El blog de Paula Ruggeri. Contacto: paula.ruggeri743@gmail.com
viernes, 28 de noviembre de 2014
Dale un corazón de seda......
DALE UN CORAZÔN DE SEDA
En un hogar pobre de campesinos nació una pequeña niña y no diremos dónde porque no importa mucho. Los padres eran tan pobres que no tenían nada para darle. La miraban tomados de la mano, con lágrimas en los ojos.
Vendrían las hadas que dan dones a todas las niñas desde que el mundo es mundo. Pero como la niña era muy pobre, pequeña y fea, eso era un simple trámite, por lo cual los padres suspiraron aliviados. Vendrían sólo las hadas buenas, tal vez viniera una sola, apurada, mirando el reloj. El hada maléfica sólo se dignaba ir a grandes palacios, a mansiones de estrellas de cine, maldecía a las hijas de los reyes. Asi que sabían que su hija, al menos, no tendría ningún don maldito. Sólo esperaban que las apuradas hadas, como asistentes sociales del destino, le dieran aunque fuera un don a su hija que le permitiera sobrevivir.
Ella dormía en la cuna. Cada tanto un leve suspiro inquietaba a la madre. Instintivamente, quería darle leche de su cuerpo, pero estaban esperando la visita de las hadas.
Tocaron la puerta. El hombre abrió.
Eran dos mujeres con trajes de ejecutivas arrugados y largo pelo rubio. Sus ojos eran muy verdes y brillaban por igual. Llevaban sendas carpetas. Se detuvieron en el umbral para hacer cada una una cruz con sus lapiceras en las recién abiertas planillas
—¿Cómo se llama la niña? -preguntaron a coro
—No tiene nombre aún.
—¿Y en qué están pensando? Póngale un nombre. Me lo exige la planilla—dijo un hada.
—Ada —dijo la madre.
—Ana —exclamó el padre.
—Ada Ana —repitieron a coro las hadas mientras escribían los dos nombres—. Bien, vamos a verla.
—¿Cuáles son sus ingresos? —preguntó una. Las dos hadas eran indistingibles.
—Soy jornalero, asi que gano un poco de dinero.
—¿Pero puede mandarla a la escuela pública?
—Creo que si.
—"Creo" me suena mal. Va a mandarla a la escuela —dijo una de las hadas— Bien, su única oportunidad es el estudio.
Se acercó a la cuna, sacó una varita mágica de su carpeta y dijo:
—Ada Ana, tendrás una gran memoria. Memorizarás todas las letras y sonidos. Nada que leas u oigas se te borrara de la mente.
—Y ahora yo —dijo la otra.
—Ada Ana. Entenderás el lenguaje de la música y sabrás de melodías.
—Bueno —repuso mirando al padre—. Uno de los dones es para disfrutar. Sino para qué vivimos y nos alimentamos. No todo en la vida es trabajo.
Y entonces se abrió la puerta. Lentamente, chirriando sobre los goznes. Todos se sobresaltaron al ver a una gran señora, de larga cabellera azabache, con brillantes ojos negros, alta, con un traje rojo y la varita de oro en la mano. No llevaba ninguna carpeta.
—El hada maléfica... —murmuró la madre. Instintivamente quiso cubrir a su hija.
—Cálmese —dijo un hada rubia—. A veces ocurre, pero muy raras veces. Está de licencia casi todo el año ¿verdad?
El Hada Maléfica se acercó a la cuna de la niña.
—Vengo cuando es preciso. Esta niña será hermosa. Tú le diste memoria y tú le diste gusto por la música. ¿Qué puedo darle yo? Creo que ya lo sé. De hecho, lo sé porque no vine por azar. Sé lo que necesita.
Se acercó a la cuna con su varita de oro, tocó con ella la frente de la niña y dijo:
—Ada Ana: te doy un corazón de seda que se rasgue sólo con un beso, sólo con la promesa de un beso, sólo con el sueño de un beso.
-Será poeta —dijo el Hada Maléfica a las otras dos hadas.
Luego habló a los padres con sus labios de sangre.
—Lo malo es sólo un poco malo, ¿saben? Hada significa fata, destino en una antigua lengua. Yo sólo cumplo órdenes. Será poeta —repitió el Hada Maléfica.
Desaparecieron las tres hadas y la casa quedó a oscuras. Y Ada Ana lloró suavemente.
miércoles, 29 de octubre de 2014
OJOS VERDES
OJOS VERDES
Paula Ruggeri
La
señora Dora regaba las plantas en su balcón.
Era difícil precisar en qué estaba pensando, sus pensamientos no eran
nunca exactos, claros ni organizados, usualmente pensaba en veinte cosas a la
vez. Había sido muy bonito lo que le dijo el padre Mario cuando ella compró el
remedio para aquella señora. El padre Mario sabía que ella no tenía rentas ni
nada que se le pareciese, ese era un sacrificio por un prójimo. Sería bueno que
eso fuera valorado. El padre Mario tenía unos ojos muy bonitos. Ojos verdes,
como Lucilla. Tenía que llevarle un té a Lucilla, eso la haría sentir mejor. A
veces pensaba que era demasiado lo que hacía por ella, pero no podía dejarla.
Todos tenemos que ser queridos por alguien. No sabía quien había dicho eso.
Lucilla no tenía a nadie. Estaba casi ciega, de que sirve tener ojos verdes si
no ven. Ella tenía ojos pardos, comunes, pero veían. Y podía caminar y servirse
por sí misma, podía ocuparse de otros. En la casa tenía que hacer todo, Lucilla
no sabe ni como se agarra la escoba.. La única vez que cocinó hubo que darle la
comida a los perros. Pero ella la quería. Era buena, aunque no se valía por sí
misma. Miraba con esos ojos que no veían y le partía el alma. Pobre Lucilla.
Todavía
pensó en el clima y pensó en los gatitos de la señora de enfrente que había que
llevar a vacunar. Tenía que estar en todo. La gente tiene gatos y no se ocupa.
Cuando la gata tuvo los gatitos, fue con un canasto a buscarlos para ahogarlos.
Pero la señora se enojó y no se los quiso dar.
Pero estaba
claro que esa señora no tiene para alimentar gatos, si el marido no trabaja y
ella está embarazada. Embarazada a esa edad. Veinte años, como mucho. Usa esas
minifaldas, con la panza. Meneó la cabeza, perpleja. ¿Qué iban a hacer con ese
hijo? Y ella, cómo se maquilla. Todavía no se dio cuenta de que es un señora. A
los gatitos hay que vacunarlos, o van a enfermar a los demás. Ella tenía que
estar en todo.
En
ese momento sonó el timbre. Un timbrazo agudo, insistente y firme. Timbrazo de
cartero. Tenía clasificados todos los
timbrazos, timbrazo de cartero, timbrazo de vendedor, timbrazo de afilador.
Asomó la cabeza
para ver quién era.
Era un hombre
joven, pero no era el cartero. ¿Quién podía ser? Vendedor no parecía. Llevaba
libros abajo del brazo.
Bajó. No iba a
abrir la puerta sin preguntar quién es. Eso hizo, con una voz un poco demasiado
interesada.
-Buenas tardes. ¿Lucilla Girado?
La puerta se abrió.
-¿A quién busca?- preguntó un poco
asombrada. Sería un pariente. En buena hora se acordaban de ella. Asumió una
expresión ligeramente crispada, como la que correspondía a un nieto que en diez
años no pensó en su abuela, de la que ella se había ocupado perdiendo tiempo y
dinero.
-¿Es pariente de ella?
-No, no soy pariente. ¿Vive con usted?
Algo la impulsó
a decir no, sólo la conozco. Algo, no sabía qué.
-No, sólo la conozco.
-¿No sabe dónde vive?
-Mire, va tener que decirme quién
es y para qué la busca. En estos tiempos, compréndame, hay que ser precavida.
