Es una novela.
Es la historia más erótica que escribí en mi vida.
Es la historia más violenta que escribí en mi vida.
Es el único relato que escribí en que dos mujeres juegan ser fatales entrecruzando sus piernas.
Es el único relato que escribí dónde aparece una pieza cincelada por Benvenuto Cellini.
Esta historia pronto entrará en imprenta.
Espero que mi nueva novela llegue a manos de ustedes.
El blog de Paula Ruggeri. Contacto: paula.ruggeri743@gmail.com
domingo, 15 de julio de 2018
lunes, 18 de junio de 2018
BUENOS MODALES
Buenos
modales
Nadie debería escribir libros que
la Reina de Inglaterra no pueda leer, o comentar afablemente con el Arzobispo
de Canterbury. Con esto me refiero puntualmente a la frase inicial de una
novela un célebre autor. Cito, ruborizada, el fatal primer párrafo de este
libro.
“El Charolito sólo se fiaba de su propia polla...”,
dice. Ese comienzo es terrible, sobre todo por la desconfianza que expresa... Y
continúa “...porque era la única que no podía darle por el culo”. Más allá del
vocabulario soez, expresa cierta paranoia, pero yo no indago en cuestiones
psicológicas, y me ciño estrictamente a la cuestión de los modales. Todo se puede decir con ingenio y sutileza de
manera tal que en el Palacio de Buckingham se pueda contar entre taza y taza de
té.
Demos una demostración práctica de
cómo se puede escribir lo mismo sin decir palabrotas.
Para empezar, el nombre del
personaje, el Charolito, es de muy baja estofa. Charol sería mejor, pero
tampoco. Charold está bien. Incluso Lord Charold está mucho mejor. El resto de
la frase plantea un problema difícil para una dama como yo, pero hay que
enseñarle a la gente a escribir con decencia y así lo haré. Comencemos.
Lord Charold olía despreocupado una
rosa, que su tía la Duquesa de York le enviara gratuitamente de su desarreglado
jardín.
—Sabes, James.
—¿Señor?- —inquirió respetuosamente
James, mientras acomodaba los tiestos flojos del jardín de invierno donde su
señor fumaba en pipa.
—Hace diez años que estás a mi
servicio y no puedo darte la espalda. Me preocupa—.dijo con displicencia.
—Señor, creo que debía confiar en
mí. Hace diez años que estoy a su servicio—redundó James acalambrándose en su
pose respetuosa.
—James, creo que comprenderás. Yo
sólo puedo confiar en esta—dijo Lord Charold, bajándose los pantalones
confeccionados por el mejor sastre de Trafalgar Square y los calzoncillos
largos tejidos por su tía, la Duquesa de York-Por más que lo intente, lo cierto
es que no puedo darle la espalda.
—Si me permite, Lord Charold—repuso
James—yo no me incomodaría por darle la espalda. Hay que disfrutar de la vida.
Como dijera San Patrick “Ninguna fruta es prohibida si sabe bien”
—¿Eso dijo San Patrick, James? Me
admira.
—Creo que no lo dijo, señor, pero
seguramente lo pensó.
—Es igual, es una bella frase. Como
sea, no creo que haya nada igual a esta. Es una pena que no pueda darme la
espalda— suspiró Lord Charold—Apostaría
que tu no tienes nada que se le parezca.
—Señor—se irguió James —Tal vez no sea
mucho, pero seguramente algo se parece
—Disculpa, James. Aunque hace diez
años que estás mi servicio, no te creo.
—Se lo juro, señor.
—¿Por qué juras, James? No te
creeré si no lo veo.
James
se apresuró a bajarse los pantalones.
—Humm. Lo siento, James, no se
parece. Hey, se ha volcado un tiesto a tu espalda.
—No veo ningún tiesto caído, señor.
—Mira bien.
—No hay ningún tesito en el piso,
señor-dijo James respetuosamente.
—Entonces arroja uno.
—¿Cuál señor?
—Cualquiera.
James arrojó la maceta. Luego se
inclinó a recoger los pedazos.
—James—dijo Lord Charold,
emocionado—Te aumento el sueldo diez libras.
—Oh, señor—exclamó el mayordomo.
—Diez libras y un chelín.
—¡Oh Señor!
—Dí “Ay, señor” y te aumentaré diez
libras y cinco chelines.
—Ay señor
—Llámame John y cierra la puerta.
jueves, 31 de mayo de 2018
La tormenta
LA TORMENTA PASA
La tormenta pasa. A veces crees que no pasará nunca. A veces, un solo segundo, pensarás que te matara. Puede ser cuando balearon tu calle y acostaste a tus hijos en el piso y vos encima de ellos, porque estás en el primer piso, las recortadas disparan plomo hacia arriba y esos ventanales que tanto amaste ahora son el enemigo…¿importa cuándo? ¿hay que vivir en un lugar muy raro o exótico para que ocurra? No, la tormenta pasa por todos los sitios. Por los que ocupan un rincón en el diario, tan chico que parece una noticia sobre un zoológico lejano, hasta los que ocupan toda la pantalla de los canales de tu país, y ni hace falta, ni podés verlas, porque para eso hay que cruzar...el salón con ventanal dónde está el televisor y llueven las balas. Y pasó. Esa tormenta que creía que me mataría. Y que mató a otros. Por eso una vez escribí que la ficción está, tiene que estar, para recordar entre los vivos la memoria de los que se fueron.
