LA SIRENA QUE VISITÓ
A ANDERSEN.
Era alto, desgarbado, sus largas piernas
zancudas hacían reír a los niños, pero eso nunca le molestó. Las costas de su
imaginación estaban sumamente pobladas, al contrario de lo que pasaba con esa
playa fría en la que paseaba, murmurando. Murmuraba versos mientras caminaba, y
el viento del mar golpeaba su cara, mientras pensaba en ninfas y tritones y en
la tristeza de una sirena.
Se la imaginó pequeña
y pálida, enamorada de un príncipe al que rescatara de un naufragio. No tardó
en agregarle ojos negros al príncipe y ojos azules a la sirena. No era tampoco
difícil construir el castillo de las sirenas en el fondo del mar, todo podía
hacerse con coral y ámbar y caracoles, el castillo tenía además jardín y Hans
plantó en él árboles azules y rojos, que daban frutos de oro y flores de
azufre. Desde los jardines del castillo, se veía al sol como una flor púrpura,
de su cáliz los rayos de luz fluían y se ondulaban en las aguas.
Así se veía el hogar que la sirena
despreciaría por el amor de un hombre, y así caminaba Hans cuando vio que no
estaba solo.
Las olas rompían contra un peñasco y
sobre el vio a la sirenita. Era pálida,
gotas de sol y de mar resbalaban por sus escamas, y estaba en actitud de
espera.
A Hans no lo sorprendió. Apenas notaba
la diferencia entre los mares de su ensueño y el mar real. Con naturalidad se
acercó a la sirena y le ofreció su pañuelo, porque lloraba y era claro por qué
lloraba.
-El tiene ojos
negros-afirmó, mientras la sirenita aceptaba el pañuelo.
-Claro que los tiene.
Negros como dos piedras.
-¿Y qué harás?
-Nada. Nada me lo
puede dar. Tengo que aceptarlo. No tengo alma ni piernas. Soy la única
desalmada que puede cantar. La maldita bruja quiere que le regale mi voz. Y a
cambio me dará dos piernas. Con mi voz llegué hasta él y llego a todas partes.
No puedo perderla.
Hans
meditó. Faltaba mucho para el final del cuento y la sirena sufría más de la
cuenta.Lo increíble del caso es que en lugar de estar resignada, como
correspondía a su amor desmesurado, estaba enojada. Eso era un cambio en los
planes que no esperaba hacer.
-Encima-dijo la
sirena ofuscada-pretende que cada paso que dé con esas piernas me duela como
una cuchillada y me salga sangre.
-Pero tu amor lo vale
¿O no?
-Las cuchilladas me
las darán a mí, no a él- dijo furiosa- Me quiere cortar la lengua para darme
unas piernas que no funcionaran siquiera bien. Además el príncipe se la pasa de
fiesta en fiesta con esclavas que cantan para él y bailan.
“Y
ella danzaba y danzaba, aunque cuando sus pies tocaban el suelo era como si
pisaran afilados cuchillos”.
Andersen
suspiró.
-¿Qué quieres, al
fin?
-¿No lo sabes tú?-
los ojos azules, rodeados de brillantes lágrimas, sonreían también un poco.-No
quiero sacrificarme para amar. No quiero dejar de ser quien soy para fundirme
en el sueño de un hombre, al que no puedo hacer feliz sin ser feliz yo misma.
-Pasaran muchos años hasta que eso sea entendido,
sirenita.“Ella reía y bailaba con la idea
de la muerte en el corazón”-se entristeció el poeta-
- ¿ Qué puedo hacer?-sollozó la sirena
-Nada vale más que tu
libertad-sentenció Andersen-No debes aceptar ningún amor que te la robe para
siempre ni que te cause dolor.
La sirena le arrojó el pañuelo y
se rió de él.
- Ya lo sabía yo. Eres tú el que no
lo sabe.
Le dio un beso en la boca, le
sonrió por última vez y volvió al mar.
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