domingo, 28 de noviembre de 2021

El Unicornio y el Cénsor

 Anoche volvió. Por quinta o sexta vez consecutiva. la pregunta oscura. Anoche volvió y trajo consigo rostros que quiero olvidar..

El Cénsor.
Un censor puede esconderse en cualquier lado. Un censor puede ser una maestra de escuela que tacha en rojo, una bibliotecaria que da vuelta un viejo fichero para que nadie pueda hurgar en sus rincones, un editor que escudado en oscuras razones comerciales, tan oscuras como inexistentes, te rechaza un libro y te dice que no servís para escribir...Hace años que no lo veo, recuerdo su nombre y no su cara...Si alguien que lee este blog piensa cómo él, puede decirlo..claro que lo mucho escrito demostrará que escribo, ergo...escribo. La editorial que habían dejado en manos de ese censor se fundió en poco tiempo. ¿quien puede estar tan loco de dejarle al censor, al sacerdote de las hogueras y al señor Tijeras un emprendimiento editorial?
El censor también puede ser un best seller academizado "deja de escribir mariconadas con referencias literarias". Por supuesto, serán referencias que él no entiende.Por que ese es el censor: aquel que por no poder disfrutar de algo, no quiere que lo disfrute nadie..El censor de libros es un lector herido en el corazón de la comprensión: difusamente entiende que en ese libro, en ese poema, hay un corazón  que él apenas puede ver, un fuego cuyo calor presiente pero no puede sentir, el censor no está toalmente mutilado para la comprensión.
Está mutilado para el disfrute de la comprensión.El Eros.
 Así que tiene algo de ese cazador de aves que no puede disfrutar de la magia de su vuelo pero si puede percibir que el ave vuela: entonces dispara para verla caer.
Pero hablaba de la visita del Unicornio.
Cada madrugada que me encuentra depierta, cada noche que me pregunto para qué escribir, cada hora de insominio en que los fanstasmas de los censores aparecen mientras lucho por escribir un nuevo libro, aparece él, el Unicornio...
Tiene un solo cuerno de plata y se materializa aéreo sobre esta mesa. Es pequeño y grácil y no necesita hablar. Silenciomente se posa sobre mi mesa, ésta dónde escribo ahora, y con su cabeza elegante y dulce revuelve un poco entre las hojas escritas.
Y me mira.
Su mirada es cálida en la noche fría y en unos pocos segundos siento ese primer incendio que senti la primer vez que escribí un poema.
A todos nos puede visitar el Unicornio. A una escritora, a un zapatero como mi amigo Elvio, a una maestra de inglés como mi amiga Esther, a un actor como mi amigo Matteo...El unicornio nos recuerda que nunca debemos permitir que la noche o el día nos mutilen nuestro deseo de amar lo que hacemos.
 La mejor poesia es la que se vive. No tengan dudas de que si viven poeticamente aparecerán duros censores...
 Pero amando escribimos la vida con caracteres imborrables y cada línea nueva es una batalla librada a nuestro favor...con la silenciosa presencia del Unicornio...

miércoles, 6 de octubre de 2021

EL REGALO DE NAVIDAD. Cuento

 

EL REGALO DE NAVIDAD

Paula Ruggeri

 

 

Llegó al bar en su camioneta vieja. Roja, despintada, era buena, fuerte y útil. A veces le hacían bromas, a veces le gritaban cosas desagradables. Cuando estaba en su viejo barrio, no pasaba nada. Era un barrio de plomeros, albañiles y electricistas. La vida transcurría al sol, de noche se dormía.

Nunca tocaba en su viejo barrio. Tocaba en barrios donde no se dormía. Y esta noche, menos aún. Habría fuegos de artificio, gritos, botellas rotas. El Niño Dios ha nacido--decía la voz plañidera de su abuelo cuando él era un niño. ¿Y dónde está el Niño Dios?¿ ¿Adónde se llevó a su hija?

Esa noche de felicidad obligatoria, Ezequiel estaba desoladoramente triste y tenía que cantar, tocar su electroacústica y moverse. Los hombres son valientes, los hombres no lloran. ¿Cuánto coraje se le puede pedir a un hombre?

Baja las dos consolas, tres rollos de cables prolijamente separados, y lanza un chiflido a la gente del bar. Su Nochebuena ya empezó.

 

Se llevan las consolas y los cables. La Vela, se llama el bar. Al tomar su guitarra (electroacústica), ve los dos rollos de papel de regalo, la cinta scotch y la liviana bolsa floreada. No me tengo que olvidar del regalo—se prometió.

Los tomó junto con la guitarra.

Mientras acomodaba todo (la noche va ser una fiesta), prometió al dueño del bar, se volteó un momento para decirle a una camarera que lo miraba curiosa.

—Me hacés un favor—

—¿Qué ?— dijo desconfiada. Esa noche había planchado su cabellera azabache y se había escotado un poco. Ezequiel no reparó en nada de eso, contra la idea de la chica.

