miércoles, 6 de octubre de 2021

EL REGALO DE NAVIDAD. Cuento

 

EL REGALO DE NAVIDAD

Paula Ruggeri

 

 

Llegó al bar en su camioneta vieja. Roja, despintada, era buena, fuerte y útil. A veces le hacían bromas, a veces le gritaban cosas desagradables. Cuando estaba en su viejo barrio, no pasaba nada. Era un barrio de plomeros, albañiles y electricistas. La vida transcurría al sol, de noche se dormía.

Nunca tocaba en su viejo barrio. Tocaba en barrios donde no se dormía. Y esta noche, menos aún. Habría fuegos de artificio, gritos, botellas rotas. El Niño Dios ha nacido--decía la voz plañidera de su abuelo cuando él era un niño. ¿Y dónde está el Niño Dios?¿ ¿Adónde se llevó a su hija?

Esa noche de felicidad obligatoria, Ezequiel estaba desoladoramente triste y tenía que cantar, tocar su electroacústica y moverse. Los hombres son valientes, los hombres no lloran. ¿Cuánto coraje se le puede pedir a un hombre?

Baja las dos consolas, tres rollos de cables prolijamente separados, y lanza un chiflido a la gente del bar. Su Nochebuena ya empezó.

 

Se llevan las consolas y los cables. La Vela, se llama el bar. Al tomar su guitarra (electroacústica), ve los dos rollos de papel de regalo, la cinta scotch y la liviana bolsa floreada. No me tengo que olvidar del regalo—se prometió.

Los tomó junto con la guitarra.

Mientras acomodaba todo (la noche va ser una fiesta), prometió al dueño del bar, se volteó un momento para decirle a una camarera que lo miraba curiosa.

—Me hacés un favor—

—¿Qué ?— dijo desconfiada. Esa noche había planchado su cabellera azabache y se había escotado un poco. Ezequiel no reparó en nada de eso, contra la idea de la chica.

—Me podés dar una mano con el regalo de mi señora? Yo no sé envolverlo y…

—¡Pero claro! —dijo la camarera aliviada-- Démelo ¿que és? —dijo curiosa.

—Un chal.

-—Ay, ¡qué hermoso es!.¡Qué suerte tiene su mujer! Ya se lo envuelvo.

Mientras la chica se empeñaba con los dos rollos, la cinta y el hermoso chal, Ezequiel empezaba a conectar los cables y luego, a probar su electroacústica.

-—¿Todo bien, jefe? — dijo el dueño del bar, con amable desconfianza. Después de todo, no conocía a ese cantante de pelo aleonado y de nombre difícil— Ezequiel Alfredo—-al que pagaba para que animase la nochebuena en su pequeño bar.

-—Todo muy bien. Conecto los cables y estoy listo-—dijo desde el suelo, ocupado en llevar y traer cables . La guitarra estaba apoyada sobre una silla, vigilada de cerca por el ojo atento de Ezequiel Alfredo.

Es que su desgracia no le había anulado el profesionalismo. Ni la necesidad.

A los veinte minutos todo estaba conectado. Ezequiel pidió permiso para cambiarse en el baño. Una camisa azul brillante. Barata, pero brillaba. Los mismos jeans negros con los que llegó. Gel en el pelo, echado hacia atrás y un poco largo.

El propio Sandro no tendría objeciones a su aspecto.

 

—-Hola…Hola…—Ezequiel Alfredo probó el micrófono. —Buenas Noches, -—expresó con oficio-—noche feliz, Nochebuena. Damas y Caballeros. Con ustedes…un servidor.

Y su potente voz de barítono cantó, en un falso susurro…

“Por ese palpitar/Que tiene tu mirar / Yo puedo presentir…”

Suenan aplausos aislados y ahora sí, empuña la guitarra.

“Yo puedo presentir…/Que tú debes sufrir…/Igual que sufro yo.”

—¡Sandro!, gritó un hombre con sorna.

