Cuenta Alejandro Dumas en sus memorias la siguiente historia oída a Charles Nodier, profundo conocedor de los animales fantásticos a los que no consideraba fantasías, y sobre cuya existencia daba no pocos testimonios. El que vamos a relatar es casi desconocido, aparentemente el rotifer fue sólo visto por Nodier.
“Llegará el día en que se descubrirán las ondinas, los gnomos, los silfos, las ninfas, los ángeles, como yo he descubierto mi rotifer. Todo consiste en hallar un microscopio para los infinitamente transparentes, como lo hemos hallado para los infinitamente pequeños. Antes de la invención del microscopio solar, la creación se detenía para el hombre en el ácaro, estaba muy lejos de sospechar que hubiese serpientes en el agua, cocodrilos en el vinagre, delfines azules. Se inventó el microscopio solar y se vio todo eso. En el agua que bebemos hay hidras, ictiosaurios en el vinagre. Y hay efímeros, como mi rotifer. Mucho antes que todos hice yo experimentos con los infinitamente pequeños. Un día, después de haber sometido al examen el agua, el vino, el queso, el pan, en fin, todos los ingredientes con los que se pueden hacer experiencias, obtuve de mi tejado un poco de arena mojada —en aquella época vivía en un piso sexto— la metí en la caja de mi microscopio y apliqué a él el ojo. Entonces vi que se movía un animalito extraño, de la forma de un velocípedo, armado con dos ruedas que se movían rápidamente. Si tenía que atravesar un río, las ruedas le servía como las de un vapor; si tenía que recorrer un terreno seco, las ruedas le servían como las de un carro. Lo miré, lo detallé, lo dibujé. Después me acordé de pronto de que mi rotifer —lo bauticé así, aunque luego lo llamé tarantantelo—, me acordé de pronto que mi rotifer me había hecho faltar a una cita. Tenía prisa, tenía que habérmelas con uno de esos animáculos a quienes no les gusta esperar, uno de esos efímeros a que se llama mujer. Dejé mi microscopio, mi rotifer y el poquito de arena que era su mundo. En el sitio adonde iba tenía que hacer otro examen continuo y concienzudo que me retuvo toda la noche. No volví hasta el día siguiente por la mañana. Me dirigí al microscopio. Durante la noche, la arena se había secado y mi pobre rotifer, que sin duda necesitaba la humedad para vivir, había muerto. Su imperceptible cadáver yacía del lado izquierdo, sus ruedas estaban inmóviles, el vapor no caminaba ya y el velocífero se había detenido.
Muerto y todo, el animal no dejaba de ser una curiosa variedad de los efímeros, y su cadáver merecía ser conservado, como el de un mamut o un mastodonte. Únicamente, que ya comprenderá usted que era preciso tomar precauciones muy grandes para manejar un animal cien veces más pequeño que un cirón, precauciones mayores aún que si se tratase de una animal diez veces mayor que un elefante. Entre todas mis cajas, escogí una cajita de cartón; la destiné a ser tumba de mi rotifer, y con la barba de una pluma, transporté la porción de arena de la caja del microscopio a la de cartón. Contaba enseñar aquel cadáver a grandes científicos, pero no hallé a esos señores y si los hallé, se negaron a subir a mi sexto piso, y en esto, yo olvidé el cadáver de mi rotifer durante tres meses o tal vez un año. Un día, por casualidad, vino a mi mano la caja, y entonces quise ver el cambio que se había operado en el cadáver de mi efímero. El tiempo estaba nublado y llovía. A fin de ver mejor, acerqué el microscopio a la ventana y vacié en una caja el contenido de la de cartón. El cadáver del pobre rotifer seguía inmóvil sobre la arena; únicamente que el tiempo, que se acuerda tan cruelmente de los colosos, perecía haber olvidado algo infinitamente pequeño. Miré mi efímero con curiosidad fácil de comprender, cuando, de pronto, una gota de lluvia cae en la caja del microscopio y humedece la arena. Al contacto de aquella vivificante frescura, me pareció que mi rotifer se reanimaba, que movía una antena y luego la otra, que daba vueltas a una de las ruedas y luego a las dos, que recobraba su centro de gravedad, que sus movimientos se regularizaban, que vivía. El milagro de la resurrección, en el que Voltaire no creía, acababa de realizarse, no al cabo de tres días, sino al cabo de un año... Diez veces renové la misma prueba: diez veces se secó la arena y diez veces murió el rotifer; diez veces humedecí la arena y diez veces resucitó el rotifer. Lo que yo había hallado no era un efímero, era un inmortal. Probablemente mi rotifer había vivido antes del Diluvio y debía sobrevivir al juicio final.
Un día en que por vigésima vez, me disponía a renovar la experiencia, una ráfaga de viento se llevó la arena seca, y con ella mi rotifer. Después he vuelto a buscar arena del tejado y de otros lugares, pero siempre inútilmente, jamás he hallado el equivalente de lo que he perdido. Mi rotifer era no sólo inmortal, sino también único”.
El blog de Paula Ruggeri. Contacto: paula.ruggeri743@gmail.com
viernes, 7 de agosto de 2009
martes, 21 de julio de 2009
Bibliofilia
BIBLIOFILIA
Voy a pontificar: no es verdaderamente pobre quien nunca ha tenido que vender sus propios libros.
En mi tierna infancia, me apresuraba a leer los clásicos, porque sabía que irremediablemente irían a parar al banco de empeños, esto fue motivo de que a la edad de doce años alcanzara extraordinaria erudición, culpable de no pocos problemas sociales y, peor, lingüísticos en mi consecuente adolescencia. No entraré en detalles porque me gusta ir rápidamente al grano, pero baste con decir que para mi era casi irresistible exclamar juramentos en francés y hablar en la segunda persona del plural hispano. Lo último desapareció, por fortuna, pero lo primero lo sigo haciendo, en voz baja y cuando estoy sola.
No llegué a tiempo para vender la cuantiosísima biblioteca de mis padres. Ya para cuando tuve edad de ir a una librería sola prácticamente de ella no quedaba nada. "¿Cómo?", diría mi madre. Lo diré rápidamente: mis padres conocieron tiempos mejores y por eso afrontan la pobreza con visceral cobardía. En lugar de vender expeditivamente los libros, decirles valientemente adiós, sin ilusiones insanas, preferían dilatar la agonía de la pérdida llevándolos a empeñar. Durante dos o tres meses decían confiados que ya los sacarían, luego de cuatro o cinco podían confesarse que no, pero ya no constituía un impacto, porque los habían olvidado.
Ocurrió así la paulatina pauperización de la biblioteca familiar, hecho que me llevó a conocer las bibliotecas públicas. La predilecta por mí es la de Juramento y Cramer, en Belgrano. Tenía varias particularidades: para empezar, que en lugar de tener sólo libros de texto, como la mayoría de las bibliotecas de barrio, tenía novelas, una cantidad maravillosa, increíble de novelas. La atendía en ese entonces una tuerta visionaria, que por tedio ni siquiera pretendía ayudarme a elegir 'el texto', horrorosa inclinación, yo diría, delirio de poder, de todas las bibliotecarias.
Afortunadamente, la biblioteca familiar volvió a enriquecerse por la herencia de un tío, bibliófilo prodigioso. Este tío, el inefable tío Omar, vivió en Bernal, en un lugar pintoresco llamado "Recreo Marconi". Así se sigue llamando en homenaje o por olvido, del italiano que se estableció allí primero y fundó el pueblo. Las casas están hechas con trozos de muebles y pedazos de autos viejos: la mejor de todas tenía ventanas gracias a que el dueño había tenido la suerte de hallar las puertas de un Citröen y la astucia de constituir con ellas las paredes. No está el barrio habitado por pigmeos; por esta desgracia constitucional los habitantes padecen de lumbalgia traumática crónica (los sociólogos se fascinarían). El Recreo Marconi no es (preciso aclarar) una villa miseria: las villas miseria pertenecen a este tiempo y a este mundo y el Recreo Marconi existe fuera de ambas cosas (los sociólogos jamás lo entenderían).
En medio de todo esto, emergían como un castillo medieval las sólidas maderas de la casa de mi tío. En esta zona baja, a cientos de metros del río, la casa estaba asentada en la única colina: cuatro maderas hacían de pilares, como en las casas de los isleños; estas maderas estaban cubiertas de curiosos rosales que subían por ellas como enredaderas. Rodeaban la casa nubes de fieles mosquitos, que no la abandonaban ni por un instante: se diría que la solitaria casita tenía para ellos una irresistible atracción, inexplicable por la famélica carne que la habitaba. La casa tenía tres habitaciones en el superior (y único) piso: llenas de libros. Sobre pilas de libros, apoyaban dos lámparas a kerosene (no había luz eléctrica, ni baños, ni agua corriente, comida, cada tanto... ¡pero libros!). No sólo de pan vive el hombre: también de clásicos de la literatura universal y novelas policiales, parecía susurrar el ambiente.
Pronto, sin embargo, el hambre comenzó a asediarlos: mi tía contemplaba agónica como el tío Omar dejaba la casa con una bolsa repleta de clásicos ingleses. Dos horas después volvía, con la bolsa igualmente cargada. Mi tía se incorporaba entonces y anhelante preguntaba:
"--¿Lo conseguiste?"
"--Si", respondía el tío Omar, con voz satisfecha y descargaba el contenido de la bolsa en el piso: montones de novelitas del Oeste. Al Benson, John Smith: los mejores.
Ella entonces lanzaba un suspiro lastimero; era menester tomárselo con filosofía y tomando un libro nuevo se extendía en el catre "porque leer un nuevo libro sacia el hambre". Y a cuántos habría convenido saberlo antes.
Pues bien, mis tíos, incomprensiblemente dadas su sana filosofía y forma de vida, fallecieron antes de lo esperado. Después del lógico período de duelo mis hermanos y yo fuimos al Recreo a buscar nuestra herencia: libros, está de más decirlo. Cuando llegamos, la casa había sido casi devastada: los vecinos, sin dejarse estar por su lumbalgia, mientras nosotros nos dejábamos sumergir en la tristeza, habían conseguido ya sacar la mitad de los libros y los habían vendido como papel viejo al cartonero del barrio, cosa que el mismo nos informó al nosotros llegar y asombrarnos de su prosperidad. Él, que no era bobo, los había vendido como libros y no como papel. Nos mostró el par de zapatos relucientes y el encendedor que había ganado con su especulación vil. Lo cierto es que faltaban unos cinco mil libros, así que el pobre hombre resultó estafado; cosa que pasa por no conocer a los libreros. Por lo menos mi tío los cambiaba, aunque más no fuera por las obras maestras de John Smith, pensé mientras a mis ojos afluían las lágrimas.
Fuera como fuere, aún nos quedaban cinco mil libros. El traslado a nuestra casa en Villa Urquiza fue una tarea titánica: del Recreo a la estación de Bernal había que recorrer tres kilómetros a pie, por un camino de tierra que con las lluvias se volvía un lodazal (y siempre que íbamos llovía).
Al fin la casa estaba repleta de libros otra vez: volvía a parecer un hogar. Pero nada dura y el hombre no puede bañarse dos veces en el mismo río, ni vender dos veces el mismo libro. Por consiguiente, y puesto que los libros que no teníamos ya los habíamos vendido (la lógica es algo implacable), y nuestras lecturas no nos habían enseñado el estoicismo, nos vimos obligados a salir a vender nuestra herencia apenas cobrada.
Mis padres esta vez no intervinieron en la transacción: no es igual llevar primero ediciones de Las mil y una noches al Banco de empeños, con aire de nobleza insultada (a la nobleza le sienta bien ser insultada y da un tono particular al cutis, decía mi madre), que ir a vender novelas del Oeste a librerías de usados. Eso no me inmutaba, soportaba las miradas de los libreros, con la seguridad interior de que Tolstoi se hubiera enamorado de mi.
Pero no se equivoquen: amamos los libros. Nuestros sufrimientos al venderlos se elevaban al martirio, pero un martirio que sentaba maravillosamente bien a nuestras almas literarias, que templó nuestros corazones, en fin, que nos llevó a conocer todas las librerías de Buenos Aires, a odiar como se debe odiar a todos los libreros, a conocer las bibliotecas públicas, a maldecir a todas las bibliotecarias, ya lo ven: a llevar una existencia que Verlaine hubiera aprobado y hubiera incitado a Tolstoi, quizás, a mi redención.
En fin, aquí espero. Cinco mil libros se acaban pronto: se venden más rápido de lo que se leen.
