lunes, 26 de octubre de 2009

MERCADO NEGRO: CAPITULO 3

VIENE DEL POST ANTERIOR

EL SUCIO MAC RAE
Dos noches más tarde, MacDillon recibía de manos de Mary una bolsa roja, de las que se usan para la basura patológica en todos los hospitales de buen nombre y en los de mal nombre también.
Cruzando el puente de Brooklyn, mirando ensoñado las estrellas, Joe MacDillon soñaba con el maravilloso contenido de su bolsa sintiéndose Santa Klaus. Tres preciosos pares de guantes usados por cirujano eran, a ver, quinientos dólares por guante. La aritmética no era su fuerte. Cada par valía mil dólares. O sea, tres mil dólares. Vaya juguete que le esperaba al niñito negro. Vaya juerga que le daría a Rose.
Apenas se halló en su lúgubre domicilio llamó a MacRae.
Marcó su sucio número y espero. Esperó lo suficiente para impacientarse. Al fin, una dulce voz femenina le respondió.
—Hello.
—Quiero hablar con MacRae.
—Tiene la boca ocupada, cariño. Pero dime lo que quieres y yo se lo diré.
—¿Rose? —exclamó sorprendido.
—Oh, no. No digas quién eres. Estoy pasándola bien.
—Si fuera tan bueno como dices, no podrías conversar, Rose. Cuando era conmigo, no conversabas.
—Tú siempre especial, Joe MacDillon—dijo ella con una risita-Pero verás, por ahora estamos cenando. Lo que tiene en la boca es un hermoso pavo del Día de Acción de Gracias.
—Pero eso fue ayer.
—Sí, fue ayer ¿Dónde estabas tú? No me saludaste. Estamos cenando lo que quedó.¿Qué quieres que le diga? Le pasaré el mensaje durante el postre.
—¿Y cuál es el postre?
—Yo, cariño ¿qué más?
—Déjalo, Rose. Lo llamaré mañana.
—OK, pero que no sea muy temprano. Estoy con contrato hasta el mediodía. Y avísame cuando me necesites, amor y recuerda que me debes veinte dólares ¿sí, querido?
Rose colgó y MacDillon se quedó mascullando. No importaba. Rose no era la única mujer en el mundo.

Pasó la noche y MacDillon se despertó al mediodía. Hora de llamar a MacRae.
Marcó el maldito número.
—Hello—respondió una dulce voz femenina.
—Oh, no, Rose. Otra vez no.
—Pero me estoy yendo, baby. Te paso con este tigre.
—Ahora él es un tigre.
—Tú también, tú también. Pero él no ha dejado nada del pavo de Acción de Gracias. No me dejó probar bocado. Me voy a casa por que me muero de hambre. Así que te doy con él. Bye, bye, dulce baby.
Llamar dulce baby a ese mamarracho es demasiado ¿o no? Por eso nunca quise ser prostituta..Por las cosas que hay que decir.
—¿MacDillon?
—¿MacRae?
—Él mismo.¿Qué tienes?
—Gripe.
—¿Qué tienes para mí?
—Guantes sucios. Tres pares.
—Te has portado. Bien. ¿conoces la esquina de la Cuarenta y ocho y la Décimonovena Avenida?
—¿Te refieres al bar que tiene un busto de Jefferson pintado de rojo para hacer juego con el matafuegos?
—Sí, donde estaba la casa de la vieja Lucy ¿la recuerdas?
—¿Cómo me voy a olvidar de la vieja Lucy? Estaba vieja, pero esas francesas...
—Dios, si te dejaba sin aire.
—Si habré gastado de mi primera libreta de ahorros con la vieja Lucy.
—Y luego tu padre te tiraba de las orejas, ja.
—En cambio el tuyo te pagaba todas las juergas.¿Y qué fue de Lucy?
—La reventó el reuma. Empezó con el lumbago.
—Claro, el lumbago. Gajes del oficio.
—Y después el reuma y después le encontraron artritis.
—Pobre Lucy.
—Terminó en el Hospital General.. así empezamos en este negocio ¿recuerdas?
—Sí, cómo no me voy a acordar.
—¡ENTONCES NO PREGUNTES LO QUE YA SABES Y VE AL BAR DE LA CUARENTA Y OCHO Y LA DECIMONOVENA AVENIDA CON EL BUSTO DE JEFFERSON PINTADO DE ROJO DONDE ESTABA LA CASA DE LA VIEJA LUCY QUE TENÍA EL LUMBAGO DE TANTO AGACHARSE Y ARTRITIS DE TANTO ARRODILLARSE Y TRAE LOS MALDITOS GUANTES!!!!!!!!
—¿Y mis tres mil? — preguntó MacDillon.
Pero MacRae ya había cortado.