Pasan las tormentas. Nací en primavera, en 1970, bajo el signo del Escorpión. Es el signo de todos. Todos tenemos nuestro veneno, en la dulzura, o el otro, el letal. Hay quienes matan con un beso, decía Wilde. Y por él pasó la tormenta, la tormenta de un beso.
Pasa la tormenta. Ahora tenés 23 años y tus hijos son niños, muy niños. La amiga dejó de serlo y te echó del departamento que ya no podías pagar, con la ayuda de diez hombres y en diez minutos. Tu trabajo de promotora y modelo se esfuma, la amiga que dejó de serlo se quedó con tu ropa y tu agenda y tus manuscritos. Estás bajo la lluvia de mayo, en la vereda de Julián Alvárez al 900, y mientras tus pertenencias se mojan, tu cabeza no piensa en la tormenta, sino en dónde pasar la noche. Y viene una señora con un termo de café con leche y otra con medias para tus chicos y otra que te dice Cuando Dios te cierra un puerta, te abre una ventana, y por un segundo tu cabeza escapa a la tormenta y se ríe de esos militantes teóricos y fervorosos amigos tuyos que prefieren discutir a Lenin durante horas y piensan que la simple caridad o la más digna solidaridad son "métodos del sistema para mantenerse". Tal vez la señora del termo fuera leninista. No lo sé. No es imposible. Tal vez fuera católica, es más, del Opus Dei. Para mí, siempre será la señora del termo y quisiera para ella la corona del Reina de Inglaterra, el tejado del Taj Mahal y un arco iris sin lluvia cada atardecer.
Esa tormenta también pasó. La amiga que ya no era amiga se borró de mi mente. No la reconocería. Tengo más presente a la señora del termo. Si no fuera así, la tormenta hubiera quedado en el pecho para siempre...
Ahora es de noche y estoy durmiendo. Viajo hacia atrás, todavía más. El piso es enorme, en Recoleta. Era mi barrio de infancia y entonces no valía nada. Había una juguetería a la que ya no podía ir porque la policía había montado una ratonera y habían matado al hijo adolescente del juguetero. Era el año 1976. La tormenta estaba pasando y yo tenía cinco años. Tenía un camisón celeste y me despertaron rasguidos y ruidos extraños. Me levanté. Caminé por el enorme pasillo. Un piso en Recoleta, dirán. No sé qué hora de la noche era. Vi a mi madre con una amiga suya rompiendo cosas. Discos. Hacían un ruido seco, metálico, casi un disparo y ya había oído disparos. Libros. Tardaban más en romper los libros. Los fragmentos iban a bolsas y las bolsas al incinerador del edificio. Cuando me vieron me enviaron a dormir.
Libros. Pasaron dos años y no vivía en un piso en Recoleta. Éramos cuidadores de un techo sin herederos en Villa Urquiza. Un techo para un matrimonio sin ingresos con cuatro hijos. Si pasó la tormenta por ahí no me di cuenta. Leía Los tres mosqueteros en esa casa soleada y me reía de como Artagnan lleva a sus tres amigos y a los cuatro lacayos a tomar chocolate a lo de un cura gascón que lo invitó a merendar...los mosqueteros, mis amigos, no tenían comida ¡y eran los héroes! Y mientras pasaba páginas, absorta, mi madre me sacudía los hombros y me daba una taza de harina mezclada con agua. Mi almuerzo.
Hoy hay tormenta en Buenos Aires. Llueve mucho. Todo está húmedo, pero ya casi no siento la fractura de mi pierna. La tormenta pasa siempre. Creo que puedo decir que se puede vivir confiando en que pase, como dice Edmundo Dantés al final del Conde de Montecristo, "ESPERAR Y CONFIAR". Aunque creas, por un segundo, que te puede matar. Lo único errado es creer, estés donde estés, que por tu casa, tu pueblo, tu país, no va a pasar la tormenta.
sábado, 5 de mayo de 2018
La crítica del Dr. Jonson
Hoy fue una mañana fría y lluviosa, poco apropiada para la poesía, pero tenía una deuda, con ustedes y con el Dr. Jonson, al que le debía una botella de ginebra. Así que escribí un poema horrible, cosa que nunca lleva esfuerzo así que no me agradezcan. Simplemente se trataba de ver cómo funciona la mejor cabeza crítica de la Argentina.
No es un catedrático. No fue nunca a Filosofía y Letras. Simplemente es un pediatra jubilado, rezongón y borracho, con un hígado a prueba de bulones.
Sin embargo, es el mejor cerebro de la crítica contemporánea.
Su intuición es mágica, sólo con la ayuda de una ginebra, su cerebro puede diseñar un autor a medida del poema que se presente. Así cumplió el viejo anhelo de la crítica, lo llevo más lejos que nadie: Prescindir de los autores.
Escribi un poema por la mañana, y a las cinco de la tarde, me presenté en el bar de Lugano donde él cumple religiosamente horario.
Estaba sentado, cabizbajo. Sus dedos tocaban una taza de café frío. Todavía no cobró la jubilación, así que llego en el momento indicado. Hago una seña al mozo, que no necesita que le indique lo que quiero: una botella de ginebra marca Cañón.
Sirvo el vaso. Jonson se enciende. Parece un autómata cuyo mecanismo se acaba de accionar. Mira la hoja de papel. Toma un sorbo.
