miércoles, 24 de diciembre de 2008

Deseos

Lunas nuevas en noches viejas y calor en el corazón. Que se vean las estrellas
Este es mi Deseo

I
“¿Qué el Infierno?
¿Cuál es la sabiduría?
¿Dónde está el cielo?”

“A todo puedo, hombre, responder.
No dejes que esta noche
Yo me acueste sola
Y te diré

A la madrugada siguiente
Tras el último beso
Yo me puse de pie

“La promesa del Cielo
Es el Infierno
La promesa del Infierno
Es el Cielo.
Esto es la Sabiduría"

II

Quiero que me acompañes en mi ida al lnfierno
Un Infierno tan dulce y ardoroso
Que quiero pecar mil veces para no tener reposo
Camino de llamas, de frutos intensos
De dulces heridas que asestan mis versos
Cuando abren su surco
Y el pleno deseo
De secretas rosas
Hace al héroe pleno
Cada perfume se sumerge en tus aguas,
cada violeta envuelve tu espada
Mi boca es un copa
Una copa muy blanda
Así que dame
Dame la noche, la lluvia, la luna anegada
Dame la orquídea abierta
El perfume de la flor dorada
Dale mi boca, copa
Dale tu beso de miel, espada hecha agua

III

En la ebriedad de la creación,
Dios forjó dos piezas que encajan a la perfección
Un herrero o un escultor harían lo mismo
Forjó rosas, forjó bocas, forjó aleaciones de carne y acero
Pechos de labrador, manos de arriero,
Manos como las tuyas
A ellas confío
Mi corazón escondido
Rosado y tierno
Se abre en la noche, en escondido sueño
Dulce como rosas, de suaves pétalos
Rojo como la sangre, rojo como los labios
De una princesa sin dueño

IV
No sé, hombre o dios
Cómo no irme entre tus brazos
Cómo no derretir entre las hojas
La ardiente corola de la rosa

viernes, 12 de diciembre de 2008

Las memorias de tía Gilda, la madre de Fiona

Mi tía Gilda, la mamá de mi prima Fiona, me trajo sus Memorias y me pidió que las publique en el blog. Pobre Gilda, se ve que no recuerda mucho de su vida. Su vida fue muy decente y sabe que eso hoy es un despropósito, así que trata de enmendarlo. Lo consigue muy bien. Estaba un poco pasada de birras cuando me trajo los dos papeles borroneados que pasé en limpio con cierta dificultad. La cerveza la afecta más de lo corriente (le cae como vodka, lógico a sus ochenta años). Acá están las memorias de la tía Gilda. De paso y ya que brindo con tanta generosidad los documentos familiares más interesantes, les recuerdo que hace mucho que no me dicen que soy sexy y que para eso había abierto este blog. Desde ese punto de vista es un fracaso, aunque desde que puse los avisos Google estoy muy feliz de su originalidad. Debe ser el único blog donde Google Adsense ofrece traducciones de Walter Benjamin y los videos hot de Pampita, en el mismo día. Con ustedes, mi tía Gilda.

UN ESTILO DE VIDA
Por Gilda Saenz de Olavarrieta
Me encanta despertarme muy temprano, al asomar a la vida gorriones y otras aves de buen aspecto, escuchar sus simpáticos trinos y sentir los rayos de ese sol radiante y veraniego, o los tibios rayos otoñales, e incluso el frío sol invernal me agrada a esa hora matutina, me gusta abrir la ventana, respirar el aire fresco, y luego servirme, en una bonita taza azul que tengo, de sopa, un cuarto litro de vodka y meterme en la cama otra vez.
Luego ya no me despierto hasta la hora del té, que también me agrada, cercana al atardecer, cuando las nubes toman sus caprichosos colores, y suelo tomar la botella de vodka y rendirle culto mientras el sol nos dice adiós. Mucho no lo veo, pero lo saludo cuando llega y cuando se va. De todos modos, tal vez piensen que no es sano mi modo de vida, pero usted qué puede saber. Ya lo conozco, ya me lo sé: se despierta a las siete, toma café, se da una ducha, lee el diario, sale a correr y cuando ya hecho bastante el ridículo se dedica a trabajar, o sea, es un esclavo del sistema improductivo. ¿Pero este sistema produce algo que no sea porquerías? Señor, señora, su estilo de vida es detestable y el mío maravilloso. ¿Se olvidó de su hígado? —decía esa propaganda imbécil. ¿Pero quién quiere acordarse de algo tan desagradable como un hígado? ¿Vio su hígado alguna vez? ¿Alguien se lo ha presentado? Si nunca lo vio y no se lo han presentado, entonces, no sé cómo lo va a recordar. Bah.
¿Cómo siguen mis veinticuatro horas?
Llega la noche y se acabó el vodka. Algo hay que hacer. Evidentemente, ya sabemos qué. Me visto con lo imprescindible porque en mi estado de ánimo no puedo abrochar muchos botones y salgo a la calle. Ay, Buenos Aires. Condenada ciudad. Está llena de gente deleznable, prostitutas vulgares con poca ropa ofreciendo sexo y mendigando amor (¡qué frase! Pasaré a la historia por esa conmovedora metáfora), hay gente borracha que pasea su desvergüenza y como si no tuviéramos bastante hay policías asquerosos.
Como vemos, a la noche se termina la paz. Pero de algún modo tengo que comprar el vodka. Espero que no me confundan con una de esas pobres prostitutas. Pero, en fin. Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
Bueno, siempre encuentro algún gil que me haga compañía (y también alguno/a que tire la primera piedra, y la segunda) y pronto me doy cuenta de si tiene dinero y si le gusta hacer regalos galantes, específicamente vodka. Entonces me acomete el amor. Me doy cuenta de que ese hombre, fortuito enviado del destino, tiene grandes ojos celestes o pequeños ojos marrones o, como me pasó una vez, un ojo de vidrio. Admiro sus bellas manos varoniles y aprecio que un hombre puede ser cualquier cosa, pero siempre será un hombre. Y por esta frase no pasaré a la historia, pero no me negarán que es aristotélicamente cierta. Todos los hombres tienen virtudes importantes y amigables sobre todo de noche, si una ha bebido un cuarto litro de vodka y si Navidad es todos los días del año. Porque lo importante es que el espíritu navideño habite en nuestros corazones. Y el amor es fuerte y tú también necesitas amor. Dicen los Stones que es así. Y todo lo que dice un Stone es cierto.
Bueno, nunca les pregunto nada, no me interesa saber si tienen apellido, porque un hombre no necesita nombre para ser hombre, igual que las rosas no necesitan ser rosas para que se las llame así. Siempre me hacen feliz. Siempre. ¿Para qué quiero más? Cuando pienso en usted, señora respetable, tan respetable que da asco que te respeten así. Confiese que desearía, por una noche, ser una arrastrada como yo, gozar del amor anónimo, que a veces es como una paliza a los sentidos y a veces es una paliza de verdad, pero si hay vodka... con vodka todo se olvida. Bueno, no he logrado convencerla, pero tampoco quería convencerla. La calle ya está fea sin viejas putrefactas como usted.
Bueno, a veces descanso. Si Dios lo hace, por qué yo no. Entonces como, tomo café, yogur, cereales, cerveza y prendo el televisor.
Miro una película.
Hoy fue un día de descanso. ¿Y saben por qué escribo esto?
Vi una película. Ví “Rescatando al soldado Ryan”
Solo les diré una cosa. Denme un nazi cualquiera. Le rompo la crisma, lo despellejo vivo, le saco las tripas, las cuelgo de la ventana y les saco una foto. Denme un nazi cualquiera y eso es lo que hago. Tom Hanks. ¿¡¡Cómo...a quién se le ocurre?!! Y la pobre de Meg Ryan llorando. ¿Nadie piensa en ella? Spielberg es un desalmado, haciéndose el sensible. ¿Y de donde sacó que se van a poner contentos los soldados cuando descubran que el soldado Ryan es Matt Damon? Lo natural es que digan así: ¿Y todo esto por Matt Damon? Ah, no, si hubiera sabido que era Matt Damon no hacía un carajo. Yo personalmente a Matt Damon lo dejo que lo maten y con Tom Hanks me caso. Tom Hanks. El único hombre bueno, decente, que ama a los niños y los perros, que jamás engañaría a una mujer, y que hasta es lindo y todo.
Tenía que decirlo, tenía que descargarme. El único hombre con el que me hubiera casado. Y ahora voy a quedar para vestir santos.
Por eso me gusta el vodka. ¿Ven? Hay una razón para todo.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Mi prima Fiona

—Un día vi a una carmelita descalza con zapatos —me dijo Fiona el fin de semana pasado, mientras raspaba con sus uñas de esmalte saltado una torta frita quemada—. Bah. Nunca más fui a la Iglesia.
Si uno mira atentamente a Fiona, se pregunta si fue a la iglesia alguna vez y si la dejaron entrar, pero si ella lo dice hay que creerle. Fiona es mi prima y tiene diez años más que yo; en los años ochenta hizo una célebre publicidad de pan dulce, cuyo eslogan era Qué pan dulce, Pamela. Tal vez la recuerden, quiero decir, seguramente no recuerdan su cara porque nunca se vio. Además de ex modelo publicitaria, Fiona es una experta en filosofía. Es simple, padeció una eterna contradicción familiar, al estilo Dante. Como todos saben, Dante era del partido blanco, la izquierda florentina, y lo pagó con el exilio, pero en su poema se la pasa hablando de su sangre azul como la derecha aristócrata. Fiona sufrió la pesada herencia familiar mucho más que yo: un bisabuelo paterno era diputado del partido conservador y almorzaba con Mitre, una tía abuela , sobrina preferida del anterior, era bailarina de cabaret. Fiona estudió el profesorado de historia y comenzó la carrera de filosofía mientras lucía sus jeans blancos de calce profundo como pocos en Villa Urquiza, pero hubo un suceso, que siempre me repite, que partió su vida en dos. Fue cuando un profesor se impacientó ante sus preguntas (su increible mayeútica es famosa en la familia desde sus tres tiernos años) y le dijo "Sólo se puede pensar lo pensado". Después siguió adelante con la clase ignorándola por c0mpleto, pero la esperó a la salida y la invitó a un hotel. Eso le dio una visión particular de los hombres y la hizo dejar la carrera, pero la filosofía... la lleva en la sangre. Dejó de ser modelo, dejó la filosofía universitaria, y se hizo manicura, en una palabra: abrazó desaforadamente el estoicismo. Los sábados, cuando tiene franco en la peluquería de barrio donde trabaja y siempre y cuando no salga con sus amigas, Sabrina, Pamela y Bárbara, me viene a visitar y me explica su triste teoría, según la cual hombres y mujeres no nos comprenderemos nunca. Tiene dudas sobre el intelecto masculino que a veces a mí, por fracciones de segundo, también me acucian.
Por ejemplo, el sábado me decía lo siguiente
—Lo que más nos diferencia de los hombres —dijo—, es la manera de pensar. A ellos les parece razonable que en una novela un anatomista HOMBRE descubra el clítoris. Imaginate, lo descubre un hombre. Esa tesis idiota tiene tal aceptación que su autor es exitoso y a nadie le llamó nunca la atención que haya tenido que venir un anatomista y le haya dicho a una mina cualquiera, a ver, bancate un tacto y ella haya aullado ahí mismo por primera vez... que ése no es el timbre, por supuesto.
Olvidense de las damas. Fiona es Fiona.
—Está bien, Fiona. Es ridiculo —le dije—. Pero ya lo sabemos. También América apareció llena de indios, con plantas y todo, cuando llegó Colón.
—El clítoris lo descubrió un hombre —repitió Fiona—. Ja. Otra más: yo no entiendo como a ningún hombre le parece anormal que una guerrera con espada en la mano lleve una armadura con forma de bikini. ¿Qué cubre? ¿Es que a Conan no se le ocurre clavar la espada en otro lugar del cuerpo? Digo yo.
—Bueno, a Juana de Arco la cubren bien —dije.
—Porque según en qué película es santa o es lesbiana, que para el caso es lo mismo —me atajó—. Y ahora, hablando de tus amigos —dijo, señalándome con el dedo.
—Uy, no Fiona. ¿Qué vas a a decir?
—Tu amigo Reverte que protestó porque un borracho le gritó fascista cuando iba por la calle con su traje y su bolsa de la Real Academia. El traje no es el problema, obviamente. El problema es la bolsa ¿entendés? Es un típico ejemplar masculino.
—No, no hables mal de mi amigo Reverte. Es un gran tipo que me regala libros. ¿Pero qué tiene que ver la bolsa con el fascismo?
—¿Y qué tiene que ver la ropa de Paula Cahen D'Anvers con los repasadores? No me mirés con esa cara de asombro. Ya lo vas a entender, si atendés. No voy a hablar mal de tu amigo —dijo Fiona—. Sólo voy a aplicar la mayéutica. Así que pregunto: ¿cuántos miembros tiene la Real Academia? No muchos, si comparamos con la población total de España. Supongamos que todos los miembros de la Academia les hayan regalado paquetas bolsas de la RAE a sus novias, parientes y amigos. Y hasta que alguno se haya dejado una bolsa en el lavadero. ¿Cuántas personas en toda España tendrán una bolsa de la RAE? Bueno —me miró triunfante y comió otro pedazo de torta frita.
—No sé a dónde querés llegar.
—Acá mismo. Si yo salgo por la Avenida Santa Fe con mi vestido de Armani que no tengo, mis zapatos de Manolos que no tengo y mi bolsa de Paula Cahen D'Anvers que tampoco tengo. ¿Tengo derecho a quejarme si me quieren vender trescientos repasadores? Yo diría que no.
—Bueno, no sé si ese razonamiento se aplica a un respetable miembro de la Real Academia—repuse.
—Para que lo entiendas mejor —insistió—. Pensá como mujer y decime. Si Sarah Jessica Parker sale vestida y peinada como Carrie, con las actrices que personifican a Charlotte, Miranda y Samantha, cargadas de bolsas de compras, con vestidos floreados llenos de volados y zapatos de Manolo Blaknik, y estoy hablando de que las cuatro actrices pasean así por una calle cualquiera de Nueva York, no en el set de filmación, y a una de ellas, la rubia alta, un albañil le grita. ¡Samantha, tu orgasmo de ayer fue fingido! ¿Tienen derecho a quejarse?
Olvidense de las damas, como ya les dije, y piensen en la lógica de Fiona. Es aplastante. pero no creo que Reverte tomara café con ella en el Patio Bulrich. No usa tacos ni falda lapiz . Así que nunca se lo va a poder decir en la cara. Se lo díje.
—Bah, los hombres no van a cambiar su manera de pensar por hablar conmigo y yo me harté de ellos. No me importa si son zapateros, camioneros , miembros de la Real Academia —me dijo—. Todos son iguales. Y si no, se parecen muchísimo.
Bueno, no comparto su opinión aunque creo que Fiona tiene mucha experiencia en la vida y hay que escucharla. Vale la pena.
—Paulita —me dijo, dando la visita por terminada—. Me voy a encontrar con Pamela, y mis otras dos amigas, Bárbara y Sabrina. Vamos a mirar una zapatería de pies delicados porque necesitamos sandalias de taco chino de horma bien ancha. Me salieron juanetes ¿ves? Nos vemos .
Antes de irse, envolvió dos tortas fritas para el camino.
Y se fue, con su extraña filosofía. ¿Saben qué? Prefiero la filosofía de Fiona con sus juanetes a ver un serie glamourosa donde me enseñan cosas sobre el sexo que, a mis 38 años, ya debo saber de sobra.

