viernes, 6 de agosto de 2010

Un antiguo cuento ruso

En la Rusia de los zares, existía la leyenda del pájaro de fuego. Era único, como el fénix, pero en caso de morir, ocasionaría la desgracia a su dueño y a toda su descendencia. Sólo podía vivir en una jaula de oro, de lo contrario moría, la jaula a su vez debía estar en un palacio, y si se cumplían todas las condiciones, los manzanos daban manzanas de oro y el poder y la fortuna permanecían al lado de su afortunado poseedor. El pájaro de fuego nunca lo abandonaría voluntariamente, pero podía ser robado. A lo largo de la historia de la aristocracia rusa, fue robado innumerables veces, dejando desastre y pobreza al que lo perdía y trayendo riqueza a quien lo ganaba.
El pájaro de fuego era, entonces, el pájaro más codiciado de toda Rusia, por el que los hombres corrían riesgos increíbles y cometían los crímenes más espantosos, por eso se decía que además de la fortuna, atraía a la desgracia.
Era un ave de gran tamaño, sus plumas eran llamaradas. Su pico y sus garras eran de oro puro, y tenía una larga cola iridiscente. Proyectaba largos haces de luz en su derredor día y noche. Por la noche, por sí solo podía iluminar todo un palacio. Se dice que su último poseedor fue Rasputín y que su caída en desgracia se debió a la muerte del pájaro. Lo cierto es que ya no fue visto nunca más y que tampoco hubo más zares en Rusia.

IVÁN, EL LOBO GRIS Y EL PÁJARO DE FUEGO
El zar Berendei estaba muy insatisfecho del rumbo que tomaban sus negocios, así que llamó a sus tres hijos y les ordenó ir en busca del pájaro de fuego. El menor de ellos, llamado Iván, emprendió la cabalgata solo por los caminos de la gran Rusia. Al llegar la noche se detuvo en campo abierto, dio de comer al caballo y se echó a dormir sobre la dura estepa. Al despertar no encontró a su caballo, hasta que, desesperado, vio el túmulo de sus huesos. Estaba muy abatido, sin saber cómo proseguir cuando un gran lobo gris le inquirió que le pasaba.
—Ha muerto mi caballo, ¿cómo quieres que esté? No puedo seguir mi camino ni volver a mi hogar.
—Tu caballo me lo comí yo. Y no puedo creer que llames hogar a ese palacio. Me da pena verte triste, zarevitz. ¿Adónde vas?
—Voy en busca del pájaro de fuego.
—En tu caballo hubieras tardado tres años en llegar hasta él. Y no hubieras vivido tanto tiempo en estos caminos sin alguien que te guíe. Mira los buitres, cómo rondan sobre nuestras cabezas. Seguramente esperaban llevarse a la boca algo más que tu caballo. Como me lo he comido y aunque creo que no valía gran cosa, te serviré para compensarte. El zar Afrón se ha vuelto asombrosamente rico en poco tiempo. Podríamos comprobar que lámpara prodigiosa alumbra sus jardines. Sube a mi grupa, zarevitz. Te llevaré al pájaro de fuego.
Iván hizo como le decía. El lobo corrió como una exhalación cruzando la estepa, luego azotó los bosques como un huracán, temblando los árboles a su paso, mientras Iván sentía sudor frío y vértigo aferrado a sus crines, sin poder hablar. Por fin rodearon un lago y tras él se alzaban altas murallas: los dominios del zar Afrón.
Las murallas eran muy altas y se veía en sus almenas guardias apostados.
—Algo muy valioso guarda así —murmuró Iván entre dientes. La resolución estaba en sus ojos y el lobo gris lo comprendió.
—A la noche habrá una fiesta y los guardias se emborracharán con todos lo demás. No tengas miedo, zarevitz. Aguardaremos la noche.
La predicción resultó acertada y poco a poco el palacio quedó inerme mientras la fiesta y la noche avanzaban.
—Salta la muralla y no tengas miedo. En un palacete verás una ventana, en la ventana verás al pájaro de fuego en una jaula de oro. Toma el pájaro, pero no toques la jaula.
Hizo Iván como el lobo le dijo. No le resultó difícil encontrar al pájaro, proyectaba largos haces de luz desde su ventana. Su largo cola tenía destellos rojos, el oro de su pico relucía como una sol en la noche. Lo tomó Iván con delicadeza, era como llevar una estrella entre los brazos.
Caminó con él escuchando la música y los gritos que provenían de la fiesta. Saltó con alguna dificultad la muralla y le dedicó una reluciente sonrisa al lobo gris.
Partieron. Rodearon el lago, cruzaron los bosques como una exhalación, evitaron la estepa, ya al llegar cerca del reino del padre de Iván el lobo se despidió.
—Estás cerca de tu hogar, yo ya no puedo seguir contigo. Pero volveré a verte muy pronto. Caminando llegarás a tu hogar, si no surge un imprevisto. ¡Suerte, zarevitz!
Iván quedó intrigado por las últimas palabras de lobo gris. Emprendió el camino a buen paso hacia el palacio.
Pero en el camino lo esperaban sus dos hermanos mayores. Habían cabalgado mucho buscando el pájaro de fuego, pero volvían con las manos vacías. En sus ojos brilló la codicia al ver el pájaro resplandeciente en brazos de Iván. Lo atacaron. El zarevitz no se pudo defender, lo mataron y se llevaron el Pájaro de Fuego.
Los cuervos volaban ya sobre Iván cuando lo encontró el lobo gris, que apresó entonces un cuervo.
—Vuela, cuervo, en busca de agua de la vida y agua de la muerte.
El cuervo levantó vuelo. Tardó mucho, pero trajo el agua de la vida y el agua de la muerte, el lobo roció entonces las heridas del joven con ella, las heridas cicatrizaron y un momento más tarde el zarevitz estaba despierto.
—¡Qué profundo era mi sueño!
—Tan profundamente dormías que de no ser por mí no hubieras despertado nunca. Tus hermanos te mataron y robaron el Pájaro de Fuego. Monta encima de mí sin pérdida de tiempo.
No tardaron en alcanzar a los dos asesinos. El lobo gris los mató a dentelladas.
El zarevitz se inclinó ante el lobo que le había dado la fortuna y la vida.
Cuando llegó al palacio supo que su padre había muerto y que él era el nuevo zar.

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