Lean el poema y así podrán valorar la magnífica crítica...
Oda terrible
Aciago día el de la ola terrible
que me tumbó abatiendo mis narices
con la ocre sal que rememora el nosocomio.
Micébiles estaban los borloros
y miserables estuvieron los bañeros
que confundieron mareo con ahogo.
Oh Artemisa casi perezco
Oh San Sulpicio, qué martirio
renacer entre la espuma cual Venus
debería ser más divertido.
Si al menos conociera a la griega
mitología el dorado bañero
si al menos hubiese sido Apolo,
¡conformista, le bastaba parecerlo!
No atreviéndose a ser piedra,
ni río ni lluvia de oro
no atreviéndose a ser hombre:
menos aún a convertirse en toro.
Estáis a punto de decirme
¡lo sé! que tal hubiera hecho Zeus
mas se trataba de Apolo.
Es igual confesad que es triste
el destino de una poeta
que fue salvada de las olas...
...sin consuelo sometida
a los azares de la enfermería
y presintiendo el Olimpo
confinada a la camilla.
Jonson leyó esto mismo que ustedes acaban de leer. ¿Tiene este poema algo especial? Es un poco ridiculo, pero nada más. Digno de esta mañana sin sol. Sin embargo él toma de su vaso, alza la vista y abre la boca para bostezar.Me da tiempo de alistar el grabador. Y declama con voz monocorde, clara y sin titubeos
“ Ah, ¡es una obra de juventud de la querida Ema Berdier! (1905-1999) Ema Berdier, la que fuera amante de Juan Fernandez, del servicio de patología del hospital Muñiz. Buen patólogo, bastante bueno, lástima que tomara tanto. Este poema habla claramente de una época de soledad de Ema, confinada en cama por un severo problema de laringe. En él hallamos la frustración, el lúgubre infierno de la insatisfacción, la situación social de la mujer, y la tortura hedónica del deseo, oposición dialéctica ésta que se simula en la aparente dulzura femenina. La dulzura femenina, acaso el único defecto de este poema, ha arruinado brillantes carreras literarias, de poetas que no hallaron nunca en diccionario alguno un sinónimo de la palabra ‘lánguida’. Nótese que Ema Berdier no la utiliza en ninguno de sus poemas, su dulzura es sólo simulada: bajo la apariencia de suavidad de los versos, late un corazón de valkiria, de hurí del paraíso de Mahoma ansiosa de formar un movimieento social, de filósofa que intenta liberarse de las cadenas de su belleza, de mujer sensual que no ignora que su destino final es el sacrificio y arremete con la fuerza de la rima, cuando lo que se rima son improperios.”
Dijo todo esto sin respirar, tomó el útimo trago del vaso y dejó caer la prodigiosa cabeza . Sirvo otro vaso. Levanta la cabeza, lleva el vaso a los labios y después de un prolongado y extático brindis consigo mismo y su portentoso cerebro, prosigue así:
“Analicemos el poema. A punto de ahogarse, la rescata un bañero ¿de qué la salva? La salva del mar, es decir, de la libertad. ¿Y qué es un bañero sino un hombre? Es decir que el bañero no la ha salvado, sino que le ha quitado la libertad. ¡Oh Artemisa! exclama la poeta, refiriéndose seguramente a aquella cazadora intrépida y virgen, tal vez la única feminista de todo el Olimpo. Y luego “Oh San Sulpicio”, en un distinto tono, demostrando cómo la burbuja hedónica del deseo siempre se deshace al aparecer la rigidez eclesiástica del internado de señorita donde vivió sus primeros años.
El brillante Apolo se esfuma y aparece en su lugar un vulgar bañero. Se desvanece el hechizo y viene el amargo reproche. “No atreviéndose a ser piedra, ni río ni lluvia de oro...”. Aquí la lírica helenística se nos muestra en todo su esplendor.
Ema A. Berdier es una de las tantas poetas que han sufrido el oprobio de la sociedad masculina. Lo digo porque conocí bien a Juan Fernandez, era buen patólogo, pero todo lo que tomaba era un oprobio. Por eso Ema empezó una larga relación con Victoria Sackville West. La conoció en ocasión de un viaje a Inglaterra. Ema quería ser como Rimbaud en su segunda etapa, cuando se dedicó al comercio, por eso quiso importar de Londres sales para damas, fue una incursión en el capitalismo demasiado poética. Ya por esa época las damas no se desmayaban, salvo las hipotensas y lo remediaban con sal de mesa. Conoció a Vicky Sackwille West, ella se desmayaba a menudo y Ema le daba sales, hasta que practicando otros métodos de reanimación, empezó un ardoroso amor, que termino cuando Virginia Woolf e lo tomó a mal. Sin embargo y como siempre ocurre, no sabemos si el amor se concretó o fue simplemente platónico, ejemplificando Vita, o Vicky, simplemente a la Artemisa del poema. En cambio lo del patótogo del Muñiz lo sé de posta, si hasta les presté la llave de mi departamento un montón de veces.
