sábado, 9 de diciembre de 2023

Omar Dianese, la poesía en el alma

 

Omar era un narrador de las líneas cálidas y sin prisa, un cuenta cuentos con humor y melancolía. Lo conocí hace unos años cuando yo estaba en el trajín de publicar mi novela La mujer prohibida. Entonces paseaba por las redes cuando encontré un perfil misterioso, Remo Erdosain, dónde un hombre (por entonces, un enigma) publicaba unos microrrelatos llenos del vaho de los bares porteños y fantasmas de Buenos Aires.

Lo empecé a comentar, primero a Remo Erdosain y pronto a Omar Dianese, cuando se dio a conocer.

Un día le dije en un estudio de radio dónde me iba a entrevistar (porque era un hombre de radio), “Omar, vos sos como esos enmascarados del folletín”. Le gustó. Escribilo, me dijo.

Tuvo la generosidad de leerme y con inteligencia llamaba a mi personaje Rebeca “la pseudo francesa” Rebeca es un personaje de mi novela La mujer prohibida, que a Omar le había gustado.

Sociólogo, docente, era amigo de Horacio González y ese era otro punto de contacto, porque Horacio me publicó un libro.

Ahora pienso que estarán conversando en algún bar del Universo.

Omar escribió microrrelatos llenos de nostalgia, siempre entre lo que se fue y lo que permanece, tratando a los sueños como realidad y a la realidad como sueños.

Su hermoso libro Intermitencias entre los que es y lo soñado, publicado por Editorial Nueva Generación empieza contando que él, Omar nació en mil novecientos cincuenta y ocho, de puro linaje boquense.

“La Boca. Una República en el extremo sur de una ciudad amnésica.” Tal vez lo boquense ha sido el aliento de su mirada de cuentista.

No lo sé, pero lo adivino.

Despido al amigo, al escritor, al viajero de los bares de Buenos Aires, al abuelo orgulloso.

Ya nos veremos, Omar, en un bar de la calle Defensa con un café y un libro en la mesa.

miércoles, 20 de septiembre de 2023

Borges y su biblioteca


Por Paula Ruggeri

Un sello en el canto (con excepción de aquellos libros con cantos dorados), un sello en la portada, y el mismo sello redondo cada cien páginas. Hasta, finalmente, sellar la última hoja.

Llegué a trabajar en la Biblioteca Nacional a los veinticuatro años, en 1995 y mi carrera laboral comenzaba así: la jefa de Procesos Técnicos de Libros, Beatriz (un nombre dantesco), me había asignado al puesto de sellado.

El trabajo resultó una mezcla de humillación y magia. Cada caja de libros que abría resultaba una sorpresa, el Quijote hubiera encontrado allí muchas novelas pastoriles.

Había libros de toda clase: filosofía, física, historia, relatos atrapantes. Recuerdo casi con amor una primera edición de A Tale of Two Cities, de Charles Dickens. Por supuesto, en su portada decía BOZ en grandes letras. (Boz era el seudónimo con el que Dickens se hizo famoso).  

Estaba dispuesta a mirar con curiosidad cada uno de esos libros, lo que me trajo algunos problemas y muchas maravillas. Probablemente por eso, al abrir una caja de libros para sellar, descubrí una anotación a mano, con letra pequeña y apretada, que decía claramente: Jorge Luis Borges, y añadía “Adrogué , 1941”. A ese libro siguieron otros más, con las mismas características, libros ingleses de Penguin Books, libros a veces alemanes, a veces italianos. Dante, pero también Rudolf Steiner. Con la prolija y pequeña letra de Jorge Luis Borges.

Hablé con Beatriz, pero a pesar de mis argumentos, tomó la polémica decisión de ingresar los libros al Depósito general, catalogados sin ninguna seña distintiva que permitiera rescatarlos y ubicados de forma desordenada y dispar.

Cuando esos libros hubieron cumplido el circuito hacia el olvido decretado por la bibliotecaria, tomé la decisión de realizar una pesquisa en la base de datos de Procesos Técnicos, buscando por editorial, idioma, año de edición.

Realicé así una lista de libros. Le mostré uno de los libros a un funcionario más alto, quien sugirió que podía tratarse de una broma. O sea, que alguien se había divertido imitando la letra de Jorge Luis Borges. En más de cincuenta libros (hasta ese momento, había ubicado a unos cincuenta).

Entonces elevé una nota al director, Héctor Yánover.

La nota la tengo a mi lado en una de sus tantas copias. Se la alcancé sin firma. Beatriz podía ponerse muy dantesca a veces y no era conveniente que supiera que yo seguía detrás de esos libros. A continuación la nota de 1995.

COLECCIÓN JORGE LUIS BORGES

NECESIDAD DE SU FORMACIÓN

 

 

No es una circunstancia común aquella que nos coloca en la posición de poseer parte de la biblioteca de uno de los escritores más importantes del siglo veinte, y guardar aquellos ejemplares que estudió en el período de su formación como escritor. Las bibliotecas personales de los escritores han sido siempre útiles a la hora de analizar su obra. Como ejemplo de esto, podemos recordar que las Lecciones de literatura de Vladimir Nabokov fueron enriquecidas luego de su muerte con las notas, a veces desordenadas y dispersas, que el propio Nabokov realizó en los márgenes de su edición del Quijote, y que éstas son estudiadas por universidades de todo el mundo.

                Jorge Luis Borges alude en toda su obra a Dante Alighieri; la Biblioteca Nacional posee el ejemplar de La Divina Comedia con el que realizó sus primeras lecturas y sus primeros comentarios.

                Entre 1968 y 1973, Jorge Luis Borges donó 156 libros. Muchos de ellos son libros que le enviaban autores noveles y antiguos alumnos admiradores de su profesor, otros son ediciones de su propia obra, más hay un porcentaje llamativo de libros que formaron parte de su propia biblioteca, y de cuyo estudio son prueba los trazos inconfundibles de su puño. El motivo por el cual los donó permanecerá para nosotros incierto, pero tal vez no sea equivocado pensar que quiso que esos ejemplares y esos comentarios nos fueran útiles hoy a nosotros, y no es descabellado pensar que ellos contienen una Cifra o un conjuro: tratándose de Borges, podemos abrigar esa seguridad.

                En términos puramente literarios o metafísicos (y como es sabido el universo borgeano impide establecer una diferencia entre la metafísica y la literatura), para hallar la Cifra o interpretar el sentido exacto del conjuro precisamos de todas las piezas del enigma y de todos los términos del silogismo.

