ROMANCE DEL PÁJARO Y LA FLECHA
“
Seré una Curadora y amaré todo cuánto crece, todo lo que no es árido”
Éowyn
Un
guerrero cruza el desierto. Su mirada es sed. Su pecho es sed.
Es el último entre ellos. Siempre
hay un último soldado. Cualquier desierto lo hallará perdido y nadie más que el
desierto lo hallará. Lo buscarás, mujer, y creerás que lo has hallado una
noche, pero solo su brazo te abraza, su corazón sigue en el desierto. En el
desierto hay solo voces. Hay voces de pájaros muertos. Cantan sus hirientes
trinos solo para el soldado del desierto. Hay voces de espadas muertas, voces
de niños muertos, voces de libros que ardieron para siempre y silencio del
viejo guerrero. El viejo guerrero puede ser más joven que vos, y siempre será
más viejo. Eso no lo podés remediar. Tampoco lo entenderás nunca. Por eso el
brazo que te abraza recuerda el desierto. Entonces, no lo busques. Sólo podés
esperarlo. Así hace la mujer.
La mujer espera lejos. Ella quiere
esperarlo. Hace veinte años que lo está esperando. Veinte es igual a veinte.
Nadie va a negar eso. Veinte años es igual a veinte siglos. Pueden negarlo, no
me importará. Ella aviva las llamas, cuando solo queda una brasa, enciende el
fuego nuevamente y se sienta a esperar otra vez. Ese es el único fuego perenne.
Cuando la biblioteca termina de arder, el fuego muere. Pero el fuego que prende
la mujer que espera, no se apaga nunca.
Hay otra mujer que espera. Esa mujer
está esperando más cerca. Tras el desierto, hay la montaña, tras la montaña,
hay el bosque, tras el bosque está la llanura eterna, tras la llanura eterna,
está la fina arena, la fina arena se pierde en el mar. Tras el mar, está el hogar del viejo guerrero
y el fuego perenne. Eso es muy lejos. La otra mujer que espera es una joven. Vive
en el bosque. En el bosque hay árboles de flores rojas. Cuentan que las flores
rojas son de sangre de otra joven. Por amar a un guerrero, dicen, la ataron al
árbol y le prendieron fuego del que muere. La joven ardió hasta el fin y ese
fue el fin del fuego, y nacieron las flores rojas. El guerrero era el último
guerrero y se fue al desierto. También hay árboles con troncos rojos. Altos
árboles, de madera dura como la roca. Son los guerreros que cayeron antes del
desierto. Todos los guerreros caen antes del desierto, menos uno. Ningún
guerrero sabe nunca si él será el último guerrero. Los guerreros se miran
silenciosos antes de la batalla. A uno lo elegirá la muerte, para que mantenga
su recuerdo en el mundo de los vivos. Es eso, mujer. La muerte llegó y lo
eligió y no podés competir con ella. Vos parís vida, la muerte mata. ¿Qué
recordará el guerrero? La vida es paciente y temerosa, trabaja y ara, besa y
arroba, abraza y desvela, envuelve y danza, calla y trabaja, llora y ríe y es
una vieja en el hogar, una novia en el altar, una amante poeta, una campesina
en el campo de girasol. La muerte no es paciente ni laboriosa y no permite el
olvido. Y vos, hombre, la muerte no es como la mujer que te abraza para que te
olvides de todo, la muerte te elige y te da la memoria para siempre. Quiere que
te vean las campesinas en el campo de girasol, que trabajan y ríen hasta que
aparece tu figura, fuerte y cansada, tu espada negra, tus jirones de sangre y
tus cicatrices, entonces se callará la risa y la joven ignorante de la muerte
sabrá que la muerte existe.
Pero el bosque es misterioso. Flores
rojas, árboles altos.
En el bosque hay una casa.
En la casa está Nausícaa.
Nausícaa está de pie en la tierra.
Llega a su rostro el aroma de las flores y también el lento silencio del viejo
soldado. Está viejo porque cree que ya lo sabe todo. Él no cree en misterios.
Nausícaa tiene largo cabello negro ¿por qué? Nausícaa canta ¿por qué? Nausícaa
sabe que él llega y lo espera ¿por qué? Misterios que nunca develará el viejo
soldado, ni yo tampoco.
