1494
Hay un hombre en la ventana de una casa florentina. Mira hacia lo lejos y está desesperado. Otros hombres también están desesperados, pero no miran a lo lejos. En
esa ciudad donde él es un extranjero (dijo un demiurgo que el sueño de Maquiavelo jamás tendría más que un engañoso despertar), corre la sangre por vías secretas, se aviva el fuego de las hogueras y una palabra equivocada determina la muerte de un hombre. Su Señor ha muerto y ahora Italia, la confusa, tiene un nuevo señor, que teñirá de asesinatos y de intrigas la historia y la leyenda: esto no le interesa.
Su juventud fue tumultuosa y errónea, pero hace cinco años le puso fin, en esos cinco años estudió y meditó, hasta que finalmente supo. Y entró en la vejez.
Tiene treinta y un años. Sobre él pesa el título de hereje, también el de seductor y noble escandaloso. También el de sabio. Ningún título le pesa ya.
Fueron muchos sus ruegos en las horas de la niebla, cuando la Verdad le parecía desesperadamente lejana y se escapaba de su mente con la constancia que mujer alguna tuvo para rehuir sus brazos. Y sus ruegos persistentes lo fueron al punto de llegar, como un Don Juan tardíamente enamorado, de los años en que buscaba la Verdad como un atributo que añadirse a tantos otros, al amar a la Verdad por la Verdad misma. Este día sabe la verdad y sabe que se equivocó. Y que ningún vuelco intelectual puede hacer que su error sea reconocido o que se puede perdonar a sí mismo: la Verdad es aquello que ridiculizó de un modo genial en su tesis más admirable. Ahora tiene que demostrar la falsedad de su propia tesis. ¿Quién admitirá sin reírse semejante torpeza en un académico? ¿Quién escuchará la Verdad de sus labios con el mismo respeto que guardaron a la falsedad?
Tiene una sola oportunidad y es su ser de caballero y no de sabio quien le dice que es el último día.
Pico della Mirandola, conde y filósofo, filólogo y esgrimista, gran satírico y azote de la Astrología, después de cinco años de encierro y de combate se descubrió equivocado. Ese día, 17 de noviembre de 1494, va a demostrar del único modo posible, que el destino del hombre es una Cifra y que la Cifra está en las estrellas. Y bebiendo el veneno, dio la espalda a la ciudad que lo ignoraba y frente a la sola mirada aterrada de dos discípulos que se resignaban en silencio a aprender esa última enseñanza de su Maestro; cumplió la profecía de su propio horóscopo.
23 de julio de 1996
El blog de Paula Ruggeri. Contacto: paula.ruggeri743@gmail.com
jueves, 26 de febrero de 2009
miércoles, 28 de enero de 2009
¿Estás buscando un millonario?
Recuerdo haber visto hace muchos años una película llamada “Cómo casar un millonario” o algo así. Trabajaban Lauren Bacall, Marilyn Monroe y Betty Grable. La vi cuando tenía quince años y una notable experiencia de la vida. Para decirlo con pocas palabras: la vida ya me hacía callos a tan tierna edad y sabía perfectamente donde estaba lleno, literalmente lleno, de millonarios generosos y tal vez casaderos.
Así que miré la película con una mezcla de suficiencia y compasión por las peripecias de las protagonistas, ignorantes de que lo único que tenían que hacer para atraer millonarios era sentarse a leer en el Jardín Botánico.
La primera vez tenía catorce años y trataba de leer una biografía de Schubert. Ningún lugar mejor que el Botánico: oasis rumoroso, umbrío, celestial y lleno de gatos en medio de la selva de cemento. Me senté en un banco y a los dos minutos se sentó un viejo. Nada en su aspecto denotaba al millonario, pero la excentricidad en el vestuario de esos raros seres es conocida y los más reconocidos expertos en la materia aseguran haber visto millonarios vestidos como mendigos en King Cross sólo para tener las fuertes sensaciones que les niega el insano tedio de estar llenos de plata.
Éste del que les hablo era un hombre de entre setenta y cinco y ochenta años, con sombrero y bastón. Rápidamente me saludó, me preguntó qué leía y, sin esperar respuesta, me contó que tenía una refinería de petróleo, un convenio con la Shell, una casa de diecisiete habitaciones y que necesitaba cariño.
"¡Pobre hombre!”, pensé y le dediqué una compasiva sonrisa. Luego traté de seguir leyendo.
Pero era inútil. Los millonarios son muy extraños, les encanta enumerar tristemente sus riquezas sin comprender que la compasión de los pobres es limitada. Siguió enumerando sus posesiones y su falta de cariño. Tal vez piensen que yo era ingenua, pero no: si todo eso lo hubiera acompañado con un gestito de idea, yo hubiera considerado que era un viejo cínico, pero no hubo ningún gestito de idea, sólo una mirada de Leopardi degollado que partía el corazón. Mientras hablaba de sus acciones en distintas compañías, mencionaba como quien lamenta hacerlo su falta de amor, su necesidad desesperada de una mujer desinteresada que quisiera vivir en una de sus diecisiete habitaciones, hasta que la piedad que sentía fue tan insoportable que me levanté y me fui a otro banco.
Pero es inútil: leer en el Botánico es imposible. El fino gusto de los millonarios los atrae irresistiblemente allí y son incapaces de callarse la bocota. Así como los gatos van a buscar la comida de las viejas del barrio y los mendigos piden monedas en el centro, el Botánico es el lugar donde los millonarios mendigan AMOR. A una no le queda más que establecer su escala de prioridades y elegir una tabla de valores para su escasa compasión: primero los mendigos, después los gatos y por último los millonarios. Y desde que dejé mi etapa borderline, a los dieciocho años, nunca más fui a leer al Botánico. Me busqué un bar de Puente Pacífico lo suficientemente ruinoso y sucio para garantizar que la nariz delicada de los millonarios no se asomaran por ahí.
Pero una nunca está a salvo de ellos. Mi último encuentro con un millonario fue en noviembre pasado y en un lugar sorprendente.
Barrio del Once.
Colectivo 26, repleto. Gente transpirada. Un viejo estaba sentado, me mira con expresión tan lasciva que pienso que está en coma. Se levanta y me da el asiento (¿no estaba en coma?).
Había varias viejas decrépitas colgadas de los caños, pero no, me lo da a mí. Ya conozco la situación: si le cedo el asiento que él me da, de puro langa, a una vieja, me va a matar. Así que me siento, pero le pregunté si iba a bajar.
Me dijo que se bajaba pero no se bajó, y al fin, veinte minutos después, me da una tarjeta y me dice: Te llamo.
Mi apreciación de que era un viejo langa estaba firmemente errada.
La tarjeta dice "Magoya Company" y tiene un nombre: Joseph Magoya, President y un número y un teléfono adónde él me va a llamar y no me va a encontrar.
Guardé la tarjeta. Medio colectivo 26 me miró con reprobación.
Pero no me importa. De ahora en más, no volveré a tirar la tarjeta de un millonario, puede que me contrate Forbes. Mi olfato para los millonarios es único. Siempre supe dónde encontrar millonarios, siempre. Me pregunto si Forbes sabrá cuántos millonarios poderosos toman el 26. Mientras, me dicen vanidosa. ¿Pero qué quieren que haga? Me echaron a perder, no es mi culpa.
Así que miré la película con una mezcla de suficiencia y compasión por las peripecias de las protagonistas, ignorantes de que lo único que tenían que hacer para atraer millonarios era sentarse a leer en el Jardín Botánico.
La primera vez tenía catorce años y trataba de leer una biografía de Schubert. Ningún lugar mejor que el Botánico: oasis rumoroso, umbrío, celestial y lleno de gatos en medio de la selva de cemento. Me senté en un banco y a los dos minutos se sentó un viejo. Nada en su aspecto denotaba al millonario, pero la excentricidad en el vestuario de esos raros seres es conocida y los más reconocidos expertos en la materia aseguran haber visto millonarios vestidos como mendigos en King Cross sólo para tener las fuertes sensaciones que les niega el insano tedio de estar llenos de plata.
Éste del que les hablo era un hombre de entre setenta y cinco y ochenta años, con sombrero y bastón. Rápidamente me saludó, me preguntó qué leía y, sin esperar respuesta, me contó que tenía una refinería de petróleo, un convenio con la Shell, una casa de diecisiete habitaciones y que necesitaba cariño.
"¡Pobre hombre!”, pensé y le dediqué una compasiva sonrisa. Luego traté de seguir leyendo.
Pero era inútil. Los millonarios son muy extraños, les encanta enumerar tristemente sus riquezas sin comprender que la compasión de los pobres es limitada. Siguió enumerando sus posesiones y su falta de cariño. Tal vez piensen que yo era ingenua, pero no: si todo eso lo hubiera acompañado con un gestito de idea, yo hubiera considerado que era un viejo cínico, pero no hubo ningún gestito de idea, sólo una mirada de Leopardi degollado que partía el corazón. Mientras hablaba de sus acciones en distintas compañías, mencionaba como quien lamenta hacerlo su falta de amor, su necesidad desesperada de una mujer desinteresada que quisiera vivir en una de sus diecisiete habitaciones, hasta que la piedad que sentía fue tan insoportable que me levanté y me fui a otro banco.
