viernes, 5 de abril de 2013

INSTRUCCIONES PARA LA MUJER REVOLUCIONARIA




LO QUE USTED DEBE SABER SI QUIERE SER REVOLUCIONARIA


INCISO B” DEL REGLAMENTO DEL GRUPO REVOLUCIONARIO.

Apartado: mujeres. Versión anotada y explicada.

I


A: Los revolucionarios aceptan como absolutamente necesaria la participación de la mujer en el movimiento.
B: Su función primordial es cebar mate.
C: En el caso de ser hora del almuerzo o la cena, preparar la comida. Se les permite cuchichear mientras la hacen. Si hablan demasiado fuerte, interrumpiendo los procesos complejos de pensamiento de los intelectuales revolucionarios, pueden recibir amonestaciones. En el caso de estar casadas o en pareja, se considera la disciplina como obligación conyugal. En caso de ser solteras, cualquiera puede gritarles desde la puerta de la cocina. En ese caso están autorizadas a protestar de dos maneras. Se les puede decir machistas que no les importa. Se les puede pedir perdón. No se admite otro tipo de protesta. No se debe dejar hervir el agua del mate, no se puede dejar quemar la comida, no se puede dejar sucios los platos.
C 1:En caso de ser un asado, sólo se ocuparán de la ensalada, los vasos , los platos, las bebidas, servirlas, alcanzar diarios, fósforos, aspirinas, cigarrillos, vino y /o cualquier cosa excepto ir a la carnicería y encender el fuego, tareas demasiado complejas para la naturaleza femenina por su implicancia prometeica. Se les recomienda mantenerse juntas y a distancia  prudencial, si son solteras. En caso contrario se debe estar humilde y sumisamente sentadas al lado de su compañero con el aspecto de una dulce mujercita revolucionaria. Se recomiendan los escotes profundos si quiere que le den la palabra alguna vez. Consultar inciso E. Vale cuchichear y sonreír, solo un poco y siempre y cuando no se esté definiendo el destino del planeta ni le hayan pedido más vino. Los chistes machistas serán festejados, atendiendo que el único insulto que causa enojo a una revolucionaria es fascista o burguesa o gorila. Vale considerar que total no les doy bola y si me enojo es peor.  Todos los argumentos fraudulentos femeninos para dejarse pisotear son necesarios en este caso. El caso de ser un hombre revolucionario es distinto, si le dice cualquier insulto, le asiste el derecho internacional civil de enojarse. Ese no es su caso. Sentirse insultada cuando la insultan solo sirve para delatar que tiene la regla, que es una histérica y que está loca. Al hombre lo asiste el derecho y a la mujer el psiquiatra. Entérese de una buena vez. Recuerde que homosexual vale como insulto en círculos revolucionarios. Las estupideces de las minorías sexuales se dejan para los europeos, que es gente que no tiene nada que hacer. La sexualidad revolucionaria es la hegemónica. (Eso significa cabalmente no solo la posición del misionero sino la idiosincrasia del misionero, pero no se dice evangelizar, se dice concientizar. Si usted quiere ser concientizada a gusto, es recomendable tener ciertos tratos también con cerdos burgueses y proletarios sin conciencia de clase. Enemigos e inconscientes también tienen conciencia de esa para ofrecer).Lo principal a entender de la sexualidad revolucionaria es que la ideología se puede transmitir sexualmente. Algunas ideologías son, de hecho, enfermedades venéreas. Muchos hombres y mujeres revolucionarios lo entienden y lo aplican así. Si lo pasan o no mejor que usted depende de si es un curso acelerado o un seminario intensivo. También se puede ser revolucionaria haciendo revoluciones, pero no se considera imprescindible.
C2- Usted puede musitar cualquier insulto cuando va al baño. Es su única oportunidad. Dichos en el baño, no se enteran. En caso de insultar de todas maneras, las consecuencias serán irreparables. Si usted ve en cualquier lado a un hombre que la mira fijo, con expresión de odio invencible hasta la muerte, y no recuerda su nombre ni su rostro, es un revolucionario a quien llamó cobarde hace diez años. En caso de insultar a un revolucionario, asegúrese de que sea en lugar público e iluminado. Lo mejor es insultarlo en una manifestación llena de policías, si él se entretiene pegándole, después podrá por lo menos ver como le pegan a él. Finalmente podrán arreglar sus diferencias en el celular y acabarán fraternizando en el hospital. De todos modos, no se case con él. Sería un grave error.