Ema Berdier fue una gran escritora que llegó a todo demasiado temprano o demasiado tarde, nunca a tiempo. Pudo ser un amor imposible de Borges, pero tomaba otro tranvía, pudo suicidarse el mismo año que Lugones, Alfonsina Storni y Horacio Quiroga, pero no tenía ganas, pudo hacer muchas cosas que no hizo. Los últimos años, (como Rimbaud en su segunda etapa), fue comerciante: atendía un lavadero en Villa Crespo. Hoy nos encargamos de darla a conocer, ya que su destino fue tal vez el más triste para una poeta. Aún hoy se sostiene que nunca escribió ella, sino Juan Fernandez.Ese a duras penas escribìa los informes de patología. Un caso entre los muchos de opresión machista en el mundo de las letras.”
Deslumbrante. Llevaba sombrero para la ocasión, me lo quité con respeto. Comprobé que mi grabador había cumplido resguardando sus grandes palabras, gracias a las cuales tenemos otra fascinante historia para la página literaria argentina, una nueva poeta maldita para nuestro panteón. Sólo costó una ginebra. Todavía quedaba para dos vasos, pero no tenía más poemas.
Pagué la cuenta y dejé a Jonson bebiendo con expresión de beatitud.
No es un catedrático. No fue nunca a Filosofía y Letras. Simplemente es un pediatra jubilado, rezongón y borracho, con un hígado a prueba de bulones.
Sin embargo, es el mejor cerebro de la crítica contemporánea.
Su intuición es mágica, sólo con la ayuda de una ginebra, su cerebro puede diseñar un autor a medida del poema que se presente. Así cumplió el viejo anhelo de la crítica, lo llevo más lejos que nadie: Prescindir de los autores.
Escribi un poema por la mañana, y a las cinco de la tarde, me presenté en el bar de Lugano donde él cumple religiosamente horario.
Estaba sentado, cabizbajo. Sus dedos tocaban una taza de café frío. Todavía no cobró la jubilación, así que llego en el momento indicado. Hago una seña al mozo, que no necesita que le indique lo que quiero: una botella de ginebra marca Cañón.
Sirvo el vaso. Jonson se enciende. Parece un autómata cuyo mecanismo se acaba de accionar. Mira la hoja de papel. Toma un sorbo.
Lean el poema y así podrán valorar la magnífica crítica...
Oda terrible
Aciago día el de la ola terrible
que me tumbó abatiendo mis narices
con la ocre sal que rememora el nosocomio.
Micébiles estaban los borloros
y miserables estuvieron los bañeros
que confundieron mareo con ahogo.
Oh Artemisa casi perezco
Oh San Sulpicio, qué martirio
renacer entre la espuma cual Venus
debería ser más divertido.
Si al menos conociera a la griega
mitología el dorado bañero
si al menos hubiese sido Apolo,
¡conformista, le bastaba parecerlo!
No atreviéndose a ser piedra,
ni río ni lluvia de oro
no atreviéndose a ser hombre:
menos aún a convertirse en toro.
Estáis a punto de decirme
¡lo sé! que tal hubiera hecho Zeus
mas se trataba de Apolo.
Es igual confesad que es triste
el destino de una poeta
que fue salvada de las olas...
...sin consuelo sometida
a los azares de la enfermería
y presintiendo el Olimpo
confinada a la camilla.
Jonson leyó esto mismo que ustedes acaban de leer. ¿Tiene este poema algo especial? Es un poco ridiculo, pero nada más. Digno de esta mañana sin sol. Sin embargo él toma de su vaso, alza la vista y abre la boca para bostezar.Me da tiempo de alistar el grabador. Y declama con voz monocorde, clara y sin titubeos
“ Ah, ¡es una obra de juventud de la querida Ema Berdier! (1905-1999) Ema Berdier, la que fuera amante de Juan Fernandez, del servicio de patología del hospital Muñiz. Buen patólogo, bastante bueno, lástima que tomara tanto. Este poema habla claramente de una época de soledad de Ema, confinada en cama por un severo problema de laringe. En él hallamos la frustración, el lúgubre infierno de la insatisfacción, la situación social de la mujer, y la tortura hedónica del deseo, oposición dialéctica ésta que se simula en la aparente dulzura femenina. La dulzura femenina, acaso el único defecto de este poema, ha arruinado brillantes carreras literarias, de poetas que no hallaron nunca en diccionario alguno un sinónimo de la palabra ‘lánguida’. Nótese que Ema Berdier no la utiliza en ninguno de sus poemas, su dulzura es sólo simulada: bajo la apariencia de suavidad de los versos, late un corazón de valkiria, de hurí del paraíso de Mahoma ansiosa de formar un movimieento social, de filósofa que intenta liberarse de las cadenas de su belleza, de mujer sensual que no ignora que su destino final es el sacrificio y arremete con la fuerza de la rima, cuando lo que se rima son improperios.”
Dijo todo esto sin respirar, tomó el útimo trago del vaso y dejó caer la prodigiosa cabeza . Sirvo otro vaso. Levanta la cabeza, lleva el vaso a los labios y después de un prolongado y extático brindis consigo mismo y su portentoso cerebro, prosigue así:
“Analicemos el poema. A punto de ahogarse, la rescata un bañero ¿de qué la salva? La salva del mar, es decir, de la libertad. ¿Y qué es un bañero sino un hombre? Es decir que el bañero no la ha salvado, sino que le ha quitado la libertad. ¡Oh Artemisa! exclama la poeta, refiriéndose seguramente a aquella cazadora intrépida y virgen, tal vez la única feminista de todo el Olimpo. Y luego “Oh San Sulpicio”, en un distinto tono, demostrando cómo la burbuja hedónica del deseo siempre se deshace al aparecer la rigidez eclesiástica del internado de señorita donde vivió sus primeros años.
