miércoles, 20 de marzo de 2013

EL DIABLO ENAMORADO


¿Que ha de preferir el hombre, a un Dios que muere por él, o a un Demonio que vive para él? ¿Qué prefiere el hombre, un padre que le indica el camino o una mujer que lo acompaña por él, compartiendo sus suertes y sus peligros?
            El Paraíso Renacido

Reinará sobre la tierra, después de vencer a todos sus enemigos
Los Caballeros del Rey Arturo

El Rey, ya anciano, comprendió la traición. Vio el campo de batalla cubierto de cadáveres y a sus hombres que se alejaban de él, a rápido galopar.
            —¡A mí! —gritó enfurecido.
            Y se desvaneció.


Cuando despertó Sir Mordrer estaba junto a él, con gesto preocupado.
            —Traidor —dijo, casi sin fuerzas. Se vio cubierto de sangre.
            —No te traicioné —esa voz no era la de Mordrer—. Tenías que morir en este momento y yo debía estar contigo. Tú sabes que nunca escapo a mis deberes.
            Arturo lo miró fijamente. Bajo la máscara de Mordrer vio el rostro de Merlín.
            —Traidor —murmuró por segunda vez.
            —No entiendes —Merlín movía dolorosamente la cabeza, con melancolía—. Estaba escrito. Ahora pon atención. Tú morirás. Pero antes recibirás una visita.
            —Traidor —dijo Arturo por tercera vez. Sentía que la vida escapaba de sus labios con cada palabra—. A pesar de eso, te hago un último encargo. Tomarás mi espada y la arrojarás al lago. Alguien la recogerá...
            Su voz expiró.
            —No será necesario —dijo con amargura Merlín. Le cerró los ojos.
            Y se retiró, a su vez, para morir.


Aquí yace Arturo, que fue Rey y que volverá a serlo.


—Levántate, Arturo.
            En su sopor, el anciano rey abrió los ojos y vio frente a sí una forma difusa, femenina. De sus manos pendían una espada de hoja dorada que él reconoció como la suya.
            La sombra se reclinó sobre él y lo rozó con sus cabellos, negros y mojados.
            —Yo soy la Dama del Lago —susurró—. Y vengo a traerte tu espada y a guiarte a un lugar donde la necesitarás tú a ella y yo a tu brazo. Ven, levántate.
            —Ginebra —susurró Arturo.
            —Muerta. Murió amando a otro, como había vivido.
            —Camelot.
            —Muerta, muerta de miles de años. Muerta como otras ciudades y reinos que tu imaginación no pudo soñar jamás. Ven conmigo y serás Rey otra vez.
            —¿Quién eres?
            —Yo soy —repitió pausadamente— la Dama del Lago. Pero tengo otro nombre. Tú también tienes otro nombre.
            El anciano Rey se puso de pie trabajosamente. Notó que tenía sangre seca en el cuello y en el pecho. Se sentía indefenso y trémulo.
            Ella lo condujo hasta la orilla de un río que él nunca había visto allí. Los esperaba un bote de madera y dos remos. Suspiró. Antes de subir, volvió la vista y vio densas columnas de humo que se hundían en el cielo.
            —¿Arde Camelot? —preguntó.
            —¡Arde Troya! —exclamó ella riendo.
            —¿Troya? —repitió sin comprender.
            —Babilonia —dijo, casi suspiró, la Dama del Lago—. Tú no entiendes nada de esto ni entenderás, pero no necesitas entender, ni yo necesito que entiendas. Necesitamos la fuerza de tu brazo y tu valor.
            El anciano la miró sin comprender.
            —Tú volverás a ser joven —le respondió ella con sus grandes ojos fijos en él—, joven y fuerte. Serás hermoso para mi.
            Empuñó los remos y navegaron por el río en calma. Navegaron durante todo el día. Ella remaba y él procuraba ayudarla. Pero la fatiga y las heridas pudieron más.
            —Duerme —susurró ella, amorosamente—. Pronto no sabrás lo que es dormir.
            Y lo miró con amargura y temor.
            Remó ella durante toda la noche y seguía remando durante el día cuando él despertó.
            —¿Hacia dónde vamos?
            —Al Sur. Mira el cielo, allá donde no llega el sol. ¿Qué ves?
            Él miró y cerró los ojos asombrado. Hacia donde señalaba ella, se extendía la Noche. Y sin embargo, era de día.
            —Vamos hacia allí, a adentrarnos en la Noche. No temas. Necesito de todo tu valor. ¿Ves esa estrella?
            Había una estrella más brillante que todas las otras.
            —Ella nos guía. Se llama Sirio. Es una estrella del Sur. Nosotros la seguiremos.
            —¿Adónde? —preguntó Arturo.
            Pero ella ya no le respondió.


