jueves, 7 de agosto de 2025

Dumas y la revolución del pantalón

 

La revolución del pantalón y el modo de vestir, según Alejandro Dumas

Paula Ruggeri

 

Alejandro Dumas, autor de Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo, francés y afrodescendiente, era apodado El Gigante. De alta estatura, pelo ensortijado y ojos azules, era un hombre que no pasaba desapercibido en la París de su tiempo. Su contexto fue el convulsionado siglo XIX, lo que nos habla del final del Imperio napoleónico y distintos gobiernos franceses cruzados por rebeliones y guerras.

Pero en Mis Memorias, donde narra sus recuerdos, le da un lugar singular, y muchas páginas, a una revolución en especial: la revolución del pantalón y a la influencia de lo que él mismo llama “el modo de vestir”.

Los hombres franceses seguían en materia de modas a un inglés, George Beau Brummell, el prócer histórico de los dandys. La manera de vestir del dandy inglés seducía a los caballeros parisinos, que lo imitaban con gusto. Las armas de la guerra que tantas veces enfrentaron a los dos países se deponían para cuestiones de moda. También el talento de los sastres británicos para el velarte de lana (una tela que se adaptaba a la figura y permitía una mejor confección de los trajes masculinos) contribuyó a esta influencia.

Los caballeros abandonaron con gusto las calzas en su atuendo y adoptaron el pantalón inglés. El cambio de siglo XVIII al XIX se nota mucho: los hombres ya no portan espadas al batirse a duelo sino pistolas, ya no usan calzas sino pantalones. Pantalones sobrios y estilizados usaba Brummel, también los usaba el duque de Wellington, vencedor en Waterloo. La moda inglesa llega a París antes de la derrota de Napoleón en 1815 con la influencia de Brummel, la moda francesa también llega a Londres, en un intercambio que aprovecha los breves períodos de paz. Los gustos en las dos orillas se comercian y dialogan a pesar de la guerra.

Dejando a Napoleón y Wellington atrás, pero no a los pantalones, en 1818, un Alejandro Dumas adolescente, sensible y preocupado por su apariencia, vivía las cuestiones de moda con interés y las calzas que aún llevaba eran para él un verdadero conflicto. Había observado a los jóvenes parisinos que pasaban por su pequeña ciudad, Villers-Cotterêts, usando raros, pero elegantes pantalones.

En su autobiografía Dumas dedica muchas páginas a hablar de calzas, levitas, chalecos, pantalones.

Mis Memorias son cuatro extensos tomo de recuerdos sobre teatro, vivencias y modas. Entre esos recuerdos, Dumas se detiene en narrarnos una fiesta en Villers-Cotterêts, la ciudad pequeña de la región francesa de Picardía donde nació. Había un baile con elegantes invitadas e invitados de París. Para el joven Dumas era su primer baile, que relata con gracia en su autobiografía. La ansiedad previa lo llevó al arcón familiar a probarse todos los ropajes de la familia. El arcón contenía los trajes de corte y los uniformes militares del general de Napoleón Bonaparte Thomas Alexandre Dumas, su padre ya fallecido. Los trajes, de suntuosas telas, le quedaban grandes aún.

“Había allí con qué satisfacer al vanidoso más exigente, desde la chaqueta de satén hasta el chaleco rojo bordado en oro, desde la calza de paño hasta el pantalón de piel”.

Todavía esa ropa lujosa de corte no era para él. Entre suspiros recuperó su traje de comunión.

Había crecido desde la comunión, sus largas piernas se veían ajustadas con las calzas de niño y la levita se veía mucho más corta. La ancha espalda se rebelaba y Alejandro se sentía inquieto dentro de las costuras. Mirándose en el espejo se vio como un niño enorme. Se dijo a sí mismo que, pese a todo, necesitaba ir a ese baile.

“En esa época, la calza era llevada solo por los obstinados y los obstinados que llevaban calzas pertenecían, casi todos, al siglo pasado, resultaba, pues, que yo, casi niño, que habría estado muy bien con un cuello bajo, chaquetilla redonda y pantalón, iba vestido como un anciano anacrónico… yo me ruborizaba a cada paso “.