II

( En caso de estar usted fea, o gorda o vieja, ya sabe que el revolucionario no se fija en esas cosas. Es solo por eso que no la saluda ni le dirige la palabra y no la abraza cuando consiguen el aumento, cantan el himno o derrocan al gobierno. Es útil consultar el  punto  D).

D: EL ABRAZO REVOLUCIONARIO

Circunstancia en las que es posible recibir un abrazo emocionado de un revolucionario
D1: En caso de estar gorda, fea o vieja, ninguna.
D2: Excluido lo aclarado en D1, usted puede ser abrazada en toda circunstancia. Si la asamblea tuvo el resultado esperado, por eso. Si no tuvo el resultado esperado, por eso. Si no hubo asamblea, por eso. Si el revolucionario se va a México con los zapatistas, por eso. Si se va a la esquina a comprar cigarrillos, por eso. Si por algún motivo usted no quiere ser abrazada cincuenta veces, cuente la cantidad de revolucionarios en la asamblea y si son cincuenta, no entre. Si pretende no ser abrazada en ninguna circunstancia, usted no es revolucionaria. Deje a Marx y lea Mujercitas que es lo suyo. Si le parece que ya la abrazan demasiado, tal vez no sea mala idea que use corpiño, aunque sea una opresión burguesa.

E:  ÚNICOS MODOS DE INTERVENIR EN UNA DENSA DISCUSIÓN POLÍTICA:
  E1- Nunca le darán la palabra con las posibles excepciones siguientes: escote profundo, minifalda u otros artilugios bélicos. En caso de llevar ambas, tendrá la palabra cuantas veces quiera. Estarán ansiosos por escucharla. Lo cual no impide que se cumpla el punto B.
E2. Todas sus alocuciones empezarán con las siguientes fórmulas. “Lo que no entiendo es...” o “No entiendo” o “¿Me pueden explicar?” En tal caso recibirá una respuesta sin ningún problema y en tono normal. Que usted no entienda es normal para ellos. De no hacerlo así y en el caso que usted discuta o confronte o peor, demuestre esa infrecuente cosa que es la seguridad en sí misma pueden suceder dos cosas. a) que la discusión prosiga como si usted no hubiera dicho absolutamente nada.  b ) que siga como si usted no hubiera dicho absolutamente  nada excepto porque un revolucionario le contestará en voz baja, brevemente y  mirándola de costado descalificándola con la actitud de Eugenia de Chicof explicándole como usar los cubiertos. De todos modos la odiaran, con o sin escote.
OTROS GRUPOS SOCIALES Y CIRSCUNSTANCIAS EN QUE ES VÁLIDO ESTE REGLAMENTO.

ESTE REGLAMENTO ES MULTIUSO. Aparte de los sindicatos, los partidos políticos, los movimientos de izquierda de todo tipo también se aplica a :
  1. El Opus Dei ( el apartado de abrazos es válido en : a) Pasillos oscuros, b) detrás del altar, c)otros sitios ocultos al público, lo que garantiza consecuencias. Vale aclarar que al Señor no se le pide preservativos, mejor cómprelos.
  2. Acción Católica, Asociación Cristiana de Jóvenes, grupos de oración, retiros espirituales, etc
  3. Clubes de ajedrez
  4. Reuniones de aficionados acerca de cualquier forma y género literario.
  5. Reuniones de cualquier cosa.
  6. Oficina y cualquier ámbito de trabajo
  7. Asados por cualquier motivo.
  8. Otros (a llenar por la interesada) ............................................................................................................................................................................................................................................................, etc...

