martes, 30 de diciembre de 2014

Uno, dos, tres milagros

Pensando qué escribir esta tarde que viaja rápido a la noche, con esos segundos de color turquesa oscuro que desde mi escritorio (una pequeña mesa inglesa que adoro), no veo pero presiento, oyendo a George Harrison cantando a su Dulce Señor por la eternidad, pienso qué escribir acá, esta víspera de despedidas y festejos.....
Y encontré entre mis 200 post, creo que son más, éste por el que tengo predilección. Sin pasión por la vida, los libros y la familia, no hubieran sucedido estos Milagros Inesperados....

 MILAGROS INESPERADOS

Otra caja. La abro con dificultad. Otro libro para sellar.
Otros, en rigor. Eran unos 70. Pasa Guillermo burlándose. "la Cátedra de Sellado Uno Y Dos" "Borges", me decían también.
Era cierto, yo tenía 24 años, unos jeans de calce justísimo, tops ajustados y muy largo el pelo y solía hablar de Blaise Pascal, o de Cicerón. Mi incorrección recibía el castigo apropiado, no se preocupen. "No te pagan por leer", gritaba la jefa, Beatriz.
Un sello en la portada, otro cada cien hojas, y uno en la última página.
La última página de ese libro tenía una inscripción de puño y letra.
Jorge Luis Borges, Adrogué, 1941. Y una serie de citas....
No importa el largo periplo de esos libros.  Fue una mano amiga salida directamente de una caja, fue un guiño,  un apretón de manos.....un milagro inesperado....
Procesos Técnicos de Libros tenía luz eléctrica y ni una ventana.
Ahora nos vamos  de ahí.
Al Sol y al Verde.
Nadie más para jugar al futbol con mis hijos pequeños que yo misma. Les enseñaba lo poco que sabía y esos fines de semana de padres solos enseñándo a patear la pelota a los retoños, la compartían con esta mamá que hacía lo propio.Un lunes los niños no tuvieron clase y yo dije:Perfecto, todo el parque para nosotros....Y con su ropita de deporte y nuestro pequeño arco de goma inflable, nos fuimos a jugar al futbol al parque cercano....
Era raro...unos hombres, más de una docena, de físicos perfectos, corrían alrededor del parque en orden militar.
Un auto negro estaba estacionado dentro del parque.
No nos dejamos inmutar. Inflé el arco y comenzó el tiro al blanco.Dani metió varios goles, Ger estaba orgulloso de su buena zurda. Tenían menos de ocho años. "Vamos" los arengaba yo....gritando, jugando al DT...Así lo hacíamos siempre, nuestro arco infable era el más importante del mundo.
Y entonces el auto negro dio la vuelta y se estacionó a pocos metros de nosotros....Yo me asusté, alzé a los niños de a uno, levantamos campamento y quisimos irnos...pero no, no terminamos de irnos cuando seis de los hombres vestidos de futbolistas corrieron a nosotros como un relámpago, y formaron fila mientras pasábamos sonriéndonos, brazos en la cintura....casi riendo.....
Pasamos delante de ellos avergonzados....tenían el rostro curtido por el sol, y ropa de fútbol de verdad...y cómo sonreían....
Pocos días después, un lunes pasé en taxi y el taxista me dijo, señalándolos: ¿Los ve? Son el plantel de San Lorenzo, que a veces entrena acá.
No sé sus nombres y supongo que tal vez están retirados....
Pero no los olvidé, con sus sonrisas, nunca...
Ahora el cielo se vuelve nocturno. Muy nocturno. Dani tiene catorce años y estuvo en la escuela desde las doce del mediodía. Casi no comió nada y carga con una escultura en arcilla húmeda, que por turnos llevamos en brazos...Yo llevo un pan en el bolsillo,es para que lo coma  ya sentada, por fin, en el colectivo, rumbo al hogar....
Pero son Siete las calles que hay que cruzar para llegar a la parada. Y el colectivo 47 pasa cada 45 minutos...y hay hambre y frío y un cráneo de barro chorreante, que hace de mi hija un pequeño Hamlet que cuestiona, cuándo llegaremos, cuándo comeré....Me da un poco de verguenza decir que nuestros medios eran más bien escasos, que yo había cruzado treinta calles caminando con el pan en el bolsillo, y que nos encanta Dickens.
Estamos a una cuadra y vemos al 47. Para. Estará levantando gente, pienso.
-No llegamos ni corriendo y con el cráneo no puedo correr-dice Dani.
Pero el colectivo rojo y negro no se mueve. Seguimos caminado y no se mueve. Y unos diez minutos después, estamos arriba y sentadas al fondo, mirando la nuca de ese hombre misterioso, que es chofer de colectivos, y un ser único que nos salvó esa noche....