domingo, 16 de noviembre de 2008

LA LEYENDA DEL CAPITÁN MALDITO

¿Conocen la historia del Capitán Maldito? ¿No?
Ignorantes.
El Capitán Maldito era conocido por ese nombre tanto en Maracaibo como en Lima y Tierra del Fuego. Con solo oír su nombre, los hombres temblaban como Gudurix y las mujeres gritaban como la rubia de King Kong. A la noche, cuando los niños no se querían tomar la sopa, se les decía: vendrá el Capitán Maldito y te llevará. Su fama era peor que la de Satanás, que tiene bastante mala fama. Su final fue tan triste que de solo recordarlo me pongo a llorar. A su muerte los hábitos monjiles quedaron de luto y en las islas británicas hubo un desmayo masivo de cinco minutos a las cinco de la tarde por parte de las ladys, en señal de duelo.
Se conserva un retrato de él en el Convento de las Carmelitas de Bogotá. En él vemos al Capitán Maldito posar con aire siniestro. Tracemos su retrato.
El Capitán Maldito llevaba con apostura un parche en el ojo izquierdo y el derecho era de vidrio. Ustedes dirán que no veía un carajo, sí, les digo yo, pero por eso era tanto más temible. Es famoso que, blandiendo el sable de aquí para allá le cortó la cabeza a su propio lugarteniente. También se cuenta que una vez mandó a ahorcar al gobernador de Santa Guadalupe de los Arenales y en lugar de eso sus hombres ahorcaron al cocinero. Todo lo que dijo el Capitán Maldito esa noche fue que la comida era mucho mejor. Es que parece que el gobernador de Santa Guadalupe de los Arenales cocinaba unos platos de primera.
Prosigamos. De su brazo derecho pende un temible garfio de hierro retorcido y oxidado, que más de una herida mortal, más de un hueso roto, a él se deben. En cuanto al brazo izquierdo, era ortopédico. Esto a nadie debe asombrar. Simple maravilla de la medicina incaica.
Se cuenta qué, así como Byron se ponía hosco cundo se hacía notar su cojera, el Capitán Maldito se ponía de igual modo cuando algún desprevenido se ofrecía a estrechar su mano. Es famoso lo sucedido durante el encuentro entre el Capitán Maldito y Lord Julian Wade. Lord Julian, enviado por el rey Jacobo, tenía la misión de ofrecer al Capitán Maldito el gobierno de Jamaica. La derrota del elegante inglés fue total y esto por un incidente, que nos apresuramos a relatar.
Frente a sendas botellas de ron, el Capitán trazaba frente a un admirado Sir Julian las líneas de su plan de gobierno. Su más cara medida era incentivar peregrinaciones de monjas desde el continente. Tal piadosa intención, llegó a lo más profundo del corazón de Sir Julian. Conmovido, pronunció la frase fatal:
—Capitán, estrechemos nuestras manos.
¡Frase cortés, digna en todo del elegante británico! Frase sencilla, sí, pero no para el Capitán Maldito, a quien la sola palabra manos sublevaba la sangre. Frase imbécil pronunciada por un Sir Julian alcoholizado con ron de mala calidad, dicen algunos. Haciéndola corta: el Capitán Maldito enrojeció y cuál lo haría una doncella ruborosa, ofendida en el íntimo pudor, desenvainó el sable y seccionó de un solo golpe, las dos manos del imbécil de Sir Julian.
Es que Sir Julian era un imbécil y nuestro capitán era sensible como una poeta mexicana.
El capitán, anécdotas aparte, en su estampa retratada adelantaba con hidalguía una pata de palo, labrada en una magnífica muestra del arte caribeño. Poseía, además, en finas incrustaciones, topacios, rubíes y esmeraldas de gran valor. Como se ve, no era ningún tacaño y además, sabía muy bien la parte del botín que le correspondía: las tres cuartas partes y el resto lo repartía con generosidad y justicia.
Por último, conservaba la pierna izquierda, a cuyo término se observaba un delicado y fino pie, calzado por una elegante bota, más propia de una señorita que de un pirata cuya funesta catadura admiraba al mismo Morgan, de quien era mortal enemigo, y esto a causa de una novicia del convento de la Misericordiosa Crucifixión de Cristo, en Veracruz. Pero no profundicemos en lances tan misteriosos, pues todo lo que sabemos es que Morgan guardaba al Capitán Maldito un odio de esos que solo se sacian con la muerte y que el capitán correspondía de un mismo modo encarnizado. También sabemos que la doncella murió, en la flor de la juventud, aferrada de un brazo por la férrea mano de Morgan y del otro, por el garfio oxidado del capitán.
Hazañas semejantes coronaban una peligrosa pero breve carrera. Tal vez a eso se deba el penetrante aroma de su recuerdo, que satura el ambiente monástico y a las pálidas solteronas por elección en largas jornadas de té y canasta.
Fue un fin triste y peor aún, desconsiderado e irrespetuoso por parte del Señor el que acabó con la espada más temible de la isla de la Tortuga.

La suave, lisa y dulce lady Fairling cortaba rosas de su jardín, sin notar que su rubio cabello estaba sucio y desarreglado. Tampoco le preocupaba que su aérea falda blanca estaba agujereada y que sus finos y delicados pies se hallaban calzados por apenas una media roja y otra naranja. Esas nimiedades parecían desmentir la delicadeza de su talle y de hecho lo hacían. Porque la suave, dulce y lisa lady Fairling era el bruto John el Tuerto, por eso era lisa y su disfraz se lo había procurado Bill el ciruja, por eso no era tan elegante como el de una auténtica Lady británica. Pero John el Tuerto no se preocupaba por eso, porque, como ya hemos dicho, el Capitán Maldito no veía un carajo.
Corrió rápidamente por la isla de la Tortuga la voz de que una suave y dulce, aunque lisa, lady inglesa había llegado a la isla a cortar rosas y estudiar a los pájaros. Rápidamente se enteró el Capitán Maldito, que jugaba una partida de truco con Lady Ashton y Lady Dursdey, las dos últimas ladys que habían llegado a la isla con el pretexto de estudiar pajarracos y sin engañar a nadie, salvo tal vez a Lord Ashton y Lord Dursdey.
—¿Así que tenemos otra, eh?—murmuró el capitán —Señoras—dijo dejando las cartas sobre la mesa—Disculpadme.
Lady Ashton se desmayó. Lady Dursdey se rascó la oreja y levantó las cartas del Capitán para ver que tenía. Luego lanzó una puteada, porque hubiera ganado esa mano.
El cuarto jugador era Bill el ciruja. Sonrió enigmático.
El Capitán Maldito salió de la taberna.
Se equivocó diez veces el camino y trastabillando llegó hasta la suave, dulce y lisa Lady Fairling.
Lady Fairling, o sea, John el Tuerto, inclinado sobre un macizo de flores, giró la cabeza al oír la rotunda pata de palo del Capitán Maldito.
—¿Lady Fairling? —dijo el Capitán.
—Oh, yes—dijo el Tuerto, imitando a una lady como mejor sabía mientras buscaba el puñal entre las enaguas.
—Lady Fairling, tengo muchos compromisos. Ya hay demasiadas como usted en la isla. Por lo tanto va a tener que irse.
—Oh, no—murmuró el tuerto. Bill el ciruja había cosido un bolsillo a la enagua para guardar el puñal, así que el tuerto trataba de descoserlo.
—Está bien—dijo el capitán.
El Tuerto encontró el puñal.
­—Tendré que hacerlo—dijo el Capitán, irritado.
Y cuando el tuerto tuvo el puñal bien aferrado, y comenzaba a girar, tenso, con un mohín de coquetería dirigido a la nublosa mirada del confiado capitán, este, que tenía bien ganada su fama de maldito, le cercenó el cuello de un sablazo.
—Me tienen harto las mujeres— suspiró. Tomó una aceituna de un platito que había en una mesa. Pues sí, había una mesa y un platito con aceitunas, aunque no lo hubiera dicho antes. Se sirvió tres más de un saque...y se atragantó con los carozos.
Así murió el más terrible de todos los piratas.
Les advertí que era un final desconsiderado. Pero yo no hago la historia.
Sólo la escribo.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Tal vez haya conocido a Morgan

CAUTIVA

Vive en mis sueños
Un hombre moreno
De boca cruel

Amante de noches
De dulces heridas
De palabra de hiel

Yo cuanto quisiera
Ponerle cadenas
Al hombre que fue

En noche sin luna
En la selva oscura
Un lobo cruel

Una de estas noches
Corsario temible
Pudiera pasar

Que blanca y sumisa
Tan dulce cautiva
Te pueda matar

Ahora sonríes, hombre que eres
Mas que hombre, un lobo
¿Qué puedes temer?

De tan indefensa
Tan endeble presa
Una blanca mujer

No me encolerices
Corsario de los mares
Por lejano que estés

Tal vez no sonrieras
Si en mi pensamiento
Supieras leer

Que llega tan lejos
Que el más veloz navío
No huye de él

Yo no necesito ser fuerte
Ni temible ni lobo cruel
Yo soy mujer

martes, 21 de octubre de 2008

INSTRUCCIONES PARA LAS REVOLUCIONARIAS

LO QUE USTED DEBE SABER SI QUIERE SER REVOLUCIONARIA

INCISO B” DEL REGLAMENTO DEL GRUPO REVOLUCIONARIO.
Apartado: mujeres. Versión anotada y explicada.

I

A: Los revolucionarios aceptan como absolutamente necesaria la participación de la mujer en el movimiento.

B: Su función primordial es cebar mate.

C: En el caso de ser hora del almuerzo o la cena, preparar la comida. Se les permite cuchichear mientras la hacen. Si hablan demasiado fuerte, interrumpiendo los procesos complejos de pensamiento de los intelectuales revolucionarios, pueden recibir amonestaciones. En el caso de estar casadas o en pareja, se considera la disciplina como obligación conyugal. En caso de ser solteras, cualquiera puede gritarles desde la puerta de la cocina. En ese caso están autorizadas a protestar de dos maneras. Se les puede decir machistas que no les importa. Se les puede pedir perdón. No se admite otro tipo de protesta. No se debe dejar hervir el agua del mate, no se puede dejar quemar la comida, no se puede dejar sucios los platos.