¿Y a qué hora tendría que estar allí— se preguntó MacDillon. Pero imaginó que debía ser a la hora de comer.
Y al día siguiente, al mediodía, estaba allí con su bolsa roja y el bolsillo expectante.
Y allí estaba el busto de Jefferson pintado de rojo, pero faltaba el matafuegos. Y sentado, devorando unos huevos con tocino y esas porquerías que comen los yankis, estaba MacRae.
Se veía muy gordo y completamente pelado. Comía como un cochino. Con una mano grasienta llamó a MacDillon. Y MacDillon, diligente, se sentó a la mesa con cara de buen chico.
—¿Qué vas a comer?
—Pizza.
—Buena idea. Hey, Tommy. Una pizza grande con pepperoni. Sabes, aquí hacen la pizza de un modo que me encanta. Chorrea grasa, pero es riquísima Y bien, Joe, querido, ¿qué tienes para papi?
—Lo que sabes. Tres pares de guantes sucios.
—Sucios y sanguinolientos.
—Roñosos, infectos. Y valen tres mil dólares.
—Dámelos.
—Quiero mis tres mil.
—Hagamos un trato, MacDillon. Yo te daré los tres mil dólares, claro que sí, muchacho, el viejo MacRae siempre cumple. ¿No es verdad, Tommy? Mira que pizza, muchacho. Esto es una pizza. Sírvete, anda.
—Quiero mis tres mil.
—Te decía que haremos un trato. Yo te daré los billetes, sí, claro que sí, no vas a dudar del viejo MacRae. Pero los tengo envueltos en una servilleta.¿Y sabes por qué?
—Si la servilleta está limpia me parece bien.
—¿Y sabes por qué? —insistió MacRae
—¿Por qué? — se resignó.
—Porque nunca, oyes, nunca se debe mostrar el dinero. Pásame la bolsa, quiero ver que no me estás engatusando.
—Tú pasame algo de esa pizza. Comes como Pilón, no dejas nada.
—Oye, toda la vida te di de comer, así que no te quejes. Hum. Huele a gato muerto. Están asquerosos estos guantes. Bien, sirven- cerró la bolsa e increíblemente siguió comiendo—Oye, si no te comes eso dejámelo a mí.
—Come, a mí se me fueron las ganas.
—¿Estás seguro que no la quieres? No has comido nada.
—Como bien dijiste, huele a gato muerto. ¿Y desde cuándo gastas tanto escrúpulo frente a una porción de pizza ajena? Come y dame mi paga. Cargué esa bolsa dos días.
—Shshshsh. Estira el brazo izquierdo bajo la mesa y tómala.
MacDillon estiró el brazo izquierdo y tomó un bulto de la mano oculta de MacRae.
—Bien, bien, chiquito— MacRae simulaba seguir una conversación—¿Cómo está Mary? ¿Sigue tan guapa como siempre?
—Tú sigues ciego como siempre. Cuando tenga más, te lo haré saber. Y no te manches la camisa, MacRae. Rose no acostumbra lavarlas.
—Oh, Rose, Rose. Esa chica sí que es dulce ¿sabes lo que me hizo?
—No y no quiero saberlo. Adiós, MacRae.
—Espera, espera. Cocino un pavo como nunca lo has visto.
—Adiós MacRae,-repitió con furia y se fue, el idiota, sin revisar el interior de la servilleta atada con un piolín que llevaba en el bolsillo izquierdo. Y claro, Mac Rae estaba seguro que no lo haría. Acabó la pizza, pidió la cuenta, cargó la bolsa roja y se marchó.
CONTINÚA EL LUNES 2 DE NOVIEMBRE

