El 30 de julio del 2014 haré el último post de este blog
Los que piensen que les he dado risa, erotismo, poesía, reflexión , pueden, si lo desean, decírmelo con un comentario que será muy bien recibido.
Gracias a los que me acompañaron estos 7 años de intensa labor..
Paulette, o
Paula Ruggeri Saenz
El blog de Paula Ruggeri. Contacto: paula.ruggeri743@gmail.com
lunes, 21 de julio de 2014
jueves, 17 de julio de 2014
LA REVOLUCION EMPIEZA EN CUALQUIER SITIO
Es un lugar pequeño. Muchos caminantes sin duda lo rehuyen.
Es una casa de comidas con aspecto descuidado. Ese descuido melancólico que a
veces rodea lo que amamos demasiado. No puedo explicar muy bien ese concepto,
porque no es un concepto. A veces los lugares descuidados lo son porque sus
dueños trabajan mucho. Y no hay tiempo para decoraciones vanas, para diseños.
No hay tiempo para el espejismo. Hay tiempo de volar entre las cacerolas,
preparando y lavando lo que los albañiles, los taxistas y las escritoras del
barrio van a comer.
De entrada me gustó el nombre de la pizzería. Chaplin. No
sólo se llama así, sino que el recuerdo del cómico triste ronda por todo el
pequeño local. Como si la melancolía del noticiero y el diario sobre las mesas
de fórmica, mirados por solitarios trabajadores, no bastara, un póster
desteñido de la película “El pibe” y un muñeco muy viejo de Chaplin nos
recuerdan que el nombre no fue puesto porque si.
A Chaplin le hubiera gustado. La mujer de mediana edad y
aspecto juvenil lava la lechuga con energía detrás de un mostrador desde donde
el comprador ve cómo se prepara la comida, en cacerolas abolladas y
ennegrecidas, algunas sin manijas. Hay un póster de socio de Boca Juniors lleno
de hollín del dueño, Beto, que siempre con ojos de estupor comenta las últimas
noticias policiales, con un asombro resignado, a veces insoportable, de la
crueldad de la vida.(Beto siempre ve la crueldad de la vida, hasta en días
soleados como el de hoy, cuando yo escribo sobre él y no lo sabe ni lo sabrá
tal vez nunca).
Hace mucho que quiero escribir sobre Chaplin y hoy me dieron
la ocasión.
La revolución empieza en cualquier lado. Eso lo declaré al
principio. Un chico muy serio envuelve y entrega los pedidos. Desde hace tres
años, me habitué a un diario abierto sobre el mostrador, que leía el chico muy
serio. Al reclamo de atención por parte de Beto, cuando por concentración en la
lectura el chico no reaccionaba, siempre envolvía la comida con un gruñido que
los lectores conocemos muy bien. Pero desde hace una semana veo un libro. Fui tres veces en la semana y
el señalador marcaba cada vez una página más avanzada. Hoy mi joven amigo
estaba a treinta páginas del final. Envolvió mi pedido con un gruñido. El libro
se cerró, desequilibrado por la cantidad de páginas pasadas y el chico gruñó
más fuerte.
“No logo”. Un edición muy gastada, de tapas negras, con el
plastificado roto. “No logo” de Naomi Klein, a quien nunca lei.
Me fui pensando que la revolución empieza en cualquier lado.
Cualquier sitio es un buen lugar. Recordé mientras caminaba al escritorio a
escribir esto la casa de madera de mi tío, el socialista hijo de italianos, que
trabajaba en una jamonería y que tenia una biblioteca que envidiarían muchos
escritores (y debo añadir que unas lecturas que a muchos autores les hacen
falta). Recordé esa villa contruida por italianos donde con lámparas de
kerosén, después de la larga jornada en la jamonería o en la papelera cercana a
la villa, leían a Rosa de Luxemburgo, a Bakunin, a Byron, a John Dickson Carr,
a Alejandro Dumas. No necesitaban ser escritores o intelectuales. El
conocimiento no es para los que lo ejercen como medio de vida: es para todos.
Es una riqueza humana que de un modo infame pretenden convencernos de que es
privativa de quienes pueden pagarse estudios universitarios y pertenecer a la
casta de los que poseen los medios del conocimiento, que son hoy día una casta
burguesa comparable a quienes poseen los medios de producción, los que Marx
quería distribuir entre el pueblo. Hoy los medios de conocimiento son también
un pasaporte social que se compra caro. Pero a diferencia de mis ex compañeros
de militancia estudiantil, los que gritaban “universidad para los
trabajadores”, yo no quiero eso. Yo misma no necesito a la Universidad. Yo
pude leer a Splenger y a Descartes y a Leibniz, a Schopenhauer y a Spinoza en
un cuarto donde compartía dos colchones con mis dos hijos pequeños. Que se
crean otros que necesitan un mediador entre los libros y ellos. Mi amigo, el
que envuelve los paquetes en Chaplin, sabe que no necesita más que su hambre de
saber y sus preguntas para empezar la revolución.
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