sábado, 20 de diciembre de 2014

Salomé y Juan

Rojos son tus labios.....suspira Salomé
Roja tu lengua, rojas las rosas del jardín....
Roja la seda en la que quiero dormir, mi corazón es rojo como el corazón rojo de los muertos....como la roja sangre del guerrero....
Rojo es el amor de mi corazón....
Tengo una boca roja secreta-susurra Salomé....la tienes abriendo una puerta con tu férrea dureza....

Y Juan , él, que bautizó la Vida,  huyendo de la muerte, la besó.....

jueves, 11 de diciembre de 2014

OLGA DORMIDA




Olga está dormida. Cuatro AM.
Un párpado empieza a abrir.
No hay un rayo de luz. Se oye la respiración pausada de Nico y los primeros movimientos del bebe. Su mama de 16 años, duerme profundamente. Su hija. Su nieto. Y Nico el chiquito. Esa es su familia. Y por ellos abre los dos ojos seis días a la semana, a las 4 AM.
El despertador irrumpe la noche.
Entonces Olga, que está dormida, se despierta.
Tiene los dedos agarrrotados de frío. Duerme con una sola frazada, los chicos, con dos, el nieto, bien abrigado con sus enteritos de friza y sus pañales sequitos.
Olga se despierta, se envuelve en ese saco de lana que está a los pies de la cama y sacude a su hija por los hombros.
-Vamos.Las madres no son vagas-le dice.
-Mamá-se queja la chica y sonríe al bebe.
Olga va a la cama de Nico, su hijo de ocho años y le pone su propia frazada sobre las otras.
Camina hacia la cocina, chica, despintada y calienta agua para un par de mates. Un par. No más.
Mate y lima de uñas. Sus uñas deben estar perfectas. Sobre la mesa hay unos veinte esmaltes de colores.
Elige uno azul noche. Está de moda.
Son esmaltes baratos, pero como dijo su profesora en el curso que hizo para trabajar en esta profesión: “No importa si no es lindo, importa que se vea lindo”.
Con ese arte que sólo una manicura tiene se lima y pinta las uñas.
Se pone una blusa y un pantalón gastado. No le alcanza para comprarse ropa. Pero en la peluquería le dan una chaqueta blanca y con logo…..Y el pantalón…bueno, nunca le dijeron nada.
Mira las pequeñas camas una vez más antes de cerrar la puerta.

Empuja. Empuja-Empuja más. La espalda del hombre se curva y Olga pisa el suelo del vagón. Otro empujón, esta vez sobre la espalda de ella. Casi lo agradece. Por fin está dentro de ese vagón atestado dónde la gente, como una masa informe que respira al unísono, apretujada hasta límites del nazismo, va a trabajar.
Se tambalea y no hay donde caerse. No un centímetro de piso libre. Pasan las estaciones y la gente pega patadas al tren, por no poder subir.
Olga cierra los ojos y dormita un rato.
Pronto toca el colectivo. Y como va a Recoleta, dónde no trabaja tanta gente, a veces se sienta.  El colectivo ruge, la bocina suena, el chofer grita….Olga está sentada.
Respira aliviada

Entra apresurada, murmurando saludos: llegó a horario. Abre una puerta, hay varios guardapolvos colgados, entre ellos está el suyo, que lavó la semana pasada. Mira con ojo crítico: está para un lavado. Busca uno de los tantos que hay sin nombre bordado, y estruja el suyo hasta hacerlo un bollo y esconderlo. A la noche se lo llevará.
Diez de la mañana
-Quiero dorado-dijo la mujer. Era rubia, era alta, era vieja y era arrogante- Con un semicírculo negro en la base de la uña.
-Se usa mucho-repuso Olga.
-Ah, no, yo quiero ser original-dijo la rubia.
-Dorado y negro es muy original-repuso Olga- Si quiere poner esta mano aquí.
-¿Redondas o cuadradas?
-Redondas no se usan, cuadradas.

