lunes, 18 de julio de 2022

ROMANCE DEL PAJARO Y LA FLECHA

 

ROMANCE DEL PÁJARO Y LA FLECHA

“ Seré una Curadora y amaré todo cuánto crece, todo lo que no es árido”              

 Éowyn

Un guerrero cruza el desierto. Su mirada es sed. Su pecho es sed.

            Es el último entre ellos. Siempre hay un último soldado. Cualquier desierto lo hallará perdido y nadie más que el desierto lo hallará. Lo buscarás, mujer, y creerás que lo has hallado una noche, pero solo su brazo te abraza, su corazón sigue en el desierto. En el desierto hay solo voces. Hay voces de pájaros muertos. Cantan sus hirientes trinos solo para el soldado del desierto. Hay voces de espadas muertas, voces de niños muertos, voces de libros que ardieron para siempre y silencio del viejo guerrero. El viejo guerrero puede ser más joven que vos, y siempre será más viejo. Eso no lo podés remediar. Tampoco lo entenderás nunca. Por eso el brazo que te abraza recuerda el desierto. Entonces, no lo busques. Sólo podés esperarlo. Así hace la mujer.

            La mujer espera lejos. Ella quiere esperarlo. Hace veinte años que lo está esperando. Veinte es igual a veinte. Nadie va a negar eso. Veinte años es igual a veinte siglos. Pueden negarlo, no me importará. Ella aviva las llamas, cuando solo queda una brasa, enciende el fuego nuevamente y se sienta a esperar otra vez. Ese es el único fuego perenne. Cuando la biblioteca termina de arder, el fuego muere. Pero el fuego que prende la mujer que espera, no se apaga nunca.

            Hay otra mujer que espera. Esa mujer está esperando más cerca. Tras el desierto, hay la montaña, tras la montaña, hay el bosque, tras el bosque está la llanura eterna, tras la llanura eterna, está la fina arena, la fina arena se pierde en el mar.  Tras el mar, está el hogar del viejo guerrero y el fuego perenne. Eso es muy lejos. La otra mujer que espera es una joven. Vive en el bosque. En el bosque hay árboles de flores rojas. Cuentan que las flores rojas son de sangre de otra joven. Por amar a un guerrero, dicen, la ataron al árbol y le prendieron fuego del que muere. La joven ardió hasta el fin y ese fue el fin del fuego, y nacieron las flores rojas. El guerrero era el último guerrero y se fue al desierto. También hay árboles con troncos rojos. Altos árboles, de madera dura como la roca. Son los guerreros que cayeron antes del desierto. Todos los guerreros caen antes del desierto, menos uno. Ningún guerrero sabe nunca si él será el último guerrero. Los guerreros se miran silenciosos antes de la batalla. A uno lo elegirá la muerte, para que mantenga su recuerdo en el mundo de los vivos. Es eso, mujer. La muerte llegó y lo eligió y no podés competir con ella. Vos parís vida, la muerte mata. ¿Qué recordará el guerrero? La vida es paciente y temerosa, trabaja y ara, besa y arroba, abraza y desvela, envuelve y danza, calla y trabaja, llora y ríe y es una vieja en el hogar, una novia en el altar, una amante poeta, una campesina en el campo de girasol. La muerte no es paciente ni laboriosa y no permite el olvido. Y vos, hombre, la muerte no es como la mujer que te abraza para que te olvides de todo, la muerte te elige y te da la memoria para siempre. Quiere que te vean las campesinas en el campo de girasol, que trabajan y ríen hasta que aparece tu figura, fuerte y cansada, tu espada negra, tus jirones de sangre y tus cicatrices, entonces se callará la risa y la joven ignorante de la muerte sabrá que la muerte existe.

            Pero el bosque es misterioso. Flores rojas, árboles altos.

            En el bosque hay una casa.

            En la casa está Nausícaa.

            Nausícaa está de pie en la tierra. Llega a su rostro el aroma de las flores y también el lento silencio del viejo soldado. Está viejo porque cree que ya lo sabe todo. Él no cree en misterios. Nausícaa tiene largo cabello negro ¿por qué? Nausícaa canta ¿por qué? Nausícaa sabe que él llega y lo espera ¿por qué? Misterios que nunca develará el viejo soldado, ni yo tampoco.

            Llega hasta él el murmullo interminable de la joven. Nausícaa, sin embargo, no abre los labios ¿por qué?

             El viejo guerrero camina bajo la sombra de los árboles altos, las sombras de antiguos guerreros; el aroma de las flores rojas, la sangre de una joven amante; sintiendo el aullido, el murmullo de Nausícaa que se le antoja un curso de agua. Su boca es sed, su pecho es sed y sus altas piernas son tan fuertes, más cansadas cuanto más fuertes. El arroyo, cree, lo llama y descansará.

 Pero el arroyo es una joven. Ella sonríe.

El soldado se detiene, asombrado.

Nausícaa sonríe más. El viejo instinto hace al soldado sonreír.

            Nausícaa lo interroga con los ojos.

            Él no dice nada.

            Por fin ella dice su diálogo

-Extranjero. No parecés vil ni necio.

 El viejo soldado la sigue a la casa, come, bebe, ávido desgarra el vestido de Nausícaa y ella solo sonríe, para él siempre sonreirá. Y al fin, cuando calmó su sed, él se durmió en su regazo.

Y la sonrisa de Nausícaa se esfumó. Él ya no recuerda que debe decir. Ella sí.

 

“Te contaré una historia”

 “Un naúfrago llegó a una playa y en ella una joven jugaba...”

            Nausícaa se torna grave. Él está dormido. Está muy cansado. Y cree que lo sabe todo. Eso le hace sentir compasión de él. Más de la que ya siente. El amor se pierde en el recuerdo, junto con la compasión. Nausícaa piensa en sí misma.

“ Una vez hubo un naúfrago. Se parecía a vos. Estaba cansado. Necesitaba un madero, algo a que aferrarse ...

...y halló una joven

...y luego partió”

“La joven siempre estaba ahí. Antes de que él llegará. Y se quedó cuando él se fue. Y él jamás volvió.

“Sé muchas cosas, soldado. Soy mucho más vieja que tú. Sabía que vendrías. Sabía que me desearías. Y sé que te irás.”

