sábado, 25 de abril de 2020

El cuento chino

Cuando a Chen, taiwanesa y de 11 años, nacida  y crecida en Taipei, y emigrada a la Argentina, con un destino idiomático  violento se la trasplantó a una escuelita en el corazón del barrio porteño de Coghlan, la escuela estaba poco preparada para recibirla. Hacia un año la misma escuela me había recibido a mí, demostrando la misma escasa preparación, y eso que yo hablaba perfecto español. No era el caso de Chen, ella hablaba unas pocas palabras, incluyendo la confusa frase " mi papá profesor", haciendo creer involuntariamente que su padre taiwanés y dueño de un supermercado, era profesor de idiomas.
En realidad, el padre le había enseñado todo lo que sabía con un modestísimo diccionario mandarín- español. Y así Chen luchaba con el idioma, los compañeros, la escuela y las docentes.
El primer día de clases de Chen, la maestra Susana la sentó a mi lado y me encargó que le enseñara español. Así se sacó de encima un problema, según pensaría ella, pero me hizo sin quererlo un enorme favor: me habituó a ese ejercicio del idioma que es la verdadera comunicación.
Más allá de vocablos y gramáticas, con Chen me comunicaba más que con otras chicas que no tenían problemas con mi idioma.
Aprendía que comunicación y lenguaje no siempre son la misma cosa. Hoy tengo amistades en todas partes del mundo con las que me comunico en un galimatías consciente.
Una tarde las maestras exigieron una narración. Para mí eran un ejercicio normal, pero para Chen eran un terrible reto.
Cuando terminamos, yo entregué el cuento, y poco a poco perezosamente los chicos se fueron levantando de los bancos y dejando sus narraciones en la prolija pila, con nombre, grado y turno en un costado de la hoja.
También Chen, para asombro de la clase, las maestras y mío.
Al rato la menciona una maestra:
-Chen, este cuento es un plagio-dice Susana con voz dura.
Y se le ordena escribir otro entre los murmullos de la clase.
 Lo leí en el recreo:
-Chen: ¡¡¡¡¡escribiste la Bella Durmiente!!!!!!? ¿Cómo creíste que no se iban a dar cuenta?
- Es un cuento chino- se defendió- ¿Cómo lo conocen acá? ¡Ustedes lo robaron!
La discusión que siguió hubiera sido muy divertida para los Hermanos Grimm, filólogos, recopiladores de cuentos tradicionales y cuentistas.






martes, 7 de abril de 2020

NEGRITA


Negrita. Palabra mágica de mi infancia y adolescencia, pues fue para mí una auténtica hada madrina. Mujer fuerte, independiente y hermosa, tres virtudes que una adolescente admira sin reparos.
Negrita se llamaba Lilia Haydée, dos nombres de poesía. Lilia, la flor etérea y Haydée, aquel personaje de Byron y musa ficcional de mil poetas. Pero Negrita tenía los pies firmes sobre la tierra, una característica muy suya y que se percibía en sus opiniones y en su voz grave, y al mismo tiempo, alegre y positiva.
La Negra, como se presentaba a si misma al llamarme por teléfono, era una de las pocas personas de actitud positiva que conocí en mi vida y esto sin negaciones de la realidad, ni discursos sobre la actitud positiva. Negrita opinaba sin sermones y sin darse cuenta, te llevaba al lado luminoso.
Pintaba sin llamarse pintora; tocaba el piano sin llamarse pianista.
Guardaba entre libros de Cortázar libros técnicos sobre física y biología, dos disciplinas a las que era aficionada.
Su elegancia entre natural y buscada se integraba a ella perfectamente.
Era mi madrina y la amiga de mi madre. Una mujer amada, y presente.
Le estoy encontrando un papel en mi reciente relato sobre las Hadas. Quiero Hadas diferentes, fuertes, independientes y con los pies firmes en la tierra.
El 4 de abril era su cumpleaños. El 4 de abril, hace apenas tres días, nos dejó.