Dos de la tarde.
-¿Quiere elegir un esmalte? Ofreció y abrió el estante de su mesita donde guardaba colores por docenas.
-¿De qué marca son?
-Hay de distintas marcas. Todas son buenas. ¿Qué color?
-Un rojo sangre. Bien sangre. ¿Tenés?
Olga sonrió. Tenía cinco frascos, era el color más solicitado.

Nueve de la noche. El dolor de cabeza la estaba destrozando. Dejó el guardapolvo, tomó el bollo de tela para lavar, ese que tenía su nombre bordado, y lo metió en la cartera.
Pasó por caja.
-Te estoy liquidando-dijo el dueño. Le pagaba el 30% de que lo había trabajado en el día.
-Olga-dijo al pagarle-Una cliente se quejó. Dice que tenés un temblor en las manos y le hiciste mal el trabajo. Por favor atendé eso porque a una manicura no le pueden temblar las manos.
Se sintió muda….
-¿Escuchaste?-dijo el dueño.



Olga está dormida. Sabe su sueño que el despertador va a sonar. 9, 8, 7….
Olga sueña que está en el tren y no puede bajar. Sus piernas no se mueven.
6, 5, 4….
Mis piernas….grita.
Sus piernas están rígidas. No se mueven.
Ay, mis piernas-gime.
Mamá-dice Nico desperezándose. Tiene ocho años-¿Qué te pasa?
-Se oye un llanto ahogado-Dormí nene,  mamá está bien.
-Despertaste al bebe-reprocha Lucía ¿Qué te pasa?
Nada- ya se me está pasando-Pero su corazón sabe que algo no anda bien y se colma de angustia.
Pasa un rato hasta que por fin puede mover las piernas……
Empujar en el tren, respirar el aire respirado por decenas de personas, sentir que se ahoga y bajarse del tren semi ahogada. El colectivo no le guardó asiento. El tren y el colectivo son para ella cosas animadas, con voluntad.

Entra. Saluda. Va a buscar el guardapolvo.

-Un esmalte de Chanel-sonríe Olga.
-Ah, sí. Todo lo que elijo en esmaltes, en Chanel. Tienen colores únicos. Me doy el gusto-sonrió la mujer, de unos cincuenta años muy elegantes y pelo rubio tan, pero tan planchado….
-¿Cuadradas?
-Ay, no mi amor. Siempre las llevé redondas y no voy a cambiar ahora.
-Es más elegante. Por favor, ponga esta mano acá.
Tomó el esmalte rojo bordó….y su mano empezó a moverse sola incontrolable, el temblor en las dos manos, pero una tenía el Chanel…ahora roto en el piso.

-Te estoy liquidando un resto del mes-dijo el dueño- Agarrá tu plata, tus cosas, y te vas.-
El fajo de billetes era muy pequeño.
-Hacete ver. Cuidá la salud.
Olga caminó hasta la salida y no quiso saludar a nadie.

Olga está dormida. Sueña que no puede correr el colectivo. Son las cuatro de la madrugada. A las seis dan cincuenta números en el Hospital.
Es como respirar en el tren pero respirando además el llanto de los niños y las quejas de los enfermos….
-¿Cuánta espera? Es un chiste?-dijo la enfermera, gorda  y de piernas gruesas y siguió su camino pegando codazos.
-Preparate madre, le dijo una voz de mujer detrás de ella- De acá salís al mediodía con suerte.
Miró la hora en su celular. Las ocho
Llantos de niños. Quejas. Gemidos. Charlas insípidas.
Las horas pasaban caminando.

-Nombre, edad, dónde vive.
El médico garabateó algo en una planilla.
-Siéntese y cuénteme.
Olga contó. Rauda, casi feroz, sus síntomas.
-Perdí mi trabajo.
-¿De qué trabajaba?
-Soy manicura- Dijo Soy. En tiempo presente.
-Mal empleo para una enferma de Parkinson. Garabateó unos rectángulos de papel y selló y selló  y selló.
-Se hace estos exámenes y vuelve cuánto antes.

4 am- Olga está dormida. Tiene una mano caída de la cama y un ojo semiabierto.
Tiene miedo. Sus piernas. Ay-llora. Y sigue durmiendo.

-Bueno-Dijo el médico al fin- sacó una caja de un armario y varios blisters y  muestras de medicamentos. Anotó como siempre, apurado- Va a tomar esto según estas indicaciones. Vamos a tratar de aliviar esa rigidez. Y vuelva en dos meses.
-¿Voy a volver a trabajar?
-Vaya al Servicio Social. Subsuelo.
-Y escribió otra orden.
Olga caminó por el hospital con el manojo de papeles en las manos.
-Guarde eso madre que lo va a perder- rezongó una enfermera.

