martes, 29 de noviembre de 2022

Las críticas del Dr. Jonson

 Reconozco que sin los críticos los escritores no somos nada. Sin ellos no habría estímulo y a pesar de algún best seller un tanto tieso que dice que el escritor que no quiere vender libros miente, la realidad es que la preparación de un escritor requiere muchos años de escribir en que no vende nada, ni puede hacerlo, porque se está formando. Cosa que el best seller al que aludo no ve porque usualmente le ofrecieron escribir un libro cuando era un periodista de televisión o el conductor de un programa radial y se puso a escribir con esa preparación. Esos son los best sellers que duermen años y décadas en los estantes de las grandes bibliotecas, con el polvo que deja la indiferencia de los lectores, libros en los que tres o cuatros milímetros de polvo, significan años sin que nadie toque sus lomos, en esos gigantescos cementerios de la vanidad con foto en el diario. Pero esto es una digresión. Lo que quería decir es que mientras una se forma, sin pensar en el éxito comercial, piensa en el crítico. Instintivamente, todo autor sabe que el crítico es esa persona que justifica su labor. El autor sabe que escribe para el velorio, que él y su libro un día van a estar ahí en un aula sin abrir la boca cosida a la fuerza por la fatalidad, pero con unas ganas de hablar terribles . Se muere de ganas de decir todo pero no puede, se murió hace quinientos años. Y exactamente como en los velorios, están todos opinando sobre él, diciendo lo bueno que era, pero sin dejar de notar todos sus defectos. Son ellos, los críticos, los que dan sentido a nuestra obra: es que nosotros tenemos que escribir versos inútiles para que ellos escriban cosas que de verdad tengan sentido. Es más: si ellos no nos explican, va a parecer que todo lo que escribimos se entiende y eso es muy malo. Uno empieza a leer a Dante con un crítico anticuado, por ejemplo, un tal De Sanctis. El tal De Sanctis, italiano que vivió creo en el siglo XIX, parece genial hasta que viene alguien trayendo un libro de Benedetto Crocce y te lo da con una palmadita en la espalda. Ese otro crítico italiano, un poco más reciente, nos demuestra sin lugar a dudas que De Sanctis es un idiota. Y después lees a otro fulano que te demuestra que Crocce no entiende nada de nada. Mientras tanto y aunque no lo parezca, los versos de Dante permanecen igual. "La meretriz mira con sus ojos putos" Lo miraba con los putos ojos cuando empecé a leer a De Sanctis y lo sigue mirando con los putos ojos ahora también. Lo constato cada tanto. Cada vez que vas avanzando en tus lecturas críticas, abrís el Dante en la misma página y consternada ves que sigue diciendo lo mismo. Bueno, la cuestión es que el crítico que más admiro no es De Sanctis, ni Crocce, ni Harold Bloom, ni ninguno de esos viejos borrachines: yo tengo mi propio Viejo Borrachín: el doctor en pediatría Jonson Porboswell.

 Vive en un bar de Lugano. Nadie lo vio nunca fuera del bar. Ejerció la medicina cuarenta años, cuando se jubiló se dedicó a su gran pasión: la crítica literaria. La crítica en él es el arte de la imaginación: él y su ginebra inventan el marco teórico, el enfoque y la genética literaria de cada texto, pero lleva el asunto más lejos todavía: te inventa el autor o autora, la fecha de su nacimiento y de su muerte, su contexto histórico y sus controversias en vida, sus romances, su sexualidad, no deja detalle librado al azar. Y todo eso, a cambio de una ginebra. Que compraran los vinateros, se pregunta una. El sábado que viene prometo ir, ya que hace tiempo que no lo hago y tirarle un poema cualquiera mientras pido la peor ginebra, que es la única que venden en ese bar, a ver que sale. Y les prometo que voy a compartirlo con ustedes. El viejo Jonson es imperdible.

 

Hoy fue una mañana fría y lluviosa, poco apropiada para la poesía, pero tenía una deuda, con ustedes y con el Dr. Jonson, al que le debía una botella de ginebra. Así que escribí un poema horrible, cosa que nunca lleva esfuerzo así que no me agradezcan. Simplemente se trataba de ver cómo funciona la mejor cabeza crítica de la Argentina.
No es un catedrático. No fue nunca a Filosofía y Letras. Simplemente es un pediatra jubilado, rezongón y borracho, con un hígado a prueba de bulones.
Sin embargo, es el mejor cerebro de la crítica contemporánea.
Su intuición es mágica, sólo con la ayuda de una ginebra, su cerebro puede diseñar un autor a medida del poema que se presente. Así cumplió el viejo anhelo de la crítica, lo llevo más lejos que nadie: Prescindir de los autores.
Escribi un poema por la mañana, y a las cinco de la tarde, me presenté en el bar de Lugano donde él cumple religiosamente horario.
Estaba sentado, cabizbajo. Sus dedos tocaban una taza de café frío. Todavía no cobró la jubilación, así que llego en el momento indicado. Hago una seña al mozo, que no necesita que le indique lo que quiero: una botella de ginebra marca Cañón.
Sirvo el vaso. Jonson se enciende. Parece un autómata cuyo mecanismo se acaba de accionar. Mira la hoja de papel. Toma un sorbo.
Lean el poema y así podrán valorar la magnífica crítica...

Oda terrible


Aciago día el de la ola terrible
que me tumbó abatiendo mis narices
con la ocre sal que rememora el nosocomio.

Micébiles estaban los borloros
y miserables estuvieron los bañeros
que confundieron mareo con ahogo.

Oh Artemisa casi perezco
Oh San Sulpicio, qué martirio
renacer entre la espuma cual Venus
debería ser más divertido.