Navegaron días con la Noche en su horizonte y noches en la más completa oscuridad, salvo el brillo de la única estrella que ella llamaba Sirio.
           

Al fin una mañana comenzaron a ver poblaciones y a oír risas y cantos. Hombres y mujeres se acercaban a la orilla a verlos pasar, con curiosidad. Arturo se sentía cada vez más fuerte y asombrosamente fuerte. Sus cabellos volvieron a ser castaños. Sus manos eran otra vez fuertes y remaba con violencia. Adonde fuera, él quería llegar rápido. Cada tanto sorprendía en la mujer una extraña mirada, mezcla de amor y miedo. Ella desvanecía ese efecto con una dulce sonrisa.
            —¡Qué extrañamente alegre se ve a esa gente! —exclamó Arturo.
            Ella le respondió riendo a carcajadas.
            —¡Es que este es el Cielo!
            Más luego prosiguió, despaciosamente, casi en un susurro.
            —Todos están muertos. Ahora están pasando por una especie de sueño con el que logré conjurar el paso decisivo a la eternidad. Pero tú deberás hacer tu parte para que el sueño entre también en ella.
            —No entiendo nada —suspiró él—. ¿Sueño y eternidad? ¿Yo hacer mi parte? Soy Rey, pero no soy Dios.
            —Los reyes son hombres como los demás. Y los hombres son hijos de Dios. Viene siendo hora de que procuren parecerse un poco a su Padre.
            Él la miró profundamente, pero se admitió ciego ante ella.
            —¿Quién eres?
            —Soy yo. No puedo decir más que eso. Soy un alma a quién todo un Dios prisión ha sido, y he pagado bien cara mi libertad. Soledad. Dolor infinito. Todo lo he conjurado con un sueño. Pero para que no se desvanezca y no sean todos polvo y ceniza, piedras y lodo, te necesito.
            —¿A mí?
            —Yo he hecho ya lo que debía. He peleado, he sangrado. Yo he sufrido, Arturo. He sido herida, insultada, mancillada. He soportado dolores infinitos, yo, que no soporto el dolor, que no comprendo otra razón que el amor. Yo, que sólo entiendo la felicidad, he debido sufrir.
            —Contéstame una pregunta más. ¿Yo estaba muerto?
            —Si —respondió ella con voz queda.
            —¿Y tú me devolviste la vida y la juventud?
            Ella lo miró profundamente. Sus ojos lloraban y su boca sonreía.
            —Si.
            —¡Tú eres Dios! —exclamó él.
            Ella sonrió con tristeza.
            —No, no soy tu Dios. Tu Dios y yo luchamos mucho tiempo y al fin ha muerto. Yo vencí y estaba sola, en la cima del mundo, completamente sola, viéndolos a ustedes amarse, destrozarse y morir en crueles agonías, mientras yo no tenía con quién luchar ni a quién amar. Entonces decidí hacer lo que Él hubiera hecho, construir ese Paraíso, cuya idea tanto amaba, pero con el conocimiento de los hombres que una mujer vieja como yo puede tener y que Él nunca tuvo. Construir un lugar donde los hombres pudieran odiar y pelear sin destruirse, herirse con heridas que siempre pueden ser curadas con sólo derramar sobre ellas las gotas de este agua. Donde amar y reír pero también montar en cólera y pelear, pues sólo así los hombres pueden ser felices. ¿Lo entiendes ahora?
            —Creo que sí —murmuró Arturo.
            —Toma tu espada y sígueme.
            —¿Contra quién tengo que pelear?
            —¡Contra un árbol! —rió ella.