—Me podés dar una mano con el regalo de mi señora? Yo no sé envolverlo y…

—¡Pero claro! —dijo la camarera aliviada-- Démelo ¿que és? —dijo curiosa.

—Un chal.

-—Ay, ¡qué hermoso es!.¡Qué suerte tiene su mujer! Ya se lo envuelvo.

Mientras la chica se empeñaba con los dos rollos, la cinta y el hermoso chal, Ezequiel empezaba a conectar los cables y luego, a probar su electroacústica.

-—¿Todo bien, jefe? — dijo el dueño del bar, con amable desconfianza. Después de todo, no conocía a ese cantante de pelo aleonado y de nombre difícil— Ezequiel Alfredo—-al que pagaba para que animase la nochebuena en su pequeño bar.

-—Todo muy bien. Conecto los cables y estoy listo-—dijo desde el suelo, ocupado en llevar y traer cables . La guitarra estaba apoyada sobre una silla, vigilada de cerca por el ojo atento de Ezequiel Alfredo.

Es que su desgracia no le había anulado el profesionalismo. Ni la necesidad.

A los veinte minutos todo estaba conectado. Ezequiel pidió permiso para cambiarse en el baño. Una camisa azul brillante. Barata, pero brillaba. Los mismos jeans negros con los que llegó. Gel en el pelo, echado hacia atrás y un poco largo.

El propio Sandro no tendría objeciones a su aspecto.

 

—-Hola…Hola…—Ezequiel Alfredo probó el micrófono. —Buenas Noches, -—expresó con oficio-—noche feliz, Nochebuena. Damas y Caballeros. Con ustedes…un servidor.

Y su potente voz de barítono cantó, en un falso susurro…

“Por ese palpitar/Que tiene tu mirar / Yo puedo presentir…”

Suenan aplausos aislados y ahora sí, empuña la guitarra.

“Yo puedo presentir…/Que tú debes sufrir…/Igual que sufro yo.”

—¡Sandro!, gritó un hombre con sorna.

-—Gracias, contestó Ezequiel, impertérrito.

—Igual que sufro yo—corearon un par de señoras.

—Te amo—. Y las cuerdas vocales de Ezequiel se relajaron y temblaron en un hermoso vibrato. Se oyeron aplausos.

 

Unas tres horas después, cansado, Ezequiel comenzó a enrollar cables y guardar la guitarra en su funda. Las consolas ¡qué pesadas eran a esa hora, el día de Navidad!

—Tres mil-— dijo el dueño del bar, contando dos veces los billetes de cien. —-Sacá pronto todo de acá y que te vaya bien. Tenés talento.

Ezequiel guardó el dinero en el bolsillo. Tenía todavía la camisa azul brillante toda sudada. No le habían dado tiempo de cambiarse.

Comprobó que tenía el regalo antes de intentar arrancar el auto.

Tenía un problema. El auto amagaba con arrancar y no arrancaba. Su coche, un Renault Pickup de los 90, daba tirones y rugía de pura impotencia.

-—Vinimos hasta acá—dijo calmo Ezequiel-— Vamos a regresar a casa. Es Navidad.

En el asiento del acompañante estaba el paquete envuelto con esmero con papel brillante como su camisa azul.

El motor respiraba fuerte, asmático y volvía a rugir.

—Vamos a casa, no me falles.

Oyendo el ruego, la Renault arrancó.

Sentía el tirón fuerte en el volante y que el neumático de la derecha, emparchado, se iba rápidamente al desgaste.

—Dios-murmuró Ezequiel—El regalo estaba ahí, en el asiento del acompañante. Pero hacía rato que su mujer no se subía al coche.

Daba igual. Tenía que estar con ella.

—¡Dios! — dijo Ezequiel una vez más, asombrado.-- El auto se había quedado con la goma desinflada, en la entrada para coches de una gomería.

Y estaba abierta. El dueño celebraba la Navidad con su familia en el playón. Había armado una parrilla y toda la familia celebraba la Navidad con un asado.

—¿Qué se le ofrece jefe? ¿nos quedamos? — dijo el dueño de la gomería, sonriente, con una remera roja, bermudas, y un gorro rojo festoneado de blanco.

Para Ezequiel era, efectivamente, Papá Noel en persona.

—Necesito reemparchar este neumático.

—Imposible—dijo el hombre con voz experta—Ya lo emparchaste mucho. Es un riesgo, sabés.

—¿Qué se puede hacer? —dijo Ezequiel con voz desesperada.

—Te puedo ofrecer una emparchada—dijo el hombre, práctico-- Por 3000 pesos te pongo una goma segura y te vas tranquilo.

 

Se sentó en una silla que le ofrecieron. Cabeza gacha, manos entrelazadas.

Cuando el problema estuvo resuelto, entregó los recién ganados 3000 pesos y subió al Renault.

El auto rugía, respiraba asmáticamente, tironeaba y por fin arrancó.

¡Feliz Navidad! Oyó que lo saludaban a sus espaldas.

Sí. Una feliz navidad.