“Solo podés dormir un tiempo”

“Crees que querés ese fuego. El hogar. La mujer que siempre espera. Pero vos , soldado, sólo buscas la muerte. El hogar. El fuego fatuo.”

“ Conté la historia del soldado y la rosa. Canté el poema del cielo y del infierno. En mis manos está el paraíso, pero vos no lo querés. Dolor y muerte. El desierto y el mar. Tu destino no es el hogar, es el viaje. Nunca llegarás. Dormido, te aferrás a mí. Mañana te irás. No sabés que cuando llegues al hogar, tu viaje habrá terminado, la paz habrá llegado pero la vieja guerra no será olvidada. Volverá en tus viejas heridas, una y otra vez.  La vieja espada enmohecerá y a tu alrededor caerán muros que nunca fueron fuertes y todo será el recuerdo de la muerte...”

            “Tu espada es lenta y su hoja inflexible y dura. Pero nada es más dulce para mí. Y aunque hiciera lo que siempre quise, atarte a mis piernas por el fin de los tiempos, vos te vas por tus viejas heridas, tus cicatrices se hacen sangre y deberé dejarte partir, al desierto donde la sangre deja de correr...”

“ Porque tu destino es el viaje y no el hogar.”

            El viejo soldado se movió, inquieto y abrió los ojos.

Nausícaa sonrió.

“Hubo un soldado y hubo una rosa.

Ella estaba herida y él estaba cansado”

“Se hallaron a orillas de un lago”

El sueño volvió.

            Nausícaa sonrío para sí.

“Sólo estoy aquí para decirte que viviré más que vos. Que vivirá mi canto cuando tu espada lleve siglos muerta, porque las palabras del frío mueren en el frío. Que por todo lo que no me  ames, me amarán otros.  Que mi dolor pasará, mi vieja herida cerrará y entonces yo partiré, en un bote de negras aguas, con una vela blanca, a los jardines de Rivendel que nunca viste. Que alguien dormirá en mi regazo, y no se irá nunca. Y cuando llegue mi ocaso, morirán las tristes historias y no te recordaré. Que así viven odios y guerras y viejos soldados, así también vivo yo. Y no cantaré el amor inmóvil, ya nunca más. Y Nausícaa morirá y en su lugar habrá una mujer, en un hogar, y esa mujer seré yo... y llegará el frío y con el frío un hombre y ese hombre serás vos. Y ahora dormí que llega la noche, mientras yo velo, una noche más, un viejo soldado más.”

             Llegó la noche, llegó la luna y llegó el viento. El viento entró en la casa. Viento del Norte.

            El viejo soldado abrió los ojos. Vio el rostro de la joven. Su inocencia le hizo sonreír. Una sombra cruzó su frente: el camino. El camino estaba ahí. No podía descansar. No podía soñar.

            Cerró los ojos. Tenía que incorporarse. Tenía que deshacerse de ese abrazo. Tenía que seguir. Sus labios recibieron una suave presión. El beso de la joven. Pero él era viejo. Sonrió.

-Tengo que irme.

Ella pareció triste.

-Volveré.-mintió. El guerrero más valiente siempre es un cobarde para decir adiós a una mujer.

-¿Adónde?-preguntó ella.

El acarició su rostro. Al mar. Los ojos grandes, inocentes. La piel suave. Un dulce pájaro de juventud. Había visto dulces pájaros atravesados por flechas.

Ella sonrío entre sus lágrimas.

-Nunca te voy a olvidar.

-Recuérdame solo de vez en cuando.

Entonces se deshizo del abrazo de la mujer, se incorporó. Tomó su vieja espada y su escaso equipaje. Abrió la puerta. El viento del Norte los envolvió a ambos.

-Tengo frío-dijo ella.

            Y el soldado volvió al camino. Volvió por donde se había ido. El camino al desierto, nuevamente. Nausícaa se acostó en el lecho, a soñar y a esperar el día. El día de partir al mar. A los jardines de Rivendel.

            Porque su destino era el viaje y no el hogar.

 

En el hogar quedaban rescoldos del viejo fuego. La mujer se levantó y los atizó.

El viento era fuerte. Los ojos del soldado se nublaban. Fantasmas de Navidades pasadas. Dulces pájaros caídos. Heridas tan profundas que no cicatrizaban. Hielo. Hielo es lo único que puede aliviar el dolor. Lo rodeó la helada.

El fuego del hogar se apagó. La mujer dormía, la cabeza entre los brazos. En el sueño lo vio a él, joven, cuando  embarcó. Ambos eran jóvenes. Pensó, soñó, que la juventud era eso, embarcar. Oyó, soñó, que el mar golpeaba la escollera. Vio, soñó, una nave que la esperaba y sus velas negras. Despertó y siguió soñando. Soñando se colocó la capa, soñando tomó un arco y flechas, soñando se dirigió a la orilla y vio en su sueño, la nave que la esperaba. Suspiró, miró la vieja casa y embarcó.

Sola en el temporal, la mujer conducía el barco. Sabía que de todas formas, siempre estaba a la deriva. Sabía que yendo a la deriva, hallaría lo que buscaba.

            Los vientos la llevaron a una orilla de arenas tibias. Cayó allí. Caminó por la playa. De lejos vio a una joven de cabellos negros. Sonrío un poco. Ella también había sido joven. Lo seguía siendo, puesto que había embarcado. Sólo que ya no esperaba nada.

-Esperarás así-pensó la mujer-hasta que entiendas.

La joven la saludó con la mano, agitando el brazo desde lejos, pero la mujer del Norte no respondió. La joven lejana siguió mirando el  mar.

La mujer del Norte siguió su deriva y halló el camino primero, por la llanura eterna, el viejo bosque luego. Los altos árboles rojos le dieron sombra. Cuando sentía hambre, tensaba el arco, disparaba la flecha, entonces el pájaro caía atravesado. La mujer comía.  Y seguía el camino.

La helada era muy fuerte. Pero el viejo soldado también. Él era la helada.

Nunca sabré si ella lo encontró. No sé que fue del viejo soldado. Lo vi partir y luego la vi llegar a ella.

Solo sé que será de mí. Tengo un bote de velas blancas. Cruzaré con él las aguas negras. Iré a los jardines de Rivendel, esos que nunca viste. Mi guerra ya terminó.

Olvidé decir al viejo soldado que la juventud es lo más viejo del mundo.