Lo condujo siguiendo la corriente del río hasta un valle en cuyo centro había un pequeño bosque. Le señaló uno de los últimos árboles.
            —Ahora escucha bien, Arturo, pues toda mi obra depende de esto. Si fallas, no serás más que polvo, morirás y yo estaré sola otra vez para toda la eternidad.
            “Este es el árbol del Bien y del Mal. Tú lo cortarás. Y vivirás para siempre.
            “Gemirá y sangrará. Tú córtalo.
            “Lo verás tomar la forma de una anciana y de una niña.
            “Tú mátalas.
            “Te jurará que es Cristo. Clávalo en la Cruz.
            “Corta este árbol y nos amaremos para siempre.
            “Cada vez que sientas flaquear tu brazo recuerda, yo estaré contigo. Aunque no me veas, yo te sostendré.
            “Cuando termines, seré tuya y sabrás mi verdadero nombre.”
            Y dicho esto tornó por un sendero.
            Antes de perderse de vista, le dirigió una mirada de infinito amor.
            A cada golpe que pegaba, el árbol gemía y sangraba. Pero él pensaba en ella y seguía cortando. Mató a una anciana y luego a una niña. Lloró por ellas y siguió cortando. En la copa del árbol se le apareció un hombre joven y rubio sonriendo. Él golpeó el árbol y éste se transformó en una Cruz.
            —Padre, otra vez me has matado —dijo Cristo.
            Él siguió golpeando.
            Cayó la noche y la estrella Sirio apareció sobre el horizonte, más bella que nunca. Dio un último golpe y el tronco cayó. Y Arturo cayó con él. Tendido en la tierra, miraba la estrella Sirio. Una estrella del Sur, dijo ella. De una tierra para él desconocida. Se durmió.
            Cuando despertó el sol estaba sobre su cabeza.
            Caminó siguiendo el rumbo del río. Empezó a sentir hambre y tomó una manzana de un árbol que encontró. Era deliciosa.
            Llegó al nacimiento del río tras días de cansado caminar. Se sintió joven y fuerte cuando la vio a ella, desnuda, de pie, con una sonrisa feliz. Y recordó.
            Recordó que siempre había amado a Eva. Que juntos habían tenido hijos y que juntos habían envejecido, y que la había visto morir, y luego que él también había muerto. Se olvidó de Arturo. La abrazó. Él también estaba desnudo.
            Y todo lo que los rodeaba, naturaleza y hombres y mujeres, los animales y el cielo y el agua, estaban esplendorosa, doradamente desnudos.
           
            © 1998 Paula Ruggeri

domingo, 20 de enero de 2013

NUNCA CANTES EN TIERRA



 Se debatía en la red, envuelta en algas, con la incomprensión de un animal atrapado. Los hombres hacían poco caso de sus quejidos, el bote los acercaba más al muelle. Amarraron, descendieron con una carga que para ellos no era preciosa.
Todavía atrapada en la red, fue arrojada en el interior de una camioneta.

La transacción se realizó sin discusiones, los pescadores recibieron su paga y el hombre de traje contempló a su nueva adquisición, satisfecho. Mientras, el monstruo de las aguas emitía un sonido semejante a un llanto. Fue bañada y perfumada. Fue peinada y estúpidamente maquillada. La criatura parecía una grotesca muñeca.
Esa noche, un hombre entre todos iba a sucumbir al hechizo. Un hombre que no sabía ver a una sirena.