CONCLUSIONES


Principalmente se tiene en cuenta como forma primigenia de la dinámica de cualquier grupo humano donde alternen hombres y mujeres, las reuniones de consorcio de los edificios. Cuando se formaron los consorcios de propietarios, se halló por fin la definición de humanidad. Aún así, los consorcios de propietarios tienen mayor equidad entre hombres y mujeres. Esa condición casi ideal se debe solo a que en sus reuniones no se come ni se toma mate. Las consecuencias  de esta equidad demuestran que  discriminar, y mantener ambiciones napoleónicas en los campos de batallas más reducidos y ridículos, no son conductas propiamente masculinas. Los idealistas que depositan su ingenuidad en el género femenino deberían dejar esos seminarios de antropología filosófica que les impiden asistir a la reunión de consorcio. Dado el caso, la discriminación es una cualidad que no tiene género, solo número. Esto debería servir para que aprendan que puestos a ser unos hijos de puta, da lo mismo ser mujer o hombre. Tal vez cuando se aviven verán que también ellos pueden cebar el mate y que nosotras también podemos cascar al oponente ideológico. Así resultará más variado y menos aburrido hacer la revolución.

miércoles, 20 de marzo de 2013

EL DIABLO ENAMORADO


¿Que ha de preferir el hombre, a un Dios que muere por él, o a un Demonio que vive para él? ¿Qué prefiere el hombre, un padre que le indica el camino o una mujer que lo acompaña por él, compartiendo sus suertes y sus peligros?
            El Paraíso Renacido

Reinará sobre la tierra, después de vencer a todos sus enemigos
Los Caballeros del Rey Arturo

El Rey, ya anciano, comprendió la traición. Vio el campo de batalla cubierto de cadáveres y a sus hombres que se alejaban de él, a rápido galopar.
            —¡A mí! —gritó enfurecido.
            Y se desvaneció.


Cuando despertó Sir Mordrer estaba junto a él, con gesto preocupado.
            —Traidor —dijo, casi sin fuerzas. Se vio cubierto de sangre.
            —No te traicioné —esa voz no era la de Mordrer—. Tenías que morir en este momento y yo debía estar contigo. Tú sabes que nunca escapo a mis deberes.
            Arturo lo miró fijamente. Bajo la máscara de Mordrer vio el rostro de Merlín.
            —Traidor —murmuró por segunda vez.
            —No entiendes —Merlín movía dolorosamente la cabeza, con melancolía—. Estaba escrito. Ahora pon atención. Tú morirás. Pero antes recibirás una visita.
            —Traidor —dijo Arturo por tercera vez. Sentía que la vida escapaba de sus labios con cada palabra—. A pesar de eso, te hago un último encargo. Tomarás mi espada y la arrojarás al lago. Alguien la recogerá...
            Su voz expiró.
            —No será necesario —dijo con amargura Merlín. Le cerró los ojos.
            Y se retiró, a su vez, para morir.


Aquí yace Arturo, que fue Rey y que volverá a serlo.


—Levántate, Arturo.
            En su sopor, el anciano rey abrió los ojos y vio frente a sí una forma difusa, femenina. De sus manos pendían una espada de hoja dorada que él reconoció como la suya.
            La sombra se reclinó sobre él y lo rozó con sus cabellos, negros y mojados.
            —Yo soy la Dama del Lago —susurró—. Y vengo a traerte tu espada y a guiarte a un lugar donde la necesitarás tú a ella y yo a tu brazo. Ven, levántate.
            —Ginebra —susurró Arturo.
            —Muerta. Murió amando a otro, como había vivido.
            —Camelot.
            —Muerta, muerta de miles de años. Muerta como otras ciudades y reinos que tu imaginación no pudo soñar jamás. Ven conmigo y serás Rey otra vez.
            —¿Quién eres?
            —Yo soy —repitió pausadamente— la Dama del Lago. Pero tengo otro nombre. Tú también tienes otro nombre.
            El anciano Rey se puso de pie trabajosamente. Notó que tenía sangre seca en el cuello y en el pecho. Se sentía indefenso y trémulo.
            Ella lo condujo hasta la orilla de un río que él nunca había visto allí. Los esperaba un bote de madera y dos remos. Suspiró. Antes de subir, volvió la vista y vio densas columnas de humo que se hundían en el cielo.
            —¿Arde Camelot? —preguntó.
            —¡Arde Troya! —exclamó ella riendo.
            —¿Troya? —repitió sin comprender.
            —Babilonia —dijo, casi suspiró, la Dama del Lago—. Tú no entiendes nada de esto ni entenderás, pero no necesitas entender, ni yo necesito que entiendas. Necesitamos la fuerza de tu brazo y tu valor.
            El anciano la miró sin comprender.
            —Tú volverás a ser joven —le respondió ella con sus grandes ojos fijos en él—, joven y fuerte. Serás hermoso para mi.
            Empuñó los remos y navegaron por el río en calma. Navegaron durante todo el día. Ella remaba y él procuraba ayudarla. Pero la fatiga y las heridas pudieron más.
            —Duerme —susurró ella, amorosamente—. Pronto no sabrás lo que es dormir.
            Y lo miró con amargura y temor.
            Remó ella durante toda la noche y seguía remando durante el día cuando él despertó.
            —¿Hacia dónde vamos?
            —Al Sur. Mira el cielo, allá donde no llega el sol. ¿Qué ves?
            Él miró y cerró los ojos asombrado. Hacia donde señalaba ella, se extendía la Noche. Y sin embargo, era de día.
            —Vamos hacia allí, a adentrarnos en la Noche. No temas. Necesito de todo tu valor. ¿Ves esa estrella?
            Había una estrella más brillante que todas las otras.
            —Ella nos guía. Se llama Sirio. Es una estrella del Sur. Nosotros la seguiremos.
            —¿Adónde? —preguntó Arturo.
            Pero ella ya no le respondió.