Llega hasta él el murmullo
interminable de la joven. Nausícaa, sin embargo, no abre los labios ¿por qué?
El viejo guerrero camina bajo la sombra de los
árboles altos, las sombras de antiguos guerreros; el aroma de las flores rojas,
la sangre de una joven amante; sintiendo el aullido, el murmullo de Nausícaa
que se le antoja un curso de agua. Su boca es sed, su pecho es sed y sus altas
piernas son tan fuertes, más cansadas cuanto más fuertes. El arroyo, cree, lo
llama y descansará.
Pero el arroyo es una joven. Ella sonríe.
El
soldado se detiene, asombrado.
Nausícaa
sonríe más. El viejo instinto hace al soldado sonreír.
Nausícaa lo interroga con los ojos.
Él no dice nada.
Por fin ella dice su diálogo
-Extranjero. No
parecés vil ni necio.
El viejo soldado la sigue a la casa, come,
bebe, ávido desgarra el vestido de Nausícaa y ella solo sonríe, para él siempre
sonreirá. Y al fin, cuando calmó su sed, él se durmió en su regazo.
Y
la sonrisa de Nausícaa se esfumó. Él ya no recuerda que debe decir. Ella sí.
“Te contaré una
historia”
“Un naúfrago llegó a una playa y en ella una
joven jugaba...”
Nausícaa se torna grave. Él está
dormido. Está muy cansado. Y cree que lo sabe todo. Eso le hace sentir
compasión de él. Más de la que ya siente. El amor se pierde en el recuerdo,
junto con la compasión. Nausícaa piensa en sí misma.
“ Una vez hubo un
naúfrago. Se parecía a vos. Estaba cansado. Necesitaba un madero, algo a que
aferrarse ...
...y halló una joven
...y luego partió”
“La joven siempre
estaba ahí. Antes de que él llegará. Y se quedó cuando él se fue. Y él jamás
volvió.
“Sé muchas cosas,
soldado. Soy mucho más vieja que tú. Sabía que vendrías. Sabía que me
desearías. Y sé que te irás.”
“Solo podés dormir un
tiempo”
“Crees que querés ese
fuego. El hogar. La mujer que siempre espera. Pero vos , soldado, sólo buscas
la muerte. El hogar. El fuego fatuo.”
“ Conté la historia
del soldado y la rosa. Canté el poema del cielo y del infierno. En mis manos
está el paraíso, pero vos no lo querés. Dolor y muerte. El desierto y el mar.
Tu destino no es el hogar, es el viaje. Nunca llegarás. Dormido, te aferrás a
mí. Mañana te irás. No sabés que cuando llegues al hogar, tu viaje habrá
terminado, la paz habrá llegado pero la vieja guerra no será olvidada. Volverá
en tus viejas heridas, una y otra vez.
La vieja espada enmohecerá y a tu alrededor caerán muros que nunca
fueron fuertes y todo será el recuerdo de la muerte...”
“Tu espada es lenta y su hoja
inflexible y dura. Pero nada es más dulce para mí. Y aunque hiciera lo que
siempre quise, atarte a mis piernas por el fin de los tiempos, vos te vas por
tus viejas heridas, tus cicatrices se hacen sangre y deberé dejarte partir, al
desierto donde la sangre deja de correr...”
“ Porque tu destino
es el viaje y no el hogar.”
El viejo soldado se movió, inquieto
y abrió los ojos.
Nausícaa sonrió.
“Hubo un soldado y
hubo una rosa.
Ella estaba herida y
él estaba cansado”
“Se hallaron a
orillas de un lago”
El
sueño volvió.
Nausícaa sonrío para sí.
“Sólo
estoy aquí para decirte que viviré más que vos. Que vivirá mi canto cuando tu
espada lleve siglos muerta, porque las palabras del frío mueren en el frío. Que
por todo lo que no me ames, me amarán
otros. Que mi dolor pasará, mi vieja
herida cerrará y entonces yo partiré, en un bote de negras aguas, con una vela
blanca, a los jardines de Rivendel que nunca viste. Que alguien dormirá en mi
regazo, y no se irá nunca. Y cuando llegue mi ocaso, morirán las tristes
historias y no te recordaré. Que así viven odios y guerras y viejos soldados,
así también vivo yo. Y no cantaré el amor inmóvil, ya nunca más. Y Nausícaa
morirá y en su lugar habrá una mujer, en un hogar, y esa mujer seré yo... y
llegará el frío y con el frío un hombre y ese hombre serás vos. Y ahora dormí
que llega la noche, mientras yo velo, una noche más, un viejo soldado más.”
