sábado, 23 de mayo de 2009

El eminente doctor Jonson

Reconozco que sin los críticos los escritores no somos nada. Sin ellos no habría estímulo y a pesar de los best sellers un tanto tiesos que dicen que el escritor que no quiere vender libros miente, la realidad es que la preparación de un escritor requiere muchos años de escribir en que no vende nada, ni puede hacerlo, porque se está formando. Cosa que el best seller al que aludo no ve porque usualmente le ofrecieron escribir un libro cuando era un periodista de televisión o el conductor de un programa radial y se puso a escribir con esa preparación. Esos son los best sellers que duermen años y décadas en los estantes de las grandes bibliotecas, con el polvo que deja la indiferencia de los lectores, libros en los que tres o cuatros milímetros de polvo, significan años sin que nadie toque sus lomos, en esos gigantescos cementerios de la vanidad con foto en el diario. Pero esto es una digresión. Lo que quería decir es que mientras una se forma, sin pensar en el éxito comercial, piensa en el crítico. Instintivamente, todo autor sabe que el crítico es esa persona que justifica su labor. El autor sabe que escribe para el velorio, que él y su libro un día van a estar ahí en un aula sin abrir la boca cosida a la fuerza por la fatalidad, pero con unas ganas de hablar terribles . Se muere de ganas de decir todo pero no puede, se murió hace quinientos años. Y exactamente como en los velorios, están todos opinando sobre él, diciendo lo bueno que era, pero sin dejar de notar todos sus defectos. Son ellos, los críticos, los que dan sentido a nuestra obra: es que nosotros tenemos que escribir versos inútiles para que ellos escriban cosas que de verdad tengan sentido. Es más: si ellos no nos explican, va a parecer que todo lo que escribimos se entiende y eso es muy malo. Uno empieza a leer a Dante con un crítico anticuado, por ejemplo, un tal De Sanctis. El tal De Sanctis, italiano que vivió creo en el siglo XIX, parece genial hasta que viene alguien trayendo un libro de Benedetto Crocce y te lo da con una palmadita en la espalda. Ese otro crítico italiano, un poco más reciente, nos demuestra sin lugar a dudas que De Sanctis es un idiota. Y después lees a otro fulano que te demuestra que Crocce no entiende nada de nada. Mientras tanto y aunque no lo parezca, los versos de Dante permanecen igual. "La meretriz mira con sus ojos putos" Lo miraba con los putos ojos cuando empecé a leer a De Sanctis y lo sigue mirando con los putos ojos ahora también. Lo constato cada tanto. Cada vez que vas avanzando en tus lecturas críticas, abrís el Dante en la misma página y consternada ves que sigue diciendo lo mismo. Bueno, la cuestión es que el crítico que más admiro no es De Sanctis, ni Crocce, ni Harold Bloom, ni ninguno de esos viejos borrachines: yo tengo mi propio Viejo Borrachín: el doctor en pediatría Jonson Porboswell.
 Vive en un bar de Lugano. Nadie lo vio nunca fuera del bar. Ejerció la medicina cuarenta años, cuando se jubiló se dedicó a su gran pasión: la crítica literaria. La crítica en él es el arte de la imaginación: él y su ginebra inventan el marco teórico, el enfoque y la genética literaria de cada texto, pero lleva el asunto más lejos todavía: te inventa el autor o autora, la fecha de su nacimiento y de su muerte, su contexto histórico y sus controversias en vida, sus romances, su sexualidad, no deja detalle librado al azar. Y todo eso, a cambio de una ginebra. Que compraran los vinateros, se pregunta una. El sábado que viene prometo ir, ya que hace tiempo que no lo hago y tirarle un poema cualquiera mientras pido la peor ginebra, que es la única que venden en ese bar, a ver que le sale. Y les prometo que voy a compartirlo con ustedes. El viejo Jonson es imperdible.

9 comentarios:

  1. Yo evito pensar en los críticos. Evito leerlos. Evito recordar que existen. Tal vez sea porque conozco a muchos personalmente y sé que su crítica no es honesta. Detrás de cada uno de sus juicios hay una jugada de ajedrez, un deseo de complacer a un amigo o a un poderoso o de joder a un enemigo. Decía un maestro mío que el crítico ideal debe abstenerse de tener vida social, de ir a cocteles o presentaciones de libros y de pertenecer a círculos literarios. Debe ser completamente asocial. Pero como eso no es posible, no se puede confiar en nadie.

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  2. Es bastante real tu apreciación: tal vez uso mal la palabra crítico. Los que me divierten son estudiosos, analistas, pero hasta estos tienen sus intereses. Ya no recuerdo la historia de celos entre Víctor Hugo y Saint-Beuve, este último, crítico notable, pero con intereses emocionales que chocaban con su honestidad intelectual. Pero ahora, con el polvo de los años, puede ser agradable leeerlo.O no.
    Igual, mi crítico Jonson sólo hace vida social con la ginebra!

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  3. Me gustaría conocer a tu Jonson. Lo imagino uno de esos personajes de conversación viva, sensible y llena de sorpresas. Con gusto le llevaría una botella de la mejor ginebra que pudiera encontrar.

    A Saint-Beuve lo odio porque despreció a Stendhal y subestimó a Flaubert.

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  4. Yo sabia que habia depreciado a Dumas, que es mi gran amor, y sin embargo lo perdone. Soy demasiado tolerante. No sabía esto otro que me contás.Debía ser muy soberbio
    Vsmos ver a Jonsosn!!!

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  5. Claro que era soberbio. Y además la historia demostró que era un tonto. Mira este post de mi blog:http://elvinoylahiel.blogspot.com/2006/06/las-lecciones-del-xito-literario.html

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  6. un auténtico idiota.
    vamos a llevarle ginebra al viejo Jonson!

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  7. Yo me apunto, si me das permiso, a un gintonic con tu Jonson.

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  8. Adelante con el gin tonic. Va tener que esmerarse.

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  9. Te sigo, como siempre, y no paras de sorprenderme.

    En cuanto a Agustín, recién hallado, me llevo una grata sorpresa.

    Un abrazo. Y otro para el matarife Jonson.

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