                En términos bibliotecarios, se impone la creación de una colección, formada por todos esos ejemplares comentados, cuyo resguardo en el tesoro de la Biblioteca garantice su disposición a los investigadores y estudiosos de la obra y la personalidad de Borges.

 

Yo quería convencer, como es notorio, a quienes podían tomar una decisión en resguardo de los libros, para eso están las bibliotecas.

Yánover me buscó en la oficina de Procesos Técnicos de Libros, me reprendió por no haber dejado mi firma al fin del proyecto.

Luego se encerró en la oficina con Beatriz.

Cuando el director se fue, Beatriz ordenó que no me permitieran el acceso a las computadoras.

Los libros continuaron dispersos.

 

Luego asumió el director Oscar Sbarra Mitre , y  solicité una entrevista. Pude hablarle del tema, pero los libros continuaron dispersos y perdidos.

Me fui de la Biblioteca Nacional, como era previsible, en octubre de 1999. Sin embargo, seguí insistiendo con la necesidad de formar la colección y de una búsqueda sistemática.

Lo que sigue empieza a ser monótono.

Con mi compañero, Luis, estuvimos tipeando durante una madrugada invernal de 2000 una lista de ubicaciones de los libros anotados que parecía no terminar nunca. Como ya dije, yo no trabajaba para la Biblioteca, pero eso importaba poco en ese momento.  En 2001 logré alcanzarle esta lista de los libros a Josefina Delgado. Delgado los hizo buscar e ingresar a la Sala del Tesoro.

En 2003 redacto una breve carta al diario La Nación, pidiendo una búsqueda sistemática, luego de esto me contactó la escritora y amiga de Borges, Betina Edelberg, y recibo una comunicación telefónica de Horacio Salas, el entonces director de la Biblioteca.

La amistad de Betina resultó uno de esos hechos maravillosos que me trajeron estos libros, su hermosa casa en la avenida Quintana, sus hospitalarias tazas de café que acompañaron largas charlas, sus sabios y pertinentes consejos… su biblioteca.

La biblioteca de Betina contenía unas Mil y una noches en alemán, anotadas por Borges y obsequio de él, que ella me dejó observar a gusto. Sobre un mueble, en una esquina del luminoso living, tenía un reloj de arena. Ese reloj de arena, me explicó, había sido objeto de juegos con Borges.

—Tómelo —me dijo—, puede jugar con él.

Así lo hice, frente a la sonrisa de Betina, jugué con el reloj de arena y lo devolví respetuosamente a su lugar.

Aún vi algunas veces más a Betina, y tuvimos varias charlas por teléfono.

 

Cuando retorné a la Biblioteca Nacional Mariano Moreno (por unos años) en agosto de 2006, durante la gestión de Horacio González, encontré a la colección Jorge Luis Borges encaminada de la mano de Laura Rosato y Germán Álvarez. Con ellos y con el apoyo institucional que yo no tuve, la colección creció y tras una búsqueda sistemática, fueron hallados 700 volúmenes anotados por Jorge Luis.

Hace unos pocos días se inauguró el Centro de Estudios Jorge Luis Borges, que contiene la colección; hace dos meses se publicó el libro de Patricio Zunini, Borges en la biblioteca.

El Centro de Estudios es un gran logro principalmente de Rosato y Álvarez y de los funcionarios que supieron ver el potencial de este descubrimiento.

El libro Borges en la biblioteca es un brillante relato-pesquisa que da nueva luz a la biografía borgeana y descubre nuevos hechos en una lúcida investigación. Patricio Zunini, entre muchas páginas interesantes, menciona mi trabajo en las páginas referidas a Agüero 2502. Donde para mí empezó esta historia.

Esta historia que contiene pesquisas, ogros, nombres dantescos, personajes codiciosos, libros manuscritos por una poderosa mano, así, nada y todo le falta a mi relato para ser literatura.

martes, 29 de noviembre de 2022

Las críticas del Dr. Jonson

 Reconozco que sin los críticos los escritores no somos nada. Sin ellos no habría estímulo y a pesar de algún best seller un tanto tieso que dice que el escritor que no quiere vender libros miente, la realidad es que la preparación de un escritor requiere muchos años de escribir en que no vende nada, ni puede hacerlo, porque se está formando. Cosa que el best seller al que aludo no ve porque usualmente le ofrecieron escribir un libro cuando era un periodista de televisión o el conductor de un programa radial y se puso a escribir con esa preparación. Esos son los best sellers que duermen años y décadas en los estantes de las grandes bibliotecas, con el polvo que deja la indiferencia de los lectores, libros en los que tres o cuatros milímetros de polvo, significan años sin que nadie toque sus lomos, en esos gigantescos cementerios de la vanidad con foto en el diario. Pero esto es una digresión. Lo que quería decir es que mientras una se forma, sin pensar en el éxito comercial, piensa en el crítico. Instintivamente, todo autor sabe que el crítico es esa persona que justifica su labor. El autor sabe que escribe para el velorio, que él y su libro un día van a estar ahí en un aula sin abrir la boca cosida a la fuerza por la fatalidad, pero con unas ganas de hablar terribles . Se muere de ganas de decir todo pero no puede, se murió hace quinientos años. Y exactamente como en los velorios, están todos opinando sobre él, diciendo lo bueno que era, pero sin dejar de notar todos sus defectos. Son ellos, los críticos, los que dan sentido a nuestra obra: es que nosotros tenemos que escribir versos inútiles para que ellos escriban cosas que de verdad tengan sentido. Es más: si ellos no nos explican, va a parecer que todo lo que escribimos se entiende y eso es muy malo. Uno empieza a leer a Dante con un crítico anticuado, por ejemplo, un tal De Sanctis. El tal De Sanctis, italiano que vivió creo en el siglo XIX, parece genial hasta que viene alguien trayendo un libro de Benedetto Crocce y te lo da con una palmadita en la espalda. Ese otro crítico italiano, un poco más reciente, nos demuestra sin lugar a dudas que De Sanctis es un idiota. Y después lees a otro fulano que te demuestra que Crocce no entiende nada de nada. Mientras tanto y aunque no lo parezca, los versos de Dante permanecen igual. "La meretriz mira con sus ojos putos" Lo miraba con los putos ojos cuando empecé a leer a De Sanctis y lo sigue mirando con los putos ojos ahora también. Lo constato cada tanto. Cada vez que vas avanzando en tus lecturas críticas, abrís el Dante en la misma página y consternada ves que sigue diciendo lo mismo. Bueno, la cuestión es que el crítico que más admiro no es De Sanctis, ni Crocce, ni Harold Bloom, ni ninguno de esos viejos borrachines: yo tengo mi propio Viejo Borrachín: el doctor en pediatría Jonson Porboswell.