 

martes, 5 de julio de 2022

Las puertas de La Alhambra


 

Sueño el perfume de la Alambra

En el arco de tu pecho

Tu boca es una puerta,

Tu aliento, un jardín perfumado

Bailan violetas en un lecho borracho

Estrellas mareadas, mirá, es la luna loca

Que tambalea en un cielo hecho de topacios

Tu pecho, el arco de la Alhambra

Y todas sus puertas son bocas tibias

Rosadas, dulces. Me besan como esclavas

Cada flor de cristal me muerde los labios

Polvo de violetas baña tu espalda

Que abrazan mis piernas en medio del agua

Tan dulce es el beso de la espada

Que nadie creyera que al fin matara

Me besa furiosa y me deja exhausta

Y si no tuvieras furia y yo no desmayara

Pálida sobre el lecho, de mí misma raptada

Si en un sueño, dulce dueño

Me vieras rosada y exánime

Y un dulce de mieles de vos se adueñe

Fuera de mí mi espíritu

Vagando difuso

En las danzas más locas

En tu sueño confuso

Por jardines te llevaba

A yacer entre flores y hiedra

Te llevaba embriagada del beso divino

Besándote en el arco tenso de tu pecho

Soñando con puertas de plata 

Con lechos de hiedra

Con jazmines y ámbar

Con la piel blanca de la luna

Reflejada en un lago de nácar

El perfume de tu beso me llevó embriagada

A las puertas de la Alhambra

 

 


domingo, 5 de junio de 2022

Divinas obsesiones.

 

DIVINA OBSESIÓN

Poema de Paula Ruggeri

 

Anoche mientras dormía

Soñé ¡divina obsesión!

Que mi manto te cubría

Y que el Azar se llama Dios

Y solitaria navega tu barca

Por el mar azaroso del temor

Y que ese mar es mi feudo

¡Y el océano reino yo!

y tormentas te acechaban

tormenta que te envié yo

por naufragar tu barca

en la isla del Buen Dolor

y te cubro con mi manta

a vos, desnudo como un dios

o desnudo como un hombre

cuando lo sueño yo

Y amaina la tormenta

Y tu barco naufragó

 

Anoche mientras dormía

Olvidé mi triste obsesión

Que sola y helada lloro

Porque el Azar es mi señor

Y porque él me lleva y me lanza

A tormentas donde no hay Dios

Y en negro océano, furia y tormenta

Yo me muero sin perdón

 

Decime hoy, que estoy despierta

Que soñar es mi razón

Que sola en negra tormenta

A oscuras yo canto amor

Que mi reino es el océano

Porque así lo quiero yo

Y que mi palacio es una isla

Y en la isla reino yo

Y cuando naufragás cada noche

Solo en la tormenta, sin salvación

Soy un refugio de tibieza y consuelo

Soy un abrazo de blanco encantamiento

Soy una reina desnuda, coronada por el viento

Y fuerte como eres te rindes en mi seno

Y la tormenta amaina ¡bello don del cielo!

Amaina entre mis piernas ¡divina obsesión!

Amaina la tormenta pues mis labios son tu dueño

Y el azar se llama Dios

 

miércoles, 18 de mayo de 2022

Ficción y conflictos en la narrativa breve de George R R Martin

 La ficción y sus conflictos en los relatos de George R R Martin

 

Paula Ruggeri

 

 

Había una vez un autor preocupado por escribir la Gran Novela Americana. Y había una vez un autor deseoso de crecer y contar más y mejores historias. Ninguno de los dos eludió los conflictos éticos que plantea ser humanos, pero el segundo de ellos es quien nos ocupa, aunque es coterráneo del autor de las Grandes Novelas Americanas, y eso, lógicamente, en un comienzo, siendo un adolescente en los sesenta, tuvo su importancia.

 

En la década del ochenta, cuando los Norman Mailer y el Nuevo Periodismo se hacían viejos sin enterarse, cuando habían logrado imponer un naturalismo literario que no dudaba en sacrificar a personas reales como inmolaciones necesarias a una literatura convertida en Minotauro Sagrado, un autor de New Jersey llamado George, escribía el relato “Retratos de sus hijos”.

Es el cuento de un escritor de ficción que no duda en quebrar el lazo familiar más profundo para tener una buena historia. Hasta ahí, una historia como tantas que en nombre de una falsa religión literaria se concretan, incluso hoy. Pero Martin cuenta lo que no se ve, el inmenso dolor causado, y el vulgar interés, nada sagrado, que motivó esa violación… Y como fantasmas en la noche, las creaciones del escritor llegan para enfrentarlo a la realidad.

Detrás de los grandes conflictos narrativos subyacen esos choques entre la vida y la ética que caracterizan el oficio de ciertos autores. Mientras lo correcto, lo bueno, lo auténtico, nos sobrevuelan, a ras del piso la vida cuenta otras historias. Curiosamente, Martin elige ese espacio. La Fantasía, buena protección para el lector cuando aparece lo cruel, también es un magnífico terreno de prueba para que un narrador juegue con la construcción de un imaginario. Y se diferencia de otra fantasía, el modelo devenido de la historia de caballería, que ignora con artístico desdén el ras del suelo y nos sigue narrando la vida y la muerte como poesía, épica y no ética. Pero inevitablemente, el mundo platónico de lo bueno y lo justo entra en colisión con los deseos y la cultura, y se produce el conflicto.

 

 

Y el conflicto es la narración. Principio, nudo y fin. Noción aristotélica que debemos estar preparados para actualizar, sobre todo porque es el axioma principal del censor revestido de maestro. Todos conocemos autores que defienden su único punto de vista como sacerdotes de una religión, que lleva su propio nombre. Son fenómenos recurrentes, alimentados por la Máquina de la letra impresa. Pero los que nos nutren, y más importante, trabajan para nuestro descanso, son inquietos, cambian de escenarios, juegan a tomar variados puntos de vista en una misma trama, y no se conforman con verse sólo a sí mismos en el espejo cotidiano de cada mañana.

La fantasía puede ser existencial, puede ser profunda y casi antropológica, pero difícilmente nos aburra, y el guante con que nos golpea, si lo hace, tiene esa textura onírica del viejo teatro de Aristóteles, lloraste y reíste en las gradas, y luego te saludan las Máscaras, repentinamente humanas y amables, y te dejan bajando del escenario a tierra, despacio, dejando que coloques esta noche, como cada noche, el señalador en el tomo viejo o nuevo, lo apoyes en la mesa de luz, y apoyes la cabeza para dormir.