El brillante Apolo se esfuma y aparece en su lugar un vulgar bañero. Se desvanece el hechizo y viene el amargo reproche. “No atreviéndose a ser piedra, ni río ni lluvia de oro...”. Aquí la lírica helenística se nos muestra en todo su esplendor.
Ema A. Berdier es una de las tantas poetas que han sufrido el oprobio de la sociedad masculina. Lo digo porque conocí bien a Juan Fernandez, era buen patólogo, pero todo lo que tomaba era un oprobio. Por eso Ema empezó una larga relación con Victoria Sackville West. La conoció en ocasión de un viaje a Inglaterra. Ema quería ser como Rimbaud en su segunda etapa, cuando se dedicó al comercio, por eso quiso importar de Londres sales para damas, fue una incursión en el capitalismo demasiado poética. Ya por esa época las damas no se desmayaban, salvo las hipotensas y lo remediaban con sal de mesa. Conoció a Vicky Sackwille West, ella se desmayaba a menudo y Ema le daba sales, hasta que practicando otros métodos de reanimación, empezó un ardoroso amor, que termino cuando Virginia Woolf e lo tomó a mal. Sin embargo y como siempre ocurre, no sabemos si el amor se concretó o fue simplemente platónico, ejemplificando Vita, o Vicky, simplemente a la Artemisa del poema. En cambio lo del patótogo del Muñiz lo sé de posta, si hasta les presté la llave de mi departamento un montón de veces.
Ema Berdier fue una gran escritora que llegó a todo demasiado temprano o demasiado tarde, nunca a tiempo. Pudo ser un amor imposible de Borges, pero tomaba otro tranvía, pudo suicidarse el mismo año que Lugones, Alfonsina Storni y Horacio Quiroga, pero no tenía ganas, pudo hacer muchas cosas que no hizo. Los últimos años, (como Rimbaud en su segunda etapa), fue comerciante: atendía un lavadero en Villa Crespo. Hoy nos encargamos de darla a conocer, ya que su destino fue tal vez el más triste para una poeta. Aún hoy se sostiene que nunca escribió ella, sino Juan Fernandez.Ese a duras penas escribìa los informes de patología. Un caso entre los muchos de opresión machista en el mundo de las letras.”
Deslumbrante. Llevaba sombrero para la ocasión, me lo quité con respeto. Comprobé que mi grabador había cumplido resguardando sus grandes palabras, gracias a las cuales tenemos otra fascinante historia para la página literaria argentina, una nueva poeta maldita para nuestro panteón. Sólo costó una ginebra. Todavía quedaba para dos vasos, pero no tenía más poemas.
Pagué la cuenta y dejé a Jonson bebiendo con expresión de beatitud.
martes, 17 de abril de 2018
La muchacha y el cuervo
Fue en 1989. Yo, la muchacha del cuervo, tenía 19 años. Y un avanzado estado de gestación.
Trabajaba durante el día. Consejo del Menor y la Familia. Era difícil subir los dos pisos por escalera hasta la oficina, y abrir los pesados cajones de los antiguos ficheros.Era difícil cargar las pilas de legajos , o incluso subir hasta el quinto piso cuando me enviaban a buscar algún papel.
Era difícil.
Cuando llegaba a mi casa, después de un largo viaje en colectivo, ponía en un muy viejo tocadiscos a Tchaikovski. Y se me caían lágrimas, lágrimas buenas, de esas que curan.
Porque me había visitado el cuervo. Y su pico es hiriente y certero y frío como un bisturí.
Un cuervo sabe dónde herir con precisión, y puede hacerlo sólo con su codiciosa mirada.
Cuando te mira un cuervo, tu brillo se cubre de niebla, envolvente como el mirar del cuervo.
El Cuervo me dijo: Tu hija va estar mejor con un rico matrimonio que pueda darle todo.
Los Cuervos no entienden de Poesía. No entienden el Amor. No entienden la Vida. Todo para ellos debe ser dinero.
El Cuervo me mira con su impermeable gris.
Yo tengo las Cartas de Blaise Pascal en mi mochila de estudiante. Y mis ocho meses de gestación.
Me di media vuelta y estiré el brazo. Un colectivo 114, el Dragón justiciero de esta historia, frenó a mi lado. Subí, me senté y abrí el libro de Pascal.
Trabajaba durante el día. Consejo del Menor y la Familia. Era difícil subir los dos pisos por escalera hasta la oficina, y abrir los pesados cajones de los antiguos ficheros.Era difícil cargar las pilas de legajos , o incluso subir hasta el quinto piso cuando me enviaban a buscar algún papel.
Era difícil.
Cuando llegaba a mi casa, después de un largo viaje en colectivo, ponía en un muy viejo tocadiscos a Tchaikovski. Y se me caían lágrimas, lágrimas buenas, de esas que curan.
Porque me había visitado el cuervo. Y su pico es hiriente y certero y frío como un bisturí.
Un cuervo sabe dónde herir con precisión, y puede hacerlo sólo con su codiciosa mirada.
Cuando te mira un cuervo, tu brillo se cubre de niebla, envolvente como el mirar del cuervo.
El Cuervo me dijo: Tu hija va estar mejor con un rico matrimonio que pueda darle todo.