martes, 31 de marzo de 2020

Iñaki y la Dama


Mientras empiezo a escribir, sueña la música. Jazz, Blues, Rock and roll cantado por mujeres. Una voz masculina entre canciones nos recuerda:  Quedaos en casa.
Hace tiempo de cuarentena que mi amigo Iñaki realiza sus grageas musicales, segmentos de su enorme conocimiento musical con que nos da un momento distinto en estos días oscuros.
Hoy quiero escribir sobre él. Sobre la amistad que tenemos desde hace tantos años.
Emails extensos como cartas. Duelos literarios. Les trois mousquetaires, edición ilustrada, obsequio de Iñaki, a quien no conozco en persona. Y también sumó su esencial colaboración con mi novela La mujer prohibida.
Les hablo de años de amistad.
Hablar de Iñaki es hablar también de ella, la Dama. La que va a trabajar cada día mientras le crece ese flequillo. La Dama atiende una botica, una farmacia, en algún lugar de España cuyo nombre no sé. Y cada día lidia con personas, algunas responsables, alguna que no.
La Dama escribe en su blog. Nos habíamos habituado a la delicia de su ironía, a sus iras momentáneas, a su prosa explosiva.
Pero en los últimos días el blog se convirtió en una crónica, sagaz y seria, de los tiempos de pandemia.
Le estoy reconocida, por estar al frente de la trinchera atendiendo la farmacia y por ser capaz de escribir con esa precisión. No creo que mi prosa no sea precisa también a veces, sólo sé que escribir me cuesta más que nunca.
Desde hace dos días o uno, la Dama no va a la botica, es que le subió la fiebre. Lo dice en su blog, fiebre, tos y dificultad para respirar.
Mientras termino este post, sueña la Música. La música cantada por mujeres que sube Iñaki, dedicada a quienes conforman el frente en esta pandemia, a quienes siguen trabajando. Y a la Dama del blog, de la botica, la que no desdeñó estar en el frente.

jueves, 19 de marzo de 2020

YO ME QUEDO EN CASA

Mi casa no es especial, salvo que además es mi hogar, y sepan que puedo entender, por la vida misma, la diferencia. Entonces, mi hogar no es nada especial. Sin embargo, desde que me quedo en casa, miro con nuevos ojos la biblioteca de mi hogar con más de siete mil ejemplares. Me quedo en casa, pero estoy trabajando en un artículo sobre el vampirismo.
Inspirado lejanamente por la rabia, el romántico vampiro ( de hecho, el vampiro fue una frívola moda en el período romántico europeo), es un ejemplo de lo que se produce culturalmente con un temor masivo, un peligro veloz y casi invisible, cuando ya lleva un tiempo desaparecido. Se lo cicatriza convirtiéndole en moda.
Entonces el médico de Lord Byron, Polidori, en Gran Bretaña, Bram Stoker, en Irlanda y Charles Nodier, en Francia (no en coincidencia), se prestaron gustosos a proveer de sustento literario y teatral a la moda. La alimentaron  con los personajes de Lord Ruthwen, Drácula y El vampiro que Nodier subió a las tablas de la Comedia Francesa.
Insisto en que fue un proceso de cicatrización frente a la infección incontrolable que fue la rabia, transmitida por un tipo de murciélago.
Ahora bien, yo me quedo en casa. Tengo la suerte de tener un espacio de trabajo agradable, y muy buena compañía. Además de mi artículo sobre el vampirismo (basado en una charla que di hace unos años en Rosario), tengo mis libros de idioma y mis diccionarios, más mis clases de francés con el método Franstastique.com.
El francés es un idioma a medias heredado que estoy aprendiendo, sobre todo porque aprendí de niña un francés del siglo XIX, el de los inmigrantes de mi familia, y necesito los giros de hoy. Más allá de eso, es el idioma que más me gusta de los que he intentado estudiar.
Mi vida no es especial, pero tiene sus movimientos. El día 16 de marzo regresé de México en lo que puede haber sido el último vuelo de Aeromexico con destino a Buenos Aires. Fue un viaje difícil. sin dormir desde la noche anterior frente a la noticia del cierre de las fronteras argentinas, noticia que se oye muy mal estando realmente muy lejos. Difícil vuelo, con la mitad de los asientos vacíos, y alguna ciudadana indignada que no aceptaba los protocolos de Sanidad.
Protocolos indispensables en tiempos de Pandemia.
Por eso, por todo eso, #yomequedoencasa
Y me imagino, sin mirada soñadora, la narrativa cicatrizante de un futuro que espero cercano.

jueves, 5 de marzo de 2020

Duerme Matteo


Duerme Matteo, duerme
Hay un lago donde se refleja tu rostro
Por que la Ondina quiere besarlo
Pero tú duerme, Matteo, duerme
Hay un enano en una cueva
La cueva está llena de oro
Pero en un cofre guardado con siete llaves
Está tu nombre escrito por los gnomos
Pero Duerme, Matteo, Duerme
Te llama en suspiros la Luna
 Tú Duerme, Matteo, Duerme
Te llama el bosque susurrante
Tú Duerme, Matteo, Duerme
Helena de Troya toca tu hombro en la cama
Tú Duerme, Matteo, Duerme
Dios golpea la ventana con los nudillos...
Tú Duerme, Matteo, Duerme
Si Duerme Matteo, duerme el gnomo, la ondina,
 el bosque y el Universo todo.
Déjalos dormir...