Hay un potente desarrollo dramático en la narrativa de Martin, suelen ser los personajes, su interior, su definición y sus conflictos, quienes llevan adelante la trama, y no se escabulle de la crueldad, aun cuando siempre constituye un riesgo con el lector, pero el Lector, figura genérica que incluye realidades y subjetividades totalmente diferentes, y hasta idiomas y ciudades tan lejos de New Jersey cómo, pongamos, Buenos Aires, donde esto se escribe, el lector lo adoptó, y se llevó los libros de Martin a su casa.

Una frase del novelista argentino Roberto Arlt habla del escritor que avanza a pura prepotencia del propio trabajo. Es bueno difundirla, ya que a veces los señores del marketing y sus novelistas desvirtúan hasta el sentido mismo de la palabra escritor. Es decir, entre los libros que se venden, algunos están escritos por escritores. Los de Martin, por ejemplo.

Comienzo, conflicto y desenlace, dijo Aristóteles. Pero nada dijo de prosas hipnóticas, ni de páginas que avanzan como rectas imparables.

 

Así que tenemos comienzo, y tenemos conflicto, pero el fin no está claro. Porque el conflicto de Martin continúa, se potencia, echa raíces y crece como el junco, y entonces, estamos en presencia de la saga personal de George R. Martin, que toma su primera forma, crece y toma consciencia de sí misma en estos cuentos.

 

jueves, 21 de abril de 2022

El hombre del recorte de diario abajo del brazo

 Siempre me llamó la atención que haya gente que camine por la vida con algunos recortes de periódico sobre sobre su persona como acompañante. En esa rara compañía, una página de diario a veces amarilla y vieja, hay fotos de ellos mismos en un momento de gloria y no sé porqué, ese exhibicionismo narcisista me resulta cándido e insoportablemente egotista a la vez.

Sucedió hace más de 25 años, y se me perdonará la ingenuidad que voy a relatar porque yo era muy joven. Caminaba apurada por la avenida Rivadavia, con un sobretodo gris y una boina negra (si, por ese entonces me gustaba llevar boinas y sombreros, me parecía poético), cuando un hombre de aspecto vulgar me increpa:

"Ocho millones de televidentes quieren ver ese pedazo de cara"

¿Perdón?- pregunté sorprendida, comprendiendo vagamente que me hablaba a mí de mi propia cara.

"Ocho millones de televidentes..." Y extrajo de un bolsillo el  As de espadas, un recorte de periódico. En él se hablaba de un joven productor  de la televisión cultural argentina. Se trataba de él mismo en mejores tiempos.

Voy a ignorar su verdadero nombre. Produjo algunas buenas cosas y tuvo su reconocimiento.

Me contó su proyecto, pergeñado en cinco minutos, para mi pedazo de mi cara.

Lo escuché con atención. Mi trabajo de entonces en una biblioteca era horrible y mal pago. Tenía una jefa que se parecía a Pappo y que me gritaba que no me pagaban por leer ni por escribir.  Una oferta así, como conductora televisiva de un programa de cultura, forzosamente me tenía que interesar

Le di mi teléfono. Le dije dónde trabajaba. Hasta le regalé un revista que llevaba encima con dos artículos míos.

Lo demás es predecible. Antes de la primer prueba de cámara, él tenía que "conocerme bien" Dijo otras cosas que me voy ahorrar en esta página. Llamó unas diez veces más y desapareció.

Me pregunto que habrá hecho cuando el tiempo terminó de amarillear el papel de periódico.

martes, 5 de abril de 2022

El Diablo y el maestro. Cuento de Paula Ruggeri


 

El diablo era un diablo y el maestro un maestro pizzero.

El maestro sudaba por sus numerosos tatuajes de colores, en la tensa musculatura, sacando las pizzas del horno de barro.

El Diablo, con sus tersos pechos y sus largas piernas color cobre, no pensaba en sus músculos poderosos, sino en su corazón. Decían en el barrio que el maestro tenía un corazón de oro. Daba pizza a los hambrientos, a los mendigos y los niños.

—Te amo— —dijo el Diablo cruzando sus largas piernas. Sonriéndole, pensaba en el oro de su corazón.

Desde el horno de barro, lenguas de fuego daban calor y luz a la vieja pizzería. VULCANO, era su nombre. El maestro había heredado el oficio de su padre y su padre a su vez lo había heredado de un viejo napolitano que era su abuelo.

No era tan complicada la genealogía del maestro pizzero. Hablaba de ella con sencillez.

Al Diablo no le importaba nada. Sonreía (la sonrisa de la codicia) y decía con franqueza.

—Yo sólo quiero tu corazón.

Bello como sólo el diablo puede ser, miraba al maestro directamente a su pecho, ahí donde guardaba su magnífico corazón de oro.

El maestro, por su parte, ya se imaginaba las piernas del Diablo abrazadas a su espalda.

Ambos sonreían por motivos bien distintos. El diablo pensaba en el oro derretido de ese corazón tan mal guardado.

El maestro era más sencillo, sólo quería  llevar a esa mujer que tanto sonreía a su cama.

—¿Estás acá por mi corazón?— Preguntó sonriendo (la sonrisa de la lujuria). Y ofreció una porción de pizza recién sacada del horno. Chorreaba salsa de tomate y queso.

El Diablo comía despacio, haciendo sus cálculos.

“¿Si le digo que me dé su corazón, me lo dará? ¿O tendré que calentar un cuchillo y quitárselo?”

—¿Me miras así porque querés robarme el corazón? Sonreía el maestro— Me encanta mirarte comer.¿Cuál es tu nombre? — preguntó acariciando su mentón. Las lenguas de fuego del horno de barro dibujaban raras sombras de cobre en sus rostros.

Pero el diablo dijo que no lo recordaba.

Horas después sus cuerpos estaban entrelazados y en mi l roncos suspiros  el maestro le daba al diablo su corazón y el diablo no se enteraba.  Él quería oro.

—Dámelo—dijo el Diablo y mordió el pecho tatuado con sus pequeños dientes.

—Te voy a dar todo—dijo el maestro refiriéndose a otra cosa.