Los Cuervos no entienden de Poesía. No entienden el Amor. No entienden la Vida. Todo para ellos debe ser dinero.
El Cuervo me mira con su impermeable gris.
Yo tengo las Cartas de Blaise Pascal en mi mochila de estudiante. Y mis ocho meses de gestación.
Me di media vuelta y estiré el brazo. Un colectivo 114, el Dragón justiciero de esta historia, frenó a mi lado. Subí, me senté y abrí el libro de Pascal.
martes, 10 de abril de 2018
Sueño en el palacio
Sueño en el palacio
Sueño el perfume de La Alhambra
En el arco de tu pecho
Tu boca es una puerta,
Tu aliento, un jardín perfumado
Bailan violetas en un lecho borracho
Estrellas mareadas, mirá, es la luna loca
Que tambalea en un cielo hecho de topacios
Tu pecho, el arco de La Alhambra
Y todas sus puertas son bocas tibias
Rosadas, dulces. Me besan como esclavas
Cada flor de cristal me muerde los labios
Polvo de violetas baña tu espalda
Que abrazan mis piernas en medio del agua
Tan dulce es el beso de la espada
Que nadie creyera que al fin matara
Me besa furiosa y me deja exhausta
Y si no tuvieras furia y yo no desmayara
Pálida sobre el lecho, de mí misma raptada
Si en un sueño, vos mi dueño
Me vieras rosada y exánime
Y un dulce de mieles de vos se adueñara
Fuera de mí mi espíritu
Vagando difuso
En la danzas más locas
En tu sueño confuso
Por jardines te llevara
A yacer entre flores y hiedra
No era sueño:
Te llevaba embriagada del beso divino
Besándote en el arco tenso de tu pecho
Cruzamos
puertas de plata
Nos abrazamos en lechos de hiedra
Con jazmines y ámbar
Con la piel blanca de la luna
Reflejada en un lago de nácar
El perfume de tu beso me llevó embriagada
A las puertas de la Alhambra
viernes, 23 de marzo de 2018
Claudia De Bella, la escritora, la traductora, la mujer y la amiga
Querida Claudia, te fuiste esta madrugada.
Te recuerdo, siempre tan valiente (su sello era una valentía visible pero muy, muy discreta), en las oficinas de una editorial que no vale la pena recordar. Con esa valentía visible y discreta, hiciste frente a esos editores perfectamente míseros en sus almas. Claudia, un alma fuerte.
Escribías, y hacías de la traducción otro estilo de tu escritura. Eras entre tantos talentos, profesora de inglés y hasta te animabas a la artesanía. Acá junto a mi escritorio tengo un porta lápices que me regalaste, hecho con tus manos y tu ingenio, con piezas de deshecho de computación. Hace ya varios años, y lo tengo aquí, a mi lado.
Luchadora, y con tu valor discreto, me hablabas desde el hospital cuando te hicieron tu trasplante de riñón, que esperaste tanto tiempo. La larga lucha de Claudia por su salud es una novela que seguramente contiene sentimientos complejos que, por su brevisima seriedad al hablar del tema, yo no conozco y no puedo escribir.
Ella me hizo el honor de traducir al inglés un cuento de mi autoria, La amada inmóvil.
Pero más bien me hizo con el honor de su amistad, de su respeto y consideración por mi persona. Me hizo un bien, repito, porque ella era especial, muy especial, y te evaluaba con calma antes de decidir si ibas a entrar en su vida.
Te extraño, Claudia.
Te recuerdo, siempre tan valiente (su sello era una valentía visible pero muy, muy discreta), en las oficinas de una editorial que no vale la pena recordar. Con esa valentía visible y discreta, hiciste frente a esos editores perfectamente míseros en sus almas. Claudia, un alma fuerte.
Escribías, y hacías de la traducción otro estilo de tu escritura. Eras entre tantos talentos, profesora de inglés y hasta te animabas a la artesanía. Acá junto a mi escritorio tengo un porta lápices que me regalaste, hecho con tus manos y tu ingenio, con piezas de deshecho de computación. Hace ya varios años, y lo tengo aquí, a mi lado.
Luchadora, y con tu valor discreto, me hablabas desde el hospital cuando te hicieron tu trasplante de riñón, que esperaste tanto tiempo. La larga lucha de Claudia por su salud es una novela que seguramente contiene sentimientos complejos que, por su brevisima seriedad al hablar del tema, yo no conozco y no puedo escribir.
Ella me hizo el honor de traducir al inglés un cuento de mi autoria, La amada inmóvil.
Pero más bien me hizo con el honor de su amistad, de su respeto y consideración por mi persona. Me hizo un bien, repito, porque ella era especial, muy especial, y te evaluaba con calma antes de decidir si ibas a entrar en su vida.