Tenía que acompañar a dos jóvenes damas por recomendación de un viejo sacerdote de su pueblo y el raro deber hizo soñar al imaginativo futuro novelista. Y se aguantó las calzas y la levita de la comunión, llegando al baile acompañando a dos jóvenes mujeres.

En la fiesta se avergonzó con un joven elegante que se burló de su traje. Dumas comprobó con desaliento que todos los hombres llevaban pantalones. Pero en su desazón reparó en una zanja bastante ancha que limitaba el terreno del baile.

Despechado, le dijo a una de las jóvenes: Voy a saltar la zanja y apuesto que esos hombres no pueden hacerlo.

—¿Y para qué lo harían? —dijo la bella parisina con indiferencia.

Alejandro se sintió herido doblemente en su orgullo. Corrió, convencido de lograr la hazaña que se había propuesto e impresionar a la dama, y saltó la zanja. “Cuando caí, se dejó oír un siniestro sonido y una impresión de aire hirió la parte posterior de mi persona”: se le había descosido la calza y su vergüenza fue tanta como el orgullo que había sentido antes de saltar.

“Yo no podía volver con mi hermosa parisina, ni entregarme con ella al menor ejercicio coreográfico ante tamaño accidente, no podía decirle lo que acababa de ocurrirme ni pedirle permiso para ausentarme por media hora. Resolví, pues, marcharme sin decirle nada.”

El relato de Mis Memorias concluye en que corrió a su casa a que su madre remendara las calzas y volvió al baile. Pero no sin considerar que un par de pantalones de buen corte y excelente tela podían ser, tal vez, el pasaporte social que necesitaba. Según dice en Mis Memorias, consideró que el modo de vestir es fundamental y así lo plasmó en el elegante Aramis, el caballero Athos y el vanidoso Porthos y por supuesto en la bella Milady de Winter, y también en otros muchos personajes de su autoría.

“Por la indumentaria de un hombre, se podía formar, al primer golpe de vista, una idea de su inteligencia, de su ingenio o de su corazón”, Alejandro Dumas.

 

 

 

 

jueves, 17 de julio de 2025

Rosas y la política de intervenir la vestimenta

 

Rosas y la política de intervenir la vestimenta

Paula Ruggeri

 

Mi abuela Ernestina, nacida en 1911, aborrecía vestirse de negro. Recordaba su infancia en una estancia de la provincia de Buenos Aires, cuando si un familiar fallecía, había que vestirse de negro durante semanas. El color negro le recordaba fuertemente a la tristeza. También recordaba que en la estancia había vasijas llamadas “escupideras” con el rostro pintado de Juan Manuel de Rosas.

Juan Manuel de Rosas el Restaurador. Tal vez mi abuela hubiera simpatizado más con él si hubiera sabido que reformó el luto durante su gobierno. La moda era política en siglo XIX y más en el Río de la Plata. Nadie duda de la importancia de la vestimenta, y es Juan Bautista Alberdi quien dirige un periódico de tendencias que se llama, justamente, La Moda. Entre 1829 y 1852 (con una pausa en los años treinta) el gobernador de la provincia de Buenos Aires y líder efectivo de la Confederación Argentina (como se denominaba el país entonces) era Rosas.  Lo llamaban el Restaurador de las leyes, entre varias razones porque quiso imponer un orden después del período de guerras civiles que siguieron a la Independencia. Rosas, el gobernador federal, tan amado como combatido, era amigo de reformas drásticas.

Impuso la divisa punzó, una cinta de tela de color carmesí, que se llevaba prendida a la ropa. El color punzó, un tono de rojo en particular, se obtenía de la sangre del ganado. Decretó también en 1844 la controvertida reforma del luto, que reducía los costosos ropajes de color negro a una simple cinta en la muñeca, en el caso de las mujeres y un moño en el brazo izquierdo, en el caso de los hombres.

El luto en la tradición era costoso, era ornamental, era ostentoso, es decir visible. El argumento oficial sin embargo seguía un interés popular, se trataba de aliviar a las familias del enorme costo de la vestimenta de duelo. Una familia debía encargar a un sastre ropajes de color negro para todos sus miembros, con un gasto económico importante que no todos podían afrontar.

En el contexto de la Mazorca, de la política exterior e interior del gobierno rosista, el luto estaba demasiado a la vista. Más allá de la medida que quería producir un alivio económico a la población, existía la sospecha unitaria y quizás razonable de que se trataba de invisibilizar en la sociedad las pérdidas de vidas.