Pero es inútil: leer en el Botánico es imposible. El fino gusto de los millonarios los atrae irresistiblemente allí y son incapaces de callarse la bocota. Así como los gatos van a buscar la comida de las viejas del barrio y los mendigos piden monedas en el centro, el Botánico es el lugar donde los millonarios mendigan AMOR. A una no le queda más que establecer su escala de prioridades y elegir una tabla de valores para su escasa compasión: primero los mendigos, después los gatos y por último los millonarios. Y desde que dejé mi etapa borderline, a los dieciocho años, nunca más fui a leer al Botánico. Me busqué un bar de Puente Pacífico lo suficientemente ruinoso y sucio para garantizar que la nariz delicada de los millonarios no se asomaran por ahí.
Pero una nunca está a salvo de ellos. Mi último encuentro con un millonario fue en noviembre pasado y en un lugar sorprendente.
Barrio del Once.
Colectivo 26, repleto. Gente transpirada. Un viejo estaba sentado, me mira con expresión tan lasciva que pienso que está en coma. Se levanta y me da el asiento (¿no estaba en coma?).
Había varias viejas decrépitas colgadas de los caños, pero no, me lo da a mí. Ya conozco la situación: si le cedo el asiento que él me da, de puro langa, a una vieja, me va a matar. Así que me siento, pero le pregunté si iba a bajar.
Me dijo que se bajaba pero no se bajó, y al fin, veinte minutos después, me da una tarjeta y me dice: Te llamo.
Mi apreciación de que era un viejo langa estaba firmemente errada.
La tarjeta dice "Magoya Company" y tiene un nombre: Joseph Magoya, President y un número y un teléfono adónde él me va a llamar y no me va a encontrar.
Guardé la tarjeta. Medio colectivo 26 me miró con reprobación.
Pero no me importa. De ahora en más, no volveré a tirar la tarjeta de un millonario, puede que me contrate Forbes. Mi olfato para los millonarios es único. Siempre supe dónde encontrar millonarios, siempre. Me pregunto si Forbes sabrá cuántos millonarios poderosos toman el 26. Mientras, me dicen vanidosa. ¿Pero qué quieren que haga? Me echaron a perder, no es mi culpa.
sábado, 10 de enero de 2009
Quiero ser del montón
Quiero ser del montón que escribe blogs para buscar novio. Así que voy a contar como hago yo para buscar novio, pero siguiendo las enseñanzas de la Tía María, porque a pesar de que quiero ser del montón, del montón de esta ciudad de depravados sexuales que compran los libros de Rampolla para que ella les explique la verdad de la cosa ( a su edad, por favor, atragantándose con el latex), yo siempre prefiero a la Tía María y sus sabios consejos, transmitidos valientemente a través de las generaciones gracias a un libro de Garnier Hermanos, París, 1908, "Margarita a los 20 años".
Siguiendo los pasos de la casquivana Margarita, fui ayer mismo a la noche al puerto a buscar un novio, como todas las blogers que han triunfado en la vida y que no tienen novio. Pero con un toque de elegancia. Este es mi primer relato de como salí a buscar novio y fracasé. No sé si lograré fracasar durante 365 días, así que no sé si van publicar este blog, pero creo que con los consejos de las ediciones de Garnier ( la versión de Alejandra Rampolla de 1908), lo voy a conseguir. Acá va.
Puerto de Buenos Aires, doce de la noche.Yo misma.
Calor, pero viento.¿Anuncio de la pasión que me esperaba? ¿En una cantina, un velero británico, un contenedor de granos del puerto?Yo sólo sé que en la cartera aferraba las tapas rojas de Margarita, mi libro salvador, el que me enseñó a comportarme con los hombres. El viento ululaba una canción de tristeza infinita. Asomaba la cabeza en todas las tabernas, buscando un hombre ¡un novio!¿no lo aclaré suficientemente?¿Qué clase de blog fracasado es este, que nunca les dije que no consigo novio? .
Sigo.Yo caminaba, pateando latas, cuando de una taberna salen cinco hombres. Caminan erguidos, por lo cual yo adopto la táctica infalible, la misma que usa Margarita en la edición de Garnier y se levanta al mismísimo capitan del barco, así que tiene que servir. Mis ojos velados, de gacela, lanzan una rápida mirada de reojo (a), luego me sonrojo (b), luego sonrío brevemente y avergonzada (c), luego dejo escapar una risita (d), y por último me alzo la falda y corro (e).
Corrí hasta la esquina y me detuve jadeante (f), mientras dirigía miradas aterrorizadas a los cinco hombres que se me acercaban (g). Cuando estuvieron a mi altura me persigné (h) y cerré los ojos (i), mientras mi pecho subía y bajaba bajo la blusa (j).
Luego abrí los ojos y noté con horror que habían seguido de largo. Maldije en hebreo y en genovés. Se me había aguado la fiesta. Yo era demasiado fina para esos brutos. Por supuesto, también podía bailar la danza del vientre en una esquina o hacer de predicadora sobre la mesa de una taberna, con mi Ananga-ranga de bolsillo que llevo en la cartera junto a "Margarita", al Libro de Mormón y a la Revista Atalaya. Pero yo soy sutil y refinada.
Les prometo que voy a seguir intentando conseguir novio y que voy a poner esmero en fracasar adecuadamente.
Si tienen algún consejo, será bienvenido. Pero recuerden que tiene que ser digno de una edición de Garnier.Me tiene que ir siempre mal, sí o sí o no publicaran nunca este blog. La culpa es de Nabokov, que dijo que odiaba los finales felices y los editores consultan a Nabokov para todo. Se los digo de posta. Reciben un manuscrito y lo primero que hacen es consultar las Leccciones de literatura del autor de Lolita. Aplican el test Nabokov a todo.
Test Nabokov
1¿Se puede hacer un mapa con esto?
2¿Se le pueden agregar comas y puntos?
3 Despliegan el mapa de Dublín. Si no les sirve para un carajo, entonces el autor no se parece a Joyce y no lo publican.
Palabra de indio.
Siguiendo los pasos de la casquivana Margarita, fui ayer mismo a la noche al puerto a buscar un novio, como todas las blogers que han triunfado en la vida y que no tienen novio. Pero con un toque de elegancia. Este es mi primer relato de como salí a buscar novio y fracasé. No sé si lograré fracasar durante 365 días, así que no sé si van publicar este blog, pero creo que con los consejos de las ediciones de Garnier ( la versión de Alejandra Rampolla de 1908), lo voy a conseguir. Acá va.
Puerto de Buenos Aires, doce de la noche.Yo misma.
Calor, pero viento.¿Anuncio de la pasión que me esperaba? ¿En una cantina, un velero británico, un contenedor de granos del puerto?Yo sólo sé que en la cartera aferraba las tapas rojas de Margarita, mi libro salvador, el que me enseñó a comportarme con los hombres. El viento ululaba una canción de tristeza infinita. Asomaba la cabeza en todas las tabernas, buscando un hombre ¡un novio!¿no lo aclaré suficientemente?¿Qué clase de blog fracasado es este, que nunca les dije que no consigo novio? .
Sigo.Yo caminaba, pateando latas, cuando de una taberna salen cinco hombres. Caminan erguidos, por lo cual yo adopto la táctica infalible, la misma que usa Margarita en la edición de Garnier y se levanta al mismísimo capitan del barco, así que tiene que servir. Mis ojos velados, de gacela, lanzan una rápida mirada de reojo (a), luego me sonrojo (b), luego sonrío brevemente y avergonzada (c), luego dejo escapar una risita (d), y por último me alzo la falda y corro (e).
Corrí hasta la esquina y me detuve jadeante (f), mientras dirigía miradas aterrorizadas a los cinco hombres que se me acercaban (g). Cuando estuvieron a mi altura me persigné (h) y cerré los ojos (i), mientras mi pecho subía y bajaba bajo la blusa (j).
Luego abrí los ojos y noté con horror que habían seguido de largo. Maldije en hebreo y en genovés. Se me había aguado la fiesta. Yo era demasiado fina para esos brutos. Por supuesto, también podía bailar la danza del vientre en una esquina o hacer de predicadora sobre la mesa de una taberna, con mi Ananga-ranga de bolsillo que llevo en la cartera junto a "Margarita", al Libro de Mormón y a la Revista Atalaya. Pero yo soy sutil y refinada.
Les prometo que voy a seguir intentando conseguir novio y que voy a poner esmero en fracasar adecuadamente.
Si tienen algún consejo, será bienvenido. Pero recuerden que tiene que ser digno de una edición de Garnier.Me tiene que ir siempre mal, sí o sí o no publicaran nunca este blog. La culpa es de Nabokov, que dijo que odiaba los finales felices y los editores consultan a Nabokov para todo. Se los digo de posta. Reciben un manuscrito y lo primero que hacen es consultar las Leccciones de literatura del autor de Lolita. Aplican el test Nabokov a todo.
Test Nabokov
1¿Se puede hacer un mapa con esto?
2¿Se le pueden agregar comas y puntos?