Epílogo
Sentados junto al fuego de las hornallas, soportando el frío invernal, con las narices azuladas y los dedos entumecidos, elevamos una única súplica, rezamos esperanzados.
Cada tanto alguno tiene una idea, pronto sin embargo las cabezas vuelven a caer sobre las manos que apenas las sostienen.
--Esos malditos... los libreros, están más suspicaces que nunca -murmura Diego.
Las cuatro cabezas se levantan, cruzamos miradas afiebradas, un nuevo brillo las anima. Una idea perversa, si, una idea, un objeto perverso anima nuestras mentes. ¡Robar libros! Es menester haber caído, si, Tolstoi ya no se enamoraría de mi, Verlaine nos seguiría aprobando, Dostoievski al menos...
Nos aproximamos al fuego. Las cuatro cabezas, separadas, piensan juntas, los cuatro brazos se extienden y las manos se unen. Y pronunciamos un horrible juramento.
Maulló un gato (negro).
Voy a pontificar: no es verdaderamente pobre quien nunca ha tenido que vender sus propios libros.
En mi tierna infancia, me apresuraba a leer los clásicos, porque sabía que irremediablemente irían a parar al banco de empeños, esto fue motivo de que a la edad de doce años alcanzara extraordinaria erudición, culpable de no pocos problemas sociales y, peor, lingüísticos en mi consecuente adolescencia. No entraré en detalles porque me gusta ir rápidamente al grano, pero baste con decir que para mi era casi irresistible exclamar juramentos en francés y hablar en la segunda persona del plural hispano. Lo último desapareció, por fortuna, pero lo primero lo sigo haciendo, en voz baja y cuando estoy sola.
No llegué a tiempo para vender la cuantiosísima biblioteca de mis padres. Ya para cuando tuve edad de ir a una librería sola prácticamente de ella no quedaba nada. "¿Cómo?", diría mi madre. Lo diré rápidamente: mis padres conocieron tiempos mejores y por eso afrontan la pobreza con visceral cobardía. En lugar de vender expeditivamente los libros, decirles valientemente adiós, sin ilusiones insanas, preferían dilatar la agonía de la pérdida llevándolos a empeñar. Durante dos o tres meses decían confiados que ya los sacarían, luego de cuatro o cinco podían confesarse que no, pero ya no constituía un impacto, porque los habían olvidado.
Ocurrió así la paulatina pauperización de la biblioteca familiar, hecho que me llevó a conocer las bibliotecas públicas. La predilecta por mí es la de Juramento y Cramer, en Belgrano. Tenía varias particularidades: para empezar, que en lugar de tener sólo libros de texto, como la mayoría de las bibliotecas de barrio, tenía novelas, una cantidad maravillosa, increíble de novelas. La atendía en ese entonces una tuerta visionaria, que por tedio ni siquiera pretendía ayudarme a elegir 'el texto', horrorosa inclinación, yo diría, delirio de poder, de todas las bibliotecarias.
Afortunadamente, la biblioteca familiar volvió a enriquecerse por la herencia de un tío, bibliófilo prodigioso. Este tío, el inefable tío Omar, vivió en Bernal, en un lugar pintoresco llamado "Recreo Marconi". Así se sigue llamando en homenaje o por olvido, del italiano que se estableció allí primero y fundó el pueblo. Las casas están hechas con trozos de muebles y pedazos de autos viejos: la mejor de todas tenía ventanas gracias a que el dueño había tenido la suerte de hallar las puertas de un Citröen y la astucia de constituir con ellas las paredes. No está el barrio habitado por pigmeos; por esta desgracia constitucional los habitantes padecen de lumbalgia traumática crónica (los sociólogos se fascinarían). El Recreo Marconi no es (preciso aclarar) una villa miseria: las villas miseria pertenecen a este tiempo y a este mundo y el Recreo Marconi existe fuera de ambas cosas (los sociólogos jamás lo entenderían).
En medio de todo esto, emergían como un castillo medieval las sólidas maderas de la casa de mi tío. En esta zona baja, a cientos de metros del río, la casa estaba asentada en la única colina: cuatro maderas hacían de pilares, como en las casas de los isleños; estas maderas estaban cubiertas de curiosos rosales que subían por ellas como enredaderas. Rodeaban la casa nubes de fieles mosquitos, que no la abandonaban ni por un instante: se diría que la solitaria casita tenía para ellos una irresistible atracción, inexplicable por la famélica carne que la habitaba. La casa tenía tres habitaciones en el superior (y único) piso: llenas de libros. Sobre pilas de libros, apoyaban dos lámparas a kerosene (no había luz eléctrica, ni baños, ni agua corriente, comida, cada tanto... ¡pero libros!). No sólo de pan vive el hombre: también de clásicos de la literatura universal y novelas policiales, parecía susurrar el ambiente.
Pronto, sin embargo, el hambre comenzó a asediarlos: mi tía contemplaba agónica como el tío Omar dejaba la casa con una bolsa repleta de clásicos ingleses. Dos horas después volvía, con la bolsa igualmente cargada. Mi tía se incorporaba entonces y anhelante preguntaba:
"--¿Lo conseguiste?"
"--Si", respondía el tío Omar, con voz satisfecha y descargaba el contenido de la bolsa en el piso: montones de novelitas del Oeste. Al Benson, John Smith: los mejores.
Ella entonces lanzaba un suspiro lastimero; era menester tomárselo con filosofía y tomando un libro nuevo se extendía en el catre "porque leer un nuevo libro sacia el hambre". Y a cuántos habría convenido saberlo antes.
Pues bien, mis tíos, incomprensiblemente dadas su sana filosofía y forma de vida, fallecieron antes de lo esperado. Después del lógico período de duelo mis hermanos y yo fuimos al Recreo a buscar nuestra herencia: libros, está de más decirlo. Cuando llegamos, la casa había sido casi devastada: los vecinos, sin dejarse estar por su lumbalgia, mientras nosotros nos dejábamos sumergir en la tristeza, habían conseguido ya sacar la mitad de los libros y los habían vendido como papel viejo al cartonero del barrio, cosa que el mismo nos informó al nosotros llegar y asombrarnos de su prosperidad. Él, que no era bobo, los había vendido como libros y no como papel. Nos mostró el par de zapatos relucientes y el encendedor que había ganado con su especulación vil. Lo cierto es que faltaban unos cinco mil libros, así que el pobre hombre resultó estafado; cosa que pasa por no conocer a los libreros. Por lo menos mi tío los cambiaba, aunque más no fuera por las obras maestras de John Smith, pensé mientras a mis ojos afluían las lágrimas.
Fuera como fuere, aún nos quedaban cinco mil libros. El traslado a nuestra casa en Villa Urquiza fue una tarea titánica: del Recreo a la estación de Bernal había que recorrer tres kilómetros a pie, por un camino de tierra que con las lluvias se volvía un lodazal (y siempre que íbamos llovía).
Al fin la casa estaba repleta de libros otra vez: volvía a parecer un hogar. Pero nada dura y el hombre no puede bañarse dos veces en el mismo río, ni vender dos veces el mismo libro. Por consiguiente, y puesto que los libros que no teníamos ya los habíamos vendido (la lógica es algo implacable), y nuestras lecturas no nos habían enseñado el estoicismo, nos vimos obligados a salir a vender nuestra herencia apenas cobrada.
Mis padres esta vez no intervinieron en la transacción: no es igual llevar primero ediciones de Las mil y una noches al Banco de empeños, con aire de nobleza insultada (a la nobleza le sienta bien ser insultada y da un tono particular al cutis, decía mi madre), que ir a vender novelas del Oeste a librerías de usados. Eso no me inmutaba, soportaba las miradas de los libreros, con la seguridad interior de que Tolstoi se hubiera enamorado de mi.
Pero no se equivoquen: amamos los libros. Nuestros sufrimientos al venderlos se elevaban al martirio, pero un martirio que sentaba maravillosamente bien a nuestras almas literarias, que templó nuestros corazones, en fin, que nos llevó a conocer todas las librerías de Buenos Aires, a odiar como se debe odiar a todos los libreros, a conocer las bibliotecas públicas, a maldecir a todas las bibliotecarias, ya lo ven: a llevar una existencia que Verlaine hubiera aprobado y hubiera incitado a Tolstoi, quizás, a mi redención.
En fin, aquí espero. Cinco mil libros se acaban pronto: se venden más rápido de lo que se leen.
Epílogo
Sentados junto al fuego de las hornallas, soportando el frío invernal, con las narices azuladas y los dedos entumecidos, elevamos una única súplica, rezamos esperanzados.
Cada tanto alguno tiene una idea, pronto sin embargo las cabezas vuelven a caer sobre las manos que apenas las sostienen.
--Esos malditos... los libreros, están más suspicaces que nunca -murmura Diego.
Las cuatro cabezas se levantan, cruzamos miradas afiebradas, un nuevo brillo las anima. Una idea perversa, si, una idea, un objeto perverso anima nuestras mentes. ¡Robar libros! Es menester haber caído, si, Tolstoi ya no se enamoraría de mi, Verlaine nos seguiría aprobando, Dostoievski al menos...
Nos aproximamos al fuego. Las cuatro cabezas, separadas, piensan juntas, los cuatro brazos se extienden y las manos se unen. Y pronunciamos un horrible juramento.
Maulló un gato (negro).
domingo, 12 de julio de 2009
ROSA ENCARNADA

La Rosa Encarnada era el símbolo de los Elphergs, familia reinante de Ruritania, mi patria elegida entre tantas que habitan mi biblioteca. Durante años supe decir el parlamento de la princesa Flavia, y vi la rosa roja que estruja Rodolfo de Rassendyll entre mis manos. No sabia entonces, cuando leí por primera vez esa historia, que el amor iba a rozarme con sus alas blancas o el dolor iba a ensombrecer mis días, como un gigantesco Ave Roc que tapara el cielo todo, no dejándome ver más que el lecho donde dormían mis hijos. No sabía entonces que es la furia la que estruja la Rosa Encarnada de los Elphergs, y que no sólo la dulzura es la que entreabre los labios. No sabia leyendo a Anthony Hope que muy pronto sería madre y que a lo largo de los años de mi juventud, escribíría un largo poema. Ese largo poema se llama La Rosa Encarnada. Ya no es de los Elphergs, sino mía. Durante muchos años durmió en cuadernos de espiral, me acompañó en todas mis mudanzas, la ilustraron garabatos de mis hijos pequeños, la regué despacio mientras les cantaba canciones de cuna.
Rara vez le mostraba a alguien esos poemas. Las supuestas autoridades les bajaron el pulgar: un poeta premiado me dijo que leyera poetas modernos, un escritor de éxito me dijo que leyera más poesía antes de escribir. No les hice caso:, conocía uno a Pessoa, el otro a Quevedo, pero ninguno de ellos sabía quien era Ronsard. Así que los ignoré y, a pesar de ellos, cada noche, cuando mis hijos dormían, tenía mi cita con el viento contra la ventana, el aullido infinito de un perro negro y el canto del zorzal. Así regué la rosa encarnada, así escribí cientos de poemas.
Esos niños que miraba dormir mientras escribía ya no son niños. Y la rosa encarnada ya no se esconde, como escribí una vez, en alta torre. Acaba de ser publicada por Rúcula Libros, ilustrada por la niña que garabateaba en los márgenes de las hojas que su madre llenaba de versos. Sus garabatos ya no son simples (jamás los fueron) Mírenlos: http://elmargendelahoja.blogspot.com./ Verán la tapa de La Rosa Encarnada. El libro que descansa en la mesa de luz de mi hijo, a quien se lo dediqué hablándole de "El Gigante Egoista", el cuento de Wilde que leíamos antes de dormir él y escribir yo.
A Matteo Belli le dedico este libro. Su interpretación del poeta del año 1200 llamado Ruggeri, como yo, que defiende su poesía ante un obispo (de voz tenebrosa, vieja y rencorosa, sería tal vez un poeta premiado en el Medioevo, un bestseller del monasterio) me dio valor, como conté alguna vez en este blog. Matteo Belli leyó un cuento del libro y, mirándome muy serio, él , un artista completo, un juglar lleno de magia, me dijo que lo había leido tres veces para analizarlo. Es por eso, y por mi admiración a su arte, que me hizo crecer y madurar como poeta, que el libro le está dedicado. Que un intérprete de Dante analice mi Rosa Encarnada, es un honor.