 Vive en un bar de Lugano. Nadie lo vio nunca fuera del bar. Ejerció la medicina cuarenta años, cuando se jubiló se dedicó a su gran pasión: la crítica literaria. La crítica en él es el arte de la imaginación: él y su ginebra inventan el marco teórico, el enfoque y la genética literaria de cada texto, pero lleva el asunto más lejos todavía: te inventa el autor o autora, la fecha de su nacimiento y de su muerte, su contexto histórico y sus controversias en vida, sus romances, su sexualidad, no deja detalle librado al azar. Y todo eso, a cambio de una ginebra. Que compraran los vinateros, se pregunta una. El sábado que viene prometo ir, ya que hace tiempo que no lo hago y tirarle un poema cualquiera mientras pido la peor ginebra, que es la única que venden en ese bar, a ver que sale. Y les prometo que voy a compartirlo con ustedes. El viejo Jonson es imperdible.

 

Hoy fue una mañana fría y lluviosa, poco apropiada para la poesía, pero tenía una deuda, con ustedes y con el Dr. Jonson, al que le debía una botella de ginebra. Así que escribí un poema horrible, cosa que nunca lleva esfuerzo así que no me agradezcan. Simplemente se trataba de ver cómo funciona la mejor cabeza crítica de la Argentina.
No es un catedrático. No fue nunca a Filosofía y Letras. Simplemente es un pediatra jubilado, rezongón y borracho, con un hígado a prueba de bulones.
Sin embargo, es el mejor cerebro de la crítica contemporánea.
Su intuición es mágica, sólo con la ayuda de una ginebra, su cerebro puede diseñar un autor a medida del poema que se presente. Así cumplió el viejo anhelo de la crítica, lo llevo más lejos que nadie: Prescindir de los autores.
Escribi un poema por la mañana, y a las cinco de la tarde, me presenté en el bar de Lugano donde él cumple religiosamente horario.
Estaba sentado, cabizbajo. Sus dedos tocaban una taza de café frío. Todavía no cobró la jubilación, así que llego en el momento indicado. Hago una seña al mozo, que no necesita que le indique lo que quiero: una botella de ginebra marca Cañón.
Sirvo el vaso. Jonson se enciende. Parece un autómata cuyo mecanismo se acaba de accionar. Mira la hoja de papel. Toma un sorbo.
Lean el poema y así podrán valorar la magnífica crítica...

Oda terrible


Aciago día el de la ola terrible
que me tumbó abatiendo mis narices
con la ocre sal que rememora el nosocomio.

Micébiles estaban los borloros
y miserables estuvieron los bañeros
que confundieron mareo con ahogo.

Oh Artemisa casi perezco
Oh San Sulpicio, qué martirio
renacer entre la espuma cual Venus
debería ser más divertido.

Si al menos conociera a la griega
mitología el dorado bañero
si al menos hubiese sido Apolo,
¡conformista, le bastaba parecerlo!

No atreviéndose a ser piedra,
ni río ni lluvia de oro
no atreviéndose a ser hombre:
menos aún a convertirse en toro.

Estáis a punto de decirme
¡lo sé! que tal hubiera hecho Zeus
mas se trataba de Apolo.

Es igual confesad que es triste
el destino de una poeta
que fue salvada de las olas...

...sin consuelo sometida
a los azares de la enfermería
y presintiendo el Olimpo
confinada a la camilla.

Jonson leyó esto mismo que ustedes acaban de leer. ¿Tiene este poema algo especial? Es un poco ridiculo, pero nada más. Digno de esta mañana sin sol. Sin embargo él toma de su vaso, alza la vista y abre la boca para bostezar.Me da tiempo de alistar el grabador. Y declama con voz monocorde, clara y sin titubeos
“ Ah, ¡es una obra de juventud de la querida Ema Berdier! (1905-1999) Ema Berdier, la que fuera amante de Juan Fernandez, del servicio de patología del hospital Muñiz. Buen patólogo, bastante bueno, lástima que tomara tanto. Este poema habla claramente de una época de soledad de Ema, confinada en cama por un severo problema de laringe. En él hallamos la frustración, el lúgubre infierno de la insatisfacción, la situación social de la mujer, y la tortura hedónica del deseo, oposición dialéctica ésta que se simula en la aparente dulzura femenina. La dulzura femenina, acaso el único defecto de este poema, ha arruinado brillantes carreras literarias, de poetas que no hallaron nunca en diccionario alguno un sinónimo de la palabra ‘lánguida’. Nótese que Ema Berdier no la utiliza en ninguno de sus poemas, su dulzura es sólo simulada: bajo la apariencia de suavidad de los versos, late un corazón de valkiria, de hurí del paraíso de Mahoma ansiosa de formar un movimieento social, de filósofa que intenta liberarse de las cadenas de su belleza, de mujer sensual que no ignora que su destino final es el sacrificio y arremete con la fuerza de la rima, cuando lo que se rima son improperios.”
Dijo todo esto sin respirar, tomó el útimo trago del vaso y dejó caer la prodigiosa cabeza . Sirvo otro vaso. Levanta la cabeza, lleva el vaso a los labios y después de un prolongado y extático brindis consigo mismo y su portentoso cerebro, prosigue así:
“Analicemos el poema. A punto de ahogarse, la rescata un bañero ¿de qué la salva? La salva del mar, es decir, de la libertad. ¿Y qué es un bañero sino un hombre? Es decir que el bañero no la ha salvado, sino que le ha quitado la libertad. ¡Oh Artemisa! exclama la poeta, refiriéndose seguramente a aquella cazadora intrépida y virgen, tal vez la única feminista de todo el Olimpo. Y luego “Oh San Sulpicio”, en un distinto tono, demostrando cómo la burbuja hedónica del deseo siempre se deshace al aparecer la rigidez eclesiástica del internado de señorita donde vivió sus primeros años.
El brillante Apolo se esfuma y aparece en su lugar un vulgar bañero. Se desvanece el hechizo y viene el amargo reproche. “No atreviéndose a ser piedra, ni río ni lluvia de oro...”. Aquí la lírica helenística se nos muestra en todo su esplendor.
Ema A. Berdier es una de las tantas poetas que han sufrido el oprobio de la sociedad masculina. Lo digo porque conocí bien a Juan Fernandez, era buen patólogo, pero todo lo que tomaba era un oprobio. Por eso Ema empezó una larga relación con Victoria Sackville West. La conoció en ocasión de un viaje a Inglaterra. Ema quería ser como Rimbaud en su segunda etapa, cuando se dedicó al comercio, por eso quiso importar de Londres sales para damas, fue una incursión en el capitalismo demasiado poética. Ya por esa época las damas no se desmayaban, salvo las hipotensas y lo remediaban con sal de mesa. Conoció a Vicky Sackwille West, ella se desmayaba a menudo y Ema le daba sales, hasta que practicando otros métodos de reanimación, empezó un ardoroso amor, que termino cuando Virginia Woolf e lo tomó a mal. Sin embargo y como siempre ocurre, no sabemos si el amor se concretó o fue simplemente platónico, ejemplificando Vita, o Vicky, simplemente a la Artemisa del poema. En cambio lo del patótogo del Muñiz lo sé de posta, si hasta les presté la llave de mi departamento un montón de veces.
Ema Berdier fue una gran escritora que llegó a todo demasiado temprano o demasiado tarde, nunca a tiempo. Pudo ser un amor imposible de Borges, pero tomaba otro tranvía, pudo suicidarse el mismo año que Lugones, Alfonsina Storni y Horacio Quiroga, pero no tenía ganas, pudo hacer muchas cosas que no hizo. Los últimos años, (como Rimbaud en su segunda etapa), fue comerciante: atendía un lavadero en Villa Crespo. Hoy nos encargamos de darla a conocer, ya que su destino fue tal vez el más triste para una poeta. Aún hoy se sostiene que nunca escribió ella, sino Juan Fernandez.Ese a duras penas escribìa los informes de patología. Un caso entre los muchos de opresión machista en el mundo de las letras.”
Deslumbrante. Llevaba sombrero para la ocasión, me lo quité con respeto. Comprobé que mi grabador había cumplido resguardando sus grandes palabras, gracias a las cuales tenemos otra fascinante historia para la página literaria argentina, una nueva poeta maldita para nuestro panteón. Sólo costó una ginebra. Todavía quedaba para dos vasos, pero no tenía más poemas.
Pagué la cuenta y dejé a Jonson bebiendo con expresión de beatitud.

