Por esos meses, yo hacía caminatas solitarias. Caminaba sola entre los árboles en flor, primavera veloz en mi vida, primavera que me daría una hija en el otoño. No era que estuviera sola, estaba con mi murmullo, mi murmullo ingobernable, saliendo del corazón para hablarle al alma, diciendo un simple: ¿Qué hacemos?
Todavía no había cumplido 19 años, faltaba poco. Las calles, las cortas veredas de mi barrio de Lugano, estaban cercadas por pequeños árboles de cerezo, que le daban a mi llanto silencioso su aroma..
No lo sentí, pero el universo de las hojas lustrosas, las flores de cerezo abiertas, dorándose al sol para dar su fruto, decían con un murmullo más lento, más ágil y gozozo que el mío: estás bien, y está bien el fruto de vientre... y los malos sueños, los murciélagos negros y sus risas soeces, se irán, tan lejos y tan abajo, que un día no los recordarás más...
Un día tendrás una niña y sostendrás en su pequeña mano un lápiz... con prudencia.. para que dibuje sin lastimarse... Creerás que así se divierte, pero es el comienzo de su viaje, igual que vos comenzaste a viajar con la voz de tu abuela recitando poemas, hace años que parecen siglos...
No oía. No oía al sol y sus rayos, ni a la brisa de prmavera, ni a la flor de cerezo...
Caian mis lágrimas pensando en dónde vivirìa, en quién le darìa trabajo a un madre de menos de veinte años, sin anillo en el dedo, sin más apellido para su hija que el propio....
Así que caminaba sin mirar nada, cuando oigo una voz que me llama.
—Perdoname —dice un hombre.
—Perdoname —repite.
Tiene el pelo canoso, una camisa blanca y un pantalón caqui. De golpe soy conciente de que tengo una blusa blanca sin llevar sujetador y una pollera verde ajustada. Todavía mi vientre se siente pequeño.
—No debería decirte esto porque soy un viejo para vos. Pero me parecès un hada.
Lo miré muda. Algo quería decirle, pero no salía.
—Perdoname —repitió y se empezó a alejar, girando la cabeza para hablarme.
—Sos un hada. Sos un hada de la noche...
Dijo esto y se fue. Caminado, todavía mirándome, dobló la esquina.
Y yo seguía de pie, mirando por dónde se había ido. Con las ganas más fuertes de mi vida de gritar.
QUEDATE. Quedate conmigo, por favor...
—Quedate conmigo —dijo un hilo de voz...
Y él ya había doblado la esquina.
El blog de Paula Ruggeri. Contacto: paula.ruggeri743@gmail.com
lunes, 16 de septiembre de 2013
miércoles, 28 de agosto de 2013
ROMANCE DEL PAJARO Y LA FLECHA
“ Seré una Curadora y amaré todo cuánto crece, todo lo que no es árido”
Éowyn
Un guerrero
cruza el desierto. Su mirada es sed. Su pecho es sed.
Es
el último entre ellos. Siempre hay un último soldado. Cualquier desierto lo
hallará perdido y nadie más que el desierto lo hallará. Lo buscarás, mujer, y
creerás que lo has hallado una noche, pero solo su brazo te abraza, su corazón
sigue en el desierto. En el desierto hay sólo voces. Hay voces de pájaros
muertos. Cantan sus hirientes trinos solo para el soldado del desierto. Hay
voces de espadas muertas, voces de niños muertos, voces de libros que ardieron
para siempre y silencio del viejo guerrero. El viejo guerrero puede ser más
joven que vos, y siempre será más viejo. Eso no lo podés remediar. Tampoco lo
entenderás nunca. Por eso el brazo que te abraza recuerda el desierto.
Entonces, no lo busques. Sólo podés esperarlo. Así hace la mujer.
La
mujer espera lejos. Ella quiere esperarlo. Hace veinte años que lo está esperando.
Veinte es igual a veinte. Nadie va a negar eso. Veinte años es igual a veinte
siglos. Pueden negarlo, no me importará. Ella aviva las llamas, cuando solo
queda una brasa, enciende el fuego nuevamente y se sienta a esperar otra vez.
Ese es el único fuego perenne. Cuando la biblioteca termina de arder, el fuego
muere. Pero el fuego que prende la mujer que espera, no se apaga nunca.
Hay
otra mujer que espera. Esa mujer está esperando más cerca. Tras el desierto,
hay la montaña, tras la montaña, hay el bosque, tras el bosque está la llanura
eterna, tras la llanura eterna, está la fina arena, la fina arena se pierde en
el mar. Tras el mar, está el hogar del
viejo guerrero y el fuego perenne. Eso es muy lejos. La otra mujer que espera
es una joven. Vive en el bosque. En el bosque hay árboles de flores rojas.
Cuentan que las flores rojas son de sangre de otra joven. Por amar a un
guerrero, dicen, la ataron al árbol y le prendieron fuego del que muere. La
joven ardió hasta el fin y ese fue el fin del fuego, y nacieron las flores
rojas. El guerrero era el último guerrero y se fue al desierto. También hay
árboles con troncos rojos. Altos árboles, de madera dura como la roca. Son los
guerreros que cayeron antes del desierto. Todos los guerreros caen antes del
desierto, menos uno. Ningún guerrero sabe nunca si él será el último guerrero.
Los guerreros se miran silenciosos antes de la batalla. A uno lo elegirá la
muerte, para que mantenga su recuerdo en el mundo de los vivos. Es eso, mujer.
La muerte llegó y lo eligió y no podés competir con ella. Vos parís vida, la
muerte mata. ¿Qué recordará el guerrero? La vida es paciente y temerosa,
trabaja y ara, besa y arroba, abraza y desvela, envuelve y danza, calla y
trabaja, llora y ríe y es una vieja en el hogar, una novia en el altar, una
amante poeta, una campesina en el campo de girasol. La muerte no es paciente ni
laboriosa y no permite el olvido. Y vos, hombre, la muerte no es como la mujer
que te abraza para que te olvides de todo, la muerte te elige y te da la memoria
para siempre. Quiere que te vean las campesinas en el campo de girasol, que
trabajan y ríen hasta que aparece tu figura, fuerte y cansada, tu espada negra,
tus jirones de sangre y tus cicatrices, entonces se callará la risa y la joven
ignorante de la muerte sabrá que la muerte existe.
Pero
el bosque es misterioso. Flores rojas, árboles altos.
En
el bosque hay una casa.
En
la casa está Nausícaa.
Nausícaa
está de pie en la tierra. Llega a su rostro el aroma de las flores y también el
lento silencio del viejo soldado. Está viejo porque cree que ya lo sabe todo.
Él no cree en misterios. Nausícaa tiene largo cabello negro ¿por qué? Nausícaa
canta ¿por qué? Nausícaa sabe que él llega y lo espera ¿por qué? Misterios que
nunca develará el viejo soldado, ni yo tampoco.
Llega
hasta él el murmullo interminable de la joven. Nausícaa, sin embargo, no abre
los labios ¿por qué?
El viejo guerrero camina bajo la sombra de los
árboles altos, las sombras de antiguos guerreros; el aroma de las flores rojas,
la sangre de una joven amante; sintiendo el aullido, el murmullo de Nausícaa
que se le antoja un curso de agua. Su boca es sed, su pecho es sed y sus altas
piernas son tan fuertes, más cansadas cuanto más fuertes. El arroyo, cree, lo
llama y descansará.
Pero el arroyo es una joven. Ella sonríe.
El soldado se
detiene, asombrado.
Nausícaa sonríe
más. El viejo instinto hace al soldado sonreír.
Nausícaa
lo interroga con los ojos.
Él
no dice nada.
Por
fin ella dice su diálogo
-Extranjero. No parecés vil ni
necio.
El viejo soldado la sigue a la casa, come,
bebe, ávido desgarra el vestido de Nausícaa y ella solo sonríe, para él siempre
sonreirá. Y al fin, cuando calmó su sed, él se durmió en su regazo.
Y la sonrisa de
Nausícaa se esfumó. Él ya no recuerda que debe decir. Ella sí.
“Te contaré una historia”
“Un naúfrago llegó a una playa y en ella una
joven jugaba...”
Nausícaa
se torna grave. Él está dormido. Está muy cansado. Y cree que lo sabe todo. Eso
le hace sentir compasión de él. Más de la que ya siente. El amor se pierde en
el recuerdo, junto con la compasión. Nausícaa piensa en sí misma.
“ Una vez hubo un naúfrago. Se
parecía a vos. Estaba cansado. Necesitaba un madero, algo a que aferrarse ...
...y halló una joven
...y luego partió”
“La joven siempre estaba ahí. Antes
de que él llegará. Y se quedó cuando él se fue. Y él jamás volvió.
“Sé muchas cosas, soldado. Soy
mucho más vieja que tú. Sabía que vendrías. Sabía que me desearías. Y sé que te
irás.”
“Solo podés dormir un tiempo”
“Crees que querés ese fuego. El
hogar. La mujer que siempre espera. Pero vos , soldado, sólo buscas la muerte.
El hogar. El fuego fatuo.”
“ Conté la historia del soldado y
la rosa. Canté el poema del cielo y del infierno. En mis manos está el paraíso,
pero vos no lo querés. Dolor y muerte. El desierto y el mar. Tu destino no es
el hogar, es el viaje. Nunca llegarás. Dormido, te aferrás a mí. Mañana te
irás. No sabés que cuando llegues al hogar, tu viaje habrá terminado, la paz
habrá llegado pero la vieja guerra no será olvidada. Volverá en tus viejas
heridas, una y otra vez. La vieja espada
enmohecerá y a tu alrededor caerán muros que nunca fueron fuertes y todo será
el recuerdo de la muerte...”
“Tu
espada es lenta y su hoja inflexible y dura. Pero nada es más dulce para mí. Y
aunque hiciera lo que siempre quise, atarte a mis piernas por el fin de los
tiempos, vos te vas por tus viejas heridas, tus cicatrices se hacen sangre y
deberé dejarte partir, al desierto donde la sangre deja de correr...”
“ Porque tu destino es el viaje y
no el hogar.”
El
viejo soldado se movió, inquieto y abrió los ojos.
Nausícaa sonrió.
“Hubo un soldado y hubo una rosa.
Ella estaba herida y él estaba
cansado”
“Se hallaron a orillas de un lago”
El sueño volvió.
Nausícaa
sonrío para sí.
“Sólo estoy aquí
para decirte que viviré más que vos. Que vivirá mi canto cuando tu espada lleve
siglos muerta, porque las palabras del frío mueren en el frío. Que por todo lo
que no me ames, me amarán otros. Que mi dolor pasará, mi vieja herida cerrará
y entonces yo partiré, en un bote de negras aguas, con una vela blanca, a los
jardines de Rivendel que nunca viste. Que alguien dormirá en mi regazo, y no se
irá nunca. Y cuando llegue mi ocaso, morirán las tristes historias y no te
recordaré. Que así viven odios y guerras y viejos soldados, así también vivo
yo. Y no cantaré el amor inmóvil, ya nunca más. Y Nausícaa morirá y en su lugar
habrá una mujer, en un hogar, y esa mujer seré yo... y llegará el frío y con el
frío un hombre y ese hombre serás vos. Y ahora dormí que llega la noche,
mientras yo velo, una noche más, un viejo soldado más.”
Llegó la noche, llegó la luna y llegó el
viento. El viento entró en la casa. Viento del Norte.
El
viejo soldado abrió los ojos. Vio el rostro de la joven. Su inocencia le hizo
sonreír. Una sombra cruzó su frente: el camino. El camino estaba ahí. No podía
descansar. No podía soñar.
Cerró
los ojos. Tenía que incorporarse. Tenía que deshacerse de ese abrazo. Tenía que
seguir. Sus labios recibieron una suave presión. El beso de la joven. Pero él
era viejo. Sonrió.
-Tengo que irme.
Ella pareció triste.
-Volveré.-mintió.
El guerrero más valiente siempre es un cobarde para decir adiós a una mujer.
-¿Adónde?-preguntó ella.
El acarició su
rostro. Al mar. Los ojos grandes, inocentes. La piel suave. Un dulce pájaro de
juventud. Había visto dulces pájaros atravesados por flechas.
Ella sonrío
entre sus lágrimas.
-Nunca te voy a olvidar.
-Recuérdame solo de vez en cuando.
Entonces se
deshizo del abrazo de la mujer, se incorporó. Tomó su vieja espada y su escaso
equipaje. Abrió la puerta. El viento del Norte los envolvió a ambos.
-Tengo frío-dijo ella.
Y
el soldado volvió al camino. Volvió por donde se había ido. El camino al
desierto, nuevamente. Nausícaa se acostó en el lecho, a soñar y a esperar el día.
El día de partir al mar. A los jardines de Rivendel.
Porque
su destino era el viaje y no el hogar.
En el hogar
quedaban rescoldos del viejo fuego. La mujer se levantó y los atizó.
El viento era
fuerte. Los ojos del soldado se nublaban. Fantasmas de Navidades pasadas.
Dulces pájaros caídos. Heridas tan profundas que no cicatrizaban. Hielo. Hielo
es lo único que puede aliviar el dolor. Lo rodeó la helada.
El fuego del
hogar se apagó. La mujer dormía, la cabeza entre los brazos. En el sueño lo vio
a él, joven, cuando embarcó. Ambos eran
jóvenes. Pensó, soñó, que la juventud era eso, embarcar. Oyó, soñó, que el mar
golpeaba la escollera. Vio, soñó, una nave que la esperaba y sus velas negras.
Despertó y siguió soñando. Soñando se colocó la capa, soñando tomó un arco y
flechas, soñando se dirigió a la orilla y vio en su sueño, la nave que la
esperaba. Suspiró, miró la vieja casa y embarcó.
Sola en el
temporal, la mujer conducía el barco. Sabía que de todas formas, siempre estaba
a la deriva. Sabía que yendo a la deriva, hallaría lo que buscaba.
Los
vientos la llevaron a una orilla de arenas tibias. Cayó allí. Caminó por la
playa. De lejos vio a una joven de cabellos negros. Sonrío un poco. Ella
también había sido joven. Lo seguía siendo, puesto que había embarcado. Sólo
que ya no esperaba nada.
-Esperarás así-pensó la mujer-hasta
que entiendas.
La joven la
saludó con la mano, agitando el brazo desde lejos, pero la mujer del Norte no
respondió. La joven lejana siguió mirando el
mar.
La mujer del Norte siguió su deriva y halló el
camino primero, por la llanura eterna, el viejo bosque
luego. Los altos árboles
rojos le dieron sombra. Cuando sentía hambre, tensaba el arco, disparaba la
flecha, entonces el pájaro caía atravesado. La mujer comía. Y seguía el camino.
La helada era
muy fuerte. Pero el viejo soldado también. Él era la helada.
Nunca sabré si
ella lo encontró. No sé que fue del viejo soldado. Lo vi partir y luego la vi
llegar a ella.
Solo sé que será
de mí. Tengo un bote de velas blancas. Cruzaré con él las aguas negras. Iré a
los jardines de Rivendel, esos que nunca viste. Mi guerra ya terminó.
Olvidé decir al
viejo soldado que la juventud es lo más viejo del mundo.
domingo, 18 de agosto de 2013
Un Gentleman De Espaldas
Me encargaron la delicada misòn de enhebrar una versiòn de los clàsicos y elegantes diàlogos victorianos, pero adecuados a los tiempos que corren.
Algo asì como una Reina Victoria polìticamente correcta, una Victoria SigloXXI, capaz de mantener su lìmpido entrecejo real sin fruncir ante las màs aguerridas ONG.
Bueno, esto es un borrador. Verè si lo puedo mejorar.
Lord Charold olía despreocupado una rosa, que su tía la Duquesa de York le enviara gratuitamente de su desarreglado jardín.
— Sabes, James.
—¿Señor?— inquirió respetuosamente James, mientras acomodaba los tiestos flojos del jardín de invierno donde su señor fumaba en pipa.
— Hace diez años que estás a mi servicio y no puedo darte la espalda. Me preocupa—.dijo con displicencia.
— Señor, creo que debería confiar en mí. Hace diez años que estoy a su servicio— redundó James acalambrándose en su pose respetuosa.
—James, creo que comprenderás. Yo sólo puedo confiar en esta— dijo Lord Charold, bajándose los pantalones confeccionados por el mejor sastre de Trafalgar Square y los calzoncillos largos tejidos por su tía, la Duquesa de York- Por más que lo intente, lo cierto es que no puedo darle la espalda.
—Si me permite, Lord Charold— repuso James— yo no me incomodaría por darle la espalda. Hay que disfrutar de la vida. Como dijera San Patrick “Ninguna fruta es prohibida si sabe bien”
— ¿Eso dijo San Patrick, James? Me admira.
—Creo que no lo dijo, señor, pero seguramente lo pensó.
—Es igual, es una bella frase. Como sea, no creo que haya nada igual a esta. Es una pena que no pueda darme la espalda— suspiró Lord Charold— Apostaría que tú no tienes nada que se le parezca.
—Señor— se irguió James—.Tal vez no sea mucho, pero seguramente algo se parece
—Disculpa, James. Aunque hace diez años que estás mi servicio, no te creo.
— Se lo juro, señor.
— ¿Por qué juras, James? No te creeré si no lo veo.
James se apresuró a bajarse los pantalones.
— Humm. Lo siento, James, no se parece. Hey, se ha volcado un tiesto a tu espalda.
— No veo ningún tiesto caído, señor.
— Mira bien.
— No hay ningún tiesto en el piso, señor --dijo James respetuosamente.
—Entonces arroja uno.
—¿Cuál , señor?
—Cualquiera.
James arrojó la maceta. Luego se inclinó a recoger los pedazos.
—James— dijo Lord Charold, emocionado—. Te aumento el sueldo diez libras.
—Oh, señor— exclamó el mayordomo.
—Diez libras y un chelín.
—¡Oh Señor!
—Dí “Ay, señor” y te aumentaré diez libras y cinco chelines.
—Ay señor
—Llámame John y cierra la puerta.
NOTA: BIEN!: la Reina de Inglaterra podría leer tranquilamente este relato moral en el jardín de invierno del Palacio de Buckingham. Y el arzobispo de Canterbury también.
Creo que es suficiente y en lo que concierne a mi tarea, hoy duermo tranquila.
Algo asì como una Reina Victoria polìticamente correcta, una Victoria SigloXXI, capaz de mantener su lìmpido entrecejo real sin fruncir ante las màs aguerridas ONG.
Bueno, esto es un borrador. Verè si lo puedo mejorar.
Lord Charold olía despreocupado una rosa, que su tía la Duquesa de York le enviara gratuitamente de su desarreglado jardín.
— Sabes, James.
—¿Señor?— inquirió respetuosamente James, mientras acomodaba los tiestos flojos del jardín de invierno donde su señor fumaba en pipa.
— Hace diez años que estás a mi servicio y no puedo darte la espalda. Me preocupa—.dijo con displicencia.
— Señor, creo que debería confiar en mí. Hace diez años que estoy a su servicio— redundó James acalambrándose en su pose respetuosa.
—James, creo que comprenderás. Yo sólo puedo confiar en esta— dijo Lord Charold, bajándose los pantalones confeccionados por el mejor sastre de Trafalgar Square y los calzoncillos largos tejidos por su tía, la Duquesa de York- Por más que lo intente, lo cierto es que no puedo darle la espalda.
—Si me permite, Lord Charold— repuso James— yo no me incomodaría por darle la espalda. Hay que disfrutar de la vida. Como dijera San Patrick “Ninguna fruta es prohibida si sabe bien”
— ¿Eso dijo San Patrick, James? Me admira.
—Creo que no lo dijo, señor, pero seguramente lo pensó.
—Es igual, es una bella frase. Como sea, no creo que haya nada igual a esta. Es una pena que no pueda darme la espalda— suspiró Lord Charold— Apostaría que tú no tienes nada que se le parezca.
—Señor— se irguió James—.Tal vez no sea mucho, pero seguramente algo se parece
—Disculpa, James. Aunque hace diez años que estás mi servicio, no te creo.
— Se lo juro, señor.
— ¿Por qué juras, James? No te creeré si no lo veo.
James se apresuró a bajarse los pantalones.
— Humm. Lo siento, James, no se parece. Hey, se ha volcado un tiesto a tu espalda.
— No veo ningún tiesto caído, señor.
— Mira bien.
— No hay ningún tiesto en el piso, señor --dijo James respetuosamente.
—Entonces arroja uno.
—¿Cuál , señor?
—Cualquiera.
James arrojó la maceta. Luego se inclinó a recoger los pedazos.
—James— dijo Lord Charold, emocionado—. Te aumento el sueldo diez libras.
—Oh, señor— exclamó el mayordomo.
—Diez libras y un chelín.
—¡Oh Señor!
—Dí “Ay, señor” y te aumentaré diez libras y cinco chelines.
—Ay señor
—Llámame John y cierra la puerta.
NOTA: BIEN!: la Reina de Inglaterra podría leer tranquilamente este relato moral en el jardín de invierno del Palacio de Buckingham. Y el arzobispo de Canterbury también.
Creo que es suficiente y en lo que concierne a mi tarea, hoy duermo tranquila.
sábado, 20 de julio de 2013
SOY TROYANA
Caerás una noche,
voluble y errante
Marinero en tierra,
yo no soy tu amante
Yo soy una Furia que
viene a visitarte
Yo tengo una espada a
la que nada puede
La que de ti pende.
Yo llevo una daga
Yo llevo una lanza de
punta envenenada
Yo llevo palabras que
son cuchilladas
Yo llevo el aliento
cuyo aroma desprende
El llanto del cielo
que un infierno promete
Yo llevo una espada
de nervios hirientes
Palabras que te
abren, te desnudan
Te despojan de tu
armadura
Yo te invito a entrar
en el terreno
Donde la lucha se
libra con mayor denuedo
¡qué podrán tus
manos, por fuertes que sean!
¡qué podrá en mi boca
tu viril inteligencia!
Tú eres hombre, tu
poder
Es fuerza vana
Yo, mujer, tengo
palabras
Yo soy troyana.
Ayer lloré en los
muros
De mi ciudad
derribada
Cadenas de esclava en
mis pies llagados
Sombría y muda me
ataste a tu carro
En tu tienda sollocé
desnuda
Para vencerme no
usaste armadura
Hoy yo te he vencido
Escribo los versos
que son tu castigo
Caerás una noche,
voluble y errante
Te matarán mis labios
como ayer me mataste
La estrella que te
lleva te traerá mañana
Y aunque huyas, tu
pecho llevará mi espada
Caerás en mis brazos,
serás prisionero
De la eterna rosa que
es tu eterno sueño
viernes, 5 de julio de 2013
EL ARTE DE HACERSE DESPEDIR
Bueno, estas son necedades. La cuestión es acá dar mis modestas lecciones para todo aquel que quiera hacerse despedir de su trabajo rápidamente. Así que volvamos a la frase de Swift.
Reconocemos a un genio porque los necios se conjuran contra él, dice el tipo.
La vida está llena de casos donde un grupo de necios se conjura contra otro necio, que no por eso se cree un genio. Ustedes y yo nos reconocemos en ese último grupo. Somos necios y nos molestan otros necios como nosotros.
Ser un necio es relativo. Ahora, justamente ser un genio es un absoluto. ¿entienden? Tienen que empezar a comportarse como absolutos y no como relativos. Y decir frases como las dos últimas que dije yo, que no se entienden un carajo. ¿Qué es ser un absoluto? Pregúntenle a otro, hace dos frases que soy un genio y no me sé explicar.Todas sus acciones tienen que así, singulares, claras y contundentes. Si usted quiere ser despedido rápidamente, sea un genio.
Créase o no, artistas en hacernos despedir somos todos. Yo misma soy una experta. Mis primeros despidos no tenía conciencia de mi potencial artístico. Me iba llorando, cabizbaja, con el treinta por ciento del último sueldo apretado en el bolsillo, diciendo ¿por qué a mi? Claro, los contratos basura lograron muchos despedidos sin aporte de su propia genialidad. Bueno: los contratos basuras son ahora normales. En algunos sitios, despedir gente está de moda. Yo simplemente trato de que no sean otro ladrillo en la pared. Hay que hacerlo todo, como dice Twain, con estilo. Así, si lo o la van a despedir: sea un artista.
Hay técnicas y pequeños consejos con los que logrará ser un genio y que lo despidan, todo junto. Y para esto, apelaremos a Platón.Si, sé que se cita más a Foucault, pero es más fácil Platón. A Platón lo visualizo como uno más de nosotros, despedido, en una ronda de mate y biscochos Don Satur. A Foucault lo veo más como becario del Conicet, tomando capuccino en el Café del Lector. No se por qué. Busquemos a Platon, que es amigo.
Acá deberá hacer una pequeña inversión. Cómprese "El Banquete" o bien el "Critón", que queda menos festivo y más suicida. Cómprelo usado, así parece que lo leyó muchas veces.
Llévelo al trabajo. Síentese, no importa si es repositor o trabaja en una estación de servicio. Siéntese en el escalón del surtidor de nafta a leer. Lo amarán. Se hará popular, creáme.
Lo querrán incinerar.
Supongamos que trabaja en una biblioteca. ¿qué más natural que sentarse a leer? No crea. Yo tuve una jefa bibliotecaria que me recordaba cinco o seis veces por hora que no me pagaban por leer.
"¿Ah, si?" Contestaba yo un poco distraída pero educadamente. Y pasaba otra página.
Pero bueno. Siéntese, le decía y abra el libro. Lea toda la tarde. No se olvide de fichar al irse.
Si es cajera de supermercado la despedirán en el acto.Dígale a su jefe que busca un hombre y que se aparte de su tubo fluorecente. Sabe que usted no se parece a Diógenes y su jefe no se parece en nada al gran Alejandro. Aclárele que busca otro hombre, no a él. Una vez hecha la salvedad, será despedida. Para el glorioso momento, apréndase las siguientes frases: "Usted no piensa, luego no existe".O "El estómago tiene razones que la razón no comprende" Y pida un sandwich. Su bella ironía será recordada durante años en toda la línea de cajas.
Bien, pero si no es cajera de supermercado o empleado de estación de servicio, el proceso puede ser más largo. Apoye su Platón en el escritorio y comienze a filosofar. A cada pregunta responda según el conocido método de la mayéutica.
Ejemplo:
Jefe-"No te pagan por leer"
Usted- "¿Lo cree así?"
Jefe: "¿Sos estúpido o te hacés?
Usted: "¿Es bruto o se hace?"
Jefe: " Voy a comunicar esto al señor Director"
Usted- "¿Puedo ir al baño?"
Ve lo simple que es. Usted, un pacífico filósofo socrático. Él, un bruto animal. Su superioridad moral está demostrada, sobre su jefe y sobre la Polis. Así que no tome cicuta porque no hay, y además todos lo queremos, pero váyase tranquilo y feliz a su casa.
Si es que fue despedido después de esto.Porque si no lo despiden, conserve ese trabajo.
Es un trabajo maravilloso.
sábado, 22 de junio de 2013
200 entradas
Esta entrada es especial.
Significa que la autora creció con el blog, que ustedes y nosotros (nosotros: los personajes en busca de autor que me hallaron a mí, y ustedes), nos hemos encontrado aquí, en estas aguas que también son costas...
Como naúfragos de un mismo barco, hace tiempo dispersos por el mundo, pero siempre hermanos...
Quiero festejarlo con ustedes, y para eso voy a rescatar a mi vieja amiga, la antropóloga intrépida...Nadie como ella para narrar la maravillosa alquimia que puede suceder en cualquier sitio y momento, cuando le permitimos la magia a esa hoja de papel que tenemos enfrente...
Como la magia de que estés aquí, habitante de Luxemburgo, Barcelona, Mountain View, Santo Domingo, Cali, Paris, Caracas, Moscú, Debrecen, Bologna, Alicante, Palo Alto, Myanmar, Rosario, mi ciudad de Buenos Aires y de tantos sitios, remotos o no, que participan de la maravilla de este encuentro.
¿DÓNDE ESTÁS, BOB FOSSE?
Ah, cuando yo era joven. Vivía en Siberia, era feliz, no tenía sífilis, no había conocido a Bob.
Fue aquí, en África. Podía elegir a cualquiera, pero tuvo que ser él.
Me abandonó. Y aquí, en el corazón de África, planeo mi siniestra venganza, con el latir de los tambores del siniestro brujo de la tribu, quien gusta de la buena música cuando se prepara esos estofados de antropólogo australiano como sólo él lo sabe hacer.
—Diablos —se dijo la escritora y arregló la cinta de la máquina de escribir—. Cómo conmover a la platea, ésa era la cosa. —Qué difícil. Qué dura es la vida del artista. Y cómo están los mosquitos. Me gasto el sueldo en espirales y repelentes que no sirven para nada. Y el calor no se aguanta más: la remera se me pega al cuerpo pero si me la saco me van a ver los vecinos porque mi cuñado no viene a ponerme la cortina.
Es una noche calenturienta en África Ecuatorial y pican los mosquitos. Aquí en África la vida es dura, pero además es corta. Maldición, cada aforismo que digo me recuerda a Bob. No siempre la vida fue tan dura, después de todo. En realidad. En fin, que en África no hay dinero para mosquiteros, el sueldo se te va solamente en la quinina, y apenas hay que conformarse con cortinas de bambú. Pero soy una mujer curtida y un mosquito de más o de menos no es nada para mí. Si sólo tuviera a mi Bob.
Suena el teléfono. La escritora arroja al suelo un sombrero inexistente y lo patea. Es su cuñado, para decirle que no puede poner la cortina hoy y que mañana Camila baila jazz en la escuela y si no sabe cómo se vestían las bailarinas de jazz. Cómo habrán notado, el lema de la literatura de este prodigio de escritora es que nada se pierde y todo se transforma.
Decía que era una noche calenturienta y pican los mosquitos. ¿Ya les hable de Bumba Catunga? Lloro solitaria pero no estoy sola. Conmigo está Bumba Catunga, el fiel sirviente negro, que ronca panza arriba. Si en un rato no lo despiertan los mosquitos, lo sacudiré para que tome su quinina. Hace tanto calor que lloro y no se nota porque las lágrimas se evaporan haciendo señales de humo que dicen “¿dónde estás, Bob Fosse?”, “Te cavaste la fosa, Bob Fosse”, “te arrancaré los ojos Bob", etc...
Bob etc... salió a comprar cigarrillos hace veinte años y aún no ha regresado. Ahora debe estar mucho más viejo, prefiero al negro, pero se duerme. Es lógico, de día lo hago trabajar. Pero no es como mi Bob Fosse. Él cocinaba, lavaba, planchaba. ¿Dónde estás, Bob Fosse?
Las hienas ríen como mi destino. ¿Estarán digiriendo a mi Bob, etc...? Era tan pesado que podrían digerirlo veinte años. Era indigesto.
Bah, esto es una porquería, se dijo la escritora. El problema es que el negro está dormido, por eso es aburrido. Si estuviera despierto sería más emocionante. Lo voy a despertar.
Tomé el látigo y le acaricié con él la espalda.
—Despierta, Bumba Catunga —que quiere decir “hombre con rulos”—. Necesito pasión ardiente. Si no me sirves, arrancaré el tótem del poblado otra vez y después te tocará lavarlo.
—No, por favor —en su voz temblaba la súplica—. Médico brujo hará mucho mal. Dice que ser arpía chiflada.
—Si, soy arpía y me gusta serlo y me gustó mucho ese totem la semana pasada, me gusta más que vos, pero no quiero problemas con la tribu y si no me satisfaces, te azotaré.
—Entonces azótame, me duele menos.
—Ah, mond dieu. Maldito seas, Bumba Catunga. No quiero lastimarte. Sólo bésame.
—Ama, es que si sólo te lavaras los dientes a la mañana...
—Imbécil, una aventurera como yo no se lava los dientes jamás. Bésame.
—Con la boca cerrada sí, ama.
—Maldita sea, quién dijo en la boca. ¿También querés que te haga un mapa?
—Dice médico brujo que francesa ser malvada.
—Ahí si me lavo, te lo juro.
—Eso dijo la semana pasada y no era verdad
—Me puse perfume.
—No insistas, amita, me duele la cabeza.
—Maldición, Bumba Catunga, empiezo a creer que eres un impotente, como dicen en el poblado. Dime que no es verdad.
—Es verdad. ¿Me venderás nuevamente?
—No, Bumba Catunga. Tu conversación me agrada y encuentro que ese totem me gusta mucho.
—¡No, ama! ¡El totem sagrado no! Médico brujo enojar. Quemar esta casa. Yo me voy.
Sale corriendo.
Me quedo sola. Las hienas ríen.
—¡Oh, Bob Fosse! —Mis ojos se llenan de lágrimas—. ¿Dónde estás, Bob Fosse?
—¡Bien! —se dijo la escritora satisfecha y en eso el viento le rompió dos ventanas y le arrojó las macetas al piso, sin que ella se percate en su ensueño de gloria—. El éxito... —suspiró—. Función a sala llena... —volvió a suspirar—. Con Cecilia Roth como la aventurera intrépida, y Ricardo Darín como Bumba Catunga. ¿O Denzel Washington estaría mejor?
Y llena de confianza en el futuro, distraídamente aplastó un mosquito.
Significa que la autora creció con el blog, que ustedes y nosotros (nosotros: los personajes en busca de autor que me hallaron a mí, y ustedes), nos hemos encontrado aquí, en estas aguas que también son costas...
Como naúfragos de un mismo barco, hace tiempo dispersos por el mundo, pero siempre hermanos...
Quiero festejarlo con ustedes, y para eso voy a rescatar a mi vieja amiga, la antropóloga intrépida...Nadie como ella para narrar la maravillosa alquimia que puede suceder en cualquier sitio y momento, cuando le permitimos la magia a esa hoja de papel que tenemos enfrente...
Como la magia de que estés aquí, habitante de Luxemburgo, Barcelona, Mountain View, Santo Domingo, Cali, Paris, Caracas, Moscú, Debrecen, Bologna, Alicante, Palo Alto, Myanmar, Rosario, mi ciudad de Buenos Aires y de tantos sitios, remotos o no, que participan de la maravilla de este encuentro.
¿DÓNDE ESTÁS, BOB FOSSE?
Ah, cuando yo era joven. Vivía en Siberia, era feliz, no tenía sífilis, no había conocido a Bob.
Fue aquí, en África. Podía elegir a cualquiera, pero tuvo que ser él.
Me abandonó. Y aquí, en el corazón de África, planeo mi siniestra venganza, con el latir de los tambores del siniestro brujo de la tribu, quien gusta de la buena música cuando se prepara esos estofados de antropólogo australiano como sólo él lo sabe hacer.
—Diablos —se dijo la escritora y arregló la cinta de la máquina de escribir—. Cómo conmover a la platea, ésa era la cosa. —Qué difícil. Qué dura es la vida del artista. Y cómo están los mosquitos. Me gasto el sueldo en espirales y repelentes que no sirven para nada. Y el calor no se aguanta más: la remera se me pega al cuerpo pero si me la saco me van a ver los vecinos porque mi cuñado no viene a ponerme la cortina.
Es una noche calenturienta en África Ecuatorial y pican los mosquitos. Aquí en África la vida es dura, pero además es corta. Maldición, cada aforismo que digo me recuerda a Bob. No siempre la vida fue tan dura, después de todo. En realidad. En fin, que en África no hay dinero para mosquiteros, el sueldo se te va solamente en la quinina, y apenas hay que conformarse con cortinas de bambú. Pero soy una mujer curtida y un mosquito de más o de menos no es nada para mí. Si sólo tuviera a mi Bob.
Suena el teléfono. La escritora arroja al suelo un sombrero inexistente y lo patea. Es su cuñado, para decirle que no puede poner la cortina hoy y que mañana Camila baila jazz en la escuela y si no sabe cómo se vestían las bailarinas de jazz. Cómo habrán notado, el lema de la literatura de este prodigio de escritora es que nada se pierde y todo se transforma.
Decía que era una noche calenturienta y pican los mosquitos. ¿Ya les hable de Bumba Catunga? Lloro solitaria pero no estoy sola. Conmigo está Bumba Catunga, el fiel sirviente negro, que ronca panza arriba. Si en un rato no lo despiertan los mosquitos, lo sacudiré para que tome su quinina. Hace tanto calor que lloro y no se nota porque las lágrimas se evaporan haciendo señales de humo que dicen “¿dónde estás, Bob Fosse?”, “Te cavaste la fosa, Bob Fosse”, “te arrancaré los ojos Bob", etc...
Bob etc... salió a comprar cigarrillos hace veinte años y aún no ha regresado. Ahora debe estar mucho más viejo, prefiero al negro, pero se duerme. Es lógico, de día lo hago trabajar. Pero no es como mi Bob Fosse. Él cocinaba, lavaba, planchaba. ¿Dónde estás, Bob Fosse?
Las hienas ríen como mi destino. ¿Estarán digiriendo a mi Bob, etc...? Era tan pesado que podrían digerirlo veinte años. Era indigesto.
Bah, esto es una porquería, se dijo la escritora. El problema es que el negro está dormido, por eso es aburrido. Si estuviera despierto sería más emocionante. Lo voy a despertar.
Tomé el látigo y le acaricié con él la espalda.
—Despierta, Bumba Catunga —que quiere decir “hombre con rulos”—. Necesito pasión ardiente. Si no me sirves, arrancaré el tótem del poblado otra vez y después te tocará lavarlo.
—No, por favor —en su voz temblaba la súplica—. Médico brujo hará mucho mal. Dice que ser arpía chiflada.
—Si, soy arpía y me gusta serlo y me gustó mucho ese totem la semana pasada, me gusta más que vos, pero no quiero problemas con la tribu y si no me satisfaces, te azotaré.
—Entonces azótame, me duele menos.
—Ah, mond dieu. Maldito seas, Bumba Catunga. No quiero lastimarte. Sólo bésame.
—Ama, es que si sólo te lavaras los dientes a la mañana...
—Imbécil, una aventurera como yo no se lava los dientes jamás. Bésame.
—Con la boca cerrada sí, ama.
—Maldita sea, quién dijo en la boca. ¿También querés que te haga un mapa?
—Dice médico brujo que francesa ser malvada.
—Ahí si me lavo, te lo juro.
—Eso dijo la semana pasada y no era verdad
—Me puse perfume.
—No insistas, amita, me duele la cabeza.
—Maldición, Bumba Catunga, empiezo a creer que eres un impotente, como dicen en el poblado. Dime que no es verdad.
—Es verdad. ¿Me venderás nuevamente?
—No, Bumba Catunga. Tu conversación me agrada y encuentro que ese totem me gusta mucho.
—¡No, ama! ¡El totem sagrado no! Médico brujo enojar. Quemar esta casa. Yo me voy.
Sale corriendo.
Me quedo sola. Las hienas ríen.
—¡Oh, Bob Fosse! —Mis ojos se llenan de lágrimas—. ¿Dónde estás, Bob Fosse?
—¡Bien! —se dijo la escritora satisfecha y en eso el viento le rompió dos ventanas y le arrojó las macetas al piso, sin que ella se percate en su ensueño de gloria—. El éxito... —suspiró—. Función a sala llena... —volvió a suspirar—. Con Cecilia Roth como la aventurera intrépida, y Ricardo Darín como Bumba Catunga. ¿O Denzel Washington estaría mejor?
Y llena de confianza en el futuro, distraídamente aplastó un mosquito.
domingo, 9 de junio de 2013
Un día en el prostíbulo
Prosigo, porque quiero pasar este tramo del prostíbulo rápidamente.
Aunque les parezca mentira, ser prostituta no tiene mucho de
emocionante. Los portaligas molestan en verano, la profesión está
injustamente vilipendiada y los epistemólogos son barbudos. Esto último
puede parecer irrelevante y tal vez piensan que el hecho de que los
epistemólogos lleven barba no guarda relación con la prostitución. pero
esperen y verán.
Antes de que vean, les diré algo más asombroso: en la prostitución hay poco sexo. Como lo leen. Hay poco sexo y eso es una porquería.
Un tarde cualquiera yo me pasaba por el prostíbulo y le preguntaba a Bárbara (la rubia que no era rubia de la caja) si había alguien para mí. Bárbara, además de manejar la caja, distribuía los clientes según las profesiones entre las especialistas.
A mi me tocaban los epistemólogos. Por eso dije que en la prostitución hay poco sexo. Tenía compañeras afortunadas a las que le tocaban abogados, mafiosos rusos, médicos cirujanos, narcos colombianos, arquitectos, piratas del asfalto. Cada una tenía una especialidad y un rubro.
Mi jefe, ese editor devenido en proxeneta, había conservado la vieja manía de los estudios de tendencias y se le había ocurrido la prostitución temática: prostitutas profesionales para profesionales, era el lema del aburrido cabaret. Si te tocaban abogados, había que estudiar leyes, si te tocaban arquitectos, te conocías de memoria los edificios históricos y sus correspondientes historias. La que tenía suerte era especialista en narcos y veía elefantes rosas.
Yo no tenía suerte. Tenía que leer a Mario Bunge. Famoso epistemólogo argentino. Sí. Maldito sea.
Así que sigamos con que en una tarde cualquiera pregunto a Bárbara.
—¿Hay algo para mí?
—Nada todavía.
Un maldito día común, pero ya llevaba dos semanas sin sexo. Y sin ver un mango.
—¿No tenés un abogado para pasarme?
—Vos sabés que no hay abogados para vos. No sabés nada de derecho. Ahí tenés los dos últimos libros de Mario Bunge. Los dejó el jefe para que te actualizes.
—¿Y dónde están todos los epistemólogos?
Bárbara agarró el diario y me dijo mientras lo hojeaba con expresión aburrida.
—Hay un Congreso en Berlín. Mañana vuelven todos. Mejor que leas los libros. Es un congreso de Causalidad.
—Maldito Bunge —dije yo, y de pronto vi la luz. La puerta estaba abierta y en el dintel se perfiló, envuelto en rayos dorados, un barbudo. Enclenque. Con anteojos. Con pantalones arrugados.
Un epistemólogo sin plata para ir a Berlín. ¡Sexo!
Se acercó a la barra nervioso. Yo me pinté los labios furtivamente. Una buena prostituta tiene que manchar las camisas, si no es poco profesional.
—Necesito los últimos libros de Mario Bunge —dijo el cretino.
—¿Qué? —dije.
—Un librero de Corrientes me dijo que acá los tenían.
—Señor —dijo Bárbara con dignidad—. Esto es un prostíbulo, no una biblioteca pública. Si quiere los libros, los va a tener que pagar.
—Vamos —dijo el tipo, despectivo—. No me vas a decir que la loca ésta de los labios pintados puede entender los libros. ¿Para qué los quieren acá?
Ahora me tocó a mí indignarme.
—Escuche —le dije—. Sé todo sobre la causalidad. Sé que Mario Bunge no está seguro acerca de si la relación causal es gnoseológica u ontólogica. Y le puedo citar cada uno de los quinientos libros sobre la metodología de las ciencias sociales. Es más, para que vea cuanto sé, le diré entre nosotros que el psicoanálisis no es una ciencia.
Inútil discutir. Se llevó los libros y no lo vi más.
—Los pagó —dijo Bárbara y se encogió de hombros, volviendo a su crucigrama.
—Mejor —dije yo. Los epistemólogos son terribles a la hora del sexo explícito, porque son muy poco explícitos. Me explico, se creen que las etimologías se pueden inventar y que los guiones se colocan en cualquier lado.
Dicen: "Sac-ate esto". "Hac-eme esto o-tro". Y hay que preguntarles por las dudas: "¿quiere que le haga esto o-tro o esto Otro?". Porque no es lo mismo "o-tro" que "Otro".
En fin.
La prostitución temática era una idea genial que como muchas ideas geniales, fracasó. Los clientes empezaron a pedir que les escribiéramos las ponencias, que les hiciéramos monografías y resúmenes y y eso hizo huir a los mafiosos rusos, los piratas del asfalto y los narcos colombianos. Único para captar las tendencias, el jefe puso una fotocopiadora, después puso una mesa de libros de saldos y al fin alquiló un local a la vuelta de Filosofía y Letras. O sea cambió de rubro.
Y me quedé sin trabajo
Antes de que vean, les diré algo más asombroso: en la prostitución hay poco sexo. Como lo leen. Hay poco sexo y eso es una porquería.
Un tarde cualquiera yo me pasaba por el prostíbulo y le preguntaba a Bárbara (la rubia que no era rubia de la caja) si había alguien para mí. Bárbara, además de manejar la caja, distribuía los clientes según las profesiones entre las especialistas.
A mi me tocaban los epistemólogos. Por eso dije que en la prostitución hay poco sexo. Tenía compañeras afortunadas a las que le tocaban abogados, mafiosos rusos, médicos cirujanos, narcos colombianos, arquitectos, piratas del asfalto. Cada una tenía una especialidad y un rubro.
Mi jefe, ese editor devenido en proxeneta, había conservado la vieja manía de los estudios de tendencias y se le había ocurrido la prostitución temática: prostitutas profesionales para profesionales, era el lema del aburrido cabaret. Si te tocaban abogados, había que estudiar leyes, si te tocaban arquitectos, te conocías de memoria los edificios históricos y sus correspondientes historias. La que tenía suerte era especialista en narcos y veía elefantes rosas.
Yo no tenía suerte. Tenía que leer a Mario Bunge. Famoso epistemólogo argentino. Sí. Maldito sea.
Así que sigamos con que en una tarde cualquiera pregunto a Bárbara.
—¿Hay algo para mí?
—Nada todavía.
Un maldito día común, pero ya llevaba dos semanas sin sexo. Y sin ver un mango.
—¿No tenés un abogado para pasarme?
—Vos sabés que no hay abogados para vos. No sabés nada de derecho. Ahí tenés los dos últimos libros de Mario Bunge. Los dejó el jefe para que te actualizes.
—¿Y dónde están todos los epistemólogos?
Bárbara agarró el diario y me dijo mientras lo hojeaba con expresión aburrida.
—Hay un Congreso en Berlín. Mañana vuelven todos. Mejor que leas los libros. Es un congreso de Causalidad.
—Maldito Bunge —dije yo, y de pronto vi la luz. La puerta estaba abierta y en el dintel se perfiló, envuelto en rayos dorados, un barbudo. Enclenque. Con anteojos. Con pantalones arrugados.
Un epistemólogo sin plata para ir a Berlín. ¡Sexo!
Se acercó a la barra nervioso. Yo me pinté los labios furtivamente. Una buena prostituta tiene que manchar las camisas, si no es poco profesional.
—Necesito los últimos libros de Mario Bunge —dijo el cretino.
—¿Qué? —dije.
—Un librero de Corrientes me dijo que acá los tenían.
—Señor —dijo Bárbara con dignidad—. Esto es un prostíbulo, no una biblioteca pública. Si quiere los libros, los va a tener que pagar.
—Vamos —dijo el tipo, despectivo—. No me vas a decir que la loca ésta de los labios pintados puede entender los libros. ¿Para qué los quieren acá?
Ahora me tocó a mí indignarme.
—Escuche —le dije—. Sé todo sobre la causalidad. Sé que Mario Bunge no está seguro acerca de si la relación causal es gnoseológica u ontólogica. Y le puedo citar cada uno de los quinientos libros sobre la metodología de las ciencias sociales. Es más, para que vea cuanto sé, le diré entre nosotros que el psicoanálisis no es una ciencia.
Inútil discutir. Se llevó los libros y no lo vi más.
—Los pagó —dijo Bárbara y se encogió de hombros, volviendo a su crucigrama.
—Mejor —dije yo. Los epistemólogos son terribles a la hora del sexo explícito, porque son muy poco explícitos. Me explico, se creen que las etimologías se pueden inventar y que los guiones se colocan en cualquier lado.
Dicen: "Sac-ate esto". "Hac-eme esto o-tro". Y hay que preguntarles por las dudas: "¿quiere que le haga esto o-tro o esto Otro?". Porque no es lo mismo "o-tro" que "Otro".
En fin.
La prostitución temática era una idea genial que como muchas ideas geniales, fracasó. Los clientes empezaron a pedir que les escribiéramos las ponencias, que les hiciéramos monografías y resúmenes y y eso hizo huir a los mafiosos rusos, los piratas del asfalto y los narcos colombianos. Único para captar las tendencias, el jefe puso una fotocopiadora, después puso una mesa de libros de saldos y al fin alquiló un local a la vuelta de Filosofía y Letras. O sea cambió de rubro.
Y me quedé sin trabajo
domingo, 2 de junio de 2013
MI primer aventura prostibularia. (viene del post anterior)
Creo que el gesto de poner en el pañuelo ropa interior de encaje rojo
me predestinó. Como sea, ni bien nació mi hija la dejé con una monja,
dándole precisas instrucciones de que la dejara hacer todo lo que se le
diera la gana, para que el día de mañana fuera una persona de provecho a
la sociedad. Luego me fui a una humilde pensión de mala muerte a
escribir una novela, cosa que hice en cinco días: un récord. Con el
manuscrito en la mano, me presenté en una editorial.
El galante editor me atendió de inmediato.
—Humm —dijo—, la literatura femenina se va a poner de moda dentro de diez años, pero veremos qué podemos hacer. Para que podamos vender tu libro (cosa que, como sabés, es muy difícil) hay que elaborar una estrategia publicitaria. ¿Qué tal si vas a una guerra, como tu amigo Reverte y volvés como una heroína?
—No soy amiga de Reverte —repuse—. Faltan siete años para que lo conozca.
—Humm, qué lástima. Podríamos haber puesto una faja en el libro que dijera: "¡ Y es amiga de Reverte!". Bueno, otro. ¿No conocés a Stephen King?
—Tampoco —dije desolada.
—¿A Danielle Steel por lo menos?
—Soy la ahijada de la Momia de Titanes en el Ring —dije tratando de ayudar.
—Eso no sirve para nada. Bueno, cuando vuelvas de la guerra podemos poner en la tapa del libro una foto de vos desnuda con fondo de Vietnam. Esas cosas siempre ayudan.
—¿Y si muero en la guerra?
—Tenés razon. Vamos a sacar la foto antes.
—Prefiero no ir a ninguna guerra, gracias.
—Bueno, entonces vamos a tomar medidas drásticas. Vas a ser prostituta y llamaremos a tu libro. "Memorias de una vulgar prostituta". Así nos adelantamos a una tendencia mundial.
—¿Por qué vulgar? —protesté
—Perdón, te veo el bretel del corpiño y es rojo —justificó el editor.
—Bueno. Supongo que es todo de mentira ¿no? No tengo que prostituirme de verdad.
—Perdón otra vez. Esta no es una fábrica de best-sellers. Acá editamos obras literarias de calidad. No le mentimos al público. Si en la solapa dice que sos prostituta, es porque lo sos. Lo tomás o lo dejás —dijo sirviendo dos vasos de whisky.
—Lo tomo —dije decidida y bebí de mi vaso. Un auténtico whisky escocés "La Ruina de los Campbell"—. ¿Cómo me prostituyo? —pregunté.
—Bueno —dijo el tipo y sacó un habano—. Primero vas a tener que mostrarme lo que sabés hacer. Tus habilidades, bah. Lo que hacés con tu marido.
—No tengo marido —repuse acordándome del rayo de luz y el cascote en la cabeza.
—No importa —prosiguió él—. No hace falta estar casada para esto. Después de mostrarme tu talento, vas a esta dirección —me dio una tarjeta— y hablas con Bárbara, que es la rubia que está en la caja. Con ella arreglás tu horario —se aflojó la corbata y aclaró—. El 80 % de todo lo que ganes es para la caja y no podés tener arreglos personales con los clientes—. Y se abrió el cuello de la camisa, tomando un trago.
—¿Y mi novela? —pregunté.
—¿Qué novela?
El galante editor me atendió de inmediato.
—Humm —dijo—, la literatura femenina se va a poner de moda dentro de diez años, pero veremos qué podemos hacer. Para que podamos vender tu libro (cosa que, como sabés, es muy difícil) hay que elaborar una estrategia publicitaria. ¿Qué tal si vas a una guerra, como tu amigo Reverte y volvés como una heroína?
—No soy amiga de Reverte —repuse—. Faltan siete años para que lo conozca.
—Humm, qué lástima. Podríamos haber puesto una faja en el libro que dijera: "¡ Y es amiga de Reverte!". Bueno, otro. ¿No conocés a Stephen King?
—Tampoco —dije desolada.
—¿A Danielle Steel por lo menos?
—Soy la ahijada de la Momia de Titanes en el Ring —dije tratando de ayudar.
—Eso no sirve para nada. Bueno, cuando vuelvas de la guerra podemos poner en la tapa del libro una foto de vos desnuda con fondo de Vietnam. Esas cosas siempre ayudan.
—¿Y si muero en la guerra?
—Tenés razon. Vamos a sacar la foto antes.
—Prefiero no ir a ninguna guerra, gracias.
—Bueno, entonces vamos a tomar medidas drásticas. Vas a ser prostituta y llamaremos a tu libro. "Memorias de una vulgar prostituta". Así nos adelantamos a una tendencia mundial.
—¿Por qué vulgar? —protesté
—Perdón, te veo el bretel del corpiño y es rojo —justificó el editor.
—Bueno. Supongo que es todo de mentira ¿no? No tengo que prostituirme de verdad.
—Perdón otra vez. Esta no es una fábrica de best-sellers. Acá editamos obras literarias de calidad. No le mentimos al público. Si en la solapa dice que sos prostituta, es porque lo sos. Lo tomás o lo dejás —dijo sirviendo dos vasos de whisky.
—Lo tomo —dije decidida y bebí de mi vaso. Un auténtico whisky escocés "La Ruina de los Campbell"—. ¿Cómo me prostituyo? —pregunté.
—Bueno —dijo el tipo y sacó un habano—. Primero vas a tener que mostrarme lo que sabés hacer. Tus habilidades, bah. Lo que hacés con tu marido.
—No tengo marido —repuse acordándome del rayo de luz y el cascote en la cabeza.
—No importa —prosiguió él—. No hace falta estar casada para esto. Después de mostrarme tu talento, vas a esta dirección —me dio una tarjeta— y hablas con Bárbara, que es la rubia que está en la caja. Con ella arreglás tu horario —se aflojó la corbata y aclaró—. El 80 % de todo lo que ganes es para la caja y no podés tener arreglos personales con los clientes—. Y se abrió el cuello de la camisa, tomando un trago.
—¿Y mi novela? —pregunté.
—¿Qué novela?
domingo, 26 de mayo de 2013
Mi vida en el prostíbulo...Parte 1.
Un amable lector me pregunta si es cierto que estuve en la cárcel y fui prostituta.
Pero claro que sí, amigo ¿para qué voy a mentir? ¿Podría tener la más mínima aspiración a ser un fenómeno editorial sin el paso obligatorio por el penal y sin haber sido prostituta? Sin embargo, y a pesar de que ambas experiencias son entrañables y forman parte de lo más querible de mi pasado patibulario, no creo, amigo mío, que tengas que desdeñar otro hito en mi curriculum que mencioné al pasar: también repartí pollos en moto y no quiero que eso se desdeñe por ser menos espectacular. Pero tengo que contarlo todo desde el comienzo.
Nací en el seno de una familia de aristócratas venidos a menos: mi abuelo era conde, como Athos, y un primo suyo era Comandante de la Guardia Suiza.
De chica me sacaban a pasear por la avenida Santa Fe con un tapado de armiño y una cruz de oro y granates en el cuello bendecida por Pablo VI, hasta que al tapado lo agarró la polilla y empeñaron la cruz para pagar el gas. Me enseñaron el delicado manejo de tal cantidad de cubiertos que nunca tuve que usar en mi vida, que me haría una tarjeta que dijera Paula Ruggeri: experta en cubiertos que usted nunca vio.
Todo tenía mucho nivel, yo tomé la comunión con un vestido blanco hasta el piso, hablaba francés con la prima Jeanette y todos las navidades recibíamos una carta del Papa. Una vez que la leíamos, se la vendíamos al librero de la esquina y págabamos con eso el pavo de Nochebuena. Para una familia católica el pavo de Nochebuena es tan imprescindible como el pesebre, pero era caro y la carta del Papa nos sacó del apuro todas las navidades hasta que...
Hasta que cumplí dieciocho años. El cura de San Patrick decidió que yo era ideal para hacer de Virgen María en el pesebre viviente de Nochebuena. Ensayaba con un pañuelo celeste en la cabeza mientras la familia aguardaba la carta del Papa para encargar el pavo. Y en un ensayo sucedió.
Estaba en el retablo, sola. Una ventana en una esquina permitía el paso a un rayo solar. Trataba de rezar un Padre Nuestro pero en la parte de "perdona nuestros deudas" me acordaba de todas las deudas que tenía mi madre y se me trababa la lengua. Pero de golpe me envolvió la luz abrasadora.
Fue muy rápido (demasiado para mi gusto, pero bueno), primero el rayo, después entró una paloma y por últimó se me cayó un cascote en la cabeza. Yo traté de relajarme y disfrutar, había visto todos los bodrios de María y José que pasan en la tele por Navidad y sabía perfectamente lo que sucedía.
Después del primer desmayo y el tercer atraso resultó evidente que estaba embarazada. ¿Y quién carajo me iba a creer lo del rayo de luz? Además, me pareció que la profesión de mesías no era buena para mi hija. Así que enfrenté a mi madre y le dije:
—Mamá, estoy embarazada del jardinero, pero no del de casa, del de otra casa y lo echaron por tomar cerveza, se volvió a Paraguay.
—Hija —dijo mi madre, con la calma que sólo una dama como ella puede tener—. Comprenderás que no puedes permanecer en esta casa de tus ancestros, etc... porque el Papa se va enojar... etc... y ya no tendremos pavo en Nochebuena y eso es un pecado. Así que toma tus cosas y algunos alimentos frugales y vete por esos caminos de Dios.
Me estaba diciendo que agarre la Panamericana. Así que yo agarré un palo de escoba, le até un pañuelo y dentro del pañuelo puse unos mendrugos de pan con jamón serrano, "Los tres mosqueteros", mi ropa interior de encaje rojo y una caja de anticonceptivos y me fui lejos, adonde me esperaba la cárcel, la prostitución y la rehabilitación social sobre una moto repartiendo pollos, pero eso es otra historia. La saga continúa.
Pero claro que sí, amigo ¿para qué voy a mentir? ¿Podría tener la más mínima aspiración a ser un fenómeno editorial sin el paso obligatorio por el penal y sin haber sido prostituta? Sin embargo, y a pesar de que ambas experiencias son entrañables y forman parte de lo más querible de mi pasado patibulario, no creo, amigo mío, que tengas que desdeñar otro hito en mi curriculum que mencioné al pasar: también repartí pollos en moto y no quiero que eso se desdeñe por ser menos espectacular. Pero tengo que contarlo todo desde el comienzo.
Nací en el seno de una familia de aristócratas venidos a menos: mi abuelo era conde, como Athos, y un primo suyo era Comandante de la Guardia Suiza.
De chica me sacaban a pasear por la avenida Santa Fe con un tapado de armiño y una cruz de oro y granates en el cuello bendecida por Pablo VI, hasta que al tapado lo agarró la polilla y empeñaron la cruz para pagar el gas. Me enseñaron el delicado manejo de tal cantidad de cubiertos que nunca tuve que usar en mi vida, que me haría una tarjeta que dijera Paula Ruggeri: experta en cubiertos que usted nunca vio.
Todo tenía mucho nivel, yo tomé la comunión con un vestido blanco hasta el piso, hablaba francés con la prima Jeanette y todos las navidades recibíamos una carta del Papa. Una vez que la leíamos, se la vendíamos al librero de la esquina y págabamos con eso el pavo de Nochebuena. Para una familia católica el pavo de Nochebuena es tan imprescindible como el pesebre, pero era caro y la carta del Papa nos sacó del apuro todas las navidades hasta que...
Hasta que cumplí dieciocho años. El cura de San Patrick decidió que yo era ideal para hacer de Virgen María en el pesebre viviente de Nochebuena. Ensayaba con un pañuelo celeste en la cabeza mientras la familia aguardaba la carta del Papa para encargar el pavo. Y en un ensayo sucedió.
Estaba en el retablo, sola. Una ventana en una esquina permitía el paso a un rayo solar. Trataba de rezar un Padre Nuestro pero en la parte de "perdona nuestros deudas" me acordaba de todas las deudas que tenía mi madre y se me trababa la lengua. Pero de golpe me envolvió la luz abrasadora.
Fue muy rápido (demasiado para mi gusto, pero bueno), primero el rayo, después entró una paloma y por últimó se me cayó un cascote en la cabeza. Yo traté de relajarme y disfrutar, había visto todos los bodrios de María y José que pasan en la tele por Navidad y sabía perfectamente lo que sucedía.
Después del primer desmayo y el tercer atraso resultó evidente que estaba embarazada. ¿Y quién carajo me iba a creer lo del rayo de luz? Además, me pareció que la profesión de mesías no era buena para mi hija. Así que enfrenté a mi madre y le dije:
—Mamá, estoy embarazada del jardinero, pero no del de casa, del de otra casa y lo echaron por tomar cerveza, se volvió a Paraguay.
—Hija —dijo mi madre, con la calma que sólo una dama como ella puede tener—. Comprenderás que no puedes permanecer en esta casa de tus ancestros, etc... porque el Papa se va enojar... etc... y ya no tendremos pavo en Nochebuena y eso es un pecado. Así que toma tus cosas y algunos alimentos frugales y vete por esos caminos de Dios.
Me estaba diciendo que agarre la Panamericana. Así que yo agarré un palo de escoba, le até un pañuelo y dentro del pañuelo puse unos mendrugos de pan con jamón serrano, "Los tres mosqueteros", mi ropa interior de encaje rojo y una caja de anticonceptivos y me fui lejos, adonde me esperaba la cárcel, la prostitución y la rehabilitación social sobre una moto repartiendo pollos, pero eso es otra historia. La saga continúa.
domingo, 12 de mayo de 2013
Deseos
I
“¿Qué el Infierno?
¿Cuál es la sabiduría?
¿Dónde está el cielo?”
“A todo puedo, hombre, responder.
No dejes que esta noche
Yo me acueste sola
Y te diré
A la madrugada siguiente
Tras el último beso
Yo me puse de pie
“La promesa del Cielo
Es el Infierno
La promesa del Infierno
Es el Cielo.
Esto es la Sabiduría"
II
Quiero que me acompañes en mi ida al lnfierno
Un Infierno tan dulce y ardoroso
Que quiero pecar mil veces para no tener reposo
Camino de llamas, de frutos intensos
De dulces heridas que asestan mis versos
Cuando abren su surco
Y el pleno deseo
De secretas rosas
Hace al héroe pleno
Cada perfume se sumerge en tus aguas,
cada violeta envuelve tu espada
Mi boca es un copa
Una copa muy blanda
Así que dame
Dame la noche, la lluvia, la luna anegada
Dame la orquídea abierta
El perfume de la flor dorada
Dale mi boca, copa
Dale tu beso de miel, espada hecha agua
III
En la ebriedad de la creación,
Dios forjó dos piezas que encajan a la perfección
Un herrero o un escultor harían lo mismo
Forjó rosas, forjó bocas, forjó aleaciones de carne y acero
Pechos de labrador, manos de arriero,
Manos como las tuyas
A ellas confío
Mi corazón escondido
Rosado y tierno
Se abre en la noche, en escondido sueño
Dulce como rosas, de suaves pétalos
Rojo como la sangre, rojo como los labios
De una princesa sin dueño
IV
No sé, hombre o dios
Cómo no irme entre tus brazos
Cómo no derretir entre las hojas
La ardiente corola de la rosa
“¿Qué el Infierno?
¿Cuál es la sabiduría?
¿Dónde está el cielo?”
“A todo puedo, hombre, responder.
No dejes que esta noche
Yo me acueste sola
Y te diré
A la madrugada siguiente
Tras el último beso
Yo me puse de pie
“La promesa del Cielo
Es el Infierno
La promesa del Infierno
Es el Cielo.
Esto es la Sabiduría"
II
Quiero que me acompañes en mi ida al lnfierno
Un Infierno tan dulce y ardoroso
Que quiero pecar mil veces para no tener reposo
Camino de llamas, de frutos intensos
De dulces heridas que asestan mis versos
Cuando abren su surco
Y el pleno deseo
De secretas rosas
Hace al héroe pleno
Cada perfume se sumerge en tus aguas,
cada violeta envuelve tu espada
Mi boca es un copa
Una copa muy blanda
Así que dame
Dame la noche, la lluvia, la luna anegada
Dame la orquídea abierta
El perfume de la flor dorada
Dale mi boca, copa
Dale tu beso de miel, espada hecha agua
III
En la ebriedad de la creación,
Dios forjó dos piezas que encajan a la perfección
Un herrero o un escultor harían lo mismo
Forjó rosas, forjó bocas, forjó aleaciones de carne y acero
Pechos de labrador, manos de arriero,
Manos como las tuyas
A ellas confío
Mi corazón escondido
Rosado y tierno
Se abre en la noche, en escondido sueño
Dulce como rosas, de suaves pétalos
Rojo como la sangre, rojo como los labios
De una princesa sin dueño
IV
No sé, hombre o dios
Cómo no irme entre tus brazos
Cómo no derretir entre las hojas
La ardiente corola de la rosa
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