Si Dios existe, debe estar muy enojado. Pero si bien cuando era estudiante
de Filosofía leí a Descartes y sus pruebas discutidas (y blasfemas) de que Dios
tiene que existir, lo cierto es que las añejas Meditaciones metafísicas se caen
polvorientas, arrugadas, inútiles, mientras avanza un invisible enemigo llamado
Covid 19.
Lo más notable del virus es que puede matarnos. Y lo segundo, y esto lo
observo yo, es que priva de sentido a las cosas. A las Meditaciones Metafísicas
cartesianas, pero también a mi palabra, al verbo escribir.
Escribir cada día, es luchar contra el virus y su denodada afición a
despojar todo, pero todo, de sentido.
Cuando la OMS declaró la pandemia, yo no estaba en Buenos Aires, la ciudad
donde nací, dónde vivo. Estaba en México y el día previo, el 11 de marzo, había
presentado un libro. Al día siguiente la OMS hizo su declaración y para mí
empezó una carrera contra el tiempo, específicamente contra el cierre de las
fronteras. Estaba con Luis, mi compañero, entendiendo que a veces, un viaje de
trabajo pasa a ser un gran aprendizaje.
Éramos nosotros dos y nuestros pasaportes argentinos que amenazaban con no
servir para nada.
Hoy pasaron
meses desde mi regreso a Buenos Aires de la hermosa, colorida, musical e
indisciplinada ciudad de México, y a veces todavía me resulta increíble estar
viendo las paredes de mi casa.
La noche anterior a tomar el vuelo AM 30 con Luis evaluamos todas las posibles
opciones de alojamiento en casa de conocidos o directamente de contactos que
teníamos en CDMX. Ya se estaban cancelando vuelos, las fronteras argentinas
terrestres estaban cerradas, la oscura y diminuta habitación en que nos
alojábamos oficiaba de oscuro presagio. Desde Buenos Aires, los mensajes de mis
amigas Teresa y Mariana transmitían esperanza explicando la normativa argentina
con absoluta claridad.
Sin embargo estando lejos la expresión "cierre de fronteras", suena
diferente.
Las dos, tres, cuatro de la mañana. Una notificación de Google Calendar, que no
recordaba haber usado nunca, hace un pequeño sonido. "Tu vuelo AM 30 está
en horario", dice, más o menos.
Luis lo cree apenas. Seguimos barajando posibilidades.
Yo viajé a México el 7de marzo, pocos días después se declaró oficialmente la
pandemia. Luis había llegado unos días antes. Viajábamos por separado,
regresábamos juntos. Lo que era un viaje más o menos planificado, se convirtió
en un mazo de naipes de "comodines", Jockers de extraña mirada.
Si realmente fue así y es buena la metáfora, el Jocker estaba de nuestro lado.
El vuelo, a las cinco de la madrugada, estaba en horario. A las seis un taxista
jovial nos recogió para ir al aeropuerto.
El alegre chofer de taxi daba curas insólitas pero de buena fe contra el
Covid-19: un plátano por día, por ejemplo, previene los contagios, de acuerdo a
la medicina del buen hombre mexicano.
En el Aeropuerto Benito Juarez confirmamos que el vuelo estaba en horario y
encontramos un complicado método para facilitar el despacho de equipaje y otros
trámites necesarios por medio de máquinas, que cómo todos sabemos, nos van a
reemplazar algún día o eso dicen muchas novelas de ciencia ficción que lee
Luis.
Fuimos a nuestra puerta de embarque, que en realidad era otra y a las nueve, en
un penúltimo LAST CALL, abordamos un avión semivacío.
El vuelo fue angustioso, y matizado por el humor casi permanente de algunos
pasajeros (un grupo de hombres regresaba tras un certamen de tiro y bromeaba
sin pausa)
Hasta esa repentina afición por las bromas en vuelo, dirigidas a todo el
pasaje, de esos hombres, mostraba hasta qué punto el ánimo era más bien
sombrío. Sus chistes eran disparos en el silencio.