C 1: En caso de ser un asado, sólo se ocuparán de la ensalada, los vasos, los platos, las bebidas, servirlas, alcanzar diarios, fósforos, aspirinas, cigarrillos, vino y/o cualquier cosa excepto ir a la carnicería y encender el fuego, tareas demasiado complejas para la naturaleza femenina por su implicancia prometeica. Se les recomienda mantenerse juntas y a distancia prudencial, si son solteras. En caso contrario se debe estar humilde y sumisamente sentadas al lado de su compañero con el aspecto de una dulce mujercita revolucionaria. Se recomiendan los escotes profundos si quiere que le den la palabra alguna vez. Consultar inciso E. Vale cuchichear y sonreír, solo un poco y siempre y cuando no se esté definiendo el destino del planeta ni le hayan pedido más vino. Los chistes machistas serán festejados, atendiendo que los únicos insultos que causan enojo a una revolucionaria son fascista o burguesa o gorila. Vale considerar que total no les doy bola y si me enojo es peor. Todos los argumentos fraudulentos femeninos para dejarse pisotear son necesarios en este caso. El caso de ser un hombre revolucionario es distinto, si le dice cualquier insulto, le asiste el derecho internacional civil de enojarse. Ese no es su caso. Sentirse insultada cuando la insultan solo sirve para delatar que tiene la regla, que es una histérica y que está loca. Al hombre lo asiste el derecho y a la mujer el psiquiatra. Entérese de una buena vez. Recuerde que homosexual vale como insulto en círculos revolucionarios. Las estupideces de las minorías sexuales se dejan para los europeos, que es gente que no tiene nada que hacer. La sexualidad revolucionaria es la hegemónica. (Eso significa cabalmente no solo la posición del misionero sino la idiosincrasia del misionero, pero no se dice evangelizar, se dice concientizar. Si usted quiere ser concientizada a gusto, es recomendable tener ciertos tratos también con cerdos burgueses y proletarios sin conciencia de clase. Enemigos e inconscientes también tienen conciencia de esa para ofrecer). Lo principal a entender de la sexualidad revolucionaria es que la ideología se puede transmitir sexualmente. Algunas ideologías son, de hecho, enfermedades venéreas. Muchos hombres y mujeres revolucionarios lo entienden y lo aplican así. Si lo pasan o no mejor que usted depende de si es un curso acelerado o un seminario intensivo. También se puede ser revolucionaria haciendo revoluciones, pero no se considera imprescindible.

C2: Usted puede musitar cualquier insulto cuando va al baño. Es su única oportunidad. Dichos en el baño, no se enteran. En caso de insultar de todas maneras, las consecuencias serán irreparables. Si usted ve en cualquier lado a un hombre que la mira fijo, con expresión de odio invencible hasta la muerte, y no recuerda su nombre ni su rostro, es un revolucionario a quien llamó cobarde hace diez años. En caso de insultar a un revolucionario, asegúrese de que sea en lugar público e iluminado. Lo mejor es insultarlo en una manifestación llena de policías, si él se entretiene pegándole, después podrá por lo menos ver como le pegan a él. Finalmente podrán arreglar sus diferencias en el camión celular y acabarán fraternizando en el hospital. De todos modos, no se case con él. Sería un grave error.

II

(En caso de estar usted fea, o gorda o vieja, ya sabe que el revolucionario no se fija en esas cosas. Es solo por eso que no la saluda ni le dirige la palabra y no la abraza cuando consiguen el aumento, cantan el himno o derrocan al gobierno. Es útil consultar el punto D).

D: EL ABRAZO REVOLUCIONARIO
Circunstancia en las que es posible recibir un abrazo emocionado de un revolucionario

D1: En caso de estar gorda, fea o vieja, ninguna.

D2: Excluido lo aclarado en D1, usted puede ser abrazada en toda circunstancia. Si la asamblea tuvo el resultado esperado, por eso. Si no tuvo el resultado esperado, por eso. Si no hubo asamblea, por eso. Si el revolucionario se va a México con los zapatistas, por eso. Si se va a la esquina a comprar cigarrillos, por eso. Si por algún motivo usted no quiere ser abrazada cincuenta veces, cuente la cantidad de revolucionarios en la asamblea y si son cincuenta, no entre. Si pretende no ser abrazada en ninguna circunstancia, usted no es revolucionaria. Deje a Marx y lea Mujercitas, que es lo suyo. Si le parece que ya la abrazan demasiado, tal vez no sea mala idea que use corpiño, aunque sea una opresión burguesa.

E: ÚNICOS MODOS DE INTERVENIR EN UNA DENSA DISCUSIÓN POLÍTICA:

E1: Nunca le darán la palabra con las posibles excepciones siguientes: escote profundo, minifalda u otros artilugios bélicos. En caso de llevar ambas, tendrá la palabra cuantas veces quiera. Estarán ansiosos por escucharla. Lo cual no impide que se cumpla el punto E2

E2: Todas sus alocuciones empezarán con las siguientes fórmulas. “Lo que no entiendo es...” o “No entiendo” o “¿Me pueden explicar?”. En tal caso recibirá una respuesta sin ningún problema y en tono normal. Que usted no entienda es normal para ellos. De no hacerlo así y en el caso que usted discuta o confronte o, peor, demuestre esa infrecuente cosa que es la seguridad en sí misma, pueden suceder dos cosas. a) Que la discusión prosiga como si usted no hubiera dicho absolutamente nada. b) Que siga como si usted no hubiera dicho absolutamente nada excepto porque un revolucionario le contestará en voz baja, brevemente y mirándola de costado descalificándola con la actitud de Eugenia de Chicoff explicándole como usar los cubiertos. De todos modos la odiarán, con o sin escote.

OTROS GRUPOS SOCIALES Y CIRCUNSTANCIAS EN QUE ES VÁLIDO ESTE REGLAMENTO.

ESTE REGLAMENTO ES MULTIUSO. Aparte de los sindicatos, los partidos políticos, los movimientos de izquierda de todo tipo también se aplica a :
El Opus Dei (el apartado de abrazos es válido en : a) pasillos oscuros, b) detrás del altar, c) otros sitios ocultos al público, lo que garantiza consecuencias. Vale aclarar que al Señor no se le pide preservativos, mejor cómprelos.
Acción Católica, Asociación Cristiana de Jóvenes, grupos de oración, retiros espirituales, etc
Clubes de ajedrez
Reuniones de aficionados acerca de cualquier forma y género literario.
Reuniones de cualquier cosa.
Oficina y cualquier ámbito de trabajo
Asados por cualquier motivo.
Otros (a llenar por la interesada) ............................................................................................................................................................................................................................................................, etc...

CONCLUSIONES

Principalmente se tiene en cuenta como forma primigenia de la dinámica de cualquier grupo humano donde alternen hombres y mujeres, las reuniones de consorcio de los edificios. Cuando se formaron los consorcios de propietarios, se halló por fin la definición de humanidad. Aún así, los consorcios de propietarios tienen mayor equidad entre hombres y mujeres. Esa condición casi ideal se debe solo a que en sus reuniones no se come ni se toma mate. Las consecuencias de esta equidad demuestran que discriminar, y mantener ambiciones napoleónicas en los campos de batallas más reducidos y ridículos, no son conductas propiamente masculinas. Los idealistas que depositan su ingenuidad en el género femenino deberían dejar esos seminarios de antropología filosófica que les impiden asistir a la reunión de consorcio. Dado el caso, la discriminación es una cualidad que no tiene género, solo número. Esto debería servir para que aprendan que puestos a ser unos hijos de puta, da lo mismo ser mujer o hombre. Tal vez cuando se aviven verán que también ellos pueden cebar el mate y que nosotras también podemos cascar al oponente ideológico. Así resultará más variado y menos aburrido hacer la revolución.

martes, 7 de octubre de 2008

Andrés

Siempre me ganó al ajedrez. Recuerdo la sensación de impotencia cruel, mi fría determinación de estudiar defensas y ataques para derrotarlo, sin lograrlo jamás. Mi sombría venganza consistía en esperar a que se durmiera (él iba a la escuela a la mañana y yo a la tarde) para robarme sus libros. Esos libros preciosos de la colección Robin Hood y de Sopena, Sandokan (nuestro mutuo favorito), Los tres mosqueteros, Rojo y Negro, Jane Eyre, La Divina Comedia: todos títulos que me abrieron un mundo inmenso y que robé de su biblioteca con una maldad vengativa que hoy me trae recuerdos encantadores. Por supuesto, era chica, así que los libros quedaban destruidos (pasión por la lectura, poca noción de que el libro también es un objeto). Para él no tenía justificación tanto manoseo. Se enfurecía cuando descubría que había sacado libros de sus estantes otra vez. Empecé a hacerlo a los siete años y a los 14 lo seguía haciendo. Una vez me robé Los tres mosqueteros (edición de bolsillo de Sopena, tapas verdes, ya por entonces casi partido al medio) y me olvidé de devolverlo. Pasaron cuatro meses y me olvidé hasta de que lo había robado. Vino una tarde furioso con la acusación de robo del libro y yo, convencida de que no lo tenía, empecé a mostrarle que mis escondites habituales estaban vacíos... hasta que levanté el colchón y ahí estaba. Se llevó el libro.
No sé dónde lo escondió. En esos años hubo mudanzas, cambios de cuartos, de muebles. Lo buscaba con desesperación. El libro no aparecía. Me compré mil versiones. Nunca conseguía la de Sopena. Hay libros que se enconden de una con una obsecación terrible, un sino fatal, como he comprobado varias veces. Ediciones Tor, Porrúa y ediciones pirateadas de todo tipo. Ninguna me satisfacía. Era esa, la de las tapas verdes, la que me había aprendido de memoria, la que quería yo.
Pasaron los años. Crecimos, nos hicimos jóvenes, después adultos. Él estudió, militó, viajó. Yo me hice madre, trabajé, leí, escribí. El viejo Salgari siempre fue un puente en la rivalidad de hermanos y yo nunca más quise jugar con él al ajedrez.
1998. Una bicicleta cargada con alforjas en el pasillo. Una bicicleta que ahora está en el Museo de Transporte de Luján. Dos golpes en mi puerta. Era Andrés, para despedirse antes de viajar pedaleando solo, durante un año, hasta Cuba. Fue su primer gran epopeya ciclista. En las manos llevaba mi, su, nuestro libro. Los tres mosqueteros, tapas verdes, Sopena.
—Te devuelvo el histórico —me dijo.
Ahora el libro está en una caja de madera. Tiene el valor de una reliquia y de algo más. Es mío y de Andrés. Alguna vez les escribí un poema a mis hijos, “Guarden el libro que tanto amé”. Está deshecho. Mi amigo Jaime me envió una hermosa edición de Sopena en tapas duras, más antigua, la misma traducción arcaica, que es la que leo habitualmente. Sin embargo, a veces necesito abrir el viejo. Con sus páginas amarillas, sus errores de imprenta, sus manchas. El olor del abordaje pirático al estante de Andrés.
Ahora Andrés estuvo en la Malasia, entre otros muchos lugares. Averiguó que Sandokán hubiera sido musulmán, entre otras cosas. Labuán ahora es un resort de lujo. Me mandó una postal con una foto de un praho. Estuvo viendo unos kriss, dice que en realidad se dice keris, el puñal típico de los tigrecillos. Su gira ciclista por el mundo, con la linda y aguerrida Karina, en un tandem (una bicicleta doble) llega a su fin, después de un año y unos días. Cumplieron un sueño, arriesgaron la vida. Pasaron por situaciones peligrosas, de alguna los salvó la velocidad en el pedaleo y mucha suerte. Vieron cosas maravillosas.
El domingo los vuelvo a ver: momento para recordarle el juramento que a los nueve años escribió en sus libros favoritos, El corsario negro, Cinco semanas en globo, Sandokán. "Juro que a los dieciocho años daré la vuelta al mundo a pie”.
Y finalmente lo hizo. En bici, que es parecido.
Para los quieran visitar el blog donde Andrés y Karina cuentan su viaje, ésta es la dirección
http://elmundoentandem.blogspot.com
Podrán ver, y leer, cosas asombrosas.

sábado, 20 de septiembre de 2008

La trama oculta de los juegos olímpicos. cuarta y última parte

Viene del post anterior


La convivencia de dos seres tan disímiles fue ardua y, por momentos, violenta. En los planes de Chang, Ching era sólo una bomba de tiempo cultural, capaz de llevar todo el régimen a una decadente vida loca, de sumergir horas a los dictadores en la peluquería, de vestir a toda China en ojotas flúo, terminando con ella. Mientras, para Ching, que ignoraba todo esto, el ocio intelectual en que Chang había descansado años en la celda, sin idear ninguna estrategia para preservar la llama olímpica, era exasperante. Llevaban años discutiendo, la llama estaba por partir en su viaje alrededor del mundo, y nada. Chang no había hecho nada. Gritaba. Cosas incomprensibles. Eso sí. Todo el tiempo.
—Traerás el fin de este país inmundo —vociferaba Chang—. Tú, Christina Aguilera y Ricky Martin. Tú, con tus ojotas y tu pelo fucsia. Acabarás con este totalitarismo, y es más. Acabarás con una cultura milenaria. Tú —gritó salvajemente—. Tú causarás la explosión final del curso histórico que acabará con toda esta cultura para siempre y volveremos a la vida en pequeñas comunidades, como quería Bertrand Russell, sin capitalismo, sin comunismo, sin Living la vida loca...

—Chang —el rostro de Ching expresaba el infinito cansancio de quien tiene que convivir todos los días con un chiflado—. Basta. Tienes que trabajar. Si llegan a apagar la llama olímpica, zasss —hizo el gesto de cercenar el cuello—. Estamos acabados. Tú en traje y yo en ojotas. Muertos. ¿Lo entiendes? Tienes que hacer ¿comprendes el chino?

—Hacer —gruñó Chang—. Siempre la praxis. ¿Y la meditación? ¿La teoría?Debo leer. Vete. Tu pelo fucsia me distrae de este libro de Benjamin.