Me daré el gusto de transcribir aquí la carta con que el editor dio su aprobacion a los poemas, como verán, no iba dirigida a mi, sino que me fue reenviada. Creo que es una carta de aceptación de antología, de un editor-poeta y de paso le quitará toda su melancolía a este post. Acá va la carta del señor Pablo Ferro, editor de Rúcula Libros, quien junto a Federico Ferro y Ruth Olivera han formado esa fabulosa editorial. Me hace feliz que estas personas maravillosas hayan decidido hacer el esfuerzo económico de editar este libro de poemas, como me dijo Federico: "para sacarlos del cuaderno, para romper la maldición".
La carta de Pablo Ferro
“No tengo el mail de Paula, pero me gusta cómo escribe. Está completamente chiflada, es la síntesis perfecta de Blanca Nieves, la bruja maléfica de la Bella Durmiente y Susan Sontag, jejé. Perfecta la poesía que lleva por título: PREGUNTA. Zen borgeano.
"La promesa del Cielo es el Infierno" (Aterrador). Suena como "Let me show you fear, in a handfull of dust".
Bernard Shaw decía que no había que dejarse coimear por la promesa del Cielo futuro. Borges decía que Stevenson hubiera dicho que no había que dejarse tentar por la promesa del Infierno. No vale la pena ser bueno, si hay recompensa. Qué mérito tendría ¿no? El mérito de hacer la PREGUNTA, acaso la única virtud posible.
Y después leo en EL DIABLO ENAMORADO: "Toda tu creación destruida, por destruirme a mí" (Puro Zoroastro, instinto persa, sadismo angelical en plena metástasis).
Aquel poema que empieza: "No traigan a Cristo a mi casa", es un blues ideal. Digno de Muddy Waters. Dont let 'em bring Christ, home, oh, no.
Y en ACERO Y VERSOS: "Mi precio son dos dragones
Uno rojo. Otro blanco" (notable)
AL FRUTO DE TU VIENTRE, maravilloso comienzo:
"Parirás con dolor
Parirás sola
Parirás en la noche oscura
Parirás en la noche sin luna"
"Y a la sombra de seis mil cruces hay un solo Cadalso" (es como un tango medieval)
"Yo escribí la historia, nadie puede sellar mis labios" (¿una amenaza de una poetisa-diosa?-tengo miedo)
"Tres felices matrimonios. Y tres amantes ahogados. Prosigamos" (me recuerda a Dylan en Under the red sky... , por la músika)
"Y nadie más que una mujer puede escribir el cielo" (cuánta razón, dios es la madre universal, o no existe). Me ha gustado el cuento de la Rosa encarnada, "mi patria está en la punta de mi espada", brillante y afiladísimo final para un libro feroz, e inquietantemente elegante. Un honor será contarlo en nuestra humildísima editorial. gracias!!!! Pablo.”
Es la mejor carta editorial que recibí jamás. Dejó aquí el link a Rúcula Libros
http://www.ruculalibros.com.ar/ Quienes quieran acercarse a la Rosa Encarnada ( y a los libros de Pablo Ferro, mi genial editor), pueden escribir también a bazardeilusiones@gmail.com
Hay una Rosa Encarnada en la mesa de luz de Luis. Ella dice: "Duro como el acero, dulce como la miel". Sólo hay un ejemplar con ese verso. Luis sabe por qué.
lunes, 29 de junio de 2009
Un lento conjuro
CONJURO SECRETO
Si una voz te dijera
lo que al viento susurro
que suaves mis manos
te esperan allí
donde mora el ensueño
y el secreto conjuro
en ardiente promesa
te entregara a mí
Si yo te dijera
que ayer por la noche
soñaba despierta
Que tu reina fui
Y que empuñé tu cetro
para hacerlo mío
Y abriendo mis labios
tu espada me hundí
Si yo te ofreciera
Mi sangre en tus sueños
Arrojada y desnuda te dijera:
Bébeme
Y luego desmayara,
Amor y duelo, gloria de una noche:
Traspásame
Al dios le duele el amor secreto,
Roza con su espíritu de llama
Mis piernas que te abrazan en sueños
Y de fuego viste mi corazón
El fuego que gime en mis versos
La Antorcha divina
Que robó Prometeo
Este lento conjuro
Te beberá entero
Si una voz te dijera
lo que al viento susurro
que suaves mis manos
te esperan allí
donde mora el ensueño
y el secreto conjuro
en ardiente promesa
te entregara a mí
Si yo te dijera
que ayer por la noche
soñaba despierta
Que tu reina fui
Y que empuñé tu cetro
para hacerlo mío
Y abriendo mis labios
tu espada me hundí
Si yo te ofreciera
Mi sangre en tus sueños
Arrojada y desnuda te dijera:
Bébeme
Y luego desmayara,
Amor y duelo, gloria de una noche:
Traspásame
Al dios le duele el amor secreto,
Roza con su espíritu de llama
Mis piernas que te abrazan en sueños
Y de fuego viste mi corazón
El fuego que gime en mis versos
La Antorcha divina
Que robó Prometeo
Este lento conjuro
Te beberá entero
sábado, 30 de mayo de 2009
La crítica del Dr Jonson
Hoy fue una mañana fría y lluviosa, poco apropiada para la poesía, pero tenía una deuda, con ustedes y con el Dr. Jonson, al que le debía una botella de ginebra. Así que escribí un poema horrible, cosa que nunca lleva esfuerzo así que no me agradezcan. Simplemente se trataba de ver cómo funciona la mejor cabeza crítica de la Argentina.
No es un catedrático. No fue nunca a Filosofía y Letras. Simplemente es un pediatra jubilado, rezongón y borracho, con un hígado a prueba de bulones.
Sin embargo, es el mejor cerebro de la crítica contemporánea.
Su intuición es mágica, sólo con la ayuda de una ginebra, su cerebro puede diseñar un autor a medida del poema que se presente. Así cumplió el viejo anhelo de la crítica, lo llevo más lejos que nadie: Prescindir de los autores.
Escribi un poema por la mañana, y a las cinco de la tarde, me presenté en el bar de Lugano donde él cumple religiosamente horario.
Estaba sentado, cabizbajo. Sus dedos tocaban una taza de café frío. Todavía no cobró la jubilación, así que llego en el momento indicado. Hago una seña al mozo, que no necesita que le indique lo que quiero: una botella de ginebra marca Cañón.
Sirvo el vaso. Jonson se enciende. Parece un autómata cuyo mecanismo se acaba de accionar. Mira la hoja de papel. Toma un sorbo.
Lean el poema y así podrán valorar la magnífica crítica...
Oda terrible
Aciago día el de la ola terrible
que me tumbó abatiendo mis narices
con la ocre sal que rememora el nosocomio.
Micébiles estaban los borloros
y miserables estuvieron los bañeros
que confundieron mareo con ahogo.
Oh Artemisa casi perezco
Oh San Sulpicio, qué martirio
renacer entre la espuma cual Venus
debería ser más divertido.
Si al menos conociera a la griega
mitología el dorado bañero
si al menos hubiese sido Apolo,
¡conformista, le bastaba parecerlo!
No atreviéndose a ser piedra,
ni río ni lluvia de oro
no atreviéndose a ser hombre:
menos aún a convertirse en toro.
Estáis a punto de decirme
¡lo sé! que tal hubiera hecho Zeus
mas se trataba de Apolo.
Es igual confesad que es triste
el destino de una poeta
que fue salvada de las olas...
...sin consuelo sometida
a los azares de la enfermería
y presintiendo el Olimpo
confinada a la camilla.
Jonson leyó esto mismo que ustedes acaban de leer. ¿Tiene este poema algo especial? Es un poco ridiculo, pero nada más. Digno de esta mañana sin sol. Sin embargo él toma de su vaso, alza la vista y abre la boca para bostezar.Me da tiempo de alistar el grabador. Y declama con voz monocorde, clara y sin titubeos
“ Ah, ¡es una obra de juventud de la querida Ema Berdier! (1905-1999) Ema Berdier, la que fuera amante de Juan Fernandez, del servicio de patología del hospital Muñiz. Buen patólogo, bastante bueno, lástima que tomara tanto. Este poema habla claramente de una época de soledad de Ema, confinada en cama por un severo problema de laringe. En él hallamos la frustración, el lúgubre infierno de la insatisfacción, la situación social de la mujer, y la tortura hedónica del deseo, oposición dialéctica ésta que se simula en la aparente dulzura femenina. La dulzura femenina, acaso el único defecto de este poema, ha arruinado brillantes carreras literarias, de poetas que no hallaron nunca en diccionario alguno un sinónimo de la palabra ‘lánguida’. Nótese que Ema Berdier no la utiliza en ninguno de sus poemas, su dulzura es sólo simulada: bajo la apariencia de suavidad de los versos, late un corazón de valkiria, de hurí del paraíso de Mahoma ansiosa de formar un sindicato, de filósofa que intenta liberarse de las cadenas de su belleza, de mujer sensual que no ignora que su destino final es el sacrificio y arremete con la fuerza de la rima, cuando lo que se rima son improperios.”
Dijo todo esto sin respirar, tomó el útimo trago del vaso y dejó caer la prodigiosa cabeza . Sirvo otro vaso. Levanta la cabeza, lleva el vaso a los labios y después de un prolongado y extático brindis consigo mismo y su portentoso cerebro, prosigue así:
“Analicemos el poema. A punto de ahogarse, la rescata un bañero ¿de qué la salva? La salva del mar, es decir, de la libertad. ¿Y qué es un bañero sino un hombre? Es decir que el bañero no la ha salvado, sino que le ha quitado la libertad. ¡Oh Artemisa! exclama la poeta, refiriéndose seguramente a aquella cazadora intrépida y virgen, tal vez la única feminista de todo el Olimpo. Y luego “Oh San Sulpicio”, en un distinto tono, demostrando cómo la burbuja hedónica del deseo siempre se deshace al aparecer la rigidez eclesiástica del internado de señorita donde vivió sus primeros años.
El brillante Apolo se esfuma y aparece en su lugar un vulgar bañero. Se desvanece el hechizo y viene el amargo reproche. “No atreviéndose a ser piedra, ni río ni lluvia de oro...”. Aquí la lírica helenística se nos muestra en todo su esplendor.
Ema A. Berdier es una de las tantas poetas que han sufrido el oprobio de la sociedad masculina. Lo digo porque conocí bien a Juan Fernandez, era buen patólogo, pero todo lo que tomaba era un oprobio. Por eso Ema empezó una larga relación con Victoria Sackville West. La conoció en ocasión de un viaje a Inglaterra. Ema quería ser como Rimbaud en su segunda etapa, cuando se dedicó al comercio, por eso quiso importar de Londres sales para damas, fue una incursión en el capitalismo demasiado poética. Ya hacia esa época las damas no se desmayaban, salvo las hipotensas y lo remediaban con sal de mesa. Conoció a Vicky Sackwille West, ella se desmayaba a menudo y Ema le daba sales, hasta que practicando otros métodos de reanimación, empezó un ardoroso amor, que termino cuando Virginia Woolf las agarró a trompadas. Sin embargo y como siempre ocurre, no sabemos si el amor se concretó o fue simplemente platónico, ejemplificando Vita, o Vicky, simplemente a la Artemisa del poema. En cambio lo del patótogo del Muñiz lo sé de posta, si hasta les presté la llave de mi departamento un montón de veces.
Ema Berdier fue una gran escritora que llegó a todo demasiado temprano o demasiado tarde, nunca a tiempo. Pudo ser un amor imposible de Borges, pero tomaba otro tranvía, pudo suicidarse el mismo año que Lugones, Alfonsina Storni y Horacio Quiroga, pero no tenía ganas, pudo hacer muchas cosas que no hizo. Los últimos años, (como Rimbaud en su segunda etapa), fue comerciante: atendía un lavadero en Villa Crespo. Hoy nos encargamos de darla a conocer, ya que su destino fue tal vez el más triste para una poeta. Aún hoy se sostiene que nunca escribió ella, sino Juan Fernandez.Ese a duras penas escribìa los informes de patología. Un caso entre los muchos de opresión machista en el mundo de las letras.”
Deslumbrante. Llevaba sombrero para la ocasión, me lo quité con respeto. Comprobé que mi grabador había cumplido resguardando sus grandes palabras, gracias a las cuales tenemos otra fascinante historia para la página literaria argentina, una nueva poeta maldita para nuestro panteón. Sólo costó una ginebra. Todavía quedaba para dos vasos, pero no tenía más poemas.
Pagué la cuenta y dejé a Jonson bebiendo con expresión de beatitud.
No es un catedrático. No fue nunca a Filosofía y Letras. Simplemente es un pediatra jubilado, rezongón y borracho, con un hígado a prueba de bulones.