Butacas vacías y el piloto, que habla en susurros, como muchos mexicanos, dice
con su suave voz de galán latino que una pasajera se siente mal y han aplicado
el protocolo de Sanidad.
Murmullos, alguna insolidaria queja.
Tras nueve horas de vuelo, aterrizamos en Buenos Aires.
Se aplica el protocolo de Sanidad y no podemos bajar. Nos quedamos sin luz y
sin aire acondicionado.
El avión se ve extraño. Y no sabemos lo que pasa. Alguna queja intempestiva es
callada con nerviosos chistidos.
En la oscuridad suben las personas de Sanidad. Hacen el control que deben, el
bromista más conspicuo del grupo de bromistas convoca una risa unánime al decir
"No escucho un estornudo, ni una tosecita",
Se festejó el chiste, a pesar de todo. Algunas veces antes en mi vida comprobé
como un chiste puede cambiar todo de color.
Los hombres de Sanidad, astronautas por su aspecto, descienden. Al poco tiempo
se enciende la luz, y se habilita el descenso del avión.
Me despedí para siempre del bromista, saludamos al personal de abordo, de una
calidez y una profesionalidad increíbles.
Buenos Aires nos recibe. Buenos Aires es otra.
Las luces parecen
neblinosas y la oscuridad de la noche un mensaje. Todo lo familiar de la ciudad
se vuelve extraño.
Regresamos a pesar
del cierre de fronteras. Estamos acá, llegando a nuestro hogar en un taxi que
casi no nos acepta, con una división protectora entre los asientos.
Es el 16 de
marzo y entre ese día (7) en que volé a México y esta noche hay un abismo.
Una vez que
supe que mis hijos estaban bien, mi primer preocupación fue mi hermana María.
María tiene cinco años menos que yo, y es una mujer alta, muy alta, de pelo
castaño y largo. Hace muchos años que instrumenta en los quirófanos. Además es
actriz de teatro. Nos criamos juntas, leyendo Mujercitas de niñas, soñando con
ser Meg y Jo.
Respondió mi mensaje con la voz más grave que le escuché. “Lo mejor que te puede pasar, es estar en cuarentena” me dijo. “Acá en el hospital estamos muy asustados”
Ella es la lucha contra el Covid 19 y yo solo una cronista.
Hoy mientras intento escribir, a veces lo escrito parece sólo un intento,
oigo las noticias. Hoy, 27 de setiembre, hubo 443 muertos en Argentina. 443
muertes, 443 agonías, 443 duelos. Una
noticia comunica que en Humahuaca todas las camas están ocupadas. En ese norte
de altas montañas adustas, dónde los telares reproducen los colores de las
laderas, ocres y rojas, no hay una cama más.
Humahuaca está en la frontera norte del país, en la provincia de Jujuy.
Recorrí Humahuaca en automóvil hace dos años. Sol, montaña, gente amable.
Humahuaca me duele.
Hoy llueve fuerte en Buenos Aires. La lluvia hace más pesada la sensación
de agobio sobre los hombros. Sin embargo soy de las que disfrutan la lluvia y en
tiempos mejores salía a la puerta de casa, a mojarme en primavera con una
sonrisa feliz.
Hoy todo es diferente, ha mutado el
significado de las cosas y las palabras.
Un millón de muertes por Covid19 en el planeta. Así comunican los medios
hoy. Un millón de ausencias.
Podemos preguntarnos otra vez porqué escribir.
Veo una mujer mendigando en la esquina. Lleva muletas pero no barbijo. Y la
gente, yo incluida, se aleja más. Y ella sigue mendigando, reclamando una
piedad imposible, que depende de algo tan frágil como un barbijo de papel.
Al menos yo, escribo por ella. Por esa figura trágica. Escribo para dejar
testimonio.
Escribimos para vivir y no solo para dejar testimonio. Muy buenas reflexiones, saludos.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu visita y tu comentario
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