—¿Benjamin? ¿Faltan dos días para que la antorcha olímpica empiece su travesía y tú leyendo a Benjamin? Yo era feliz ¿entiendes? Tomaba, me drogaba, cada tanto hacía shows. Una tarde me desperté y había tres chicas desnudas durmiendo en el piso de mi cuarto. ¿Te imaginás?Espectaculares. Con unas... Como nunca viste. Yo sólo leía en la peluquería, cuando iba a ver a mi colorista. Y ahora, por culpa tuya, sé quién es Walter Benjamin. Y te digo más: lo leí. Y te digo más: no me sirvió para nada. ¡Libros! ¡Siempre libros! ¡Nunca trabajo! ¡Ya me tienes harto, Chang!

—Eres un vil producto posmoderno —dijo Chang con calma—. Leiste a Benjamin. ¿Pero lo entendiste?

—Llevé el libro a la peluquería como me recomendaste y mientras me hacían la iluminación leí un poco, pero el peluquero me hablaba. Ahora olvida a Benjamin y dime ¿qué hacemos con los cientos de activistas que preparan las mangueras y las bombitas de agua para el paso de la llama olímpica? No te olvides: dos días y zaas... —señaló su cuello.

—Púdrete. Eres feo, no tienes tetas y tuve que aguantarte años. La muerte será un consuelo para mí. Extraño la Universidad, mi Wagner, mi pipa de espuma de mar, mis alumnas de veinte años. Deseo volver a casa, donde tengo libros en griego, en lugar de una sola edición berreta china de un libro de Benjamin que leí cincuenta veces y que traduje yo mismo. El arte en la era de la reproductividad técnica. Reproductividad técnica... repro... re...

—¿Qué pasó? ¿te volviste tarado? —dijo Ching.

—No. Reproducción técnica. Benjamin. ¡Lo tengo! —exclamó—. ¡Llama al comando y diles que tengo instrucciones!

—¿No querrás llamarlos de nuevo para pedir pizza, no? —dijo Ching temeroso—. Tengo una salida al dia. Yo te la traigo.

—No, tonto. Los llamaré yo. ¿Eres mi secretario o qué? Toma nota. “Deben hacerse dieciséis antorchas idénticas en todo, indiferenciables, por tanto, en esencia, la misma. Quince harán la travesía, cada una con su correspondiente guardia munida de fósforos. Sólo una de ellas, el molde primigenio, quedará en Beijing, apagada, con una caja de fósforos al lado. Todas valen lo mismo, todas son arte reproducido gracias a la técnica. Todas llevarán la llama olimpica, menos la que permanecerá en todo momento en Beijing. Pueden lograr apagar una, dos, pero no quince. ¿ves? La antorcha de Beijing será oportumante encendida con la llama transportada por las otras.

—¿Y si apagan las quince? —preguntó Ching.

—Y si apagan las quince se usarán los fósforos —explicó práctico—. ¿Has escrito todo?

—Sí —Ching se dejó hacer al piso con la libreta en la mano—. ¿Somos libres, acaso?

—Así es. Somos libres. Yo daré clase y tu cantarás Living la vida loca. Pero canta aquí, en Beijing... China necesita gente como tú.

—¡Por fin dices una palabra amable!

Chang sonrió. Luego se sentó, aún sonriendo abrió el libro de Benjamin y se sumió en la lectura.

Y así fue. Eran dieciséis las antorchas olímpicas. Cuando una fue apagada en París para que no la apagaran, lo hicieron con la tranquilidad de que gracias a la técnica habia quince antorchas más.

—¿Y que fue de Chang y de su fiel secretario ? —pregunté a mi amigo.

—Tal vez Chun Kao haya muerto mientras estaban presos y hayan logrado ser libres. Tal vez Chang haya viajado a Argentina y tenga un autoservicio. Y a propósito ¿leiste a Benjamin?

Y me tuve que conformar con eso.

La trama oculta de los juegos olímpicos, tercera parte

Viene del post anterior
La celda era gris, con paredes mohosas y una minúscula ventana enrejada en una esquina. Los primeros tiempos Chang berreaba y se quejaba, como castigo, la única ventana, ese toldito azul, era tapiada. Tres meses después del encierro, Chang estaba silencioso y dócil como un buen perrito. Había terminado la primer fase de la tortura china.
Ahora venía la segunda.
Una mañana lo mudaron a una moderna celda-oficina, con escritorio, papel y lápiz. Era un avance, pero había también un enorme televisor de plasma encendido. Cuando lo dejaron allí, estaban transmitiendo los festejos del 31 de diciembre del pasado año dos mil. Aburrido. Pronto Chang descubrió con espanto que no sólo no podía cambiar de canal: tampoco podía apagarlo ni bajar el volumen. Era una refinada muestra de la moderna tortura. Mirar y oir era inevitable. El espéctáculo de la más espantosa perversión humana. Toda la maldita humanidad festejando estúpidamente el fin del milenio un año antes.
Fiesta decadente. La gente creía, evidenntemente, que chocaban los planetas... En el Ártico, una pareja se casaba en un templo de hielo. En Egipto, centenares de idiotas disfrazadas de Cleopatra se casaban con otros centenares de idiotas vestidos de faraones. Festejos en Sidney. Festejos en París. En el culo del mundo, bailaba Julio Bocca. Todo parecía más o menos organizado, con mejor o peor gusto.El cerebro estético de Chang se defendía de la tortura analizando las imágenes con un procedimiento sociológico. Su mente lo refugiaba y dos meses después, conviviendo día y noche con el televisor encendido, estaba interesado en nuevos aspectos de las imágenes vistas cientos de veces. ¿Sería posible realizar una ontología de las diferencias culturales a partir de este video? No se daba cuenta, pero ese pensamiento que él creía salvador denotaba los estragos que la refinada tortura causaba a su cerebro.
Sobre todo, lo fascinaban los festejos de Singapur. Si hubiera podido, hubiera detenido la imagen eternamente en el espectáculo. Era el más vulgar, escandalosamente estúpido y decadente de cuántos había visto...
En Singapur, frente a miles de personas, un chino con el pelo fucsia, la mirada extraviada, los brazos tatuados y con una musculosa mugrienta cantaba “Living la vida loca” causando el delirio y la euforia de una multitud. Ese chino era Ching.
Sin saberlo, Ching, cantante pop, que se creyó toda su vida a salvo de cualquier inquietud social y política, él, que nunca había leido un libro o abierto un diario, ahora estaba en los planes inmediatos de un profesor de estética en prisión, cuya mente extraviada confiaba su salvación politica y la perdición del régimen totalitario chino en él y su vida loca.
Porque ahora Chang tenía un idea. Y en esa idea estaba Ching ¿artista pop? ¿ejemplo de decadencia oriental? ¿Adicto en abstinencia de diez minutos arrojado al escenario? ¿La prueba viviente de que nunca debieron cruzarse Oriente y Occidente? A Chang se le ocurrió que era el secretario ideal. Que podría convencer fácilmente a sus captores de que Ching era imprescindible para ayudarlo a proteger la llama olímpica. Pensó (cerebro del mal, inteligencia suprema arrastrada a la venganza por un cautiverio injusto), pensó que Ching traería el fin de la cultura china. Que su pelo fucsia causaría la ruina de Oriente.
¿Desvariaba? Tal vez. Pero convenció a sus captores. Así la inteligencia china procedió a la rápida busca y captura del inocente y por supuesto apolítico Ching.

De modo que un lunes a las siete de la mañana, diez hombres fuertemente armados irrumpieron en perfecto silencio en el departamento de Ching en Singapur, y de su colchón con olor a cerveza lo trasladaron en andas a un camión cerrado, que lo llevó a un maloliente contenedor en el puerto, el cual subieron a un destartalado barco, que dejó al contenedor en Beijing. Todo ese trayecto lo realizó Ching (pelo fusia, calzoncillos del demonio de Tasmania, tatuaje de Sailor Moon en el pecho) completamente dormido.
Despertó en un cuarto blanco después de que le arrojaran diez baldes de agua fría. El baño lo llevó a la realidad. Un chino de traje, flanqueado por dos guardias de corps le recitó una letanía de una hora de la que el pobre Ching apenas entendió que era consagrado por la República Popular China a la noble causa de resguardar la llama olímpica y que toda traición a ese propósito sería castigada con la muerte. Y así lo llevaron frente a Chang, su jefe, que ahora lo contempla satisfecho. Un tatuaje de Sailor Moon era más de lo que esperaba.China y su régimen estaban acabados. Eso creía Chang

continuará el sábado 27 de septiembre

domingo, 10 de agosto de 2008

La trama oculta de los juegos olímpicos. segunda entrega

Viene del post anterior
En su sala de la Universidad de Beijing, el profesor Chang, satisfecho, desgranaba aquellas incómodas diferencias que en su momento tuvieron Hegel y Shopenhauer. Había cincuenta alumnos en la clase, en respetuoso silencio. Chang caminaba de una esquina a otra del aula, deteniéndose a veces a realizar una anotación en la pizarra verde, movimiento que causaba que las lapìceras de sus alumnos se aceleraran al unísono.
Disfrutaba. Era notorio que la admiración de los jóvenes era oxígeno para su espectacular ego. Por otra parte, en la primera fila, tercer asiento a la derecha, una jovencísima alumna cuya camisa estaba por explotar le sonreía con adoración. La mirada de Chang se dirigía cada vez con más frecuencia al tercer asiento a la derecha. Había contado la desavenencia de Schopenhauer y Hegel unas quinientas cincuenta veces. La sonrisa de la alumna se expandía más y más... Chang se distraía. Dos párrafos más y ya tenía que tirar la bomba. Siempre había un suspiro extático cuando concluía diciendo que en realidad los dos grandes cerebros competían por la misma cátedra. Cada vez que lo decía, ponía un dejo de tristeza realista en su voz, sus ojos rasgados se dirigían al piso con gravedad. La miseria humana. Eran jóvenes: no tenían la más puta idea de lo que era la miseria humana, así que era fácil ganarse sus mentes y corazones hablándoles de ella y escandalizando sus ingenuos corazones con la realidad realista, que él, Chang, conocía muy bien, no como ellos.
Hegel. Schopenhauer. El tercer botón de la camisa de la alumna sonriente era sostenido por un tembloroso hilo blanco a punto de romperse.
—Por supuesto —dijo Chang mirando a su derecha—, las consideraciones matemáticas de Hegel no merecen ser tenidas en cuenta... —En ese momento el tercer botón saltó, la tiza cayó de las manos del profesor. Sonrió en éxtasis.
Todo era perfecto en el mundo de Chang ese día, tan perfecto que no podía sospechar que se avecinaba un hecho trágico que cambiaría toda su existencia. La tragedia estaba a unos pasos del aula, pero él lo ignoraba. Por la ventana entraba un aire de primavera. Esa mañana le habían pasado el importante dato de que era casi con seguridad número cantado para el Nobel. Las veinteañeras lo amaban. Su sonrisa plácida era la de un argentino en una reposera oliendo el asado preparado por otro.
Un chirrido lo distrajo de su felicidad. Sonrió a su nueva enamorada de senos turgentes y a la vista, como disculpándose por dejar de mirarla.
Una mujer occidental, rubia, con un vestido ajustado de color gris y un grabador en la mano, solicitó en amable inglés una entrevista. Ahora la carne ya estaba casi dorándose en la parrilla. Sólo tenía que extender el plato de madera. Para Chang las entrevistas eran agua fresca para el sediento: le permitían manifestar su disconformidad con el régimen y acrecentar su popularidad, así que accedió.
Miró por última vez el escote de la chica de sonrisa comprensiva sin pensar que se despedía de él para siempre. Dijo una excusa que sus alumnas aceptaron de inmediato. Un profesor célebre y mediático tiene la admiración incondicional de sus alumnos. Y alumnas.
Ya estaba fuera del aula. La rubia sonreía y caminaba veloz por el pasillo.
—¿Adónde vamos? —preguntó Chang, un poco molesto. Pero la periodista caminaba tan rápido delante de él que podía apreciar la panorámica. Mirar era parte de su metier, como profesor de Estética. La anatomía femenina era su especialidad, además del origen de la tragedia en la música.
—Vamos al camión dónde está el cameraman—dijo la rubia en pésimo chino.
—¿Es para la televisión?—preguntó Chang esperanzado—. ¿De qué país?
—Alemania —respondió la chica—. El programa más visto de Alemania—aclaró.
—¿Un programa político?—preguntó Chang, con la duda en la voz. Era cierto que lo entrevistaban seguido para la tele, pero para programas de cultura que tenían dos puntos de rating.
—No—dijo ella—, es un programa de juegos.
—Bueno —dijo Chang—. El precio de la fama, —Una vez lo habían entrevistado de una revista femenina. Antes de su entrevista había tres páginas con cremas antiarrugas. Después de eso, salió dos semanas con Naomí Campbell, cosa que no le había disgustado en absoluto, ni siquiera cuando ella decidió terminar la relación arrojándole un teléfono inalámbrico por la cabeza. Le dieron siete puntos en la frente, sonriendo feliz. Después de eso, su siguiente libro vendió dos millones de ejemplares, la segunda edición fue tan oportunamente quemada por las autoridades chinas, que luego el libro fue traducido a diecisiete idiomas y, en fin, por eso era candidato al Nobel. O sea, gracias a la revista femenina o a Naomí Campbell, era el intelectual chino con más reconocimiento en el mundo. Así que un programa de juegos o uno de cocina, todo venía bien. Era bueno para él, y eso quería decir malo para el régimen. Y eso era todo lo que importaba.
Caminaron rodeando el perímetro de la Universidad y se alejaron del ruido por una calle angosta y soleada.
—El camión está allá —dijo la rubia, lacónica.
Ahora estaban en un callejón. Cercado por muros altos y grises. Olía húmedo. Olía sucio.
—No veo ningún camión—dijo Chang, alarmado. La había seguido pensando en Naomí y en su meteórica carrera y no había notado cuánto habían caminado. Por supuesto, sus enemigos conocían todos sus costumbres y manías y sabían muy bien lo distraído que era. Y su costumbre de meditar mientras caminaba.
—Es cierto —concedió ella—. No hay camión.
Oyó el chirrido de un auto al frenar. Saltó involuntariamente. La rubia corrió. De un auto negro bajaron cinco hombres.
Se le echaron encima. Chang quiso gritar, pero una cinta pegajosa le fue colocada en la boca. Sus brazos fueron sujetos y sus piernas inmovilizadas. Vio un hombre portando una jeringa. Creyó reconocerlo ¿no era el marido de esa chica? ¿Cómo se llamaba? Tenía una expresión feroz. Le levantaron la manga del saco y la camisa. El marido de la chica cuyo nombre no recordaba le clavó la jeringa en la brazo.
Una cortina negra y pesada cayó sobre sus ojos y fláccido e inconsciente se desmoronó en el piso.
Lo cargaron en el baúl del auto. No fue nada difícil, él no era pesado y estaba inconsciente. Fue como cargar un muñeco de trapo.
Cuatro hombres subieron al auto, en el callejón quedó el de la jeringa. El marido de esa chica. Sonreía. Arrojó la jeringa y escupió con desprecio.
—Ahora está todo pagado —murmuró Chun Kao.
Continuará

