lunes, 4 de abril de 2011

MERCADO NEGRO: CUARTA ENTREGA

Capítulo 4:¿Y qué pasó entonces?
Buena pregunta. Pero no tiene fácil respuesta. Ya se me ocurrirá algo. Oh, bien. Mac Dillon, llegó a su casa, cortó el piolín y vio desparramarse un montón de billetes. Pero qué se le iba a ocurrir contarlos. Era un montón de billetes.
De billetes de un dólar.
Doscientos miserables dólares de cambio chico.
Pero el muy idiota todavía no se dio cuenta. Está bailando una polca por la habitación y baila horriblemente mal. Con razón siempre tiene que pagar. ¿Quién lo haría gratis con un hombre que es feo, es tonto, baila mal y, detalle fundamental, no cuenta el dinero?
Su primer acercamiento a la realidad fue cuando quiso comprar una botella de whiskie la Ruina de los Campbell con un billete de un dólar y dijo, muy macho.
—Quédate con el vuelto, ejem, preciosa.
Y no digamos lo que le contestó Ejem, Preciosa.
Entonces metió la mano en el bolsillo y por fin contó el dinero. Creía tener trescientos dólares. Pero tenía tres. Compró chicles. Volvió al departamento. No era fuerte en matemáticas. Pero logró darse cuenta de que no tenía tres mil dólares. Entonces lo invadió su instinto criminal. Y no supo que hacer con él.

Decidió olvidar las últimas andanzas de Rose. Decidió acudir a ella, como siempre lo hacía cuando lo acometía el instinto criminal y no sabía que hacer con él.
Rose era secundariamente prostituta y pelirroja, pero primordialmente tenía buen corazón.
En el buen corazón de Rose pensaba Mac Dillon cuando le tocó el timbre.
—¿Quién es? — dijo una voz dulce como un violín en primavera.
—Ábreme.
—Ya voy.
—Perra.
—Sí, querido.
MacDillon masculló palabrotas. Entretanto, la lluvia caía y Nueva York parecía más sucia y bajo la lluvia monótona y mugrienta renacía el instinto criminal que venía a aplacar. Sólo Rose, la de buen corazón, podía ayudarlo.
Y allí estaba ella, la polaca pequeña y dulce, con su deshabillé de rosas desteñidas como sus mejillas marchitadas.
Con dulce sonrisa abrió la puerta y lo miró de arriba abajo.
—¿Qué haces aquí?
—Vine a destruirte.
—Destrúyeme rápido, entonces y vete.
—¿Qué pasó con tu buen corazón?
—Lo tiré al inodoro.
—Perra—dijo MacDillon y le tiró una bofetada.
—Gracias—dijo ella.
—¿Qué me dices?
—Gracias—repitió y le pegó un sartenazo que lo lanzó de nuevo a la calle.
—¿Qué se hizo de tu buen corazón? —repitió él atontado.
—Lo arrojé las alcantarillas podridas de esta ciudad putrefacta, dura y cruel. He aprendido, Joe. Me has enseñado la crueldad.¿Ves este abrelatas? —dijo extrayendo un pequeño artefacto del bretel de su corpiño— Te asombrarías de ver las cosas que he abierto con él.
—Bueno, Rose, como siempre, eres especial. Sin ti, no sabría que hacer.¿Cuánto te debo?
La dulce cara de Rose se amplió con una brillante sonrisa.
-Veinte dólares de ahora mas veinte de la última vez.
—Espera, te debía veinte, está bien. Pero un timbrazo son quince ¿o no?
—Veinte dólares de ahora más veinte de la última vez-repitió Rose, con un delicioso mohín de asco en su dulce carita. A Mac Dillon los mohines de Rose lo mataban lentamente_ Cinco me costó el abrelatas.¿Fue brillante, no?
—Sí, no lo esperaba.¿Qué tal una motosierra la próxima vez?
—Oh, eso es caro.
—Tal vez pueda pagarlo.
—¿Estás de nuevo en el negocio?
—No te importa—masculló.
—Es igual. Avísame cuando quieras la motosierra, cariño. Abrígate y no tomes frío.¿Quieres pasar y tomar algo caliente?
—¿Cuánto sale eso?
—Oh, cinco dólares un té.
—¡Té en Nueva York! Estás loca, cariño.
—El café está tan caro...
—Déjalo, Rose. Otro día.
—Adiós, querido.

Qué dulce es esta Rose-pensaba Joe mientras volvía a hundirse en la ciudad acalambrada de putrefacción. Qué dulce una buena mujer en esta ciénaga asquerosa.
Se sentía relajado y optimista cuando cruzaba la calle con el semáforo en rojo. Se sentía tan optimista que no se dio cuenta cuando lo durmieron de un puñetazo.

...Sobre la cabeza de MacDillon bailaban estrellitas de colores en alocado círculo. Era un espectáculo digno de verse. Arrojado en la vía, lo contemplaba el Sargento García y otros dos policías igualmente asquerosos.
—Buenos días, Joe. Sabemos que buscas a MacEnroe. Sólo queremos decirte que lo olvides. Ya sabes que andamos detrás de ti.
—Y déjala en paz a Rose. Es una buena chica—agregó otro que mascaba chicle.
—Así que ya sabes.
Se fueron orondos dejándolo ahí. Lamentablemente, él estaba desmayado y no los oyó... Bueno, no se perdía de nada. Cuánto más tiempo duermas en Nueva York, mejor. Eso dicen.
¿Pero cómo sabían que buscaba a MacEnroe si él no buscaba a Mac Enroe? Mistery. Pero no es tan misterioso. Ya lo verán.
En realidad él sí buscaba a MacEnroe. Pero hasta ahora solo lo había buscado en la guía telefónica. Y no lo encontró. Uno no se encuentra multimillonarios petroleros en la guía. Así que llamó a MacRae. Y MacRae le dijo, solícito, que no se preocupara por MacEnroe. Qué no le iba a pagar un dólar más. Qué los que más tienen, siempre son los mas tacaños. Y que por favor, no volviera a llamar a la hora de la cena. Y le cortó.
¿Cómo hallar a MacEnroe? No lo sabemos. Pero MacEnroe supo hallarlo a él.¿Cómo?
Tal vez Rose lo supiera. Pero por ahora, yo no.

Continúa el lunes próximo.

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