lunes, 19 de octubre de 2009

MERCADO NEGRO: CAPITULO 2

VIENE DEL POST ANTERIOR
CAPITULO 2:
Maldita Mary

Cruzando el puente de Brooklyn, MacDillon se perdía en ensoñaciones bajo las pálidas estrellas neoyorkinas. Llenar el carrito del supermercado de buena y sana comida chatarra. Invitar a Rose a una buena juerga. Comprarle un juguete al vecinito negro cuya madre se lo llevaba asustada cada vez que se le acercaba. ¿Por qué? se preguntó, amargado. A él le gustaban los niños. Porque, ya lo saben, ¿no? En el fondo, su corazón es tierno como la manteca. Podría proponerle matrimonio a Rose e ir al cincuenta por ciento. No, eso es muy generoso. Ochenta por ciento para él, veinte para Rose y si no le gusta que se vaya. Una cosa es ser un caballero y otra ser un imbécil. Después de todo, lo de MacEnroe se iba a terminar y hay que asegurarse la vida.
Pero ahora todo dependía de Mary.

Hacía cinco años que no veía a Mary, pero sabía que seguía en el Hospital. Mary era una sucia tipa, del mismo modo que él era un sucio tipo. No la veía desde que ella le pidió que le pintara el comedor y le colocara las cortinas y él le contestó que se pintara el culo y otras cosas que por pudor no digo. Soy consciente que una señora como yo no puede escribir un relato como este, pero la última vez que me confesé no tenía nada para decir. Así que aquí estoy, intentándolo. Bueno, él le dijo que se pintara el culo y que se colgara las cortinas de...ay, padre Mario. Cómo voy a decir eso. En fin, le dijo que se colocara y se pintara... Bueno, le dijo algo a Mary, que a pesar de ser una sucia tipa le ofendió, naturalmente y así cesaron sus relaciones. Y en esos cinco años, MacDillon había caído en la peor ruina. Durante un año, fue pintor de brocha gorda. Luego pensó que eso menoscababa su honor y se dedicó a ciruja. Y ahora lo encontramos cruzando el puente de Brooklyn, en busca de Mary nuevamente.

El timbre a esas horas de la noche sonó bochornoso. MacDillon resolvió mostrarse sereno y digno. No iba a arrastrarse a los pies de esa perra.
La casa estaba misteriosamente en silencio.
Repitió timbrazo y en eso momento una voz cavernosa de cigarrillos negros y bronquitis genética preguntó quién es.
—Yo—respondió MacDillon
—Yo también soy yo.
—MacDillon.
—Yo también soy MacDillon.
—Joe.
—Así que Joe. Mi hermanito querido. No estoy vestida.
—Mira Mary, hagamos las paces. Se acerca el Día de Acción de Gracias.
—Pamplinas, como decía el viejo Scrooge.
—Hace frío.
—Fuck you.
—¿Acá?
—Espera, que busco la cámara de fotos. Soy la nueva artista pop. Haré una exposición sobre las pequeñas cosas de la vida.
—Ábreme, Mary. Me congelo.
—Vaya. El hielo endurece.
—Necesito guantes..
—Qué delicado.
—Guantes de cirujano. Usados.
—Qué asqueroso.
Se sintió el ruido de los cerrojos y apareció una gordita pelirroja y pecosa, ajada en carnes, entrada en años, malhumorada, con un pucho en la boca, igual en todo a MacDillon, salvo en algunas cosas que por pudor no nombraremos.
—¿Así que quieres guantes de cirujano y usados?¿Cuánto me das por ellos?
—Nada.
—Ajá. El comedor sigue sin pintar.
—Píntate el culo.
Mary lanzó una risotada.
—Siempre el mismo ¿eh?.Pasa.
MacDillon pasó sacudiéndose el frío. Miró las paredes. Necesitaban cuatro manos de pintura.
—Dame algo de tomar.
—¿Qué me darás por un whiskie doble?
—Nada.
Mary lanzó otra risotada. El pucho se quemaba entre sus dedos. Lo arrojó al piso y lo pisoteó, causando otra quemadura a la alfombra.
—La alfombra de mamá—murmuró MacDillon apenado.
—Qué tierno.
—Dame el whiskie. Tengo la garganta seca.
—¿Cuánto me das por tres pares de guantes sucios de cirujano? —dijo Mary bruscamente y mirándolo de frente.
—Nada.
—¿No conoces otra palabra?
—Para tí, no.
—¿Qué me das? — insistió.
—Mataré a tu perro si no me los das.
—Está muerto.
—Mataré a tu marido si no me lo das.
—Y me harás el favor más grande de la vida y te trataré como a un hermano, pero no te daré los sucios guantes.
—Mataré a tus hijos.
—Ja. Si eres capaz de encontrarlos, te daré un premio, pero no los sucios guantes.
En ese momento, MacDillon aguzó el oído. Le pareció oír un maullido. Sí, era un maullido.
—Ahorcaré a tu gato.
Mary lo miró.
—Mataré a tu gato.
—Mi...
—Gatito—Y MacDillon se levantó y comenzó a buscarlo.
—¡No! ¡NO! Mi gatito no—Mary empezó a sollozar convulsivamente. Y MacDillon suspiró satisfecho. Obtendría lo que buscaba.