sábado, 26 de julio de 2008

La trama oculta de los juegos olímpicos

En tiempos recientes, la accidentada travesía de la antorcha olímpica, que viajó por el mundo con rumbo a Beijing, mantuvo entretenidos a televidentes sin nada mejor que hacer, pero sobre todo permitió a esa maravillosa degeneración del periodismo, los monologuistas-que–hablan-sin-respirar, producidos por los canales de 24 horas, usar sus metáforas y circunloquios más floridos. Mientras vimos la noticia comprobadísima de que en París los manifestantes a favor de los tibetanos estuvieron tan cerca de apagar la llama que para que no lo hicieran sus guardianes la apagaron, en un absurdo notorio y delicioso, a su paso por San Francisco nos informaron la muy creíble, aunque no comprobada, versión de que la llama que vimos y que se intentaba apagar no era la verdadera, sino que la auténtica llama olímpica viajaba, segura, en un barco que rodeaba las costas del mundo, silencioso, portador del símbolo.
Bien. Todo esto me intrigó mucho. Hace tiempo estudié el chino y tengo un amigo en el Servicio Secreto que el otro día, cuando lo llamé para preguntarle por sus juanetes recién operados, me contó la verdad de la cosa. Claro, esa infidencia en un miembro conspicuo del servicio secreto chino sólo podía ser producto de un error del anestesista. Yo creí, sinceramente, que mi amigo sólo tenía un autoservicio y no sospechaba que sabía tantos secretos de Estado. Pero ahora que lo sé, lo haré público. Les contare la historia de Chang y Ching, jefe y subjefe, respectivamente, del Servicio Secreto para Los juegos olímpicos.

Una mañana cualquiera del albor del año 2000, en una oscura oficina del Servicio Secreto de la República Popular China, dos hombres de evidente mal humor, uno de ellos de uniforme militar, el otro de traje pero con un porte más bien marcial, mantenían un fuerte discusión. La discusión fue muy larga y por momentos demasiado discursiva, con esa retórica tan cara a los orientales, para los cuales el tiempo no tiene en absoluto el valor que tiene en Occidente. Un oriental puede estar dos horas eligiendo el menú, y nadie protestará, le traerán la comida tres horas después sin que haga más que enarcar la ceja. La gente en Oriente hace cola en el banco una hora más de lo necesario porque el cajero se llevó un libro al baño... y no se pasa a otra caja. Una mujer china tarda tres horas en sacarse la ropa y eso no importa, porque su esposo se demorará cinco horas en dar el asunto por terminado, cosa que está genial. Eso sí, el embarazo dura nueve meses exactos. Es que, al fin, somos todos humanos.
Bueno, decíamos que discutían en estos términos.
—No podemos matar a Chang —decía uno de ellos, mascando furioso un cigarro—. No podemos apresarlo. No podemos...
—¡Basta! —gritó su interlocutor. Éste era un chino alto, de mirada nerviosa y voz enérgica. Vestía un uniforme militar en el que colgaban varias medallas, dándole un poco de peso a su delgado cuerpo—. No quiero volver a escucharte, Chun Kao. Este profesor esta destruyendo nuestro prestigio. Tenemos que matarlo.
—¿Prestigio? —ironizó Liao Chun Kao—. Oye, tenemos el prestigio de comer más soja que nadie y más arroz que nadie. Sólo podemos aspirar a que en un futuro cercano el dos por ciento de nuestra población coma asadito los fines de semana y acabaremos con las vacas. ¿Prestigio?—prosiguió, cruel—. ¿Sabes cuál es nuestro prestigio? Hay un intelectual italiano que dijo en un diario de Europa que si todos los chinos nos limpiáramos nuestros amarillos culos con papel higiénico acabaríamos con el Amazonas en dos meses. Ahí tienes nuestro prestigio. ¡China! ¡Una conejera!
—Oye, Chun Kao. No lo permitiré. Malditos intelectuales. Hay que matarlos, oyes, a todos. ¿Dijo culos amarillos? ¿Cómo se llama?
—Olvídalo. Tu culo es amarillo y lo sabes muy bien. No puedes matar a cada persona que dice la verdad. Este enseña en Bologna, no en Biejing. Y olvida tu chauvinismo tradicional y moderniza tu orgullo. Somos el peligro amarillo. Amenazamos con dejar a Europa sin papel higiénico. Disfrútalo ¿quieres?
—No lo permitiré, te digo. Inventamos la pólvora. La porcelana. Y este Chang nos desprestigia en el mundo con sus proclamas infames. Y no podemos apresarlo, ni torturarlo ni condenarlo a muerte porque pronto, dicen, será candidato al Nobel. Y lo sabe y sigue diciendo lo que quiere en esa aula inmunda.
Chun Kao se tomó la barbilla. A pesar de sus chanzas, sabía que no podían estarse de brazos cruzados. Se le ocurrió una idea.
—Oye, Lun Peng —dijo—. Si sólo lo raptáramos
—Imposible —exclamó Lun Peng. Su nerviosismo rozaba la desesperación. Esa China era todo para él. Había sido educado en una escuela militar a latigazos y creía sinceramente que eran un buen modo de vida. La boca de Chang, el profesor de Estética de la Universidad de Beijing, estaría limpia si la hubieran lavado con jabón en la infancia, pero ahora sólo había un forma de cerrarla: cosiéndola. En eso creía, él, un militar chino profundamente idealista, con toda su alma—. Imposible —repitió y se retorció las manos.
—Más paciencia china, sólo eso te pido. Escucha —forzó su voz, habitualmente chillona, a alcanzar un tono grave y dijo con calma—. Lo raptamos. Lo llevamos a una celda. Lo ponemos a trabajar para nosotros. A escribir columnas hablando de los positivos cambios de nuestro régimen. Que se publiquen en Le Monde Diplomatique. ¿Entiendes? Nos conviene y él se desprestigia a la vez. Y mientras ponemos su cerebro estético a trabajar para nosotros. ¿Ya te olvidaste de los Juegos Olímpicos?
—Chun Kao, creo que tienes cabeza. China será sede de los Juegos Olímpicos en el 2008. Esta decidido. Y el cerebro de Chang nos puede servir.
—Así es —sonrió Chun Kao—. Por fin comprendes.
—Bien —Lun Peng se restregó las manos—. Lo arrestaremos. Acabamos con su disidencia y lo ponemos a trabajar para nosotros.
—Será el Jefe del Servicio Secreto para los Juegos Olímpicos. Lo encargaremos de todos los detalles del ceremonial y la seguridad de la llama en su viaje por el mundo. No podrá traicionarnos. La noticia de que trabaja y cobra sueldo del gobierno lo destruirá. ¿Dicen que es inteligente, no? ¿Con un coeficiente intelectual igual al de Galileo? Bien. Hagámoslo trabajar a favor nuestro. Y luego.. —sonrió ligeramente—, lo que tú quieras
—Encárgate —ordenó Lun Peng con voz marcial.
Tomó su gorra de visera militar, hizo la venia y se fue.
Chun Kao quedó solo. Tomó una de las fotos del escritorio.
—Chang —murmuró. Doctor en Filosofía, profesor de Estética, catedrático ejemplar. —La rompió en pedazos, la pisoteó. Miró los pedazos en el suelo, satisfecho. Escupió con desprecio—. Ahí tienes —murmuró.
Maldito el día que permitió que su mujer estudiara en la Universidad. Pero ahora Chang estaba acabado, acabado. Se fue.
Continuará

lunes, 14 de julio de 2008

Cómo ser un clásico sin perder actualidad

En mi aburrrida juventud, cuando pasaba tardes leyendo libros de epistemología en el prostíbulo en el que me ganaba la vida, leía a hurtadillas poemas de Zorrilla, tratando de aprender de él a escribir poemas de verdad clásicos. Pero un día en que la prostituta especializada en filósofos nietzcheanos se pescó paperas, me tocó a mí atender a uno de esos simpáticos nihilistas, esos seres amables que creen que estamos en la decadencia de la era cristiana. (Por favor, los que se preguntan que hacía leyendo libros de epistemología en un prostíbulo que busquen en las entradas antiguas el post que se llama Sï, todo es cierto). Este cliente, sumamente depresivo y deprimente, adoptó una malsana predilección por mí. Naturalmente, se interesaba en todas mis lecturas. El día que me vio con un libro de Zorrilla me dijo "¿para qué lees esto?". Él creía que Zorrilla, así como otros reconocidos clásicos de la poesía, era una lectura anticuada. Sorprendente si pensamos que él era un filósofo de cincuenta años y yo una prostituta de 20. Verdad es que como correspondía a mi profesión, estaba acostumbrada a todo tipo de bichos. La cuestión es que él decía que mis poemas y mis lecturas eran antiguos. Tenía, según él, que leer a Milan Kundera, amigo personal suyo, o al agradable conde de Lautremont. Cuestión: ese cliente logró regenerarme y hacerme dejar el prostíbulo. Me conseguí un trabajo decente donde pudiera leer tranquila los libros de mi preferencia. Como sea, la principal objeción que él hacía a Zorrila y a mis ejercicios poéticos eran en primer lugar las anticuadas rimas y métricas (el verso libre hoy es obligatorio) y la creencia en el amor (porque eso es de idiotas). Ahora seamos sinceros: no se obtienen becas del Fondo Nacional de las Artes ni Premios Municipales escribiendo poemas de amor; a esta altura, sólo a Sabina le queda bien la rima consonante. Fue la realidad, no el admirador de Nietzche, la que me convenció de que José Zorrilla necesitaba un poco de revoque y una mano de pintura.
Entiéndanlo, yo ya no aspiro a ser valorada como poeta. Pero si quiero que Zorrilla siga siendo un clásico.
Por lo cual modifiqué algunos versos de su poema más célebre, agregué palabras para que no fuera métricamente correcto, le quite su asquerosa rima consonante y la reemplacé por un remedo agrablemente asonante y, en fin, actualicé el sentimiento de la dulce Inés por el buen Diego.
Por supuesto, hay quien pueda escandalizarse pero hay que reciclar las cosas, hasta a Shakespeare se lo adapta y, además, mi paso por el prostíbulo me da un enfoque amoroso interdisciplinario que, creo yo, enriquece el bello poema clásico.
Con ustedes, el nuevo José Zorrilla.

Actualización de José Zorrila
Pasó un día y otro día
un mes y otro mes pasó
y un año pasado había
más de Flandes no volvía
Diego, que a Flandes partió.

Lloraba la bella Inés
su vuelta, aguas donde en vano,
oraba un mes y otro mes,
del crucifijo a los pies
do el galán puso por primera vez la mano
para avanzar ésta con un muy profundo interés.

Todas las tardes iba
después de traspuesto el sol,
a la despensa de la esquina,
y entre trago y trago pedía
la vuelta del español,
y el español no volvía.

(De Flandes jamás volvería,
la bella Inés no sabía
que Diego en verdad estaba
en un burdel de Sevilla.)

Pocas noches pasaron
antes que la bella Inés
con llorosa languidez,
a Dios rezando pidiera
la vuelta de un español cualquiera.

Frente al pobre almacenero
dejaba oír sus ruegos
que éste resignado oía
pues no era español sino griego.

Volvió pues Diego de Sevilla
y halló a la pobre niña entretenida
con unos quinientos españoles
que de la guerra volvían.

(Ante tan mayúsculo interés
por su lánguida prometida
Diego juzgó muy bien
que sin Flandes nada perdía.)