—Tu corazón— jadeó el diablo— de oro. Con él podré construir un palacio mejor, cambiar el auto y tal vez vivir de rentas. Para eso debes morir.

Al oír esto el maestro se levantó del catre y se empezó a tapar nuevamente. Con las bermudas a medio vestir sobre su cuerpo desnudo, dijo:

—Estás loca.

—Puede ser, pero te arrancaré el corazón.

El maestro tomó una horquilla de pizza y la amenazó con ella.

El Diablo contestó con una sonrisa de mil dientes de cobre. Un destello brilló en ellos y el maestro empezó a tener miedo de verdad.

—Dios mío— murmuró.

—Dios— Escupió el diablo. Dámelo. Tu corazón.

Sin poder resistir la súbita violencia que crecía en su pecho como un huracán, el maestro lo golpeó con la horquilla en la cabeza, que sangró y sangró mientras el diablo moría sin decir más palabra.

El maestro se sentó y suspiró. Su corazón de oro se había ido con el diablo que acababa de asesinar.

Limpió la horquilla y sin estupor contempló como el Diablo se desvanecía como simple arenilla.

martes, 22 de marzo de 2022

Papá Bianco y los Alonso

Ayer volví al Teatro. Esa escenificación de la Vida y la Muerte que es el teatro, ya que sólo el teatro les pone mayúscula . Vida y Muerte son banalizadas a diario y con voz monocorde y grandes títulos periodísticos se reduce la vida a un accidente sin sentido y a la muerte se la mata por segunda vez.

Decía, ayer fui al teatro. Fui a ver la historia de una legendaria familia de artistas, nada menos que actores y actrices. Fui a ver a Irina Alonso, a Ingrid Pelicori, protagonistas y autoras, pero también a su familia. El padre Ernesto Bianco, la madre Iris Alonso. Los tíos Tito y Pola Alonso, y también pertenecieron al clan María Rosa Gallo y Osvaldo Dragún.

Voces exquisitas, las de Ingrid e Irina. Interpretar la propia historia familiar, imagino, es un hermoso pero desafiante ejercicio. De amor.

Las actrices guían y acompañan en un viaje al pasado, dónde las ausencias se vuelven presencia. La voz e imagen de Ernesto Bianco, que yo recuerdo interpretando al Inglés de los güesos, traen a mi memoria unos versos de Quevedo.

 "nadar sabe mi alma  el agua fría /y perder el respeto a ley severa" 

Quién mejor que la poesía para hablarnos del Teatro. De esa suerte de fuego que  brota del corazón cuando con  el genio de sus actores el teatro nos habla, no interpela, nos dice con llanto y risa que las medidas y los cercos de la sociedad no alcanzan al alma y no la domestican..

"Médulas que han gloriosamente ardido", nos dice Quevedo.

Pienso este verso cuando me imagino  a Ernesto Bianco interpretando a Cyrano. Por pura descortesía no coincidí en el  espacio tiempo con esa puesta de Cyrano en el Teatro San Martín, que se recuerda abrumadora, con un genial Bianco.

Recuerdo vagamente que la poeta uruguaya Delmira Agustini hablaba de "una estirpe sublimemente loca". 

"Papá Bianco y los Alonso es un biodrama, teatro documental sobre nuestra familia de artistas. Nuestro padre, el gran Ernesto Bianco, nuestra madre Iris Alonso, actriz y hermana de los actores Tito y Pola Alonso, que fueron emblemáticas figuras de la época del cine de oro, quienes más tarde integrarían a María Rosa Gallo y Osvaldo Dragún, al clan familiar. Nosotras, Irina Alonso e Ingrid Pelicori, en escena, en este espectáculo de nuestra dramaturgia y dirección, vamos a investiga, recordar y homenajear a nuestra familia, ayudadas por proyecciones; fotos, testimonios filmados de amigos y colegas de ellos y también fragmentos de sus actuaciones" 

Papá Bianco y los Alonso. Autoras. Ingrid Pelicori, Irina Alonso. Teatro del Pueblo, Lavalle 3636 Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Lunes 20hs. Entradas por Alternativa Teatral.




martes, 8 de marzo de 2022

Poema para un aqueo

 

SOY TROYANA

Caerás una noche, voluble y errante

Marinero en tierra, yo no soy tu amante

Yo soy una Furia que viene a visitarte

Yo tengo una espada a la que nada puede

La que de ti pende. Yo llevo una daga

Yo llevo una lanza de punta envenenada

Yo llevo palabras que son cuchilladas

Yo llevo el aliento cuyo aroma desprende

El llanto del cielo que un infierno promete

Yo llevo una espada de nervios hirientes

Palabras que te abren, te desnudan

Te despojan de tu armadura

Yo te invito a entrar en el terreno

Donde la lucha se libra con mayor denuedo

¡qué podrán tus manos, por fuertes que sean!

¡qué podrá en mi boca tu viril inteligencia!

Tú eres hombre, tu poder

Es fuerza vana

Yo, mujer, tengo palabras

Yo soy troyana.

 

Ayer lloré en los muros

De mi ciudad derribada

 

Cadenas de esclava en mis pies llagados

Sombría y muda me ataste a tu carro

 

En tu tienda sollocé desnuda

Para vencerme no usaste armadura

 

Hoy yo te he vencido

Escribo los versos que son tu castigo

 

Caerás una noche, voluble y errante

Te matarán mis labios como ayer me mataste

La estrella que te lleva te traerá mañana

Y aunque huyas, tu pecho llevará mi espada

 

Caerás en mis brazos, serás prisionero

De la eterna rosa que es tu eterno sueño

 Paula Ruggeri

domingo, 13 de febrero de 2022

Ojo en el cielo. Cuento de Paula Ruggeri

 Philip K. Dick, Phil para sus amigos, Phil Trafa para su mujer, se despertó esa mañana como siempre, destapado. Su esposa roncaba a su lado, envuelta en todas las mantas. Phil masculló una de sus palabras favoritas. Tenía tres o cuatro de esas y las usaba en toda ocasión. Fue a la cocina y se hizo un café que le salió aguado. No importaba, ella lo hacía peor. Se duchó. Al salir de la ducha resbaló con el jabón y casi se cae, pero no se cayó. Como por milagro se mantuvo en pie.