Había hombres sentados en butacas, pero ellos no importan. Había camareras desvestidas sirviendo bebidas, pero ellas tampoco importan.
Entre todos había un hombre gris. Parecía un viejo boxeador, la nariz achatada y la espalda ancha. Tenía el aspecto de un hombre acabado, pero que aún no lo sabe. Estaba solo en una esquina, esperando.
Las luces se apagaron y la atmósfera era tenue y oscura. Se apagó la música y se oyeron murmullos. El hombre gris vio que el barman le hacía una seña con la cabeza, hacia el escenario. Así que volvió la vista y en ese momento se quedaron a oscuras. Fueron unos segundos, sin dar tiempo a las quejas. La luz volvió y en el escenario estaba ella.
Primero vio una forma difusa, velada de verde. Alguien retiró los velos y se escuchó un suspiro unánime. O tal vez, fue la sensación de un suspiro. Nadie hablaba. No había música. El silencio era casi absoluto, salvo esa sensación de suspiro en el aire.
Era pelirroja y estaba atada a un caño que había en el centro de la plataforma, donde las bailarinas solían contorsionarse, pero ésta no bailaba. Las manos estaban atadas, unas manos de dedos blancos, agitados. Habían tenido el tacto de colocar una luz blanca, tenue que giraba sobre ella, y no las habituales luces rojas. Los brazos eran también blancos y bien torneados. La cabellera era larguísima, ondulada, de un rojo fuego. Su rostro se presentía, no se veía, semioculto por el largo cabello. De la cintura para arriba nada la cubría, tenía pechos pálidos y bien formados. La cintura era pequeña... y de ella partía una cola de sirena. Verde azulada, cubierta de escamas hasta las dos aletas al final, atadas al caño. Las aletas parecían reales. Era un truco magnífico. Hubo un aplauso, uno solo, espontáneo.
Entonces empezó el canto.
Cuando ella empezó a cantar, se oyeron algunos silbidos burlones. Pero fue sólo un momento. Pronto solo se escuchó su voz.
Mientras ondulaba su cuerpo, en lo que parecía ser un intento de liberarse, se oía su voz extática, dulce, hiriente, en un trance casi hipnótico.
El hombre gris la miraba absorto.

         Muy absorto.

         La pelirroja se ondulaba de abajo a arriba y de arriba abajo, como si no tuviera huesos. Se ondulaban los brazos, el torso y la cola de sirena.


         Por fin calló, se quedó quieta y bajó la cabeza, exhausta.

         Entonces los hombres exhalaron otro suspiro, apenas audible.

         La luz se apagó completamente unos segundos y cuando volvió ella no estaba ahí.

         Entonces el hombre gris se levantó.

         Hizo la seña precisa a la persona indicada...



Y la sirena , con sus largos cabelllos, fue depositada dentro del auto del hombre gris.


—Quiero ir al río—dijo ella.

—¿Al río dijiste? ¿De dónde sos?
—Quiero ir al río.
—Bueno. Vamos al río.
Estacionó lo más alejado del muelle que pudo. Cuando se apagó el motor, se alisó el pelo, sonrió y se arrojó sobre la presa.
Jadeaba él y ella en silencio.
Las lágrimas corrían por el rostro de la sirena.
—Llevame al río.
“Llevame al río.”
El no respondía. Miraba, reconcentrado, hacia delante.
Al fin bajó del auto, dio la vuelta resoplando, abrió la otra puerta y la cargó. La cargó, y  murmuró algo ininteligible.
Caminó hacia el río.
Los pechos de ella, fríos, se apretaban contra su pecho. La sirena por fin sonreía, pero él no la miraba. Sólo caminaba hacia delante.
Cuando estuvieron cerca de la orilla, la depositó en el suelo.
Ella lo miró, con una mezcla de agradecimiento y estupor, y habló nuevamente.
—En el agua —imploró. El acento era eso, agua. Ella era blanda, como el agua. Eso decía su mirada, súplica del agua. Eso decía su piel y su escurridiza cintura. Eso decía, pero él no escuchaba o sí. Llevó la mano al bolsillo.
Algo brilló entonces, algo metálico que irrumpió en la paz de la noche, junto al río. La hoja de la navaja describió un zigzag veloz y cimbreante y se hundió de arriba abajo en la cola verdeazulada, de abajo arriba, volvió rápida a su dueño y se cerró rápida en el puño.
Se oyó un gemido terrible.
La dulce, herida voz de la sirena.
Se alejó, subió al auto, arrojó el sobretodo viejo por la ventana y se fue.
Ella se llevó las manos a la herida y a la vida que se le iba a borbotones. Sus ojos se abrieron a la mayor desmesura, la pregunta que nunca tendrá respuesta; los ojos y la pregunta de la muerte. La cabellera roja se erizó, los ojos dejaron de preguntar y se volvieron vidriosos, el cuerpo se sacudió en un espasmo y en un instante brevísimo esa criatura de extraña y peligrosa belleza fue otro despojo horrible de la muerte.
La sirena es peligrosa para sí misma.
 