domingo, 9 de febrero de 2020

Rita y el árbol de mandarina


La hoja de mandarina es una perfecta estrella brillante. Sin embargo este año el árbol no dio flor, ni mucho menos fruto.
Eso es raro. Cómo sea, me importa más su sombra. La sombra del árbol de mandarina es baja, tupida y umbría.
Rita la eligió para sus últimos sueños, en sus últimos atardeceres. Con su pelo chocolate oscuro, robusta pero baja, Rita era una perra libre, alegre y popular, conocedora de las calles de arena y las tranqueras de esta ciudad costera, dónde estoy ahora escribiendo estas líneas.
Es que yo también, entre muchos, quise tanto a Rita.
Rita saltaba las cercas e imponía su alegre presencia a los comensales. Te seguía hasta la playa quisieras o no, y hasta nos siguió a Luis y a mí una noche de verano intenso, con estrellas como gotas y mucha gente en la calle, adónde nos llevaba la música.
Era un concierto de The Beats en La Lucilla del Mar, la mejor banda Beatle del mundo, como ellos se presentan, y Rita se acostó, feliz, junto a nuestras piernas, a escuchar.
La noche, con estrellas como gotas, The Beats, y Rita, color chocolate oscuro. Recibiendo ella, una multitud de caricias pasajeras.
Hace un tiempo, breve y eterno (porque el tiempo es así, eterno y breve), la Rita color chocolate dormía en un montículo de hojas cuando un automovilista no la vio y la arrolló.
Este año, el árbol de mandarina no dio fruto, pero Rita lo escogió. Bajo su sombra protectora  luchó entre la vida y la muerte.
Manos amorosas cuidaron a Rita, almas buenas vertieron cálidas lágrimas.
Manos que ahora la añoran con una dulce melancolía.

miércoles, 8 de enero de 2020

Rocen tus labios


Rendido y violento y suave y mío
Yo soy copa en que vertís el dulce vino
Alma viajera en barco sin velas
Capitán extraño que en tal mar navegas
Tu sueño viaja entre estelas eternas
Que noche te guarde y día te beba

Rocen ya tus labios altares divinos
Bébase la noche tu lento suspiro

Como yo lo bebo.
Derramas la vida cual si fuera fuego

Dulce que es el hombre
Como yo lo sueño

Navegando fuerte por el río abierto
Torrente de rosas , de rosas sin dueño

Hombre derramado, derramada savia
Durmiendo en la luna de más blanda agua
Derramado fuego, guerra derramada

El más dulce beso que nunca diera espada
Tormenta embriagada en un mar tibio
Y en mí te llueves en oro y en limo

Como yo te lluevo
Bendito mi vientre que cobija tu sueño


miércoles, 18 de diciembre de 2019

El cuaderno

En mi casa hay un altillo, un pequeño cuarto en altura , atiborrado de cosas. Eso no es nada raro, en muchas casas hay un altillo, aunque la palabra está en desuso.
Cada tanto tiempo, subo esa escalera empinada, en busca de algún libro. No sólo hay libros, hay cuadros, retratos, una cómoda antigua, y una campana de un viejo buque. Esto último perteneció a los viejos dueños, que eran una pareja de buzos. Gente singular.
La cuestión es que aunque es común para mí subir esa escalera empinada y enfrentar el desorden amable del altillo, hace pocos días ocurrió un pequeño suceso que para mí fue extraordinario.
Lo que ocurrió fue que algún otro miembro de la familia movió una manta de alpaca y la cambió de lugar. Pequeño gesto, todo un descubrimiento.Y cuando yo realicé hace unos siete días mi normal visita al altillo, me sucedió algo...
Lo primero que vi fue un cuaderno dónde estaba la manta de alpaca, tapas claras, lomo de tela verde, un cuaderno Rivadavia de 200 hojas.Un cuaderno que no abría desde veinte años atrás, pero al que dormí abrazada más de una vez
La tinta está perfecta. Los poemas y cuentos y borradores de cartas ocupan las 200 hojas completas, incluidos los márgenes y contratapas.Era ella, la Paula a la que todavía podía su padre llamarla Paulette, la que alguien llamó La Novia de Artagnan, la que sellaba libros todo el día con sus jeans gastados y su cabello larguísimo, la que abrió un día un libro para poner el sello de la última página y encontró un manuscrito de Borges.
Pero también la que no toleraba bien eso de ser llamada musa, y no buscaba trascender por el nombre del otro.Estaba descubriendo el mundo, tenía 25 años, un novio y dos hijos, que poblaron el cuaderno con sus dibujos y poemas.
Todos somos Conrad cuando maduramos.
Permitanme mirar mi cuaderno con una sonrisa, vaso en mano y compartirlo con ustedes.