Navegaron días con la Noche en su horizonte y noches en la más completa oscuridad, salvo el brillo de la única estrella que ella llamaba Sirio.
           

Al fin una mañana comenzaron a ver poblaciones y a oír risas y cantos. Hombres y mujeres se acercaban a la orilla a verlos pasar, con curiosidad. Arturo se sentía cada vez más fuerte y asombrosamente fuerte. Sus cabellos volvieron a ser castaños. Sus manos eran otra vez fuertes y remaba con violencia. Adonde fuera, él quería llegar rápido. Cada tanto sorprendía en la mujer una extraña mirada, mezcla de amor y miedo. Ella desvanecía ese efecto con una dulce sonrisa.
            —¡Qué extrañamente alegre se ve a esa gente! —exclamó Arturo.
            Ella le respondió riendo a carcajadas.
            —¡Es que este es el Cielo!
            Más luego prosiguió, despaciosamente, casi en un susurro.
            —Todos están muertos. Ahora están pasando por una especie de sueño con el que logré conjurar el paso decisivo a la eternidad. Pero tú deberás hacer tu parte para que el sueño entre también en ella.
            —No entiendo nada —suspiró él—. ¿Sueño y eternidad? ¿Yo hacer mi parte? Soy Rey, pero no soy Dios.
            —Los reyes son hombres como los demás. Y los hombres son hijos de Dios. Viene siendo hora de que procuren parecerse un poco a su Padre.
            Él la miró profundamente, pero se admitió ciego ante ella.
            —¿Quién eres?
            —Soy yo. No puedo decir más que eso. Soy un alma a quién todo un Dios prisión ha sido, y he pagado bien cara mi libertad. Soledad. Dolor infinito. Todo lo he conjurado con un sueño. Pero para que no se desvanezca y no sean todos polvo y ceniza, piedras y lodo, te necesito.
            —¿A mí?
            —Yo he hecho ya lo que debía. He peleado, he sangrado. Yo he sufrido, Arturo. He sido herida, insultada, mancillada. He soportado dolores infinitos, yo, que no soporto el dolor, que no comprendo otra razón que el amor. Yo, que sólo entiendo la felicidad, he debido sufrir.
            —Contéstame una pregunta más. ¿Yo estaba muerto?
            —Si —respondió ella con voz queda.
            —¿Y tú me devolviste la vida y la juventud?
            Ella lo miró profundamente. Sus ojos lloraban y su boca sonreía.
            —Si.
            —¡Tú eres Dios! —exclamó él.
            Ella sonrió con tristeza.
            —No, no soy tu Dios. Tu Dios y yo luchamos mucho tiempo y al fin ha muerto. Yo vencí y estaba sola, en la cima del mundo, completamente sola, viéndolos a ustedes amarse, destrozarse y morir en crueles agonías, mientras yo no tenía con quién luchar ni a quién amar. Entonces decidí hacer lo que Él hubiera hecho, construir ese Paraíso, cuya idea tanto amaba, pero con el conocimiento de los hombres que una mujer vieja como yo puede tener y que Él nunca tuvo. Construir un lugar donde los hombres pudieran odiar y pelear sin destruirse, herirse con heridas que siempre pueden ser curadas con sólo derramar sobre ellas las gotas de este agua. Donde amar y reír pero también montar en cólera y pelear, pues sólo así los hombres pueden ser felices. ¿Lo entiendes ahora?
            —Creo que sí —murmuró Arturo.
            —Toma tu espada y sígueme.
            —¿Contra quién tengo que pelear?
            —¡Contra un árbol! —rió ella.