Y esta historia sólo la llora
un pobre inmigrante griego
viendo la bodega vacía
que su amor casto recibió por premio.

jueves, 26 de junio de 2008

Pecados capitales y no originales

Es sumamente difícil proseguir con los mismos viejos pecados capitales, la condición de pecador es muy fluctuante y evidentemente, Dios cambia de opinión tanto como cualquiera. Algunos dicen que fuimos hechos a su imagen y semejanza, otros sostienen que lo hicieron tres curas a su imagen y semejanza, lo cierto es que él se aburrió de los pecados viejos tanto como nosotros y ya no vamos al infierno por las mismas cuestiones que antes. Por ejemplo, si la envidia fue uno de los pecados capitales más populares durante varios siglos, ahora que no es menos popular se la llama muchas veces envidia sana, estableciendo diferencias discriminatorias entre los envidiosos. Algunos se irían al infierno, otros no. Se hizo tan corriente este nuevo concepto de la envidia que además de ser popular, ahora es pública y notoria, el envidioso no tiene reparos en declarar su sana envidia, y en definitiva, ya no espanta a nadie.
Un pecado que antes era espantoso es la lujuria, era un pasaporte directo al infierno. No sólo la lujuria era pecado, sino que su opuesto, la frialdad absoluta, era tenido por virtud y hablaba muy bien de una dama que fuera altiva y fría como el hielo. Ahora a una mujer así la llamarían histérica y eso me hace pensar que tendré que dejar de ser virgen algún día, ya que nadie parece reparar en lo adorable que es mi virtud y en cuán encantadora es mi altivez. ¿No les da vergüenza?. La cuestión es que ahora lo malo no es la lujuria, sino carecer de ella, eso se considera una disfunción, fíjense ustedes, ahora sería perfectamente posible ir al infierno por no sentir lujuria, ya que así como cambiaron las costumbres en la tierra, es posible que también se hayan relajado un tanto en el paraíso y que eso sea ahora una auténtica fiesta. Dios mío. Donde se aburren de verdad es en el infierno, donde no queda casi nadie. La población infernal descendió a tres vírgenes que se resisten a aceptar la realidad y a Lord Byron, único habitante del Infierno de sexo masculino que queda ahí, porque siempre le gustó hacer el verso y ahí puede practicarlo de variadas clases, hasta que se aburra de las vírgenes o hasta que dejen de serlo. Mi vecino también quiere ayudarme con mi problemática virginidad, pero le dije que lo voy a pensar, ya lo pensé y decidí esperar tres semanas más para responderle: no quiero que piense soy ligera. Después le voy a decir que lo quiero como amigo. Seguramente voy a irme al infierno por mi falta de lujuria, pero no me importa, siempre me gustó Byron. Y todas las épocas necesitan pecadores nefandos, si no los moralmente correctos no tendrían con quien compararse para sentirse realmente bien.
Otro pecado nefando era la gula, pero la ciencia destruyó para siempre este pecado tan bello que consiste en comer sin parar. En una época la gente comía y comía con la satisfacción de que sólo estaba pecando, ahora comemos y comemos remolacha hervida y brócoli. Y si no, comemos y comemos de todo sintiéndonos culpables porque somos adictos a la comida. La tiranía de lo saludable nos fustiga tanto como el viejo cura de la aldea. ¿Será que el pecado infame en el siglo XXI es el colesterol alto?
Y aquí está la cuestión. Cuando estas cosas eran un pecado, uno las cometía con la satisfacción natural de la maldad. Ese agradable placer se perdió completamente. Con el fundamentalismo de la salud, ahora la vieja y placentera gula es una conducta adictiva, la ausencia de lujuria una disfunción sexual que obliga a sentirse culpable por la ausencia de deseo e ir al consultorio, y la envidia es disculpada por ser sana, así ya no se trata de moral, aunque la culpa sigue estando. Una creía, ingenua y virgen como es, que el beneficio de abandonar el torturante concepto de pecado era deshacerse de la culpa. Y aquellos que sienten gula o no sienten lujuria portan la incómoda letra escarlata, mientras nos envidiamos todos sanamente.

sábado, 14 de junio de 2008

Clarimonda, la muerta enamorada

"Vengo de un país en el que no hay lunas ni soles, sólo un horizonte de inescrutable penumbra; no ya caminos ni senderos; no hay tierra en la que posar el pie, ni aire en que batir las alas."
Clarimonda dice esto. Clarimonda, la que "es tan bella que no hay paleta de pintor ni verso de poeta capaz de describirla". Pero sí puede hacerlo Téophile Gautier, su creador. Leí La muerta enamorada por primera vez, en una manoseada pero bella edición de Torres Agüero Editor, a los veintitrés años. La tengo en mi falda, ahora, y miro su prodigiosa tapa. Es de un rosa subido, tal vez de un morado intenso. Sus letras tienen un sesgo romántico, tal vez gótico. Su ilustración, un dibujo gris aterrador y erótico a la vez, una pareja desnuda huyendo, abrazada, de la guadaña de la muerte.
A mis 23 años, no prestaba atención a más detalles que el texto mismo. La muerta enamorada me arrebató y creí que Gautier había bajado de regiones innombradas, a raptarme de mi cuerpo y hacerme vivir las noches de Clarimonda.
Fue realmente curioso lo que ocurrió luego: busqué otros libros de Gautier. Ni siquiera recuerdo sus títulos. No me gustaron. Nada igualaba a la muerta enamorada, absolutamente nada. Pariente del diablo de Cazzote, pariente de Armida, pariente de la bella vampira de Dumas y de la mujer del collar de terciopelo negro, su pálida belleza no tenía igual.
Creí que Gautier, el gran Gautier, era sólo la muerta enamorada y con ella se había extinguido su gloria. Como dije, no prestaba atención a los créditos de un libro.
Una tarde de invierno, mi hija Daniela volaba de fiebre y se atormentaba por el fastidio, así que tomé el mejor libro breve que encontré en mi biblioteca. La muerta enamorada. Lo leí en voz alta. Las horas volaron.
"¡Desdichado, desdichado!", dijo Clarimonda, "¿Qué has hecho? ¿Por qué has escuchado a ese cura imbécil? ¿No eras feliz?".
Una vez que empecé a leer la historia, los ojos enormes y verdes de Daniela (nueve años) no me permitieron detenerme hasta llegar al final.
Pasaron años y libros. Hace poco me obsequiaron la misma edición de Torres Agüero, en perfecto estado. Ya tengo treinte y siete años, me interesan los editores, los traductores y los directores de las colecciones.
Entonces vi que no me gusta sólo Gautier. Me gusta Gautier traducido por Carlos Gardini. El mismo Carlos Gardini que admiro por la belleza e inteligencia de su obra. El mismo Carlos Gardini con el que compartí charlas inolvidables y que una vez compartió mi mesa y la de una Daniela casi mujer. El mismo narrador dueño de una erudición que empalidece la de muchos académicos, porque sabe emplearla. Y no sólo eso. Gardini dirigió la colección de Cuentos de Torres Agüero junto con Roberto Dulce. El Roberto Dulce que alguna vez tuvo una librería inolvidable llamada El Espejo Oscuro, donde Daniela estuvo conmigo cuando tenía tres años y donde tuve conversaciones increibles, sobre, por ejemplo, los cuentos de fantasmas de Louisa Alcott. El mismo que vino a mi casa y compartió mi cena y elogió a la diminuta Daniela, hace ya más de quince años, y conoció a Ger, su hermano de meses y al que vi jugar partidas de ajedrez interminables.
Así que la bella Clarimonda es la Clarimonda de Gautier, Gardini y Roberto Dulce.
Y era natural que a Daniela y a mí, nos enamorara su historia.

domingo, 8 de junio de 2008

El largo viaje de Europa

Una noche. Una noche densa como un manto negro, con millones de pequeñas luces centelleantes. El mar. Un mar denso como un manto negro con surcos rumorosos desatándose al llegar a la orilla.
La tempestad. La tempestad estaba por llegar.
La tempestad era yo. Y era él.
Lloraba en la orilla. Iba a hundirme para siempre en ese mar, haciéndolo mi amante y mi sepulcro. Yo era muy joven. Quien es joven sabe lo que es eso. Mil noches crees morir. Mil noches sobrevivís. Yo era muy joven.
La juventud es algo muy viejo. Sobre mí el acantilado, una piedra negra señalando el mar, como una afilada mano que dijera: ve. El acantilado que me vio nacer, ahora me vería morir.
Entonces llegó el trueno. Primero fue el trueno. Luego una mancha blanca en el horizonte. Se hizo cada vez más grande y galopaba en un bramido, en la inmensidad negra. Sus cascos eran fuego. Su fuerza era blanca. Sus ojos eran dos piedras negras.
Era él. Nunca había creído esa vieja historia. “Vendrá el Toro Blanco. Es un dios poderoso. Debes amarlo y temerlo. Te raptará y te llevará y nunca volverás. A vos. Sólo a vos.” Y la temblorosa anciana clavaba sus ojos negros en la tierra y sus manos desmenuzaban el maíz y se hacía el silencio. Y yo salía corriendo y me acostaba a reírme en la tierra.
Pero él era, el Toro Blanco, y juntos fuimos la tempestad. Cayó el manto negro del cielo y las estrellas se hicieron lluvia y la lluvia cayó sobre nosotros. Cabalgamos el mar. El mar se abría a nuestro paso y sus cascos de fuego.
Llegamos a una isla. Entonces, yo me llamaba Europa.
Pasaron las mil noches de su hermoso fulgor.
—Te dejaré —dijo él—, sabes que así es. Así es la vida. Tu vientre crecerá. Pesará mucho. Y caminarás sola con tu carga, toda la eternidad. Viajarás a otras islas y a otros mares. El día nacerá y la noche morirá y el día morirá y la noche nacerá y habrá muertos y desastres y guerras crueles. Y cosechas y fiestas y alegrías. Y tú las caminarás con el peso de tu vientre, sola. Esta será tu isla, Europa, y nacerán y morirán ciudades y reyes y será Roma y nacerán pastores y césares y morirán. Y nacerán pastores y morirán dioses y yo moriré. Y nacerán pastores y morirán hijos de dioses y pastores y tu seguirás. Y cruzarás otros mares y llegarás a otras islas y no te detendrás. Se te cansarán los pies y los senos de alimentar y llevar a tus hijos, pero mirarás el cielo, la Gran Vía que marca el amor materno de una antigua mujer como tú. Un día verás otras vías hechas de cruces, pero estas también se caerán.
“Pero la vía del cielo, el Gran Río, ése no morirá. Y tú seguirás.”
Y se fue, en un bramido, galopando la inmensidad y la noche.
Quedé nuevamente a orillas del mar, deseando morir, sola bajo las estrellas, frías, lejanas y crueles conmigo como el cielo, el mar y el blanco dolor del Toro Blanco. El dolor me volvió blanca a mí también y a mi viejo nombre, Europa.
Pero sabía que los héroes que matan minotauros y capturan vellocinos, sólo dan muerte, que los héroes que se hacen matar, sólo reciben muerte.
Y nada difícil hay en la muerte, lo difícil es dar la vida y recibir la vida. Junté fuerzas y partí, buscando el calor, buscando raíces y frutos y amparo.
Mi vientre crecía. Las estaciones pasaron y cayó la fruta madura y cayeron héroes en las guerras y cayeron dioses y nacieron otros. Y vi alzarse cruces y las vi caer, vi destruir y construir iglesias y mientras yo caminaba Roma nacía y moría y nacía, el mismo nombre para mil tiempos y vidas. Y la crucé y seguí caminando y volvieron guerras y armas más poderosas, pero el hambre siempre era hambre y los muertos eran siempre muertos. Y después llegó el combate al cielo y las bombas destruían igual las casas de madera que los palacios de piedra.
Y seguí caminando y mi vientre madurando y mis entrañas doliendo y mis labios en silencio.
Una noche, escuché un bramido que venía del mar. Venía a buscarme y a llevarme. Los grandes buques llevaban odios y amores y soledades más allá del océano.
Partí otra vez, otro mar, otras islas, tras el Atlántico inmenso, donde alumbrar caminos desconocidos y buscar sombras bajo otros árboles.
Crucé y desembarqué en un puerto de miles de gentes y de voces y caminé días y noches, sin saber que me detendría nuevamente en una orilla, para otra vez gritar y enmudecer de dolor, amor y soledad.
Sentí el beso de la brisa, que nunca me abandonó, y el llanto pequeño y su calor. Me abracé a mi hijo, a mi amor, y alcé los ojos.
Sobre mí, la vieja y eterna piedra negra, la gigantesca mano señalando el mar. La misma orilla, todas las orillas y el cielo de mi juventud, eterna y vieja, de donde una vez, un toro blanco bramó y me raptó... de mi misma... y me dio el mundo.

jueves, 8 de mayo de 2008

Soluciones mágicas para la depresión.