Sin embargo, es el mejor cerebro de la crítica contemporánea.
Su intuición es mágica, sólo con la ayuda de una ginebra, su cerebro puede diseñar un autor a medida del poema que se presente. Así cumplió el viejo anhelo de la crítica, lo llevo más lejos que nadie: Prescindir de los autores.
Escribi un poema por la mañana, y a las cinco de la tarde, me presenté en el bar de Lugano donde él cumple religiosamente horario.
Estaba sentado, cabizbajo. Sus dedos tocaban una taza de café frío. Todavía no cobró la jubilación, así que llego en el momento indicado. Hago una seña al mozo, que no necesita que le indique lo que quiero: una botella de ginebra marca Cañón.
Sirvo el vaso. Jonson se enciende. Parece un autómata cuyo mecanismo se acaba de accionar. Mira la hoja de papel. Toma un sorbo.
Lean el poema y así podrán valorar la magnífica crítica...
Oda terrible
Aciago día el de la ola terrible
que me tumbó abatiendo mis narices
con la ocre sal que rememora el nosocomio.
Micébiles estaban los borloros
y miserables estuvieron los bañeros
que confundieron mareo con ahogo.
Oh Artemisa casi perezco
Oh San Sulpicio, qué martirio
renacer entre la espuma cual Venus
debería ser más divertido.
Si al menos conociera a la griega
mitología el dorado bañero
si al menos hubiese sido Apolo,
¡conformista, le bastaba parecerlo!
No atreviéndose a ser piedra,
ni río ni lluvia de oro
no atreviéndose a ser hombre:
menos aún a convertirse en toro.
Estáis a punto de decirme
¡lo sé! que tal hubiera hecho Zeus
mas se trataba de Apolo.
Es igual confesad que es triste
el destino de una poeta
que fue salvada de las olas...
...sin consuelo sometida
a los azares de la enfermería
y presintiendo el Olimpo
confinada a la camilla.
Jonson leyó esto mismo que ustedes acaban de leer. ¿Tiene este poema algo especial? Es un poco ridiculo, pero nada más. Digno de esta mañana sin sol. Sin embargo él toma de su vaso, alza la vista y abre la boca para bostezar.Me da tiempo de alistar el grabador. Y declama con voz monocorde, clara y sin titubeos
“ Ah, ¡es una obra de juventud de la querida Ema Berdier! (1905-1999) Ema Berdier, la que fuera amante de Juan Fernandez, del servicio de patología del hospital Muñiz. Buen patólogo, bastante bueno, lástima que tomara tanto. Este poema habla claramente de una época de soledad de Ema, confinada en cama por un severo problema de laringe. En él hallamos la frustración, el lúgubre infierno de la insatisfacción, la situación social de la mujer, y la tortura hedónica del deseo, oposición dialéctica ésta que se simula en la aparente dulzura femenina. La dulzura femenina, acaso el único defecto de este poema, ha arruinado brillantes carreras literarias, de poetas que no hallaron nunca en diccionario alguno un sinónimo de la palabra ‘lánguida’. Nótese que Ema Berdier no la utiliza en ninguno de sus poemas, su dulzura es sólo simulada: bajo la apariencia de suavidad de los versos, late un corazón de valkiria, de hurí del paraíso de Mahoma ansiosa de formar un sindicato, de filósofa que intenta liberarse de las cadenas de su belleza, de mujer sensual que no ignora que su destino final es el sacrificio y arremete con la fuerza de la rima, cuando lo que se rima son improperios.”
Dijo todo esto sin respirar, tomó el útimo trago del vaso y dejó caer la prodigiosa cabeza . Sirvo otro vaso. Levanta la cabeza, lleva el vaso a los labios y después de un prolongado y extático brindis consigo mismo y su portentoso cerebro, prosigue así:
“Analicemos el poema. A punto de ahogarse, la rescata un bañero ¿de qué la salva? La salva del mar, es decir, de la libertad. ¿Y qué es un bañero sino un hombre? Es decir que el bañero no la ha salvado, sino que le ha quitado la libertad. ¡Oh Artemisa! exclama la poeta, refiriéndose seguramente a aquella cazadora intrépida y virgen, tal vez la única feminista de todo el Olimpo. Y luego “Oh San Sulpicio”, en un distinto tono, demostrando cómo la burbuja hedónica del deseo siempre se deshace al aparecer la rigidez eclesiástica del internado de señorita donde vivió sus primeros años.
El brillante Apolo se esfuma y aparece en su lugar un vulgar bañero. Se desvanece el hechizo y viene el amargo reproche. “No atreviéndose a ser piedra, ni río ni lluvia de oro...”. Aquí la lírica helenística se nos muestra en todo su esplendor.
Ema A. Berdier es una de las tantas poetas que han sufrido el oprobio de la sociedad masculina. Lo digo porque conocí bien a Juan Fernandez, era buen patólogo, pero todo lo que tomaba era un oprobio. Por eso Ema empezó una larga relación con Victoria Sackville West. La conoció en ocasión de un viaje a Inglaterra. Ema quería ser como Rimbaud en su segunda etapa, cuando se dedicó al comercio, por eso quiso importar de Londres sales para damas, fue una incursión en el capitalismo demasiado poética. Ya hacia esa época las damas no se desmayaban, salvo las hipotensas y lo remediaban con sal de mesa. Conoció a Vicky Sackwille West, ella se desmayaba a menudo y Ema le daba sales, hasta que practicando otros métodos de reanimación, empezó un ardoroso amor, que termino cuando Virginia Woolf las agarró a trompadas. Sin embargo y como siempre ocurre, no sabemos si el amor se concretó o fue simplemente platónico, ejemplificando Vita, o Vicky, simplemente a la Artemisa del poema. En cambio lo del patótogo del Muñiz lo sé de posta, si hasta les presté la llave de mi departamento un montón de veces.
Ema Berdier fue una gran escritora que llegó a todo demasiado temprano o demasiado tarde, nunca a tiempo. Pudo ser un amor imposible de Borges, pero tomaba otro tranvía, pudo suicidarse el mismo año que Lugones, Alfonsina Storni y Horacio Quiroga, pero no tenía ganas, pudo hacer muchas cosas que no hizo. Los últimos años, (como Rimbaud en su segunda etapa), fue comerciante: atendía un lavadero en Villa Crespo. Hoy nos encargamos de darla a conocer, ya que su destino fue tal vez el más triste para una poeta. Aún hoy se sostiene que nunca escribió ella, sino Juan Fernandez.Ese a duras penas escribìa los informes de patología. Un caso entre los muchos de opresión machista en el mundo de las letras.”
Deslumbrante. Llevaba sombrero para la ocasión, me lo quité con respeto. Comprobé que mi grabador había cumplido resguardando sus grandes palabras, gracias a las cuales tenemos otra fascinante historia para la página literaria argentina, una nueva poeta maldita para nuestro panteón. Sólo costó una ginebra. Todavía quedaba para dos vasos, pero no tenía más poemas.
Pagué la cuenta y dejé a Jonson bebiendo con expresión de beatitud.
sábado, 23 de mayo de 2009
El eminente doctor Jonson
Reconozco que sin los críticos los escritores no somos nada. Sin ellos no habría estímulo y a pesar de los best sellers un tanto tiesos que dicen que el escritor que no quiere vender libros miente, la realidad es que la preparación de un escritor requiere muchos años de escribir en que no vende nada, ni puede hacerlo, porque se está formando. Cosa que el best seller al que aludo no ve porque usualmente le ofrecieron escribir un libro cuando era un periodista de televisión o el conductor de un programa radial y se puso a escribir con esa preparación. Esos son los best sellers que duermen años y décadas en los estantes de las grandes bibliotecas, con el polvo que deja la indiferencia de los lectores, libros en los que tres o cuatros milímetros de polvo, significan años sin que nadie toque sus lomos, en esos gigantescos cementerios de la vanidad con foto en el diario. Pero esto es una digresión. Lo que quería decir es que mientras una se forma, sin pensar en el éxito comercial, piensa en el crítico. Instintivamente, todo autor sabe que el crítico es esa persona que justifica su labor. El autor sabe que escribe para el velorio, que él y su libro un día van a estar ahí en un aula sin abrir la boca cosida a la fuerza por la fatalidad, pero con unas ganas de hablar terribles . Se muere de ganas de decir todo pero no puede, se murió hace quinientos años. Y exactamente como en los velorios, están todos opinando sobre él, diciendo lo bueno que era, pero sin dejar de notar todos sus defectos.
Son ellos, los críticos, los que dan sentido a nuestra obra: es que nosotros tenemos que escribir versos inútiles para que ellos escriban cosas que de verdad tengan sentido. Es más: si ellos no nos explican, va a parecer que todo lo que escribimos se entiende y eso es muy malo. Uno empieza a leer a Dante con un crítico anticuado, por ejemplo, un tal De Sanctis. El tal De Sanctis, italiano que vivió creo en el siglo XIX, parece genial hasta que viene alguien trayendo un libro de Benedetto Crocce y te lo da con una palmadita en la espalda. Ese otro crítico italiano, un poco más reciente, nos demuestra sin lugar a dudas que De Sanctis es un idiota. Y después lees a otro fulano que te demuestra que Crocce no entiende nada de nada. Mientras tanto y aunque no lo parezca, los versos de Dante permanecen igual. "La meretriz mira con sus ojos putos" Lo miraba con los putos ojos cuando empecé a leer a De Sanctis y lo sigue mirando con los putos ojos ahora también. Lo constato cada tanto. Cada vez que vas avanzando en tus lecturas críticas, abrís el Dante en la misma página y consternada ves que sigue diciendo lo mismo.
Bueno, la cuestión es que el crítico que más admiro no es De Sanctis, ni Crocce, ni Harold Bloom, ni ninguno de esos viejos borrachines: yo tengo mi propio Viejo Borrachín: el doctor en pediatría Jonson Porboswell.
Vive en un bar de Lugano. Nadie lo vio nunca fuera del bar. Ejerció la medicina cuarenta años, cuando se jubiló se dedicó a su gran pasión: la crítica literaria. La crítica en él es el arte de la imaginación: él y su ginebra inventan el marco teórico, el enfoque y la genética literaria de cada texto, pero lleva el asunto más lejos todavía: te inventa el autor o autora, la fecha de su nacimiento y de su muerte, su contexto histórico y sus controversias en vida, sus romances, su sexualidad, no deja detalle librado al azar.
Y todo eso, a cambio de una ginebra. Que compraran los vinateros, se pregunta una.
El sábado que viene prometo ir, ya que hace tiempo que no lo hago y tirarle un poema cualquiera mientras pido la peor ginebra, que es la única que venden en ese bar, a ver que le sale. Y les prometo que voy a compartirlo con ustedes. El viejo Jonson es imperdible.
lunes, 4 de mayo de 2009
Mi Tía Gilda en París
Fiona, mi prima filósofa que por esas cosas de la vida trabaja de manicura, me trajo hoy este escrito de la Tía Gilda. Gilda tiene ochenta años y ya alguna vez incluí páginas íntimas escritas por ella, porque las creo de gran valor. Este fragmento de diario habla de París, de etimologías y de sueños. Así que lo transcribo, sin cortes ni censura. A diferencia de mi prima Fiona, yo creo que no por hacer explotar frecuentemente calefones Gilda deje de ser, a su modo, una poeta eminente. Así que con ustedes, una vez más , el diario de Gilda Sáenz de Olavarrieta, mi tía, que dice así.
"Hoy vino Fiona, abrió todas las ventanas, me retó porque había dejado el gas abierto y me dijo una vez más que hay un hogar muy lindo donde hay gente simpática de mi misma edad. Creo que sé que anda intentando , dice que podría haberme matado y que me lo estoy buscando por escribir mi diario para el blog de mi sobrina dejando la lechera en el fuego. Así que yo espero que valoren como se merece esta página artística, hato de irresponsables que ignoran que la muerte más horrorosa no es la que nos buscamos, sino la que no buscamos.
Soy una filósofa impresionante, no debería estar acá, en esta cocina destartalada, oyendo cómo gotea la canilla. Debería estar en la Sorbona, dando conferencias y seduciendo estudiantes tiernos que me hablen en francés. Que me digan madame. Siempre quise que me digan madame. Y el afrancesado afrancesamiento francés con un francés. Dios quiera que algún día aprendan a expresarse delicadamente como yo. Manga de cochinos.
