Un día nació una bruja. El
temor de perecer aferrados a su talle ondulante
fue como aquel otro temor antiguo a perder la vida por el canto de las
sirenas. Esta bruja, no una sirena, pues estas se cuidaban de que los humanos
no llegaran hasta ellas, dijo un último enigma , atada a un tronco, con el que
fue quemada.
Ella pronunció en un susurro: “Nacerá
de mis cenizas una bruja que no os atreveréis a quemar”.
Vientos desatados llevaron sus
cenizas.
En una tierra cercana nació una
mujer. Temiéndola por su inteligencia,
el padre la encerró en lo alto de una torre. Solo la lluvia entraba por la
ventana tan alta. Pero llegó el día en que un rey enemigo asaltó el castillo.
El castillo ardía y la joven no pudo esperar más auxilio que el de la tormenta. Pero con la
tormenta llegó un caballero y la rescató. Pensó en tomarla de esclava. Pero
tímidamente, la mujer, la hija de la bruja que había perecido en las llamas, le
contó su historia.
“Amo la tormenta”- dijo ella y calló.
Sintiéndose incapaz de toda cobardía, el caballero la sedujo. Tuvieron hijos e hijas. Las hijas heredaron el antiguo
poder de las cenizas y tuvieron otras hijas. Una de esas hijas escribió la
historia con el fin de que las hijas dispersas se sepan hermanas y de que los
hombres recuerden su poder, que resulta de la unión del conocimiento y la
poesía, de la inteligencia y el valor, del leer en la armonía celeste que
existen más límites que los finitos.
Un día nacerá una bruja
Bienaventurada bruja, "hija del conocimiento y la poesía, de la inteligencia y el valor..."...benditas sean esas cenizas, néctar y ambrosía.
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