Lo condujo siguiendo la corriente del río hasta un valle en cuyo centro había un pequeño bosque. Le señaló uno de los últimos árboles.
            —Ahora escucha bien, Arturo, pues toda mi obra depende de esto. Si fallas, no serás más que polvo, morirás y yo estaré sola otra vez para toda la eternidad.
            “Este es el árbol del Bien y del Mal. Tú lo cortarás. Y vivirás para siempre.
            “Gemirá y sangrará. Tú córtalo.
            “Lo verás tomar la forma de una anciana y de una niña.
            “Tú mátalas.
            “Te jurará que es Cristo. Clávalo en la Cruz.
            “Corta este árbol y nos amaremos para siempre.
            “Cada vez que sientas flaquear tu brazo recuerda, yo estaré contigo. Aunque no me veas, yo te sostendré.
            “Cuando termines, seré tuya y sabrás mi verdadero nombre.”
            Y dicho esto tornó por un sendero.
            Antes de perderse de vista, le dirigió una mirada de infinito amor.
            A cada golpe que pegaba, el árbol gemía y sangraba. Pero él pensaba en ella y seguía cortando. Mató a una anciana y luego a una niña. Lloró por ellas y siguió cortando. En la copa del árbol se le apareció un hombre joven y rubio sonriendo. Él golpeó el árbol y éste se transformó en una Cruz.
            —Padre, otra vez me has matado —dijo Cristo.
            Él siguió golpeando.
            Cayó la noche y la estrella Sirio apareció sobre el horizonte, más bella que nunca. Dio un último golpe y el tronco cayó. Y Arturo cayó con él. Tendido en la tierra, miraba la estrella Sirio. Una estrella del Sur, dijo ella. De una tierra para él desconocida. Se durmió.
            Cuando despertó el sol estaba sobre su cabeza.
            Caminó siguiendo el rumbo del río. Empezó a sentir hambre y tomó una manzana de un árbol que encontró. Era deliciosa.
            Llegó al nacimiento del río tras días de cansado caminar. Se sintió joven y fuerte cuando la vio a ella, desnuda, de pie, con una sonrisa feliz. Y recordó.
            Recordó que siempre había amado a Eva. Que juntos habían tenido hijos y que juntos habían envejecido, y que la había visto morir, y luego que él también había muerto. Se olvidó de Arturo. La abrazó. Él también estaba desnudo.
            Y todo lo que los rodeaba, naturaleza y hombres y mujeres, los animales y el cielo y el agua, estaban esplendorosa, doradamente desnudos.
           
            © 1998 Paula Ruggeri

domingo, 20 de enero de 2013

NUNCA CANTES EN TIERRA



 Se debatía en la red, envuelta en algas, con la incomprensión de un animal atrapado. Los hombres hacían poco caso de sus quejidos, el bote los acercaba más al muelle. Amarraron, descendieron con una carga que para ellos no era preciosa.
Todavía atrapada en la red, fue arrojada en el interior de una camioneta.

La transacción se realizó sin discusiones, los pescadores recibieron su paga y el hombre de traje contempló a su nueva adquisición, satisfecho. Mientras, el monstruo de las aguas emitía un sonido semejante a un llanto. Fue bañada y perfumada. Fue peinada y estúpidamente maquillada. La criatura parecía una grotesca muñeca.
Esa noche, un hombre entre todos iba a sucumbir al hechizo. Un hombre que no sabía ver a una sirena.