Si al menos conociera a la griega
mitología el dorado bañero
si al menos hubiese sido Apolo,
¡conformista, le bastaba parecerlo!

No atreviéndose a ser piedra,
ni río ni lluvia de oro
no atreviéndose a ser hombre:
menos aún a convertirse en toro.

Estáis a punto de decirme
¡lo sé! que tal hubiera hecho Zeus
mas se trataba de Apolo.

Es igual confesad que es triste
el destino de una poeta
que fue salvada de las olas...

...sin consuelo sometida
a los azares de la enfermería
y presintiendo el Olimpo
confinada a la camilla.

Jonson leyó esto mismo que ustedes acaban de leer. ¿Tiene este poema algo especial? Es un poco ridiculo, pero nada más. Digno de esta mañana sin sol. Sin embargo él toma de su vaso, alza la vista y abre la boca para bostezar.Me da tiempo de alistar el grabador. Y declama con voz monocorde, clara y sin titubeos
“ Ah, ¡es una obra de juventud de la querida Ema Berdier! (1905-1999) Ema Berdier, la que fuera amante de Juan Fernandez, del servicio de patología del hospital Muñiz. Buen patólogo, bastante bueno, lástima que tomara tanto. Este poema habla claramente de una época de soledad de Ema, confinada en cama por un severo problema de laringe. En él hallamos la frustración, el lúgubre infierno de la insatisfacción, la situación social de la mujer, y la tortura hedónica del deseo, oposición dialéctica ésta que se simula en la aparente dulzura femenina. La dulzura femenina, acaso el único defecto de este poema, ha arruinado brillantes carreras literarias, de poetas que no hallaron nunca en diccionario alguno un sinónimo de la palabra ‘lánguida’. Nótese que Ema Berdier no la utiliza en ninguno de sus poemas, su dulzura es sólo simulada: bajo la apariencia de suavidad de los versos, late un corazón de valkiria, de hurí del paraíso de Mahoma ansiosa de formar un movimieento social, de filósofa que intenta liberarse de las cadenas de su belleza, de mujer sensual que no ignora que su destino final es el sacrificio y arremete con la fuerza de la rima, cuando lo que se rima son improperios.”
Dijo todo esto sin respirar, tomó el útimo trago del vaso y dejó caer la prodigiosa cabeza . Sirvo otro vaso. Levanta la cabeza, lleva el vaso a los labios y después de un prolongado y extático brindis consigo mismo y su portentoso cerebro, prosigue así:
“Analicemos el poema. A punto de ahogarse, la rescata un bañero ¿de qué la salva? La salva del mar, es decir, de la libertad. ¿Y qué es un bañero sino un hombre? Es decir que el bañero no la ha salvado, sino que le ha quitado la libertad. ¡Oh Artemisa! exclama la poeta, refiriéndose seguramente a aquella cazadora intrépida y virgen, tal vez la única feminista de todo el Olimpo. Y luego “Oh San Sulpicio”, en un distinto tono, demostrando cómo la burbuja hedónica del deseo siempre se deshace al aparecer la rigidez eclesiástica del internado de señorita donde vivió sus primeros años.
El brillante Apolo se esfuma y aparece en su lugar un vulgar bañero. Se desvanece el hechizo y viene el amargo reproche. “No atreviéndose a ser piedra, ni río ni lluvia de oro...”. Aquí la lírica helenística se nos muestra en todo su esplendor.
Ema A. Berdier es una de las tantas poetas que han sufrido el oprobio de la sociedad masculina. Lo digo porque conocí bien a Juan Fernandez, era buen patólogo, pero todo lo que tomaba era un oprobio. Por eso Ema empezó una larga relación con Victoria Sackville West. La conoció en ocasión de un viaje a Inglaterra. Ema quería ser como Rimbaud en su segunda etapa, cuando se dedicó al comercio, por eso quiso importar de Londres sales para damas, fue una incursión en el capitalismo demasiado poética. Ya por esa época las damas no se desmayaban, salvo las hipotensas y lo remediaban con sal de mesa. Conoció a Vicky Sackwille West, ella se desmayaba a menudo y Ema le daba sales, hasta que practicando otros métodos de reanimación, empezó un ardoroso amor, que termino cuando Virginia Woolf e lo tomó a mal. Sin embargo y como siempre ocurre, no sabemos si el amor se concretó o fue simplemente platónico, ejemplificando Vita, o Vicky, simplemente a la Artemisa del poema. En cambio lo del patótogo del Muñiz lo sé de posta, si hasta les presté la llave de mi departamento un montón de veces.
Ema Berdier fue una gran escritora que llegó a todo demasiado temprano o demasiado tarde, nunca a tiempo. Pudo ser un amor imposible de Borges, pero tomaba otro tranvía, pudo suicidarse el mismo año que Lugones, Alfonsina Storni y Horacio Quiroga, pero no tenía ganas, pudo hacer muchas cosas que no hizo. Los últimos años, (como Rimbaud en su segunda etapa), fue comerciante: atendía un lavadero en Villa Crespo. Hoy nos encargamos de darla a conocer, ya que su destino fue tal vez el más triste para una poeta. Aún hoy se sostiene que nunca escribió ella, sino Juan Fernandez.Ese a duras penas escribìa los informes de patología. Un caso entre los muchos de opresión machista en el mundo de las letras.”
Deslumbrante. Llevaba sombrero para la ocasión, me lo quité con respeto. Comprobé que mi grabador había cumplido resguardando sus grandes palabras, gracias a las cuales tenemos otra fascinante historia para la página literaria argentina, una nueva poeta maldita para nuestro panteón. Sólo costó una ginebra. Todavía quedaba para dos vasos, pero no tenía más poemas.
Pagué la cuenta y dejé a Jonson bebiendo con expresión de beatitud.