Ah, París. Qué daría yo por París. Los cuarenta años de más que tengo. La canilla de la cocina. El horno que ya no funciona. Daría generosamente todo eso y mucho más, por un departamento en Montparnasse, les Champs Elyssés, o el barrio que ustedes quieran, no tengo preferencias. Se me ocurre que puedo ofrecer mi tostadora y, ¡mondieu!, hasta la licuadora. Y mi diario íntimo y mis poemas inéditos, que muy pronto, según Fiona, cuando esté muerta y no lo pueda disfrutar, valdrán una fortuna. Bien —me toca el turno de carraspear, ajustarme el nudo de la corbata y mirar de soslayo mi agenda y las piernas de mi secretario con bermudas—, atiendo cualquier propuesta que quieran hacerme dentro de un razonable límite de tiempo. Mi secretario atenderá sus ofertas. Si me disculpan, tengo una urgente reunión con mi plomero. Ya saben, rutina pero ineludible. Y sonrío con suficiencia.
Sueño. Oh. Sueño.
Ah... París. La luna sobre París. La lluvia en París. Los perros que ladran en París (ladran en francés). El pan francés es tan francés que da pena comérselo. Pero los franceses se lo comen sin compasión. ¡Qué barbarie! Un hombre galante bebe champagne en mi breve zapatilla número 40, a la salida de la ópera, riéndonos de un perro que no sabe ladrar en francés. Malvada, soy malvada. Dos de mis breves zapatillas bastan para emborrachar a un cosaco. El galante francés se queda dormido sobre mi alfombra persa. Desesperada para despertarlo le quemo los bigotes franceses con un fósforo, se quema el francés, se quema la alfombra persa, se quema mi departamento en Montparnasse, arde París.
Y yo ya no tengo canilla, ni horno, ni tostadora, ni licuadora, ni diario íntimo, ni poemas inéditos. Oh, sólo me queda arrojarme al Sena.
Entonces me despierto. Y a partir de ese sueño, aprendí a valorar mis escasas posesiones y sólo las cambiaría por una casa en cualquier barrio de Venecia. Ah, Venecia.
Ya no soñaré más. Un atardecer en Venecia. El León de San Marcos. La noche cayendo sobre las serenas facciones de un bello gondolero. Ya no soñaré más. El gondolero pretende que le pague el viaje, después de... después de... qué bestia ese hombre. Grosero. Poco caballero. ¿Cómo le voy a pagar después de...? Ya no soñaré más. Le tuve que dejar mis zapatillas, que todavía tenían el sabor del champagne y los bigotes chamuscados del francés. Ya no soñaré más. También quiso mi reloj. Ya no soñaré más. Arguyó que mi reloj era berreta. Ya no soñaré más. Le tuve que dejar mi camisa. Y mi cinturón, mi pollera. Sólo me quedó la cruz bendecida por Pablo VI. ¿Bastaría para defenderme de la canaille? Soportaría las vejaciones como una mártir, susurré a la cálida noche veneciana. La luna desnudaba cruel mi escaso pudor. Sólo me quedaba arrojarme al canal.
Ya no soñaré más, cada vez que sueño me despierto más pobre. Y desde mi último sueño no tengo que ponerme. No puedo ir por Europa solamente con una cruz sobre el cuello, aunque la haya bendecido Pablo VI. Qué estúpido gondolero, la cruz era de oro. Ja, ja, ja.
Oh, tan triste y tan pobre.Pensar que guardo una exquisita fortuna en forma de papeles viejos que podría comprar a todos los gondoleros de Venecia y a todos los gañanes de París.
Me encantan los gañanes de París. Nadie sabe que significa gañanes en castellano, pero en las traducciones París está llena de gañanes. Yo quiero ir a Paris para saber como es un gañán. Yo me imagino que un gañan es un hombre joven, de los bajos fondos de París( París es la única ciudad con bajos fondos), que pasea con una camiseta blanca que marca sus bíceps y una boina negra y un cigarro en la comisura por el Barrio Latino (París en la única ciudad con barrio latino), a la pesca de poetas incautas que se hallen perdidas buscando los Campos Eliseos ( Paris es la única ciudad con...eso, los Elíseos). Una pobre poeta maldita que con un poco de esfuerzo puede creerse que el gañán es bueno y que su Je t’aime es auténtico. Aunque presumiblemente y sobretodo pasada cierta edad, a la poeta le importe un comino el je t’aime y todo lo demás. La pregunta es y pensando en mi posible viaje a París: ¿podré pagar las cuentas del gañán? Quiero decir ¿serán muy altas las expensas en los bajos fondos? ¿Fumará demasiado cigarros caros? ¿Gastará mucha plata en esas camisetas? Porque a esta altura de la vida el amor no tiene precio sino costo, bah. Yo creo que los gañanes de París a esta altura deben ser representados por agentes inmobiliarios. Si es que es un gañán lo que yo me imagino.
Porque me asaltan las dudas. Mi hija Fiona me dijo que los gañanes son los gatos. Los gatos sueltos, los callejeros, los que se mojan bajo la lluvia de París y que lo que tengo que hacer con ellos es dejarles platitos con comida de gatos por las esquinas de los Champs Elisées y del barrio latino.
Así que vamos a buscar el diccionario de la RAE y vamos a ver de una perra vez que significa gañán.
Veamos.
Gañán: 1.Mozo de labranza.2 Hombre fuerte y rudo..
OH. Fuerte y rudo. Tengo razón y, no mi hija Fiona que quiere divertirse ella sola con todos los gañanes y por eso me manda a comprar comida para gatos.
Bah ¿quién se acuerda de la comida de los gatos en el barrio latino de París, cuando un mozo de labranza fuerte y rudo con una camiseta blanca apretada y una boina negra se acerca...lento...con el paso elástico de un tigre ..y te sonríe?
Así que ya se dónde voy, Fiona.París me espera. Te dejo el calefón
"Hoy vino Fiona, abrió todas las ventanas, me retó porque había dejado el gas abierto y me dijo una vez más que hay un hogar muy lindo donde hay gente simpática de mi misma edad. Creo que sé que anda intentando , dice que podría haberme matado y que me lo estoy buscando por escribir mi diario para el blog de mi sobrina dejando la lechera en el fuego. Así que yo espero que valoren como se merece esta página artística, hato de irresponsables que ignoran que la muerte más horrorosa no es la que nos buscamos, sino la que no buscamos.
Soy una filósofa impresionante, no debería estar acá, en esta cocina destartalada, oyendo cómo gotea la canilla. Debería estar en la Sorbona, dando conferencias y seduciendo estudiantes tiernos que me hablen en francés. Que me digan madame. Siempre quise que me digan madame. Y el afrancesado afrancesamiento francés con un francés. Dios quiera que algún día aprendan a expresarse delicadamente como yo. Manga de cochinos.
Ah, París. Qué daría yo por París. Los cuarenta años de más que tengo. La canilla de la cocina. El horno que ya no funciona. Daría generosamente todo eso y mucho más, por un departamento en Montparnasse, les Champs Elyssés, o el barrio que ustedes quieran, no tengo preferencias. Se me ocurre que puedo ofrecer mi tostadora y, ¡mondieu!, hasta la licuadora. Y mi diario íntimo y mis poemas inéditos, que muy pronto, según Fiona, cuando esté muerta y no lo pueda disfrutar, valdrán una fortuna. Bien —me toca el turno de carraspear, ajustarme el nudo de la corbata y mirar de soslayo mi agenda y las piernas de mi secretario con bermudas—, atiendo cualquier propuesta que quieran hacerme dentro de un razonable límite de tiempo. Mi secretario atenderá sus ofertas. Si me disculpan, tengo una urgente reunión con mi plomero. Ya saben, rutina pero ineludible. Y sonrío con suficiencia.
Sueño. Oh. Sueño.
Ah... París. La luna sobre París. La lluvia en París. Los perros que ladran en París (ladran en francés). El pan francés es tan francés que da pena comérselo. Pero los franceses se lo comen sin compasión. ¡Qué barbarie! Un hombre galante bebe champagne en mi breve zapatilla número 40, a la salida de la ópera, riéndonos de un perro que no sabe ladrar en francés. Malvada, soy malvada. Dos de mis breves zapatillas bastan para emborrachar a un cosaco. El galante francés se queda dormido sobre mi alfombra persa. Desesperada para despertarlo le quemo los bigotes franceses con un fósforo, se quema el francés, se quema la alfombra persa, se quema mi departamento en Montparnasse, arde París.
Y yo ya no tengo canilla, ni horno, ni tostadora, ni licuadora, ni diario íntimo, ni poemas inéditos. Oh, sólo me queda arrojarme al Sena.
Entonces me despierto. Y a partir de ese sueño, aprendí a valorar mis escasas posesiones y sólo las cambiaría por una casa en cualquier barrio de Venecia. Ah, Venecia.
Ya no soñaré más. Un atardecer en Venecia. El León de San Marcos. La noche cayendo sobre las serenas facciones de un bello gondolero. Ya no soñaré más. El gondolero pretende que le pague el viaje, después de... después de... qué bestia ese hombre. Grosero. Poco caballero. ¿Cómo le voy a pagar después de...? Ya no soñaré más. Le tuve que dejar mis zapatillas, que todavía tenían el sabor del champagne y los bigotes chamuscados del francés. Ya no soñaré más. También quiso mi reloj. Ya no soñaré más. Arguyó que mi reloj era berreta. Ya no soñaré más. Le tuve que dejar mi camisa. Y mi cinturón, mi pollera. Sólo me quedó la cruz bendecida por Pablo VI. ¿Bastaría para defenderme de la canaille? Soportaría las vejaciones como una mártir, susurré a la cálida noche veneciana. La luna desnudaba cruel mi escaso pudor. Sólo me quedaba arrojarme al canal.
Ya no soñaré más, cada vez que sueño me despierto más pobre. Y desde mi último sueño no tengo que ponerme. No puedo ir por Europa solamente con una cruz sobre el cuello, aunque la haya bendecido Pablo VI. Qué estúpido gondolero, la cruz era de oro. Ja, ja, ja.
Oh, tan triste y tan pobre.Pensar que guardo una exquisita fortuna en forma de papeles viejos que podría comprar a todos los gondoleros de Venecia y a todos los gañanes de París.
Me encantan los gañanes de París. Nadie sabe que significa gañanes en castellano, pero en las traducciones París está llena de gañanes. Yo quiero ir a Paris para saber como es un gañán. Yo me imagino que un gañan es un hombre joven, de los bajos fondos de París( París es la única ciudad con bajos fondos), que pasea con una camiseta blanca que marca sus bíceps y una boina negra y un cigarro en la comisura por el Barrio Latino (París en la única ciudad con barrio latino), a la pesca de poetas incautas que se hallen perdidas buscando los Campos Eliseos ( Paris es la única ciudad con...eso, los Elíseos). Una pobre poeta maldita que con un poco de esfuerzo puede creerse que el gañán es bueno y que su Je t’aime es auténtico. Aunque presumiblemente y sobretodo pasada cierta edad, a la poeta le importe un comino el je t’aime y todo lo demás. La pregunta es y pensando en mi posible viaje a París: ¿podré pagar las cuentas del gañán? Quiero decir ¿serán muy altas las expensas en los bajos fondos? ¿Fumará demasiado cigarros caros? ¿Gastará mucha plata en esas camisetas? Porque a esta altura de la vida el amor no tiene precio sino costo, bah. Yo creo que los gañanes de París a esta altura deben ser representados por agentes inmobiliarios. Si es que es un gañán lo que yo me imagino.
Porque me asaltan las dudas. Mi hija Fiona me dijo que los gañanes son los gatos. Los gatos sueltos, los callejeros, los que se mojan bajo la lluvia de París y que lo que tengo que hacer con ellos es dejarles platitos con comida de gatos por las esquinas de los Champs Elisées y del barrio latino.
Así que vamos a buscar el diccionario de la RAE y vamos a ver de una perra vez que significa gañán.
Veamos.
Gañán: 1.Mozo de labranza.2 Hombre fuerte y rudo..
OH. Fuerte y rudo. Tengo razón y, no mi hija Fiona que quiere divertirse ella sola con todos los gañanes y por eso me manda a comprar comida para gatos.
Bah ¿quién se acuerda de la comida de los gatos en el barrio latino de París, cuando un mozo de labranza fuerte y rudo con una camiseta blanca apretada y una boina negra se acerca...lento...con el paso elástico de un tigre ..y te sonríe?