-No hay problema. Me llamo Diego
Castro y soy docente de Letras, en la Universidad de Buenos Aires. Mis alumnos
están realizando un trabajo monográfico sobre la obra de Lucilla Girado y
surgió la curiosidad sobre algunos aspectos de su vida que son desconocidos. En
1985 dejó de publicar y no se supo más
de ella. Hace tres meses la Secretaría de Cultura le dio una mención
honorífica. Nadie sabía como ubicarla. Dieron el premio y no se presentó. El
premio es dinero, así que quisiera que entere. ¿Sabe dónde vive?
La señora Dora se quedó petrificada. Tardó
varios minutos en contestar .
El joven sonrió un poco.
-¿No sabía que su amiga es una gran
poeta?
Al fin Dora fue capaz de decir
algo.
-No sé dónde vive.
-Me dijeron que vivía en esta casa.
Me habrán dado mal la información.
-¿Quién le dijo que vivía conmigo?
-Vivió quince días en un hogar de
Caritas. La gente de Caritas me dijo que ahora vivía en esta dirección.
Encontrarla es muy importante. Ella merece el reconocimiento y debe necesitar
el dinero. Me dijeron que está con cataratas. Con este dinero se puede operar.
Y a mí me gustaría entrevistarla.
“Ojos verdes”.
Ojos verdes, sin niebla. Verdes como un árbol.
-Si sabe dónde
encontrarla, por favor llámeme- Le alcanzó una tarjeta con un número escrito a
mano –Si no estoy puede dejar un mensaje. Yo le voy a agradecer, pero su amiga
le va agradecer más.
Cerró la puerta.
El pasillo estaba oscuro. Había muebles con fundas blancas. La casa impecable.
Lucilla Girado, poetisa. Mención honorífica. Sin cataratas.
Pasaron dos días. Esos dos días Dora
estuvo más callada y más irritable de lo corriente. Tanto, que Lucilla le
preguntó que le pasaba
Callate-gritó
Dora- ¡Que te crees que porque escribiste unos versitos..!.No me hablés. Te
tengo que limpiar, mirá tu pelo. Te tengo que bañar. Te tengo que dar de comer
en la boca. Te tuve que dar mi ropa porque no tenías nada ¿qué te crees, que me
podés hablar?¿Qué tenés en esa valija!
Cuando Lucilla salió del hogar, tenía una bolsa con una muda de ropa, un
peine y una toalla. La ropa estaba sucia, Dora la tiró a la basura. Ni con
bencina se podía limpiar. La valija tenía papeles. La dejó que la pusiera
debajo de la cama. Esa cama era de algarrobo, la podía haber vendido. No la
vendió para durmiera ella. Ella no se levantaba nunca de la cama.
Pero ahora
Lucilla levantó. Se agachó, torpe, junto la cama.
Aferró la
valija. Se abrazó a la valija.
-¿Qué tenés ahí?
La ciega no
contestaba.
Entonces Dora
tomó el velador y la golpeó en la espalda. Con un quejido la anciana Lucilla se
derrumbó en el piso. Llorando.
La señora Dora
se llevó la valija.
Se preparó un té en la cocina. Abrió la valija en el piso. Telarañas
tenía. Ácaros. Todo eso tenía que ir a la basura. Gérmenes de la calle. Había
diez libros. Leyó “El jardín de Armida”, “La pasión según María Magdalena”,
premio Municipal. Recortes de diarios. “La poeta que vino del frío. Lucilla
Girado, poetisa patagónica...” Papeles escritos en tinta de todos colores.
Hojas sucias.
“Sed de amante lluvia que derrita la máscara
Que me despoje
de escudo y me desarme de lanza
Y quede desnuda
la rosa encarnada
Que se esconde en noche junto a alta ventana”
Ser envuelta en ámbar”
Volvió a guardar
todo en la valija después de tomar el té. Pero la dejó en el patio. Lucilla no
podía tener eso debajo de la cama, lleno de ácaros. Con razón tose todas las
noches.