jueves, 8 de noviembre de 2012

Dale un corazón de seda

En un hogar pobre de campesinos nació una pequeña niña y no diremos dónde porque no importa mucho. Los padres eran tan pobres que no tenían nada para darle. La miraban tomados de la mano, con lágrimas en los ojos.
Vendrían las hadas que dan dones a todas las niñas desde que el mundo es mundo. Pero como la niña era muy pobre, pequeña y fea, eso era un simple trámite, por lo cual los padres suspiraron aliviados. Vendrían sólo las hadas buenas, tal vez viniera una sola, apurada, mirando el reloj. El hada maléfica sólo se dignaba ir a grandes palacios, a mansiones de estrellas de cine, maldecía a las hijas de los reyes. Asi que sabían que su hija, al menos, no tendría ningún don maldito. Sólo esperaban que las apuradas hadas, como asistentes sociales del destino, le dieran aunque fuera un don a su hija que le permitiera sobrevivir.
Ella dormía en la cuna. Cada tanto un leve suspiro inquietaba a la madre. Instintivamente, quería darle leche de su cuerpo, pero estaban esperando la visita de las hadas.
Tocaron la puerta. El hombre abrió.
Eran dos mujeres con trajes de ejecutivas arrugados y largo pelo rubio. Sus ojos eran muy verdes y brillaban por igual. Llevaban sendas carpetas. Se detuvieron en el umbral para hacer cada una una cruz con sus lapiceras en las recién abiertas planillas
—¿Cómo se llama la niña? -preguntaron a coro
—No tiene nombre aún.
—¿Y en qué están pensando? Póngale un nombre. Me lo exige la planilla—dijo un hada.
—Ada —dijo la madre.
—Ana —exclamó el padre.
—Ada Ana —repitieron a coro las hadas mientras escribían los dos nombres—. Bien, vamos a verla.
—¿Cuáles son sus ingresos? —preguntó una. Las dos hadas eran indistingibles.
—Soy jornalero, asi que gano un poco de dinero.
—¿Pero puede mandarla a la escuela pública?
—Creo que si.
—"Creo" me suena mal. Va a mandarla a la escuela —dijo una de las hadas— Bien, su única oportunidad es el estudio.
Se acercó a la cuna, sacó una varita mágica de su carpeta y dijo:
—Ada Ana, tendrás una gran memoria. Memorizarás todas las letras y sonidos. Nada que leas u oigas se te borrara de la mente.
—Y ahora yo —dijo la otra.
—Ada Ana. Entenderás el lenguaje de la música y sabrás de melodías.
—Bueno —repuso mirando al padre—. Uno de los dones es para disfrutar. Sino para qué vivimos y nos alimentamos. No todo en la vida es trabajo.
Y entonces se abrió la puerta. Lentamente, chirriando sobre los goznes. Todos se sobresaltaron al ver a una gran señora, de larga cabellera azabache, con brillantes ojos negros, alta, con un traje rojo y la varita de oro en la mano. No llevaba ninguna carpeta.
—El hada maléfica... —murmuró la madre. Instintivamente quiso cubrir a su hija.
—Cálmese —dijo un hada rubia—. A veces ocurre, pero muy raras veces. Está de licencia casi todo el año ¿verdad?
El Hada Maléfica se acercó a la cuna de la niña.
—Vengo cuando es preciso. Esta niña será hermosa. Tú le diste memoria y tú le diste gusto por la música. ¿Qué puedo darle yo? Creo que ya lo sé. De hecho, lo sé porque no vine por azar. Sé lo que necesita.
Se acercó a la cuna con su varita de oro, tocó con ella la frente de la niña y dijo:
—Ada Ana: te doy un corazón de seda que se rasgue sólo con un beso, sólo con la promesa de un beso, sólo con el sueño de un beso.
-Será poeta —dijo el Hada Maléfica a las otras dos hadas.
Luego habló a los padres con sus labios de sangre.
—Lo malo es sólo un poco malo, ¿saben? Hada significa fata, destino en una antigua lengua. Yo sólo cumplo órdenes. Será poeta —repitió el Hada Maléfica.
Desaparecieron las tres hadas y la casa quedó a oscuras. Y Ada Ana lloró suavemente.

martes, 23 de octubre de 2012

RIMAS




...Deja que rime yo con tu oro pálido
Tibio y ardiente, furioso y calmo
Carne que no es verso sino arrojo
Morir sabe dulce y nacer furioso

Con él no rima la cobardía
Ni la rítmica rima ni aún medidas
¿Podés medir de la espada la hoja
rimando con ella la encarnada rosa?

