por los proxenetas y después, hay material para escribir hasta la vejez. El mejor comienzo para una escritora es el cabaret, la mejor jubilación para una mujer de mala vida, el prestigio de la escritura.. ¿Mala vida? Ja, ja.
Paulette, una niña pálida de pelo oscuro, oía con felicidad las historias de las tres mujeres que vivieron los locos años veinte. Y los locos treinta y los locos años cuarenta. Al crecer, me quedaron dos tomos de Garnier hermanos, un collar de perlas, una foto de tía Zule peinada como estrella de cine, deslumbrante, y Por los campos del sur, su novela. Y caminé por la ciudad con mis manuscritos, y me enfrenté a muchos abre puertas.
¿Saben lo que es un abrepuertas? Es como un cerrajero del éxito. Los abrepuertas son esas personas que aparecen en tu vida: escritores publicados, poetas con premios municipales, bests sellers europeos, y hasta guionistas de comics. De distintas maneras te hacen saber que tus llaves no sirven, que asi como estás y con lo que escribís, va a ser muy dificil, imposible que te publiquen, pero que gracias a dios, están ellos, los abrepuertas. Me acuerdo de un famoso autor español, en la esquina de mi trabajo, hace 12 años, con una cerveza: ”¿En cuánto tiempo escribes un libro, en dos meses, en seis meses? Seria un best seller, te cambiaría la vida”.
En mi vida he tenido el honor de tratar con honestos cerrajeros que me abrieron efectivamente las puertas trabadas y con infinita más educación que muchos académicos, premios nacionales y escritores de best sellers. Esta última especie de cerrajeros, que ya con tres gotas de alcohol encima declaran ”te voy a abrir las puertas”, son una suerte de proxenetas sin suerte, valga la redundancia.
Digo que erraron su vocación. Pero mientras una se enfrenta a esos abrepuertas, entre los veinte y los treinta años, escribe. Y escribe. Y sigue escribiendo. Y entiendo que, como Conrad dice, la vida es aventura y a veces dolor, pero, por suerte, también es una aventura digna de Jardiel Poncela o de Roberto Fontanarrosa. He reunido las pequeñas historias de Paulette en este blog.. Paulette soy yo y no soy yo. No me quejaré si un lector me confunde con mi personaje: no tengo dudas de que soy mi personaje. Paulette no soy yo, en el sentido material, Paulette es el arquetipo platónico: es la Idea de Paula, pero tambien de Zule, mi abuela y su prima Jeanette. Paula Ruggeri usa anteojos y suele abrigarse en invierno, pero Paulette usa un vestido rojo y mira desafiante a la cámara sentada con descuido en el piso, desde su blog que tiene ya tres años y diez mil visitas, hoy, mayo del 2010.
Acá estan las historias de Paulette, mis historias. Debo decir que Paula Ruggeri nunca fue prostituta y que Paulette, lo fue poco tiempo. Pero sin tantas personas dispuestas a abrirme las puertas, dudo mucho que los episodios del prostíbulo se hubieran escrito.
Paulette, por supuesto, soy yo. Una persona poco seria o alguien que no quiere usar hábito para escribir poesía, aunque entiende las razones por las que era moda obligada hace trescientos años.

Paula Ruggeri, mayo, 2010.