La revolución del pantalón y el modo de vestir,
según Alejandro Dumas
Paula
Ruggeri
Alejandro Dumas, autor de Los tres mosqueteros y El
conde de Montecristo, francés y afrodescendiente, era apodado El Gigante.
De alta estatura, pelo ensortijado y ojos azules, era un hombre que no pasaba
desapercibido en la París de su tiempo. Su contexto fue el convulsionado siglo
XIX, lo que nos habla del final del Imperio napoleónico y distintos gobiernos
franceses cruzados por rebeliones y guerras.
Pero en Mis
Memorias, donde narra sus recuerdos, le da un lugar singular, y muchas
páginas, a una revolución en especial: la revolución del pantalón y a la
influencia de lo que él mismo llama “el modo de vestir”.
Los hombres franceses seguían en materia de
modas a un inglés, George Beau
Brummell, el prócer histórico de los dandys.
La manera de vestir del dandy inglés
seducía a los caballeros parisinos, que lo imitaban con gusto. Las armas de la
guerra que tantas veces enfrentaron a los dos países se deponían para
cuestiones de moda. También el talento de los sastres británicos para el
velarte de lana (una tela que se adaptaba a la figura y permitía una mejor
confección de los trajes masculinos) contribuyó a esta influencia.
Los caballeros abandonaron con gusto las calzas
en su atuendo y adoptaron el pantalón inglés. El cambio de siglo XVIII al XIX
se nota mucho: los hombres ya no portan espadas al batirse a duelo sino
pistolas, ya no usan calzas sino pantalones. Pantalones sobrios y estilizados
usaba Brummel, también los usaba el duque de Wellington, vencedor en Waterloo.
La moda inglesa llega a París antes de la derrota de Napoleón en 1815 con la
influencia de Brummel, la moda francesa también llega a Londres, en un intercambio
que aprovecha los breves períodos de paz. Los gustos en las dos orillas se
comercian y dialogan a pesar de la guerra.
Dejando a Napoleón y Wellington atrás, pero no a
los pantalones, en 1818, un Alejandro Dumas adolescente, sensible y preocupado
por su apariencia, vivía las cuestiones de moda con interés y las calzas que
aún llevaba eran para él un verdadero conflicto. Había observado a los jóvenes
parisinos que pasaban por su pequeña ciudad, Villers-Cotterêts, usando raros,
pero elegantes pantalones.
En su autobiografía Dumas dedica muchas páginas
a hablar de calzas, levitas, chalecos, pantalones.
Mis Memorias son cuatro
extensos tomo de recuerdos sobre teatro, vivencias y modas. Entre esos
recuerdos, Dumas se detiene en narrarnos una fiesta en Villers-Cotterêts, la
ciudad pequeña de la región francesa de Picardía donde nació. Había un baile
con elegantes invitadas e invitados de París. Para el joven Dumas era su primer
baile, que relata con gracia en su autobiografía. La ansiedad previa lo llevó
al arcón familiar a probarse todos los ropajes de la familia. El arcón contenía
los trajes de corte y los uniformes militares del general de Napoleón Bonaparte
Thomas Alexandre Dumas, su padre ya fallecido. Los trajes, de suntuosas telas,
le quedaban grandes aún.
“Había allí con qué satisfacer al vanidoso más
exigente, desde la chaqueta de satén hasta el chaleco rojo bordado en oro,
desde la calza de paño hasta el pantalón de piel”.
Todavía esa ropa lujosa de corte no era para él.
Entre suspiros recuperó su traje de comunión.
Había crecido desde la comunión, sus largas
piernas se veían ajustadas con las calzas de niño y la levita se veía mucho más
corta. La ancha espalda se rebelaba y Alejandro se sentía inquieto dentro de
las costuras. Mirándose en el espejo se vio como un niño enorme. Se dijo a sí
mismo que, pese a todo, necesitaba ir a ese baile.
“En esa época, la calza era llevada solo por los
obstinados y los obstinados que llevaban calzas pertenecían, casi todos, al
siglo pasado, resultaba, pues, que yo, casi niño, que habría estado muy bien
con un cuello bajo, chaquetilla redonda y pantalón, iba vestido como un anciano
anacrónico… yo me ruborizaba a cada paso “.
Tenía que acompañar a dos jóvenes damas por
recomendación de un viejo sacerdote de su pueblo y el raro deber hizo soñar al
imaginativo futuro novelista. Y se aguantó las calzas y la levita de la
comunión, llegando al baile acompañando a dos jóvenes mujeres.
En la fiesta se avergonzó con un joven elegante
que se burló de su traje. Dumas comprobó con desaliento que todos los hombres
llevaban pantalones. Pero en su desazón reparó en una zanja bastante ancha que
limitaba el terreno del baile.
Despechado, le dijo a una de las jóvenes: Voy a
saltar la zanja y apuesto que esos hombres no pueden hacerlo.
—¿Y para qué lo harían? —dijo la bella parisina
con indiferencia.
Alejandro se sintió herido doblemente en su
orgullo. Corrió, convencido de lograr la hazaña que se había propuesto e
impresionar a la dama, y saltó la zanja. “Cuando caí, se dejó oír un siniestro
sonido y una impresión de aire hirió la parte posterior de mi persona”: se le
había descosido la calza y su vergüenza fue tanta como el orgullo que había
sentido antes de saltar.
“Yo no podía volver con mi hermosa parisina, ni
entregarme con ella al menor ejercicio coreográfico ante tamaño accidente, no
podía decirle lo que acababa de ocurrirme ni pedirle permiso para ausentarme
por media hora. Resolví, pues, marcharme sin decirle nada.”
El relato de
Mis Memorias concluye en que corrió a su casa a que su madre remendara las
calzas y volvió al baile. Pero no sin considerar que un par de pantalones de
buen corte y excelente tela podían ser, tal vez, el pasaporte social que
necesitaba. Según dice en Mis Memorias, consideró que el modo de
vestir es fundamental y así lo plasmó en el elegante Aramis, el caballero Athos
y el vanidoso Porthos y por supuesto en la bella Milady de Winter, y también en
otros muchos personajes de su autoría.
“Por la indumentaria de un hombre, se podía
formar, al primer golpe de vista, una idea de su inteligencia, de su ingenio o
de su corazón”, Alejandro Dumas.