A la
mañana sonó el timbre. Este era un timbre discreto, casi tímido. La señora Dora
estaba en el balcón, esta vez, haciendo un injerto. Cuando asomó la cabeza vio
que era el padre Mario. Bajó la escaleras casi excitada, atravesó el pasillo
mirando los costados, que estuviera todo en orden. Se acordó de las fundas en
los muebles, corrió a quitarlas. El timbre sonó de nuevo. Escondió las fundas
bajo los sillones. Pasó por el baño a verse en el espejo. Con su mejor cara abrió
la puerta.
Los ojos verdes
del padre Mario también sonrieron.
-Dora. Pensé que
no estaba.
-Estaba...
-Ocupada.
Discúlpeme. Venía a preguntar por Lucilla.
Lucilla. ¿La
primera vez que venía a su casa y a preguntar por ella?
-Me enteré de que es una escritora. No lo
sabía. La están buscando, le van a dar un premio. Con ese premio ya no tendrá
que depender de usted.- Miró hacia dentro. _Permiso.
Apenas atinó a dejarlo entrar.
-Vino gente de la Universidad. Yo les di su
dirección. Pero dicen que vinieron y una señora les dijo que Lucilla no vivía aquí. Les di de nuevo la
dirección. Supongo que se equivocaron. También llamaron de la Secretaría de
Cultura y pidieron su teléfono. Pero no tiene ¿no?
-No tengo teléfono-balbuceó.
-Claro. Creo que van a venir acá. Quiero
verla, para contarle la novedad.
-Pero...pero está enferma. No la puede ver.
-¿Por qué? ¿Qué tiene?
-Es que está sucia porque ella es sucia y no
tengo tiempo de lavarla. Si viera lo sucia que es.
-Mi lugar está con los enfermos y los
sucios. ¿Es por acá?
La
mirada del padre Mario ya no era agradable. Siempre era agradable con ella.
Pero por culpa de Lucilla, ahora el padre Mario pensaba mal de ella. A disgusto
lo guió a la habitación de Lucilla, pero no quiso oír la entrevista. Bajó al
comedor y fue hasta el patio. Se sentó ahí y lloró.
Cuando
se fue el padre Mario, le repitió que iba llegar gente de la secretaria de
Cultura. Probablemente mañana.
Esa noche prendió fuego en el patio. Hizo un
pira con todos los libros, los recortes de diarios, los poemas. Los vio a arder
hasta que sólo quedaron cenizas.
lunes, 20 de octubre de 2014
La Ninfa
Su pequeña fuente para ella es un lago. No importa que el
ruido de las avenidas cercanas perturben las ondas de las aguas: ella está ahì,
por voluntad de un escultor, como un último chiste de artista lanzado a la gran
ciudad, antes de que se convierta en eso, una gran ciudad. Ahì, en ese Jardín
Botánico que es una paradoja viva, verde, verde, y piedra, un retiro para
paseantes, para lectores y para enamorados.
Los escultores y los paisajistas trabajaron en común: el
jardín esconde varios secretos y uno de ellos es que una pequeña escultura es
completada por la curva de una planta colocada artísticamente detrás.
Cualquiera que haya plantado un árbol sabe que es una forma
de poesía ¿còmo no iba ser maravilloso el trabajo de escultores y botánicos
juntos?
De niña, paseaba mucho con mi madre por este gran jardín. La
tierra de los senderos es roja (tierra traída, según mi madre, de la provincia
de Misiones, dónde está el Iguazú y su catarata)
Ella sabe de paisajismo: así como Carlos Thays diseñó el
Botánico de Buenos Aires, su bisabuelo el belga Gislain Espagne diseñó los parques
de la ciudad de La Plata, capital de la Provincia de Buenos Aires, y una usina
cultural, científica y artística como hay pocas. Contratado durante la época de
su fundación, Gislain se ocupó de hacer traer bulbos y semillas de todas partes
del mundo, trasladadas en condiciones severamente indicadas por él, distintas
según el bulbo, para hacer de los parques de La Plata una reserva de plantas y
árboles que representara cada rincón del planeta.
Mi abuela me contó que a Gislain un señor le encargò un
parque para su esposa. Bajo la ventana de ella había un terreno yermo. Gislain
trabajó en silencio con ocho jardineros toda la noche. La señora durmió normalmente.