 

Entró en su casa procurando hacer silencio.

Llevaba el regalo en la mano.

—Sarah— susurró.

—Sarah no está—dijo una voz grave de mujer, un poco vacilante.

—Feliz Navidad, Sarah—besó su boca, con aliento a ginebra. El vaso y la botella estaban sobre la mesa. También una foto de la hija muerta en un portarretrato color rosa.

Pero ¿cuánto valor se puede pedir a una mujer?

—Sarah, mi amor, te traje un regalo.

Ezequiel abrió el paquete, cerrado con tanto esmero por una desconocida “qué suerte tiene su mujer”, recordó Ezequiel. Suerte.

Le colocó el chal, una maravilla de seda gris y plata, que contrastaba con los cabellos rubios de Sarah.

—Y ahora, la nena va a dormir, Sarah.

Y suavemente giró el portarretrato, mientras Sarah lloraba despacio.

 

 

 

miércoles, 4 de agosto de 2021

LA NIÑA AUSTRÍACA

 De niña los leía. Títulos como " Una aventura de Sissi", "Sissi y el fugitivo", "Sissi Reina de Hungría". Me apasionaba esa pequeña figura trágica, dechado de bondad, generosa, valiente y un larguísimo etcétera de virtudes, que era la Sissi de ficción.

La encantadora Sissi desdeña el protocolo. Cualquier niña de los 80 se podía fastidiar como ella de los buenos modales. A lo largo de muchos pequeños tomos, Sissi (se acentúa en la primer sílaba, según aprendí en Viena) se enfrenta a espías lombardos, es robada por malvados gitanos, y sobre todo desafía a la Archiduquesa, su suegra, que la tiraniza en la corte. Y a lo largo de muchas páginas, los novelistas expertos exponen las razones con las que Austria dominó una parte importante de Europa .Mientras en " Sissi, una aventura", la princesa busca un tesoro perdido, en "Sissi, Reina de Hungría" corrompe con nobles razones a los aristócratas húngaros, destinados a traicionar a su pueblo.

Evidentemente esta saga de libros escritos por distintos novelistas hombres y mujeres, (Maritza Hensen, Odette Ferty, Marcel Disard, son algunas firmas) tenían intenciones de propaganda que no se terminaban en la política austríaca sino que tenían una misión domesticadora de sus jóvenes objetivos femeninos.

Sin embargo, la Sissi de los libros es revoltosa. Anda por los palacios descalza y despeinada , a veces con una cerveza en la mano.

En el Sissi Museum me emocioné al ver los hermosos vestidos ajados por el tiempo, los retratos, el escritorio donde escribía poesía, que firmaba como Titania.

Fue como enfrentar mi propia adultez, dejar atrás el recuerdo de los libros y ver lo que dejó esa mujer que murió apuñalada.

¿Todo era falso? ¿Mi Sissi es un invento?

Yendo de Praga a Viena me toca sentarme en el mismo vagón que una señora austríaca y su pequeña nieta. La niña tenía unos seis años y llamarla revoltosa es poco. Despeinada, con la carita sucia y risa permanente, da vueltas por los asientos hablando en alemán con todo el mundo.

De golpe me mira. Se da cuenta de que no la entiendo, (no sé alemán) y tengo la satisfacción de darle curiosidad.

Creo que lo hermoso de Sissi y su personaje están en esa niña de seis años. Un hermoso talento para la alegría.

En Austria y en cualquier lado.

jueves, 22 de julio de 2021

LA FLOR DORADA

 La flor dorada

Paula Ruggeri

 

Un perfume árabe

Una flor dorada

Un muy suave beso

Violenta y desmaya

 

Transporta a mi boca

Miel dulce y dorada

Mi boca es una copa

Una copa muy blanda

Agua en que yo bebo

La suavidad de la espada

 

La quiero

Así que dame

Dame la noche, la lluvia, la luna anegada

Dame la orquídea abierta

El perfume de la flor dorada

Dale a mi boca, copa

Dale tu beso de miel, espada hecha agua

 

 

domingo, 9 de mayo de 2021

El gran compendio de las criaturas fantásticas: mi primer libro

 De niña amaba visitar bibliotecas en busca de viejos (para mí nuevos), tomos de mitología. Entre los muchos libros para elegir, los favoritos de mi infancia fueron los diccionarios de mitología helénica (con ellos aclaraba todas las dudas que me generaban los relatos, repletos de referencias), y los hermosos libros ilustrados de editorial Sigmar.

El cabello de la trágica Semíramis era azulado, la fuerza de Hércules esculpida en bronce, el peplo de Afrodita color plata. Así leía y soñaba con las fantásticas ilustraciones de los libros de Sigmar.

