El hombre del brazo cortado
Él me espera, agazapado en una esquina. Camino por la Avenida
Cerviño, uno de los sitios más elegantes, exclusivos y cool de Buenos Aires.
Justamente por eso, el hombre del brazo cortado, con delgados jirones de
sangre, el hombre del brazo desnudo, con una remera arremangada, está allí.
Dije que me espera, y en rigor, no me espera a mí, sino a
cualquiera que atienda su sangriento llamado a la atención. La gente elegante (o
no) camina y se aleja de él.
Resultó equivocada la estratagema. Involuntariamente pero
sin equivocación, el hombre provoca rechazo.
Para cuando me interceptó en mi caminata, estaba exasperado
y desesperado.
-Quiero comer, doña. Mire mi brazo.- Y lo extendió frente a mis
ojos con orgullo.
Insistió.
- Tengo que pagar el hospital. Necesito y necesito.
Me perdí en sus palabras, el conmovedor sermón que a gritos
arroja la ciudad.
Al hombre del brazo cortado le di el dinero que tenía. Se
imaginan que era poco, pero era todo.
Y él, inesperadamente, me pidió permiso para decirme unos
versos. Algo sobre la flor más bella.
Mientras recitaba, el moreno brazo extendido seguía
regándose con hilos de sangre roja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario