domingo, 18 de agosto de 2013

Un Gentleman De Espaldas

Me encargaron la delicada misòn de enhebrar una versiòn de los clàsicos y elegantes diàlogos victorianos, pero adecuados a los tiempos que corren.
Algo asì como una Reina Victoria polìticamente correcta, una Victoria SigloXXI, capaz de mantener su lìmpido entrecejo real sin fruncir ante las màs aguerridas ONG.
Bueno, esto es un borrador. Verè si lo puedo mejorar.

Lord Charold olía despreocupado una rosa, que su tía la Duquesa de York le enviara gratuitamente de su desarreglado jardín.
— Sabes, James.
—¿Señor?— inquirió respetuosamente James, mientras acomodaba los tiestos flojos del jardín de invierno donde su señor fumaba en pipa.
— Hace diez años que estás a mi servicio y no puedo darte la espalda. Me preocupa—.dijo con displicencia.
— Señor, creo que debería confiar en mí. Hace diez años que estoy a su servicio— redundó James acalambrándose en su pose respetuosa.
—James, creo que comprenderás. Yo sólo puedo confiar en esta— dijo Lord Charold, bajándose los pantalones confeccionados por el mejor sastre de Trafalgar Square y los calzoncillos largos tejidos por su tía, la Duquesa de York- Por más que lo intente, lo cierto es que no puedo darle la espalda.
—Si me permite, Lord Charold— repuso James— yo no me incomodaría por darle la espalda. Hay que disfrutar de la vida. Como dijera San Patrick “Ninguna fruta es prohibida si sabe bien”
— ¿Eso dijo San Patrick, James? Me admira.
—Creo que no lo dijo, señor, pero seguramente lo pensó.
—Es igual, es una bella frase. Como sea, no creo que haya nada igual a esta. Es una pena que no pueda darme la espalda— suspiró Lord Charold— Apostaría que tú no tienes nada que se le parezca.
—Señor— se irguió James—.Tal vez no sea mucho, pero seguramente algo se parece
—Disculpa, James. Aunque hace diez años que estás mi servicio, no te creo.
— Se lo juro, señor.
— ¿Por qué juras, James? No te creeré si no lo veo.
James se apresuró a bajarse los pantalones.
— Humm. Lo siento, James, no se parece. Hey, se ha volcado un tiesto a tu espalda.
— No veo ningún tiesto caído, señor.
— Mira bien.
— No hay ningún tiesto en el piso, señor --dijo James respetuosamente.
—Entonces arroja uno.
—¿Cuál , señor?
—Cualquiera.
James arrojó la maceta. Luego se inclinó a recoger los pedazos.
—James— dijo Lord Charold, emocionado—. Te aumento el sueldo diez libras.
—Oh, señor— exclamó el mayordomo.
—Diez libras y un chelín.
—¡Oh Señor!
—Dí “Ay, señor” y te aumentaré diez libras y cinco chelines.
—Ay señor
—Llámame John y cierra la puerta.

NOTA: BIEN!: la Reina de Inglaterra podría leer tranquilamente este relato moral en el jardín de invierno del Palacio de Buckingham. Y el arzobispo de Canterbury también.
Creo que es suficiente y en lo que concierne a mi tarea, hoy duermo tranquila.

3 comentarios:

  1. Hay un más allá de la ironía "wildeiana" (vale el neologismo)???
    Así es! Lady Paula Ruggeri...

    ResponderEliminar
  2. En este caso, Lady Paula Griffins, o Hayes...tan irlandesa como mis antepasadas, casi casi compatriota de Wilde.
    ¡què lindo Hugo! Yo creo, que ademàs de la piel con rosàsea, esas mujeres me dejaron mucho màs. Tal vez ese coraje que tenìan, para desembarcar sòlas en este puerto de Buenos Aires. (y me gusta pensar que un poco de su encanto, que les permitiò enamorar a dos señoritos bien)

    ResponderEliminar
  3. Ah!...tus ancestros irlandeses, celtas de pura cepa! ciertamente en gran cercanía con Oscar...
    Acuerdo: va mucho más allá de la piel rosácea...el verbo y la palabra encendidos de "La Rosa Encarnada", la épica y la musicalidad de "El Jardín de las Delicias"...lo explicitan.
    Brindo por ellas y por Vos...Lady Paula! (tenemos algo en común con la sangre celta, solo que ne mi caso viene de la noble y sufrida tierra gallega...)

    ResponderEliminar