Como habrán notado padezco el síndrome del análisis. Muchas veces me dijeron: Paula, vos pensás demasiado. Desde hace unos días estoy deprimida. Leer a Dante a los doce años tal vez haya sido demasiado y desde entonces soy algo trágica. Mi anterior post, que tiene sólo dos días, es muy deprimente. Y pensé en ser del bando de los de la buena onda de una buena vez. Comer comida light. Manteca light, mayonesa light, chocolate light ¿y para cuándo los chorizos y el vacío y las empanadas de carne light?
Quiero decorar mi casa según el arte del feng shui. Poner cascadas para tropezarme y mojarme en todas las esquinas, la cama mirando al sur, sacar los espejos que tengo en el techo del dormitorio porque según la sabiduría oriental quedan feos (qué diantres, a mí me gustan). También tengo que cambiar mi apariencia personal. Tengo que vestirme de blanco, relajada. Túnicas de bambula y ojotas, aunque hace frío. Una bronquitis me ayudará a meditar y faltar al trabajo. El trabajo me hace mal. También puedo añadir una túnica azafrán.
Por último, puedo raparme la cabeza, agarrar una pandereta y bailar por plaza Flores, hare, krishna, hare.
Y así dejaré de pensar demasiado. De hecho, no pensaré absolutamente nada.
Aunque sí tengo un recurso cuando la realidad me abruma, que no es ninguna de esas tonterías. Tengo un disco de Jack Johnson. Es un músico maravilloso. Trasmite la auténtica buena onda: la que da la belleza y la serenidad de una vida que no se consigue con productos light y con decoración.
Es la paz de quienes saben contemplar el mar. Es la paz de quien sabe que la serenidad puede darse, pero no es permanente ni obligatoria y no tiene recetas, ni método, ni es superficial y no se consigue con un manual de decoración.
Y a veces, aunque ya no sé si Jack estaría de acuerdo o se lo cuestiona, sólo el análisis de la realidad que te rodea te permite alcanzar cierta serenidad. La de quien tiene un pensamiento, una mirada y no es cobarde.

martes, 6 de mayo de 2008

De crueles reales y provocadores de cartón pintado

Hoy me encuentro leyendo diarios y revistas y gracias a ellos descubro que los blogs recomendados por los grandes medios son aquellos en que una persona busca novia o novio y cuenta sus citas y peripecias con gran éxito de público. Bueno, supongo que los que están leyendo esto buscan otra cosa. Quiero decir que tal vez están hartos de esa especie que denomino provocadores de cartón pintado. Que hacen lo que hacen justamente porque no provocan a nadie ni a nada. Pero otros provocadores, ya no autores de blogs sino profesionales, tampoco lo hacen. Siguiendo esta línea de pensamiento, encuentro que algunas groserías, sino la inmensa mayoría de ellas, no desafían al poder sino que ayudan a definirlo. El poder y sus abusos son groseros y la mayor parte de las groserías son expresiones de esos abusos y esas violencias. O sea, son perfectamente coherentes con una sociedad donde ocurren distintos tipos de violencias y las estúpidas violencias verbales sólo las expresan, en claro acuerdo y aprobación de esa realidad. Por eso, los supuestos provocadores están en los grandes medios de comunicación y lo único que provocan es el horror, el horror, a quienes creímos que hacer humor ignorando a Moliére era imposible, o a quienes nos extrañamos de que a distinta hora y por el mismo canal, se aliente al violador y se denuncie la violación.
Entre horrores diversos y con matices, hay un cierto periodismo televisado que me espanta. Es aquel que se erige valientemente en juez y verdugo, abandonando toda anticuada pretensión de objetividad, para increpar, en un linchamiento proverbial, al funcionario al que le toque. Recordemos que el estado de derecho implica que todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario. Meditemos acerca de cuán válidos son los métodos de prueba, obligados para su exhibición televisiva a ser superficiales, de los periodistas, hoy llamados noteros. El espectáculo de la justicia por mano propia fascina y lleva al aplauso a mucha gente, en una sociedad que tantas veces justificó el ajusticiamiento por fuera del estado de derecho. Pero cuando se trata de políticos... todo recurso es válido. Hasta el linchamiento.
Políticos: una expresión que el periodismo televisivo usa para descalificar. "La perversa política ensució los sanos Juegos Olímpicos", declamaba un idiota por uno de los canales más vistos del país. Cualquier vocero de la dictadura militar hubiera dicho los mismo durante el sano Mundial del 78. La profesión de político, igualada a la delicuencia por tantos sectores que hasta disfrazan su fascismo (tosco, embrionario, todavía informe) de reclamo justo.
Por cierto, estos periodistas o noteros, son valientes y corajudos e independientes a más no poder cuando se trata de funcionarios, políticos, representantes del Estado nacional. Se vuelven repentinamente silenciosos, serviles y acomodaticios cuando se trata de grandes intereses económicos. Toda su profesionalidad periodística se va al carajo cuando la empresa que les paga el sueldo se ve afectada en sus intereses. Entonces, los vemos incurrir en una mediocridad que pasma. La de un empleado que quiere seguir cobrando. Y el riesgo, la emoción y la aventura del periodismo son repentinamente olvidados.
Y la crueldad de estos empleados cuando se vuelcan al supuesto humor. Cuando exhiben en un programa humorístico, por ejemplo, a un hombre alcoholizado al que detiene la policía conduciendo. Su índice de alcoholemia es altísimo. El hombre devaría, discute, delira. La imagen es repetida hasta el hartazgo. Los conductores ríen y el público ríe. Detras de esto, hay una vida, tal vez varias, arruinadas para siempre. Tal vez haya un hijo, un nieto, martirizado en la escuela. Tal vez una esposa que no se atreve a ir a la oficina. Tal vez haya una familia, que ahora, mientras yo escribo estas líneas, llora y sufre. Pero es tan fácil vestir la crueldad de inteligencia y el sadismo más atávico y violento, de justicia y es tan fácil reir de la enfermedad y de la debilidad del otro.
Aunque no para todos. Eso es para los crueles reales y los provocadores de cartón pintado cuya provocación es solamente un eco de violencia, una complicidad con el que discrimina, una multiplicacion masiva de la agresión por un medio tecnológico, que aún no ha sido catalogada como crimen. Que sólo provoca tristeza en quienes comprenden su naturaleza. Dante, que si era un provocador, los hubiera incluido en su infierno.
Creo que una de las desgracias del nuevo siglo es tener que añadir un círculo al infierno de Dante. En el clásico, esta gente no cabe.

domingo, 13 de abril de 2008

Esto ocurría en Ciudad Gótica

El Doctor Ferdinand Papirus se clavó los anteojos en la nariz para mirar mejor a su aplicada alumna de Historia, la señorita Pamela Johannesburgo. Pensó amargamente que le había contado la escabrosa historia de Barbazul sin lograr excitarla, verdad es que tampoco se había excitado con el amorío de Carlos II de Inglaterra y la opulenta Duquesa de Cleveland. Ni siquiera se había dado cuenta de que no había sido en la Edad Media. "Por cierto", se dijo amargado, "este punto del programa, el medioevo tardío de Ciudad Gótica, tampoco la va a excitar. Tal vez deba agarrarla de los pelos, romperle la camisa, mirarla los ojos y decirle...

"Miss Pamela, sólo el Marqués de Sade le daría a usted clase de historia, ya que contarle las cruzadas a usted es verdademente sádico".

Pero jamás lo haría. Tenía setenta años, era un doctor de Oxford y debía resignarse a...

—¿Profesor? —Miss Pamela lo miró fijo con dos grandes ojos interrogantes.

Se resignó completamente.

—En el Medioevo tardío, Ciudad Gótica era un caos. El robo y el pillaje eran moneda corrientes, bajo una tiranía despótica que hambreaba a la población. Los pobres comían lo que podían, que no era mucho, pero ellos sí lo eran... muchisimos. Las estudiantes rubias estaban famélicas y los profesores no se veían mucho mejor. El Rey Fernando I predicaba la austeridad a través de sus heraldos, que lograban pedir un gesto patriótico a la población antes de que se los comieran en las plazas. Este rey era austero: sólo hacía cuatro festines por semana, una vez al mes una orgía romana y cada tanto bebía perlas en vinagre; tenía, eso sí, dos hijos disipados, disolutos y por completo imbéciles, en cuyo criterio confiaba plenamente. Los señores feudales de Ciudad Gótica no lo destituían por imbécil sólo para que no asumieran sus dos hijos, más imbéciles que él. El rey Fernando, siguiendo el buen ejemplo de Calígula, que nombró senador a su caballo, nombró a un caballo de su establo ministro plenipotenciario. Decían que era un caballo brillante, le cepillaban el pelo cien veces por día, razón por la cual lo perdió muy pronto. Caballo decidió que el problema de Ciudad Gótica era la pobreza y resolvió eliminar a todos los pobres. Para esto tomó un paquete de medidas... —se interrumpió, indeciso y desconcertado, al ver a su alumna haciéndose sensuales masajes en el cuello. Se quitó los anteojos, se restregó los ojos y volvió a colocárselos. ¿Estaba soñando?
—Miss Pamela ¿le gusta esta historia?
—Oh, yes —suspiró ella, inequívoca—. El período de Ciudad Gótica a. B. (antes de Batman), me parece fascinante.
—¿Quiere cenar conmigo? —el anciano profesor la miró ardientemente con sus ojos miopes, agrandados por la lujuria. Era demasiado bueno para ser verdad.
—Tal vez si me sigue contando esa fascinante y excitante historia gótica, pero antes me pondré algo cómodo, si quieres, sírvete algo de beber.
Los gustos de las estudiantes de Historia inglesas son inexplicables.

jueves, 3 de abril de 2008

Nunca olvidé a María Rosa

Me acuerdo de María Rosa y su hijo Leandro como si este último tuviera eternamente cuatro años y ella estuviera hoy enfrente de mí, como ayer, con sus explicaciones de sonrisas y lágrimas, su pelo corto, su rostro agraciado y triste. Conocí a María Rosa en el Consejo del Menor, mi primer trabajo, con mis diecinueve años y mi maternidad de pocos meses.
María Rosa estaba en la calle con el pequeño Leandro y con dos pechos llenos de leche que ninguna inyección podía retirar. Porque en un acto de abnegación terrible, en un sacrificio impensable, ella había entregado a su pequeño bebé. Para que el bebé no estuviera en la calle, como ya lo estaba Leandro, lo había dado en adopción.
El Departamento de Adopción estaba en el cuarto piso de un edificio gris y ruinoso de la calle Humberto Primo. Era común que no anduviera el ascensor y que embarazadas y mujeres con niños pequeños tuvieran que subir por la escalera. También era común que los solidarios empleados, al pasar junto al pasillo donde esperaban las madres, insultaran en voz bien alta a aquellas atorrantas que abandonaban a sus hijos. De los atorrantes de género masculino que abandonan a sus hijos, no sé por qué siempre se olvidan, curiosa y cómoda forma de amnesia. Comencé a trabajar en la institución en simulado estado de gravidez, pero cuando éste se hizo indisimulable, el cuarto piso, Adopciones, era fatal para mí. Cada vez que mi jefa me enviaba a ese piso (por escalera) los amables empleados me dirigían algún insulto o alguno de sus cínicos comentarios, creyendo que yo era una jovencita más que iba a dar en adopción. Gente respetable de traje gris. Seguramente vírgenes todos ellos.
De todas las formas de poder, no hay ninguna más ruin que la que ejercen algunos empleados administrativos. Quien está haciendo un trámite, ya sea el más molesto y banal como el más vital y crucial (dar un hijo en adopción, por ejemplo) no se atreve a enfrentarse al sádico impulso del empleado de manifestar su minúsculo poder maltratando, la mayor parte de las veces, con la mayor impunidad.
Pero hablábamos de María Rosa y de Leandro.
María Rosa llegaba a la oficina todos los miércoles. Saludaba con una sonrisa y se sentaba a esperar. A veces charlábamos y me contaba que todavía los médicos no lograban que dejara de producir leche materna. Ella añoraba a ese hijo entregado por amor, tan desesperadamente, que la leche no se iba. No se iba y ella venía a la oficina a hacer el pedido trágico, imposible, condenado al fracaso, de que le devolvieran al bebé.
Calibremos el caso. Vean ustedes cuántos matices, cuán profundo es el contenido trágico de esa situación que muchos hombres y muchas mujeres califican con un simple “que se joda” o el más compasivo “si no se supo cuidar que se joda”. Tres palabras u ocho sirven para lavarse las manos y para exculpar al otro partícipe del embarazo, al ilustre progenitor que protegido por la sociedad sigue valientemente su camino respetable.
Pero hablábamos del hijo de María Rosa. Ya había sido entregado a una familia. Una pareja con techo, con trabajo, con las posibilidades económicas que se le habían negado a la madre biológica. Con las huellas de Niobe en el rostro, lloraba por el hijo perdido, entregado por ella misma.
La asistente social que se ocupaba del caso, es decir, que hacía lo único que se podía hacer, que consistía en explicarle con calma que su reclamo era imposible, me dijo un día con fastidio: “Lo hubiera pensado antes”.
Y yo, que hacía poco había tenido a mi hija Daniela a la que orgullosamente le puse mi apellido, me indigné sin poder evitarlo. “Lo pensó —respondí en voz baja—. Lo pensó nueve meses: pensó incluso en este momento, en los dos pechos llenos de dolor”.
Es que la tragedia es autoconsciente. Cuando un héroe trágico da el primer paso, ya sabe cuál será el último.
Nunca me voy a olvidar de María Rosa y Leandro.
Como nunca me voy olvidar de quienes los trataron con crueldad.
Qué sabrán ellos.