Había hombres sentados en butacas, pero ellos no importan. Había camareras desvestidas sirviendo bebidas, pero ellas tampoco importan.
Entre todos había un hombre gris. Parecía un viejo boxeador, la nariz achatada y la espalda ancha. Tenía el aspecto de un hombre acabado, pero que aún no lo sabe. Estaba solo en una esquina, esperando.
Las luces se apagaron y la atmósfera era tenue y oscura. Se apagó la música y se oyeron murmullos. El hombre gris vio que el barman le hacía una seña con la cabeza, hacia el escenario. Así que volvió la vista y en ese momento se quedaron a oscuras. Fueron unos segundos, sin dar tiempo a las quejas. La luz volvió y en el escenario estaba ella.
Primero vio una forma difusa, velada de verde. Alguien retiró los velos y se escuchó un suspiro unánime. O tal vez, fue la sensación de un suspiro. Nadie hablaba. No había música. El silencio era casi absoluto, salvo esa sensación de suspiro en el aire.
Era pelirroja y estaba atada a un caño que había en el centro de la plataforma, donde las bailarinas solían contorsionarse, pero ésta no bailaba. Las manos estaban atadas, unas manos de dedos blancos, agitados. Habían tenido el tacto de colocar una luz blanca, tenue que giraba sobre ella, y no las habituales luces rojas. Los brazos eran también blancos y bien torneados. La cabellera era larguísima, ondulada, de un rojo fuego. Su rostro se presentía, no se veía, semioculto por el largo cabello. De la cintura para arriba nada la cubría, tenía pechos pálidos y bien formados. La cintura era pequeña... y de ella partía una cola de sirena. Verde azulada, cubierta de escamas hasta las dos aletas al final, atadas al caño. Las aletas parecían reales. Era un truco magnífico. Hubo un aplauso, uno solo, espontáneo.
Entonces empezó el canto.
Cuando ella empezó a cantar, se oyeron algunos silbidos burlones. Pero fue sólo un momento. Pronto solo se escuchó su voz.
Mientras ondulaba su cuerpo, en lo que parecía ser un intento de liberarse, se oía su voz extática, dulce, hiriente, en un trance casi hipnótico.
El hombre gris la miraba absorto.

         Muy absorto.

         La pelirroja se ondulaba de abajo a arriba y de arriba abajo, como si no tuviera huesos. Se ondulaban los brazos, el torso y la cola de sirena.


         Por fin calló, se quedó quieta y bajó la cabeza, exhausta.

         Entonces los hombres exhalaron otro suspiro, apenas audible.

         La luz se apagó completamente unos segundos y cuando volvió ella no estaba ahí.

         Entonces el hombre gris se levantó.

         Hizo la seña precisa a la persona indicada...



Y la sirena , con sus largos cabelllos, fue depositada dentro del auto del hombre gris.


—Quiero ir al río—dijo ella.

—¿Al río dijiste? ¿De dónde sos?
—Quiero ir al río.
—Bueno. Vamos al río.
Estacionó lo más alejado del muelle que pudo. Cuando se apagó el motor, se alisó el pelo, sonrió y se arrojó sobre la presa.
Jadeaba él y ella en silencio.
Las lágrimas corrían por el rostro de la sirena.
—Llevame al río.
“Llevame al río.”
El no respondía. Miraba, reconcentrado, hacia delante.
Al fin bajó del auto, dio la vuelta resoplando, abrió la otra puerta y la cargó. La cargó, y  murmuró algo ininteligible.
Caminó hacia el río.
Los pechos de ella, fríos, se apretaban contra su pecho. La sirena por fin sonreía, pero él no la miraba. Sólo caminaba hacia delante.
Cuando estuvieron cerca de la orilla, la depositó en el suelo.
Ella lo miró, con una mezcla de agradecimiento y estupor, y habló nuevamente.
—En el agua —imploró. El acento era eso, agua. Ella era blanda, como el agua. Eso decía su mirada, súplica del agua. Eso decía su piel y su escurridiza cintura. Eso decía, pero él no escuchaba o sí. Llevó la mano al bolsillo.
Algo brilló entonces, algo metálico que irrumpió en la paz de la noche, junto al río. La hoja de la navaja describió un zigzag veloz y cimbreante y se hundió de arriba abajo en la cola verdeazulada, de abajo arriba, volvió rápida a su dueño y se cerró rápida en el puño.
Se oyó un gemido terrible.
La dulce, herida voz de la sirena.
Se alejó, subió al auto, arrojó el sobretodo viejo por la ventana y se fue.
Ella se llevó las manos a la herida y a la vida que se le iba a borbotones. Sus ojos se abrieron a la mayor desmesura, la pregunta que nunca tendrá respuesta; los ojos y la pregunta de la muerte. La cabellera roja se erizó, los ojos dejaron de preguntar y se volvieron vidriosos, el cuerpo se sacudió en un espasmo y en un instante brevísimo esa criatura de extraña y peligrosa belleza fue otro despojo horrible de la muerte.
La sirena es peligrosa para sí misma.
 