Tenía 33 años cuando recibí una llamada telefónica fundamental. Me encargaban la escritura de un libro sobre criaturas fantásticas. La editorial, española, se llamaba Círculo Latino. La paga era aceptable, y llegaba oportunamente

Sólo restaba trabajar. A eso estuve dedicada varios meses. Recuerdo con especial ternura la ayuda de mi hijos Dani y Ger. Dani con sus catorce años y Ger con sus doce, tuvieron un compromiso importante con el proyecto. Su amigo Felipe, interesado en la criptozoología, ayudó muchísimo con  sendos archivos de word sobre dragones.

Sucedió que la criptozología, o zoología fantástica, no me estaba dando suficiente material para las más de cien páginas que debía escribir. Y yo ya soñaba con que ese libro en ciernes fuera un libro especial para un joven lector o lectora, que imaginaba de la edad de mis jóvenes ayudantes.

Comencé a adaptar cuentos, uno por cada criatura fantástica. Un cuento para la sirena, uno para el Minotauro, otro para los dragones. Y cuando no había cuento para adaptar, los creaba yo misma.

Así hice una mezcla  entre adaptaciones de leyendas y relatos propios, pero siempre el protagonista era el mágico ser mitológico.

El libro está ilustrado,  tiene dos ediciones en tapa blanda y dos en tapa dura, se  publicó en Barcelona en el 2005. Se distribuyó en México entre otros países, tiene su páginas de fan en Facebook que descubrí hace poco y algunos cuentos subidos a su propio canal de Youtube. Circula al menos una versión en PDF. Agotó cuatro tiradas interesantes el mismo años 2005.

Estoy muy orgullosa de este libro y del camino que recorre de la mano de sus lectores en distintos países.

Por eso hoy lo recuerdo así.

sábado, 27 de marzo de 2021

THE MOTIONLESS LOVER

 

THE MOTIONLESS LOVER

Paula Ruggeri

Translate from spanish by Claudia De Bella

I

 

The old poet was already dying. The doctor had gone away. There was nothing else to do. In the room, darkened by thick curtains the colour of rage, lighted only by a candle with the glow of death, the poet was lying down. His forehead was turning pale; his hands were already the same colour as the candlelight. His daughter was there. She was fourteen, with a pink complexion and a pain it was useless to show. His son was there. He was almost twenty and the pain in him was wrath-coloured. A blush in his skin, his hair red. His mood, the one of someone waiting for the minute of his liberation. Death was in the room. She was the only one who expressed absolutely nothing, except herself. 

“Clarisa. Go get my notebook with the red covers and bring it to me.”

The teenager stood up to do what she was required.

“Son.” The old man tried to speak loud and clear. “I’m sorry to tell you that you must keep the coffin in the house after I die.”

“When you die, Dad, which will happen soon, your dead little friend’s rotten coffin will fly out of the window. Smashed into pieces.”

“I’ve written my will, son. If you don’t keep the coffin, you can’t keep the house. Girl, Clarisa,” he said more softly, “you must read this notebook,” he took the red-covered notebook in his white, feeble hands, “and keep it inside the coffin. You mustn’t sleep in there without reading it first. And you only have time to do it until you turn fifteen. The notebook must be kept with the coffin. I entrust this to you. Sweet Clarisa.”

The girl could hardly speak. Her eyes met his father’s—that old, sad, crazy poet. They understood each other. They’d always understood each other.

“She’s not crazy like you,” the son cried. “And I want to see that will.” Hitting the wall angrily, he left the room.

Clarisa couldn’t stop the tears.

What will I do without you, father? That’s what her fragile hand said to the old man’s feeble hand.

The old man understood and smiled.

“Yes, Clarisa. You are crazy like me. And you’ve been asking yourself the same question since you were born.”

 

What’s their sanity worth

Compared to my heavenly madness?

 

His voice quivered when he uttered the lines of his most acclaimed poem.

“Don’t let them beat you. If you have to isolate yourself, do it. Take good care of the notebook. I’m leaving it to you. If you have children, tell them the secret at your dying time. Never pretend the secret doesn’t exist.”

“I won’t.”

“Blow the candle off. We’re in the dark, little darling. In the dark, light can lie down with the one who’s lying. And whisper the secret to him.”

“Father.” Her sobs felt more irrepressible, more insistent, only because everything was black, everything was dark.

Her crying muffled the old man’s last words.

“You’ll be a poet. You’ll be great. Greater than me.”

He had a confusing, restless dream. Clarisa appeared in the dream, dressed in white, whispering verses. Clarisa was lying still, the motionless lover. He slept that dream and died.

 

Raúl von Kotsch

1-15-1846     12-9-1926

His son John and his daughter Clarisa pray for his soul.

 

 

II

 

 “You’re crazy, just like your mother,” Pablo mumbled with satisfaction. “Your mom was crazy. She used to sleep in a coffin, my father says.”

