lunes, 24 de diciembre de 2007

Deseos

Hoy tengo un deseo.
Deseo contarles una historia.
Es más vieja que la manzana dorada y más antigua que los dedos de dios. Más vieja que el atardecer y más fuerte que la tormenta. Cuando la conozcan, les pasará lo que a mí: se olvidarán de quién se las ha contado y la recordarán sólo al ver, tal vez una estrella o al sentir el beso suave de otros labios.
O tal vez se la olviden para siempre.
Esta es la historia.
Hubo una era en que el hombre y la mujer eran uno, en el mundo cálido y líquido de la unión perfecta.El mundo era pequeño y dormía en un amanecer eterno, mecido por líquenes y alumbrado por rayos de luna.
Y entonces sucedió la desgracia. Vino como la tormenta, la catástrofe.
Cayó el rayo y nos separó.
El rayo alumbró la muerte y el conflicto, el grito y la discordia entre los dos seres fragmentados. El mundo creció , maduró, envejeció. Hubo hambre en el antiguo vergel, en el manantial puro hubo sed.
Desde entonces nos estamos buscando y nos amamos y nos peleamos porque deseamos ,sin saberlo,volver a sentirnos completos en el mundo del origen.
Esta Nochebuena, espero que se vean las estrellas.
Estos son mis Sueños y Deseos, los poemas que se escribieron en noches estrelladas en este mundo viejo.

I
En un sueño de mi dulce dueño
Soñaba yo que su dueña era

Dulces son cadenas, si me atan a su pecho
Y dulces mis piernas, esclavas de su espalda
Dulce es el infierno a sus brazos atada

Es un sueño el que mi dulce dueño
Quiso al fin que su dueña fuera

II

La Flecha ardiente derramada
El Beso más dulce
Que nunca diera Espada
Yo soy tu dueña soñándome esclava

III
Tengo sed.
Sed de amante lluvia que derrita la máscara
Que me despoje de escudo y me desarme de lanza
Y quede desnuda la rosa encarnada
Que se esconde en noche junto a alta ventana

Ser envuelta en ámbar

Para ustedes, este es mi brindis, al caer la noche.
Que haya perfumes y haya secretos. Y deseos.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Mi primer aventura prostibularia

Creo que el gesto de poner en el pañuelo ropa interior de encaje rojo me predestinó. Como sea, ni bien nació mi hija la dejé con una monja, dándole precisas instrucciones de que la dejara hacer todo lo que se le diera la gana, para que el día de mañana fuera una persona de provecho a la sociedad. Luego me fui a una humilde pensión de mala muerte a escribir una novela, cosa que hice en cinco días: un récord. Con el manuscrito en la mano, me presenté en una editorial.
El galante editor me atendió de inmediato.
—Humm —dijo—, la literatura femenina se va a poner de moda dentro de diez años, pero veremos qué podemos hacer. Para que podamos vender tu libro (cosa que, como sabés, es muy difícil) hay que elaborar una estrategia publicitaria. ¿Qué tal si vas a una guerra, como tu amigo Reverte y volvés como una heroína?
—No soy amiga de Reverte —repuse—. Faltan siete años para que lo conozca.
—Humm, qué lástima. Podríamos haber puesto una faja en el libro que dijera: "¡ Y es amiga de Reverte!". Bueno, otro. ¿No conocés a Stephen King?
—Tampoco —dije desolada.
—¿A Danielle Steel por lo menos?
—Soy la ahijada de la Momia de Titanes en el Ring —dije tratando de ayudar.
—Eso no sirve para nada. Bueno, cuando vuelvas de la guerra podemos poner en la tapa del libro una foto de vos desnuda con fondo de Vietnam. Esas cosas siempre ayudan.
—¿Y si muero en la guerra?
—Tenés razon. Vamos a sacar la foto antes.
—Prefiero no ir a ninguna guerra, gracias.
—Bueno, entonces vamos a tomar medidas drásticas. Vas a ser prostituta y llamaremos a tu libro. "Memorias de una vulgar prostituta". Así nos adelantamos a una tendencia mundial.
—¿Por qué vulgar? —protesté
—Perdón, te veo el bretel del corpiño y es rojo —justificó el editor.
—Bueno. Supongo que es todo de mentira ¿no? No tengo que prostituirme de verdad.
—Perdón otra vez. Esta no es una fábrica de best-sellers. Acá editamos obras literarias de calidad. No le mentimos al público. Si en la solapa dice que sos prostituta, es porque lo sos. Lo tomás o lo dejás —dijo sirviendo dos vasos de whisky.
—Lo tomo —dije decidida y bebí de mi vaso. Un auténtico whisky escocés "La Ruina de los Campbell"—. ¿Cómo me prostituyo? —pregunté.
—Bueno —dijo el tipo y sacó un habano—. Primero vas a tener que mostrarme lo que sabés hacer. Tus habilidades, bah. Lo que hacés con tu marido.
—No tengo marido —repuse acordándome del rayo de luz y el cascote en la cabeza.
—No importa —prosiguió él—. No hace falta estar casada para esto. Después de mostrarme tu talento, vas a esta dirección —me dio una tarjeta— y hablas con Bárbara, que es la rubia que está en la caja. Con ella arreglás tu horario —se aflojó la corbata y aclaró—. El 80 % de todo lo que ganes es para la caja y no podés tener arreglos personales con los clientes—. Y se abrió el cuello de la camisa, tomando un trago.
—¿Y mi novela? —pregunté.
—¿Qué novela?