6 am- Olga duerme. Duerme más. Hoy no suena el despertador.
Hoy no hay tren ni colectivo, ni médico, ni nada.
Siente un llanto suave. Es su nieto.
Lucía ya se está moviendo.
Olga se levanta,  se pone el batón y susurra a su hija: seguí durmiendo, yo me ocupo.
Alzo al nieto. Se sentó con él y lo acunó.
Los primeros rayos de sol entraban por las rendijas….
Olga miraba a los ojos del bebé de seis meses…
El bebe la miraba a ella.
Pensó ¿cómo nunca me di cuenta de lo hermoso que es mi nieto?
Y la luz rosada del amanecer iluminó su sonrisa….

viernes, 28 de noviembre de 2014

Dale un corazón de seda......



DALE UN CORAZÔN DE SEDA

En un hogar pobre de campesinos nació una pequeña niña y no diremos dónde porque no importa mucho. Los padres eran tan pobres que no tenían nada para darle. La miraban tomados de la mano, con lágrimas en los ojos.
Vendrían las hadas que dan dones a todas las niñas desde que el mundo es mundo. Pero como la niña era muy pobre, pequeña y fea, eso era un simple trámite, por lo cual los padres suspiraron aliviados. Vendrían sólo las hadas buenas, tal vez viniera una sola, apurada, mirando el reloj. El hada maléfica sólo se dignaba ir a grandes palacios, a mansiones de estrellas de cine, maldecía a las hijas de los reyes. Asi que sabían que su hija, al menos, no tendría ningún don maldito. Sólo esperaban que las apuradas hadas, como asistentes sociales del destino, le dieran aunque fuera un don a su hija que le permitiera sobrevivir.
Ella dormía en la cuna. Cada tanto un leve suspiro inquietaba a la madre. Instintivamente, quería darle leche de su cuerpo, pero estaban esperando la visita de las hadas.
Tocaron la puerta. El hombre abrió.
Eran dos mujeres con trajes de ejecutivas arrugados y largo pelo rubio. Sus ojos eran muy verdes y brillaban por igual. Llevaban sendas carpetas. Se detuvieron en el umbral para hacer cada una una cruz con sus lapiceras en las recién abiertas planillas
—¿Cómo se llama la niña? -preguntaron a coro
—No tiene nombre aún.
—¿Y en qué están pensando? Póngale un nombre. Me lo exige la planilla—dijo un hada.
—Ada —dijo la madre.
—Ana —exclamó el padre.
—Ada Ana —repitieron a coro las hadas mientras escribían los dos nombres—. Bien, vamos a verla.
—¿Cuáles son sus ingresos? —preguntó una. Las dos hadas eran indistingibles.
—Soy jornalero, asi que gano un poco de dinero.
—¿Pero puede mandarla a la escuela pública?
—Creo que si.
—"Creo" me suena mal. Va a mandarla a la escuela —dijo una de las hadas— Bien, su única oportunidad es el estudio.
Se acercó a la cuna, sacó una varita mágica de su carpeta y dijo:
—Ada Ana, tendrás una gran memoria. Memorizarás todas las letras y sonidos. Nada que leas u oigas se te borrara de la mente.
—Y ahora yo —dijo la otra.
—Ada Ana. Entenderás el lenguaje de la música y sabrás de melodías.
—Bueno —repuso mirando al padre—. Uno de los dones es para disfrutar. Sino para qué vivimos y nos alimentamos. No todo en la vida es trabajo.
Y entonces se abrió la puerta. Lentamente, chirriando sobre los goznes. Todos se sobresaltaron al ver a una gran señora, de larga cabellera azabache, con brillantes ojos negros, alta, con un traje rojo y la varita de oro en la mano. No llevaba ninguna carpeta.
—El hada maléfica... —murmuró la madre. Instintivamente quiso cubrir a su hija.
—Cálmese —dijo un hada rubia—. A veces ocurre, pero muy raras veces. Está de licencia casi todo el año ¿verdad?
El Hada Maléfica se acercó a la cuna de la niña.
—Vengo cuando es preciso. Esta niña será hermosa. Tú le diste memoria y tú le diste gusto por la música. ¿Qué puedo darle yo? Creo que ya lo sé. De hecho, lo sé porque no vine por azar. Sé lo que necesita.
Se acercó a la cuna con su varita de oro, tocó con ella la frente de la niña y dijo:
—Ada Ana: te doy un corazón de seda que se rasgue sólo con un beso, sólo con la promesa de un beso, sólo con el sueño de un beso.
-Será poeta —dijo el Hada Maléfica a las otras dos hadas.
Luego habló a los padres con sus labios de sangre.
—Lo malo es sólo un poco malo, ¿saben? Hada significa fata, destino en una antigua lengua. Yo sólo cumplo órdenes. Será poeta —repitió el Hada Maléfica.
Desaparecieron las tres hadas y la casa quedó a oscuras. Y Ada Ana lloró suavemente.