“My mom wasn’t crazy. You´re an idiot, just like your father,” Clara said disdainfully, her complexion pink, her look hard. Life with her uncle had hardened her. When her mother was alive it was different. The house belonged just to both of them. They were happy. Her mom used to write poems, but had never published them. Clara thought her mother’s poems were great. She’d died two years ago. Clara hadn’t seen her uncle Juan in her whole life before that. He’d hardly visited her mother when she was ill. Now, he and his stupid son, Pablo, owned the old house and her life. They’d removed all the furniture, the pictures, the books. They’d sold everything. What they couldn’t sell, they threw away. But they couldn’t get rid of what they hated the most. The coffin. It was one of the valuable objects in the house. Just because her mother worshipped it. It used to be in the red room. She called it like that because of the heavy crimson curtains. Now, both the curtains and the coffin were in the attic. Now, there was a billiard table in the former red room. Uncle Juan used to gather there with his friends. They laughed and drank until dawn, on Saturdays. On weekdays, her uncle went to the Sock Market and Clara stayed at home, alone with her cousin. 

“At least I had a mother,” Clara said quietly, almost sweetly.

Pablo turned red. He raised his fist. And Clara started to run.

Up the stairs, down the stairs. Clara spent her days running from her cousin’s fists. Luckily, in summer afternoons he left with his blockheaded friends. And when he left, Clara was alone with her memories and her attic.

Everything that belonged to her was in the attic. The red curtains, her mother and grandfather’s notebooks. Raúl von Kotsch had been famous in his time. That’s why his son, no matter how much he hated to remember him, could never make the decision of getting rid of his manuscripts. They weren’t listed at the Stock Market, that was for sure. But it was worth waiting, in case they had any value some day.

Now Pablo was gone. He’d suddenly remembered they were waiting for him at some wild party and stopped beating her. When the door closed, Clara used her dress to wipe the tears and the blood in her face and, still crying, went to the attic. 

The stairway was steep and the ceiling too low. The door wasn’t locked. In any case, she was the only one who ever got in there. No one but her found any value in the things inside. She sat down on the old curtains, her hands on her knees, and cried for a long time.

“Poetry comforts you,” her mother used to say. “If you are alone and feel like crying, a poem is a better consolation than anything else.”

Her mother knew a lot. Clara picked out an old notebook among the many around. It was impossible to read them all. Sometimes she opened a notebook and it was her mother’s. Sometimes it was her grandfather’s. And sometimes it was some hideous accounting book of Uncle Juan’s. So Clara went downstairs, tore it to pieces and threw it away.

This one looked liked it belonged to her grandfather. But, strangely, it was prose. She was curious, despite her tears. When she read the beginning, she forgot her sorrow. It had been written to her.

 

I’m Raúl von Kotsch and I’m writing this to my daughter Clarisa and my descendants. This is the answer to the question you may have asked yourselves. Why do we have to keep the coffin?

 

The ink had faded. Clara needed glasses, but her uncle spent as little as possible on her. Just food, and a dress when he had no choice.

 

First I’ll tell you the story of the Motionless Lover. The coffin belongs to her. Her name was  Amalia Beatriz Saenz Zumarán. She was a poet. The night of her presentation in society, when she was fifteen, the whole brilliant local high-society was there. In the middle of the party, she fainted. When they loosened up her clothes, they found she was dead. She had a stain on her hand, which made the doctors decide to bury her at once. The memories of the plague were still fresh. She was put in the coffin, the coffin was nailed, and she was buried the next morning with no ceremony. Just her parents. Not even a priest. The vault was sealed. It was one of the biggest in the graveyard at that time; it had a small anteroom and a barred door.

But she wasn’t dead. She had catalepsy. She woke up inside the coffin. Terrified, she managed to open it with her fingernails and her blows. She was able to get out. She could make it to the vault anteroom. And she died of horror, embracing the bars, in the dark night. 

 

Clara sighed. Her nose kept bleeding, but she’d forgotten about it. She imagined Amalia, the motionless lover. The dark night.

 

The coffin ended up in our family’s hands, it hardly matters how. My father bought it, together with the weird story it contained. Necrophilia, Clarisa, is an important business for graveyard keepers. For Amelia’s family, the coffin was a horrid reminder. For the man who sold it, it was just money. For my father, as well as for me, it was a sacred relic.

To you, Clarisa, I leave the coffin and its secret. Its blessing doesn’t belong to me; its curse is not mine. They are the Motionless Lover’s possessions.

 

You’ll know everything

If you sleep inside me,

Death, Life, White, Black.

But when your spring day

Has passed

You’ll know, sleeping in me,

The same we, the dead,

Know about death.

 

Never get into the coffin after you turn fifteen. The Motionless Lover never forgives those who live longer than her. But if you’re not fifteen yet, spend a night, just one night, inside it. And you’ll be a poet. You’ll be great. And you’ll tell Life from Death.

 

Clara closed the notebook. She was excited. There were still twenty days to go before her fifteenth birthday. The time was right. She stood up. She went near the coffin. She took a deep breath. She opened it and lied down inside.

Close it.

The voice was in her head. She obeyed.

She fell asleep. First she saw her mother in the red room, writing like she used to when Clara was a child.

A man was looking at her. Blonde, high cheekbones. He smiled with tenderness. Suddenly, he raised his head. He looked at her, at Clara. He put his hands on his mouth, and then stretched them out to her—his kiss flew like a swirling breeze. White. Everything was white. The breeze surrounded her, seconds of heat and frost. She got dizzy.