3 Despliegan el mapa de Dublín. Si no les sirve para un carajo, entonces el autor no se parece a Joyce y no lo publican.
Palabra de indio.
lunes, 5 de enero de 2009
Rafael, mi amigo y la guitarra de George
Escucho a Harrison, esta noche de reyes, a su guitarra que llora tan dulcemente, mientras no sabe por qué... Y busco algo para ustedes, algo para compartir. La voz de Harrison es dulce como la de un pájaro herido por una flecha amante. Busco, reviso archivos. Y encuentro esta carta. Esta carta que escribí hace dos años y un día exactos, unos días después de la partida de mi amigo Rafael. Recuerdo que pensaba las palabras, caminando bajo la lluvia, perdida. El viento me golpeaba el rostro, tormenta de verano, y Rafael no estaba, como si esa tormenta lo hubiera arrebatado. Yo quería escribir sobre él y no podía. Pero lo hice. Lo que escribí no es un retrato. Es un relámpago que apenas muestra su rostro, el que yo conocí. Y esto es lo que quiero compartir con ustedes, la voz potente de Rafael que oi entre ráfagas de viento patagónico, mientras lloro suavemente, como la guitarra de George que me acompaña esta noche de enero.
RAFAEL PINEDO, mi amigo
Oscar Wilde decía que desde el punto de vista del sentimiento, el modelo de todas las artes era la profesión de actor. No dijo nada tan hermoso del oficio de escritor, seguramente porque su cortesía le impedía poner como modelo el arte que él mismo practicaba. Rafael Pinedo podía ser un artista desde el punto de vista del sentimiento, y ser escritor. A todo esto le sumaba una pasión y un talento para la ciencia exacta poco usuales. Son tres logros increíbles para una sola persona, y los tres reflejan una voluntad indoblegable, una inteligencia poco usual y una sensibilidad exquisita.
El sentido del humor de Rafael deslumbraba. Una podía estar sentada en uno de esos eventos imposibles a los que hay que ir , como buena escritora, tal vez un poco cansada o amargada (preséntenme al escritor que cree estar donde debe estar), y escuchar, potente como una ráfaga de viento, la voz de Rafael haciendo una broma. Su capacidad para cambiar el ánimo de los otros con una simple broma o una apreciación sincera era únicamente suya, no he conocido ninguna otra persona con ese raro don. Tenía ese humor que es privilegio del inteligente y del sensible.
Sus libros expresaban una visión del género humano descarnada y dura. Su luz personal la desmentía completamente. Esa es una contradicción maravillosa. Tenía esa visión descarnada, porque su vista iba lejos y profundo, y su sensibilidad era mucha. Su rara lucidez no le restaba nada a su ser cálido y cariñoso.
Era un caballero. Nuestra estupidez social vació de sentido esa palabra, pero todas las mujeres inteligentes saben de qué les hablo. No esa caballerosidad falsa hecha de gestos establecidos y sin sentido, que suelen usar los hipócritas, sino una caballerosidad auténtica, hecha de gestos lindos y cariño sencillo sin más fin que sí mismo.
Tenía un humor muy lúdico, y una rara clase de histrionismo: la que no proviene de la egolatría sino de la generosidad. Él nos brindaba sus bromas y sus actuaciones espontáneos.
Se ponía muy serio cuando hablaba de “Mi Chica” La mirada elocuente de sus ojos pardos se bañaba de una ternura que conmovía. No tuve la suerte de conocer a la Chica de Rafael. Una mujer de la que se enamore alguien como él debe ser, sin dudas, maravillosa.
Tengo razones muy personales para estar admirada del valor con el que Rafael enfrentó la enfermedad que lo llevó joven a la muerte, razones que si puedo, algún día contaré a la Chica. Sepan tan sólo que los gestos valientes no deben sorprender de alguien que puede desarrollarse en dos artes y una ciencia. Es algo propio de un hombre extraordinario.
Yo no tengo miedo de decir que mientras escribo esto mis ojos se llenan de lágrimas. Cualquiera que lo conociera y no fuera un imbécil sabe que es un raro privilegio haberlo tratado. Yo tuve esa suerte. Intenté, con pocas palabras, compartir ese privilegio con ustedes.
RAFAEL PINEDO, mi amigo
Oscar Wilde decía que desde el punto de vista del sentimiento, el modelo de todas las artes era la profesión de actor. No dijo nada tan hermoso del oficio de escritor, seguramente porque su cortesía le impedía poner como modelo el arte que él mismo practicaba. Rafael Pinedo podía ser un artista desde el punto de vista del sentimiento, y ser escritor. A todo esto le sumaba una pasión y un talento para la ciencia exacta poco usuales. Son tres logros increíbles para una sola persona, y los tres reflejan una voluntad indoblegable, una inteligencia poco usual y una sensibilidad exquisita.
El sentido del humor de Rafael deslumbraba. Una podía estar sentada en uno de esos eventos imposibles a los que hay que ir , como buena escritora, tal vez un poco cansada o amargada (preséntenme al escritor que cree estar donde debe estar), y escuchar, potente como una ráfaga de viento, la voz de Rafael haciendo una broma. Su capacidad para cambiar el ánimo de los otros con una simple broma o una apreciación sincera era únicamente suya, no he conocido ninguna otra persona con ese raro don. Tenía ese humor que es privilegio del inteligente y del sensible.
Sus libros expresaban una visión del género humano descarnada y dura. Su luz personal la desmentía completamente. Esa es una contradicción maravillosa. Tenía esa visión descarnada, porque su vista iba lejos y profundo, y su sensibilidad era mucha. Su rara lucidez no le restaba nada a su ser cálido y cariñoso.
Era un caballero. Nuestra estupidez social vació de sentido esa palabra, pero todas las mujeres inteligentes saben de qué les hablo. No esa caballerosidad falsa hecha de gestos establecidos y sin sentido, que suelen usar los hipócritas, sino una caballerosidad auténtica, hecha de gestos lindos y cariño sencillo sin más fin que sí mismo.
Tenía un humor muy lúdico, y una rara clase de histrionismo: la que no proviene de la egolatría sino de la generosidad. Él nos brindaba sus bromas y sus actuaciones espontáneos.
Se ponía muy serio cuando hablaba de “Mi Chica” La mirada elocuente de sus ojos pardos se bañaba de una ternura que conmovía. No tuve la suerte de conocer a la Chica de Rafael. Una mujer de la que se enamore alguien como él debe ser, sin dudas, maravillosa.
Tengo razones muy personales para estar admirada del valor con el que Rafael enfrentó la enfermedad que lo llevó joven a la muerte, razones que si puedo, algún día contaré a la Chica. Sepan tan sólo que los gestos valientes no deben sorprender de alguien que puede desarrollarse en dos artes y una ciencia. Es algo propio de un hombre extraordinario.
Yo no tengo miedo de decir que mientras escribo esto mis ojos se llenan de lágrimas. Cualquiera que lo conociera y no fuera un imbécil sabe que es un raro privilegio haberlo tratado. Yo tuve esa suerte. Intenté, con pocas palabras, compartir ese privilegio con ustedes.
miércoles, 24 de diciembre de 2008
Deseos
Lunas nuevas en noches viejas y calor en el corazón. Que se vean las estrellas
Este es mi Deseo
I
“¿Qué el Infierno?
¿Cuál es la sabiduría?
¿Dónde está el cielo?”
“A todo puedo, hombre, responder.
No dejes que esta noche
Yo me acueste sola
Y te diré
A la madrugada siguiente
Tras el último beso
Yo me puse de pie
“La promesa del Cielo
Es el Infierno
La promesa del Infierno
Es el Cielo.
Esto es la Sabiduría"
II
Quiero que me acompañes en mi ida al lnfierno
Un Infierno tan dulce y ardoroso
Que quiero pecar mil veces para no tener reposo
Camino de llamas, de frutos intensos
De dulces heridas que asestan mis versos
Cuando abren su surco
Y el pleno deseo
De secretas rosas
Hace al héroe pleno
Cada perfume se sumerge en tus aguas,
cada violeta envuelve tu espada
Mi boca es un copa
Una copa muy blanda
Así que dame
Dame la noche, la lluvia, la luna anegada
Dame la orquídea abierta
El perfume de la flor dorada
Dale mi boca, copa
Dale tu beso de miel, espada hecha agua
III
En la ebriedad de la creación,
Dios forjó dos piezas que encajan a la perfección
Un herrero o un escultor harían lo mismo
Forjó rosas, forjó bocas, forjó aleaciones de carne y acero
Pechos de labrador, manos de arriero,
Manos como las tuyas
A ellas confío
Mi corazón escondido
Rosado y tierno
Se abre en la noche, en escondido sueño
Dulce como rosas, de suaves pétalos
Rojo como la sangre, rojo como los labios
De una princesa sin dueño
IV
No sé, hombre o dios
Cómo no irme entre tus brazos
Cómo no derretir entre las hojas
La ardiente corola de la rosa
Este es mi Deseo
I
“¿Qué el Infierno?
¿Cuál es la sabiduría?
¿Dónde está el cielo?”
“A todo puedo, hombre, responder.
No dejes que esta noche
Yo me acueste sola
Y te diré
A la madrugada siguiente
Tras el último beso
Yo me puse de pie
“La promesa del Cielo
Es el Infierno
La promesa del Infierno
Es el Cielo.