Te extraño, Claudia.
viernes, 2 de marzo de 2018
SUEÑO
SUEÑO DEL ALBA
Acuérdate de esas
noches
Amor que he tenido
Y perdido en el alba
Las sombras de
nuestras voces
Del llanto y del goce
Por él amadas
Por este mi caro
sueño
Yo me uní contigo
En la tierra y las aguas
Tú sabes que yo no
miento
Si digo que soñé esa
noche
Que un sueño me amara
Tus manos que me han
dejado
La marca del hombre
Que ayer me dejara
Mi llanto que ayer
muriera
Cuando entre tus
brazos
Se iba mi alma
Acuérdate que esa
noche
Yo cante este sueño
Que perdí en el alba
Únete a mí en el
sueño
Pues a tu vida toda
yo la soñara
Deja que muera el
sueño
Que yo haré entre mis
versos
La prisión del hombre
Que yo soñara
Si es que él lleva tu
nombre
Tú no puedes saberlo
pues eres sueño
Que ayer soñara
miércoles, 17 de enero de 2018
Esos libreros
Ahora las rejas llevaron al último sueño ese pequeño negocio que hubo cumplido décadas. Ahora los carteles (geométricamente cortados y prolijamente escritos) que rezan CIERRE DEFINITIVO, me dejan el amargo sabor que surge de la constatación de que todo pasa. Aunque últimamente, hay que decirlo, en Buenos Aires las persianas cerradas de los negocios empiezan a ser normales.
Los libreros, los llamábamos en el barrio, pero no vendían libros, sino papeles. Cantidades y cantidades de papeles y cartones de los colores del arco iris y varios más. Lápices de punta afilada y gomas de borrar. Cuadernos de todos los tamaños, como uno rosa en el que todavía tomo notas. Y estampas y estampitas.
Sí, eran muy católicos. Imprimían todo tipo de estampas,y recuerdos de bautismo y tenían oraciones en cartón pintadas sobre fondos de atardeceres por todos los rincones de la librería.
El señor era encuadernador de oficio. Sólo a él confiaba yo mis libros de historia para hacer fotocopiar, porque sabía que cuidaría delicadamente los lomos vetustos.
La señora era seria, con pequeños anteojos y pelo corto, caminaba discretamente por la librería resolviendo situaciones pequeñas que se solían presentar. La fotocopia de un documento roto. La selección que un niño hace de un color para sus carpetas. Un timbre insistente.
Ella era una señora encantadora.
Ahora no están o están escondidos, afilando lápices y pintando sus paredes de todos colores, los del arco iris y algunos más.
Los libreros, los llamábamos en el barrio, pero no vendían libros, sino papeles. Cantidades y cantidades de papeles y cartones de los colores del arco iris y varios más. Lápices de punta afilada y gomas de borrar. Cuadernos de todos los tamaños, como uno rosa en el que todavía tomo notas. Y estampas y estampitas.
Sí, eran muy católicos. Imprimían todo tipo de estampas,y recuerdos de bautismo y tenían oraciones en cartón pintadas sobre fondos de atardeceres por todos los rincones de la librería.
El señor era encuadernador de oficio. Sólo a él confiaba yo mis libros de historia para hacer fotocopiar, porque sabía que cuidaría delicadamente los lomos vetustos.
La señora era seria, con pequeños anteojos y pelo corto, caminaba discretamente por la librería resolviendo situaciones pequeñas que se solían presentar. La fotocopia de un documento roto. La selección que un niño hace de un color para sus carpetas. Un timbre insistente.
Ella era una señora encantadora.
Ahora no están o están escondidos, afilando lápices y pintando sus paredes de todos colores, los del arco iris y algunos más.
miércoles, 10 de enero de 2018
El Fénix
AVE FÉNIX
Muere entre llamas, pero quinientos
años más tarde, renace de sus mismas cenizas. Este milagro de la vida parece un
águila enorme, más esbelta, de plumaje dorado y rojo. Se alimentaba de aire y
rocío. Sus lagrimas curaban las heridas y aliviaban la congoja.
El Fénix tiene su origen en el Antiguo Egipto,
donde el ave llamada Bennu fue, cuenta la leyenda, la primera que se posó en la
colina primigenia que se había originado del cieno. Éste ave personificaba al
Sol. Los antiguos griegos la llamaron Phoinix o Fénix y la veneraban, creyendo
en su aparición cada quinientos años. El fénix se nutre de rocío, y su pureza
es ajena a los trabajos y las penurias de la tierra. Así lo explica una leyenda
judía, que la señala como el único ave que no fue tentado por Eva a comer el
fruto prohibido. Esa tentación no la resistieron los demás animales, por eso el
fénix, llamado Milchan en la tradición hebrea, recibió la bendición de no
morir, y una ciudad fortificada donde permanecer durante mil años sin ser
molestado, renovándose cada milenio transcurrido.
“Solo viene a Egipto
cada quinientos años, a saber cuando fallece su padre-nos cuenta Herodoto- Si
en su tamaño y conformación es tal como nos la describen, su mole y figura son
como las del águila y sus plumas en parte doradas, en parte rojas. Son tales
los prodigios que de ella se cuentan, que aunque no les dé fe, no omitiré su
narración. Para trasladar el cadáver de su padre desde Arabia hasta el Templo
del Sol, se vale de la siguiente maniobra: Forma ante todo un huevo sólido de
mirra, tan grande como puedan cargar sus fuerzas, probando su peso mientras lo forma para ver
si es con ellas compatible, va después vaciándolo hasta abrir un hueco donde
pueda encerrar el cadáver de su progenitor, el que yacerá con una porción de
mirra adecuada al hueco, hasta que el peso del huevo preñado con el cadáver
iguale al que tenía, cierra la abertura después, carga con su huevo y lo lleva
al Templo del Sol en Egipto.”