-—Gracias, contestó Ezequiel, impertérrito.

—Igual que sufro yo—corearon un par de señoras.

—Te amo—. Y las cuerdas vocales de Ezequiel se relajaron y temblaron en un hermoso vibrato. Se oyeron aplausos.

 

Unas tres horas después, cansado, Ezequiel comenzó a enrollar cables y guardar la guitarra en su funda. Las consolas ¡qué pesadas eran a esa hora, el día de Navidad!

—Tres mil-— dijo el dueño del bar, contando dos veces los billetes de cien. —-Sacá pronto todo de acá y que te vaya bien. Tenés talento.

Ezequiel guardó el dinero en el bolsillo. Tenía todavía la camisa azul brillante toda sudada. No le habían dado tiempo de cambiarse.

Comprobó que tenía el regalo antes de intentar arrancar el auto.

Tenía un problema. El auto amagaba con arrancar y no arrancaba. Su coche, un Renault Pickup de los 90, daba tirones y rugía de pura impotencia.

-—Vinimos hasta acá—dijo calmo Ezequiel-— Vamos a regresar a casa. Es Navidad.

En el asiento del acompañante estaba el paquete envuelto con esmero con papel brillante como su camisa azul.

El motor respiraba fuerte, asmático y volvía a rugir.

—Vamos a casa, no me falles.

Oyendo el ruego, la Renault arrancó.

Sentía el tirón fuerte en el volante y que el neumático de la derecha, emparchado, se iba rápidamente al desgaste.

—Dios-murmuró Ezequiel—El regalo estaba ahí, en el asiento del acompañante. Pero hacía rato que su mujer no se subía al coche.

Daba igual. Tenía que estar con ella.

—¡Dios! — dijo Ezequiel una vez más, asombrado.-- El auto se había quedado con la goma desinflada, en la entrada para coches de una gomería.

Y estaba abierta. El dueño celebraba la Navidad con su familia en el playón. Había armado una parrilla y toda la familia celebraba la Navidad con un asado.

—¿Qué se le ofrece jefe? ¿nos quedamos? — dijo el dueño de la gomería, sonriente, con una remera roja, bermudas, y un gorro rojo festoneado de blanco.

Para Ezequiel era, efectivamente, Papá Noel en persona.

—Necesito reemparchar este neumático.

—Imposible—dijo el hombre con voz experta—Ya lo emparchaste mucho. Es un riesgo, sabés.

—¿Qué se puede hacer? —dijo Ezequiel con voz desesperada.

—Te puedo ofrecer una emparchada—dijo el hombre, práctico-- Por 3000 pesos te pongo una goma segura y te vas tranquilo.

 

Se sentó en una silla que le ofrecieron. Cabeza gacha, manos entrelazadas.

Cuando el problema estuvo resuelto, entregó los recién ganados 3000 pesos y subió al Renault.

El auto rugía, respiraba asmáticamente, tironeaba y por fin arrancó.

¡Feliz Navidad! Oyó que lo saludaban a sus espaldas.

Sí. Una feliz navidad.

 

Entró en su casa procurando hacer silencio.

Llevaba el regalo en la mano.

—Sarah— susurró.

—Sarah no está—dijo una voz grave de mujer, un poco vacilante.

—Feliz Navidad, Sarah—besó su boca, con aliento a ginebra. El vaso y la botella estaban sobre la mesa. También una foto de la hija muerta en un portarretrato color rosa.

Pero ¿cuánto valor se puede pedir a una mujer?

—Sarah, mi amor, te traje un regalo.

Ezequiel abrió el paquete, cerrado con tanto esmero por una desconocida “qué suerte tiene su mujer”, recordó Ezequiel. Suerte.

Le colocó el chal, una maravilla de seda gris y plata, que contrastaba con los cabellos rubios de Sarah.

—Y ahora, la nena va a dormir, Sarah.

Y suavemente giró el portarretrato, mientras Sarah lloraba despacio.

 

 

 

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