Así que ya se dónde voy, Fiona.París me espera. Te dejo el calefón
martes, 28 de abril de 2009
A pedido del público
Vuelvo a incluir esta pequeña pieza moral:
THE CAPTAIN ALATRISTE
En El
Teatro DRURY LANE
London
EL INGLÉS PIERDE LA HONRA
Pero nunca el paraguas
Aunque encuentra la horca
De WILLIAM SHAKESPEARE
TRAGEDIA EN CINCO ACTOS
PRIMER ACTO: Llueve sobre London
SEGUNDO ACTO: Llueve sobre London
TERCER ACTO: Cómo llueve en London
CUARTO ACTO: Qué manera de llover en London
QUINTO ACTO
New Gate. Cárcel de los condenados a muerte. Llueve del techo y las ratas infaltables del decorado están mojadas. Entre las tablas carcomidas de la celda infecta, se moja un servicio de té de plata. La infamia de la cárcel se demuestra en la caja de té en saquitos.
Entra Captain Alatriste, Square. Se dirige al público mientras se sacude el sombrero y cierra el paraguas.
Captain Alatriste: ¡Cómo llueve! ¿Eh?
Señora del público con sombrero amazónico: ¡Un gentleman como él en ese sitio! ¡Ah, infame, infame! Al autor de esta obra hay que enviarlo a New Gate... !
Captain Alatriste: Soy autor de mi propia biografía, my lady. Este lugar infecto no es nada para quien ha cazado tigres en Bengala. Las ratas son más pequeñas. Y por cierto... ESTO ES NEW GATE (sensación)
Caballero del público: ¡Qué fatuidad! Admirable, Lady Olivia. El autor de esta obra es un genio
Yo: Gracias
Tramoyista del Teatro Drury Lane, London: ¡Un genio, vaya que sí! Ahí está. Mira, Bob. Míralo y dime si no tiene tetas.
Bob: (silba) Tiene dos. William Shakespeare, vaya. Si no lo veo, no lo creo.
Señora del sombrero amazónico: ¡Harry, es verdad! ¡William Shakespeare tiene, oh, shocking! Cuando le cuente a Lady Hamilton, que dice que todavía le crecen. Pero míralo a él... ¿cómo lo consiguen? Porque a esa edad no crecen, digo...
Yo: ¡BASTA! Dejen que David Garrick el Joven demuestre su talento. Estos ingleses no se callan ni en su propio entierro. Y de eso se trata la obra.
Señora del sombrero amazónico: Eso preguntaba, de qué se trata...
Captain Alatriste: (impaciente). Cállense, que solo hago mi trabajo. Bien (saluda a Mr. Ganzúa, que toma su té sin limón ¡Shocking! Infame sitio, New Gate).
Mr. Ganzúa: (efusivo, o sea, se quita un guante)Oh, pardiez, Captain Alatriste... No debe preocuparse por mi estadía aquí, a expensas de Su Majestad. A propósito, un brindis, caballero por la Reina Victoria. Todo fue por la cuenta del lustrabotas, que era un buen pájaro de cuentas, me quiso cobrar la cuenta y yo le dije:
Bien, Mr. Forwad, haré la cuenta hasta diez y le retorceré el cuello, por cierto, lo lleva sucio. Si no puede pagar la lavandería, póngase un cuello negro.
Justamente, Mr. Ganzúa, debo diez libras a la lavandería y su cuenta es de diez libras.
¿Se da cuenta, Captain? Un verdadero ganso.
Captain Alatriste: Natural, Mr. Ganzúa, natural. Pero si fuera un ganso, no le perdonaría que no me convide a cenar. Hablando de gansos ¿cómo está Lady Aliviosa?
Mr. Ganzúa: Un poco fría, Captain Alatriste. Colgada como los paraguas y más mojada. Oh, permítame el impermeable, Captain. Yes, la colgaron ayer.
Captain Alatriste: Mys condolencias. Oh, Lord Cagafuego. No lo veía desde el gran incendio de Londres de 1666. Oh, gratos recuerdos. Gran esfuerzo, por otra parte, incendiar Londres.
Lord Cagafuego: Ni lo diga, Captain. Con nuestra niebla, nuestra flema y nuestra lluvia, no se veía un carajo, se nos apagaba el fuego y ni hablar de pisar esos escupitajos. Mire mis botas. Quedaron, fíjese, una miseria. ¿Se acuerda de mi paraguas, el que se prendió fuego? Todo por Su Majestad, the king Charles II. Las botas, el paraguas, el impermeable también se me arruinó. En fin, al menos esos...
Captain Alatriste: Apestados, Lord Cagafuego, dígalo. Sin pelos en la lengua. Se acabó la peste, gentlemans, y el rey Charles vale por dos ministros de salud argentinos. Un viva señores, a Su Majestad. ¿Y a quien van a ahorcar, a todo esto?
Mr. Ganzúa: A usted, captain, naturalmente. ¡Lo olvidó! Gentlemans, es la legítima flema británica.
Lord Cagafuego: Admirable, señores, admirable. Solo se preocupa porque no se le moje el paraguas. Un verdadero inglés.
Captain Alatriste: Soy galés, señores.
Lord Cagafuego:¿De Gales o de Galicia?
Yo: Ese chiste no es mío, aclaro.
Captain Alatriste: El Teatro Inglés se avergüenza de este villano, que deshonra su famoso humour con su boca infecta.
Tramoyista del Teatro Drury Lane, London: Ven, Bob, deja esa revista y no te pierdas esto.
Lord Cagafuego: Caballero, deshonra la de tu madre, que es una mujerzuela, y la de tu padre, que no pasa por las puertas y arada con los cuernos el lodazal de Hamilton’s Shame.
Captain Alatriste: Lamento profundamente que su esposa sea tan abierta al público, Lord Cagafuego y si se atreve a acercarse a mi paraguas reconocerá el perfume... de sus nalgas, si me permite Shakespeare decir tal cosa.
Yo: Basta, señores, el show debe continuar, pero antes los despediré. Están todos despedidos.
Mr. Ganzúa: Como delegado del gremio del teatro de Drury Lane, London, protesto ante este atropello y propongo un meeting después del té, que ya se me enfrió.
Lord Cagafuego: Por la afirmativa.
Captain Alatriste: Yo no voto, me iban a ahorcar y sólo me despiden, a mí me conviene.
Público: ¡Shocking!
Bob: ¿No me llamaste para ver esto, no? Prefiero las fotos de Lady Cagafuego, mírala, no lleva más que el sombrero.
Tramoyista del Teatro Drury Lane: Pues, prefiero a Shakespeare. Míralo, no lleva corpiño.
Bob: Vaya, es verdad.
Caballero del Público: ¡Cinco libras al Captain Alatriste!
Señora del sombrero amazónico: ¡Diez libras a Mr. Ganzúa!
Mr. Ganzúa: Lo siento, Alatriste, pero si te reviento puedo pagar la cuenta del lustrabotas y salir de aquí.
Captain Alatriste: No hay cuidado, somos caballeros.
Lord Cagafuego: Yo mejor me voy. Mi esposa me espera con la cena. No hay que hacer esperar a las mujeres. Te puedes llevar una sorpresa.
Yo: ¡Telón!
THE END
Yo: ¿Dónde estará ese simpático tramoyista? (Hace mutis por la izquierda)
Tramoyista del teatro Drury Lane (entrando por la derecha): Maldita sea, Bob, ese Shakespeare tiene un par, como dicen allí en España. ¿Dónde se metió? (Hace mutis por la izquierda)
Yo (saliendo de abajo del telón, en el medio): A esta obra le falta un desencuentro amoroso. ¿Qué es ese humo? Ah, eres tú Bob. ¿Qué haces allí abajo? Ya veo. Oye, Mistress Cagafuego está ampliamente disponible y no hace falta incendiar el Teatro, sabes. Qué vergüenza, súbdito de la Corona. Pareces un español en Flandes, sabes, por lo desesperado. Hablando de desesperado, dónde está ese alto, barbudo, completamente bestial tramoyista amigo tuyo.
Bob: Lo siento, William, le gustan las mujeres, sabes. Lo de él fue una sublimación del inconciente. Su padre se llamaba William.
Yo: Pero yo me llamo Paula, puedo demostrarlo
Tramoyista del teatro Drury Lane (cae desde lo alto del telón, a la izquierda): ¡WILLIAM!
Yo: My name’s Paula, puedo jurarlo.
Tramoyista, etc. : ¿En serio?
Yo: Toca, toca sin miedo, verás que no hay nada raro.
Tramoyista, etc. (profundamente asombrado): ¡ Es verdad!
Yo: ¡LOVE ME!
Tramoyista, etc. : I’m sorry. Sabes, quisiera que fueras William (Sale por la izquierda)
Bob: Lo siento, William. ¿Lady Cagafuego está en casa, dices? Voy a verla, adiós.
Yo: Bueno, he terminado mi obra. Dije que faltaba un desencuentro amoroso ¿no? Ya está, obra concluida. Sólo dos espectadores: el honor británico exige que me arroje al Támesis. Adiós, cruel world. To be or not to be, me da lo mismo.
Yo de nuevo: To be o no tubí. Esta obra desastrosa, pensándolo bien, me da una idea. Sí, y el agua debe estar helada en ese río roñoso. Bien, el Támesis tendrá que esperar ¡qué espere! (Sale por la puerta)
POR LA PUERTA, TAMBIÉN...
Sale el público por Covent Garden Street...
Señora del sombrero amazónico: Este Shakespeare es inigualable ¡dos! Es increíble
Harry: ¿Qué quieres, que tenga tres?
Señora, etc..: No, pero ¡dos! Yo tengo dos que no hacen una. Y míralo, con esa barba. ¡Shocking!
Harry: Sus comienzos fueron humildes, sabes. Trabajaba en el circo del China Town, cuando todavía vivían chinos allí. Eso, querida, es shocking.
¡POR FIN!
THE CAPTAIN ALATRISTE
En El
Teatro DRURY LANE
London
EL INGLÉS PIERDE LA HONRA
Pero nunca el paraguas
Aunque encuentra la horca
De WILLIAM SHAKESPEARE
TRAGEDIA EN CINCO ACTOS
PRIMER ACTO: Llueve sobre London
SEGUNDO ACTO: Llueve sobre London
TERCER ACTO: Cómo llueve en London
CUARTO ACTO: Qué manera de llover en London
QUINTO ACTO
New Gate. Cárcel de los condenados a muerte. Llueve del techo y las ratas infaltables del decorado están mojadas. Entre las tablas carcomidas de la celda infecta, se moja un servicio de té de plata. La infamia de la cárcel se demuestra en la caja de té en saquitos.
Entra Captain Alatriste, Square. Se dirige al público mientras se sacude el sombrero y cierra el paraguas.
Captain Alatriste: ¡Cómo llueve! ¿Eh?
Señora del público con sombrero amazónico: ¡Un gentleman como él en ese sitio! ¡Ah, infame, infame! Al autor de esta obra hay que enviarlo a New Gate... !
Captain Alatriste: Soy autor de mi propia biografía, my lady. Este lugar infecto no es nada para quien ha cazado tigres en Bengala. Las ratas son más pequeñas. Y por cierto... ESTO ES NEW GATE (sensación)
Caballero del público: ¡Qué fatuidad! Admirable, Lady Olivia. El autor de esta obra es un genio
Yo: Gracias
Tramoyista del Teatro Drury Lane, London: ¡Un genio, vaya que sí! Ahí está. Mira, Bob. Míralo y dime si no tiene tetas.
Bob: (silba) Tiene dos. William Shakespeare, vaya. Si no lo veo, no lo creo.
Señora del sombrero amazónico: ¡Harry, es verdad! ¡William Shakespeare tiene, oh, shocking! Cuando le cuente a Lady Hamilton, que dice que todavía le crecen. Pero míralo a él... ¿cómo lo consiguen? Porque a esa edad no crecen, digo...
Yo: ¡BASTA! Dejen que David Garrick el Joven demuestre su talento. Estos ingleses no se callan ni en su propio entierro. Y de eso se trata la obra.
Señora del sombrero amazónico: Eso preguntaba, de qué se trata...
Captain Alatriste: (impaciente). Cállense, que solo hago mi trabajo. Bien (saluda a Mr. Ganzúa, que toma su té sin limón ¡Shocking! Infame sitio, New Gate).
Mr. Ganzúa: (efusivo, o sea, se quita un guante)Oh, pardiez, Captain Alatriste... No debe preocuparse por mi estadía aquí, a expensas de Su Majestad. A propósito, un brindis, caballero por la Reina Victoria. Todo fue por la cuenta del lustrabotas, que era un buen pájaro de cuentas, me quiso cobrar la cuenta y yo le dije:
Bien, Mr. Forwad, haré la cuenta hasta diez y le retorceré el cuello, por cierto, lo lleva sucio. Si no puede pagar la lavandería, póngase un cuello negro.