lunes, 3 de octubre de 2022

Dale un corazón de seda


DALE UN CORAZÖN DE SEDA

En un hogar pobre de campesinos nació una pequeña niña y no diremos dónde porque no importa mucho. Los padres eran tan pobres que no tenían nada para darle. La miraban tomados de la mano, con lágrimas en los ojos.
Vendrían las hadas que dan dones a todas las niñas desde que el mundo es mundo. Pero como la niña era muy pobre, pequeña y fea, eso era un simple trámite, por lo cual los padres suspiraron aliviados. Vendrían sólo las hadas buenas, tal vez viniera una sola, apurada, mirando el reloj. El hada maléfica sólo se dignaba ir a grandes palacios, a mansiones de estrellas de cine, maldecía a las hijas de los reyes. Asi que sabían que su hija, al menos, no tendría ningún don maldito. Sólo esperaban que las apuradas hadas, como asistentes sociales del destino, le dieran aunque fuera un don a su hija que le permitiera sobrevivir.
Ella dormía en la cuna. Cada tanto un leve suspiro inquietaba a la madre. Instintivamente, quería darle leche de su cuerpo, pero estaban esperando la visita de las hadas.
Tocaron la puerta. El hombre abrió.
Eran dos mujeres con trajes de ejecutivas arrugados y largo pelo rubio. Sus ojos eran muy verdes y brillaban por igual. Llevaban sendas carpetas. Se detuvieron en el umbral para hacer cada una una cruz con sus lapiceras en las recién abiertas planillas
—¿Cómo se llama la niña? -preguntaron a coro
—No tiene nombre aún.
—¿Y en qué están pensando? Póngale un nombre. Me lo exige la planilla—dijo un hada.
—Ada —dijo la madre.
—Ana —exclamó el padre.
—Ada Ana —repitieron a coro las hadas mientras escribían los dos nombres—. Bien, vamos a verla.
—¿Cuáles son sus ingresos? —preguntó una. Las dos hadas eran indistingibles.
—Soy jornalero, asi que gano un poco de dinero.
—¿Pero puede mandarla a la escuela pública?
—Creo que si.
—"Creo" me suena mal. Va a mandarla a la escuela —dijo una de las hadas— Bien, su única oportunidad es el estudio.
Se acercó a la cuna, sacó una varita mágica de su carpeta y dijo:
—Ada Ana, tendrás una gran memoria. Memorizarás todas las letras y sonidos. Nada que leas u oigas se te borrara de la mente.
—Y ahora yo —dijo la otra.
—Ada Ana. Entenderás el lenguaje de la música y sabrás de melodías.
—Bueno —repuso mirando al padre—. Uno de los dones es para disfrutar. Sino para qué vivimos y nos alimentamos. No todo en la vida es trabajo.
Y entonces se abrió la puerta. Lentamente, chirriando sobre los goznes. Todos se sobresaltaron al ver a una gran señora, de larga cabellera azabache, con brillantes ojos negros, alta, con un traje rojo y la varita de oro en la mano. No llevaba ninguna carpeta.
—El hada maléfica... —murmuró la madre. Instintivamente quiso cubrir a su hija.
—Cálmese —dijo un hada rubia—. A veces ocurre, pero muy raras veces. Está de licencia casi todo el año ¿verdad?
El Hada Maléfica se acercó a la cuna de la niña.
—Vengo cuando es preciso. Esta niña será hermosa. Tú le diste memoria y tú le diste gusto por la música. ¿Qué puedo darle yo? Creo que ya lo sé. De hecho, lo sé porque no vine por azar. Sé lo que necesita.
Se acercó a la cuna con su varita de oro, tocó con ella la frente de la niña y dijo:
—Ada Ana: te doy un corazón de seda que se rasgue sólo con un beso, sólo con la promesa de un beso, sólo con el sueño de un beso.
-Será poeta —dijo el Hada Maléfica a las otras dos hadas.
Luego habló a los padres con sus labios de sangre.
—Lo malo es sólo un poco malo, ¿saben? Hada significa fata, destino en una antigua lengua. Yo sólo cumplo órdenes. Será poeta —repitió el Hada Maléfica.
Desaparecieron las tres hadas y la casa quedó a oscuras. Y Ada Ana lloró suavemente.

lunes, 19 de septiembre de 2022

torrente de rosas

 TORRENTE DE ROSAS

 

Rendido y violento y suave y mío

 Yo soy copa en que vertís dulce vino

 

 Alma viajera en barco sin velas

Capitán extraño que en tal mar navegas

 

Tu sueño viaja entre estelas eternas

Que noche te guarde y día te beba

 

Rocen ya tus labios altares divinos

Bébase la noche tu lento suspiro

 

Como yo lo bebo.