Esto es la Sabiduría"
II
Quiero que me acompañes en mi ida al lnfierno
Un Infierno tan dulce y ardoroso
Que quiero pecar mil veces para no tener reposo
Camino de llamas, de frutos intensos
De dulces heridas que asestan mis versos
Cuando abren su surco
Y el pleno deseo
De secretas rosas
Hace al héroe pleno
Cada perfume se sumerge en tus aguas,
cada violeta envuelve tu espada
Mi boca es un copa
Una copa muy blanda
Así que dame
Dame la noche, la lluvia, la luna anegada
Dame la orquídea abierta
El perfume de la flor dorada
Dale mi boca, copa
Dale tu beso de miel, espada hecha agua
III
En la ebriedad de la creación,
Dios forjó dos piezas que encajan a la perfección
Un herrero o un escultor harían lo mismo
Forjó rosas, forjó bocas, forjó aleaciones de carne y acero
Pechos de labrador, manos de arriero,
Manos como las tuyas
A ellas confío
Mi corazón escondido
Rosado y tierno
Se abre en la noche, en escondido sueño
Dulce como rosas, de suaves pétalos
Rojo como la sangre, rojo como los labios
De una princesa sin dueño
IV
No sé, hombre o dios
Cómo no irme entre tus brazos
Cómo no derretir entre las hojas
La ardiente corola de la rosa
viernes, 12 de diciembre de 2008
Las memorias de tía Gilda, la madre de Fiona
Mi tía Gilda, la mamá de mi prima Fiona, me trajo sus Memorias y me pidió que las publique en el blog. Pobre Gilda, se ve que no recuerda mucho de su vida. Su vida fue muy decente y sabe que eso hoy es un despropósito, así que trata de enmendarlo. Lo consigue muy bien. Estaba un poco pasada de birras cuando me trajo los dos papeles borroneados que pasé en limpio con cierta dificultad. La cerveza la afecta más de lo corriente (le cae como vodka, lógico a sus ochenta años). Acá están las memorias de la tía Gilda. De paso y ya que brindo con tanta generosidad los documentos familiares más interesantes, les recuerdo que hace mucho que no me dicen que soy sexy y que para eso había abierto este blog. Desde ese punto de vista es un fracaso, aunque desde que puse los avisos Google estoy muy feliz de su originalidad. Debe ser el único blog donde Google Adsense ofrece traducciones de Walter Benjamin y los videos hot de Pampita, en el mismo día. Con ustedes, mi tía Gilda.
UN ESTILO DE VIDA
Por Gilda Saenz de Olavarrieta
Me encanta despertarme muy temprano, al asomar a la vida gorriones y otras aves de buen aspecto, escuchar sus simpáticos trinos y sentir los rayos de ese sol radiante y veraniego, o los tibios rayos otoñales, e incluso el frío sol invernal me agrada a esa hora matutina, me gusta abrir la ventana, respirar el aire fresco, y luego servirme, en una bonita taza azul que tengo, de sopa, un cuarto litro de vodka y meterme en la cama otra vez.
Luego ya no me despierto hasta la hora del té, que también me agrada, cercana al atardecer, cuando las nubes toman sus caprichosos colores, y suelo tomar la botella de vodka y rendirle culto mientras el sol nos dice adiós. Mucho no lo veo, pero lo saludo cuando llega y cuando se va. De todos modos, tal vez piensen que no es sano mi modo de vida, pero usted qué puede saber. Ya lo conozco, ya me lo sé: se despierta a las siete, toma café, se da una ducha, lee el diario, sale a correr y cuando ya hecho bastante el ridículo se dedica a trabajar, o sea, es un esclavo del sistema improductivo. ¿Pero este sistema produce algo que no sea porquerías? Señor, señora, su estilo de vida es detestable y el mío maravilloso. ¿Se olvidó de su hígado? —decía esa propaganda imbécil. ¿Pero quién quiere acordarse de algo tan desagradable como un hígado? ¿Vio su hígado alguna vez? ¿Alguien se lo ha presentado? Si nunca lo vio y no se lo han presentado, entonces, no sé cómo lo va a recordar. Bah.
¿Cómo siguen mis veinticuatro horas?
Llega la noche y se acabó el vodka. Algo hay que hacer. Evidentemente, ya sabemos qué. Me visto con lo imprescindible porque en mi estado de ánimo no puedo abrochar muchos botones y salgo a la calle. Ay, Buenos Aires. Condenada ciudad. Está llena de gente deleznable, prostitutas vulgares con poca ropa ofreciendo sexo y mendigando amor (¡qué frase! Pasaré a la historia por esa conmovedora metáfora), hay gente borracha que pasea su desvergüenza y como si no tuviéramos bastante hay policías asquerosos.
Como vemos, a la noche se termina la paz. Pero de algún modo tengo que comprar el vodka. Espero que no me confundan con una de esas pobres prostitutas. Pero, en fin. Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
Bueno, siempre encuentro algún gil que me haga compañía (y también alguno/a que tire la primera piedra, y la segunda) y pronto me doy cuenta de si tiene dinero y si le gusta hacer regalos galantes, específicamente vodka. Entonces me acomete el amor. Me doy cuenta de que ese hombre, fortuito enviado del destino, tiene grandes ojos celestes o pequeños ojos marrones o, como me pasó una vez, un ojo de vidrio. Admiro sus bellas manos varoniles y aprecio que un hombre puede ser cualquier cosa, pero siempre será un hombre. Y por esta frase no pasaré a la historia, pero no me negarán que es aristotélicamente cierta. Todos los hombres tienen virtudes importantes y amigables sobre todo de noche, si una ha bebido un cuarto litro de vodka y si Navidad es todos los días del año. Porque lo importante es que el espíritu navideño habite en nuestros corazones. Y el amor es fuerte y tú también necesitas amor. Dicen los Stones que es así. Y todo lo que dice un Stone es cierto.
Bueno, nunca les pregunto nada, no me interesa saber si tienen apellido, porque un hombre no necesita nombre para ser hombre, igual que las rosas no necesitan ser rosas para que se las llame así. Siempre me hacen feliz. Siempre. ¿Para qué quiero más? Cuando pienso en usted, señora respetable, tan respetable que da asco que te respeten así. Confiese que desearía, por una noche, ser una arrastrada como yo, gozar del amor anónimo, que a veces es como una paliza a los sentidos y a veces es una paliza de verdad, pero si hay vodka... con vodka todo se olvida. Bueno, no he logrado convencerla, pero tampoco quería convencerla. La calle ya está fea sin viejas putrefactas como usted.
Bueno, a veces descanso. Si Dios lo hace, por qué yo no. Entonces como, tomo café, yogur, cereales, cerveza y prendo el televisor.
Miro una película.
Hoy fue un día de descanso. ¿Y saben por qué escribo esto?
Vi una película. Ví “Rescatando al soldado Ryan”
Solo les diré una cosa. Denme un nazi cualquiera. Le rompo la crisma, lo despellejo vivo, le saco las tripas, las cuelgo de la ventana y les saco una foto. Denme un nazi cualquiera y eso es lo que hago. Tom Hanks. ¿¡¡Cómo...a quién se le ocurre?!! Y la pobre de Meg Ryan llorando. ¿Nadie piensa en ella? Spielberg es un desalmado, haciéndose el sensible. ¿Y de donde sacó que se van a poner contentos los soldados cuando descubran que el soldado Ryan es Matt Damon? Lo natural es que digan así: ¿Y todo esto por Matt Damon? Ah, no, si hubiera sabido que era Matt Damon no hacía un carajo. Yo personalmente a Matt Damon lo dejo que lo maten y con Tom Hanks me caso. Tom Hanks. El único hombre bueno, decente, que ama a los niños y los perros, que jamás engañaría a una mujer, y que hasta es lindo y todo.
Tenía que decirlo, tenía que descargarme. El único hombre con el que me hubiera casado. Y ahora voy a quedar para vestir santos.
Por eso me gusta el vodka. ¿Ven? Hay una razón para todo.
UN ESTILO DE VIDA
Por Gilda Saenz de Olavarrieta
Me encanta despertarme muy temprano, al asomar a la vida gorriones y otras aves de buen aspecto, escuchar sus simpáticos trinos y sentir los rayos de ese sol radiante y veraniego, o los tibios rayos otoñales, e incluso el frío sol invernal me agrada a esa hora matutina, me gusta abrir la ventana, respirar el aire fresco, y luego servirme, en una bonita taza azul que tengo, de sopa, un cuarto litro de vodka y meterme en la cama otra vez.