CONTINÚA EL LUNES 26 DE OCTUBRE

lunes, 12 de octubre de 2009

MERCADO NEGRO: UNA TURBIA HISTORIA

CapÍtulo 1:
Guantes usados de cirujanos

Era una calle a oscuras, las ventanas temerosas se hallaban cerradas, lastimeramente aullaba un perro como si hubiera recibido una patada.
Y efectivamente, la había recibido. O bien el perro había hecho algo que no debía o Joe MacDillon paseaba por aquella calle.
Ambas cosas eran ciertas. El perro había mirado amorosamente a Joe MacDillon y le había dado la amistosa patita (nunca debes hacer eso, perro ¿oyes?) Y Joe MacDillon le había dado una regia patada.
Mientras él camina pateando perros y latas por igual en ese basural llamado...
...Nueva York. Ciudad brillante, cosmopolita, el centro de la civilización. Pero tras la civilización se oculta la barbarie. Las brillantes luces de Broadway no alcanzan a ocultar los opacos harapos de los mendigos, ni la nariz rota de un viejo boxeador borracho ni el labio partido y tumefacto de la vieja meretriz que le pidió dos dólares.
Nueva York. La pobreza desnuda sus calles y sus luces, el bajo mundo se apodera del alto mundo, la exitosa bailarina, cuyo nombre brilla en las marquesinas del teatro, pasa altiva frente a la vieja pordiosera que una vez también supo llevar plumas y diamantes. Las plumas vaya usted a saber dónde fueron a parar, los diamantes, al banco de empeños, de donde así como entraron salieron, pues eran tan falsos como Nueva York, falsa opulencia, falso brillo, falsas estrellas de neón y mejillas de falso rubor.
Pero ¡ah! La basura de Nueva York. La basura de Nueva York era inigualable. En ningún otro lugar había basura que valiera tanto como aquella.
Y Joe MacDillon lo sabía bien. Tan bien, que ningún basural se le escapaba.

Mientras él camina pateando perros y latas por el lado oscuro de la vida, masculla palabrotas. El canto de un beodo parece entonar un muezín, sea lo que sea un muezín, a las malas costumbres, al Dios de los malos, a la malignidad de las cosas.
Y mientras Joe MacDillon camina, se detiene a revolver la basura. Encuentra un zapato marrón izquierdo de hombre. La próxima cerveza estriba en que encuentre el par derecho. Pero en lugar de eso encuentra un guante.
-Maldita Mary-masculla, mientras se fija si aparece el otro.
Aquellos eran malos tiempos para MacDillon y de todo culpaba a Mary. Pero ¿quién es Mary?¿Una rubia burbujeante que le exprimió los sesos y la billetera? ¿Una morena insinuante que le arrebató su herencia con malas artes? ¿O una gordita pelirroja y pecosa, ajada en carnes, entrada en años, malhumorada, con un pucho en la boca, su hermana Mary tal vez, igual en todo a él salvo en algunas cosas que por pudor no nombraremos?
Todo se sabe al fin y no hay por qué adelantarse. Mac Dillon encontró el guante, pero no el zapato. Era igual, aún le quedaba un cigarrillo. Y si a MacDillon le queda un cigarrillo, no tiene porque trabajar más.
Sin embargo, debe la renta, debe el gas y le debe veinte dólares a Rose, la meretriz dulce y de buen corazón que le alivia la dura vida. Hacía dos meses que no le hacía una visita y estaba desesperado por hacerla. Pero una deuda es una deuda.