Derramas la vida cual si fuera fuego

 

Dulce que es el hombre

Como yo lo sueño

 

Navegando fuerte por el río abierto

Torrente de rosas, de rosas sin dueño

 

Hombre derramado, derramada savia

Dormí en la luna de más blanda agua

 

Derramado fuego, guerra derramada

El más dulce beso que nunca diera espada

 

 

Tormenta embriagada en un mar tibio

Y en mí te llueves en oro y en limo

 

Como yo te lluevo

Bendito mi vientre que cobija tu sueño

 

 

LA VIDA QUE DEBO

 

Te bebo despacio, te bebo suave

Te bebo furiosa, violenta

Te bebo sofocada, te bebo exánime

Te bebo con ardor valiente

Te bebo con debilidad cobarde

Te bebo tibia, pacíficamente

Tengo la vida para beberte

Te bebo con prisa, te bebo lenta

Te bebo dormida, te bebo despierta

Lenta viene la tierra a soñarme muerta

Y yo sola sueño en la rosa abierta

Lenta viene la noche a ocultar mi ruego

Ruego desnudo ante cielo abierto

Lentos rugen los mares, pidiendo mi cuerpo

Y lenta naufrago en barca sin dueño

Lentas son las deudas que deben pagarse

Y mientras muerte sueña conmigo

Yo sueño tenerte

La vida que debo es para beberte

 

CAUTIVA

 

Vive en mis sueños

Un hombre moreno

De boca cruel

 

Amante de noches

De dulces heridas

De palabra de hiel

 

Yo cuanto quisiera

Ponerle cadenas

Al hombre que fue

 

En noche sin luna

En la selva oscura

Un lobo cruel

 

Una de estas noches

Corsario temible

Pudiera pasar

 

Que suave y sumisa

Tan dulce cautiva

Te pueda matar

 

Ahora sonríes, hombre que eres

Mas que hombre, un lobo

¿Qué puedes temer?

 

De tan indefensa

Tan endeble presa

Una triste mujer

 

No me encolerices

Corsario de los mares

Por lejano que estés

 

Tal vez no sonrieras

Si en mi pensamiento

Supieras leer

 

Que llega tan lejos

Que el más veloz navío

No huye de él

 

 Yo no necesito ser fuerte

Ni temible ni lobo cruel

Yo soy mujer

 

 

AL FRUTO DE TU VIENTRE

 

Parirás con dolor

Parirás sola

Parirás en la noche oscura

Parirás en la noche sin luna

Darás en tu muerte la vida

Darás otra vida a la muerte

Tus muslos cubiertos de sangre

No les cantará el poeta ni besará el amante

Les cantaré yo: barro de la vida

Rojo y fértil, diluvio

De dolor, amor y soledad

Barro de la vida

Rojo y fértil y llorando

Ningún héroe orgulloso de derramar sangre

Recuerda esa sangre en la taberna

 

En la taberna, los héroes

Recuerdan cada sangre derramada

Salvo esa. En el hogar una mujer decente

Ignora que ser decente es puro azar

Azar la fealdad y la riqueza

Azar la belleza y la pobreza

Azar la idiotez y la decencia

Azar es ser señora y azar ser hembra

 

Así que parirás con dolor

Parirás sola

Parirás en la noche oscura

Y tu belleza ocultará la luna

Y no le cantará ningún poeta

Al barro y a la sangre de tus muslos

A tu dolor infinito y soledad

Al fruto de tu vientre

Le cantará otra hembra

 

Loada seas

 

BOLERO

 

Acuérdate de esas noches

Amor que he tenido

Y perdido en el alba

Las sombras de nuestras voces

Del llanto y del goce

Por él amadas

Por este mi caro sueño

Yo me uní contigo

En la tierra y las aguas

Tú sabes que yo no miento

Si digo que soñé esa noche

Que un sueño me amara

Tus manos que me han dejado

La marca del hombre

Que ayer me dejara

Mi llanto que ayer muriera

Cuando entre tus brazos

Se iba mi alma

Acuérdate que esa noche

Yo cante este sueño

Que perdí en el alba

Únete a mí en el sueño

 

Pues a tu vida toda yo la soñara

Deja que muera el sueño

Que yo haré entre mis versos

 

La prisión del hombre

que yo soñara

Si es que el lleva tu nombre

 

Tú no puedes saberlo pues eres sueño

Que ayer soñara

 

 

domingo, 21 de agosto de 2022

Capitán extraño


Rendido y violento y suave y mío

 Yo soy copa en que vertís dulce vino

 

 Alma viajera en barco sin velas

Capitán extraño que en tal mar navegas

 

Tu sueño viaja entre estelas eternas

Que noche te guarde y día te beba

 

Rocen ya tus labios altares divinos

Bébase la noche tu lento suspiro

 

Como yo lo bebo.

Derramas la vida cual si fuera fuego

 

Dulce que es el hombre

Como yo lo sueño

 

Navegando fuerte por el río abierto

Torrente de rosas, de rosas sin dueño

 

Hombre derramado, derramada savia

Dormí en la luna de más blanda agua

 

Derramado fuego, guerra derramada

El más dulce beso que nunca diera espada

 

 

Tormenta embriagada en un mar tibio

Y en mí te llueves en oro y en limo

 

Como yo te lluevo

Bendito mi vientre que cobija tu sueño

 

lunes, 18 de julio de 2022

ROMANCE DEL PAJARO Y LA FLECHA

 

ROMANCE DEL PÁJARO Y LA FLECHA

“ Seré una Curadora y amaré todo cuánto crece, todo lo que no es árido”              

 Éowyn

Un guerrero cruza el desierto. Su mirada es sed. Su pecho es sed.

            Es el último entre ellos. Siempre hay un último soldado. Cualquier desierto lo hallará perdido y nadie más que el desierto lo hallará. Lo buscarás, mujer, y creerás que lo has hallado una noche, pero solo su brazo te abraza, su corazón sigue en el desierto. En el desierto hay solo voces. Hay voces de pájaros muertos. Cantan sus hirientes trinos solo para el soldado del desierto. Hay voces de espadas muertas, voces de niños muertos, voces de libros que ardieron para siempre y silencio del viejo guerrero. El viejo guerrero puede ser más joven que vos, y siempre será más viejo. Eso no lo podés remediar. Tampoco lo entenderás nunca. Por eso el brazo que te abraza recuerda el desierto. Entonces, no lo busques. Sólo podés esperarlo. Así hace la mujer.