Luego ya no me despierto hasta la hora del té, que también me agrada, cercana al atardecer, cuando las nubes toman sus caprichosos colores, y suelo tomar la botella de vodka y rendirle culto mientras el sol nos dice adiós. Mucho no lo veo, pero lo saludo cuando llega y cuando se va. De todos modos, tal vez piensen que no es sano mi modo de vida, pero usted qué puede saber. Ya lo conozco, ya me lo sé: se despierta a las siete, toma café, se da una ducha, lee el diario, sale a correr y cuando ya hecho bastante el ridículo se dedica a trabajar, o sea, es un esclavo del sistema improductivo. ¿Pero este sistema produce algo que no sea porquerías? Señor, señora, su estilo de vida es detestable y el mío maravilloso. ¿Se olvidó de su hígado? —decía esa propaganda imbécil. ¿Pero quién quiere acordarse de algo tan desagradable como un hígado? ¿Vio su hígado alguna vez? ¿Alguien se lo ha presentado? Si nunca lo vio y no se lo han presentado, entonces, no sé cómo lo va a recordar. Bah.
¿Cómo siguen mis veinticuatro horas?
Llega la noche y se acabó el vodka. Algo hay que hacer. Evidentemente, ya sabemos qué. Me visto con lo imprescindible porque en mi estado de ánimo no puedo abrochar muchos botones y salgo a la calle. Ay, Buenos Aires. Condenada ciudad. Está llena de gente deleznable, prostitutas vulgares con poca ropa ofreciendo sexo y mendigando amor (¡qué frase! Pasaré a la historia por esa conmovedora metáfora), hay gente borracha que pasea su desvergüenza y como si no tuviéramos bastante hay policías asquerosos.
Como vemos, a la noche se termina la paz. Pero de algún modo tengo que comprar el vodka. Espero que no me confundan con una de esas pobres prostitutas. Pero, en fin. Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
Bueno, siempre encuentro algún gil que me haga compañía (y también alguno/a que tire la primera piedra, y la segunda) y pronto me doy cuenta de si tiene dinero y si le gusta hacer regalos galantes, específicamente vodka. Entonces me acomete el amor. Me doy cuenta de que ese hombre, fortuito enviado del destino, tiene grandes ojos celestes o pequeños ojos marrones o, como me pasó una vez, un ojo de vidrio. Admiro sus bellas manos varoniles y aprecio que un hombre puede ser cualquier cosa, pero siempre será un hombre. Y por esta frase no pasaré a la historia, pero no me negarán que es aristotélicamente cierta. Todos los hombres tienen virtudes importantes y amigables sobre todo de noche, si una ha bebido un cuarto litro de vodka y si Navidad es todos los días del año. Porque lo importante es que el espíritu navideño habite en nuestros corazones. Y el amor es fuerte y tú también necesitas amor. Dicen los Stones que es así. Y todo lo que dice un Stone es cierto.
Bueno, nunca les pregunto nada, no me interesa saber si tienen apellido, porque un hombre no necesita nombre para ser hombre, igual que las rosas no necesitan ser rosas para que se las llame así. Siempre me hacen feliz. Siempre. ¿Para qué quiero más? Cuando pienso en usted, señora respetable, tan respetable que da asco que te respeten así. Confiese que desearía, por una noche, ser una arrastrada como yo, gozar del amor anónimo, que a veces es como una paliza a los sentidos y a veces es una paliza de verdad, pero si hay vodka... con vodka todo se olvida. Bueno, no he logrado convencerla, pero tampoco quería convencerla. La calle ya está fea sin viejas putrefactas como usted.
Bueno, a veces descanso. Si Dios lo hace, por qué yo no. Entonces como, tomo café, yogur, cereales, cerveza y prendo el televisor.
Miro una película.
Hoy fue un día de descanso. ¿Y saben por qué escribo esto?
Vi una película. Ví “Rescatando al soldado Ryan”
Solo les diré una cosa. Denme un nazi cualquiera. Le rompo la crisma, lo despellejo vivo, le saco las tripas, las cuelgo de la ventana y les saco una foto. Denme un nazi cualquiera y eso es lo que hago. Tom Hanks. ¿¡¡Cómo...a quién se le ocurre?!! Y la pobre de Meg Ryan llorando. ¿Nadie piensa en ella? Spielberg es un desalmado, haciéndose el sensible. ¿Y de donde sacó que se van a poner contentos los soldados cuando descubran que el soldado Ryan es Matt Damon? Lo natural es que digan así: ¿Y todo esto por Matt Damon? Ah, no, si hubiera sabido que era Matt Damon no hacía un carajo. Yo personalmente a Matt Damon lo dejo que lo maten y con Tom Hanks me caso. Tom Hanks. El único hombre bueno, decente, que ama a los niños y los perros, que jamás engañaría a una mujer, y que hasta es lindo y todo.
Tenía que decirlo, tenía que descargarme. El único hombre con el que me hubiera casado. Y ahora voy a quedar para vestir santos.
Por eso me gusta el vodka. ¿Ven? Hay una razón para todo.
lunes, 1 de diciembre de 2008
Mi prima Fiona
—Un día vi a una carmelita descalza con zapatos —me dijo Fiona el fin de semana pasado, mientras raspaba con sus uñas de esmalte saltado una torta frita quemada—. Bah. Nunca más fui a la Iglesia.
Si uno mira atentamente a Fiona, se pregunta si fue a la iglesia alguna vez y si la dejaron entrar, pero si ella lo dice hay que creerle. Fiona es mi prima y tiene diez años más que yo; en los años ochenta hizo una célebre publicidad de pan dulce, cuyo eslogan era Qué pan dulce, Pamela. Tal vez la recuerden, quiero decir, seguramente no recuerdan su cara porque nunca se vio. Además de ex modelo publicitaria, Fiona es una experta en filosofía. Es simple, padeció una eterna contradicción familiar, al estilo Dante. Como todos saben, Dante era del partido blanco, la izquierda florentina, y lo pagó con el exilio, pero en su poema se la pasa hablando de su sangre azul como la derecha aristócrata. Fiona sufrió la pesada herencia familiar mucho más que yo: un bisabuelo paterno era diputado del partido conservador y almorzaba con Mitre, una tía abuela , sobrina preferida del anterior, era bailarina de cabaret. Fiona estudió el profesorado de historia y comenzó la carrera de filosofía mientras lucía sus jeans blancos de calce profundo como pocos en Villa Urquiza, pero hubo un suceso, que siempre me repite, que partió su vida en dos. Fue cuando un profesor se impacientó ante sus preguntas (su increible mayeútica es famosa en la familia desde sus tres tiernos años) y le dijo "Sólo se puede pensar lo pensado". Después siguió adelante con la clase ignorándola por c0mpleto, pero la esperó a la salida y la invitó a un hotel. Eso le dio una visión particular de los hombres y la hizo dejar la carrera, pero la filosofía... la lleva en la sangre. Dejó de ser modelo, dejó la filosofía universitaria, y se hizo manicura, en una palabra: abrazó desaforadamente el estoicismo. Los sábados, cuando tiene franco en la peluquería de barrio donde trabaja y siempre y cuando no salga con sus amigas, Sabrina, Pamela y Bárbara, me viene a visitar y me explica su triste teoría, según la cual hombres y mujeres no nos comprenderemos nunca. Tiene dudas sobre el intelecto masculino que a veces a mí, por fracciones de segundo, también me acucian.
Por ejemplo, el sábado me decía lo siguiente
—Lo que más nos diferencia de los hombres —dijo—, es la manera de pensar. A ellos les parece razonable que en una novela un anatomista HOMBRE descubra el clítoris. Imaginate, lo descubre un hombre. Esa tesis idiota tiene tal aceptación que su autor es exitoso y a nadie le llamó nunca la atención que haya tenido que venir un anatomista y le haya dicho a una mina cualquiera, a ver, bancate un tacto y ella haya aullado ahí mismo por primera vez... que ése no es el timbre, por supuesto.
Olvidense de las damas. Fiona es Fiona.
—Está bien, Fiona. Es ridiculo —le dije—. Pero ya lo sabemos. También América apareció llena de indios, con plantas y todo, cuando llegó Colón.
—El clítoris lo descubrió un hombre —repitió Fiona—. Ja. Otra más: yo no entiendo como a ningún hombre le parece anormal que una guerrera con espada en la mano lleve una armadura con forma de bikini. ¿Qué cubre? ¿Es que a Conan no se le ocurre clavar la espada en otro lugar del cuerpo? Digo yo.
—Bueno, a Juana de Arco la cubren bien —dije.
—Porque según en qué película es santa o es lesbiana, que para el caso es lo mismo —me atajó—. Y ahora, hablando de tus amigos —dijo, señalándome con el dedo.
—Uy, no Fiona. ¿Qué vas a a decir?
—Tu amigo Reverte que protestó porque un borracho le gritó fascista cuando iba por la calle con su traje y su bolsa de la Real Academia. El traje no es el problema, obviamente. El problema es la bolsa ¿entendés? Es un típico ejemplar masculino.
—No, no hables mal de mi amigo Reverte. Es un gran tipo que me regala libros. ¿Pero qué tiene que ver la bolsa con el fascismo?
—¿Y qué tiene que ver la ropa de Paula Cahen D'Anvers con los repasadores? No me mirés con esa cara de asombro. Ya lo vas a entender, si atendés. No voy a hablar mal de tu amigo —dijo Fiona—. Sólo voy a aplicar la mayéutica. Así que pregunto: ¿cuántos miembros tiene la Real Academia? No muchos, si comparamos con la población total de España. Supongamos que todos los miembros de la Academia les hayan regalado paquetas bolsas de la RAE a sus novias, parientes y amigos. Y hasta que alguno se haya dejado una bolsa en el lavadero. ¿Cuántas personas en toda España tendrán una bolsa de la RAE? Bueno —me miró triunfante y comió otro pedazo de torta frita.