Tan rara gesta del amor cautivo
Largo resistir altivo y arrogante
Rendición en mil roncos suspiros

Así es y no te suplico
Más que otra lluvia divina
De esas que todo inspiran
A una dulce, blanda, irónica

...boca que sabe envolverte
con versos que se equivocan
que no se inspira en los clásicos
sino en más natural copa

Del más delicado trazo
Y de la altivez de la roca
De sanguíneo tacto de raso
En suavidad de amor, mi boca

...que sabe retratar
tus rasgos como pocas

¿Dónde estás, Bob Fosse?



¿DÓNDE ESTÁS, BOB FOSSE?

Ah, cuando yo era joven. Vivía en Siberia, era feliz, no tenía sífilis, no había conocido a Bob.
  Fue aquí, en África. Podía elegir a cualquiera, pero tuvo que ser él.
  Me abandonó. Y aquí, en el corazón de África, planeo mi siniestra venganza, con el latir de los tambores del siniestro brujo de la tribu, quien gusta de la buena música cuando se prepara esos estofados de antropólogo australiano como solo él lo sabe hacer.

—Diablos, se dijo la escritora y arregló la cinta de la máquina de escribir—Cómo conmover a la platea, esa era la cosa-Qué difícil. Qué dura es la vida del artista. Y cómo están los mosquitos. Me gasto el sueldo en espirales y repelentes que no sirven para nada. Y el calor no se aguanta más: la remera se me pega al cuerpo pero si me la saco me van a ver los vecinos porque mi cuñado no viene a ponerme la cortina.
  

 Es una noche calenturienta en África Ecuatorial y pican los mosquitos. Aquí en África la vida es dura, pero además es corta. Maldición, cada aforismo que digo me recuerda a Bob. No siempre la vida fue tan dura, después de todo. En realidad. En fin, que en África no hay dinero para mosquiteros, el sueldo se te va solamente en la quinina, y apenas hay que conformarse con cortinas de bambú. Pero soy una mujer curtida y un mosquito de más o de menos no es nada para mí. Si solo tuviera a mi Bob.

Suena el teléfono. La escritora arroja al suelo un sombrero inexistente y lo patea. Es su cuñado, para decirle que no puede poner la cortina hoy y que mañana Camila baila jazz en  la escuela y si no sabe como se vestían las bailarinas de jazz. Cómo habrán notado, el lema de la literatura de este prodigio de escritora es que nada se pierde y todo se transforma.

 Decía que era una noche calenturienta y pican los mosquitos. ¿ Ya les hable de Bumba Catunga? Lloro solitaria pero no estoy sola. Conmigo está  Bumba Catunga, el fiel sirviente negro, que ronca panza arriba. Si en un rato no lo despiertan los mosquitos, lo sacudiré para que tome su quinina. Hace tanto calor que lloro y no se nota porque las lágrimas se evaporan haciendo señales de humo que dicen “¿dónde estás, Bob Fosse?” “Te cavaste la fosa, Bob Fosse”, “te arrancaré los ojos Bob etc...”
  Bob Etc... salió a comprar cigarrillos hace veinte años y aún no ha regresado. Ahora debe estar mucho más viejo, prefiero al negro, pero se duerme. Es lógico, de día lo hago trabajar. Pero no es como mi Bob Fosse. Él cocinaba, lavaba, planchaba. ¿Dónde estás, Bob Fosse?
 Las hienas ríen como mi destino. ¿Estarán digiriendo a mi Bob  Etc.? Era tan pesado que podrían digerirlo veinte años. Era indigesto.

 “ Bah, esto es una porquería —se dijo la escritora—. El problema es que el negro está dormido, por eso es aburrido. Si estuviera despierto sería más emocionante. Lo voy a despertar.”