            La mujer espera lejos. Ella quiere esperarlo. Hace veinte años que lo está esperando. Veinte es igual a veinte. Nadie va a negar eso. Veinte años es igual a veinte siglos. Pueden negarlo, no me importará. Ella aviva las llamas, cuando solo queda una brasa, enciende el fuego nuevamente y se sienta a esperar otra vez. Ese es el único fuego perenne. Cuando la biblioteca termina de arder, el fuego muere. Pero el fuego que prende la mujer que espera, no se apaga nunca.

            Hay otra mujer que espera. Esa mujer está esperando más cerca. Tras el desierto, hay la montaña, tras la montaña, hay el bosque, tras el bosque está la llanura eterna, tras la llanura eterna, está la fina arena, la fina arena se pierde en el mar.  Tras el mar, está el hogar del viejo guerrero y el fuego perenne. Eso es muy lejos. La otra mujer que espera es una joven. Vive en el bosque. En el bosque hay árboles de flores rojas. Cuentan que las flores rojas son de sangre de otra joven. Por amar a un guerrero, dicen, la ataron al árbol y le prendieron fuego del que muere. La joven ardió hasta el fin y ese fue el fin del fuego, y nacieron las flores rojas. El guerrero era el último guerrero y se fue al desierto. También hay árboles con troncos rojos. Altos árboles, de madera dura como la roca. Son los guerreros que cayeron antes del desierto. Todos los guerreros caen antes del desierto, menos uno. Ningún guerrero sabe nunca si él será el último guerrero. Los guerreros se miran silenciosos antes de la batalla. A uno lo elegirá la muerte, para que mantenga su recuerdo en el mundo de los vivos. Es eso, mujer. La muerte llegó y lo eligió y no podés competir con ella. Vos parís vida, la muerte mata. ¿Qué recordará el guerrero? La vida es paciente y temerosa, trabaja y ara, besa y arroba, abraza y desvela, envuelve y danza, calla y trabaja, llora y ríe y es una vieja en el hogar, una novia en el altar, una amante poeta, una campesina en el campo de girasol. La muerte no es paciente ni laboriosa y no permite el olvido. Y vos, hombre, la muerte no es como la mujer que te abraza para que te olvides de todo, la muerte te elige y te da la memoria para siempre. Quiere que te vean las campesinas en el campo de girasol, que trabajan y ríen hasta que aparece tu figura, fuerte y cansada, tu espada negra, tus jirones de sangre y tus cicatrices, entonces se callará la risa y la joven ignorante de la muerte sabrá que la muerte existe.

            Pero el bosque es misterioso. Flores rojas, árboles altos.

            En el bosque hay una casa.

            En la casa está Nausícaa.

            Nausícaa está de pie en la tierra. Llega a su rostro el aroma de las flores y también el lento silencio del viejo soldado. Está viejo porque cree que ya lo sabe todo. Él no cree en misterios. Nausícaa tiene largo cabello negro ¿por qué? Nausícaa canta ¿por qué? Nausícaa sabe que él llega y lo espera ¿por qué? Misterios que nunca develará el viejo soldado, ni yo tampoco.

            Llega hasta él el murmullo interminable de la joven. Nausícaa, sin embargo, no abre los labios ¿por qué?

             El viejo guerrero camina bajo la sombra de los árboles altos, las sombras de antiguos guerreros; el aroma de las flores rojas, la sangre de una joven amante; sintiendo el aullido, el murmullo de Nausícaa que se le antoja un curso de agua. Su boca es sed, su pecho es sed y sus altas piernas son tan fuertes, más cansadas cuanto más fuertes. El arroyo, cree, lo llama y descansará.

 Pero el arroyo es una joven. Ella sonríe.

El soldado se detiene, asombrado.

Nausícaa sonríe más. El viejo instinto hace al soldado sonreír.

            Nausícaa lo interroga con los ojos.

            Él no dice nada.

            Por fin ella dice su diálogo

-Extranjero. No parecés vil ni necio.

 El viejo soldado la sigue a la casa, come, bebe, ávido desgarra el vestido de Nausícaa y ella solo sonríe, para él siempre sonreirá. Y al fin, cuando calmó su sed, él se durmió en su regazo.

Y la sonrisa de Nausícaa se esfumó. Él ya no recuerda que debe decir. Ella sí.

 

“Te contaré una historia”

 “Un naúfrago llegó a una playa y en ella una joven jugaba...”

            Nausícaa se torna grave. Él está dormido. Está muy cansado. Y cree que lo sabe todo. Eso le hace sentir compasión de él. Más de la que ya siente. El amor se pierde en el recuerdo, junto con la compasión. Nausícaa piensa en sí misma.

“ Una vez hubo un naúfrago. Se parecía a vos. Estaba cansado. Necesitaba un madero, algo a que aferrarse ...

...y halló una joven

...y luego partió”

“La joven siempre estaba ahí. Antes de que él llegará. Y se quedó cuando él se fue. Y él jamás volvió.

“Sé muchas cosas, soldado. Soy mucho más vieja que tú. Sabía que vendrías. Sabía que me desearías. Y sé que te irás.”

“Solo podés dormir un tiempo”

“Crees que querés ese fuego. El hogar. La mujer que siempre espera. Pero vos , soldado, sólo buscas la muerte. El hogar. El fuego fatuo.”

“ Conté la historia del soldado y la rosa. Canté el poema del cielo y del infierno. En mis manos está el paraíso, pero vos no lo querés. Dolor y muerte. El desierto y el mar. Tu destino no es el hogar, es el viaje. Nunca llegarás. Dormido, te aferrás a mí. Mañana te irás. No sabés que cuando llegues al hogar, tu viaje habrá terminado, la paz habrá llegado pero la vieja guerra no será olvidada. Volverá en tus viejas heridas, una y otra vez.  La vieja espada enmohecerá y a tu alrededor caerán muros que nunca fueron fuertes y todo será el recuerdo de la muerte...”

            “Tu espada es lenta y su hoja inflexible y dura. Pero nada es más dulce para mí. Y aunque hiciera lo que siempre quise, atarte a mis piernas por el fin de los tiempos, vos te vas por tus viejas heridas, tus cicatrices se hacen sangre y deberé dejarte partir, al desierto donde la sangre deja de correr...”