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Sí, todo es cierto

Un amable lector me pregunta si es cierto que estuve en la cárcel y fui prostituta.
Pero claro que sí, amigo ¿para qué voy a mentir? ¿Podría tener la más mínima aspiración a ser un fenómeno editorial sin el paso obligatorio por el penal y sin haber sido prostituta? Sin embargo, y a pesar de que ambas experiencias son entrañables y forman parte de lo más querible de mi pasado patibulario, no creo, amigo mío, que tengas que desdeñar otro hito en mi curriculum que mencioné al pasar: también repartí pollos en moto y no quiero que eso se desdeñe por ser menos espectacular. Pero tengo que contarlo todo desde el comienzo.
Nací en el seno de una familia de aristócratas venidos a menos: mi abuelo era conde, como Athos, y un primo suyo era Comandante de la Guardia Suiza.
De chica me sacaban a pasear por la avenida Santa Fe con un tapado de armiño y una cruz de oro y granates en el cuello bendecida por Pablo VI, hasta que al tapado lo agarró la polilla y empeñaron la cruz para pagar el gas. Me enseñaron el delicado manejo de tal cantidad de cubiertos que nunca tuve que usar en mi vida, que me haría una tarjeta que dijera Paula Ruggeri: experta en cubiertos que usted nunca vio.
Todo tenía mucho nivel, yo tomé la comunión con un vestido blanco hasta el piso, hablaba francés con la prima Jeanette y todos las navidades recibíamos una carta del Papa. Una vez que la leíamos, se la vendíamos al librero de la esquina y págabamos con eso el pavo de Nochebuena. Para una familia católica el pavo de Nochebuena es tan imprescindible como el pesebre, pero era caro y la carta del Papa nos sacó del apuro todas las navidades hasta que...
Hasta que cumplí dieciocho años. El cura de San Patrick decidió que yo era ideal para hacer de Virgen María en el pesebre viviente de Nochebuena. Ensayaba con un pañuelo celeste en la cabeza mientras la familia aguardaba la carta del Papa para encargar el pavo. Y en un ensayo sucedió.
Estaba en el retablo, sola. Una ventana en una esquina permitía el paso a un rayo solar. Trataba de rezar un Padre Nuestro pero en la parte de "perdona nuestros deudas" me acordaba de todas las deudas que tenía mi madre y se me trababa la lengua. Pero de golpe me envolvió la luz abrasadora.
Fue muy rápido (demasiado para mi gusto, pero bueno), primero el rayo, después entró una paloma y por últimó se me cayó un cascote en la cabeza. Yo traté de relajarme y disfrutar, había visto todos los bodrios de María y José que pasan en la tele por Navidad y sabía perfectamente lo que sucedía.
Después del primer desmayo y el tercer atraso resultó evidente que estaba embarazada. ¿Y quién carajo me iba a creer lo del rayo de luz? Además, me pareció que la profesión de mesías no era buena para mi hija. Así que enfrenté a mi madre y le dije:
—Mamá, estoy embarazada del jardinero, pero no del de casa, del de otra casa y lo echaron por tomar cerveza, se volvió a Paraguay.
—Hija —dijo mi madre, con la calma que sólo una dama como ella puede tener—. Comprenderás que no puedes permanecer en esta casa de tus ancestros, etc... porque el Papa se va enojar... etc... y ya no tendremos pavo en Nochebuena y eso es un pecado. Así que toma tus cosas y algunos alimentos frugales y vete por esos caminos de Dios.
Me estaba diciendo que agarre la Panamericana. Así que yo agarré un palo de escoba, le até un pañuelo y dentro del pañuelo puse unos mendrugos de pan con jamón serrano, "Los tres mosqueteros", mi ropa interior de encaje rojo y una caja de anticonceptivos y me fui lejos, adonde me esperaba la cárcel, la prostitución y la rehabilitación social sobre una moto repartiendo pollos, pero eso es otra historia. La saga continúa.