Otra vez, pensó. Fallan las leyes naturales. La Naturaleza no permite que no te caigas cuando resbalas con el jabón. Comprensiblemente, no haber muerto por una caída en la ducha lo llenó de desconfianza. Ayer había tenido la misma sensación. Se había servido una taza de café y estaba riquísimo. Eso jamás ocurre. Sacudió los hombros, como tratando de liberarse de esa sensación de irrealidad. No lo logró.

—Buen día, querido. Espero que hayas dormido bien. —La voz de su mujer, alegre, puso todos sus instintos de alerta en funcionamiento. Algo no andaba bien. Normalmente, ella se despertaba a las puteadas limpias. La vio acercarse en bata, con una taza de café en la mano.

—¿Te gustó anoche?

Fue como si me caminara un elefante por arriba, pensó pero dijo: —Eh, sí. ¿Estás bien?

—Claro que sí. Estoy maravillosamente bien.

Dick se puso los anteojos para verla mejor. Se los saco, se restregó los ojos, la miró de nuevo. No había dudas, estaba tan horrenda como siempre. Eso, pensó, sí es real. Sin embargo...

—Creo que pasa algo malo, Margot. El mundo es diferente. Las leyes naturales fallan. Creo que la realidad es un ojo que nos mira y tiene miopía. O astigmatismo, tal vez se esté quedando ciego, tal vez...

—¡Uf, otra vez estas estupideces! Hablo en serio, Phil Trafa, te volviste loco, ¿entendés? Colifa. Demente. Psicótico. ¿Tomaste las pastillas que te dio el doctor?

—¿Qué pastillas?

—Éstas, tarado. —Le revoleó una caja en la cabeza. Las pastillitas de colores se derramaron por el piso—. Cinco cada cuatro horas. Ahora andá a trabajar que se te hace tarde. Pero escuchame bien, Phil Trafa, no hables de esto en el trabajo ¿entendés? O te despedirán.

De mala gana, Philip K. Dick, Phil Trafa para Margot, se puso los pantalones y fue al trabajo.



Su trabajo no era un gran trabajo. Trabajaba en un taller como mecánico y no ganaba un gran ingreso. Pero era suficiente para que Margot se hiciera un implante de pestañas cada semana, comiera dulces por tonelada y mantuviera su auto rojo, vistoso, funcional. Pero lo que no podía permitirse era una mascota. Siempre la había querido. Pero era tan difícil. Ni en cuotas la podía comprar.

En el trabajo, Phil se mantenía todo lo callado que podía. Que no era mucho.

—¿Sabés, Bill?

—¿Qué, Phil?

—Creo que el mundo no es real. ¿No te parece que un vulgar mecánico gordo como vos no debería tener una mujer tan bella como Norma Jean? ¿No creés que ella debería casarse con una estrella de béisbol, o un gran escritor, o alguien así? Mirate, Bill, y decime si no tengo...

—Callate, Phil, o te voy a partir la tenaza en la cabeza. Tenés algo con mi esposa, ¿verdad?

—Mirá, Bill, podés partirme la cabeza con la tenaza y estaremos en un mundo real. Pero si partís la tenaza en mi cabeza, eso no haría más que demostrar que yo tengo razón y que las leyes naturales fallan y...

—Decime, decime que dormiste con Norma y entonces...

—No dormí con tu mujer, Bill. Lo que te digo es otra cosa.

—Entonces, si no dormiste con mi esposa, callate y dejá de buscar problemas.

—Bill.

—¿Qué pasa ahora, Phil?

—Hoy me resbalé con el jabón en la ducha y no me caí.

—Qué mala suerte. Podría trabajar tan tranquilo...

—Mi mujer se despertó tan alegre esta mañana, ¿sabés? Eso no es real. Ayer el café me salió rico. Creo que hay un virus en el sistema o tal vez nos invadieron los ultracuerpos, tal vez la Tierra fue destruida y nosotros somos venusinos...

—Phil, calmate, ¿querés? Estás chiflado, pero todos te queremos. Te diré lo que pasa: el mundo lo tenés pintado en los ojos, ¿ves? Y a veces se descascara un poco la pintura, como en este auto, ¿ves? Necesitás chapa y pintura, eso es todo. ¿Por qué no vas al doctor? Te hará bien. Ahora dejame trabajar, ¿querés? Callate un poco. El silencio es salud.

—Bill.

—Callate o te parto la tenaza en la cabeza.

¿Por qué insistía en querer partir la tenaza y no la cabeza? Phil no pudo dejar de pensar en eso.

Cuando volvió a su casa, encontró a su esposa leyendo un libro entre montones de envoltorios de chocolate. Al menos eso era normal. Pero tuvo una corazonada.

—¿Qué leés? —le preguntó, con tono indiferente.

—Leo a Stephen King y no deduzcas estupideces. Esta está buena de verdad.

—¿Ah, sí? —murmuró él. Sus sospechas estaban confirmadas. Su esposa se había licenciado en Letras y solo leía a Shakespeare y esos otros que no se acordaba. Él no era instruido y ella siempre se burlaba de él con citas que no comprendía.

—Phil, ¿de qué te disfrazarás para la fiesta del doctor Sherwood? Yo no sé si ir de aldeana o de Gatúbela, o tal vez de Cleopatra.

—No iré —dijo él.

—Sí irás. El doctor Sherwood es la personalidad más importante del condado de Essex.

—Estamos en Nueva York.

—No interesa. Yo te digo que irás. No voy a una fiesta de disfraces desde hace veinte años. Es una invitación formal. Tal vez él después lleve el automóvil a tu taller. Pero no creo. Tiene un Mercedes.

—Iré de mecánico —contesto él con voz sombría.

—Dios mío. ¿Por qué no te gusta leer, ni bailar, ni las salchichas ni las películas de amor ni nada que me guste a mí? ¿No querés disfrazarte de Marco Antonio o de Batman o de bandido romano?

—Anacoreta de Alejandría —empezó a decir Phil rojo de furia...

—Anixamandro, bestia —le dijo su mujer. Sintió que la ira lo tomaba por los cabellos como Minerva a Aquiles (yo también soy culta). Enrojeció y tartamudeo.

Anixamandro decía que el mundo era...