“ Porque tu destino es el viaje y no el hogar.”

            El viejo soldado se movió, inquieto y abrió los ojos.

Nausícaa sonrió.

“Hubo un soldado y hubo una rosa.

Ella estaba herida y él estaba cansado”

“Se hallaron a orillas de un lago”

El sueño volvió.

            Nausícaa sonrío para sí.

“Sólo estoy aquí para decirte que viviré más que vos. Que vivirá mi canto cuando tu espada lleve siglos muerta, porque las palabras del frío mueren en el frío. Que por todo lo que no me  ames, me amarán otros.  Que mi dolor pasará, mi vieja herida cerrará y entonces yo partiré, en un bote de negras aguas, con una vela blanca, a los jardines de Rivendel que nunca viste. Que alguien dormirá en mi regazo, y no se irá nunca. Y cuando llegue mi ocaso, morirán las tristes historias y no te recordaré. Que así viven odios y guerras y viejos soldados, así también vivo yo. Y no cantaré el amor inmóvil, ya nunca más. Y Nausícaa morirá y en su lugar habrá una mujer, en un hogar, y esa mujer seré yo... y llegará el frío y con el frío un hombre y ese hombre serás vos. Y ahora dormí que llega la noche, mientras yo velo, una noche más, un viejo soldado más.”

             Llegó la noche, llegó la luna y llegó el viento. El viento entró en la casa. Viento del Norte.

            El viejo soldado abrió los ojos. Vio el rostro de la joven. Su inocencia le hizo sonreír. Una sombra cruzó su frente: el camino. El camino estaba ahí. No podía descansar. No podía soñar.

            Cerró los ojos. Tenía que incorporarse. Tenía que deshacerse de ese abrazo. Tenía que seguir. Sus labios recibieron una suave presión. El beso de la joven. Pero él era viejo. Sonrió.

-Tengo que irme.

Ella pareció triste.

-Volveré.-mintió. El guerrero más valiente siempre es un cobarde para decir adiós a una mujer.

-¿Adónde?-preguntó ella.

El acarició su rostro. Al mar. Los ojos grandes, inocentes. La piel suave. Un dulce pájaro de juventud. Había visto dulces pájaros atravesados por flechas.

Ella sonrío entre sus lágrimas.

-Nunca te voy a olvidar.

-Recuérdame solo de vez en cuando.

Entonces se deshizo del abrazo de la mujer, se incorporó. Tomó su vieja espada y su escaso equipaje. Abrió la puerta. El viento del Norte los envolvió a ambos.

-Tengo frío-dijo ella.

            Y el soldado volvió al camino. Volvió por donde se había ido. El camino al desierto, nuevamente. Nausícaa se acostó en el lecho, a soñar y a esperar el día. El día de partir al mar. A los jardines de Rivendel.

            Porque su destino era el viaje y no el hogar.

 

En el hogar quedaban rescoldos del viejo fuego. La mujer se levantó y los atizó.

El viento era fuerte. Los ojos del soldado se nublaban. Fantasmas de Navidades pasadas. Dulces pájaros caídos. Heridas tan profundas que no cicatrizaban. Hielo. Hielo es lo único que puede aliviar el dolor. Lo rodeó la helada.

El fuego del hogar se apagó. La mujer dormía, la cabeza entre los brazos. En el sueño lo vio a él, joven, cuando  embarcó. Ambos eran jóvenes. Pensó, soñó, que la juventud era eso, embarcar. Oyó, soñó, que el mar golpeaba la escollera. Vio, soñó, una nave que la esperaba y sus velas negras. Despertó y siguió soñando. Soñando se colocó la capa, soñando tomó un arco y flechas, soñando se dirigió a la orilla y vio en su sueño, la nave que la esperaba. Suspiró, miró la vieja casa y embarcó.

Sola en el temporal, la mujer conducía el barco. Sabía que de todas formas, siempre estaba a la deriva. Sabía que yendo a la deriva, hallaría lo que buscaba.

            Los vientos la llevaron a una orilla de arenas tibias. Cayó allí. Caminó por la playa. De lejos vio a una joven de cabellos negros. Sonrío un poco. Ella también había sido joven. Lo seguía siendo, puesto que había embarcado. Sólo que ya no esperaba nada.

-Esperarás así-pensó la mujer-hasta que entiendas.

La joven la saludó con la mano, agitando el brazo desde lejos, pero la mujer del Norte no respondió. La joven lejana siguió mirando el  mar.

La mujer del Norte siguió su deriva y halló el camino primero, por la llanura eterna, el viejo bosque luego. Los altos árboles rojos le dieron sombra. Cuando sentía hambre, tensaba el arco, disparaba la flecha, entonces el pájaro caía atravesado. La mujer comía.  Y seguía el camino.

La helada era muy fuerte. Pero el viejo soldado también. Él era la helada.

Nunca sabré si ella lo encontró. No sé que fue del viejo soldado. Lo vi partir y luego la vi llegar a ella.

Solo sé que será de mí. Tengo un bote de velas blancas. Cruzaré con él las aguas negras. Iré a los jardines de Rivendel, esos que nunca viste. Mi guerra ya terminó.

Olvidé decir al viejo soldado que la juventud es lo más viejo del mundo.

 

martes, 5 de julio de 2022

Las puertas de La Alhambra


 

Sueño el perfume de la Alambra

En el arco de tu pecho

Tu boca es una puerta,

Tu aliento, un jardín perfumado

Bailan violetas en un lecho borracho

Estrellas mareadas, mirá, es la luna loca

Que tambalea en un cielo hecho de topacios

Tu pecho, el arco de la Alhambra

Y todas sus puertas son bocas tibias

Rosadas, dulces. Me besan como esclavas

Cada flor de cristal me muerde los labios

Polvo de violetas baña tu espalda

Que abrazan mis piernas en medio del agua

Tan dulce es el beso de la espada

Que nadie creyera que al fin matara

Me besa furiosa y me deja exhausta

Y si no tuvieras furia y yo no desmayara

Pálida sobre el lecho, de mí misma raptada

Si en un sueño, dulce dueño

Me vieras rosada y exánime

Y un dulce de mieles de vos se adueñe

Fuera de mí mi espíritu

Vagando difuso

En las danzas más locas

En tu sueño confuso

Por jardines te llevaba

A yacer entre flores y hiedra

Te llevaba embriagada del beso divino

Besándote en el arco tenso de tu pecho

Soñando con puertas de plata 

Con lechos de hiedra

Con jazmines y ámbar

Con la piel blanca de la luna

Reflejada en un lago de nácar

El perfume de tu beso me llevó embriagada

A las puertas de la Alhambra

 

 


domingo, 5 de junio de 2022

Divinas obsesiones.