Cuando despertó, abrió la ventana para ver un hermoso parque…
Volviendo a ella, la ninfa del Jardìn Botánico; ella está ahí
para recibirte. No importa cuán gris pongan los autos y colectivos el color
celeste del día. Te olvidas las palabra histeria, desamor, pulsión, sentido,
displacer. Olvidas a Flaubert, a Merimee , a Freud y a Eva Sunnz.
Mirala, se mueve. Da la vuelta alrededor de la fuente, ella
te mira, no te mira, te busca con un movimiento de la mano, te habla de amor,
te susurra, te dice que la mujer tuvo siempre un cuerpo fuerte, y que su
seducción y la debilidad no tienen nada que hacer juntas.
Ella está acá, con su gracia, con su movimiento juguetón
impreso en la piedra por un escultor para que nunca olvides que el amor es sólo
un juego.
jueves, 16 de octubre de 2014
El largo Viaje de Europa
EL LARGO VIAJE DE EUROPA
Una noche. Una noche densa como un manto negro, con millones
de pequeñas luces centelleantes. El mar. Un mar denso como un manto negro con
surcos rumorosos desatándose al llegar a la orilla.
La
tempestad. La tempestad estaba por llegar.
La
tempestad era yo. Y era él.
Lloraba en
la orilla. Iba a hundirme para siempre en ese mar, haciéndolo mi amante y mi
sepulcro. Yo era muy joven. Quien es joven sabe lo que es eso. Mil noches crees
morir. Mil noches sobrevivís. Yo era muy joven.
La juventud
es algo muy viejo. Sobre mí el acantilado, una piedra negra señalando el mar,
como una afilada mano que dijera: vé. El acantilado que me vio nacer. Ahora me
vería morir.
Entonces
llegó el trueno. Primero fue el trueno. Luego una mancha blanca en el
horizonte. Se hizo cada vez más grande y galopaba en un bramido, en la
inmensidad negra. Sus cascos eran fuego. Su fuerza era blanca. Sus ojos eran
dos piedras negras.
Era él.
Nunca había creído esa vieja historia. “Vendrá el Toro Blanco. Es un dios
poderoso. Debes amarlo y temerlo. Te raptará y te llevará y nunca volverás. A
vos. Sólo a vos.” Y la temblorosa anciana clavaba sus ojos negros en la tierra
y sus manos desmenuzaban el maíz y se hacía el silencio. Y yo salía corriendo y
me acostaba a reírme en la tierra.
Pero él
era, el Toro Blanco, y juntos fuimos la tempestad. Cayó el manto negro del
cielo y las estrellas se hicieron lluvia y la lluvia cayó sobre nosotros.
Cabalgamos el mar. El mar se abría a nuestro paso y sus cascos de fuego.
Llegamos a
una isla. Entonces, yo me llamaba Europa.
Pasaron las
mil noches de su hermoso fulgor.
—Te dejaré
—dijo él—, sabes que así es. Así es la vida. Tu vientre crecerá. Pesará mucho.
Y caminarás sola con tu carga, toda la eternidad. Viajarás a otras islas y a
otros mares. El día nacerá y la noche morirá y el día morirá y la noche nacerá
y habrá muertos y desastres y guerras crueles. Y cosechas y fiestas y alegrías.
Y tú las caminarás con el peso de tu vientre, sola. Esta será tu isla, Europa,
y nacerán y morirán ciudades y reyes y será Roma y nacerán pastores y césares y
morirán. Y nacerán pastores y morirán dioses y yo moriré. Y nacerán pastores y
morirán hijos de dioses y pastores y tu seguirás. Y cruzarás otros mares y
llegarás a otras islas y no te detendrás. Se te cansarán los pies y los senos
de alimentar y llevar a tus hijos, pero mirarás el cielo, la Gran Vía que marca
el amor materno de una antigua mujer como tú. Un día verás otras vías hechas de
cruces, pero estas también se caerán.