Clara. Sweet girl.

It was a woman’s voice. She saw a young girl like her, strange, dressed in white. 

Death turns everything strange.

            Black hair, her skin as white as paper or as…

            Yes, Clara. Death is white. And life is sometimes black. Come closer.

            Clara did. The Motionless Lover smiled.

            I’ve been waiting for you. The spring of your life will come and you won’t return. But I’ll do something for you. Something you already know about… and something else.

            She stretched her white hand and shook her fingers.

            Magic, Clara. I’ll give you magic. Close your eyes. This poem will be yours.

And Clara thought in rhymes, for the first time in her short life. The lines were clear in her head. It was the Motionless Lover’s voice.

 

        The unknown one will come,

            The most mysterious.

            She’ll come as she is

            Tall, sad and painful.

            She’ll come from the South

            And she’ll be like the river

            When she dies.

 

Clara’s voice joined to the Motionless Lover’s.

 

        She’ll come with the music

            Unfamiliar hands

            Will play for me.

 

And Clara’s voice went on.

       

        The wounded happiness.

 

The breeze embraced her, softer, warmer. Now she was alone, writing in the red room.

 

            She’ll be my long-lost love,

            She’ll be my unholy illusion.

            Heaven’s blood

            Will fall on my head

            For I wrote her wounds.

                       

Now the Lover was facing her. She was smiling and crying at the same time.

 

I’ve given it to you, Clara. I’ve given you the secret, as I did to your grandfather and mother. Thank you, Clara. Thank you. I’ve cried through long nights with no days. Long days with no nights. My treasure, the one I never passed on. My secret is yours. You’ll be a poet. You’ll be great. Greater than me.

 

            She’s tall and painful.

            She comes from the South.

 

Clara felt a sudden pain. A deadly pain. She was pulled away from life. She was pulled away from the Motionless Lover’s arms.

Light hurt her. She was shaken with violence.

“Crazy like your mother,” she heard.

“Let me go,” Clara cried.

“No.”

“Let me go, Pablo.”

“Get out of there.”

Clara got out, crying.

“I knew you were doing that.”

“What I do is none of your business.”

“Is it comfortable?” he mocked.

“Don’t laugh at me.”

“You’re dead,” Pablo mocked again.

“No.”

“Yes. Booooooh.”

Clara hid her face.

“Crazy like your mother.”

Clara shivered with hate. Finally, she said slowly:

“You are scared.”

“Me?” he said in surprise.

“Yes. You don’t dare get inside.”

“Oh, yeah?” He turned red. “I don’t do it because I’m not crazy like you and your mother.”

“You don’t do it because you’re scared,” Clara said. She was still crying, but her voice sounded as mocking as his. Pablo turned red and shot out his fist. She ducked and laughed. She laughed at him.

“You don’t  dare”.

“I do, you’ll see. I’m going in, and when I get out I’ll beat you to death.”

“He, Pablo, the greatest. He, the strongest, because he’s a man and sixteen years old. The idiot.” 

“Bah. Crazy like your mother.”

Pablo put one leg into the coffin, then the other. He sat down. He insulted her some more and lied down.

And the coffin slammed close.

Clara whispered something. She ran downstairs and shut herself in the billiard room. The former red room.

 

After his son’s horrible death, after burying him, Juan von Kotsch locked himself in his bedroom, loaded his gun and shot himself.

 

 

III

Buenos Aires, October 24th, 1970

 

“I, Clara von Kotsch, mentally able, with no descendants or close relatives, leave my house and everything it contains to the Poet Society of the Americas, to be turned into its headquarters or for the purposes their members choose, including the property’s sale. I leave them everything it contains, except for the coffin in the attic. I hereby state my will that it must be destroyed after my death, so I’ve made special arrangements to have it done. The Poet Society of the Americas can dispose freely of everything else. I consider this Society my descendant.”

 

She is tall and painful.

She comes from the South.

Her feet are tired

And her gaze is sweet.

She is Heaven’s blood,

She is Hell’s crying.

Both of them are her.

 

She is the Motionless Lover

In the only starless night.

 

 

sábado, 13 de marzo de 2021

Una muestra de humor

 Éste pequeño texto, que he publicado anteriormente y sin duda mis amigos lectores más fieles conocen, para mí siempre es un ejemplo del misterio de la inspiración en materia de letras, humor y personajes. Cuando lo escribí  tenía un amigo (hace mucho tiempo de esto), que era un novelista de éxito internacional y al que se le daba por llamarme a mi humilde departamento de Villa Lugano (que adoro, aunque ya no vivo allí), desde sitios para mis 27 años completamente exóticos: Melilla o San Francisco o Milán. Yo le contestaba con cartas y ésta es una de esas cartas.