  Tomé el látigo y le acaricié con él la espalda.
    Despierta, Bumba Catungaque quiere decir “hombre con rulos” Necesito pasión ardiente. Si no me sirves, arrancaré el tótem del poblado otra vez y después te tocará lavarlo.
    No, por favoen su voz temblaba la súplicaMédico brujo hará mucho mal. Dice que ser arpía chiflada.
    Si, soy arpía y me gusta serlo y me gustó mucho ese tótem la semana pasada, me gusta más que vos, pero no quiero problemas con la tribu y si no me satisfaces, te azotaré.
    Entonces azótame, me duele menos.
    Ah, mond dieu. Maldito seas Bumba Catunga. No quiero lastimarte. Solo bésame.
    Ama, es que si solo te lavaras los dientes a la mañana...
    Imbécil, una aventurera como yo no se lava los dientes jamás. Bésame.
    Con la boca cerrada sí, ama.
    Maldita sea, quién dijo en la boca. ¿También querés que te haga un mapa?
    Dice médico brujo que francesa ser malvada.
    Ahí si me lavo, te lo juro.
    Eso dijo la semana pasada y no era verdad
    Me puse perfume.
    No insistas, amita, me duele la cabeza.
    Maldición, Bumba Catunga, empiezo a creer que eres un impotente, como dicen en el poblado. Dime que no es verdad.
    Es verdad. ¿Me venderás nuevamente?
    No, Bumba Catunga. Tu conversación me agrada y encuentro que ese tótem me gusta mucho.
    ¡No, ama! ¡El tótem sagrado no! Médico brujo enojar. Quemar esta casa. Yo me voy.
   (Sale corriendo)
  Me quedo sola. Las hienas ríen.
¡ Oh, Bob Fosse! — Mis ojos se llenan de lágrimas— ¿Dónde estás, Bob Fosse?

     ¡Bien! —se dijo la escritora satisfecha y en eso el viento le rompió dos ventanas y le arrojó las macetas al piso, sin que ella se percate en su ensueño de gloria. “El éxito”...suspiró. “Función a sala llena”...volvió a suspirar. “Con Cecilia Roth como la aventurera intrépida, y Ricardo Darín como Bumba Catunga. ¿O Denzel Washington estaría mejor?”
      Y llena de confianza en el futuro, distraídamente aplastó un mosquito.

lunes, 15 de octubre de 2012

EL CUENTO DEL RAYO

Hoy tengo un deseo.
Deseo contarles una historia.
Es más vieja que la manzana dorada y más antigua que los dedos de dios. Más vieja que el atardecer y más fuerte que la tormenta. Cuando la conozcan, les pasará lo que a mí: se olvidarán de quién la ha contado y la recordarán sólo al ver, tal vez, una estrella, o al sentir el beso suave de otros labios.
O tal vez se la olviden para siempre.
Ésta es la historia.
Hubo una era en que el hombre y la mujer eran uno, en el mundo cálido y líquido de la unión perfecta. El mundo era pequeño y dormía en un amanecer eterno, mecido por líquenes y alumbrado por rayos de luna.
Y entonces sucedió la desgracia. Vino como la tormenta, la catástrofe.
Cayó el rayo y nos separó.
El rayo alumbró la muerte y el conflicto, el grito y la discordia entre los dos seres fragmentados. El mundo creció, maduró, envejeció. Hubo hambre en el antiguo vergel, en el manantial puro hubo sed.
Desde entonces nos estamos buscando y nos amamos y nos peleamos porque deseamos, sin saberlo, volver a sentirnos completos en el mundo del origen.
Esta Noche espero que se vean las estrellas.
Estos son mis Sueños y Deseos, los poemas que se escribieron en noches estrelladas en este mundo viejo.

I
En un sueño de mi dulce dueño
Soñaba yo que su dueña era

Dulces son cadenas si me atan a su pecho
Y dulces mis piernas, esclavas de su espalda
Dulce es el infierno a sus brazos atada

Es un sueño el que mi dulce dueño
Quiso al fin que su dueña fuera

II
La Flecha ardiente derramada
El Beso más dulce
Que nunca diera Espada

III
Tengo sed
Sed de amante lluvia que derrita la máscara
Que me despoje de escudo y me desarme de lanza
Y quede desnuda la rosa encarnada
Que se esconde en noche junto a alta ventana
Ser envuelta en ámbar

Mi deseo es siempre el mismo, aunque pueda contar a veces cosas tristes (el caer del rayo), la felicidad está en no dejar pasar las nubes sin verlas ni aún llorando. Así, mis deseos, copas amigas, ámbar en mis labios, noches de amor y la mano de mi compañero junto a mí cada noche.
Perfumes y secretos. Y deseos.

martes, 11 de septiembre de 2012

Un estudio psico-histórico del llamado langa.