Cuando entró en su lúgubre departamento, de paredes verdes y mohosas, con un jergón tirado en el piso y una colección completa de botellas de todas las clases, excepto la clase de botellas llenas, sonó el teléfono.
Mac Dillon se detuvo en el umbral, escéptico a sus oídos. Hacía un año que no pagaba el teléfono. Un milagro había sucedido. Sin comprender nada atinó a alzar el auricular.
—¿Hola?
—Pedazo de idiota.
—¿MacRae? —Trató de no sonar incrédulo.
—¿Y quién más te va a pagar ese teléfono? —llegó el momento, al fin en este relato negro oirán la esperada palabrota-Shit.
—Oye, MacRae—había un punto colérico en esa voz ronca— Acepto que pagues mi teléfono si quieres, pero no que blasfemes.
Hubo un intervalo de silencio estupefacto del otro lado. Mac Dillon sonrió, complacido. Por fin había sorprendido a esa rata.
—¿Qué eres, una damisela?
—No, pero soy un caballero y por mi honor no permito que se me hable así. Así que cortaré y volverás a llamar. Adiós, MacRae.
Colgó el teléfono. En menos de un minuto sonaría de nuevo. Sesenta, cincuenta y nueve, cincuenta y ocho..., empezó a contar los segundos mientras encendía su cigarrillo. Así que lo necesitaban a él, a MacDillon. Entonces tendrían que pagarlo caro.
RI I I I NGGG!!!!!!
Ese ring sonó enojado ¿o me parece a mí?
—Escucha, rata de las cloacas. Tengo trabajo para ti y no quiero que me vuelvas a cortar el teléfono. Se lo ofreceré a otro ¿entiendes, maldito hijo de puta?
—Oye, ya te dije que no digas palabrotas. Dime que quieres, por que estoy esperando una llamada ¿sabés? Y no quisiera por nada del mundo que le dé ocupado a mi amiguita.
—Qué amiguita, no te hagas el interesante. Jodes menos que el chofer del Papa. Te va a contratar el Vaticano por eso, pero primero harás algo por mí. ¿Te suena el nombre de MacEnroe?
John MacEnroe. El multimillonario petrolero.¿JOHN MAC ENROE? Oh, la diosa Fortuna llama a la puerta..
Rápidamente se repuso.
—Humm, MacEnroe ¿el tenista?
—No te hagas el idiota.
—Oh, ya sé a quién te refieres. Ese tunante.
—¿Qué inmundicia de novela de espadachines andas leyendo? Te crees D’Artagnan ¿eh? Eres maldita carroña de Brooklyn, así que deja las palabras finas. ¿Recuerdas la buena época de la basura patológica, cuando robabas la basura de los quirófanos y cada guante de cirujano usado te dejaba veinte dólares? ¿Te imaginas a D’Artagnan robando guantes de cirujano?
—¿Eso es lo que quieres?¿Guantes de cirujano?
—Eso es lo que quiero, pero el negocio ha cambiado un poco, desde que sabemos el nombre del sucio tipo que se masturba con ellos. Ahora por uno solo de esos guantes podríamos sacar quinientos dólares. El enfermito tiene con que pagar ¿Mac Dillon? ¿Sigues ahí? Habla, rata del pantano, que no tengo toda la noche.
—Estoy acá— y por fin la voz de MacDillon sonó alterada— Así que es MacEnroe. Podemos sacar más de lo que dices.
—Escucha, idiota, ahora no tienes nada. Eres un ciruja. De momento, ese es el precio. Cuando tengas un par, ponte en contacto conmigo. ¿Tu hermana Mary sigue en el Hospital General?
—Sí-contestó Mac Dillon lentamente— mi hermana Mary sigue en el Hospital General.
—¿Sigue como instrumentadora?
—Sigue como instrumentadora.
—-Hay un porcentaje discreto para ella si es necesario, pero espero que no sea necesario, eh, Joe? Ella no debe saber para qué los quieres. Dile que tú te masturbas con ellos.
MacRae cortó.
—Maldita Mary—murmuró MacDillon mientras miraba el gabán que se acababa de sacar.
Sonreía (su sonrisa era una mueca torcida, una peligrosa cornisa a la que asomaban amarillos dientes temerosos de caer), sonreía cuando abrió la puerta y salió a la calle.

CONTINÚA EL LUNES 19 DE OCTUBRE