jueves, 8 de noviembre de 2012

Dale un corazón de seda

En un hogar pobre de campesinos nació una pequeña niña y no diremos dónde porque no importa mucho. Los padres eran tan pobres que no tenían nada para darle. La miraban tomados de la mano, con lágrimas en los ojos.
Vendrían las hadas que dan dones a todas las niñas desde que el mundo es mundo. Pero como la niña era muy pobre, pequeña y fea, eso era un simple trámite, por lo cual los padres suspiraron aliviados. Vendrían sólo las hadas buenas, tal vez viniera una sola, apurada, mirando el reloj. El hada maléfica sólo se dignaba ir a grandes palacios, a mansiones de estrellas de cine, maldecía a las hijas de los reyes. Asi que sabían que su hija, al menos, no tendría ningún don maldito. Sólo esperaban que las apuradas hadas, como asistentes sociales del destino, le dieran aunque fuera un don a su hija que le permitiera sobrevivir.
Ella dormía en la cuna. Cada tanto un leve suspiro inquietaba a la madre. Instintivamente, quería darle leche de su cuerpo, pero estaban esperando la visita de las hadas.
Tocaron la puerta. El hombre abrió.
Eran dos mujeres con trajes de ejecutivas arrugados y largo pelo rubio. Sus ojos eran muy verdes y brillaban por igual. Llevaban sendas carpetas. Se detuvieron en el umbral para hacer cada una una cruz con sus lapiceras en las recién abiertas planillas
—¿Cómo se llama la niña? -preguntaron a coro
—No tiene nombre aún.
—¿Y en qué están pensando? Póngale un nombre. Me lo exige la planilla—dijo un hada.
—Ada —dijo la madre.
—Ana —exclamó el padre.
—Ada Ana —repitieron a coro las hadas mientras escribían los dos nombres—. Bien, vamos a verla.
—¿Cuáles son sus ingresos? —preguntó una. Las dos hadas eran indistingibles.
—Soy jornalero, asi que gano un poco de dinero.
—¿Pero puede mandarla a la escuela pública?
—Creo que si.
—"Creo" me suena mal. Va a mandarla a la escuela —dijo una de las hadas— Bien, su única oportunidad es el estudio.
Se acercó a la cuna, sacó una varita mágica de su carpeta y dijo:
—Ada Ana, tendrás una gran memoria. Memorizarás todas las letras y sonidos. Nada que leas u oigas se te borrara de la mente.
—Y ahora yo —dijo la otra.
—Ada Ana. Entenderás el lenguaje de la música y sabrás de melodías.
—Bueno —repuso mirando al padre—. Uno de los dones es para disfrutar. Sino para qué vivimos y nos alimentamos. No todo en la vida es trabajo.
Y entonces se abrió la puerta. Lentamente, chirriando sobre los goznes. Todos se sobresaltaron al ver a una gran señora, de larga cabellera azabache, con brillantes ojos negros, alta, con un traje rojo y la varita de oro en la mano. No llevaba ninguna carpeta.
—El hada maléfica... —murmuró la madre. Instintivamente quiso cubrir a su hija.
—Cálmese —dijo un hada rubia—. A veces ocurre, pero muy raras veces. Está de licencia casi todo el año ¿verdad?
El Hada Maléfica se acercó a la cuna de la niña.
—Vengo cuando es preciso. Esta niña será hermosa. Tú le diste memoria y tú le diste gusto por la música. ¿Qué puedo darle yo? Creo que ya lo sé. De hecho, lo sé porque no vine por azar. Sé lo que necesita.
Se acercó a la cuna con su varita de oro, tocó con ella la frente de la niña y dijo:
—Ada Ana: te doy un corazón de seda que se rasgue sólo con un beso, sólo con la promesa de un beso, sólo con el sueño de un beso.
-Será poeta —dijo el Hada Maléfica a las otras dos hadas.
Luego habló a los padres con sus labios de sangre.
—Lo malo es sólo un poco malo, ¿saben? Hada significa fata, destino en una antigua lengua. Yo sólo cumplo órdenes. Será poeta —repitió el Hada Maléfica.
Desaparecieron las tres hadas y la casa quedó a oscuras. Y Ada Ana lloró suavemente.