—Un solipsista, eso es lo que era. Dejate de pavadas que tengo que implantarme las pestañas nuevas para la fiesta del Dr. Sherwood. No el bosque de Sherwood, el doctor. A vos el bosque no te deja ver el árbol. Siempre fuiste un idiota. —Se fue dando un portazo.

—Anacoreta —masculló—. A eso debí dedicarme y no a la caza de brujas.

La puerta se abrió nuevamente de un golpe y asomó Cachavacha con los pelos parados.

—Tal vez el doctor Sherwood te dé otras pastillas, algo que te saque esas idioteces de la cabeza. —Y volvió a dar un portazo.

Phil escuchó arrancar del auto y tomo la honda. Rápidamente abrió la ventana y con certera puntería le asestó un piedrazo al auto de su vecino, Flanders.

—¡Maldición! —masculló. Seguramente Flanders vendría a asestarle un sermón de predicador peor que un mazazo en la cabeza. Y si eso no sucedía y sólo lo demandaba el seguro, entonces eso no era real. Cerró la ventana de un golpe, como es costumbre en la familia Dick.

Pero la ventana no se rompió.



En la fiesta del doctor Sherwood todo transcurría con normalidad. El predicador estaba de Demonio de Tasmania y su mujer de bailarina de cabaret. Flanders estaba de sacerdote y le dedicó un sermón sobre la honda y sobre un tal David que mató a un pobre Goliat y fue preso y sobre doscientos dólares. La mujer de Flanders estaba de bailarina de cabaret. Margot se había disfrazado de aldeana. Él de bandido romano.

Todos comían y bebían y trataban de hablar con el doctor Sherwood. Margot había aplastado a Mistress Sherwood y lo había logrado.

Nadie le prestaba atención.

Salió al parque a meditar. Era raro que todo se presentara tan normal. Eso significaba algo, ¿qué? Una voz argentina interrumpió sus pensamientos.

—¿Querés champán?

Sobresaltado, se dio vuelta. Esa forma de hablar no era normal, pensó. Y lo que tenía frente a sus ojos, tampoco.

Una mujer... la palabra es "angelical".

Eso sugerían las dos alas blancas que cargaban sus hombros y la aureola brillante que exhibía sobre su cabeza. Tenía una cabellera larga, espesa, de un color castaño dorado. Tenía los ojos más dulces... esa dulzura forzosamente debía hacer desconfiar a un hombre como Philip K. Dick. Otro diría que tras ella se escondían segundas intenciones. Él se dijo, sencillamente, que ella era extraterrestre. Alta, delgada, sonriente, llevaba dos copas de bebida burbujeante en las manos.

—Qué buen disfraz —atinó a decir él, aceptando la copa. Ella era ligera. Aérea... Liviana como una copa de champaña, pensó. Lo que lo maravillaba eran sus pestañas. Castañas, aterciopeladas, sedosas. Eran naturales. Hacia años que parecían siglos que no veía pestañas como ésas. Cortaban la respiración. Se sintió mareado. Podría acariciarlas, besarlas, rociarlas de amor oleaginoso. 'Oleaginoso', repitió para sus adentros. Otra vez sucede lo mismo. ¿Por qué pensé oleaginoso? —se preguntaba. ¿Por qué antes dije 'anacoreta' en lugar de 'Anixamandro'.

—¿En qué pensás? —le preguntó el ángel rubio.

—En aceite —dijo él maquinalmente—. Adiós. —Pensativamente volvió sobre sus pasos pero, para su sorpresa, el ángel lo tomó de los hombros.

—Sé que pensás —le dijo—. Por eso estoy aquí. Pensaste 'oleaginoso'. Eso es una falla del sistema, un virus. Al Señor no le gusta cuando un virus se infiltra en el sistema. La Informática Celestial...

—¿La qué? —Phil se volvió y la encaró con ojos enrojecidos. Pensó que ella le tomaba el pelo.

—Pensás que te tomo el pelo.

—Sí.

—Pero si no tenés... —ella rió y volvió a parecer ligera como...— como champán, ¿eh?

A Phil le causaba rabia esa intromisión en sus pensamientos.

—Te dicen que delirás —prosiguió ella—. Vos decís que no. Pero cuando alguien te cree, como yo... sos vos mismo el que no confía en su propio pensamiento y eso lo convierte en un delirio. ¿Querés volver a la normalidad? Rojo. ¿Querés ver la realidad? Azul. Como en todo, vos elegís.

Le mostró dos caramelos. El rojo era de ají. El azul era de ajo.

—¿Me estás cargando? —dijo él—. Se compran en cualquier kiosco.

—¿Te estoy cargando qué, un muerto?

—Dejá de hacer juegos de palabras imbéciles.

—Dejá de molestarte cuando otros son más brillantes que vos. Si querés volver a tu mundo de mentiras, Rojo. Pero si querés ver la realidad, por negra que pueda ser, azul. Vos elegís. Tomalo o dejalo.

—Andate al...

—¿Adónde? —preguntó ella con ansiedad.

—No, no vas a hacer otro juego de palabras idiota. Dame la azul.

Ella se rió. Luego le dio el caramelo.

—Esto que hacés es muy importante.

—Bah. Me gustan los de ajo.

—En gustos no hay nada escrito, dijo un chancho comiendo basura.

—¿Querés que me lo coma o no?

—¿Y qué esperás? Me estás haciendo perder un tiempo terrible. Juega Racing hoy, sabés —consultó un reloj diminuto en su cabello—. ¡Pero la...! Dale, tomate el ajo que no llego.

Philip K. Dick, Phil para sus amigos, Piltrafa para su mujer, abrió el envoltorio del caramelo. Mirándola muy fijo, abrió la boca y...

Y...

Abrió los ojos en un fondo negro. Todo era negro. Espacio sin profundidad, sin color, sin perspectiva. Sin geometría, sin nada de nada.

Bajo sus pies, nada.

Sobre su cabeza, nada.

A la derecha, nada.

A la izquierda, nada.

Lentamente, giró para ver que había detrás.

Lentamente...

Primero vio una calva como la suya.

Luego vio una barba blanca de quince metros.

Luego vio unos ojos pequeños, negros y llenos de arrugas.

Luego una nariz así de larga.

Luego... acabemos de una vez. Vio a un viejo igualito a Panoramix. Y por supuesto, era Dios. ¿Quién más?

—Hola —dijo Phil K. Dick. Sonó un poco cohibido, como confundido. Estaba impresionado, pero quien no lo estaría.