El langa no es una especie animal pero casi. La etimología de la palabra lunfarda se obtiene invirtiendo el orden de las sílabas, de lo que resulta la palabra castellana Galán.
Alguna vez escribí un bestiario, y tuve que investigar los orígenes de bestias como el unicornio, el hipogrifo o la Medusa. Esto me confiere cierta autoridad para abocarme al estudio fisonómico-arquetípico -biológico de este homo reconocido por todas las mujeres, al que llamamos un tanto peyorativamente, langa.
En su origen el término langa se acuñó porque a esta clase de galán argentino el exito de su seducción no le interesa, por eso nunca lo obtiene. El langa es un homo que le da más importancia a su corte de pelo, primordialmente. La mujer que atrapada en las redes de la poco conveniente cortesía se ve obligada a ser oyente de la pantomina del langa y su ejercicio teatral de la seducción, es para el langa, como el vidrio del subte o el espejo ocasional donde se pasa el peine extraído del bolsillo del vaquero, hacia un lado y hacia el otro, con artística atención.
El langa de hoy ostenta un peinado leonino, inflado y un poco largo, idéntico al de los actores de telenovelas de los años setenta. El pelo es de vital importancia en un langa: si  no percibimos una dedicación inusual al pelo, tal vez ese homo no sea un langa y usted debe plantearse que está intentando seducirla de verdad.
Si la edad del langa está entre los 45 y 55 años, el pelo es ese estilo García Satur (conocido actor de famosa telenovela setentista): esto está emparentado con el origen mismo del langa.De la masa primigenia de un homo infantil que contempló a su madre babear por esa competencia masculina que de tres a cuatro de la tarde se agigantaba en el televisor en blanco y negro opacando al mismímo progenitor de la criatura a los ojos de MAMÄ, se llegó al patológico langa adulto. Si el psiconálisis estudió la histeria femenina, evidentemente se olvidó de nuestro objeto científico, el langa.Lo cual nos permite un estudio mucho más moderno del mismo.Retomaremos este tema.
MODELO DE SITUACIÖN: EL LANGA Y YO.
Nombre : Rubén, Raúl o Ricardo. También Orlando, Gastón, o Raúl Gastón , Rubén Orlando y todas las combinaciones aritméticas posibles con estos nombres.El langa es prácticamnete una proyección de sus progenitores hecha realidad. En la primer ecografía dónde se puede ver que es varoncito, el obstetra no dice: es un Varón. Dice: Felictaciones, señora: va a tener un langa.
Durante el embarazo, la madre setentista escuchaba a Nino Bravo, ahora escucha a Arjona. Vamos a ampliar estas definiciones, de suma importancia en el estudio de esta especie.Nuestras madres se pasan la vida advirtiéndonos sobre el Peligro Langa. Los consideran peligrosos, verdaderos Condes Dráculas para nuestra femineidad inocente. Esto es parte del desconocimiento social de la verdadera naturaleza del Langa.El Langa no quiere relaciones con nosotras: para eso está su legítima esposa. Para el Langa, somos el espejo donde se mira el jopo mientras practica las distintas variantes del Verso Novelero con voz de barítono.
En cierta ocasión, mientras escuchaba a un Langa en el hall de un Teatro , una amiga desesperada levantó un cartel escrito con un marcador que decía.NO LE CREAS NADA.! Gracias, querida amiga, el Langa no encierra peligro alguno para mi honradez. Este cumplía las condiciones estudiadas: Pelo largo y leonino, Campera de cuero, cartera de cuerina bajo el brazo y se llamaba Rubén. Su soliliquio pseudoseductor en voz grave de locutor era interrumpido cada diez minutos: su hijito de diez años le reclamaba una hamburguesa. El langa abandonaba en dos segundos su postura novelera para decir fastidiado y con voz agria. Andá allá con tu madre.
Y ahí estaba la madre del niño, esposa del Langa, a tres metros, rezongando: Andá con tu padre.
Finalmente, el Langa se va resoplando con el niño y le compra una hamburguesa. Yo tomo nota de todo y tomo un par de fotos del individuo, para ilustrar mi estudio sobre el particular, que pronto verán, si están suscritos, en la prestigiosa revista Nature