Llegó la noche, llegó la luna y llegó el
viento. El viento entró en la casa. Viento del Norte.
El
viejo soldado abrió los ojos. Vio el rostro de la joven. Su inocencia le hizo
sonreír. Una sombra cruzó su frente: el camino. El camino estaba ahí. No podía
descansar. No podía soñar.
Cerró los ojos. Tenía que
incorporarse. Tenía que deshacerse de ese abrazo. Tenía que seguir. Sus labios
recibieron una suave presión. El beso de la joven. Pero él era viejo. Sonrió.
-Tengo que irme.
Ella pareció triste.
-Volveré.-mintió.
El guerrero más valiente siempre es un cobarde para decir adiós a una mujer.
-¿Adónde?-preguntó
ella.
El
acarició su rostro. Al mar. Los ojos grandes, inocentes. La piel suave. Un
dulce pájaro de juventud. Había visto dulces pájaros atravesados por flechas.
Ella
sonrío entre sus lágrimas.
-Nunca te voy a
olvidar.
-Recuérdame solo de
vez en cuando.
Entonces
se deshizo del abrazo de la mujer, se incorporó. Tomó su vieja espada y su
escaso equipaje. Abrió la puerta. El viento del Norte los envolvió a ambos.
-Tengo frío-dijo
ella.
Y el soldado volvió al camino.
Volvió por donde se había ido. El camino al desierto, nuevamente. Nausícaa se
acostó en el lecho, a soñar y a esperar el día. El día de partir al mar. A los
jardines de Rivendel.
Porque su destino era el viaje y no
el hogar.
En
el hogar quedaban rescoldos del viejo fuego. La mujer se levantó y los atizó.
El
viento era fuerte. Los ojos del soldado se nublaban. Fantasmas de Navidades
pasadas. Dulces pájaros caídos. Heridas tan profundas que no cicatrizaban.
Hielo. Hielo es lo único que puede aliviar el dolor. Lo rodeó la helada.
El
fuego del hogar se apagó. La mujer dormía, la cabeza entre los brazos. En el
sueño lo vio a él, joven, cuando
embarcó. Ambos eran jóvenes. Pensó, soñó, que la juventud era eso,
embarcar. Oyó, soñó, que el mar golpeaba la escollera. Vio, soñó, una nave que
la esperaba y sus velas negras. Despertó y siguió soñando. Soñando se colocó la
capa, soñando tomó un arco y flechas, soñando se dirigió a la orilla y vio en
su sueño, la nave que la esperaba. Suspiró, miró la vieja casa y embarcó.
Sola
en el temporal, la mujer conducía el barco. Sabía que de todas formas, siempre
estaba a la deriva. Sabía que yendo a la deriva, hallaría lo que buscaba.
Los
vientos la llevaron a una orilla de arenas tibias. Cayó allí. Caminó por la
playa. De lejos vio a una joven de cabellos negros. Sonrío un poco. Ella
también había sido joven. Lo seguía siendo, puesto que había embarcado. Sólo
que ya no esperaba nada.
-Esperarás así-pensó
la mujer-hasta que entiendas.
La
joven la saludó con la mano, agitando el brazo desde lejos, pero la mujer del
Norte no respondió. La joven lejana siguió mirando el mar.
La mujer del Norte siguió su deriva y
halló el camino primero, por la llanura eterna, el viejo bosque luego. Los
altos árboles rojos le dieron sombra. Cuando sentía hambre, tensaba el arco,
disparaba la flecha, entonces el pájaro caía atravesado. La mujer comía. Y seguía el camino.
La
helada era muy fuerte. Pero el viejo soldado también. Él era la helada.
Nunca
sabré si ella lo encontró. No sé que fue del viejo soldado. Lo vi partir y
luego la vi llegar a ella.
Solo
sé que será de mí. Tengo un bote de velas blancas. Cruzaré con él las aguas
negras. Iré a los jardines de Rivendel, esos que nunca viste. Mi guerra ya
terminó.
Olvidé
decir al viejo soldado que la juventud es lo más viejo del mundo.
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