—No sé a dónde querés llegar.
—Acá mismo. Si yo salgo por la Avenida Santa Fe con mi vestido de Armani que no tengo, mis zapatos de Manolos que no tengo y mi bolsa de Paula Cahen D'Anvers que tampoco tengo. ¿Tengo derecho a quejarme si me quieren vender trescientos repasadores? Yo diría que no.
—Bueno, no sé si ese razonamiento se aplica a un respetable miembro de la Real Academia—repuse.
—Para que lo entiendas mejor —insistió—. Pensá como mujer y decime. Si Sarah Jessica Parker sale vestida y peinada como Carrie, con las actrices que personifican a Charlotte, Miranda y Samantha, cargadas de bolsas de compras, con vestidos floreados llenos de volados y zapatos de Manolo Blaknik, y estoy hablando de que las cuatro actrices pasean así por una calle cualquiera de Nueva York, no en el set de filmación, y a una de ellas, la rubia alta, un albañil le grita. ¡Samantha, tu orgasmo de ayer fue fingido! ¿Tienen derecho a quejarse?
Olvidense de las damas, como ya les dije, y piensen en la lógica de Fiona. Es aplastante. pero no creo que Reverte tomara café con ella en el Patio Bulrich. No usa tacos ni falda lapiz . Así que nunca se lo va a poder decir en la cara. Se lo díje.
—Bah, los hombres no van a cambiar su manera de pensar por hablar conmigo y yo me harté de ellos. No me importa si son zapateros, camioneros , miembros de la Real Academia —me dijo—. Todos son iguales. Y si no, se parecen muchísimo.
Bueno, no comparto su opinión aunque creo que Fiona tiene mucha experiencia en la vida y hay que escucharla. Vale la pena.
—Paulita —me dijo, dando la visita por terminada—. Me voy a encontrar con Pamela, y mis otras dos amigas, Bárbara y Sabrina. Vamos a mirar una zapatería de pies delicados porque necesitamos sandalias de taco chino de horma bien ancha. Me salieron juanetes ¿ves? Nos vemos .
Antes de irse, envolvió dos tortas fritas para el camino.
Y se fue, con su extraña filosofía. ¿Saben qué? Prefiero la filosofía de Fiona con sus juanetes a ver un serie glamourosa donde me enseñan cosas sobre el sexo que, a mis 38 años, ya debo saber de sobra.
Si uno mira atentamente a Fiona, se pregunta si fue a la iglesia alguna vez y si la dejaron entrar, pero si ella lo dice hay que creerle. Fiona es mi prima y tiene diez años más que yo; en los años ochenta hizo una célebre publicidad de pan dulce, cuyo eslogan era Qué pan dulce, Pamela. Tal vez la recuerden, quiero decir, seguramente no recuerdan su cara porque nunca se vio. Además de ex modelo publicitaria, Fiona es una experta en filosofía. Es simple, padeció una eterna contradicción familiar, al estilo Dante. Como todos saben, Dante era del partido blanco, la izquierda florentina, y lo pagó con el exilio, pero en su poema se la pasa hablando de su sangre azul como la derecha aristócrata. Fiona sufrió la pesada herencia familiar mucho más que yo: un bisabuelo paterno era diputado del partido conservador y almorzaba con Mitre, una tía abuela , sobrina preferida del anterior, era bailarina de cabaret. Fiona estudió el profesorado de historia y comenzó la carrera de filosofía mientras lucía sus jeans blancos de calce profundo como pocos en Villa Urquiza, pero hubo un suceso, que siempre me repite, que partió su vida en dos. Fue cuando un profesor se impacientó ante sus preguntas (su increible mayeútica es famosa en la familia desde sus tres tiernos años) y le dijo "Sólo se puede pensar lo pensado". Después siguió adelante con la clase ignorándola por c0mpleto, pero la esperó a la salida y la invitó a un hotel. Eso le dio una visión particular de los hombres y la hizo dejar la carrera, pero la filosofía... la lleva en la sangre. Dejó de ser modelo, dejó la filosofía universitaria, y se hizo manicura, en una palabra: abrazó desaforadamente el estoicismo. Los sábados, cuando tiene franco en la peluquería de barrio donde trabaja y siempre y cuando no salga con sus amigas, Sabrina, Pamela y Bárbara, me viene a visitar y me explica su triste teoría, según la cual hombres y mujeres no nos comprenderemos nunca. Tiene dudas sobre el intelecto masculino que a veces a mí, por fracciones de segundo, también me acucian.
Por ejemplo, el sábado me decía lo siguiente
—Lo que más nos diferencia de los hombres —dijo—, es la manera de pensar. A ellos les parece razonable que en una novela un anatomista HOMBRE descubra el clítoris. Imaginate, lo descubre un hombre. Esa tesis idiota tiene tal aceptación que su autor es exitoso y a nadie le llamó nunca la atención que haya tenido que venir un anatomista y le haya dicho a una mina cualquiera, a ver, bancate un tacto y ella haya aullado ahí mismo por primera vez... que ése no es el timbre, por supuesto.
Olvidense de las damas. Fiona es Fiona.
—Está bien, Fiona. Es ridiculo —le dije—. Pero ya lo sabemos. También América apareció llena de indios, con plantas y todo, cuando llegó Colón.
—El clítoris lo descubrió un hombre —repitió Fiona—. Ja. Otra más: yo no entiendo como a ningún hombre le parece anormal que una guerrera con espada en la mano lleve una armadura con forma de bikini. ¿Qué cubre? ¿Es que a Conan no se le ocurre clavar la espada en otro lugar del cuerpo? Digo yo.
—Bueno, a Juana de Arco la cubren bien —dije.
—Porque según en qué película es santa o es lesbiana, que para el caso es lo mismo —me atajó—. Y ahora, hablando de tus amigos —dijo, señalándome con el dedo.
—Uy, no Fiona. ¿Qué vas a a decir?
—Tu amigo Reverte que protestó porque un borracho le gritó fascista cuando iba por la calle con su traje y su bolsa de la Real Academia. El traje no es el problema, obviamente. El problema es la bolsa ¿entendés? Es un típico ejemplar masculino.
—No, no hables mal de mi amigo Reverte. Es un gran tipo que me regala libros. ¿Pero qué tiene que ver la bolsa con el fascismo?
—¿Y qué tiene que ver la ropa de Paula Cahen D'Anvers con los repasadores? No me mirés con esa cara de asombro. Ya lo vas a entender, si atendés. No voy a hablar mal de tu amigo —dijo Fiona—. Sólo voy a aplicar la mayéutica. Así que pregunto: ¿cuántos miembros tiene la Real Academia? No muchos, si comparamos con la población total de España. Supongamos que todos los miembros de la Academia les hayan regalado paquetas bolsas de la RAE a sus novias, parientes y amigos. Y hasta que alguno se haya dejado una bolsa en el lavadero. ¿Cuántas personas en toda España tendrán una bolsa de la RAE? Bueno —me miró triunfante y comió otro pedazo de torta frita.
—No sé a dónde querés llegar.
—Acá mismo. Si yo salgo por la Avenida Santa Fe con mi vestido de Armani que no tengo, mis zapatos de Manolos que no tengo y mi bolsa de Paula Cahen D'Anvers que tampoco tengo. ¿Tengo derecho a quejarme si me quieren vender trescientos repasadores? Yo diría que no.
—Bueno, no sé si ese razonamiento se aplica a un respetable miembro de la Real Academia—repuse.
—Para que lo entiendas mejor —insistió—. Pensá como mujer y decime. Si Sarah Jessica Parker sale vestida y peinada como Carrie, con las actrices que personifican a Charlotte, Miranda y Samantha, cargadas de bolsas de compras, con vestidos floreados llenos de volados y zapatos de Manolo Blaknik, y estoy hablando de que las cuatro actrices pasean así por una calle cualquiera de Nueva York, no en el set de filmación, y a una de ellas, la rubia alta, un albañil le grita. ¡Samantha, tu orgasmo de ayer fue fingido! ¿Tienen derecho a quejarse?
Olvidense de las damas, como ya les dije, y piensen en la lógica de Fiona. Es aplastante. pero no creo que Reverte tomara café con ella en el Patio Bulrich. No usa tacos ni falda lapiz . Así que nunca se lo va a poder decir en la cara. Se lo díje.
—Bah, los hombres no van a cambiar su manera de pensar por hablar conmigo y yo me harté de ellos. No me importa si son zapateros, camioneros , miembros de la Real Academia —me dijo—. Todos son iguales. Y si no, se parecen muchísimo.
Bueno, no comparto su opinión aunque creo que Fiona tiene mucha experiencia en la vida y hay que escucharla. Vale la pena.
—Paulita —me dijo, dando la visita por terminada—. Me voy a encontrar con Pamela, y mis otras dos amigas, Bárbara y Sabrina. Vamos a mirar una zapatería de pies delicados porque necesitamos sandalias de taco chino de horma bien ancha. Me salieron juanetes ¿ves? Nos vemos .