“Pero la vía
del cielo, el Gran Río, ése no morirá. Y tú seguirás.”
Y se fue,
en un bramido, galopando la inmensidad y la noche.
Quedé
nuevamente a orillas del mar, deseando morir, sola bajo las estrellas, frías,
lejanas y crueles conmigo como el cielo, el mar y el blanco dolor del Toro
Blanco. El dolor me volvió blanca a mí también y a mi viejo nombre, Europa.
Pero sabía
que los héroes que matan minotauros y capturan vellocinos, sólo dan muerte, que
los héroes que se hacen matar, sólo reciben muerte.
Y nada
difícil hay en la muerte, lo difícil es dar la vida y recibir la vida. Junté
fuerzas y partí, buscando el calor, buscando raíces y frutos y amparo.
Mi vientre
crecía. Las estaciones pasaron y cayó la fruta madura y cayeron héroes en las
guerras y cayeron dioses y nacieron otros. Y vi alzarse cruces y las vi caer,
vi destruir y construir iglesias y mientras yo caminaba Roma nacía y moría y
nacía, el mismo nombre para mil tiempos y vidas. Y la crucé y seguí caminando y
volvieron guerras y armas más poderosas, pero el hambre siempre era hambre y
los muertos eran siempre muertos. Y después llegó el combate al cielo y las
bombas destruían igual las casas de madera que los palacios de piedra.
Y seguí
caminando y mi vientre madurando y mis entrañas doliendo y mis labios en
silencio.
Una noche,
escuché un bramido que venía del mar. Venía a buscarme y a llevarme. Los
grandes buques llevaban odios y amores y soledades más allá del océano.
Partí otra
vez, otro mar, otras islas, tras el Atlántico inmenso, donde alumbrar caminos
desconocidos y buscar sombras bajo otros árboles.
Crucé y
desembarqué en un puerto de miles de gentes y de voces y caminé días y noches,
sin saber que me detendría nuevamente en una orilla, para otra vez gritar y
enmudecer de dolor, amor y soledad.
Sentí el
beso de la brisa, que nunca me abandonó, y el llanto pequeño y su calor. Me
abracé a mi hijo, a mi amor, y alcé los ojos.
Sobre mí,
la vieja y eterna piedra negra, la gigantesca mano señalando el mar. La misma
orilla, todas las orillas y el cielo de mi juventud, eterna y vieja, de donde
una vez, un toro blanco bramó y me raptó... de mi misma... y me dio el mundo.
domingo, 5 de octubre de 2014
Buen vuelo, Tarik
Tarik escribía. Para escribir hay que tener un corazón que vuela.
Tarik escribía. Para escribir hay que saber ser ruiseñor sublime, paloma vulgar y cuervo siniestro.
Tarik se sentó un día enfrente de mí, en una mesa de bar empezó, con suave sonrisa, a desgranar consejos. De escritor experimentado a joven escritora que sólo él entre pocos, se tomaba en serio.
Tarik Carson Da Silva escribió, entre otros libros, El corazón reversible, Ganadores, El hombre olvidado.
Tarik, el hombre no olvidado....tomó la mano de la muerte, y se fue....
Cómo ruiseñor, como paloma, como cuervo.....
Todas las aves habitaron su corazón, porque era grande, y porque así se es escritor....
Buen Vuelo, Tarik...
Paula.
Tarik escribía. Para escribir hay que saber ser ruiseñor sublime, paloma vulgar y cuervo siniestro.
Tarik se sentó un día enfrente de mí, en una mesa de bar empezó, con suave sonrisa, a desgranar consejos. De escritor experimentado a joven escritora que sólo él entre pocos, se tomaba en serio.
Tarik Carson Da Silva escribió, entre otros libros, El corazón reversible, Ganadores, El hombre olvidado.
Tarik, el hombre no olvidado....tomó la mano de la muerte, y se fue....
Cómo ruiseñor, como paloma, como cuervo.....
Todas las aves habitaron su corazón, porque era grande, y porque así se es escritor....
Buen Vuelo, Tarik...
Paula.
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