 

DIVINA OBSESIÓN

Poema de Paula Ruggeri

 

Anoche mientras dormía

Soñé ¡divina obsesión!

Que mi manto te cubría

Y que el Azar se llama Dios

Y solitaria navega tu barca

Por el mar azaroso del temor

Y que ese mar es mi feudo

¡Y el océano reino yo!

y tormentas te acechaban

tormenta que te envié yo

por naufragar tu barca

en la isla del Buen Dolor

y te cubro con mi manta

a vos, desnudo como un dios

o desnudo como un hombre

cuando lo sueño yo

Y amaina la tormenta

Y tu barco naufragó

 

Anoche mientras dormía

Olvidé mi triste obsesión

Que sola y helada lloro

Porque el Azar es mi señor

Y porque él me lleva y me lanza

A tormentas donde no hay Dios

Y en negro océano, furia y tormenta

Yo me muero sin perdón

 

Decime hoy, que estoy despierta

Que soñar es mi razón

Que sola en negra tormenta

A oscuras yo canto amor

Que mi reino es el océano

Porque así lo quiero yo

Y que mi palacio es una isla

Y en la isla reino yo

Y cuando naufragás cada noche

Solo en la tormenta, sin salvación

Soy un refugio de tibieza y consuelo

Soy un abrazo de blanco encantamiento

Soy una reina desnuda, coronada por el viento

Y fuerte como eres te rindes en mi seno

Y la tormenta amaina ¡bello don del cielo!

Amaina entre mis piernas ¡divina obsesión!

Amaina la tormenta pues mis labios son tu dueño

Y el azar se llama Dios

 

miércoles, 18 de mayo de 2022

Ficción y conflictos en la narrativa breve de George R R Martin

 La ficción y sus conflictos en los relatos de George R R Martin

 

Paula Ruggeri

 

 

Había una vez un autor preocupado por escribir la Gran Novela Americana. Y había una vez un autor deseoso de crecer y contar más y mejores historias. Ninguno de los dos eludió los conflictos éticos que plantea ser humanos, pero el segundo de ellos es quien nos ocupa, aunque es coterráneo del autor de las Grandes Novelas Americanas, y eso, lógicamente, en un comienzo, siendo un adolescente en los sesenta, tuvo su importancia.

 

En la década del ochenta, cuando los Norman Mailer y el Nuevo Periodismo se hacían viejos sin enterarse, cuando habían logrado imponer un naturalismo literario que no dudaba en sacrificar a personas reales como inmolaciones necesarias a una literatura convertida en Minotauro Sagrado, un autor de New Jersey llamado George, escribía el relato “Retratos de sus hijos”.

Es el cuento de un escritor de ficción que no duda en quebrar el lazo familiar más profundo para tener una buena historia. Hasta ahí, una historia como tantas que en nombre de una falsa religión literaria se concretan, incluso hoy. Pero Martin cuenta lo que no se ve, el inmenso dolor causado, y el vulgar interés, nada sagrado, que motivó esa violación… Y como fantasmas en la noche, las creaciones del escritor llegan para enfrentarlo a la realidad.

Detrás de los grandes conflictos narrativos subyacen esos choques entre la vida y la ética que caracterizan el oficio de ciertos autores. Mientras lo correcto, lo bueno, lo auténtico, nos sobrevuelan, a ras del piso la vida cuenta otras historias. Curiosamente, Martin elige ese espacio. La Fantasía, buena protección para el lector cuando aparece lo cruel, también es un magnífico terreno de prueba para que un narrador juegue con la construcción de un imaginario. Y se diferencia de otra fantasía, el modelo devenido de la historia de caballería, que ignora con artístico desdén el ras del suelo y nos sigue narrando la vida y la muerte como poesía, épica y no ética. Pero inevitablemente, el mundo platónico de lo bueno y lo justo entra en colisión con los deseos y la cultura, y se produce el conflicto.

 

 

Y el conflicto es la narración. Principio, nudo y fin. Noción aristotélica que debemos estar preparados para actualizar, sobre todo porque es el axioma principal del censor revestido de maestro. Todos conocemos autores que defienden su único punto de vista como sacerdotes de una religión, que lleva su propio nombre. Son fenómenos recurrentes, alimentados por la Máquina de la letra impresa. Pero los que nos nutren, y más importante, trabajan para nuestro descanso, son inquietos, cambian de escenarios, juegan a tomar variados puntos de vista en una misma trama, y no se conforman con verse sólo a sí mismos en el espejo cotidiano de cada mañana.

La fantasía puede ser existencial, puede ser profunda y casi antropológica, pero difícilmente nos aburra, y el guante con que nos golpea, si lo hace, tiene esa textura onírica del viejo teatro de Aristóteles, lloraste y reíste en las gradas, y luego te saludan las Máscaras, repentinamente humanas y amables, y te dejan bajando del escenario a tierra, despacio, dejando que coloques esta noche, como cada noche, el señalador en el tomo viejo o nuevo, lo apoyes en la mesa de luz, y apoyes la cabeza para dormir.

Hay un potente desarrollo dramático en la narrativa de Martin, suelen ser los personajes, su interior, su definición y sus conflictos, quienes llevan adelante la trama, y no se escabulle de la crueldad, aun cuando siempre constituye un riesgo con el lector, pero el Lector, figura genérica que incluye realidades y subjetividades totalmente diferentes, y hasta idiomas y ciudades tan lejos de New Jersey cómo, pongamos, Buenos Aires, donde esto se escribe, el lector lo adoptó, y se llevó los libros de Martin a su casa.

Una frase del novelista argentino Roberto Arlt habla del escritor que avanza a pura prepotencia del propio trabajo. Es bueno difundirla, ya que a veces los señores del marketing y sus novelistas desvirtúan hasta el sentido mismo de la palabra escritor. Es decir, entre los libros que se venden, algunos están escritos por escritores. Los de Martin, por ejemplo.

Comienzo, conflicto y desenlace, dijo Aristóteles. Pero nada dijo de prosas hipnóticas, ni de páginas que avanzan como rectas imparables.

 

Así que tenemos comienzo, y tenemos conflicto, pero el fin no está claro. Porque el conflicto de Martin continúa, se potencia, echa raíces y crece como el junco, y entonces, estamos en presencia de la saga personal de George R. Martin, que toma su primera forma, crece y toma consciencia de sí misma en estos cuentos.