Justamente, Mr. Ganzúa, debo diez libras a la lavandería y su cuenta es de diez libras.
¿Se da cuenta, Captain? Un verdadero ganso.
Captain Alatriste: Natural, Mr. Ganzúa, natural. Pero si fuera un ganso, no le perdonaría que no me convide a cenar. Hablando de gansos ¿cómo está Lady Aliviosa?
Mr. Ganzúa: Un poco fría, Captain Alatriste. Colgada como los paraguas y más mojada. Oh, permítame el impermeable, Captain. Yes, la colgaron ayer.
Captain Alatriste: Mys condolencias. Oh, Lord Cagafuego. No lo veía desde el gran incendio de Londres de 1666. Oh, gratos recuerdos. Gran esfuerzo, por otra parte, incendiar Londres.
Lord Cagafuego: Ni lo diga, Captain. Con nuestra niebla, nuestra flema y nuestra lluvia, no se veía un carajo, se nos apagaba el fuego y ni hablar de pisar esos escupitajos. Mire mis botas. Quedaron, fíjese, una miseria. ¿Se acuerda de mi paraguas, el que se prendió fuego? Todo por Su Majestad, the king Charles II. Las botas, el paraguas, el impermeable también se me arruinó. En fin, al menos esos...
Captain Alatriste: Apestados, Lord Cagafuego, dígalo. Sin pelos en la lengua. Se acabó la peste, gentlemans, y el rey Charles vale por dos ministros de salud argentinos. Un viva señores, a Su Majestad. ¿Y a quien van a ahorcar, a todo esto?
Mr. Ganzúa: A usted, captain, naturalmente. ¡Lo olvidó! Gentlemans, es la legítima flema británica.
Lord Cagafuego: Admirable, señores, admirable. Solo se preocupa porque no se le moje el paraguas. Un verdadero inglés.
Captain Alatriste: Soy galés, señores.
Lord Cagafuego:¿De Gales o de Galicia?
Yo: Ese chiste no es mío, aclaro.
Captain Alatriste: El Teatro Inglés se avergüenza de este villano, que deshonra su famoso humour con su boca infecta.
Tramoyista del Teatro Drury Lane, London: Ven, Bob, deja esa revista y no te pierdas esto.
Lord Cagafuego: Caballero, deshonra la de tu madre, que es una mujerzuela, y la de tu padre, que no pasa por las puertas y arada con los cuernos el lodazal de Hamilton’s Shame.
Captain Alatriste: Lamento profundamente que su esposa sea tan abierta al público, Lord Cagafuego y si se atreve a acercarse a mi paraguas reconocerá el perfume... de sus nalgas, si me permite Shakespeare decir tal cosa.
Yo: Basta, señores, el show debe continuar, pero antes los despediré. Están todos despedidos.
Mr. Ganzúa: Como delegado del gremio del teatro de Drury Lane, London, protesto ante este atropello y propongo un meeting después del té, que ya se me enfrió.
Lord Cagafuego: Por la afirmativa.
Captain Alatriste: Yo no voto, me iban a ahorcar y sólo me despiden, a mí me conviene.
Público: ¡Shocking!
Bob: ¿No me llamaste para ver esto, no? Prefiero las fotos de Lady Cagafuego, mírala, no lleva más que el sombrero.
Tramoyista del Teatro Drury Lane: Pues, prefiero a Shakespeare. Míralo, no lleva corpiño.
Bob: Vaya, es verdad.
Caballero del Público: ¡Cinco libras al Captain Alatriste!
Señora del sombrero amazónico: ¡Diez libras a Mr. Ganzúa!
Mr. Ganzúa: Lo siento, Alatriste, pero si te reviento puedo pagar la cuenta del lustrabotas y salir de aquí.
Captain Alatriste: No hay cuidado, somos caballeros.
Lord Cagafuego: Yo mejor me voy. Mi esposa me espera con la cena. No hay que hacer esperar a las mujeres. Te puedes llevar una sorpresa.
Yo: ¡Telón!
THE END
Yo: ¿Dónde estará ese simpático tramoyista? (Hace mutis por la izquierda)
Tramoyista del teatro Drury Lane (entrando por la derecha): Maldita sea, Bob, ese Shakespeare tiene un par, como dicen allí en España. ¿Dónde se metió? (Hace mutis por la izquierda)
Yo (saliendo de abajo del telón, en el medio): A esta obra le falta un desencuentro amoroso. ¿Qué es ese humo? Ah, eres tú Bob. ¿Qué haces allí abajo? Ya veo. Oye, Mistress Cagafuego está ampliamente disponible y no hace falta incendiar el Teatro, sabes. Qué vergüenza, súbdito de la Corona. Pareces un español en Flandes, sabes, por lo desesperado. Hablando de desesperado, dónde está ese alto, barbudo, completamente bestial tramoyista amigo tuyo.
Bob: Lo siento, William, le gustan las mujeres, sabes. Lo de él fue una sublimación del inconciente. Su padre se llamaba William.
Yo: Pero yo me llamo Paula, puedo demostrarlo
Tramoyista del teatro Drury Lane (cae desde lo alto del telón, a la izquierda): ¡WILLIAM!
Yo: My name’s Paula, puedo jurarlo.
Tramoyista, etc. : ¿En serio?
Yo: Toca, toca sin miedo, verás que no hay nada raro.
Tramoyista, etc. (profundamente asombrado): ¡ Es verdad!
Yo: ¡LOVE ME!
Tramoyista, etc. : I’m sorry. Sabes, quisiera que fueras William (Sale por la izquierda)
Bob: Lo siento, William. ¿Lady Cagafuego está en casa, dices? Voy a verla, adiós.
Yo: Bueno, he terminado mi obra. Dije que faltaba un desencuentro amoroso ¿no? Ya está, obra concluida. Sólo dos espectadores: el honor británico exige que me arroje al Támesis. Adiós, cruel world. To be or not to be, me da lo mismo.
Yo de nuevo: To be o no tubí. Esta obra desastrosa, pensándolo bien, me da una idea. Sí, y el agua debe estar helada en ese río roñoso. Bien, el Támesis tendrá que esperar ¡qué espere! (Sale por la puerta)
POR LA PUERTA, TAMBIÉN...
Sale el público por Covent Garden Street...
Señora del sombrero amazónico: Este Shakespeare es inigualable ¡dos! Es increíble
Harry: ¿Qué quieres, que tenga tres?
Señora, etc..: No, pero ¡dos! Yo tengo dos que no hacen una. Y míralo, con esa barba. ¡Shocking!
Harry: Sus comienzos fueron humildes, sabes. Trabajaba en el circo del China Town, cuando todavía vivían chinos allí. Eso, querida, es shocking.
¡POR FIN!
sábado, 11 de abril de 2009
Psicoanálisis en Canterville ¡Asocien!
SIMÓN C., un caso de histeria fantasmal.
Conferencia presentada por el eminente psicoanalista Sir James Rodríguez de la Fuente y acotada por el Dr. Klein.
El misterio rodea a Simón C., cuyo nombre escondía, exactamente, nueve personalidades diferentes, con las que simulaba su auténtica patología. ¿Con qué fin? Estimados colegas: con el de volvernos locos. Ejem. A veces Simón C. se presentaba como “Rubén el Rojo o el Bebé estrangulado”. El origen de esta personalidad histérica tal vez se deba al segundo nombre de su padre o a un niño que murió al nacer. Pero no sé ni siquiera el primer nombre de su padre, ni tengo noticias de dicho niño. Tal vez se llame Rubén por un rubí del collar de su madre que lo estranguló, Rub-í, y por eso es Rojo. Asocien lo que quieran, a mi no me importa.
Ejem. La segunda personalidad desdoblada, es decir, doblada y vuelta a doblar, y aquí es preciso que haga una comparación imprescindible entre la personalidad histérica y la masa de hojaldre, que como todos sabemos se dobla en cuatro cada vez mientras se amasa hasta que queda una masa fina y compacta que tiene facetas dulces o saladas según se le ponga azúcar para pastelitos o sal para empanadas al horno o fritas, en fin, la personalidad histérica es como la masa de... bueno. En qué estaba. Sí. La segunda personalidad desdoblada y vuelta a doblar de Simón C. es el terrible “Gibeón el famélico, el vampiro de Bexleer Mor”. Cuando su histeria lo llevaba a asumir esta actitud, causaba tanto terror que no me atrevía a mirarlo, por eso no sé en que consistía su comportamiento cuando actuaba con dicho nombre. Pero el paciente recordaba sus hazañas bajo este carácter con la entusiasta egolatría de las artistas de cabaret octogenarias cuando recuerdan los gritos (¿de placer? ¿de displacer? ), de algún príncipe de la Casa de Hanover.
Asocien, vamos.
Una de las más misteriosas manifestaciones de este caso de histeria, es cuando aparecía en su psiquis la supremacía de otra presencia psicótica “Daniel el mudo o el esqueleto del suicida”. Daniel el mudo como era mudo no decía una palabra, además de mudo, se había suicidado, así que estaba muerto, por eso no logré hablar con él y sigo en la más completa oscuridad. “Daniel” significa, si mi hebreo no me falla, el amado por Dios. ¿Asocian o no asocian? Evidentemente, el amor de Dios es demasiado para un simple hombre y por eso Daniel se quedó mudo y se mató para reunirse con su amado. El vínculo homoerótico es evidente, pero no patológico, salvo por el detalle del suicidio, que no es muy sano.
“Martín el maníaco o el misterio enmascarado”. Martín el maníaco es un misterio para mí y quitarle su pesada máscara es la tarea que me he propuesto, pero para eso no puedo sino menos que bucear en otro carácter de este hombre con multiplicidad de caracteres, Simón por todo nombre real, puesto por su padre, que más vale se la hubiera... Ejem, esta vez no asocien. Yo le digo cuando tienen que asociar. Cuando el inconsciente de Simón se asomó como “Isaac el Negro o el cazador del bosque de Hogley” sufrió un trauma que tal vez lo hubiera llevado a la cura de su histeria. Dos miembros de su grupo familiar conviviente, grupo con el que en realidad el paciente no tiene lazos sanguíneos, dos mellizos de quince años exactamente, habían untado con manteca la escalera, así Simón C. se cayó y en la caída murió “Ruperto el Temerario o el Conde sin Cabeza”, otra de sus personalidades, por lo que llevó luto una semana.
Haré una revisión del entorno familiar del paciente, consistente en una sirvienta vieja y una familia con la que, como ya creo haber dicho, no tenía lazos de sangre, la familia O., de origen norteamericano, enfurecía a Simón C. con su grosero materialismo, al decir del propio paciente, provocando que su patología originaria se agudizara.
El paciente dice, palabras textuales: “familia horrible, maleducada, vulgar y tramposa” y , escuchen con atención: “No he dormido en trescientos años”. Al preguntarle cuantos días realmente hace que no duerme, responde: “Ciento nueve mil quinientos días”. Señores, señoras, Simón C. pretende ser un fantasma, cuya alma no haya paz y por eso debe molestar a todo el mundo, pero agobiado por la incomprensión de su entorno, acude a nuestra consulta buscando ¿qué? ¿La paz perdida? Para sus dichos, se apoya ciertamente en su absoluta ausencia de piel sobre los huesos. Es muy conocida por todos nosotros la parálisis histérica, también existe la sordera histérica, etc..., pero estamos frente al primer caso conocido de muerte histérica. Por eso, se ha realizado una interconsulta clínica, pero el clínico se declaró incompetente, cual si fuera un juzgado, y convocó a su vez a un patólogo forense, en cuyo laboratorio permaneció el paciente durante tres días dándole a la cháchara, hasta que clínico y forense requirieron asistencia psiquiátrica inmediata, y... Esperen un momento. ¿Quiénes son esos hombres de blanco? ¿Qué hacen? Eh, pero no terminé... ¿Dónde me llevan? ¡Noooooooo....!!!!!!”
Aquí termina la conferencia del Dr. Sir James Rodríguez de la Fuente, cuyo caso presento a esta junta médica junto con el del Doctor Smith y el también Doctor Jones. En casa de herrero cuchillo de palo, eh. Ja, ja. El caso que ellos estudiaban es un esqueleto que según ellos habla y ulula en la noche como un ciprés que llora. Les dije que le alcancen un pañuelo, ja, ja. He hablado con dicho esqueleto pero no me ha respondido, ja, ja. La ciencia psicoanalítica se muestra incompetente para examinar la histeria de los cadáveres. Ahora, si me disculpan, tengo un paciente esperándome en la sala, un tal “Jonás el Sin Tumba, o el ladrón de cadáveres del Granero de Chertley”, un caso muy prometedor.