Antes de irse, envolvió dos tortas fritas para el camino.
Y se fue, con su extraña filosofía. ¿Saben qué? Prefiero la filosofía de Fiona con sus juanetes a ver un serie glamourosa donde me enseñan cosas sobre el sexo que, a mis 38 años, ya debo saber de sobra.
domingo, 16 de noviembre de 2008
LA LEYENDA DEL CAPITÁN MALDITO
¿Conocen la historia del Capitán Maldito? ¿No?
Ignorantes.
El Capitán Maldito era conocido por ese nombre tanto en Maracaibo como en Lima y Tierra del Fuego. Con solo oír su nombre, los hombres temblaban como Gudurix y las mujeres gritaban como la rubia de King Kong. A la noche, cuando los niños no se querían tomar la sopa, se les decía: vendrá el Capitán Maldito y te llevará. Su fama era peor que la de Satanás, que tiene bastante mala fama. Su final fue tan triste que de solo recordarlo me pongo a llorar. A su muerte los hábitos monjiles quedaron de luto y en las islas británicas hubo un desmayo masivo de cinco minutos a las cinco de la tarde por parte de las ladys, en señal de duelo.
Se conserva un retrato de él en el Convento de las Carmelitas de Bogotá. En él vemos al Capitán Maldito posar con aire siniestro. Tracemos su retrato.
El Capitán Maldito llevaba con apostura un parche en el ojo izquierdo y el derecho era de vidrio. Ustedes dirán que no veía un carajo, sí, les digo yo, pero por eso era tanto más temible. Es famoso que, blandiendo el sable de aquí para allá le cortó la cabeza a su propio lugarteniente. También se cuenta que una vez mandó a ahorcar al gobernador de Santa Guadalupe de los Arenales y en lugar de eso sus hombres ahorcaron al cocinero. Todo lo que dijo el Capitán Maldito esa noche fue que la comida era mucho mejor. Es que parece que el gobernador de Santa Guadalupe de los Arenales cocinaba unos platos de primera.
Prosigamos. De su brazo derecho pende un temible garfio de hierro retorcido y oxidado, que más de una herida mortal, más de un hueso roto, a él se deben. En cuanto al brazo izquierdo, era ortopédico. Esto a nadie debe asombrar. Simple maravilla de la medicina incaica.
Se cuenta qué, así como Byron se ponía hosco cundo se hacía notar su cojera, el Capitán Maldito se ponía de igual modo cuando algún desprevenido se ofrecía a estrechar su mano. Es famoso lo sucedido durante el encuentro entre el Capitán Maldito y Lord Julian Wade. Lord Julian, enviado por el rey Jacobo, tenía la misión de ofrecer al Capitán Maldito el gobierno de Jamaica. La derrota del elegante inglés fue total y esto por un incidente, que nos apresuramos a relatar.
Frente a sendas botellas de ron, el Capitán trazaba frente a un admirado Sir Julian las líneas de su plan de gobierno. Su más cara medida era incentivar peregrinaciones de monjas desde el continente. Tal piadosa intención, llegó a lo más profundo del corazón de Sir Julian. Conmovido, pronunció la frase fatal:
—Capitán, estrechemos nuestras manos.
¡Frase cortés, digna en todo del elegante británico! Frase sencilla, sí, pero no para el Capitán Maldito, a quien la sola palabra manos sublevaba la sangre. Frase imbécil pronunciada por un Sir Julian alcoholizado con ron de mala calidad, dicen algunos. Haciéndola corta: el Capitán Maldito enrojeció y cuál lo haría una doncella ruborosa, ofendida en el íntimo pudor, desenvainó el sable y seccionó de un solo golpe, las dos manos del imbécil de Sir Julian.
Es que Sir Julian era un imbécil y nuestro capitán era sensible como una poeta mexicana.
El capitán, anécdotas aparte, en su estampa retratada adelantaba con hidalguía una pata de palo, labrada en una magnífica muestra del arte caribeño. Poseía, además, en finas incrustaciones, topacios, rubíes y esmeraldas de gran valor. Como se ve, no era ningún tacaño y además, sabía muy bien la parte del botín que le correspondía: las tres cuartas partes y el resto lo repartía con generosidad y justicia.
Por último, conservaba la pierna izquierda, a cuyo término se observaba un delicado y fino pie, calzado por una elegante bota, más propia de una señorita que de un pirata cuya funesta catadura admiraba al mismo Morgan, de quien era mortal enemigo, y esto a causa de una novicia del convento de la Misericordiosa Crucifixión de Cristo, en Veracruz. Pero no profundicemos en lances tan misteriosos, pues todo lo que sabemos es que Morgan guardaba al Capitán Maldito un odio de esos que solo se sacian con la muerte y que el capitán correspondía de un mismo modo encarnizado. También sabemos que la doncella murió, en la flor de la juventud, aferrada de un brazo por la férrea mano de Morgan y del otro, por el garfio oxidado del capitán.
Hazañas semejantes coronaban una peligrosa pero breve carrera. Tal vez a eso se deba el penetrante aroma de su recuerdo, que satura el ambiente monástico y a las pálidas solteronas por elección en largas jornadas de té y canasta.
Fue un fin triste y peor aún, desconsiderado e irrespetuoso por parte del Señor el que acabó con la espada más temible de la isla de la Tortuga.
La suave, lisa y dulce lady Fairling cortaba rosas de su jardín, sin notar que su rubio cabello estaba sucio y desarreglado. Tampoco le preocupaba que su aérea falda blanca estaba agujereada y que sus finos y delicados pies se hallaban calzados por apenas una media roja y otra naranja. Esas nimiedades parecían desmentir la delicadeza de su talle y de hecho lo hacían. Porque la suave, dulce y lisa lady Fairling era el bruto John el Tuerto, por eso era lisa y su disfraz se lo había procurado Bill el ciruja, por eso no era tan elegante como el de una auténtica Lady británica. Pero John el Tuerto no se preocupaba por eso, porque, como ya hemos dicho, el Capitán Maldito no veía un carajo.
Corrió rápidamente por la isla de la Tortuga la voz de que una suave y dulce, aunque lisa, lady inglesa había llegado a la isla a cortar rosas y estudiar a los pájaros. Rápidamente se enteró el Capitán Maldito, que jugaba una partida de truco con Lady Ashton y Lady Dursdey, las dos últimas ladys que habían llegado a la isla con el pretexto de estudiar pajarracos y sin engañar a nadie, salvo tal vez a Lord Ashton y Lord Dursdey.
—¿Así que tenemos otra, eh?—murmuró el capitán —Señoras—dijo dejando las cartas sobre la mesa—Disculpadme.
Lady Ashton se desmayó. Lady Dursdey se rascó la oreja y levantó las cartas del Capitán para ver que tenía. Luego lanzó una puteada, porque hubiera ganado esa mano.
El cuarto jugador era Bill el ciruja. Sonrió enigmático.
El Capitán Maldito salió de la taberna.
Se equivocó diez veces el camino y trastabillando llegó hasta la suave, dulce y lisa Lady Fairling.
Lady Fairling, o sea, John el Tuerto, inclinado sobre un macizo de flores, giró la cabeza al oír la rotunda pata de palo del Capitán Maldito.
—¿Lady Fairling? —dijo el Capitán.
—Oh, yes—dijo el Tuerto, imitando a una lady como mejor sabía mientras buscaba el puñal entre las enaguas.
—Lady Fairling, tengo muchos compromisos. Ya hay demasiadas como usted en la isla. Por lo tanto va a tener que irse.
—Oh, no—murmuró el tuerto. Bill el ciruja había cosido un bolsillo a la enagua para guardar el puñal, así que el tuerto trataba de descoserlo.
—Está bien—dijo el capitán.
El Tuerto encontró el puñal.
—Tendré que hacerlo—dijo el Capitán, irritado.
Y cuando el tuerto tuvo el puñal bien aferrado, y comenzaba a girar, tenso, con un mohín de coquetería dirigido a la nublosa mirada del confiado capitán, este, que tenía bien ganada su fama de maldito, le cercenó el cuello de un sablazo.
—Me tienen harto las mujeres— suspiró. Tomó una aceituna de un platito que había en una mesa. Pues sí, había una mesa y un platito con aceitunas, aunque no lo hubiera dicho antes. Se sirvió tres más de un saque...y se atragantó con los carozos.
Así murió el más terrible de todos los piratas.
Les advertí que era un final desconsiderado. Pero yo no hago la historia.
Sólo la escribo.
Ignorantes.
El Capitán Maldito era conocido por ese nombre tanto en Maracaibo como en Lima y Tierra del Fuego. Con solo oír su nombre, los hombres temblaban como Gudurix y las mujeres gritaban como la rubia de King Kong. A la noche, cuando los niños no se querían tomar la sopa, se les decía: vendrá el Capitán Maldito y te llevará. Su fama era peor que la de Satanás, que tiene bastante mala fama. Su final fue tan triste que de solo recordarlo me pongo a llorar. A su muerte los hábitos monjiles quedaron de luto y en las islas británicas hubo un desmayo masivo de cinco minutos a las cinco de la tarde por parte de las ladys, en señal de duelo.