Dice el Registro Oficial del año 1844: “El uso de un luto pomposo producía ruinosos dispendios y perjudicaba la moral pública. Lo ha reducido el Gobierno a una demostración sencilla y virtuosa, sin coacción a la libertad de usar vestidos negros”. La cita pertenece a un balance de fin de año de gobierno. Previamente se había prohibido el carnaval y su multiplicidad de colores y festejos populares “para siempre”.

Los registros y archivos dan cuenta de que el luto fue reformado el 18 de mayo de 1844 mediante un decreto, mientras el carnaval y sus festejos también fueron prohibidos “para siempre” por decreto el 22 de febrero de ese año.

“El luto es para unos un acto indiferente, para algunos, hipócrita para otros, y para todo un signo convencional, inventado por la moda”, defendía la reforma el periodismo partidario de Rosas.

 “El luto es arbitrario y el mejor es el más barato.” Dice Pedro de Angelis. Este editor y periodista napolitano sostuvo una tribuna para defender el régimen rosista, un periódico llamado Archivo americano y espíritu de la prensa del mundo que se publicaba en tres idiomas, francés, inglés y español, y que así procuraba que también los europeos participaran de las controversias rioplatenses.

Aclara en su decreto Juan Manuel de Rosas que la mediada rige “sin prohibir por eso los vestidos negros”. Pareciera que quiere estar a salvo de ser considerado un tirano para las tendencias.

Abolió la costumbre del luto, en la forma usada hasta entonces, permitiendo solamente como signo de duelo “una lazada de gasilla, crespón o cinta negra de dos pulgadas de ancho, en el brazo izquierdo, en los hombres y en las mujeres, una pulsera negra, de igual ancho, en el mismo brazo.” La concisa descripción, donde lazada significa lazo, pertenece al texto del decreto.

 El periodismo opositor crítica. El periodista unitario José Rivera Indarte, desde su exilio en Montevideo, reprocha la poca consideración de la reforma con la cultura universal del luto. En una polémica típica de esa época, es De Angelis quien le responde:

“El ladrón salvaje unitario que escribe en Montevideo ha atacado esta medida, como ataca todo lo que no sabe apreciar.” escribe el periodista napolitano, quien usa la fórmula oficial federal para referirse a la oposición: “salvaje unitario”. Los unitarios, de veloces respuestas, como Florencio Varela, se quejaban amargamente de ser llamados salvajes. De Angelis en su periódico le respondía a Varela, “nunca lo llamé salvaje, siempre lo llamé salvaje unitario”.

Posteriormente algunos historiadores, como Manuel Gálvez, consideraron que “las divisas punzó, los vivas y los mueras, el chaleco rojo, el bigote impuesto son instrumentos de disciplina”. La moda era un elemento social fundamental en la construcción de poder y de la disciplina impuesta por Rosas, pero también lo era para la oposición unitaria, representada por la revista La Moda de Alberdi y por el color celeste. Está claro que Rosas ejercía el poder confundiendo deliberadamente lo público y lo privado, extendiendo la esfera política hasta el mismo tocador de las mujeres. Una pintura del italiano Cayetano Descalzi muestra a una joven en su boudoir, su tocador. Lleva puestas sus enaguas, se acaba de quitar el corsé, que descansa sobre una silla. Tiene todavía el pañuelo punzó en el cuello. Desde la pared contigua, la mira un retrato del Restaurador. Mirada que vigila desde el poder, y que se manifiesta en el espacio privado de una joven mujer. La pintura se titula Boudoir federal.

La reforma del luto, la prohibición de festejar el carnaval, la imposición de la divisa punzó, eran decretos tan acatados como resistidos. Desde la otra orilla, los periódicos de Montevideo se oponían a las medidas. Finalmente, en 1852, el Diario de un ciudadano, Juan Manuel Beruti, da cuenta del destino de la reforma del luto después de la batalla de Caseros, que derrocó a Rosas.

“Año 1852. El luto que mandó el tirano de un moño en el brazo izquierdo y las mujeres de una pulsera negra en el puño izquierdo, se ha suprimido y vuelto como antes, los hombres de negro y las mujeres todas de negro el vestido, pañuelo y abanico”.