martes, 1 de abril de 2008

El martirio

En esta vida hice ya hace un tiempo una difícil elección: ser virgen o ser mártir. La antigua fórmula era ser ambas cosas a la vez, pero creo que, a esta altura del campeonato, eso ya no se nos puede pedir. Me resultó difícil la elección, porque no soy una mujer de una moral férrea, sino una persona con un agudo sentido de la moral, lo que constituye exactamente lo opuesto de una moral férrea. Mi agudo sentido de la moral se debatía entre la virginidad (el malo conocido) y el martirio (el malo por conocer). El martirio era un hombre moreno, alto, de pelo largo, anchas espaldas y una boca completamente lasciva. Además, estaba borracho y procuraba comportarse como un caballero. No lo conseguía y eso me conmovió. Siempre me gustaron los hombres nobles que acometen difíciles empresas, como portarse como un caballero, y fracasan estrepitosamente. Más cuando de martirizarme se trata (porque este ensayo sesudo se llama "El martirio" y de eso tengo que hablar). Bueno, hace muchos años escogí el martirio y he perseverado en mi elección, logrando con el tiempo convertirme en una mártir de primera clase.
Con ese primer Baco di mis primeros tímidos pasos en este noble oficio que es ser mártir, desde entonces por mi Via Crucis ha pasado de todo: rudos Vulcanos y Adonis del primer orden, del segundo y del tercero, aventureros intrépidos, tipos de esos que no matan una mosca y alguno que mató varias, siete exactamente, y de un golpe. Pero eso es secundario, irrelevante. El secreto de un buen martirio no está en el victimario sino en la víctima. Un largo, artístico y hermoso martirio no se puede obtener sin el talento y la sabiduría de la propia mártir. Acá de lo que se trata es simplemente de sumar puntaje, se los digo crudamente, y para eso hay que ganar experiencia, claro está, pero principalmente hay que aquilatar la experiencia. Si alguien sabe que quiere decir aquilatar, por favor, hágamelo saber. Pero, mientras, hablo de aprender de un martirio para aplicar en los siguientes, de tal manera que progresando en el aprendizaje en forma geométrica, tengamos algunos de esos martirios que, Dios mío, pisemos realmente el Reino de los Cielos.
No es mi intención poner mi experiencia al servicio de ustedes, porque el martirio es personal , intransferible, y además es un camino iniciático en el cual el único maestro es el martirio mismo, además no voy a transmitir mi experiencia porque no se me da la gana hacerlo. Pero puedo hacer como única concesión la metáfora del perfecto martirio.
Un martirio perfecto tiene su tempo, tiene movimientos, y es en definitiva una composición. Una sinfonía si se quiere. Ya saben:
—allegro
—adagio
No sigo por que acabo de emplear todo mi vocabulario musical. Un martirio es como una sinfonía, exactamente.
Otra metáfora o analogía.
“Quo vadis”. Sale la mártir a la arena del circo. Con craso horror ve que se le acerca un león de enorme tamaño. Se defiende, entonces, como mejor puede, es decir, se sacude en convulsiones y espasmos de horror hasta el fin del bello momento apoteósico. Eleva los ojos al cielo, las pupilas ceden al blanco, las manos crispadas se relajan, la mártir abre la boca y entona ¿qué? Un bello himno celestial, expresión de su júbilo.
Bueno, eso es lo que muestran las películas. Cuando el león se la come no se ve, porque eso ya es martirio explícito. Pero, hasta ahí, vemos claro que un martirio es idéntico a otro martirio y eso es natural y como Aristóteles bien lo ha demostrado, la analogía es el
comienzo de toda lógica y por tanto de todo conocimiento humano. Y el martirio, déjense de joder, también es conocimiento. Y es razonable entonces que al elegir entre virginidad y martirio, prefiera el conocimiento a la ignorancia ¿no? Es lógico. Como Aristóteles.

sábado, 22 de marzo de 2008

El verdadero capitán Alatriste, sin censura

THE CAPTAIN ALATRISTE en el Teatro DRURY LANE

EL INGLÉS PIERDE LA HONRA
Pero nunca el paraguas
Aunque encuentra la horca

De WILLIAM SHAKESPEARE

TRAGEDIA EN CINCO ACTOS

PRIMER ACTO: Llueve sobre London
SEGUNDO ACTO: Llueve sobre London
TERCER ACTO: Cómo llueve en London
CUARTO ACTO: Qué manera de llover en London
QUINTO ACTO
New Gate. Cárcel de los condenados a muerte. Llueve del techo y las ratas infaltables del decorado están mojadas. Entre las tablas carcomidas de la celda infecta, se moja un servicio de té de plata. La infamia de la cárcel se demuestra en la caja de té en saquitos.
Entra Captain Alatriste, Square. Se dirige al público mientras se sacude el sombrero y cierra el paraguas.

Captain Alatriste: ¡Cómo llueve! ¿Eh?
Señora del público con sombrero amazónico: ¡Un gentleman como él en ese sitio! ¡Ah, infame, infame! Al autor de esta obra hay que enviarlo a New Gate... !
Captain Alatriste: Soy autor de mi propia biografía, milady. Este lugar infecto no es nada para quien ha cazado tigres en Bengala. Las ratas son más pequeñas. Y por cierto... ESTO ES NEW GATE (sensación)
Caballero del público: ¡Qué fatuidad! Admirable, Lady Olivia. El autor de esta obra es un genio
Yo: Gracias
Tramoyista del Teatro Drury Lane, London: ¡Un genio, vaya que sí! Ahí está. Mira, Bob. Míralo y dime si no tiene tetas.
Bob: (silba) Tiene dos. William Shakespeare, vaya. Si no lo veo, no lo creo.
Señora del sombrero amazónico: ¡Harry, es verdad! ¡William Shakespeare tiene, oh, shocking! Cuando le cuente a Lady Hamilton, que dice que todavía le crecen. Pero míralo a él... ¿cómo lo consiguen? Porque a esa edad no crecen, digo...
Yo: ¡BASTA! Dejen que David Garrick el Joven demuestre su talento. Estos ingleses no se callan ni en su propio entierro. Y de eso se trata la obra.
Señora del sombrero amazónico: Eso preguntaba, de qué se trata...
Captain Alatriste: (impaciente). Cállense, que sólo hago mi trabajo. Bien (saluda a Mr. Ganzúa, que toma su té sin limón ¡Shocking! Infame sitio, New Gate).
Mr. Ganzúa: (efusivo, o sea, se quita un guante) Oh, pardiez, Captain Alatriste... No debe preocuparse por mi estadía aquí, a expensas de Su Majestad. A propósito, un brindis, caballero por la Reina Victoria. Todo fue por la cuenta del lustrabotas, que era un buen pájaro de cuentas, me quiso cobrar la cuenta y yo le dije:
“—Bien, Mr. Forwad, haré la cuenta hasta diez y le retorceré el cuello, por cierto, lo lleva sucio. Si no puede pagar la lavandería, póngase un cuello negro.
“—Justamente, Mr. Ganzúa, debo diez libras a la lavandería y su cuenta es de diez libras”. ¿Se da cuenta, Captain? Un verdadero ganso.
Captain Alatriste: Natural, Mr. Ganzúa, natural. Pero si fuera un ganso, no le perdonaría que no me convide a cenar. Hablando de gansos ¿cómo está Lady Aliviosa?
Mr. Ganzúa: Un poco fría, Captain Alatriste. Colgada como los paraguas y más mojada. Oh, permítame el impermeable, Captain. Yes, la colgaron ayer.
Captain Alatriste: Mys condolencias. Oh, Lord Cagafuego. No lo veía desde el gran incendio de Londres de 1666. Oh, gratos recuerdos. Gran esfuerzo, por otra parte, incendiar Londres.
Lord Cagafuego: Ni lo diga, Captain. Con nuestra niebla, nuestra flema y nuestra lluvia, no se veía un carajo, se nos apagaba el fuego, y ni hablar de pisar esos escupitajos. Mire mis botas. Quedaron, fíjese, una miseria. ¿Se acuerda de mi paraguas, el que se prendió fuego? Todo por Su Majestad, the king Charles II. Las botas, el paraguas, el impermeable también se me arruinó. En fin, al menos esos...
Captain Alatriste: Apestados, Lord Cagafuego, dígalo. Sin pelos en la lengua. Se acabó la peste, gentlemans, y el rey Charles vale por dos ministros de salud argentinos. Un viva señores, a Su Majestad. ¿Y a quien van a ahorcar, a todo esto?
Mr. Ganzúa: A usted, captain, naturalmente. ¡Lo olvidó! Gentlemans, es la legítima flema británica.
Lord Cagafuego: Admirable, señores, admirable. Sólo se preocupa porque no se le moje el paraguas. Un verdadero inglés.
Captain Alatriste: Soy galés, señores.
Lord Cagafuego: ¿De Gales o de Galicia?
Yo: Ese chiste no es mío, aclaro.
Captain Alatriste: El Teatro Inglés se avergüenza de este villano, que deshonra su famoso humour con su boca infecta.
Tramoyista del Teatro Drury Lane, London: Ven, Bob, deja esa revista y no te pierdas esto.
Lord Cagafuego: Caballero, deshonra la de tu madre, que es una mujerzuela, y la de tu padre, que no pasa por las puertas y ara con los cuernos el lodazal de Hamilton’s Shame.
Captain Alatriste: Lamento profundamente que su esposa sea tan abierta al público, Lord Cagafuego y si se atreve a acercarse a mi paraguas reconocerá el perfume... de sus nalgas, si me permite Shakespeare decir tal cosa.
Yo: Basta, señores, el show debe continuar, pero antes los despediré. Están todos despedidos.
Mr. Ganzúa: Como delegado del gremio del teatro de Drury Lane, London, protesto ante este atropello y propongo un meeting después del té, que ya se me enfrió.
Lord Cagafuego: Por la afirmativa.
Captain Alatriste: Yo no voto, me iban a ahorcar y sólo me despiden, a mí me conviene.
Público: ¡Shocking!
Bob: ¿No me llamaste para ver esto, no? Prefiero las fotos de Lady Cagafuego, mírala, no lleva más que el sombrero.
Tramoyista del Teatro Drury Lane: Pues, prefiero a Shakespeare. Míralo, no lleva corpiño.
Bob: Vaya, es verdad.
Caballero del Público: ¡Cinco libras al Captain Alatriste!
Señora del sombrero amazónico: ¡Diez libras a Mr. Ganzúa!
Mr. Ganzúa: Lo siento, Alatriste, pero si te reviento puedo pagar la cuenta del lustrabotas y salir de aquí.
Captain Alatriste: No hay cuidado, somos caballeros.
Lord Cagafuego: Yo mejor me voy. Mi esposa me espera con la cena. No hay que hacer esperar a las mujeres. Te puedes llevar una sorpresa.
Yo: ¡Telón!
THE END

Yo: ¿Dónde estará ese simpático tramoyista? (Hace mutis por la izquierda)
Tramoyista del teatro Drury Lane (entrando por la derecha): Maldita sea, Bob, ese Shakespeare tiene un par, como dicen allí en España. ¿Dónde se metió? (Hace mutis por la izquierda)
Yo (saliendo de abajo del telón, en el medio): A esta obra le falta un desencuentro amoroso. ¿Qué es ese humo? Ah, eres tú Bob. ¿Qué haces allí abajo? Ya veo. Oye, Mistress Cagafuego está ampliamente disponible y no hace falta incendiar el Teatro, sabes. Qué vergüenza, súbdito de la Corona. Pareces un español en Flandes, sabes, por lo desesperado. Hablando de desesperado, dónde está ese alto, barbudo, completamente bestial tramoyista amigo tuyo.
Bob: Lo siento, William, le gustan las mujeres, sabes. Lo de él fue una sublimación del inconciente. Su padre se llamaba William.
Yo: Pero yo me llamo Paula, puedo demostrarlo
Tramoyista del teatro Drury Lane (cae desde lo alto del telón, a la izquierda): ¡WILLIAM!
Yo: My name’s Paula, puedo jurarlo.
Tramoyista, etc. : ¿En serio?
Yo: Toca, toca sin miedo, verás que no hay nada raro.
Tramoyista, etc. (profundamente asombrado): ¡Es verdad!
Yo: ¡LOVE ME!
Tramoyista, etc. : I’m sorry. Sabes, quisiera que fueras William (sale por la izquierda)
Bob: Lo siento, William. ¿Lady Cagafuego está en casa, dices? Voy a verla, adiós.
Yo: Bueno, he terminado mi obra. Dije que faltaba un desencuentro amoroso ¿no? Ya está, obra concluida. Sólo dos espectadores: el honor británico exige que me arroje al Támesis. Adiós, cruel world. To be or not to be, me da lo mismo.

Yo de nuevo: To be o no tubí. Esta obra desastrosa, pensándolo bien, me da una idea. Sí, y el agua debe estar helada en ese río roñoso. Bien, el Támesis tendrá que esperar ¡qué espere! (sale por la puerta)
POR LA PUERTA, TAMBIÉN...
Sale el público por Covent Garden Street...
Señora del sombrero amazónico: Este Shakespeare es inigualable ¡dos! Es increíble
Harry: ¿Qué quieres, que tenga tres?
Señora, etc..: No, pero ¡dos! Yo tengo dos que no hacen una. Y míralo, con esa barba. ¡Shocking!
Harry: Sus comienzos fueron humildes, sabes. Trabajaba en el circo del China Town, cuando todavía vivían chinos allí. Eso, querida, es shocking.

¡POR FIN!