miércoles, 29 de octubre de 2014

OJOS VERDES



                        OJOS VERDES
Paula Ruggeri

            La señora Dora regaba las plantas en su balcón.  Era difícil precisar en qué estaba pensando, sus pensamientos no eran nunca exactos, claros ni organizados, usualmente pensaba en veinte cosas a la vez. Había sido muy bonito lo que le dijo el padre Mario cuando ella compró el remedio para aquella señora. El padre Mario sabía que ella no tenía rentas ni nada que se le pareciese, ese era un sacrificio por un prójimo. Sería bueno que eso fuera valorado. El padre Mario tenía unos ojos muy bonitos. Ojos verdes, como Lucilla. Tenía que llevarle un té a Lucilla, eso la haría sentir mejor. A veces pensaba que era demasiado lo que hacía por ella, pero no podía dejarla. Todos tenemos que ser queridos por alguien. No sabía quien había dicho eso. Lucilla no tenía a nadie. Estaba casi ciega, de que sirve tener ojos verdes si no ven. Ella tenía ojos pardos, comunes, pero veían. Y podía caminar y servirse por sí misma, podía ocuparse de otros. En la casa tenía que hacer todo, Lucilla no sabe ni como se agarra la escoba.. La única vez que cocinó hubo que darle la comida a los perros. Pero ella la quería. Era buena, aunque no se valía por sí misma. Miraba con esos ojos que no veían y le partía el alma. Pobre Lucilla.
            Todavía pensó en el clima y pensó en los gatitos de la señora de enfrente que había que llevar a vacunar. Tenía que estar en todo. La gente tiene gatos y no se ocupa. Cuando la gata tuvo los gatitos, fue con un canasto a buscarlos para ahogarlos. Pero la señora se enojó y no se los quiso dar.
Pero estaba claro que esa señora no tiene para alimentar gatos, si el marido no trabaja y ella está embarazada. Embarazada a esa edad. Veinte años, como mucho. Usa esas minifaldas, con la panza. Meneó la cabeza, perpleja. ¿Qué iban a hacer con ese hijo? Y ella, cómo se maquilla. Todavía no se dio cuenta de que es un señora. A los gatitos hay que vacunarlos, o van a enfermar a los demás. Ella tenía que estar en todo.
            En ese momento sonó el timbre. Un timbrazo agudo, insistente y firme. Timbrazo de cartero.  Tenía clasificados todos los timbrazos, timbrazo de cartero, timbrazo de vendedor, timbrazo de afilador.
Asomó la cabeza para ver quién era.
Era un hombre joven, pero no era el cartero. ¿Quién podía ser? Vendedor no parecía. Llevaba libros abajo del brazo.
Bajó. No iba a abrir la puerta sin preguntar quién es. Eso hizo, con una voz un poco demasiado interesada.
-Buenas tardes. ¿Lucilla Girado?
La puerta se abrió.
-¿A quién busca?- preguntó un poco asombrada. Sería un pariente. En buena hora se acordaban de ella. Asumió una expresión ligeramente crispada, como la que correspondía a un nieto que en diez años no pensó en su abuela, de la que ella se había ocupado perdiendo tiempo y dinero.
-¿Es pariente de ella?
-No, no soy pariente. ¿Vive con usted?
Algo la impulsó a decir no, sólo la conozco. Algo, no sabía qué.
-No, sólo la conozco.
-¿No sabe dónde vive?
-Mire, va tener que decirme quién es y para qué la busca. En estos tiempos, compréndame, hay que ser precavida.
-No hay problema. Me llamo Diego Castro y soy docente de Letras, en la Universidad de Buenos Aires. Mis alumnos están realizando un trabajo monográfico sobre la obra de Lucilla Girado y surgió la curiosidad sobre algunos aspectos de su vida que son desconocidos. En 1985  dejó de publicar y no se supo más de ella. Hace tres meses la Secretaría de Cultura le dio una mención honorífica. Nadie sabía como ubicarla. Dieron el premio y no se presentó. El premio es dinero, así que quisiera que entere. ¿Sabe dónde vive?
 La señora Dora se quedó petrificada. Tardó varios minutos en contestar .
El joven sonrió un poco.
-¿No sabía que su amiga es una gran poeta?
Al fin Dora fue capaz de decir algo.
-No sé dónde vive.
-Me dijeron que vivía en esta casa. Me habrán dado mal la información.
-¿Quién le dijo que vivía conmigo?
-Vivió quince días en un hogar de Caritas. La gente de Caritas me dijo que ahora vivía en esta dirección. Encontrarla es muy importante. Ella merece el reconocimiento y debe necesitar el dinero. Me dijeron que está con cataratas. Con este dinero se puede operar. Y a mí me gustaría entrevistarla.
“Ojos verdes”. Ojos verdes, sin niebla. Verdes como un árbol.
-Si sabe dónde encontrarla, por favor llámeme- Le alcanzó una tarjeta con un número escrito a mano –Si no estoy puede dejar un mensaje. Yo le voy a agradecer, pero su amiga le va agradecer más.
Cerró la puerta. El pasillo estaba oscuro. Había muebles con fundas blancas. La casa impecable. Lucilla Girado, poetisa. Mención honorífica. Sin cataratas. 