lunes, 9 de diciembre de 2019

Carta al Navegante


Carta al navegante que partió


Me hiciste una pregunta y te contesto con esta carta. Te escribo la respuesta en verso, las palabras desnudas son tan pobres. Hablaste del misterio de la mujer, de mi secreto insondable: es tan sencillo, hombre, conocer el misterio cuando se quiere saber. Pero si sólo quieres irte lejos, retornar al mar, en soledad, la mujer seguirá guardando su misterio, porque es todo lo que le dejas.
 Pero yo tengo otro secreto. Tal vez hay rencor en mis versos, o simplemente sí, hay rencor, pero tengo una disculpa: un hombre, para una mujer solitaria, es sólo un sueño del que nunca es dueño. Por eso no sabes, mientras navegas por los mares allá lejos, qué consistencia tuvo el sueño que fuiste, cómo se proyectaba, gigante, tu forma en los bosques de mi imaginación. ¿Y si ese es el misterio que te inquietaba y que tal vez una sirena lejana te revele, cantando para ti? La imaginación te hizo más héroe de lo que eras en realidad, tan sólo un Ulises cansado, un Ulises hambriento de una tabla de salvación por una noche, de un refugio de calor por una noche, de un puerto donde amarrar por una noche, por una sola noche.
Y por la mañana te fuiste, dejando el bosque umbrío, más solitario, más inerme en su desnudez.
 Y así te escribí estos versos, desde mi desnudez, contestándote como puedo tus preguntas inquietas, como deben ser las preguntas que se dicen por única vez y sin esperar respuesta, porque una respuesta así, marinero, puede demorarte años en el puerto...O tal vez, preguntas, marino, una y otra vez, a distintas mujeres puerto en costas lejanas y extrañas para mí. Te escribí esta respuesta y disculpa, tal vez nunca te llegue.

Saber qué quisieras
Hombre que aciertas
Navegar la Vida
Y dejarla muerta
Tan tibias aguas
Heladas se vuelven
Al ser navegadas
Por marinos crueles
Por decirte tan sólo
Hombre, que tan duro eres
Que labios tan dulces
Se vuelven crueles
Que parir puede un alma
Rencores inmensos
Y que no sólo el dolor
Nos vuelve mujeres
Por decirte tanto
Mi voz ronca se vuelve
Y dolor mis ojos
Y violentas mis sienes
Y yo me vuelvo loba
Y sólo tú no te vuelves
Mientras tu espalda se aleja
Te vas preguntando
Qué oscuro misterio
Que son las mujeres
Nunca llegas tan profundo
Cuando amas
Como cuando amando hieres
Así abres la puerta de la oscura cripta
Sangre que piedra helada
Volvieron los siglos
Ocultas esmeraldas
Brillantes amatistas
Tesoro del odio
Y del desprecio
Otro pagará
Lo que tú has hecho

La mujer



domingo, 1 de diciembre de 2019

El perro de Manuel


En realidad, Manuel no se llama así, pero prefiero proteger su nombre. Manuel fue mi vecino durante treinta años, pero en esos treinta años estuvo varios años preso, por lo que no fueron tanto.
En ausencia tanto como en su presencia su madre decía “Cuando venga Manuel va a solucionar éste y éste otro problema". "Cuando venga Manuel". Cuando venga.
Vino Manuel y encontró a la madre ya muy anciana. Él la cuidó como muchos hijos probos y sin entradas carcelarias no cuidan a sus madres. Junto con su hermano, Lorenzo, se turnaban para ocuparse de esa mujer que les había dado la vida y tanto había sufrido.
La madre partió, a algún país allende los cielos. Los dos hermanos, viejos asiduos de la cárcel, la lloraron copiosamente en un eterno abrazo, como son los abrazos de los hermanos.
La última vez que vi a Manuel fue hace pocos días. Paseaba un perrito, un cachorro blanco, alegre y vivaz. El cachorro quiso jugar conmigo y pregunté a Manuel su nombre.
Vaciló.
Al fin me dijo gravemente: se llama Noteolvidaré.