Sucedió que una noche, horas después de una llamada internacional, yo me senté en la cocina, miré mi pila de platos personal y decidí escribir una carta a éste maduro señor como si yo estuviera en África. Así al poco tiempo surgí como antropóloga intrépida y luego...
A la mañana, antes de cruzarme al correo a despachar la carta, la releí preocupada...y decidí fotocopiarla. Trabajándola un poco, se convirtió en este texto.
¿DÓNDE ESTÁS, BOB FOSSE?, años más tarde, fue un texto crucial para el crecimiento del blog. Empezaron los comentarios de desconocidos, pronto lectores amigos y la curva de visitas se empezó a elevar. Varios años después de haberlo escrito, lo sigo disfrutando. Acá lo tienen.

¿DÓNDE ESTÁS, BOB FOSSE?

Ah, cuando yo era joven. Vivía en Siberia, era feliz, no tenía sífilis, no había conocido a Bob.
Fue aquí, en África. Podía elegir a cualquiera, pero tuvo que ser él.
Me abandonó. Y aquí, en el corazón de África, planeo mi siniestra venganza, con el latir de los tambores del siniestro brujo de la tribu, quien gusta de la buena música cuando se prepara esos estofados de antropólogo australiano como sólo él lo sabe hacer.
—Diablos —se dijo la escritora y arregló la cinta de la máquina de escribir—. Cómo conmover a la platea, ésa era la cosa. —Qué difícil. Qué dura es la vida del artista. Y cómo están los mosquitos. Me gasto el sueldo en espirales y repelentes que no sirven para nada. Y el calor no se aguanta más: la remera se me pega al cuerpo pero si me la saco me van a ver los vecinos porque mi cuñado no viene a ponerme la cortina.
Es una noche calenturienta en África Ecuatorial y pican los mosquitos. Aquí en África la vida es dura, pero además es corta. Maldición, cada aforismo que digo me recuerda a Bob. No siempre la vida fue tan dura, después de todo. En realidad. En fin, que en África no hay dinero para mosquiteros,  el sueldo se te va solamente en la quinina, y apenas hay que conformarse con cortinas de bambú. Pero soy una mujer curtida y un mosquito de más o de menos no es nada para mí. Si sólo tuviera a mi Bob.

Suena el teléfono. La escritora arroja al suelo un sombrero inexistente y lo patea. Es su cuñado, para decirle que no puede poner la cortina hoy y que mañana Camila baila jazz en la escuela y si no sabe cómo se vestían las bailarinas de jazz. Cómo habrán notado, el lema de la literatura de este prodigio de escritora es que nada se pierde y todo se transforma.

Decía que era una noche calenturienta y pican los mosquitos. ¿Ya les hable de Bumba Catunga? Lloro solitaria pero no estoy sola. Conmigo está Bumba Catunga, el fiel sirviente negro, que ronca panza arriba. Si en un rato no lo despiertan los mosquitos, lo sacudiré para que tome su quinina. Hace tanto calor que lloro y no se nota porque las lágrimas se evaporan haciendo señales de humo que dicen “¿dónde estás, Bob Fosse?”, “Te cavaste la fosa, Bob Fosse”, “te arrancaré los ojos Bob", etc...
Bob etc... salió a comprar cigarrillos hace veinte años y aún no ha regresado. Ahora debe estar mucho más viejo, prefiero al negro, pero se duerme. Es lógico, de día lo hago trabajar. Pero no es como mi Bob Fosse. Él cocinaba, lavaba, planchaba. ¿Dónde estás, Bob Fosse?
Las hienas ríen como mi destino. ¿Estarán digiriendo a mi Bob, etc...? Era tan pesado que podrían digerirlo veinte años. Era indigesto.

Bah, esto es una porquería, se dijo la escritora. El problema es que el negro está dormido, por eso es aburrido. Si estuviera despierto sería más emocionante. Lo voy a despertar.Tomé el látigo y le acaricié con él la espalda.
—Despierta, Bumba Catunga —que quiere decir “hombre con rulos”—. Necesito pasión ardiente. Si no me sirves, arrancaré el tótem del poblado otra vez y después te tocará lavarlo.
—No, por favor —en su voz temblaba la súplica—. Médico brujo hará mucho mal. Dice que ser arpía chiflada.
—Si, soy arpía y me gusta serlo y me gustó mucho ese totem la semana pasada, me gusta más que vos, pero no quiero problemas con la tribu y si no me satisfaces, te azotaré.
—Entonces azótame, me duele menos.
—Ah, mond dieu. Maldito seas, Bumba Catunga. No quiero lastimarte. Sólo bésame.
—Ama, es que si sólo te lavaras los dientes a la mañana...
—Imbécil, una aventurera como yo no se lava los dientes jamás. Bésame.
—Con la boca cerrada sí, ama.
—Maldita sea, quién dijo en la boca. ¿También querés que te haga un mapa?
—Dice médico brujo que francesa ser malvada.
—Ahí si me lavo, te lo juro.
—Eso dijo la semana pasada y no era verdad
—Me puse perfume.
—No insistas, amita, me duele la cabeza.
—Maldición, Bumba Catunga, empiezo a creer que eres un impotente, como dicen en el poblado. Dime que no es verdad.
—Es verdad. ¿Me venderás nuevamente?
—No, Bumba Catunga. Tu conversación me agrada y encuentro que ese totem me gusta mucho.
—¡No, ama! ¡El totem sagrado no! Médico brujo enojar. Quemar esta casa. Yo me voy.
Sale corriendo.
Me quedo sola. Las hienas ríen.
—¡Oh, Bob Fosse! —Mis ojos se llenan de lágrimas—. ¿Dónde estás, Bob Fosse?