      Pasaron dos días. Esos dos días Dora estuvo más callada y más irritable de lo corriente. Tanto, que Lucilla le preguntó que le pasaba
Callate-gritó Dora- ¡Que te crees que porque escribiste unos versitos..!.No me hablés. Te tengo que limpiar, mirá tu pelo. Te tengo que bañar. Te tengo que dar de comer en la boca. Te tuve que dar mi ropa porque no tenías nada ¿qué te crees, que me podés hablar?¿Qué tenés en esa valija!
Cuando Lucilla salió del hogar, tenía una bolsa con una muda de ropa, un peine y una toalla. La ropa estaba sucia, Dora la tiró a la basura. Ni con bencina se podía limpiar. La valija tenía papeles. La dejó que la pusiera debajo de la cama. Esa cama era de algarrobo, la podía haber vendido. No la vendió para durmiera ella. Ella no se levantaba nunca de la cama.
Pero ahora Lucilla levantó. Se agachó, torpe, junto la cama.
Aferró la valija. Se abrazó a la valija.
-¿Qué tenés ahí?
La ciega no contestaba.
Entonces Dora tomó el velador y la golpeó en la espalda. Con un quejido la anciana Lucilla se derrumbó en el piso. Llorando.
La señora Dora se llevó la valija.

Se preparó un té en la cocina. Abrió la valija en el piso. Telarañas tenía. Ácaros. Todo eso tenía que ir a la basura. Gérmenes de la calle. Había diez libros. Leyó “El jardín de Armida”, “La pasión según María Magdalena”, premio Municipal. Recortes de diarios. “La poeta que vino del frío. Lucilla Girado, poetisa patagónica...” Papeles escritos en tinta de todos colores.
Hojas sucias.
“Sed de amante lluvia que derrita la máscara
Que me despoje de escudo y me desarme de lanza
Y quede desnuda la rosa encarnada
Que se esconde en noche junto a alta ventana”
Ser envuelta en ámbar”

Volvió a guardar todo en la valija después de tomar el té. Pero la dejó en el patio. Lucilla no podía tener eso debajo de la cama, lleno de ácaros. Con razón tose todas las noches. 