Se conserva un retrato de él en el Convento de las Carmelitas de Bogotá. En él vemos al Capitán Maldito posar con aire siniestro. Tracemos su retrato.
El Capitán Maldito llevaba con apostura un parche en el ojo izquierdo y el derecho era de vidrio. Ustedes dirán que no veía un carajo, sí, les digo yo, pero por eso era tanto más temible. Es famoso que, blandiendo el sable de aquí para allá le cortó la cabeza a su propio lugarteniente. También se cuenta que una vez mandó a ahorcar al gobernador de Santa Guadalupe de los Arenales y en lugar de eso sus hombres ahorcaron al cocinero. Todo lo que dijo el Capitán Maldito esa noche fue que la comida era mucho mejor. Es que parece que el gobernador de Santa Guadalupe de los Arenales cocinaba unos platos de primera.
Prosigamos. De su brazo derecho pende un temible garfio de hierro retorcido y oxidado, que más de una herida mortal, más de un hueso roto, a él se deben. En cuanto al brazo izquierdo, era ortopédico. Esto a nadie debe asombrar. Simple maravilla de la medicina incaica.
Se cuenta qué, así como Byron se ponía hosco cundo se hacía notar su cojera, el Capitán Maldito se ponía de igual modo cuando algún desprevenido se ofrecía a estrechar su mano. Es famoso lo sucedido durante el encuentro entre el Capitán Maldito y Lord Julian Wade. Lord Julian, enviado por el rey Jacobo, tenía la misión de ofrecer al Capitán Maldito el gobierno de Jamaica. La derrota del elegante inglés fue total y esto por un incidente, que nos apresuramos a relatar.
Frente a sendas botellas de ron, el Capitán trazaba frente a un admirado Sir Julian las líneas de su plan de gobierno. Su más cara medida era incentivar peregrinaciones de monjas desde el continente. Tal piadosa intención, llegó a lo más profundo del corazón de Sir Julian. Conmovido, pronunció la frase fatal:
—Capitán, estrechemos nuestras manos.
¡Frase cortés, digna en todo del elegante británico! Frase sencilla, sí, pero no para el Capitán Maldito, a quien la sola palabra manos sublevaba la sangre. Frase imbécil pronunciada por un Sir Julian alcoholizado con ron de mala calidad, dicen algunos. Haciéndola corta: el Capitán Maldito enrojeció y cuál lo haría una doncella ruborosa, ofendida en el íntimo pudor, desenvainó el sable y seccionó de un solo golpe, las dos manos del imbécil de Sir Julian.
Es que Sir Julian era un imbécil y nuestro capitán era sensible como una poeta mexicana.
El capitán, anécdotas aparte, en su estampa retratada adelantaba con hidalguía una pata de palo, labrada en una magnífica muestra del arte caribeño. Poseía, además, en finas incrustaciones, topacios, rubíes y esmeraldas de gran valor. Como se ve, no era ningún tacaño y además, sabía muy bien la parte del botín que le correspondía: las tres cuartas partes y el resto lo repartía con generosidad y justicia.
Por último, conservaba la pierna izquierda, a cuyo término se observaba un delicado y fino pie, calzado por una elegante bota, más propia de una señorita que de un pirata cuya funesta catadura admiraba al mismo Morgan, de quien era mortal enemigo, y esto a causa de una novicia del convento de la Misericordiosa Crucifixión de Cristo, en Veracruz. Pero no profundicemos en lances tan misteriosos, pues todo lo que sabemos es que Morgan guardaba al Capitán Maldito un odio de esos que solo se sacian con la muerte y que el capitán correspondía de un mismo modo encarnizado. También sabemos que la doncella murió, en la flor de la juventud, aferrada de un brazo por la férrea mano de Morgan y del otro, por el garfio oxidado del capitán.
Hazañas semejantes coronaban una peligrosa pero breve carrera. Tal vez a eso se deba el penetrante aroma de su recuerdo, que satura el ambiente monástico y a las pálidas solteronas por elección en largas jornadas de té y canasta.
Fue un fin triste y peor aún, desconsiderado e irrespetuoso por parte del Señor el que acabó con la espada más temible de la isla de la Tortuga.
La suave, lisa y dulce lady Fairling cortaba rosas de su jardín, sin notar que su rubio cabello estaba sucio y desarreglado. Tampoco le preocupaba que su aérea falda blanca estaba agujereada y que sus finos y delicados pies se hallaban calzados por apenas una media roja y otra naranja. Esas nimiedades parecían desmentir la delicadeza de su talle y de hecho lo hacían. Porque la suave, dulce y lisa lady Fairling era el bruto John el Tuerto, por eso era lisa y su disfraz se lo había procurado Bill el ciruja, por eso no era tan elegante como el de una auténtica Lady británica. Pero John el Tuerto no se preocupaba por eso, porque, como ya hemos dicho, el Capitán Maldito no veía un carajo.
Corrió rápidamente por la isla de la Tortuga la voz de que una suave y dulce, aunque lisa, lady inglesa había llegado a la isla a cortar rosas y estudiar a los pájaros. Rápidamente se enteró el Capitán Maldito, que jugaba una partida de truco con Lady Ashton y Lady Dursdey, las dos últimas ladys que habían llegado a la isla con el pretexto de estudiar pajarracos y sin engañar a nadie, salvo tal vez a Lord Ashton y Lord Dursdey.
—¿Así que tenemos otra, eh?—murmuró el capitán —Señoras—dijo dejando las cartas sobre la mesa—Disculpadme.
Lady Ashton se desmayó. Lady Dursdey se rascó la oreja y levantó las cartas del Capitán para ver que tenía. Luego lanzó una puteada, porque hubiera ganado esa mano.
El cuarto jugador era Bill el ciruja. Sonrió enigmático.
El Capitán Maldito salió de la taberna.
Se equivocó diez veces el camino y trastabillando llegó hasta la suave, dulce y lisa Lady Fairling.
Lady Fairling, o sea, John el Tuerto, inclinado sobre un macizo de flores, giró la cabeza al oír la rotunda pata de palo del Capitán Maldito.
—¿Lady Fairling? —dijo el Capitán.
—Oh, yes—dijo el Tuerto, imitando a una lady como mejor sabía mientras buscaba el puñal entre las enaguas.
—Lady Fairling, tengo muchos compromisos. Ya hay demasiadas como usted en la isla. Por lo tanto va a tener que irse.
—Oh, no—murmuró el tuerto. Bill el ciruja había cosido un bolsillo a la enagua para guardar el puñal, así que el tuerto trataba de descoserlo.
—Está bien—dijo el capitán.
El Tuerto encontró el puñal.
—Tendré que hacerlo—dijo el Capitán, irritado.
Y cuando el tuerto tuvo el puñal bien aferrado, y comenzaba a girar, tenso, con un mohín de coquetería dirigido a la nublosa mirada del confiado capitán, este, que tenía bien ganada su fama de maldito, le cercenó el cuello de un sablazo.
—Me tienen harto las mujeres— suspiró. Tomó una aceituna de un platito que había en una mesa. Pues sí, había una mesa y un platito con aceitunas, aunque no lo hubiera dicho antes. Se sirvió tres más de un saque...y se atragantó con los carozos.
Así murió el más terrible de todos los piratas.
Les advertí que era un final desconsiderado. Pero yo no hago la historia.
Sólo la escribo.
viernes, 7 de noviembre de 2008
Tal vez haya conocido a Morgan
CAUTIVA
Vive en mis sueños
Un hombre moreno
De boca cruel
Amante de noches
De dulces heridas
De palabra de hiel
Yo cuanto quisiera
Ponerle cadenas
Al hombre que fue
En noche sin luna
En la selva oscura
Un lobo cruel
Una de estas noches
Corsario temible
Pudiera pasar
Que blanca y sumisa
Tan dulce cautiva
Te pueda matar
Ahora sonríes, hombre que eres
Mas que hombre, un lobo
¿Qué puedes temer?
De tan indefensa
Tan endeble presa
Una blanca mujer
No me encolerices
Corsario de los mares
Por lejano que estés
Tal vez no sonrieras
Si en mi pensamiento
Supieras leer
Que llega tan lejos
Que el más veloz navío
No huye de él
Yo no necesito ser fuerte
Ni temible ni lobo cruel
Yo soy mujer
Vive en mis sueños
Un hombre moreno
De boca cruel
Amante de noches
De dulces heridas
De palabra de hiel
Yo cuanto quisiera
Ponerle cadenas
Al hombre que fue
En noche sin luna
En la selva oscura
Un lobo cruel
Una de estas noches
Corsario temible
Pudiera pasar
Que blanca y sumisa
Tan dulce cautiva
Te pueda matar
Ahora sonríes, hombre que eres
Mas que hombre, un lobo
¿Qué puedes temer?
De tan indefensa
Tan endeble presa
Una blanca mujer
No me encolerices
Corsario de los mares
Por lejano que estés
Tal vez no sonrieras
Si en mi pensamiento
Supieras leer
Que llega tan lejos
Que el más veloz navío
No huye de él
Yo no necesito ser fuerte
Ni temible ni lobo cruel
Yo soy mujer
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