El método con el cual el Fénix se
regenera, para ejemplificar la eternidad y el ciclo de la vida, sufrió
modificaciones según quien lo relatara, para Herodoto, lo hace mediante un
huevo, para Plinio, nace de un gusano, pero el poeta Claudiano escribió el
poema que le daría su definición para siempre: El fénix renace de sus propias
cenizas. La fuerza poética de esa imagen, el bello pájaro feneciendo y naciendo
nuevamente de sus cenizas, es tal vez la que lo convirtió en uno de los
símbolos más poderosos, incluso en el día de hoy, donde todavía es corriente
leer “renació como un fénix”.
Una versión de la muerte y la
resurrección del Fénix es la que lo lleva a morir en una alta montaña de
Arabia, donde construye un nido de sándalo y otras maderas aromáticas. Se echa
sobre él, abre sus magníficas alas y entonces la luz del sol lo consume junto
con su nido, mientras canta su más bella canción. Pero de entre los restos de
su nido nace un huevo, que el calor del sol empolla y así nace nuevamente el
Fénix, alimentado por los rayos solares. El pájaro de luz recoge las cenizas de
su padre y vuela hacia Egipto, donde las esparce sobre el templo de Osiris.
Sobre la duración de sus ciclos hubo quien
habló hasta de doce mil años. La creencia común entre los latinos era que
renacía cada quinientos años.
Durante el reinado del emperador romano
Claudio se difundió la captura de un fénix en Egipto, que fue trasladado a Roma
y que Claudio mandó exponer, pero nadie lo tomó demasiado en serio.
Heine lo recrea como mensajero de amor:
“Pasó un ave volando
hacia el ocaso
volando hacia el
Oriente, volando hacia los límites remotos...
...Al pie del mástil
del velero buque
inmóvil sobre el
puente
escuchaba feliz el
canto del peregrino fénix”
LA MUJER QUE BUSCABA
EL FÉNIX
Era una choza humilde, y en un lecho yacía un
hombre. El hombre era anciano y deliraba por la fiebre. Junto al lecho estaba
su hija. Se llamaba Amra y había comprendido que solo una cosa quedaba por
hacer.
-Resiste-murmuró al
oído de su padre.
Y se marchó.
Caminando
llegó muy lejos, tan lejos, pero no lo suficientemente lejos. Entonces contó su
historia a un labrador. El labrador se conmovió y le dio un caballo. Con el
caballo llegó lejos, muy lejos, pero no lo suficiente. Cabalgó hasta un río y a
orillas del río el caballo se cayó, echando espuma por la boca. Entonces la
mujer contó su historia al barquero. El barquero se conmovió y le prestó un
bote. Con el bote llegó muy lejos remontando el río. Buscaba la montaña.
-La montaña está tras
el bosque y tras el desierto- Le dijo un viajero. Ella le contó su historia y
el viajero la acompañó por el bosque oscuro, partiendo su pan con ella.
Llegó al desierto
donde el viajero se despidió. Era lejos, pero no lo suficientemente lejos.
Caminó por las arenas hasta que creyó morir. Entonces vio una polvareda
levantarse en el horizonte. Era una caravana de mercaderes que pronto llegó
hasta ella.
Los mercaderes
escucharon la historia de sus labios secos. Era hombres rudos, pero el jefe de
ellos se conmovió. Le cedieron un camello y una parte de su agua.
Así la mujer cruzó el
desierto.
Tras el desierto se levantaba la montaña.
Cuando Amra la vio, sus ojos estaban secos. Venía en búsqueda de lágrimas. Las
lágrimas del ave dorada, hija del sol, que podrían curar a su padre.
Al pie de la montaña, la mujer dijo su
oración, antigua como el mundo.
“Te he conocido, te
he visto de lejos. Ave que vuelas sobre el cielo y que traes luz en la tierra.
Hija del Sol.
“La noche te guarda y el día eres tú.
“Te elevas sobre el polvo, porque
conoces los más íntimos secretos de la tierra, manantial de vida. Renaces
porque eres el germen de toda vida. Dame tus lágrimas para mi padre.”
El anciano dormía y
gemía. Despertó y llamó a su hija. Pero ella no le contestó. Se creyó
abandonado.
“Dame tus lágrimas,
hijo del sol. Con ellas curaré mi padre”-susurraba la mujer al pie de la
montaña. Aguardó horas bajo el sol y horas bajo la luna hasta que vio una
claridad anaranjada. Las alas del ave Fénix que llegaba. Dejó caer la lluvia
dorada sobre ella, que la recogió en un cuenco de barro. Pronto se vio cubierto
el cuenco de las lágrimas que tanto habían costado.
El Fénix extendió su
cuello iridiscente, su pico de oro y fuego apresó los harapos de la mujer. Con
ella se elevó en el aire y como una exhalación cruzaron el desierto y el bosque
y vieron el río desde el cielo. Como un viento llegaron al pueblo.
En el lecho el
anciano ya no se quejaba. Dormía ese sueño que precede a la muerte. Una luz
naranja entró en la cabaña y dibujó luces en su rostro dormido y cansado. Una
sombra conocida se acercó y se inclinó sobre él. Entonces las lágrimas frescas
y doradas cayeron sobre su frente y sus labios secos, y la voz de su hija le
dio la bienvenida nuevamente a la vida. El hombre despertó y se sintió fuerte y
sano. Y llegó a ver al ave Fénix desplegar sus alas y volar hacia el Sol.
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