Conferencia presentada por el eminente psicoanalista Sir James Rodríguez de la Fuente y acotada por el Dr. Klein.
El misterio rodea a Simón C., cuyo nombre escondía, exactamente, nueve personalidades diferentes, con las que simulaba su auténtica patología. ¿Con qué fin? Estimados colegas: con el de volvernos locos. Ejem. A veces Simón C. se presentaba como “Rubén el Rojo o el Bebé estrangulado”. El origen de esta personalidad histérica tal vez se deba al segundo nombre de su padre o a un niño que murió al nacer. Pero no sé ni siquiera el primer nombre de su padre, ni tengo noticias de dicho niño. Tal vez se llame Rubén por un rubí del collar de su madre que lo estranguló, Rub-í, y por eso es Rojo. Asocien lo que quieran, a mi no me importa.
Ejem. La segunda personalidad desdoblada, es decir, doblada y vuelta a doblar, y aquí es preciso que haga una comparación imprescindible entre la personalidad histérica y la masa de hojaldre, que como todos sabemos se dobla en cuatro cada vez mientras se amasa hasta que queda una masa fina y compacta que tiene facetas dulces o saladas según se le ponga azúcar para pastelitos o sal para empanadas al horno o fritas, en fin, la personalidad histérica es como la masa de... bueno. En qué estaba. Sí. La segunda personalidad desdoblada y vuelta a doblar de Simón C. es el terrible “Gibeón el famélico, el vampiro de Bexleer Mor”. Cuando su histeria lo llevaba a asumir esta actitud, causaba tanto terror que no me atrevía a mirarlo, por eso no sé en que consistía su comportamiento cuando actuaba con dicho nombre. Pero el paciente recordaba sus hazañas bajo este carácter con la entusiasta egolatría de las artistas de cabaret octogenarias cuando recuerdan los gritos (¿de placer? ¿de displacer? ), de algún príncipe de la Casa de Hanover.
Asocien, vamos.
Una de las más misteriosas manifestaciones de este caso de histeria, es cuando aparecía en su psiquis la supremacía de otra presencia psicótica “Daniel el mudo o el esqueleto del suicida”. Daniel el mudo como era mudo no decía una palabra, además de mudo, se había suicidado, así que estaba muerto, por eso no logré hablar con él y sigo en la más completa oscuridad. “Daniel” significa, si mi hebreo no me falla, el amado por Dios. ¿Asocian o no asocian? Evidentemente, el amor de Dios es demasiado para un simple hombre y por eso Daniel se quedó mudo y se mató para reunirse con su amado. El vínculo homoerótico es evidente, pero no patológico, salvo por el detalle del suicidio, que no es muy sano.
“Martín el maníaco o el misterio enmascarado”. Martín el maníaco es un misterio para mí y quitarle su pesada máscara es la tarea que me he propuesto, pero para eso no puedo sino menos que bucear en otro carácter de este hombre con multiplicidad de caracteres, Simón por todo nombre real, puesto por su padre, que más vale se la hubiera... Ejem, esta vez no asocien. Yo le digo cuando tienen que asociar. Cuando el inconsciente de Simón se asomó como “Isaac el Negro o el cazador del bosque de Hogley” sufrió un trauma que tal vez lo hubiera llevado a la cura de su histeria. Dos miembros de su grupo familiar conviviente, grupo con el que en realidad el paciente no tiene lazos sanguíneos, dos mellizos de quince años exactamente, habían untado con manteca la escalera, así Simón C. se cayó y en la caída murió “Ruperto el Temerario o el Conde sin Cabeza”, otra de sus personalidades, por lo que llevó luto una semana.
Haré una revisión del entorno familiar del paciente, consistente en una sirvienta vieja y una familia con la que, como ya creo haber dicho, no tenía lazos de sangre, la familia O., de origen norteamericano, enfurecía a Simón C. con su grosero materialismo, al decir del propio paciente, provocando que su patología originaria se agudizara.
El paciente dice, palabras textuales: “familia horrible, maleducada, vulgar y tramposa” y , escuchen con atención: “No he dormido en trescientos años”. Al preguntarle cuantos días realmente hace que no duerme, responde: “Ciento nueve mil quinientos días”. Señores, señoras, Simón C. pretende ser un fantasma, cuya alma no haya paz y por eso debe molestar a todo el mundo, pero agobiado por la incomprensión de su entorno, acude a nuestra consulta buscando ¿qué? ¿La paz perdida? Para sus dichos, se apoya ciertamente en su absoluta ausencia de piel sobre los huesos. Es muy conocida por todos nosotros la parálisis histérica, también existe la sordera histérica, etc..., pero estamos frente al primer caso conocido de muerte histérica. Por eso, se ha realizado una interconsulta clínica, pero el clínico se declaró incompetente, cual si fuera un juzgado, y convocó a su vez a un patólogo forense, en cuyo laboratorio permaneció el paciente durante tres días dándole a la cháchara, hasta que clínico y forense requirieron asistencia psiquiátrica inmediata, y... Esperen un momento. ¿Quiénes son esos hombres de blanco? ¿Qué hacen? Eh, pero no terminé... ¿Dónde me llevan? ¡Noooooooo....!!!!!!”
Aquí termina la conferencia del Dr. Sir James Rodríguez de la Fuente, cuyo caso presento a esta junta médica junto con el del Doctor Smith y el también Doctor Jones. En casa de herrero cuchillo de palo, eh. Ja, ja. El caso que ellos estudiaban es un esqueleto que según ellos habla y ulula en la noche como un ciprés que llora. Les dije que le alcancen un pañuelo, ja, ja. He hablado con dicho esqueleto pero no me ha respondido, ja, ja. La ciencia psicoanalítica se muestra incompetente para examinar la histeria de los cadáveres. Ahora, si me disculpan, tengo un paciente esperándome en la sala, un tal “Jonás el Sin Tumba, o el ladrón de cadáveres del Granero de Chertley”, un caso muy prometedor.
domingo, 5 de abril de 2009
Un libro que amo.
El DÍA DEL MINOTAURO, DE THOMAS BURNETT SWANN
Recuerdo cuando Thea, la princesa cretense, conoció a Eunostos, El Toro que Camina como un Hombre. Ella lo olfateó como lo hace un animal asustado, él la miró como lo hace un poeta. “¿Conoces la alfarería llamada Cerámica Kamares?”, contaría luego: “Es tan delgada como la cáscara de un huevo y está decorada con criaturas del mar: anémonas, peces voladores y pulpos enrollados. Uno piensa que con el más leve toque se rompe, y sin embargo en un millar de años la misma taza todavía puede contener flores, vino o miel. Así era Thea.”
Thea es una dama, se preocupa el Minotauro. “... las damas cierran sus puertas”, dice. “Yo las asusto, me llaman (bueno, si es una dama, no lo diría, sólo lo pensaría) grosero e inculto. Quieren peinar mi pelo, afeitar mi pecho y cortarme la cola. Hacen una mueca de desagrado si yo insulto, lanzan un mirada feroz si bebo cerveza, y desaprueban a mis amigos, dríadas y centauros”.
Así es, recuerdo ese día. Recuerdo también la poesía milagrosa de los habitantes del mundo de Swann: bestias que temen a las damas y damas que sorprenden en besos y murallas, hijas de reyes, hijas de dríadas, llevan en si la marca de la civilización y el erotismo salvaje e inocente de lo animal. En sus personajes y tramas, Thomas Burnett Swann puede transmitir un Eros tan feliz como trágico. “La inocencia no es más que ignorancia” dice. Swann ignora por completo la dificultades del mundo literario, a la manera de una dama entre aqueos o de un minotauro en la corte, no sabe que no es posible ser trágico y adorable a la vez, ignora completamente que no debe mezclar las armas aqueas con los personajes del bosque de A. A. Milne. Y por esa maravillosa ignorancia o inocencia, que tal vez sea sólo una infinita sabiduría, pude sentir leyendo El día del Minotauro que ese mundo mitico y salvaje era un mundo habitable a pesar de lo trágico, es más, sentí que ese mundo mítico era éste que habito, que no había nada más que verdad en el fuego en el que arden las dríadas que aman a los hombres y en el vino que escancian minotauros poetas y en el extraño, íntimo e inalterable valor de las princesas cuando arrasan los aqueos. Y en este último punto, preferimos a Swann antes que a Eurípides. A la manera de los mitos, en Swann la tragedia es un episodio al que sucede una revancha maravillosa. A la manera de quien disfruta del juego, ningún árbol o dríada que arde muere sin hijo ni sin poema.
¿Qué podemos decir de Swann? “Reconocido poeta, critico y narrador, Thomas Burnett Swann es recordado por sus relatos ambientados en el mundo de la mitologia clásica”, informa la solapa. Nunca escribí una solapa. Espero nunca tener que hacerlo. Porque si lo hiciera, diría: Thomas Burnett Swann es el hombre que hizo que la expresión “muchacha cretense” sea lo más bello que se le pueda decir a una mujer.
Para leer fragmentos del libro o encontrarse con él y descubrirlo, este el link que posibilita el encuentrohttp://www.revistacuasar.com.ar/modules.php?name=News&file=article&sid=200
Recuerdo cuando Thea, la princesa cretense, conoció a Eunostos, El Toro que Camina como un Hombre. Ella lo olfateó como lo hace un animal asustado, él la miró como lo hace un poeta. “¿Conoces la alfarería llamada Cerámica Kamares?”, contaría luego: “Es tan delgada como la cáscara de un huevo y está decorada con criaturas del mar: anémonas, peces voladores y pulpos enrollados. Uno piensa que con el más leve toque se rompe, y sin embargo en un millar de años la misma taza todavía puede contener flores, vino o miel. Así era Thea.”
Thea es una dama, se preocupa el Minotauro. “... las damas cierran sus puertas”, dice. “Yo las asusto, me llaman (bueno, si es una dama, no lo diría, sólo lo pensaría) grosero e inculto. Quieren peinar mi pelo, afeitar mi pecho y cortarme la cola. Hacen una mueca de desagrado si yo insulto, lanzan un mirada feroz si bebo cerveza, y desaprueban a mis amigos, dríadas y centauros”.
Así es, recuerdo ese día. Recuerdo también la poesía milagrosa de los habitantes del mundo de Swann: bestias que temen a las damas y damas que sorprenden en besos y murallas, hijas de reyes, hijas de dríadas, llevan en si la marca de la civilización y el erotismo salvaje e inocente de lo animal. En sus personajes y tramas, Thomas Burnett Swann puede transmitir un Eros tan feliz como trágico. “La inocencia no es más que ignorancia” dice. Swann ignora por completo la dificultades del mundo literario, a la manera de una dama entre aqueos o de un minotauro en la corte, no sabe que no es posible ser trágico y adorable a la vez, ignora completamente que no debe mezclar las armas aqueas con los personajes del bosque de A. A. Milne. Y por esa maravillosa ignorancia o inocencia, que tal vez sea sólo una infinita sabiduría, pude sentir leyendo El día del Minotauro que ese mundo mitico y salvaje era un mundo habitable a pesar de lo trágico, es más, sentí que ese mundo mítico era éste que habito, que no había nada más que verdad en el fuego en el que arden las dríadas que aman a los hombres y en el vino que escancian minotauros poetas y en el extraño, íntimo e inalterable valor de las princesas cuando arrasan los aqueos. Y en este último punto, preferimos a Swann antes que a Eurípides. A la manera de los mitos, en Swann la tragedia es un episodio al que sucede una revancha maravillosa. A la manera de quien disfruta del juego, ningún árbol o dríada que arde muere sin hijo ni sin poema.
¿Qué podemos decir de Swann? “Reconocido poeta, critico y narrador, Thomas Burnett Swann es recordado por sus relatos ambientados en el mundo de la mitologia clásica”, informa la solapa. Nunca escribí una solapa. Espero nunca tener que hacerlo. Porque si lo hiciera, diría: Thomas Burnett Swann es el hombre que hizo que la expresión “muchacha cretense” sea lo más bello que se le pueda decir a una mujer.
Para leer fragmentos del libro o encontrarse con él y descubrirlo, este el link que posibilita el encuentrohttp://www.revistacuasar.com.ar/modules.php?name=News&file=article&sid=200
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