—No me hables que estoy muy furioso. Y mi Ira es la peor Ira. Te borro y hago otro dibujito. Eso haré si me molestas.

—Pero yo...

—Pero yo, nada. ¿Sabes qué es esto?

—No —admitió.

—Esto es el Universo. No es nada. Tu mujer, tu auto, tu vecino Flanders, no existen. Nueva York, Estados Unidos, el planeta Tierra, no existen. El ángel burbujeante de champaña, no existe. ¿Sabes por qué existen para ti todas esas cosas?

Dick no respondió. Era la confirmación de su más profundo espanto. Al fin balbuceó...

—Lo tengo...

Dios lo miraba mientras se acariciaba la barba con dedos largos y huesudos.

—Tengo... —Dick comenzó a temblar...

—Dilo de una vez.

—Pintado. —El temblor no le dejaba articular bien las palabras. Comenzó a toser, ahogado. Una náusea como una marea lo envolvió y tuvo una convulsión.

—¡En los ojos! —gritó Dios en su terrible Ira—. ¡EL MUNDO LO TIENES PINTADO EN LOS OJOS! ¡SÍ, SÍ, SÍ! —Comenzó a reír con carcajadas terribles.

Dick se dejó caer en la nada.



—Bueno, bueno. Tampoco es para ponerse así. Anda, sé buen chico, siéntate. Así. ¿Estás mejor?

Con su Infinita Paciencia, Dios se sentó a su lado. —Escucha, Dick, muchacho. Te lo contaré con florecitas y pajaritos para que lo entiendas.

»Yo había creado un mundo completo. Con árboles, con peces, con vacas, con hombres. Los hombres los hice a mi imagen y semejanza.

»Ése fue mi peor error. Mira mis uñas. ¿Las ves? Largas y sucias. Mira mi barba, desgreñada, roñosa. Soy un sucio y un mal tipo.

»Que sea sucio y un mal tipo no quiere decir que no pueda crear cosas hermosas. ¿Sabes quien fue Miguel Ángel? Jamás se lavaba las manos antes de comer y tampoco después. ¿Has leído a Petrarca? Bueno, aunque pocos lo sabemos, Laura no lo quería por que él le pegaba. ¿Has leído a Quevedo? Se emborrachaba. ¿Balzac? Un tacaño. ¿Víctor Hugo? Era tan mujeriego que le robó la mujer a su propio hijo. Así es... —suspiró—. Yo hice cosas bellas. Y el hombre las destruyó. El mundo me había tomado tanto trabajo. Milenios. Después me sentí tan cansado que me tomé una siesta de dos milenios de nada y con qué me encuentro cuando me despierto... —su voz pasó del murmullo al trueno bíblico—. ¡CON UN BASURAL! Con parquímetros, con automóviles, con supermercados, con tintura para el pelo...

»Comprenderás que lo destruyera.

»Entonces me sentí vacío. Cuando un artista destruye su obra... Conserva algunas cosas que valen la pena. —Metió la mano en la barba y sacó el "Nacimiento de Venus" de Boticelli—. ¿La conoces?", preguntó.

—Mi ángel rubio como la...

—Como la champaña, sí. Con pestañas naturales y sedosas. El original se llamó Simonetta Vespucci. Murió amarga y consumida a los veintitrés años. ¿Y sabes por qué? —preguntó con voz dulce.

—No. ¿Por qué?

Dios le pegó un mamporrazo y gritó: —¡PORQUE LOS HOMBRES ABUSARON DE ELLA! ¡Y ELLA SE MATÓ DE HAMBRE!

Dick se desmayó otra vez.

Cuando despertó había un montón de libros delante de él. La Divina ComediaDon Quijote de la ManchaLos Tres MosqueterosEl Club Dumas. Y Ojo en el Cielo, de Philip K. Dick.

Dick lo tomó y lo miró con asombro.

—Yo nunca este escribí un libro.

—Tú no. Y eres, como bien dice tu mujer, un bruto y un ignorante. Philip K. Dick fue un autor importante del siglo XX. Se dedicó a la ciencia ficción y a la paranoia por partes iguales. Él me dio la idea.

»Destruí todo. Inventé un nuevo Philip K. Dick. Pinté el mundo tal cual era en sus ojos, tus ojos. Así ya no tuvo que tomarme los milenios que me tomó antes.

—¿Y por qué hiciste el mundo tan malo como era antes?

Dios suspiró.

—Por algo el hombre está hecho a mi imagen y semejanza. Por no perderme la telenovela, qué quieres. Sino, qué hago aquí. Solo y aburrido. Y bien, Dick, me has causado un problema, lo voy a solucionar. Ahora lo sabes todo. Pero lo olvidarás todo. No querrás pasar la Eternidad así, conversando conmigo. A pesar de ser un polemista brillante, por supuesto. El problema es que tú no lo eres. Vas a volver a tu mundo. Puedo hacer algunas concesiones. ¿Quieres ser más guapo? ¿otra mujer?

—Quiero a Simonetta Vespucci.

—No. Ella no. No me la arruinarán de nuevo.

—Bien. Quiero un millón de dólares.

—Bah. Te los gastarás en dos años. No.

—Quiero ser más sabio.

—¿Para qué? ¡Mira para lo que sirve!

—Está bien, quiero otra mujer y una mascota de verdad.

—Oh, bueno. Eso no es difícil. Muy bien, Phil. Vas a olvidarlo todo y volverás a la fiesta del Doctor Sherwood. ¿Quieres un perro o un gato?

—Un perro. ¿Podrías ahorrarme la fiesta del Doctor Sherwood?

—Muy bien, volverás a tu casa, a dormir.

Dick sintió los párpados pesados. El negro se volvió neblinoso y de la niebla emergieron los colores primarios, se mezclaron y aparecieron verdes, violetas, rosados...

—Adiós, Phil.



Despertó en su cama, como siempre. Como todas las mañanas, su mujer lo había destapado. Tomó el café aguado de siempre, su mujer le gruñó como siempre. Lo único que lo alegraba de haberse casado con ella eran sus pestañas. Eran verdaderas. Ya no se veían como ésas. Por lo demás, se preguntó por qué no se había hecho sacerdote en lugar de dedicarse a la caza de brujas. Pero tenía un perro. Eso era lujo.