A la mañana sonó el timbre. Este era un timbre discreto, casi tímido. La señora Dora estaba en el balcón, esta vez, haciendo un injerto. Cuando asomó la cabeza vio que era el padre Mario. Bajó la escaleras casi excitada, atravesó el pasillo mirando los costados, que estuviera todo en orden. Se acordó de las fundas en los muebles, corrió a quitarlas. El timbre sonó de nuevo. Escondió las fundas bajo los sillones. Pasó por el baño a verse en el espejo. Con su mejor cara abrió la puerta.
Los ojos verdes del padre Mario también sonrieron.
-Dora. Pensé que no estaba.
-Estaba...
-Ocupada. Discúlpeme. Venía a preguntar por Lucilla.
Lucilla. ¿La primera vez que venía a su casa y a preguntar por ella?
-Me enteré de que es una escritora. No lo sabía. La están buscando, le van a dar un premio. Con ese premio ya no tendrá que depender de usted.- Miró hacia dentro. _Permiso.
Apenas atinó a dejarlo entrar.
-Vino gente de la Universidad. Yo les di su dirección. Pero dicen que vinieron y una señora les dijo que  Lucilla no vivía aquí. Les di de nuevo la dirección. Supongo que se equivocaron. También llamaron de la Secretaría de Cultura y pidieron su teléfono. Pero no tiene ¿no?
-No tengo teléfono-balbuceó.
-Claro. Creo que van a venir acá. Quiero verla, para contarle la novedad.
-Pero...pero está enferma. No la puede ver.
-¿Por qué? ¿Qué tiene?
-Es que está sucia porque ella es sucia y no tengo tiempo de lavarla. Si viera lo sucia que es.
-Mi lugar está con los enfermos y los sucios. ¿Es por acá?
      La mirada del padre Mario ya no era agradable. Siempre era agradable con ella. Pero por culpa de Lucilla, ahora el padre Mario pensaba mal de ella. A disgusto lo guió a la habitación de Lucilla, pero no quiso oír la entrevista. Bajó al comedor y fue hasta el patio. Se sentó ahí y lloró.

      Cuando se fue el padre Mario, le repitió que iba llegar gente de la secretaria de Cultura. Probablemente mañana.

Esa noche prendió fuego en el patio. Hizo un pira con todos los libros, los recortes de diarios, los poemas. Los vio a arder hasta que sólo quedaron cenizas.

     

lunes, 20 de octubre de 2014

La Ninfa




Su pequeña fuente para ella es un lago. No importa que el ruido de las avenidas cercanas perturben las ondas de las aguas: ella está ahì, por voluntad de un escultor, como un último chiste de artista lanzado a la gran ciudad, antes de que se convierta en eso, una gran ciudad. Ahì, en ese Jardín Botánico que es una paradoja viva, verde, verde, y piedra, un retiro para paseantes, para lectores y para enamorados.
Los escultores y los paisajistas trabajaron en común: el jardín esconde varios secretos y uno de ellos es que una pequeña escultura es completada por la curva de una planta colocada artísticamente detrás.
Cualquiera que haya plantado un árbol sabe que es una forma de poesía ¿còmo no iba ser maravilloso el trabajo de escultores y botánicos juntos?

De niña, paseaba mucho con mi madre por este gran jardín. La tierra de los senderos es roja (tierra traída, según mi madre, de la provincia de Misiones, dónde está el Iguazú y su catarata)
Ella sabe de paisajismo: así como Carlos Thays diseñó el Botánico de Buenos Aires, su bisabuelo el belga Gislain Espagne diseñó los parques de la ciudad de La Plata, capital de la Provincia de Buenos Aires, y una usina cultural, científica y artística como hay pocas. Contratado durante la época de su fundación, Gislain se ocupó de hacer traer bulbos y semillas de todas partes del mundo, trasladadas en condiciones severamente indicadas por él, distintas según el bulbo, para hacer de los parques de La Plata una reserva de plantas y árboles que representara cada rincón del planeta.
Mi abuela me contó que a Gislain un señor le encargò un parque para su esposa. Bajo la ventana de ella había un terreno yermo. Gislain trabajó en silencio con ocho jardineros toda la noche. La señora durmió normalmente.
Cuando despertó, abrió la ventana para ver un hermoso parque…
Volviendo a ella, la ninfa del Jardìn Botánico; ella está ahí para recibirte. No importa cuán gris pongan los autos y colectivos el color celeste del día. Te olvidas las palabra histeria, desamor, pulsión, sentido, displacer. Olvidas a Flaubert, a Merimee , a Freud y a Eva Sunnz.
Mirala, se mueve. Da la vuelta alrededor de la fuente, ella te mira, no te mira, te busca con un movimiento de la mano, te habla de amor, te susurra, te dice que la mujer tuvo siempre un cuerpo fuerte, y que su seducción y la debilidad no tienen nada que hacer juntas.
Ella está acá, con su gracia, con su movimiento juguetón impreso en la piedra por un escultor para que nunca olvides que el amor es sólo un juego.