lunes, 16 de septiembre de 2013

El hombre de la vereda soleada

Por esos meses, yo hacía caminatas solitarias. Caminaba sola entre los árboles en flor, primavera veloz en mi vida, primavera que me daría una hija en el otoño. No era que estuviera sola, estaba con mi murmullo, mi murmullo ingobernable, saliendo del corazón para hablarle al alma, diciendo un simple: ¿Qué hacemos?
Todavía no había cumplido 19 años, faltaba poco. Las calles, las cortas veredas de mi barrio de Lugano, estaban cercadas por pequeños árboles de cerezo, que le daban a mi llanto silencioso su aroma..
No lo sentí, pero el universo de las hojas lustrosas, las flores de cerezo abiertas, dorándose al sol para dar su fruto, decían con un murmullo más lento, más ágil y gozozo que el mío: estás bien, y está bien el fruto de vientre... y los malos sueños, los murciélagos negros y sus risas soeces, se irán, tan lejos y tan abajo, que un día no los recordarás más...
Un día tendrás una niña y sostendrás en su pequeña mano un lápiz... con prudencia.. para que dibuje sin lastimarse... Creerás que así se divierte, pero es el comienzo de su viaje, igual que vos comenzaste a viajar con la voz de tu abuela recitando poemas, hace años que parecen siglos...
No oía. No oía al sol y sus rayos, ni a la brisa de prmavera, ni a la flor de cerezo...
Caian mis lágrimas pensando en dónde vivirìa, en quién le darìa trabajo a un madre de menos de veinte años, sin anillo en el dedo, sin más apellido para su hija que el propio....

Así que caminaba sin mirar nada, cuando oigo una voz que me llama.

Perdoname dice un hombre.

Perdoname repite.
Tiene el pelo canoso, una camisa blanca y un pantalón caqui. De golpe soy conciente de que tengo una blusa blanca sin llevar sujetador y una pollera verde ajustada. Todavía mi vientre se siente pequeño.

No debería decirte esto porque soy un viejo para vos. Pero me parecès un hada.
Lo miré muda. Algo quería decirle, pero no salía.

Perdoname repitió y se empezó a alejar, girando la cabeza para hablarme.

Sos un hada. Sos un hada de la noche...
Dijo esto y se fue. Caminado, todavía mirándome, dobló la esquina.
Y yo seguía de pie, mirando por dónde se había ido. Con las ganas más fuertes de mi vida de gritar.
QUEDATE. Quedate conmigo, por favor...

Quedate conmigo dijo un hilo de voz...
Y él ya había doblado la esquina.