—¡Bien! —se dijo la escritora satisfecha y en eso el viento le rompió dos ventanas y le arrojó las macetas al piso, sin que ella se percate en su ensueño de gloria—. El éxito... —suspiró—. Función a sala llena... —volvió a suspirar—. Con Cecilia Roth como la aventurera intrépida, y Ricardo Darín como Bumba Catunga. ¿O Denzel Washington estaría mejor?
Y llena de confianza en el futuro, distraídamente aplastó un mosquito
.

domingo, 7 de marzo de 2021

El jardín de las delicias, su comienzo

 Más de diez años después de su publicación por Ediciones Cuasar, me gusta recordar la génesis de mi novela El jardín de las delicias. Algo me dio el estreno de Matrix, cuando escribí el primer diálogo y, por eso, el dios Morfeo tiene un papel. Ni me acuerdo cuándo fue ese estreno. Llegué a mi casa, escribí un diálogo sin argumento, sin comienzo, sin escenario. Un capricho sin objeto, como suelen comenzar tantos relatos. Quién hablaba con Morfeo era Ulises.

Me gustó. Eran sólo dos páginas que guardé. Ulises esperó años. Esperó hasta una noche, tampoco recuerdo cuándo, muy tarde. Noche de insomnio. Esta vez la película era por cable y se llamaba Línea Mortal. Me gustan las películas que lo tienen todo para ser buenas y en un punto indefinible fracasan. Los protagonistas son un grupo de estudiantes de medicina que quieren saber qué pasa después de la muerte. El planteo es fantástico, único, de solución inimaginable para el espectador. Sólo que también fue inimaginable para los guionistas. Pero yo ya tenía personaje y problema: un viaje de Ulises a correr el velo tras la muerte. Tenía dos problemas, en suma: cómo encontrar una solución narrativa a la altura de ese planteo. Fue entonces cuando alguien inesperado acudió en mi auxilio.
Una niña de ocho años.
Si, fue esa niña. Tenía pelo largo y un moño blanco lo ataba. Estaba en un aula de la Iglesia San Agustín. Estaba estudiando catecismo. Escuchaba dudando. Como si la herejía no se eligiera, sino que se llevara en la mirada, tan imposible de elegir como el color de los ojos.
La niña mira y oye. Y oye muchas cosas raras para su lógica de niña. La catequista es joven y se llama Daniela y está acompañada por un joven seminarista. Hay un velo en la escena, el velo de los años transcurridos a través del cual la niña de ocho años me tiende una mano. Ahora mismo busco su mano, mientras tecleo estas líneas. La catequista habla del Infierno, ese lugar al que van los que pecan, los que no creen, los que mienten, los que no cumplen. Y una voz aguda y chillona, no la de mi amiga de ocho años, sino de otra niña, grita de una esquina del aula.
—Señorita ¿el infierno es de fuego?
—No —responde la catequista: el Infierno es no ver a Dios.
Niños y niñas se desilusionan y discuten. Parece que prefieren que el Infierno sea de fuego y los malos se tuesten allí. No se piensan malos, de ningún modo. Entonces mi pequeña aliada, la niña de pelo largo, levanta la mano y usa toda su voz para decir que no ve a Dios, que nadie lo ve, así que irse o no al Infierno es lo mismo y, por lo tanto, va a vivir como quiera.
Hace tres décadas y un año de esa tarde en que tuve que correr por los pasillos de San Agustín hacia la calle, perseguida por una nube de niños y niñas que me gritaban que me iba al Infierno. El resto es historia. Historia de cuentos y de poemas que hablaban del cielo y el infierno, de buscar en Dante, en Homero, en Virgilio. Historia de la construcción trabajosa de un infierno que incluyera, como debe ser, al paraíso. Esa voz que alcé en el aula de la iglesia se vuelve a alzar, treinta años más tarde, en un paraje infernal hecho palabra por palabra, donde hay sed y eros, sed y labios que besan, sed y vino que marea. Andando por el camino de la vida, escribí El jardín de las delicias. Todos los ejemplares están dedicados a un hombre al que vi mirar las estrellas, ya que de esa mirada al cielo surge toda pregunta. Hay un ejemplar en mi biblioteca: está dedicado a Emily, una amiga en la escritura solitaria, que nació con ojos de hereje.
Un ejemplar dejaré en la Iglesia San Agustín, en el rincón más oscuro: en el confesionario.